Los correos
partieron de Babilonia en todas las direcciones y muy pronto el mundo se quedó
atónito ante la noticia de la muerte de Alejandro. Un acontecimiento que nadie
esperaba y para el que nadie estaba preparado. Alejandro no había cumplido aún
los treinta y tres años y ni siquiera él esperaba morir. Prueba de ello es el
hecho de que hasta el final siguió reuniendo al Estado Mayor y preparando la
expedición a Arabia. Corno hemos adelantado, solamente un año antes durante el
asalto a la fortaleza de los malios, una población del actual Pakistán, había
sido herido gravemente en un pulmón y su vida pendió de un hilo durante tres
meses. También entonces el ejército había pretendido verlo porque no creía ya
en las palabras de sus compañeros, que aseguraban que seguía con vida.
Alejandro tuvo que pasarles revista a caballo sosteniéndose a duras penas
sobre la silla.
Por desgracia para él, y cabría decir que para el
mundo, esta vez su físico no aguantó y su gigantesca obra quedó incompleta. Ya desde entonces la gente se preguntó sobre
las causas de la muerte de un joven que parecía inmortal, que había sobrevivido
a muchas y graves heridas, que había afrontado esfuerzos inmensos y excesos no
menos perjudiciales para su organismo. En diez años de campañas ininterrumpidas
había recorrido a pie y a caballo diecisiete mil kilómetros, atravesado
cadenas montañosas consideradas infranqueables, afrontado situaciones
climáticas extremas: las arenas ardientes de los desiertos africanos, las
estepas de Oriente Medio, las cimas nevadas del Hindu Kush,
las interminables
lluvias monzónicas de la India. Había caído enfermo varias veces, pero siempre
se había recuperado. Parecía que nada pudiera doblegarle. Por tanto, enseguida
se pensó en el veneno.
Diodoro, cuyas fuentes son múltiples
y no siempre identificables, refiere que, según algunos, Alejandro habría sido
envenenado por orden de Antípatro, su lugarteniente en Europa.1 El
rey, en efecto, había encargado a Crátero traer de vuelta a la patria a los
soldados licenciados y transmitirle a Antípatro la orden de reunirse con él
en Babilonia con un nuevo ejército reclutado en Macedonia y en Grecia. La orden podía sonar extraña. ¿Por qué
no confiar a su virrey en Macedonia un encargo tan banal como un simple traslado de
tropas? Antípatro sabía muy bien que la reina madre Olimpia-de lo odiaba y
escribía continuamente cartas al hijo para quejarse de las humillaciones que
recibía de él. No cabía, pues, excluir que el rey quisiera contentar a su madre
sacrificando al viejo y siempre fiel general. El veneno habría viajado
oculto en el casco de un mulo, el único receptáculo adecuado para aquella
sustancia corrosiva, y habría sido llevado por Yolas, el hijo de Antípatro, o
por su otro hijo, Casandro. Se trataría de un veneno de acción lenta para no
despertar sospechas. Una fuente muy tardía, Paulo Orosio, acepta incluso la
hipótesis del veneno atribuyendo la muerte de Alejando a la acción de la
sustancia tóxica.2 Alejandro, dándose cuenta de ello, habría
tratado de vomitar y uno de sus compañeros, para ayudarle, le habría hecho
cosquillas en la garganta con una pluma impregnada también de veneno. Tal
habladuría identificaba incluso a Aristóteles como la persona que había
aconsejado esta acción a Yolas. El móvil habría sido la intención de castigar a
Alejandro por haber hecho dar muerte a su sobrino Calístenes.
En realidad, la mayoría
de las fuentes antiguas, incluidas las más fiables, rechazan la hipótesis como
improbable, aunque no están en condiciones de explicar las causas de la muerte
de Alejandro. Nosotros los modernos, pudiendo contar con el informe médico de
la corte que es presumiblemente exacto, podemos por el contrario intentar un
diagnóstico, porque nuestros conocimientos científicos son inmensamente más
avanzados que los de los médicos de Alejandro.
