El período de la historia de Atenas llamado «siglo de oro de
Pericles» constituye el período de más alto florecimiento económico, político y
cultural de aquel Estado, por lo cual su estudio atrae, desde hace mucho, la
atención de los hombres de ciencia. En la historiografía de otros países, ese
estudio se ha regido a menudo por modalidades tendenciosas, proclives a
modernizar la vida económica y social de esa época; y tales tendencias
engendran frecuentemente una directa falsificación del material histórico.
Se
sobrentienden que tales modalidades falsifican la realidad histórica. Esta
manera de encarar tendenciosamente la historia de la Grecia antigua ya se
manifestó plenamente hacia finales del siglo xix,
en las obras de los más destacados representantes de la historiografía
burguesa alemana: Duncker, Iu, Schwartz, R. Pelman, E. Meier y otros. Por
ejemplo, E. Meier afirma que los pueblos antiguos pasaron por las mismas etapas
de desarrollo que los países europeos durante la Edad Media y los tiempos
modernos. Al período histórico reflejado en el epos homérico, lo denomina «Edad
Media griega». A partir de los siglos viii-vii a. C., Grecia —según su
criterio— inició la etapa del desarrollo que en el siglo v la llevó al capitalismo, en todas las
particularidades que le son propias. De esta manera, E. Meier divide la
historia de la humanidad en ciclos, cada uno de los cuales termina con el
capitalismo que, en su opinión, constituye la etapa más alta que da fin al
desarrollo.
Este
punto de vista fue íntegramente tomado por R. Pelman y por Iu Beloch, quienes
también afirmaban que Grecia, en el siglo v
a. C., era «un país capitalista». Ciertamente, al lado del expuesto punto
de vista, existía otro, vinculado al nombre del economista e historiador
burgués K. Bücher, quien, a diferencia de E. Meier, consideraba que, a lo largo
de toda la época antigua, imperó en Grecia la economía doméstica cerrada
(oikos), en que la vida económica de la sociedad tenía por base a la familia,
la casa. El problema principal de la producción, en opinión de Bücher, se
reducía a la satisfacción de las necesidades de la familia ensanchada por la
inclusión en su seno de los esclavos y de la «servidumbre de la gleba», y que
el comercio no desempeñaba ningún papel de importancia. Lo común en los puntos
de vista de E. Meier y de K. Bücher, que encontraron no pocos partidarios, es
que ambos, en sus definiciones de la economía de la antigüedad, no parten del
Modo de Producción que fundamenta la realidad histórica de las relaciones
sociales, sino del desarrollo del intercambio que tratan muy arbitrariamente.
En
nuestro días, las ideas de Bücher casi han perdido ya su influencia sobre la
historiografía burguesa, y el punto de vista de E. Meier y sus modalidades
modernizadoras han sido, en mayor o menor grado, heredadas. La utilización, en
las obras dedicadas a la historia de la antigua Grecia, de categorías y
términos correspondientes a las épocas feudal y capitalista, desconociendo al
mismo tiempo las particularidades históricas del régimen esclavista, son
igualmente características también para el historiador de Munich, Bengtson, y
para el catedrático florentino Gianelli, para el francés Cloché y para el
inglés Freeman. Incluso puede percibirse cierta influencia de esta orientación
en las obras de hombres de ciencia ingleses, progresistas, ubicados en las
posiciones del marxismo, como John Thompson Watson. Pero las modalidades de
tendenciosa modernización son especialmente características de algunos
historiadores norteamericanos. Por ejemplo, en The ancient Greeks, libro
de W. Prentice, catedrático de la Universidad de Princetown, de los EE. UU., la
caracterización de la Atenas del siglo v
a. C. como de un Estado capitalista es más intensa aun que la hecha por E.
Meier. En ese libro, Prentice escribe acerca del desarrollo «industrial» de
Atenas, que condujo a dicha ciudad no sólo hacia el capitalismo, sino hacia la
dominación política de los ciudadanos, a los que compara con el actual
proletariado. Se sobreentiende que Prentice silencia el carácter esclavista de
la democracia ateniense a la que, a fin de cuentas, define como una «dictadura
del proletariado» peculiar, por la cual siente un odio feroz. Escribe Prentice:
«El triunfo completo de la democracia en la Atenas del siglo v a. C., representaba el ilimitado
poder del más amplio grupo de electores, los más irracionales, más fanáticos y
más irresponsables.»
En
la historiografía norteamericana contemporánea existe otra orientación más, que
aprovecha en no menor grado las modalidades de modernización tendenciosa de la
historia antigua y la falsificación de los hechos históricos. Los
representantes de esa orientación (Marsh, Cramer, Zimmern y otros), idealizando
omnímodamente el régimen político de los antiguos atenienses del tiempo de
Pericles, pintan el Estado capitalista norteamericano como heredero directo y
continuador de las tradiciones de la antigua democracia y hablan de «la gran
misión histórica de la democracia norteamericana». Para «fundamentar» esta
tesis singular, Marsh, por ejemplo, en su libro Modern Problems in the
ancient World, publicado en 1942, compara sin reservas a los desocupados
norteamericanos con los productores directos de la antigua Grecia que habían
perdido su trabajo, e intenta explicar la aparición de la potencia marítima de
Atenas con el afán del gobierno ateniense de «liquidar el desempleo»; y Zimmern
desenvuelve todo un programa de la «expansión democrática de USA», remitiéndose
a la experiencia de los antiguos atenienses, para «evitar errores que habían
resultado fatales para el experimento de Atenas».
Resulta
así que la modernización de las relaciones económico-sociales y políticas de la
antigüedad es aprovechada, como antes, para probar tales o cuales doctrinas,
muy lejanas por su contenido de la historia antigua. La diferencia a este
respecto entre los hombres de ciencia burgueses actuales, y sus predecesores
del siglo xix, reside no tanto en
las nuevas modalidades, como en el carácter de las exposiciones que tratan de
fundamentar mediante un empleo arbitrario del material de la historia antigua.
Los historiadores marxistas, principalmente, se hallan en otro camino.
Cuando
Carlos Marx escribió acerca del elevadísimo florecimiento interior de Grecia,
que coincidió con la época de Pericles, tenía presente el florecimiento de la
economía esclavista y de la antigua cultura esclavista. En vinculación con
ello, cabe recordar las expresiones de Engels, notables por su profundidad,
sobre el papel desempeñado por el esclavismo en el desarrollo histórico de la
sociedad antigua: «Nada más fácil que descargarse con todo un torrente de
frases comunes acerca del esclavismo, etc., derramando una ira de elevada moral
sobre tales oprobiosos fenómenos... Y, ya que hemos comenzado a hablar de esto,
hemos de decir, por contradictorio y hereje que ello parezca, que la
introducción del esclavismo en medio de las condiciones de aquel entonces
constituyó un gran paso hacia adelante.» Un poco antes, anota Engels: «Sólo el
esclavismo hizo posible la división del trabajo en escala más grande, entre la
agricultura y la industria, creando de esta manera las condiciones para el
florecimiento de la cultura del mundo antiguo, para la cultura griega. Sin el
esclavismo no hubiera habido ni Estado griego ni arte ni ciencias griegas; sin
el esclavismo no hubiera habido tampoco ningún Estado romano.»
Por
todo ello, hay que considerar el florecimiento de la vida económica, política y
cultural de Atenas y de toda Grecia, a mediados del siglo v a. C., en
relación indisoluble con la marcha general del desarrollo económico-social de
la sociedad griega de aquella época.
Las
peculiaridades históricas de este desarrollo pueden ser ilustradas y
confirmadas mediante una serie de datos de la historia de la economía agrícola
de aquel tiempo y del desarrollo de las actividades artesanales y comerciales
en Atenas y otras ciudades de Grecia.
1. La economía rural
Las
condiciones del desarrollo económico en las diversas regiones de la antigua
Grecia eran sumamente heterogéneas. Mientras en algunos lugares los oficios y
el comercio comenzaron a desarrollarse relativamente pronto, en otros se
mantuvieron al nivel de la agricultura y ganadería primitiva. Sin embargo, en
adelante la economía rural no perdió su valor y significación. Incluso, en
regiones tales como el Ática, en la que el suelo era poco apto para la
agricultura, y en cuya ciudad principal —Atenas— se habían desarrollado
relativamente temprano los oficios y el comercio, la economía rural desempeñó
siempre gran papel y la situación de un agricultor era considerada como una de
las más honrosas. Muchas comunidades de la Grecia del siglo v permanecían siendo, en lo fundamental,
comunidades agrícolas. En las mismas se sentía hostilidad hacia el comercio y
hacia los oficios, por cuanto el desarrollo de éstos perturbaba la igualdad de
los miembros de la polis y los antiguos pilares de la moral tribal. Entre las
regiones agrícolas de Grecia hay que señalar, en primer lugar, a Beocia,
Tesalia y Esparta, y luego a la Argólida.
La
existencia de grandes propiedades territoriales puede hacerse constar,
probablemente, sólo en Tesalia. Según el testimonio de Demóstenes (quizá, no
muy fidedigno), unos cuantos latifundios tesaliotas estaban en condiciones de
armar por su cuenta un gran destacamento de hoplitas mercenarios. Había pocos
campesinos libres en Tesalia; los productores básicos eran allí los penestai,
fijados a sus parcelas.
