15.
EL CONTROL DEL PELOPONESO
Derrotado Filipo de Macedonia la principal preocupación de los aqueos
pasó a ser, de nuevo, la figura de Nabis de Esparta, que todavía ocupaba Argos
y, aunque la tregua pactada con los romanos se mantenía, amenazaba las
fronteras. La diplomacia aquea fue muy activa en ese momento. El procónsul
Flaminio, que quizás pasó el otoño en Corinto, acabó convencido de que ante la
amenaza inminente de Antioco III que se gestaba en Oriente, era necesario
eliminar a sus posibles aliados en Grecia, fundamentalmente Nabis. Obviamente
también pensaba en su propio interés, puesto que una nueva guerra en Grecia le
facilitaría optar a una nueva prórroga de su mando, y quizás incluso a terminar
ocupándose de la más que previsible guerra con Antioco. Por tanto, cuando
Flaminio cursó su informe de la situación a Roma, a principios de 195, recargo
las tintas en el peligro de Nabis. El senado, preocupado por la amenaza que
suponía la expansión de Antioco y por las dificultades que estaba presentando
someter una sublevación indígena en España, decidió mantener a Flaminio en
Grecia con sus dos legiones, encargándole que vigilara los movimientos de
Antioco y dándole libertad de actuación respecto a Nabis. Con esas órdenes
Flaminio afrontaba su cuarto año de mandato en Grecia.
No podemos dejar de pensar en la influencia de los dirigentes
aqueos junto al general romano. Los espartanos habían sido, desde 211, fieles
aliados de Roma, pero ahora, con la cada vez más estrecha colaboración entre
Flaminio y los aqueos, se habían convertido en un obstáculo. La Liga Aquea, con
sus instituciones regulares, su asamblea democrática, y con una poderosa
aristocracia de propietarios que controlaban el poder, tuvo que aparecer a ojos
romanos un aliado mucho más firme que un tirano revolucionario y turbulento,
presentado por los aqueos como un monstruo que debía ser eliminado. Cuando las
órdenes del senado llegaron a Grecia, Flaminio no titubeó, y convocó una
asamblea de todos los estados griegos en Corinto, con el objetivo, apenas oculto,
de crear una coalición contra Nabis. El discurso inicial no dejó dudas.
La cuestión que someto a
vuestra consideración es si estáis dispuestos a consentir que Argos, ocupada,
como bien sabéis, por Nabis, siga bajo su dominio, o si pensáis que es justo que
una ciudad tan noble y tan antigua, situada en el centro de Grecia, recobre la
libertad y goce del mismo estatuto que las demás ciudades del Peloponeso... A
nosotros sólo nos afecta en el sentido de que la falta de libertad de una sola
ciudad impide que sea plena y total la gloria de haber liberado Grecia. Pero si
a vosotros no os preocupa esa ciudad, ni el riesgo de que ese ejemplo se
propague, contagiando el mal más ampliamente, nosotros lo damos por bueno y
aceptable. Tito Livio, 34. 22
Estas palabras nos ilustran a la perfección sobre los principios
propagandísticos de la intervención de Roma en Grecia –libertad e independencia
de las ciudades griegas, defensa ante amenazas exteriores, desinterés
territorial de Roma–. Pero los griegos tomaron la sugerencia como lo que
realmente era: un mandato apenas velado. La acogida de la mayoría de los
delegados al discurso fue, obviamente, positiva. Nabis, un reformador
revolucionario con un poder personalista en Esparta, no despertaba ninguna
simpatía entre los grandes propietarios que dirigían las instituciones de todos
los estados griegos. Sólo los etolios, exasperados con la política de Roma,
protestaron ante la cada vez más clara injerencia romana en los asuntos
griegos. Alejandro, el estratego etolio, trató de movilizar a los delegados
contra Flaminio.