Los modernos, al igual que los antiguos, están divididos
entre quienes (pocos) creen en el veneno y quienes (los más) piensan en una
causa natural. Hace más de veinte años, una biografía de Alejandro de Mario Attilio
Levi incluía en
el apéndice el análisis del profesor Antonio Pecile, el cual ilustraba las
características toxicológicas del anhídrido arsénico, un compuesto de arsénico
conocido en la Antigüedad.3 El arsénico, en contacto con la humedad
del aire, puede dar origen al anhídrido arsénico, que tiene el aspecto de un
polvo blanco impalpable, de hecho inodoro y casi insípido, fácil por tanto de
confundirse en los alimentos y en las bebidas de sabor más intenso. En pequeñas
dosis, entre los cuarenta y los sesenta miligramos, produce síntomas no muy
evidentes. En dosis más elevadas, entre los sesenta y los ciento veinte
miligramos, produce reacciones más violentas con vómitos y diarrea y conduce
en un tiempo bastante breve a la muerte. Por lo que se refiere a nuestro caso,
se trataría de un suministro reiterado que habría provocado un «efecto de
caída», es decir, de acumulación progresiva.
El profesor Pecile no
afirma que Alejandro muriera envenenado con arsénico, pero es evidente que
considera la posibilidad a partir de los síntomas referidos por las fuentes.
En particular, le parece que la aparición de fiebre alta es propia del
envenenamiento con arsénico, a menudo confundido con una infección. Además,
considera que una cierta remisión de los síntomas entre el tercer y el cuarto
día de la aparición del primer malestar es propia de ese tipo de envenenamiento.
Los vómitos y la diarrea pueden, en efecto, expeler buena parte del veneno y
dar la impresión de que el paciente está mejor. A veces se producen incluso
manifestaciones de una cierta euforia. El suministro de otras dosis lleva, sin
embargo, a agravarse la patología también con episodios de delirio y luego a
la muerte.
En el caso en cuestión,
esta hipótesis parece poco convincente. En primer lugar, es necesario tener en
cuenta que Alejandro había descubierto ya al menos dos conjuras y por tanto el
riesgo mortal de un intento posterior debía disuadir a cualquiera: ¿para qué
afrontar el riesgo de ser descubiertos y torturados hasta la muerte cuando en
el fondo la vida con Alejandro deparaba a sus compañeros más ventajas que
desventajas? Sin contar que muchos de sus amigos le querían y le eran
sinceramente fieles. Nuestras fuentes, además, no hacen referencia a vómitos ni
a diarrea alguna y tampoco hablan de delirio, sino simplemente de un dolor
imprevisto y tan agudo como para hacer gritar a Alejandro, después una fiebre
cada vez más alta hasta el coma y, finalmente, la muerte.
Existe también otra
hipótesis de envenenamiento debida, se supone, a la ingesta en dosis excesivas
de eléboro, una sustancia usada en la Antigüedad contra muchos males, que
resulta tóxica si se toma en dosis excesivas. La hipótesis es puramente
especulativa y de hecho infundada, poco más que un hallazgo periodístico.
Pero entonces, ¿qué
mató a Alejandro? Hay más de una hipótesis.
Según algunos, habría
contraído un tipo de malaria perniciosa mientras navegaba por las zonas
pantanosas del sur. Pero ¿cómo es que ningún otro de sus compañeros que le
siguieron contrajo la enfermedad? Otros piensan también que Alejandro habría contraído la infección
años antes en Asia Central y que la última recaída habría sido fatal para él,
debilitado como estaba tanto por las fatigas soportadas en diez años de campañas
como por los desórdenes a los que se había entregado en Babilonia. Se trata de
teorías verosímiles, pero no demostrables.
Otra hipótesis fue
recientemente aventurada por Philip A. Mackowiak, director del Departamento de
Medicina del Baltimore
Veterans Affairs Medical Center, en el
marco de una curiosa investigación4 que emprendió para tratar de
desvelar las causas de la muerte de personajes famosos del pasado: desde
Herodes el Grande hasta Mozart, pasando
por Pericles, Alejandro
o Napoleón. En particular, lo que habría causado la muerte del caudillo macedonio
habría sido una fiebre tifoidea. También en este caso el tifus habría
provocado una fuerte diarrea y vómitos, mientras que estos síntomas no resultan
de las fuentes. El diario de la corte refiere unas comidas ligeras tomadas por
Alejandro, pero no dice nada más. La única alusión al vómito es la ya mencionada
que habría sido provocado por una pluma y que no hace al caso.5
El doctor J. S. Marr del Departamento de Cardiología de Richmond, Virginia, señaló un
testimonio de Plutarco6 que cuenta otro presagio de infortunio: mientras
Alejandro se encontraba en las cercanías de Babilonia, vio a un grupo de
cuervos agredirse unos a otros y algunos caer muertos a sus pies. Un fenómeno
también este totalmente natural y que el doctor Marr interpreta como una infección aviar
del virus West Nile, transmitido
por los mosquitos a los pájaros y de estos, quizá, a los humanos. Aunque
confinado en un área al oeste del Nilo, el virus se difundió también a otras
zonas y el doctor Marr tuvo ocasión de observarlo también en Estados Unidos.