El
territorio de Esparta era considerado propiedad del Estado y distribuido entre
los ciudadanos que gozaban de plenos derechos, miembros de la comuna de
«iguales». Las parcelas de los espartanos apenas si podían superar, por término
medio, las quince hectáreas. De esta manera, y si no se cuenta a los reyes, que
poseían tierras también en los distritos de los periecos, y a algunas familias
de más rancio abolengo, en Esparta predominaba más bien la propiedad rural
mediana.
En
la Atenas del tiempo de Solón, un pequeño propietario o un tete, podía recoger
de sus tierras, según parece, no más de 200 medimnos, esto es, unos 104
hectolitros de granos, o 79 hectolitros de vino o aceite. Un zeugita poseía
aproximadamente tres o cuatro hectáreas de viñas, o de doce a veinte hectáreas
de tierra de labranza; las economías mixtas (de cereales y de huertos) apenas
si superaban las diez hectáreas. Las finca más grandes, que daban hasta 500
medimnos, no superaban las 30-50 hectáreas. Posteriormente, al pasar del censo
agrícola de Solón al censo monetario, el dueño de una de estas fincas podía
convertirse en propietario de un talento, y la cantidad de ciudadanos de esta
clase no era, sin embargo, muy grande.
Así,
pues, en Atenas predominaba, incondicionalmente, en el siglo v a. C., la pequeña propiedad
agraria. A mediados del mismo siglo no era posible contar con un millar de
ciudadanos, siquiera, que estuviesen en condiciones de comprar y mantener un
caballo para prestar servicios en la caballería. Hay que descontar también el
hecho de que sólo la cuarta, o aun la quinta parte del suelo ático, podía ser
aprovechada para los cultivos gramíneos, en virtud de lo cual la producción
propia de cereales en Atenas no alcanzaba a satisfacer las necesidades de la
población, que iba en aumento. Carecemos de datos acerca de la importancia de
cereales a Atenas en el siglo v,
pero en el siglo iv entraban en el
Pireo anualmente cerca de 800.000 medimnos de cereales importados, al tiempo
que la producción general de la propia Ática en el mismo período no superaba
los 427.000 medimnos, cantidad esta última que no podía satisfacer las
necesidades de más de 70.000 personas.
Las pequeñas y medianas
propiedades agrarias
En
todas las ciudades-Estado griegas se atribuía gran valor a la agricultura. En
las polis en que el poder se hallaba en manos de los oligarcas, la población
libre tenía limitados sus derechos, los pequeños agricultores sostenían una
lucha encarnizada por la conservación de sus parcelas. El temor a las
conmociones sociales obligaba a menudo a los gobernantes a hacer concesiones.
Además, cuando los campesinos se arruinaban disminuía la capacidad beligerante
de la polis, por cuanto la masa de la milicia civil en muchísimas comunas
griegas se componía de campesinos que se armaban por su propia cuenta. En
cambio, en las polis en las que el gobierno era democrático, la conservación de
las posesiones rurales pequeñas y medianas era dictada por los intereses de la
mayoría de los ciudadanos. Precisamente con esto se explica, en grado
considerable, la presencia en algunas polis de un control estatal sobre el
sistema de posesión de tierras. Aristóteles dice a este respecto lo siguiente:
«Para formar una clase campesina de la población dentro de un Estado son,
indiscutiblemente, necesarias y útiles algunas disposiciones legales elaboradas
en los tiempos antiguos en muchos Estados...» Aristóteles tiene aquí presente
la prohibición de adquirir en propiedad terrenos de extensión superior a las
parcelas establecidas. En otras oportunidades se permitía adquirir terrenos en
propiedad, sólo partiendo desde cierta distancia y en dirección hacia la ciudad
y hacia la acrópolis. En algunas polis se conservaba durante un tiempo
prolongado la prohibición de vender las parcelas primitivas (cleros). El mismo
objeto perseguía la ley atribuida a Oxilos (legendario rey de la Elida), según
la cual era prohibido hipotecar y tomar en hipoteca cierta y determinada parte
de la parcela.
Uno
de los métodos que se practicaba en Atenas, con el fin de conservar la mediana
y pequeña propiedad de la tierra, era la expedición de cleruquías. Durante el
período de la primera Liga marítima ateniense pertenecían a Atenas ciertas
extensiones en los territorios de las ciudades aliadas, las cuales eran
entregadas a los clerucos atenienses. Por una parte, esto permitía la
disminución de la población más indigente en el Ática, y los emigrados,
asegurados con una buena parcela, formaban en el territorio subyugado una colonia
militar; por otra parte, de esta manera se mantenía un control político y
militar del Estado ateniense sobre las comunas aliadas. Ciertamente, no siempre
desempeñaron ese papel los pequeños agricultores que labraban la tierra por sus
propias manos; en períodos posteriores de la colonización, los clerucos podían
vivir en Atenas arrendando su parcela a terceros.
Agricultura y horticultura
Tesalia,
Beocia, la llanura comprendida entre Corinto y Sición, y una serie de regiones
del Peloponeso —Elida, Argólida, Laconia, Mesenia— eran consideradas las
regiones más fértiles de Grecia. En las mismas cobró gran desarrollo la
agricultura y el cultivo de las gramíneas, en especial el trigo, mijo y cebada.
En
las regiones poco fértiles de la Grecia europea, los inconvenientes para el
desarrollo de la agricultura estaban constituidos por la pobreza del suelo, la
escasez de riego, la tala de bosques y la creciente competencia de los cereales
importados que hacía bajar los precios del cereal local.
En
estas regiones se observa el desarrollo de cultivos tales como los del olivo y
la vid. Desde los tiempos más tempranos, la olivicultura estaba ampliamente
desarrollada en toda Grecia, especialmente en el Ática. El Estado ateniense y
algunos ciudadanos particulares poseían grandes cantidades de olivares
diseminados por el Ática. Dichos olivares se hallaban bajo el control general
del areópago, que enviaba inspectores y celadores para la recolección de
determinada parte de las aceitunas destinadas a la elaboración del aceite para
la diosa Atenea, considerada protectora de la olivicultura. Los mismos
inspectores tenían la obligación de informar el areópago acerca de las personas
que talaban los «sagrados árboles». La regulación de la olivicultura se realizaba
por vía legislativa. Se remonta a los tiempos de Solón una ley de acuerdo con
la cual la distancia entre dos olivos no podía ser menor de seis pies. Durante
el Gobierno de Pisístrato, los atenienses, controlados y estimulados por el
Estado, plantaron olivos en el Ática, antes carente de árboles. Esta
preocupación por el desarrollo de la olivicultura se explica en grado
considerable por el hecho de que dicho cultivo, en general, desempeñaba gran
papel en la vida cotidiana de todos los griegos. El aceite de oliva era
empleado en la alimentación, encontraba aplicación en las perfumería y con
fines de iluminación, y tenía uso en el culto religioso. Finalmente era uno de
los artículos de la exportación griega, especialmente del Ática.
Al
lado de los olivos se cultivaba, casi en todas partes, la vid. Este cultivo
representaba ciertas ventajas para el campesinado mediano y pequeño. El plantar
nuevos olivos era, desde el punto de vista económico, poco ventajoso, en vista
de que era necesario esperar unos 16 ó 18 años para cosechar los primeros
frutos, mientras que la uva no requería tanto esmero y daba fruto mucho antes.
En los contratos de arriendo se estipulaba a menudo como una de las condiciones
del arriendo, el plantar vides y olivos. Los mejores vinos de uva se producían
en las islas de Quíos, Lesbos, Cos, Rodas y Tasos. El vino se exportaba hacia
varios países: las regiones litorales del mar Negro, Egipto, Italia.
La ganadería
En
gran número de regiones griegas estaba ampliamente difundida la ganadería.
Existían buenos pastizales en Tesalia, Beocia, Etolia, Acarnania, Arcadia,
Mesenia y el Quersoneso de Tracia, y en la Grecia jónica, en Magnesia y en
Colofón. En los territorios en que abundaban los buenos campos de pastoreo
florecía la cría de ganado equino y vacuno.
En
las regiones que carecían de amplios pastizales predominaba la cría del ganado
menor: asnos y mulos, animales básicos para el trabajo y también cabras, ovejas
y cerdos.
Los
toros y los bueyes tenían alto precio, y en muchas partes se prohibía
sacrificar los bueyes de trabajo; en Atenas, la matanza de estos últimos era
considerada un sacrilegio, y los culpables eran juzgados por el areópago.
Los
habitantes de los distritos suburbanos se ocupaban de la horticultura y de la
apicultura. La miel de Himeto, por ejemplo, gozaba de gran notoriedad. Con
todo, las hortalizas producidas en el Ática no alcanzaban a abastecer a la
población ateniense, y en el mercado ateniense vendían sus hortalizas los
campesinos beocios y otros.
Formas de posesión y utilización
de la tierra
No
sólo en Atenas, sino también en otras polis griegas, el Estado tendía a ejercer
cierto control sobre la economía agraria, llegando el Estado a ser un gran
terrateniente. En el Ática, cada demos tenía posesión sobre una parte del
terreno comunal, labrantío o de praderas, que cedía en arriendo a particulares.