Acusó a los romanos de
fraude, porque después de hacer ostentación del vacío título de libertadores,
estaban ocupando Calcis y Demetrias con sus guarniciones, cuando [los
romanos]... siempre objetaban que jamás sería libre Grecia mientras estuviesen
ocupadas... Los acusó de poner a Nabis como pretexto para mantenerse en Grecia
reteniendo allí el ejército. Que se llevasen a Italia sus legiones, y los
etolios garantizaban que Nabis retiraría de Argos su guarnición... Tito
Livio, 34. 23
La intervención de Alejandro levantó protestas entre los
asistentes, sobre todo entre los aqueos. Aristeno, estratego aqueo de nuevo
para ese año, respondió de una forma bastante brutal, reflejando la tradicional
hostilidad aquea contra los etolios.
Que [los dioses] no permitan
que Argos sea el premio en disputa entre el tirano [Nabis] y los salteadores
etolios... el mar que nos separa no nos defiende de esos piratas, Tito
Quincio... sólo tienen [los etolios] de griegos la lengua, igual que de hombres
sólo tienen la apariencia. Viven de acuerdo con unas costumbres y unas
prácticas más salvajes que las de cualquier bárbaro, peor incluso que las
bestias salvajes. Por eso os rogamos, romanos, que le quitéis Argos de nuevo a
Nabis y arregléis la situación de Grecia para que quede segura ante los
crímenes de los etolios. Tito Livio, 34. 24
Para satisfacción de Flaminio, el resto de la asamblea aplaudió el
discurso de Aristeno y abucheó a la delegación etolia, que terminó retirándose.
Se votó entonces, por unanimidad, la guerra contra Nabis y la movilización de
las tropas. El paralelo contemporáneo con la Primera Guerra de Irak, en
1990-1991, resulta llamativo. El ejército aliado se formó a partir de las dos
legiones romanas establecidas en Elatea, a las que se sumaron la totalidad de
las tropas aqueas y de otros estados griegos, incluida una fuerza procedente de
Macedonia enviada por el rey Filipo, ansioso por mostrarse amistoso con sus
antiguos enemigos. Las operaciones comenzaron casi inmediatamente, avanzando
los aliados hacia Argos. Animados por la noticia, algunos argivos trataron de
aprovechar el temor provocado por la proximidad de los romanos, sublevando a la
población contra la guarnición espartana. El intento fracasó por falta de apoyo,
y los rebeldes fueron ejecutados. Flaminio, admirado ante la fortaleza de las
murallas de la ciudad, ordenó acampar junto a ellas, esperando un nuevo
levantamiento que le permitiera tomar la ciudad sin combate, pero éste no se
produjo.
Ante la falta de movimiento en Argos, y enfrentado al sitio de una
ciudad de gran tamaño muy bien defendida, Flaminio reunió un consejo con los
líderes aliados. La gran mayoría defendieron que se iniciara el asedio, puesto
que el objetivo de la guerra no era otro que el de reconquistar la ciudad, pero
Aristeno propuso otro camino. Con un ejército tan grande como el que se había
reunido, era perfectamente posible, como hizo Antígono Dosón en 222, atacar
directamente Esparta y derrocar a Nabis. Eso conllevaría la recuperación
automática de Argos y la eliminación de la última tiranía en el Peloponeso. Por
supuesto Aristeno tenía claro que la desaparición de Nabis y la eliminación de
Esparta como potencia regional dejaría a la Liga Aquea como poder hegemónico en
el Peloponeso, el viejo sueño de Arato de Sición. Es posible que convenciera a
Flaminio de la relativa debilidad de las defensas de la capital espartana, que
no estaba totalmente amurallada, –lo que obligaría a Nabis a combatir casi en
campo abierto–, como una opción más sencilla que el asalto de una fortaleza tan
fuerte como Argos. Flaminio, aliviado ante la posibilidad de evitar un largo y
costoso asedio, aceptó la opción que proponía Aristeno. El campamento fue
levantado y el ejército se encaminó hacia Lacedemonia.
