sábado, 13 de enero de 2018

Augusto Progo de Lis Grecia Frente a Roma Historia de la Liga Aquea Libro II  Filopmen de Megalópolis 15. EL CONTROL DEL PELOPONESO

15.

 EL CONTROL DEL PELOPONESO
Derrotado Filipo de Macedonia la principal preocupación de los aqueos pasó a ser, de nuevo, la figura de Nabis de Esparta, que todavía ocupaba Argos y, aunque la tregua pactada con los romanos se mantenía, amenazaba las fronteras. La diplomacia aquea fue muy activa en ese momento. El procónsul Flaminio, que quizás pasó el otoño en Corinto, acabó convencido de que ante la amenaza inminente de Antioco III que se gestaba en Oriente, era necesario eliminar a sus posibles aliados en Grecia, fundamentalmente Nabis. Obviamente también pensaba en su propio interés, puesto que una nueva guerra en Grecia le facilitaría optar a una nueva prórroga de su mando, y quizás incluso a terminar ocupándose de la más que previsible guerra con Antioco. Por tanto, cuando Flaminio cursó su informe de la situación a Roma, a principios de 195, recargo las tintas en el peligro de Nabis. El senado, preocupado por la amenaza que suponía la expansión de Antioco y por las dificultades que estaba presentando someter una sublevación indígena en España, decidió mantener a Flaminio en Grecia con sus dos legiones, encargándole que vigilara los movimientos de Antioco y dándole libertad de actuación respecto a Nabis. Con esas órdenes Flaminio afrontaba su cuarto año de mandato en Grecia.
 No podemos dejar de pensar en la influencia de los dirigentes aqueos junto al general romano. Los espartanos habían sido, desde 211, fieles aliados de Roma, pero ahora, con la cada vez más estrecha colaboración entre Flaminio y los aqueos, se habían convertido en un obstáculo. La Liga Aquea, con sus instituciones regulares, su asamblea democrática, y con una poderosa aristocracia de propietarios que controlaban el poder, tuvo que aparecer a ojos romanos un aliado mucho más firme que un tirano revolucionario y turbulento, presentado por los aqueos como un monstruo que debía ser eliminado. Cuando las órdenes del senado llegaron a Grecia, Flaminio no titubeó, y convocó una asamblea de todos los estados griegos en Corinto, con el objetivo, apenas oculto, de crear una coalición contra Nabis. El discurso inicial no dejó dudas.
 La cuestión que someto a vuestra consideración es si estáis dispuestos a consentir que Argos, ocupada, como bien sabéis, por Nabis, siga bajo su dominio, o si pensáis que es justo que una ciudad tan noble y tan antigua, situada en el centro de Grecia, recobre la libertad y goce del mismo estatuto que las demás ciudades del Peloponeso... A nosotros sólo nos afecta en el sentido de que la falta de libertad de una sola ciudad impide que sea plena y total la gloria de haber liberado Grecia. Pero si a vosotros no os preocupa esa ciudad, ni el riesgo de que ese ejemplo se propague, contagiando el mal más ampliamente, nosotros lo damos por bueno y aceptable. Tito Livio, 34. 22
 Estas palabras nos ilustran a la perfección sobre los principios propagandísticos de la intervención de Roma en Grecia –libertad e independencia de las ciudades griegas, defensa ante amenazas exteriores, desinterés territorial de Roma–. Pero los griegos tomaron la sugerencia como lo que realmente era: un mandato apenas velado. La acogida de la mayoría de los delegados al discurso fue, obviamente, positiva. Nabis, un reformador revolucionario con un poder personalista en Esparta, no despertaba ninguna simpatía entre los grandes propietarios que dirigían las instituciones de todos los estados griegos. Sólo los etolios, exasperados con la política de Roma, protestaron ante la cada vez más clara injerencia romana en los asuntos griegos. Alejandro, el estratego etolio, trató de movilizar a los delegados contra Flaminio.