Las formas y condiciones del arriendo eran variadas: a plazo corto o largo (40
años) o vitaliciamente. Al cerrar el trato se requería generalmente una caución
(equivalente a veces a una anualidad del arriendo), y se estipulaban
minuciosamente las condiciones: no talar los árboles frutales, labrar la tierra
tomada en arriendo, cuidar de los edificios que hubiera en el terreno, plantar
parras u olivos, etc. En el caso de no pagar a tiempo lo que correspondía por
el arriendo se aplicaban medidas coercitivas: se declaraba nulo el contrato, o
se embargaban todas las frutas maduras, o se llegaba incluso en algunos casos a
privar de sus derechos civiles no sólo al arrendatario, sino a toda su familia.
Parte de los pastizales del Estado se cedían en arriendo, parte quedaban para
uso común de los ciudadanos que abonaban por ello una determinada tasa. En
algunos casos, y por ciertos servicios prestados al Estado, el derecho de
llevar animales al campo fiscal de pastoreo era otorgado también a los metecos,
como un privilegio especial. De esta manera, el Estado no se ocupaba
directamente de la explotación de los terrenos de su pertenencia.
Las
maneras de explotar la tierra eran varias. En Esparta, Tesalia y Creta, la
trabajaba coercitivamente la población dependiente y la que carecía de derechos
civiles (ilotas, penestai, claritas); en otras partes, la tierra era labrada
por sus propietarios. El trabajo de los esclavos encontraba aplicación en
fincas rurales de diversos tipos, pero la pequeña y mediana propiedad prefería
el trabajo de los hombres libres, que se reclutaban entre los campesinos
arruinados.
A
diferencia de Roma, la cantidad de esclavos empleados en la agricultura no era
grande. Se calcula que en el Ática no había más de 16.000 esclavos ocupados en
las labores agrarias. Ni siquiera en las fincas cuya producción iba sólo al
mercado era notable la cantidad de esclavos.
Como
muestra de una hacienda agraria que trabajaba exclusivamente para el mercado,
puede servir la del propio Pericles. Según el testimonio de Plutarco, Pericles
vendía íntegramente la cosecha anual, y luego adquiría en el mercado los
productos que necesitaba. Es claro que la finca de Pericles, con un esclavo
administrador, constituía un ejemplo de economía rural adelantada en el siglo v a. C. Al lado de fincas como ésta
había también algunas de pequeños labriegos que consumían en forma directa
parte considerable de sus productos. Atenas, en el siglo v, era una polis donde predominaba la
pequeña propiedad y el campesinado libre, junto a lo cual había también campos
de mayores dimensiones, propiedad de familias aristocráticas, donde se aplicaba
en escala más amplia tanto el trabajo libre como el de esclavos.
Desde
el comienzo de la guerra del Peloponeso, el cuadro sufrió un brusco cambio. La
destrucción sistemática de campos, huertas y plantaciones del campesinado ático
por las huestes espartanas, la guerra prolongada que privó a la economía
agraria de una parte considerable de sus brazos tuvo gran trascendencia. Al
regresar después de la guerra a su aldea, el campesino ateniense encontraba
destruida su casa, la tierra en un estado de completo abandono, los olivares y
viñedos arrasados. Desde entonces se hizo notable el desarrollo del proceso de
concentración de tierras en manos de los poseedores de gran cantidad de
esclavos.
2. Los centros económicos de Grecia en el
siglo v a. C.
Desde
el comienzo del siglo v, la
situación de los lugares económicamente más desarrollados de la sociedad
griega, anteriormente localizados en Asia Menor y en las islas del
archipiélago, pasó a manos de la Grecia europea. Al mismo tiempo adquirieron
gran significación económica ciudades de Sicilia y de la Grecia Magna. Entre
las polis de la Grecia central se destacaron particularmente, al comienzo del
siglo v, Atenas, Corinto y Egina.
El ascenso de Corinto fue parcialmente determinado por su ubicación geográfica,
excepcionalmente favorable, junto a los golfos Sarónico y Corintio, lo cual
transformó a la ciudad en centro intermediario del comercio entre los países
orientales y occidentales del mar Mediterráneo. La expansión comercial de
Corinto se había extendido hacia el Sur, a Argos; hacia el Norte, a Acarnania,
Etolia y Epiro; hacia el Noroeste, a Epidamne, y a través de Corcira, a
Sicilia, y finalmente hacia el Noroeste, a la Calcídica.
Uno
de los rivales más peligrosos de Corinto a lo largo de mucho tiempo fue la isla
de Egina, pero en el año 457 la misma sufrió una derrota en la guerra contra
Atenas, por la cual fue obligada a entregar su flota a los atenienses, demoler
las murallas y entrar en la Liga marítima ateniense. Después de eso, Egina
entró en decadencia y no pudo recuperar jamás su posición anterior.
Atenas
obtiene un valor excepcional en la vida de toda Grecia durante las guerras
médicas. Antes de ellas, Atenas había sido preferentemente un Estado agrícola,
aun cuando ya en el siglo vi el
comercio tenía gran peso específico en su economía. Las guerras con los persas
constituyeron un punto de inflexión en el desarrollo del poderío económico y
político ateniense.
Son
características de las polis griegas en el siglo v el aumento demográfico y el desarrollo de la esclavitud,
del comercio y de los oficios manuales. Los ensayos para determinar la
población de Atenas en cifras aunque fuera por aproximación, no han dado hasta
ahora resultados satisfactorios. Generalmente se toma como punto de partida las
indicaciones de Herodoto acerca de la cantidad de ciudadanos atenienses durante
las guerras contra Persia y de los testimonios de Tucídides referentes a las
fuerzas armadas de Atenas en el año 431. Basándose en estas fuentes, así como
en otros datos indirectos, Beloch, por ejemplo, determinó hipotéticamente la
cantidad de ciudadanos de Atenas hacia el año 431, como de 110.000 a 140.000, y
cerca de 70.000 los esclavos. Pero estos cálculos de Beloch siguen siendo muy
discutidos. A. Francotte calcula la cantidad de ciudadanos, junto con sus
familiares, para esa misma época, en 96.620 personas, el número de metecos en
45.800 y el de esclavos en 75.000 a 150.000. Según los cálculos de G. Glotz,
los ciudadanos, junto con sus familias, sumaban entre 135.000 y 140.000, los
metecos 65.000 a 70.000, y los esclavos 200.000 a 210.000. D. Hemm da cifras
más reducidas: ciudadanos con sus familias, 60.000; metecos, 25.000, y
esclavos, 70.000. Las cifras aducidas, aun cuando en esencia no dejan de ser
hipotéticas, y considerablemente divergentes entre sí, dan, a pesar de todo,
cierta idea de la relación aproximada entre las diversas categorías de la
población ateniense: metecos había alrededor de dos veces menos que ciudadanos,
y la cantidad de esclavos correspondía aproximadamente a la de ciudadanos y
metecos juntos.
Si
el cálculo de la población de una sola ciudad es tan dificultosa, el problema
de establecer la cantidad total de la población de Grecia resulta mucho más
complicado aún. Una hipótesis sostiene que en la época clásica en Grecia había
de siete a ocho millones de griegos, de los que la mitad poblaba la metrópoli y
la otra mitad las colonias. En regiones tan pobladas como Corinto, Corcira,
Quíos y Samos, la densidad podía alcanzar a 80 personas por kilómetro cuadrado.
Sin embargo, la población de la totalidad del Peloponeso (superficie: 22.300 km2)
apenas si superaba el millón de personas, de manera que era dos veces menos
densa que la población de las regiones comerciales-artesanales.
Una
densidad menor aún era la de la parte noroeste de Grecia, desde la Lócrida
hasta la Macedonia superior, donde la población moraba en pequeñas aldeas no
fortificadas, separadas entre sí por bosques. Las ciudades más grandes por el
número de sus habitantes eran en la Grecia del siglo v, sin duda, Atenas en Grecia propiamente dicha, y Gela,
Siracusa y Acragante (Agrigento). Es factible admitir que cada una de estas
ciudades contaba con no menos de 100.000 habitantes; al parecer, la población
de Corinto se acercaba a los 60.000, y las de Esparta, Argos, Tebas y Megara
oscilaban entre los 25.000 y los 35.000 habitantes.
Con
el desarrollo de la esclavitud y con la emigración hacia las ciudades de gran
cantidad de metecos, los ciudadanos comenzaron a abandonar gradualmente la
artesanía y el comercio al por menor. Ciertamente, en centros
comerciales-industriales tan grandes como Atenas y Corinto, los ciudadanos, sin
perder sus derechos civiles, se ocupaban también en oficios manuales. Sin
embargo, los artesanos, en su aplastante mayoría, pertenecían a la masa de los
ciudadanos más indigentes, que carecían de propiedad territorial.
Un
artesano enriquecido, sin dejar de trabajar él mismo, adquiría esclavos e
inclusive abría un negocio para la venta de sus productos. Cuando, gracias a
ello, su bienestar aumentaba más aún, se desprendía de su oficio dejándolo en
manos de sus esclavos, bajo el mando y control directo de un
esclavo-administrador. La competencia desarrollada por los talleres en que se
utilizaba el trabajo de esclavos, tornaba frecuentemente muy grave la situación
del pequeño artesano libre.