El avance no se vio obstaculizado, y se estableció un nuevo
campamento frente a Esparta, desde el que se empezó a saquear todo el
territorio circundante. A ese campamento comenzaron a acudir los exiliados
espartanos, los antiguos propietarios expulsados por Nabis, con el heredero del
trono espartano Agesípolis a la cabeza, que esperaban la caída del tirano para
hacerse con el poder y recuperar sus posesiones. Pero Nabis no había
permanecido ocioso, ni se dejó llevar por el pánico. Usando de los recursos que
había acumulado durante una década, contrató mercenarios en distintas partes y
movilizó a los ciudadanos, utilizando para ello todos los medios, sin ahorrar
el uso del terror. Fortificó sus ciudades, sobre todo la propia Esparta, que
había rodeado con empalizadas y fosos, y esperó el asalto romano.
Por entonces había llegado Lucio, el hermano de Flaminio, con la
flota romana, y poco después la armada de Éumenes, el heredero de Atalo de
Pérgamo, y la flota rodia. Esas fuerzas comenzaron a asediar Giteo, el
principal puerto de Lacedemonia. Flaminio, tras rechazar sin dificultades
algunos débiles contraataques de Nabis, decidió apoyar la acción de la flota,
moviendo su campamento hacia el sur, lo que provocó la rápida rendición de
Giteo. El tirano espartano comprendió entonces la inutilidad de la resistencia,
y solicitó la apertura de negociaciones a Flaminio, esperando, al menos,
mantenerse en el poder. En su defensa Nabis expuso que mantenía el control de
Argos llamado por los argivos, lo que era incierto, y tras un acuerdo con el
propio Flaminio, lo que sí era cierto. Pero la mayor parte de su discurso se
centró en defender la independencia de Esparta y la legitimidad de su poder,
dándonos unas trazas ideológicas sobre el movimiento popular de reforma en el
mundo griego.
La campaña contra Nabis de 195
Son, además, cargos contra mí el calificativo de tirano y algunos
hechos: el de llamar a los esclavos a la libertad, y el de llevar a los campos
a la plebe indigente... Por lo que se refiere al aumento del número de
ciudadanos con la liberación de los esclavos y el reparto de tierras entre los
necesitados... nuestro legislador no quiso que el estado estuviese en manos de
unos pocos... ni que prevaleciera una u otra clase social dentro de la
ciudadanía, sino que pensó que si se equiparaban la riqueza y la posición
social, serían muchos los dispuestos a empuñar las armas por la patria.
Tito Livio, 34. 31
De hecho, la tradición espartana clásica era la de igualdad
económica, y Cleómenes primero, y luego Nabis, intentaban restaurar esa antigua
camaradería, aunque luego se aprovecharan del poder personal que obtuvieron al
realizar las reformas. Esas ideas de igualdad, de acceso a la propiedad, se
propagaban en las clases populares de toda Grecia, como ya vimos en Mesenia o
la propia Liga Aquea y veremos más adelante en otros lugares. Un poema del
escritor cínico Cércidas de Megalópolis nos ilustra sobre este ambiente.
¿Por qué el cielo no ha
hecho pobre
al extravagante Jenón,
y dejado así en nuestro
provecho,
la riqueza que él malgasta
en cosas inútiles?...
¿Qué impediría que a este
usurero,
que moriría por una moneda,
que deja su dinero sólo
para volver a recogerlo...
el dios le quite su cochina
riqueza
y brinde una limosna efímera
al pobre que apenas come
y llena su copa en la fuente
común.
¡No hay duda, el ojo de la
Justicia ha sido cegado!
Todas estas ideas eran apoyadas, con una cierta carga demagógica,
por personajes como Nabis o Filipo de Macedonia, que veían así aumentado su
prestigio popular. De hecho, podían ser comprendidas sin dificultades por un
romano, que estaba más cerca de ellas de lo que podemos suponer, como podemos
ver en una carta de Filipo a una ciudad de Tesalia, en 215.