 Acusó a los romanos de fraude, porque después de hacer ostentación del vacío título de libertadores, estaban ocupando Calcis y Demetrias con sus guarniciones, cuando [los romanos]... siempre objetaban que jamás sería libre Grecia mientras estuviesen ocupadas... Los acusó de poner a Nabis como pretexto para mantenerse en Grecia reteniendo allí el ejército. Que se llevasen a Italia sus legiones, y los etolios garantizaban que Nabis retiraría de Argos su guarnición... Tito Livio, 34. 23
 La intervención de Alejandro levantó protestas entre los asistentes, sobre todo entre los aqueos. Aristeno, estratego aqueo de nuevo para ese año, respondió de una forma bastante brutal, reflejando la tradicional hostilidad aquea contra los etolios.
 Que [los dioses] no permitan que Argos sea el premio en disputa entre el tirano [Nabis] y los salteadores etolios... el mar que nos separa no nos defiende de esos piratas, Tito Quincio... sólo tienen [los etolios] de griegos la lengua, igual que de hombres sólo tienen la apariencia. Viven de acuerdo con unas costumbres y unas prácticas más salvajes que las de cualquier bárbaro, peor incluso que las bestias salvajes. Por eso os rogamos, romanos, que le quitéis Argos de nuevo a Nabis y arregléis la situación de Grecia para que quede segura ante los crímenes de los etolios. Tito Livio, 34. 24
 Para satisfacción de Flaminio, el resto de la asamblea aplaudió el discurso de Aristeno y abucheó a la delegación etolia, que terminó retirándose. Se votó entonces, por unanimidad, la guerra contra Nabis y la movilización de las tropas. El paralelo contemporáneo con la Primera Guerra de Irak, en 1990-1991, resulta llamativo. El ejército aliado se formó a partir de las dos legiones romanas establecidas en Elatea, a las que se sumaron la totalidad de las tropas aqueas y de otros estados griegos, incluida una fuerza procedente de Macedonia enviada por el rey Filipo, ansioso por mostrarse amistoso con sus antiguos enemigos. Las operaciones comenzaron casi inmediatamente, avanzando los aliados hacia Argos. Animados por la noticia, algunos argivos trataron de aprovechar el temor provocado por la proximidad de los romanos, sublevando a la población contra la guarnición espartana. El intento fracasó por falta de apoyo, y los rebeldes fueron ejecutados. Flaminio, admirado ante la fortaleza de las murallas de la ciudad, ordenó acampar junto a ellas, esperando un nuevo levantamiento que le permitiera tomar la ciudad sin combate, pero éste no se produjo.
 Ante la falta de movimiento en Argos, y enfrentado al sitio de una ciudad de gran tamaño muy bien defendida, Flaminio reunió un consejo con los líderes aliados. La gran mayoría defendieron que se iniciara el asedio, puesto que el objetivo de la guerra no era otro que el de reconquistar la ciudad, pero Aristeno propuso otro camino. Con un ejército tan grande como el que se había reunido, era perfectamente posible, como hizo Antígono Dosón en 222, atacar directamente Esparta y derrocar a Nabis. Eso conllevaría la recuperación automática de Argos y la eliminación de la última tiranía en el Peloponeso. Por supuesto Aristeno tenía claro que la desaparición de Nabis y la eliminación de Esparta como potencia regional dejaría a la Liga Aquea como poder hegemónico en el Peloponeso, el viejo sueño de Arato de Sición. Es posible que convenciera a Flaminio de la relativa debilidad de las defensas de la capital espartana, que no estaba totalmente amurallada, –lo que obligaría a Nabis a combatir casi en campo abierto–, como una opción más sencilla que el asalto de una fortaleza tan fuerte como Argos. Flaminio, aliviado ante la posibilidad de evitar un largo y costoso asedio, aceptó la opción que proponía Aristeno. El campamento fue levantado y el ejército se encaminó hacia Lacedemonia.