El comportamiento de los pájaros infectados era como el descrito por Plutarco,
pero en caso de transmisión del virus a seres humanos, provoca una fiebre
altísima que a su vez produce encefalitis, que conduce en algunos días a la
pérdida de la vista y el habla, luego al coma y, finalmente, a la muerte.
Las observaciones del
doctor Marr son bastante convincentes y coinciden en parte con la
sintomatología descrita por nuestras fuentes. Además, el detalle de los cuervos
que caen muertos a los pies de Alejandro es muy sugestivo, pero también aquí
nos encontramos ante una grave enfermedad infecciosa que habría tenido que
contagiar a otros, hecho del que no hay ningún indicio en el testimonio de los
textos antiguos. El propio doctor Charles Calisher, que se ha dedicado a la investigación
junto con Marr, declara que este diagnóstico no puede hacerse con precisión y
que la encefalitis es una hipótesis como otra cualquiera.
Lo que provocó la
muerte de Alejandro, en suma, tiene que ver con él y nada más que con él.
Volvamos entonces a
la descripción de Diodoro.
Alejandro pasó una
jornada de intensos festejos comiendo y bebiendo sin medida, y cuando se
dispone a retirarse exhausto, llega un enviado de parte de su amigo Medio que
le invita a otra fiesta en su casa: Alejandro acepta y continúa con la
francachela incluso durante la noche siguiente. En un momento dado se toma de
un trago la «copa de Heracles», o sea, una enorme jarra de vino sin mezcla de
agua. Inmediatamente después grita como si hubiese recibido un golpe fortísimo
y es llevado en volandas por los amigos a sus habitaciones, donde lo ponen
sobre el lecho; pero el dolor más que disminuir va en aumento, y se decide
llamar a los médicos.
Es a partir de este
episodio, en nuestra opinión, y no de otro cuando se inicia el decurso de la
enfermedad mortal de Alejandro. Es muy interesante lo que cuenta Plutarco al
respecto. En el intento de refutar ese testimonio, lo cita de modo aún más
preciso de lo que lo hace Diodoro: «Y empezó a sentir calentura. No es cierto
que hubiera tomado la copa de Heracles, ni que le hubiera entrado
repentinamente un gran dolor en la espalda (u£iá9p£VOv), como si le hubieran
traspasado con una lanza, porque estas son circunstancias que creyeron algunos
que deben añadir, inventando este desenlace trágico y patético, como si fuera
el de un inmenso drama. Aristóbulo dice sencillamente que le dio una fuerte
fiebre, y que teniendo una gran sed bebió vino y que por eso entró en delirio y
murió».
La fuente que
Plutarco pretende refutar probablemente sea la misma que Diodoro en cambio
acepta y que habla de un dolor semejante a una lanzada. Para nosotros, en
cualquier caso, el testimonio de Aristóbulo citado por él como fiable no tiene
sentido. Para él la causa de la muerte es el hecho de que Alejandro bebe vino para aplacar la sed
que le produce la fiebre, pero no se pregunta por qué tenía fiebre. Por otra
parte, Aristóbulo era ingeniero y no médico.
Así pues, si en
cambio damos por bueno el hecho del dolor imprevisto y fortísimo como una
lanzada en la espalda, hay que pensar en un suceso acaecido y traumático
extremadamente doloroso que posteriormente habría producido la fiebre alta.
Este síntoma, es decir, la sensación de sentirse traspasado por una hoja, ha
sido descrito exactamente de ese modo por los pacientes que sufren una
pancreatitis aguda. Con toda probabilidad fue esta la patología que llevó a la
muerte al soberano macedonio y la hipótesis ha sido sostenida por diferentes
autores, entre ellos, recientemente, C. N. Sbarounis7 del
Hippokration Hospital de Salónica. Veamos cómo.