Es bueno que tantos como sea
posible compartan la ciudadanía, de modo que la ciudad sea fuerte y que los
campos no se hallen, como ahora, vergonzosamente despoblados... se puede
observar que otros también buscan ciudadanos, incluidas también las autoridades
de Roma, quienes admiten en la ciudadanía aun a los esclavos, una vez que los
han manumitido... de esta forma no sólo han engrandecido su propia ciudad, sino
que también han enviado colonias a casi setenta lugares.
No eran los libertos, sino los hijos de los libertos los que
obtenían los derechos ciudadanos, pero la política social romana era mucho más
flexible que la griega, y existía en Roma una tradición consolidada de arrendar
con bajas rentas parte de la tierra conquistada en Italia a los ciudadanos
menos favorecidos, y de crear colonias donde la tierra cultivable era repartida
entre los ciudadanos dispuestos a asentarse.
En cualquier caso, Flaminio en su respuesta a Nabis se centró
sobre todo en el tema de la ocupación de Argos, la causa esencial de la guerra,
y aunque siguió acusando a Nabis de tirano, terminó por ofrecerle un acuerdo:
Nabis retiraría del territorio de Argos todas sus guarniciones, devolviendo
todos los recursos económicos, incluidos los esclavos, que hubiera obtenido de
los argivos. Dejaría salir a las esposas e hijos de los exiliados espartanos,
desmovilizaría y despediría a todos sus mercenarios, entregaría su flota, y las
ciudades de la costa laconia serían independientes bajo la protección de Roma y
la Liga Aquea. Nabis pidió un tiempo para discutir la oferta con sus
consejeros. Inmediatamente se levantó un clamor en el campamento aliado, sobre
todo por parte de los aqueos. Se estaba perdiendo una oportunidad única de
destruir, definitivamente, la potencia espartana, lo que hubiera dado a la Liga
Aquea el control absoluto del Peloponeso. También los exiliados espartanos y
los atenienses protestaron, aunque sus voces no fueron escuchadas. Flaminio se
negó a volverse atrás. Aristeno, en un último intento, trató de convencer a
Nabis de que se uniera a la Liga Aquea.
Aristeno alternaba las
advertencias a Nabis con ruegos de que velase por sí mismo y por sus propios
intereses mientras era posible, mientras tenía la oportunidad. Después comenzó
a citar los nombres de los tiranos de las ciudades vecinas que, tras abandonar
el poder y devolver la libertad a sus conciudadanos, habían pasado una vejez no
sólo tranquila, sino respetada entre sus compatriotas. Tito Livio, 34. 33
Pero Nabis bien pudo recordar los casos de Lidíades de
Megalópolis, muerto en combate tras ser abandonado por Arato en el frente de
batalla, o de Aristómaco de Argos, que fue ejecutado entre torturas tras
desertar de la Liga para aliarse con Cleómenes de Esparta. El espartano rechazó
la oferta de Aristeno y volvió a su ciudad. Pero tras presentar en la asamblea
las condiciones romanas para terminar la guerra, éstas fueron rechazadas, sobre
todo por aquellos que se habían visto más favorecidos por las reformas
revolucionarias de Nabis. La guerra continuaría. Para Tito Flaminio la
respuesta de los espartanos fue una sorpresa y una contrariedad. Tomar Esparta,
defendida por tropas numerosas y dispuestas a todo, implicaría tiempo, y eso
era precisamente de lo que no disponía. El año avanzaba, y con el invierno se
acercaba el momento en el que el senado decidiría quién debía hacerse cargo del
mando en Grecia. Flaminio sabía que, con la amenaza de Antioco de Siria en el
horizonte, surgirían muchos candidatos al puesto, por lo que necesitaba
establecer la paz con Esparta para volver a Roma y obtener el honor de un
triunfo. Si la guerra no terminaba pronto, otro general podría rematar su obra,
y su gloria quedaría desplazada.