 El avance no se vio obstaculizado, y se estableció un nuevo campamento frente a Esparta, desde el que se empezó a saquear todo el territorio circundante. A ese campamento comenzaron a acudir los exiliados espartanos, los antiguos propietarios expulsados por Nabis, con el heredero del trono espartano Agesípolis a la cabeza, que esperaban la caída del tirano para hacerse con el poder y recuperar sus posesiones. Pero Nabis no había permanecido ocioso, ni se dejó llevar por el pánico. Usando de los recursos que había acumulado durante una década, contrató mercenarios en distintas partes y movilizó a los ciudadanos, utilizando para ello todos los medios, sin ahorrar el uso del terror. Fortificó sus ciudades, sobre todo la propia Esparta, que había rodeado con empalizadas y fosos, y esperó el asalto romano.
 Por entonces había llegado Lucio, el hermano de Flaminio, con la flota romana, y poco después la armada de Éumenes, el heredero de Atalo de Pérgamo, y la flota rodia. Esas fuerzas comenzaron a asediar Giteo, el principal puerto de Lacedemonia. Flaminio, tras rechazar sin dificultades algunos débiles contraataques de Nabis, decidió apoyar la acción de la flota, moviendo su campamento hacia el sur, lo que provocó la rápida rendición de Giteo. El tirano espartano comprendió entonces la inutilidad de la resistencia, y solicitó la apertura de negociaciones a Flaminio, esperando, al menos, mantenerse en el poder. En su defensa Nabis expuso que mantenía el control de Argos llamado por los argivos, lo que era incierto, y tras un acuerdo con el propio Flaminio, lo que sí era cierto. Pero la mayor parte de su discurso se centró en defender la independencia de Esparta y la legitimidad de su poder, dándonos unas trazas ideológicas sobre el movimiento popular de reforma en el mundo griego.


 La campaña contra Nabis de 195
 Son, además, cargos contra mí el calificativo de tirano y algunos hechos: el de llamar a los esclavos a la libertad, y el de llevar a los campos a la plebe indigente... Por lo que se refiere al aumento del número de ciudadanos con la liberación de los esclavos y el reparto de tierras entre los necesitados... nuestro legislador no quiso que el estado estuviese en manos de unos pocos... ni que prevaleciera una u otra clase social dentro de la ciudadanía, sino que pensó que si se equiparaban la riqueza y la posición social, serían muchos los dispuestos a empuñar las armas por la patria. Tito Livio, 34. 31
 De hecho, la tradición espartana clásica era la de igualdad económica, y Cleómenes primero, y luego Nabis, intentaban restaurar esa antigua camaradería, aunque luego se aprovecharan del poder personal que obtuvieron al realizar las reformas. Esas ideas de igualdad, de acceso a la propiedad, se propagaban en las clases populares de toda Grecia, como ya vimos en Mesenia o la propia Liga Aquea y veremos más adelante en otros lugares. Un poema del escritor cínico Cércidas de Megalópolis nos ilustra sobre este ambiente.
 ¿Por qué el cielo no ha hecho pobre
 al extravagante Jenón,
 y dejado así en nuestro provecho,
 la riqueza que él malgasta
 en cosas inútiles?...
 ¿Qué impediría que a este usurero,
 que moriría por una moneda,
 que deja su dinero sólo
 para volver a recogerlo...
 el dios le quite su cochina riqueza
 y brinde una limosna efímera
 al pobre que apenas come
 y llena su copa en la fuente común.
 ¡No hay duda, el ojo de la Justicia ha sido cegado!
 Todas estas ideas eran apoyadas, con una cierta carga demagógica, por personajes como Nabis o Filipo de Macedonia, que veían así aumentado su prestigio popular. De hecho, podían ser comprendidas sin dificultades por un romano, que estaba más cerca de ellas de lo que podemos suponer, como podemos ver en una carta de Filipo a una ciudad de Tesalia, en 215.