Las
inscripciones atenienses del siglo iv
que se refieren a las construcciones hechas en Eleusis dan testimonio de la
gran demanda de artesanos foráneos. La necesidad de brazos era a menudo tan grande,
que se enviaban personas con la misión específica de buscarlos en las ciudades
vecinas. Este predominio, aun cuando sólo numérico, de artesanos forasteros y
de obreros, tanto en el siglo v
como en el iv, no era casual. En
su inscripción ateniense (años 410-409) figura un informe sobre los salarios
pagados al construirse el Erecteón, en cada 71 artesanos hay 35 metecos, 20
ciudadanos y 16 esclavos. Unos ochenta años más tarde, como lo atestiguan unos
informes análogos de Eleusis, el peso específico de los metecos se hizo aún más
grande: de cada 94 artesanos, 45 eran metecos (y éstos, junto con los
forasteros, 54); el porcentaje de los ciudadanos oscilaba entre el 28 y el 21
por 100, y el de los esclavos, entre el 23 y el 21.
Los
Estados cuyo comercio y oficios estaban desarrollados procuraban incrementar la
cantidad de metecos, puesto que del número de los mismos dependía, en grado
considerable, el desarrollo del artesanado en la ciudad. La atracción e
incorporación de los extranjeros en Atenas había comenzado ya en el siglo vi, en tiempos de Solón; continuó
durante el Gobierno de Pisístrato y Clístenes, y en el siglo v, Temístocles se atuvo a la misma
política. Es curioso hacer notar que la gran masa de metecos que anteriormente
llenaba otros centros comerciales-industriales —Mileto, Calcis, Corinto, Egina—
se habían, por decirlo así, precipitado hacia Atenas. En parte eran oriundos de
otras ciudades griegas y en parte provenían de las colonias. Había dos motivos
que los obligaba a abandonar sus ciudades nativas: las revueltas políticas, tan
frecuentes en la historia de toda ciudad griega, y el desarrollo general del
comercio exterior que provocaba la gravitación masiva de los grandes centros
industriales sobre todas las capas dedicadas al comercio ya la artesanía.
La
situación de los metecos en Estados tales como Atenas puede ser caracterizada
brevemente de la siguiente manera. Todo extranjero que viviera en Atenas un mes
podía ser anotado en la categoría de los metecos, pero para ello tenía que
encontrar a un próstata (protector) que lo presentara y lo defendiera ante el
Estado. De tenerlo, el meteco era anotado en la lista de uno de los demos
áticos, de acuerdo con su domicilio. Como ya señalaremos, no se le otorgaban
derechos civiles. También estaba privado del derecho a adquirir propiedades
territoriales y, según la ley de Pericles (año 451), le estaba prohibido
contraer nupcias con una ciudadana ateniense. En todo lo demás, el meteco en
nada se diferenciaba de los ciudadanos atenienses, conservaba la libertad
personal, se hallaba bajo la protección de las leyes y podía tomar parte en los
cultos religiosos.
Se
les había otorgado a los metecos el derecho a escoger el lugar de residencia;
por lo general, se asentaban en las ciudades o en los demos suburbanos,
especialmente en el Pireo. Por servicios prestados al Estado se les podía
conceder algunos privilegios como la exención parcial de ciertos impuestos o,
lo que raras veces sucedía, el derecho a adquirir alguna tierra en propiedad.
En este último caso, ello coincidía comúnmente con la llamada isotelia, esto
es, con la igualación del meteco, en cuanto a derechos de propiedad, con los
ciudadanos; la isotelia podía ser hereditaria. Solamente en casos excepcionales
los metecos obtenían la totalidad de los derechos civiles, pasando así a la
categoría de ciudadanos.
Todo
meteco estaba obligado a pagar un impuesto al Estado (metoikón) de 12 dracmas;
las mujeres solteras y las viudas que no tenían hijos adultos pagaban sólo seis
dracmas. Los metecos acaudalados cumplían con las obligaciones sociales
(liturgias). Todos los metecos debían prestar el servicio militar, lo que, en
función de su estado físico, cumplían en las filas de los hoplitas o de los
peltastas, pero especialmente en la flota.
Las
ocupaciones usuales de los metecos eran el comercio y la artesanía. En las
inscripciones funerarias atenienses son mencionados metecos molineros, bañeros,
pintores de brocha gorda, tintoreros, pintores de jarrones, doradores,
peluqueros, arrieros de mulas, cocineros, panaderos, etc. En el oficio textil,
al lado del meteco trabajaba también su mujer. De la curtiduría se ocupaban
generalmente los esclavos liberados y anotados en la categoría de los metecos
estaba ocupada en la producción cerámica y en la metalurgia; por las inscripciones
se conocen nombres de metecos fundidores, herreros, cerrajeros, armeros,
curtidores, etc. Resulta así que no había casi ningún oficio en que los metecos
no desempeñaran un papel más o menos considerable. No podían tener, como ya
hemos dicho, propiedades inmuebles.
3. La esclavitud en la polis griega
Cantidad de esclavos en Grecia
El
desarrollo en Grecia de las fuerzas productivas con sus correspondientes
relaciones sociales de producción determinaron el crecimiento de la esclavitud.
El número de esclavos creció en las ciudades griegas con mayor rapidez que el
de los metecos. Tanto los ciudadanos como los metecos utilizaron las ramas del
artesanado. En el siglo v, los
esclavos eran utilizados en la agricultura muy escasamente, pero en el iv su trabajo adquirió también allí
valor decisivo.
Las
fuentes no dan nociones estadísticas precisas acerca de la cantidad de esclavos
existentes en los centros adelantados de Grecia. Las cifras que dan Ctesias,
autor de los siglo iii-ii a. C. (400.000 esclavos para el
Ática), Aristóteles (470.000 para Eginia), Timeo (640.000 para Corinto) son
absolutamente exageradas. Como ya señaláramos, ha de suponerse que el número de
esclavos en Atenas en el período de su mayor florecimiento oscilaba entre los
75.000 y los 150.000. Pese a emplearse también el trabajo libre, en la
producción artesanal predominaba el trabajo de los esclavos.
Fuentes de esclavos
Generalmente,
los esclavos eran traídos a Grecia desde lejos; el desarrollo de la esclavitud
a partir de los siglos vii-vi a.C. en todas las polis
comerciales-industriales se debió fundamentalmente a la coerción extraecónomica
de los no-griegos, «bárbaros», a los que el propio Aristóteles consideraba como
esclavos natos. Así y todo, la esclavización de griegos por griegos no
constituía ningún fenómeno raro. Así, en tiempos de Polícrates, tirano de
Samos, los habitantes de la isla de Lesbos, hechos prisioneros de guerra,
aherrojados con fuertes cadenas, fueron enviados, como esclavos, a trabajar en
la fortificación de la ciudad de Samos. Durante la guerra del Peloponeso, los
atenienses que cayeron prisioneros de los siracusanos tras el desastre de la
expedición a Sicilia fueron enviados como esclavos a las canteras. La
transformación en esclavos de la población de una ciudad conquistada era, sin
embargo, una excepción, y no eran los varones los que con mayor frecuencia
sufrían esto, sino las mujeres y los niños; pero, por lo general, los prisioneros
eran canjeados o rescatados por sus conciudadanos o por el Estado.
La
esclavitud por deudas impagadas fue abolida en Atenas por Solón, pero se
conservó en algún que otro lugar de Grecia. Los metecos y los libertos volvían
al estado de esclavitud en el caso de no cumplir sus obligaciones con el
Estado. Las personas que se adjudicaron ilegalmente los derechos de ciudadanía
y los extranjeros que contra las disposiciones de la ley contraían nupcias con
ciudadanos atenienses, también eran castigados con la esclavitud. Sin embargo,
la masa fundamental de los esclavos estaba compuesta por los no griegos. La
mayor parte provenía de Iliria, Tracia, Lidia, Frigia, Siria y Paflagonia;
muchos eran traídos a Atenas también de los mercados del litoral del mar Negro.
Las
más importante fuentes de provisión de esclavos eran las guerras. Después de la
batalla del Eurimedonte, Cimón trajo al mercado de esclavos más de veinte mil.
La isla de Quíos era considerada como el más grande de estos mercados. También
gozaban de notoriedad los mercados de Efeso, Samos, Delos, Chipre y,
posteriormente, Tesalia, Bizancio y el litoral septentrional del mar Negro,
pero el centro principal del comercio esclavista en el siglo v era Atenas, donde casi mensualmente se
organizaban subastas de esclavos; los que en ellas quedaban sin haber sido
vendidos eran trasladados a otros lugares. En el mercado se exponía a los
esclavos sobre un tablado y su vendedor, quizá también un esclavo, o un
liberto, elogiaba ante los compradores las cualidades físicas de su mercancía.
Los precios oscilaban en función de la oferta y la demanda y de la mayor o
menor cualificación del esclavo. En el año 418, un esclavo varón valía, término
medio 167 dracmas; una mujer, en 135 a 220 dracmas. Los esclavos que trabajaban
en las minas valían, en el siglo iv,
de 154 a 184 dracmas. Los esclavos artesanos tenían precios más elevados. Se
conoce un caso de venta de veinte esclavos tallistas en marfil por 40 minas.
Los
hijos de esclavos, al igual que los de una persona libre y una esclava,
pertenecían a aquel propietario en cuya casa habían nacido. Por otra parte, el
padre libre podía declarar libre a su hijo, si bien esta criatura, aun así, no
obtenía los plenos derechos de ciudadanía. Solamente en circunstancias muy
especiales (por ejemplo, en los casos de gran disminución del número de
ciudadanos), los hijos de los matrimonios entre personas libres y esclavas se
tornaban ciudadanos con plenos derechos. En general, los esclavos natos eran
relativamente pocos; según las inscripciones de Delfos, de los 841 esclavos
libertos, sólo 217 lo eran de nacimiento.