Se lanzó un asalto, pero fue rechazado en las mismas calles de la
ciudad. Se estaban reorganizando las tropas para un nuevo ataque, sin muchas
esperanzas, cuando Nabis envió de nuevo parlamentarios, dándose cuenta de la
inutilidad de su resistencia. Al mismo tiempo llegaron mensajeros con la
noticia de que los argivos, por fin, se habían sublevado contra la guarnición
espartana y la habían expulsado de la ciudad. Nabis, ante esto, aceptó sin
condiciones la oferta original de Flaminio. Éste, cada vez más apremiado, la
confirmó. Se enviaron inmediatamente embajadas a Roma para que el senado
revalidara el acuerdo obtenido.
Nabis había sido finalmente derrotado, pero para los aqueos la
victoria fue amarga. Macedonia, derrotada, había abandonado toda esperanza de
ejercer una tutela sobre Grecia, las relaciones con Roma eran más sólidas que
nunca, Argos volvía a la Liga, y Esparta, despojada de sus ciudades costeras, quedaba
reducida a la impotencia. Pero como Sadam Husein tras la Guerra de 1991, Nabis
seguía en el poder y se mantenía una Esparta independiente, por lo que la
amenaza no había desaparecido del todo. Los aqueos se sentían un poco
desconcertados ante el cambio en la postura de Flaminio, tan agresivo al
iniciarse la campaña, pero está claro que el romano estaba actuando,
fundamentalmente, dentro del marco político interno de Roma. No comprendieron,
en ese momento, la urgencia de Flaminio por firmar la paz, ni el que los
romanos no interpretaban la política griega de acuerdo a los conceptos
políticos griegos.
Flaminio se retiró a Elatea, preparando la vuelta a Roma. Mientras
invernaba allí recibió, a principios de 194, el decreto del senado sobre sus
acciones. Se ratificaba la paz con Esparta. No se nombraba ningún general para
Grecia, puesto que, a pesar de la amenaza de Antioco, no existía un estado de
guerra. Flaminio conduciría de vuelta a Italia al ejército, evacuando las
fortalezas ocupadas en Grecia. La decisión fue un triunfo total para Flaminio,
a pesar de que hubo problemas serios en Roma. Publio Cornelio Escipión
Africano, el vencedor de Aníbal, había presentado su candidatura al consulado,
ganándolo, con la expectativa de ser nombrado general en Grecia ante una
posible guerra con Antioco de Siria. Esa fue la causa de la urgencia de
Flaminio para liquidar la guerra con Nabis. En cualquier caso, sus amigos en
Roma utilizaron hábilmente la desconfianza que el senado sentía hacia Escipión,
demasiado ambicioso, para hacer rechazar sus pretensiones. El honor del triunfo
en Roma estaba definitivamente conseguido.
Al empezar el año 194 Flaminio se dispuso a volver a Roma como
triunfador de Grecia. Durante cuatro años había gobernado a los griegos apoyado
por las legiones, buscando la gloria de liberar al país cuya cultura había
estudiado y admirado desde su infancia. Había servido a los intereses de Roma,
asegurando sobre bases sólidas el poder de la República, pero a la vez sentía
el sincero orgullo de haber protegido la sede de la más alta civilización de su
tiempo. Pasó ese invierno como juez supremo, disponiendo los asuntos de Grecia
desde su campamento en Elatea, ordenando los territorios que hasta entonces
había dominado Filipo.
Al principio de la primavera convocó una asamblea general de las
ciudades aqueas en Corinto. El recibimiento fue muy cálido, pero desde el
principio se notó el malestar debido a la forma de liquidar la campaña del año
anterior y el fracaso en el objetivo de derrocar a Nabis de su poder en
Esparta. Esa indignación se dirigía no tanto contra Flaminio y los romanos como
hacia el gobierno de la Liga, en manos del partido pro romano de Arísteno, al
que se culpaba de haber permitido la supervivencia del tirano espartano. Esto
daría a Filopemen de Megalópolis la oportunidad de regresar a la primera línea
de la vida política aquea.
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