 Es bueno que tantos como sea posible compartan la ciudadanía, de modo que la ciudad sea fuerte y que los campos no se hallen, como ahora, vergonzosamente despoblados... se puede observar que otros también buscan ciudadanos, incluidas también las autoridades de Roma, quienes admiten en la ciudadanía aun a los esclavos, una vez que los han manumitido... de esta forma no sólo han engrandecido su propia ciudad, sino que también han enviado colonias a casi setenta lugares.
 No eran los libertos, sino los hijos de los libertos los que obtenían los derechos ciudadanos, pero la política social romana era mucho más flexible que la griega, y existía en Roma una tradición consolidada de arrendar con bajas rentas parte de la tierra conquistada en Italia a los ciudadanos menos favorecidos, y de crear colonias donde la tierra cultivable era repartida entre los ciudadanos dispuestos a asentarse.
 En cualquier caso, Flaminio en su respuesta a Nabis se centró sobre todo en el tema de la ocupación de Argos, la causa esencial de la guerra, y aunque siguió acusando a Nabis de tirano, terminó por ofrecerle un acuerdo: Nabis retiraría del territorio de Argos todas sus guarniciones, devolviendo todos los recursos económicos, incluidos los esclavos, que hubiera obtenido de los argivos. Dejaría salir a las esposas e hijos de los exiliados espartanos, desmovilizaría y despediría a todos sus mercenarios, entregaría su flota, y las ciudades de la costa laconia serían independientes bajo la protección de Roma y la Liga Aquea. Nabis pidió un tiempo para discutir la oferta con sus consejeros. Inmediatamente se levantó un clamor en el campamento aliado, sobre todo por parte de los aqueos. Se estaba perdiendo una oportunidad única de destruir, definitivamente, la potencia espartana, lo que hubiera dado a la Liga Aquea el control absoluto del Peloponeso. También los exiliados espartanos y los atenienses protestaron, aunque sus voces no fueron escuchadas. Flaminio se negó a volverse atrás. Aristeno, en un último intento, trató de convencer a Nabis de que se uniera a la Liga Aquea.
 Aristeno alternaba las advertencias a Nabis con ruegos de que velase por sí mismo y por sus propios intereses mientras era posible, mientras tenía la oportunidad. Después comenzó a citar los nombres de los tiranos de las ciudades vecinas que, tras abandonar el poder y devolver la libertad a sus conciudadanos, habían pasado una vejez no sólo tranquila, sino respetada entre sus compatriotas. Tito Livio, 34. 33
 Pero Nabis bien pudo recordar los casos de Lidíades de Megalópolis, muerto en combate tras ser abandonado por Arato en el frente de batalla, o de Aristómaco de Argos, que fue ejecutado entre torturas tras desertar de la Liga para aliarse con Cleómenes de Esparta. El espartano rechazó la oferta de Aristeno y volvió a su ciudad. Pero tras presentar en la asamblea las condiciones romanas para terminar la guerra, éstas fueron rechazadas, sobre todo por aquellos que se habían visto más favorecidos por las reformas revolucionarias de Nabis. La guerra continuaría. Para Tito Flaminio la respuesta de los espartanos fue una sorpresa y una contrariedad. Tomar Esparta, defendida por tropas numerosas y dispuestas a todo, implicaría tiempo, y eso era precisamente de lo que no disponía. El año avanzaba, y con el invierno se acercaba el momento en el que el senado decidiría quién debía hacerse cargo del mando en Grecia. Flaminio sabía que, con la amenaza de Antioco de Siria en el horizonte, surgirían muchos candidatos al puesto, por lo que necesitaba establecer la paz con Esparta para volver a Roma y obtener el honor de un triunfo. Si la guerra no terminaba pronto, otro general podría rematar su obra, y su gloria quedaría desplazada.