Así,
pues, todo lo que no es conocido acerca de las fuentes de la esclavitud en
Grecia habla del imperio de la directa coerción extraeconómica. Marx ha
caracterizado el sistema de la antigua esclavitud de la siguiente manera: «...
el sistema de esclavitud, por cuanto el mismo representa la forma dominante del
trabajo productor en la agricultura, manufactura, navegación, etcétera, tal
como lo era en los Estados desarrollados de Grecia y Roma, conserva elementos
de la economía natural. El mismo mercado de esclavos recibe constantemente la
contemplación de su mercancía —fuerza de trabajo— mediante la guerra, la
piratería, etc., y esta piratería, a su vez, ocurre sin el proceso de
transformación, representando la apropiación del trabajo ajeno mediante la
directa coerción física».
Situación de los esclavos en
Grecia
Desde
el punto de vista jurídico, el esclavo no era considerado un ser humano. No
tenía familia; las relaciones familiares entre esclavos y esclavas no eran
consideradas como matrimonios; los hijos de una esclava eran una cría
perteneciente al amo de la madre. Los esclavos estaban completamente en poder
de sus amos. El propietario podía obligar al esclavo a ocuparse de este o aquel
oficio, podía venderlo o matarlo. Sólo posteriormente, el derecho del
esclavista a matar a su esclavo quedó limitado por la ley. En el Ática, por
ejemplo, estaba prohibido matar a un esclavo. Pero el areópago que, por lo
general, como ya hemos señalado, juzgaba los delitos de índole criminal, no
entendía en las causas de muerte violenta de los esclavos, y el que la cometía
era condenado sólo a una expulsión temporal: podía regresar haciendo el
holocausto expiador y pagando al perjudicado propietario del esclavo muerto «el
precio de la sangre».
Cuando
la arbitrariedad del amo se tornaba inaguantable, el esclavo podía recurrir al
«derecho de asilo». Para su ejercicio eran considerados, por ejemplo, en
Atenas, el llamado Teséin (el templo de Hefaistos) y el santuario de las
Euménidas. Ese asilo era considerado inviolable y, según una ley ática, el
esclavo que recurría a la protección de una deidad ya no regresaba al amo
anterior, sino que era revendido a otras manos.
El
esclavo no podía ocuparse de ningún negocio propio, ni atender
independientemente causa alguna, y en los casos en que un juzgado necesitaba su
testimonio, éste era dado bajo torturas, puesto que el esclavo, en opinión de
los griegos, no podía prestar juramento a la par que un hombre libre, y prestar
fe a los testimonios de un esclavo se consideraba imposible. La multa a que se
condenaba a un esclavo era reemplazada por la flagelación, y cada golpe
equivalía a un dracma. Si el esclavo actuaba con el conocimiento de su amo
recibía cincuenta azotes, y si obraba sin el conocimiento de aquél, el castigo
era de cien azotes. Un esclavo complicado en un homicidio sufría la pena de
muerte.
Los
castigos corporales y las torturas a que eran sometidos los esclavos eran un
fenómeno habitual. A solicitud del dueño, el esclavo era aherrojado con grillos
y encerrado en un calabozo bajo y estrecho, dentro del cual no podía
enderezarse, ni acostarse, ni sentarse. Se los extendía sobre bloques de madera
de diferentes formas, se los privaba de alimentos, se los enviaba a efectuar
trabajos pesados (a un molino, o a las minas). A los esclavos fugitivos se les
ponía en la frente marcas con hierro candente. En Atenas, los esclavos se
hallaban en situación relativamente mejor que en otros Estados griegos. Los
temores a que los esclavos, sometidos a condiciones insoportables, pudieran
sublevarse fácilmente determinaron la intromisión del Estado en las relaciones
entre los esclavos y sus propietarios, acarreando la prohibición de represiones
arbitrarias respecto a aquéllos. Tal situación de los esclavos atenienses
indignaba a los adversarios de la democracia. «En cuanto a los esclavos y
metecos, en Atenas hay una grandísima licencia, y allí ni te es lícito golpear
a nadie ni te cederá el paso ningún siervo», se queja el Pseudo-Jenofonte en la
República de los atenienses, expresando con ello la expresión de los
esclavistas atenienses más reaccionarios y recalcitrantes.
Es
dable suponer que en sus relaciones con los esclavos domésticos los atenienses
manifestaran mayor humanismo que los habitantes de otras ciudades. Por ejemplo,
en las comedias de Aristófanes se puede hallar a menudo entre los personajes a
un esclavo que está enseñando y aleccionando a su dueño.
No
debe olvidarse, sin embargo, que la mayor parte de nuestros conocimientos se
refieren a los esclavos del Estado, cuya situación era considerablemente mejor
que la de los esclavos de otras categorías.
Aplicación de trabajo de los
esclavos en las diversas ramas de la economía
En
la situación de los esclavos pueden notarse grandes diferencias. Conocemos
esclavos que trabajan de sirvientes domésticos, maestros, médicos, mercaderes
(inclusive grandes); y, por otra parte, sabemos de esclavos de las minas, del
transporte, donde se apreciaba no la calificación, sino la resistencia y la
fuerza física. Los propietarios de esclavos consideraban a veces ventajoso
estimular a algunos de sus esclavos, colocándolos en situación privilegiada con
respecto a los restantes. Algunos de esos esclavos llegaban a tener un
bienestar mayor o menor, poseer bienes muebles e incluso inmuebles, y tener
familia (desde luego, con el permiso del dueño y bajo su protección). Con tales
esclavos se llenaban, en esencia, las filas de los libertos. Empero, al lado de
éstos, existían miles, y decenas de miles, especialmente en las minas, que se
hallaban sometidos a intolerables condiciones de trabajo. A éstos se aplicaba,
en grado mayúsculo, el consejo de Jenofonte: «Hacerlos entrar en razón mediante
el hambre»; los esclavos recibían alimentos sólo en cantidad que les impedía
morirse de hambre. La pesadez de su trabajo se duplicaba aún por el hecho de
que, para impedir que se escaparan, les ponían grillos.
Una
gran cantidad de esclavos era utilizada para el servicio doméstico. En las
familias pudientes, a la cabeza de esta servidumbre, se hallaba un
esclavo-inspector, que a veces gozaba de ilimitada confianza por parte del amo.
Los ricos propietarios de esclavos —varones y mujeres— salían a la calle, como
regla general, acompañados de esclavos o esclavas; a menudo los esclavos
acompañaban a su dueño en viajes y campañas militares. El esclavo, puesto como
ayo al cuidado de un niño, acompañaba a su pupilo también al gimnasio y a la
escuela, llevando sus enseres. Así y todo, la cantidad de esclavos domésticos
en Atenas jamás alcanzó cifras tan grandes como posteriormente en Roma. La
cantidad de 50 esclavos domésticos ya se consideraba sumamente grande. Entre
éstos hay que anotar por separado a las mujeres esclavas, ocupadas en hilar y
tejer, bajo la supervisión de la dueña y de sus hijas. La mayor parte de sus
trabajos tendía a satisfacer las necesidades de los miembros de la familia; los
excedentes eran vendidos en el mercado. Además de los esclavos que se
utilizaban para el servicio directo del propietario y de su familia, podía
haber en la casa, y a menudo los había, esclavos que conocían un oficio y que,
en tales casos, aportaban al dueño ingresos pecuniarios. De entre las esclavas
se reclutaban flautistas, citaristas, bailarinas y prostitutas.
Además
de los esclavos que habitaban en la misma casa en que moraban los amos, que
trabajaban para el mercado, o que se cedían en arriendo por plazos cortos, por
ejemplo, para los trabajos en el campo o en algunos talleres, existía en Grecia
una categoría de esclavos artesanos y mercaderes que vivían separados del amo,
a quien estaban obligados a pagar una suma determinada; ostentaban una
denominación especial: la de «esclavos que viven separados». Su situación era
considerada privilegiada. Inclusive podían tener sus familias.
Así
como había esclavos propiedad de particulares, los había también del Estado.
Como ya dijéramos, tal esclavo se hallaba en mejores condiciones y gozaba de
una mayor independencia que los que eran propiedad particular. Podía tener
domicilio, familia y propiedades. La policía de Atenas era generalmente
reclutada entre los esclavos escitas. Al comienzo, los mismos vivían en carpas
en el ágora ateniense, y posteriormente en los terrenos del areópago. Estos
esclavos habían conservado su indumentaria escita (razón por la cual así se los
llamaba: «escitas»), y estaban armados de dagas cortas y de fustas. El
destacamento de escitas se compuso primero de 300 hombres, número que luego
ascendió hasta 1.200. Había también en Atenas esclavos del Estado que eran
artesanos u obreros, ocupados en los trabajos públicos, tales como la erección
de templos, astilleros, etc. Con frecuencia los esclavos eran utilizados en la
flota como remeros y marineros; a veces, en casos extremos, se los reclutaba
para las filas del ejército, casos en que, en recompensa de su valentía, se les
otorgaba la libertad.