Durante los festejos
del primer día, Alejandro come y bebe sin medida, se podría decir que hasta el
límite de lo que es posible aguantar; tanto es así que se siente exhausto y
quiere acostarse, pero llega la invitación de Medio y es incapaz de resistirse
a ella. Continúa, por tanto, ingiriendo comida en cantidades exageradas y toma
vino sin mezcla de agua en abundancia, y al final la última bravata: la copa de
Heracles. Ya estimulado en exceso en la actividad enzimática en ese momento, el
páncreas se licúa y el jugo pancreático, más que verterse en el duodeno, se
expande por la cavidad peritoneal y la
agrede. He aquí el dolor desgarrador como una punta de lanza que penetra en la
carne. La percepción del dolor en la espalda se explica por el hecho de que el páncreas tiene una
ubicación retroperitoneal y, por
consiguiente, el dolor se percibe más hacia la espalda que hacia la pared
anterior del abdomen. La consecuencia casi inmediata es la de una peritonitis
aguda, pero luego, con el paso de los días, las enzimas del páncreas atacan
también el intestino perforándolo, de modo que su contenido se derrama en la
cavidad abdominal provocando una infección devastadora, de ahí la fiebre altísima
que no le da tregua. Al final se produce la pérdida del habla, el coma y la
muerte.
Otra hipótesis
verosímil podría ser la rotura de la vesícula biliar, que coincide con el
fortísimo dolor en el costado derecho, y una ictericia evidente. Sin embargo,
no se ha encontrado rastro de ello en las fuentes; es más, su colorido siempre
se describe como rosado e inmutable incluso después de la muerte. Puede ser un
detalle hagiográfico, pero puede ser también una observación realista.
Un investigador
inglés, W.W.Tarn, ha dicho de Alejandro: «Al final murió de una enfermedad que
habría podido perdonarle si él hubiese sabido perdonarse alguna vez a sí
mismo».8 Nada más cierto si consideramos que la causa de su muerte
fue la que acabamos de describir. El caudillo macedonio se venía entregando
desde los dieciséis años a desórdenes inauditos, esfuerzos sobrehumanos,
heridas y traumas de todo tipo, no solo físicos sino también psicológicos. Un
comportamiento más mesurado le habría evitado probablemente la muerte. Al
menos ese tipo de muerte.
Por lo que sabemos,
durante las campañas militares
Alejandro era de hecho muy austero, en el comer, en el beber y quizá
también en el sexo. La tensión emocional y el estrés le mantenían concentrado
solamente en el objetivo. Esa tensión debía de ser tan espasmódica que, cuando
cesaba, todos los frenos inhibidores desaparecían y perdía de hecho el control
de sí mismo.
Es famosa la anécdota
presente en la mayor parte de las fuentes, y por tanto presumiblemente
verídica, que refiere sus últimas palabras. Siendo evidente que ya no se
recuperaría, Pérdicas le habría preguntado: «¿A quién dejas tu reino?».
Alejandro le habría entregado su anillo ron el sello real respondiendo: tw kratistw, que
significa «al mejor» pero también «al más fuerte».
Una
respuesta ambigua como quien la había pronunciado.
1.
Diodoro, XVII, 118: «Así, por medio de su propio hijo que era el
copero del rey, envenenó a este». El Pseudo Calístenes, III,
31, se remite probablemente
a la misma fuente con una variante: el hijo de Antípatro entrega el veneno a
Yolas, copero de Alejandro.
2. Orosio, III, 20, 4, atribuye sin embargo el envenenamiento de
Alejandro «a un ministro suyo cuya avidez él no había sabido castigar
adecuadamente».
3. Levi, 1994, pp. 415-417.
4.
Mackowiak, 2007.
5.
Pseudo Calístenes, op. cit.
6. Marr, Calisher, 2003, mencionan escrupulosamente
todas las hipótesis anteriores confrontándolas con los síntomas descritos por
las fuentes, optando al final por una
infección de West Nile encephalitis
virus. En particular, basándose en Plutarco, Alejandro, 73,2: «Cuando ya
tocaba las murallas vio muchos cuervos que peleaban y se herían unos a otros,
de los cuales algunos cayeron donde estaba», por cuanto el virus pudo infectar
a los pájaros y estos a los hombres por medio de la picadura de los mosquitos.
7. Sbarounis, 1997.
8.
Tarn , 1970.
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