 Se lanzó un asalto, pero fue rechazado en las mismas calles de la ciudad. Se estaban reorganizando las tropas para un nuevo ataque, sin muchas esperanzas, cuando Nabis envió de nuevo parlamentarios, dándose cuenta de la inutilidad de su resistencia. Al mismo tiempo llegaron mensajeros con la noticia de que los argivos, por fin, se habían sublevado contra la guarnición espartana y la habían expulsado de la ciudad. Nabis, ante esto, aceptó sin condiciones la oferta original de Flaminio. Éste, cada vez más apremiado, la confirmó. Se enviaron inmediatamente embajadas a Roma para que el senado revalidara el acuerdo obtenido.
 Nabis había sido finalmente derrotado, pero para los aqueos la victoria fue amarga. Macedonia, derrotada, había abandonado toda esperanza de ejercer una tutela sobre Grecia, las relaciones con Roma eran más sólidas que nunca, Argos volvía a la Liga, y Esparta, despojada de sus ciudades costeras, quedaba reducida a la impotencia. Pero como Sadam Husein tras la Guerra de 1991, Nabis seguía en el poder y se mantenía una Esparta independiente, por lo que la amenaza no había desaparecido del todo. Los aqueos se sentían un poco desconcertados ante el cambio en la postura de Flaminio, tan agresivo al iniciarse la campaña, pero está claro que el romano estaba actuando, fundamentalmente, dentro del marco político interno de Roma. No comprendieron, en ese momento, la urgencia de Flaminio por firmar la paz, ni el que los romanos no interpretaban la política griega de acuerdo a los conceptos políticos griegos.
 Flaminio se retiró a Elatea, preparando la vuelta a Roma. Mientras invernaba allí recibió, a principios de 194, el decreto del senado sobre sus acciones. Se ratificaba la paz con Esparta. No se nombraba ningún general para Grecia, puesto que, a pesar de la amenaza de Antioco, no existía un estado de guerra. Flaminio conduciría de vuelta a Italia al ejército, evacuando las fortalezas ocupadas en Grecia. La decisión fue un triunfo total para Flaminio, a pesar de que hubo problemas serios en Roma. Publio Cornelio Escipión Africano, el vencedor de Aníbal, había presentado su candidatura al consulado, ganándolo, con la expectativa de ser nombrado general en Grecia ante una posible guerra con Antioco de Siria. Esa fue la causa de la urgencia de Flaminio para liquidar la guerra con Nabis. En cualquier caso, sus amigos en Roma utilizaron hábilmente la desconfianza que el senado sentía hacia Escipión, demasiado ambicioso, para hacer rechazar sus pretensiones. El honor del triunfo en Roma estaba definitivamente conseguido.
 Al empezar el año 194 Flaminio se dispuso a volver a Roma como triunfador de Grecia. Durante cuatro años había gobernado a los griegos apoyado por las legiones, buscando la gloria de liberar al país cuya cultura había estudiado y admirado desde su infancia. Había servido a los intereses de Roma, asegurando sobre bases sólidas el poder de la República, pero a la vez sentía el sincero orgullo de haber protegido la sede de la más alta civilización de su tiempo. Pasó ese invierno como juez supremo, disponiendo los asuntos de Grecia desde su campamento en Elatea, ordenando los territorios que hasta entonces había dominado Filipo.
 Al principio de la primavera convocó una asamblea general de las ciudades aqueas en Corinto. El recibimiento fue muy cálido, pero desde el principio se notó el malestar debido a la forma de liquidar la campaña del año anterior y el fracaso en el objetivo de derrocar a Nabis de su poder en Esparta. Esa indignación se dirigía no tanto contra Flaminio y los romanos como hacia el gobierno de la Liga, en manos del partido pro romano de Arísteno, al que se culpaba de haber permitido la supervivencia del tirano espartano. Esto daría a Filopemen de Megalópolis la oportunidad de regresar a la primera línea de la vida política aquea.
 

  

No hay comentarios:

Publicar un comentario