En
situación especial se encontraban los esclavos que desempeñaban funciones de
heraldos, escribas, secretarios, contadores. Tales esclavos, por regla general,
eran adscriptos en propiedad a determinadas magistraturas. Estas categorías se
dividían a su vez en dos grupos: servidores inferiores, que recibían del Estado
sólo los alimentos, y servidores superiores, ocupados en el desempeño de
funciones de mayor o menor responsabilidad. Una de tales funciones llenadas por
esclavos del Estado era la de secretario del archivo público; ese esclavo no
sólo cuidaba de las leyes del Estado, sino que también las conocía, y en los
casos en que era necesario estaba en condiciones de suministrar los informes
que se le exigían.
Las
obligaciones de carceleros también eran cumplidas en Atenas por los esclavos. A
la orden del colegio de las Once, en cuya jurisdicción se hallaban las
prisiones, esos esclavos ejecutaban las torturas sobre los recluidos, y uno de
ellos llevaba a cabo las penas de muerte. Cuando alguien infería una ofensa a
un esclavo del Estado, éste apelaba al ciudadano libre bajo cuya protección estaba,
quien ocupaba su lugar ante el tribunal, pues los esclavos del Estado gozaban
de una protección especial establecida por la ley. Cuando el acusado era él, el
esclavo del Estado se presentaba personalmente ante los jueces, y el veredicto
era ejecutado por el Estado.
La liberación de los esclavos
La
manumisión de los esclavos constituía una fenómeno raro. Se realizaba mediante
el pago de un rescate por el propio esclavo, de acuerdo con el testamento del
amo, o en virtud de una acta especial que determinaba la liberación por su
dueño. A veces, en los momentos que ofrecían peligro para la existencia de la
polis, por ejemplo, en los casos de excepcional tensión bélica, el Estado mismo
otorgaba la libertad a los esclavos, con el fin de alistarlos en calidad de
guerreros. En tales oportunidades, los esclavos manumitidos eran incorporados a
las filas de los metecos, pero pagando un impuesto especial de tres óbolos. Con
respecto a su anterior amo, el esclavo, aun ya manumitido, conservaba una serie
de obligaciones de orden material, a veces sólo vitalicias —cesaban con el
fallecimiento del amo— y otras hereditarias —se transmitían para con los
descendientes del amo.
4. La producción artesanal
La
explotación del trabajo de los esclavos en las actividades artesanales se
cumplían a lo largo de tres líneas fundamentales: la explotación directa del
esclavo, la entrega del esclavo «en arriendo» a plazos más o menos prolongados
y la autorización de trabajar independientemente a cambio de un tributo
determinable en cada caso, a pagar por el esclavo a su amo.
El pequeño taller esclavista como
forma realizadora de la producción artesanal
La
forma predominante de la producción artesanal en Grecia era el pequeño taller.
Tales talleres (ergasterios) existían en todas las ramas de la producción
artesanal. A la cabeza del taller o de los talleres estaba el propietario de
los esclavos, quien tomaba parte por sí mismo en los trabajos, o bien vigilaba
e inspeccionaba el de los esclavos; a veces los talleres quedaban bajo la
dirección de esclavos-inspectores. Generalmente, los talleres reunían de entre
tres o cuatro a diez o doce esclavos. Talleres con cantidades mayores de
esclavos (como, por ejemplo, la armería del padre del orador Demóstenes, con
sus 32 ó 33 esclavos, y talleres con cien o más esclavos) eran sumamente raros,
y los que conocemos datan especialmente del siglo iv.
El
trabajo en esos talleres era realizado con instrumentos sumamente sencillos. El
proceso de la producción en los mismos no se caracterizaba por una unidad
interna basada en la división técnica del trabajo. Los esclavos trabajaban en
esos talleres independientemente unos de otros, y cada uno de ellos realizaba
todas las fases productoras necesarias para la elaboración del tal o cual
objeto. Desde luego, a pesar de todo existían en los talleres algunos
rudimentos de la división del trabajo, especialmente en las grandes ciudades;
pero, por regla general, ello constituía una excepción o una casualidad; no
había rama de la producción artesanal en que se presentara ninguna
especialización estable y determinada de los esclavos.
En
la mayoría de los casos que nos son conocidos (los que se refieren
principalmente ya no al siglo v,
sino al iv), los talleres y los
esclavos artesanos ocupados en los mismos, constituían tan sólo una parte de
los bienes totales del esclavista. Las inversiones para la organización de
tales talleres y para la compra de materia prima, los gastos para la compra o
arriendo de esclavos y para la adquisición de los primitivos instrumentos, no
agotaban toda la fortuna del rico esclavista. Los beneficios obtenidos en el
comercio o en la industria, por lo general no eran invertidos en ampliar la
producción, sino en toda clase de operaciones crediticias: se transformaban en
capital usurario o se invertían en la compra de tierras.
De
esta manera, el propietario de un taller era con frecuencia, al mismo tiempo,
mercader y usurero, y a veces también terrateniente.
Lo
expuesto da testimonio de la escala, aun relativamente moderada, del desarrollo
de la producción artesanal en la Grecia del siglo v a. C. y de su carácter estancado.
Organización del trabajo en los
ergasterios
Las
representaciones gráficas de los talleres que acabamos de describir, que se ven
con frecuencia en las pinturas de las ánforas, permiten aclarar también el
equipamiento técnico de algunos ergasterios. En todas esas imágenes, los
talleres griegos surgen ante nosotros con sus instalaciones técnicas, muy
primitivas aún, y con el bajo nivel de la productividad del trabajo. La
ausencia, casi total, de cualquier recurso mecánico destinado a hacer más fácil
o más rápido el proceso de producción, constituye uno de los rasgos característicos
de la artesanía griega. El empleo mismo del trabajo de esclavos representaba un
freno para el desarrollo de la técnica. La absoluta falta de interés económico
del esclavo por su trabajo, por una parte, y el bajo precio de la fuerza de
trabajo junto a la persecución de la mayor ganancia, por otra, contribuían a
que una serie de instrumentos y herramientas, conocidos inclusive en la
antigüedad más remota, se aplicara tan sólo en casos rarísimos. El deseo de
conseguir la mayor ganancia hacía que los propietarios de esclavos, que
explotaban el trabajo de los mismos en las minas y en las canteras, se negaran
a mejorar las instalaciones, a aplicar las más primitivas poleas para el
levantamiento de las cargas, etc. El ergasterio griego nada tiene de común con
una fábrica. Sólo hace recordar lejanamente a la manufactura, porque no
encontramos en la antigüedad nada de aquello que es característico de la misma:
«Al obrero colectivo compuesto de muchos obreros parciales.» Algunas veces, los
propietarios de esclavos los cedían en arriendo. El trabajo de tales esclavos
era ampliamente aplicado en la minería, y en menor medida en otras
producciones. En algunos casos, el amo ofrecía al esclavo la posibilidad de
tener una economía independiente, con la obligación de pagar a su dueño una
determinada suma. A veces, uno de estos esclavos alquilaba su trabajo a otro
propietario. Con frecuencia, entre los propietarios de talleres había metecos.
Papel del trabajo libre en la
producción artesanal
El
predominio del trabajo de los esclavos, no significaba en Grecia un total
desalojo del de los productores libres. La originalidad de la producción
artesanal griega residía en que, no obstante el gran interés que tenían algunos
Estados, especialmente aquellos en los que escaseaba la tierra laborable, en el
desarrollo de los oficios, los artesanos gozaban ante la sociedad de un respeto
mucho menor que los agricultores, sobre todo en las ciudades en que dominaba la
oligarquía. Sería erróneo pensar que los ciudadanos de las polis griegas, en
particular los atenienses, no se ocupaban en general de los oficios manuales.
Si bien, de acuerdo con las ideas de los antiguos pensadores que pintaban el
cuadro del Estado esclavista ideal, un ciudadano que gozaba de plenos derechos
civiles no tenía que ocuparse en oficios; en cambio, en la práctica, los
atenienses carentes de tierra habían empezado a ocuparse de la artesanía aun
desde la época de Solón.
El
gobierno democrático de Atenas del siglo v
a. C. estimulaba la ocupación de los ciudadanos en la artesanía. Tal
política era provocada tanto por la falta o escasez de obreros cualificados
como por la necesidad de proporcionar medios de vida a la población no ocupada
en la agricultura. Y algunas profesiones que requieren cualificación especial y
dones naturales, como, por ejemplo, las de escultor o de arquitecto, y otras,
hasta gozaban de mucho respeto, y ocuparse en ellas no menoscababa en nada la
dignidad de ciudadano con pleno goce de los derechos. En el mundo antiguo predominaban
ciertas ideas según las cuales había oficios que deshonraban en mayor o menor
grado a un hombre libre, y los ciudadanos no se ocupaban en absoluto de ellos.
Se
puede advertir, que, en algunas ramas, el hijo, por tradición, heredaba la
profesión del padre. Mas no existía en Grecia el círculo gremial cerrado. Los
artesanos libres, por lo común, trabajaban individualmente, sin unificarse en
corporaciones; a menudo eran ayudados por sus familiares: la esposa y los hijos
varones. Y ni bien se presentaba una posibilidad, adquirían esclavos para
cumplir esa ayuda. Por el contrario, un artesano empobrecido se veía forzado a
vender su fuerza de trabajo, con lo que él mismo se transformaba en obrero
asalariado. Encontramos así obreros libres, asalariados, tanto en los talleres
como en las obras de construcción.
Atenas, centro de la producción
artesanal griega
A
partir del siglo vi, Atenas
comienza a desempeñar un papel siempre creciente dentro del sistema de las
relaciones económicas de las polis griegas. El triunfo en las guerras médicas y
la organización de la Liga marítima ateniense van creando una firme base para
el florecimiento, tanto político como económico, de este Estado. Atenas se hace
más poderosa como importadora de cereales y también como mercado de esclavos,
pues cereales y esclavos representaban las mercancías principales y las más
imprescindibles para toda polis. Las obras de construcción emprendidas por
Pericles en amplia escala, la producción de armas que requería permanentemente
gran cantidad de brazos, los diversos oficios que estaban desarrollándose
ampliamente en Atenas, provocaron una constante afluencia en masa de artesanos
forasteros, de mercaderes y de esclavos. En comparación con tal afluencia de
extranjeros y esclavos, el peso específico de los ciudadanos atenienses en la
producción artesanal y la actividad comercial, fue disminuyendo gradualmente.
Hacia
finales del siglo v la paga
habitual de todos los operarios, desde el arquitecto hasta el artesano, que
tomaban parte en la erección del Erecteón, era de un dracma diario. La
valoración uniforme de todas las categorías del trabajo de los operarios
representa la consecuencia de la débil diferenciación del propio proceso
productivo. La demanda de brazos, habiendo gran cantidad de esclavos y de
artesanos libres sin ocupación, se satisfacía con facilidad. Anotemos, de paso,
que la demanda y la oferta, dentro de los marcos de la sociedad esclavista,
jamás llegaban a niveles excepcionalmente elevados. El punto de referencia para
establecer la citada tasación era el costo de lo necesario para la manutención
de una persona adulta.
Ya
hemos dicho que los ciudadanos participaban en la actividad artesanal en grado
considerablemente menor que los metecos. Y a éstos les convenía trabajar en tal
o cual ciudad sólo en los períodos de su florecimiento económico; ni bien la
ciudad en que vivían y trabajaban comenzaba a experimentar serias dificultades
económicas, los artesanos no vacilaban en trasladarse a otra.
Era
completamente natural que tal circunstancia repercutiera de manera perniciosa
sobre la marcha general del desarrollo económico de los Estados griegos. Para
el desarrollo de la pequeña artesanía doméstica no había, en general,
condiciones favorables. Un artesano solitario sólo podía contar con el mercado
local, pues los mercados exteriores eran servidos principalmente por los
talleres que utilizaban, en calidad de fuerza de trabajo, a los esclavos.
La metalurgia
La
extracción y elaboración de metales tenían un valor esencial en la vida
económica de Grecia. El hierro se extraía de la Laconia, de muchas islas del
mar Egeo y del litoral meridional del Ponto Euxino (en Calibes). La plata era
más rara; además del Ática (yacimientos del Laurión) se extraía de la isla de
Chipre, de Sifnos y del Pangeo (en el sudoeste de Macedonia). Más raro aún era
el oro, lo cual dio pie a la hipótesis de que la mayor parte del oro encontrado
en abundancia en los sepulcros de Micenas (de mediados del ii milenio a. C.) no era de
procedencia local, sino importado, quizá, del Asia Menor.
En
la Grecia del siglo vi propiamente
dicho eran conocidos los yacimientos de oro de la isla de Sifnos. La
investigación realizada en esas minas ha establecido que, a finales del siglo vi, en su mayor parte estaban inundadas.
En el siglo v gozaban de mayor
notoriedad las minas de Tasos y del Pangeo. De la escasez de oro en Grecia
hablan sus sistemas monetarios, todos basados no en el oro, sino en la plata.
Se ha conservado un informe según el cual Hierón, tirano de Siracusa, teniendo
necesidad de oro, envió a Grecia a unos hombres, que tras largas búsquedas, lo
encontraron en Corinto.
El
descubrimiento de filones o yacimientos de este u otro metal al parecer ocurría
en la mayor parte de los casos en forma casual. La extracción era iniciada en
el sitio en que el mineral se hallaba a flor de superficie, o cerca de ésta.
Para la extracción de plata se practicaban a veces talas y picadas en los
bosques, e incluso se cavaban pozos.
Los
trabajos se efectuaban mediante herramientas muy primitivas: mazos, cuñas,
picos y palas. Para la extracción del mineral se abrían en el suelo galerías de
escasa altura (no más de un metro, y a veces menos aún). De trabajarse
veinticuatro horas diarias, sólo era posible avanzar, durante un mes, diez
metros en total.
Junto
a las galerías, en el siglo v se
comenzaron a abrir también pozos. La mayor profundidad alcanzada fue de 119
metros. En la actualidad se han descubierto hasta 2.000 de esas excavaciones.
La extracción del mineral se realizaba con las manos, quebrando los filones del
metal y a veces calentando el filón y enfriándolo con un chorro de agua. En el
último caso, la extracción del mineral se tornaba algo más fácil, porque se
abrían grietas. El trabajo en las angostas y bajas galerías, a la luz mortecina
de unos pequeños candiles de arcilla, con un aire pesado y a gran profundidad,
era agotador. Como ya señaláramos, en las minas trabajaban mayormente los
esclavos. La jornada de trabajo era extraordinariamente intensa, sin descanso
regular. Según el testimonio de Jenofonte, los esclavos que trabajaban en los
pozos de minas tenían tan sólo cinco días de descanso por año.
El
mineral llevado hasta la superficie era desmenuzado en morteros y molinos
manuales; luego se lavaba en recipientes especiales y finalmente, previa
calcinación, era dirigido a los hornos de fundición. En el Laurión, la plata se
extraía de la mina durante el proceso de fundición, en el cual se eliminaban
también los otros agregados naturales al metal. La plata fundida en los hornos
se colaba formando lingotes. Probablemente, dichos hornos eran pequeños, pero
nada podemos afirmar al respecto, pues nada ha llegado sobre esto hasta
nuestros tiempos. La madera para la combustión debía traerse desde otras
regiones, pues el Laurión había sido talado muy tempranamente.
Los
yacimientos del Laurión pertenecían al Estado, el que explotaba directamente
una parte de ellos, cediendo otra en arriendo. Para éste eran principalmente
admitidos los ciudadanos, y sólo en casos excepcionales metecos que habían
obtenido la isotelia. Por lo general, el arriendo era a corto plazo: los
yacimientos en marcha por tres años, y los filones que aún no eran explotados y
que requerían reconocimientos e instalación de un sistema de pozos y galerías,
probablemente por diez años. En las minas de muchos arrendatarios trabajaban
cerca de 20.000 esclavos. El Estado cedía en arriendo los yacimientos sólo
sobre pequeños lotes de tierra, y cuando los trabajos requerían su ampliación,
los arrendatarios debían adquirir (pagando, desde luego) al Estado los lotes
contiguos, que eran igualmente pequeños. La materia prima que salía de esos
yacimientos era vendida por los arrendatarios, ya en los mercados, ya en el
mismo sitio a los mercaderes.
El
tratamiento del metal se realizaba a mano; al parecer, la fundición, la colada.
Para dar forma a estos objetos, se usaba una maquinaria especial cuya
construcción no es desconocida. El invento de la misma se atribuía al
arquitecto Teodoros, de Samos.
El
hierro era fundamentalmente empleado para forjar las armas y los instrumentos
de trabajo.
Una
rama importante de la producción metalúrgica era el acuñamiento de monedas. Los
metales de color se destinaban a la preparación de la vajilla doméstica y de ornamentos.
Son conocidas las vajillas metálicas y copas de plata y de oro, sin hablar ya
de brazaletes, anillos, telas entretejidas con hebras de oro, coronas de oro,
etc.
En
el ámbito del tratamiento de los metales, la especialización en el oficio se
hallaba ya bastante desarrollada; en las obras de autores de la antigüedad
encontramos menciones de cuchilleros, armeros, orfebres, etc. Los ingresos de
los talleres que se ocupaban del trabajo en metales eran bastante
considerables. El conocido hombre de fortuna del siglo iv, Pasión, por ejemplo, había cedido en arriendo a un
esclavo suyo manumitido, un taller de escudos por la paga de un talento anual,
y dicho taller daba una ganancia neta de cien minas. La cuchillería del padre
de Demóstenes daba treinta minas de beneficio limpio. No conocemos las
condiciones del trabajo de los esclavos en los talleres, pero puede decirse,
con seguridad, que aun cuando hubiera sido menos severo y agotador que en las
minas, a pesar de todo reinaba la más absoluta arbitrariedad y los esclavos
sufrían el tratamiento más cruel; también la jornada era extraordinariamente
larga.
La producción de cerámica
La
producción de cerámica era una rama no menos importante de la producción
artesanal ateniense. Ya en el siglo vi
a. C. se había desarrollado en gran manera, hasta el punto de superar la
producción análoga de otras ciudades griegas. La existencia de un demos de
«calderero» (ceramista), la denominación de Cerámico dada al barrio artesano de
la ciudad de Atenas, señalan que la confección de vajilla artística y común
desempeñaba gran papel en la economía ateniense. Ya en el siglo vi existían en Atenas grandes talleres
de cerámica que utilizaban el trabajo de esclavos. La existencia de esta clase
de talleres queda testimoniada por la triple firma puesta sobre ánforas que han
llegado hasta nuestros tiempos: del propietario del taller, del alfarero y del
artista que ejecutaba las pinturas sobre el jarrón; en algunos casos, hay
solamente dos firmas: la del propietario y la del pintor.
Entre
los alfareros atenienses de la segunda mitad del siglo vi se encuentran no pocos que llevaban nombres no griegos;
por ejemplo, Amasis, Colco, Taleido, etc., nombres que indican el origen de los
operarios. En cuanto a firmas tales como «pintó un Lidio», o «pintó un escita»,
pertenecían al parecer a artistas esclavos. Hay una suposición según la cual el
conocido pintor ceramista del siglo v,
Epicteto, era un esclavo. Otro artista célebre, Duris, era al parecer, un
meteco.
Merced
a la gran cantidad de imágenes en los recipientes conservados hasta nuestros
tiempos, se hizo posible seguir con precisión el proceso del trabajo en los
talleres ceramistas. Sobre una de las ánforas, por ejemplo, el pintor expuso el
proceso de extracción de la arcilla; sobre otro, una hidria (cántaro para
agua), con pinturas negras, el pintor representó escenas de todas las etapas
básicas del trabajo; la formación del jarrón en el platillo circular giratorio
que era movido a mano, la revisión de las ánforas listas; en otra pintura vemos
a un joven que se lleva un jarrón que acaba de ser hecho; al lado de una
columna, empuñando un bastón, hay parado un anciano, dueño o capataz, que está
vigilando el trabajo; delante del mismo se ve un esclavo que lleva a cuestas
una pesada carga de carbón de leña; otro esclavo está encendiendo el fuego en
un horno. Encima del horno, para calcinar y templar los jarrones, se ve el
mascarón de un sátiro que otrora tuviera significado mágico, pues, según las
creencias de los griegos, servía de protección para las vasijas contra los
malos espíritus y contra el mal de ojo.
Entre
los distintos talleres y sus respectivos propietarios existía la más
encarnizada competencia. Trabajando, literalmente, codo con codo, los alfareros
atenienses se conocían perfectamente uno al otro, y con frecuencia recurrían a
los más diversos artificios y astucias para denigrar la producción del vecino y
ensalzar la propia. Ha llegado hasta nuestros tiempos una curiosa inscripción
en uno de los jarrones: «Este jarrón lo hizo Eutímides, jamás hubiera podido
hacerlo Eufronio». Esta original publicidad de sus productos, ideada para
denigrar al competidor, es sumamente característica.
Tanto
en la producción cerámica corno en la metalúrgica, la unidad económica
dirigente era el taller, que aprovechaba la labor de los esclavos. De entre los
alfareros anónimos de esos talleres se destacaban ante todo los especialistas
pintores. En algunas oportunidades se invitaba a trabajar en un taller a
pintores de renombre, ciudadanos o metecos. Esto de atraer a un taller a un
célebre pintor representaba, desde luego, muchas ventajas, y quizá por esto
mismo los nombres de pintores destacados (por ejemplo, tales como Epicteto o
Duris) se encuentran en jarrones salidos de distintos talleres. Evidentemente,
dichos pintores trabajaban en esos talleres alternativamente.
Los
productos de cerámica eran exportados ampliamente. Esta rama de la producción
desempeñaba un gran papel en la economía de Atenas. Al lado de los productos
que se distinguían por sus cualidades altamente artísticas y por la finura de
la confección, en Atenas era producida la cerámica al por mayor, trabajada
grosera, toscamente, sin revestimiento ni pintura, que servía para satisfacer
las necesidades de la gente pobre del lugar; se producían también tejas para
techar edificios, y envases para servir de tara, de peso muerto, en el
transporte de ciertas y determinadas mercancías.
La producción textil
A
diferencia de la producción cerámica y metalúrgica, las que, casi desde el
mismo momento en que surgieron, se destacaron como oficios independientes, la
hilandería y la tejeduría fueron, en lo fundamental, ramas de la producción
doméstica, también en el siglo v
a. C. La labor femenina en esta producción seguía siendo la predominante,
aun cuando no la exclusiva. Del tejer y del hilar se ocupaban tanto las mujeres
de las familias indigentes, con el fin de llevar al mercado un trozo de tela o
un ovillo de hilo, como las armas de casa ricas, rodeadas de hijas y de
esclavas. Según dice Platón, la mujer es dueña de la lanzadera y del huso. Con
frecuencia, cuando fallecía una mujer se ponía en su sepulcro el huso, corno en
la de un guerrero se ponía la espada y las flechas.
En
primer lugar, esta producción estaba destinada a satisfacer las necesidades de
la familia, y sólo los excedentes se llevaban al mercado. Por las manos de las
mujeres tejedoras e hilanderas pasaba la totalidad del proceso productivo,
desde la esquila de las ovejas hasta la costura de los vestidos; y sólo el
teñido de los hilos o de la tela constituía un proceso aparte en el que estaban
ocupados los varones.
Entre
la materia prima que sufría transformaciones en la producción, el mayor valor
entre los griegos lo tenía la lana. Los tejidos de lino estaban difundidos en
menor cantidad, por lo menos en el período temprano. Así y todo, a partir del
siglo vi ya entraron en uso en el
Ática, al lado de los anteriores vestidos de lana, también túnicas femeninas de
lino. La seda aparece sólo en tiempos posteriores, y su uso es limitado.
Con
el desarrollo de la vida urbana y del intercambio comercial, la producción
casera, doméstica, fue resultando insuficiente. Fuera de unos pequeños
artesanos libres que trabajaban para el mercado, con el fin —como se expresaba
un poeta de la antigüedad— de «no morir de hambre», fueron apareciendo en
cantidad creciente talleres textiles en los que trabajaban esclavos y esclavas.
Las inscripciones atenienses han conservado los nombres de gran cantidad de
libertos ocupados en la tejeduría y en la hilandería. A veces, también los
ciudadanos libres conseguían medios de vida ocupándose de la artesanía textil.
Tal fue el recurso de cierto Aristarco: por consejo de Sócrates, aprovechó la
llegada a su casa, desde el Pireo, de unas parientas pobres, ofreciéndoles que
se ocuparan de esos dos oficios. En otras polis griegas encontramos a esclavos
y esclavas, especialistas en confeccionar costosos y abigarrados tejidos, y que
trabajaban exclusivamente para el mercado. Los talleres en que se aplicaba el
trabajo de esclavos, producían capas para varones que tenían difusión en toda
Grecia. Además de los talleres ocupados propiamente de tejeduría e hilandería,
existían también en Atenas talleres bataneros de paños, en los que trabajaban,
con preferencia, varones. Megara, Corinto y Egina eran célebres por la
confección de vestidos para la clase pobre y para esclavos; Mileto, Chipre y
Quíos tenían fama de productores de tejidos caros, de vestidos y de alfombras;
Siracusa producía tejidos multicolores de lana siciliana.
Los trabajos de construcción de
edificios
La
erección de templos, de edificios públicos y de obras de defensa en Atenas
solían ser decretadas por la asamblea popular, la cual creaba en todos los casos
una comisión especial de funcionarios, para vigilar la marcha de tales o cuales
obras. En las obligaciones de los miembros de tales comisiones (llamados
epístatas) entraba la redacción y la firma de los contratos que se celebraban
con los subarrendatarios. Un arquitecto, basándose en la disposición de la
asamblea, componía el plan de la obra, en el cual entraban los diseños, los
dibujos, como también la descripción detallada del trabajo proyectado para ser
ejecutado.
Entre
los edificios, hay que distinguir la edificación de casas particulares,
ejecutadas por sus propietarios por propia cuenta, y la construcción de templos
privados, que pertenecían a las hermandades religiosas.
Como
materiales básicos de construcción se usaban el granito, la piedra caliza y el
mármol, los cuales eran adquiridos por el Estado a través de los epístatas
citados y, en casos aislados, se cedía en arriendo su adquisición a personas
aisladas, incluyendo el acarreo. El granito necesario para las obras era traído
de las canteras, que eran propiedad del Estado o de particulares. Los trabajos
de construcción atraían una gran cantidad de ciudadanos libres como de metecos
y esclavos.
El
florecimiento de la edificación en Atenas corresponde a la época de Pericles,
cuando se desenvolvió una amplia actividad edificadora, tanto para la
fortificación de la ciudad, por medio de la equipación y reconstrucción del
Pireo, como para la erección de edificios del culto.
Esta
clase de trabajos públicos era realizada por el Estado, guiando directamente
las tareas o cediéndolas en arriendo, en subastas públicas. En el último caso,
la responsabilidad por la obra era cargada íntegramente sobre los contratistas.
Los trabajos se cedían en arriendo simultáneamente a varios contratistas; y
eran aceptados sobre bases iguales, también por metecos y por ciudadanos
libres.
Las construcciones navales
En
relación directa con el crecimiento del poderío político y militar de Atenas,
había adquirido gran valor y significado la construcción naval. Hacia el
comienzo de la guerra del Peloponeso, Atenas disponía de 300 trieres, sin
contar la flota aliada de Lesbos y Quíos. La construcción de una triere era
costosa, término medio, cerca de un talento ático. La madera para las
construcciones navales se importaba a Atenas desde la Macedonia, la Calcídica,
la Italia meridional, el Asia Menor y el Ponto. Era el Estado quien entendía en
las grandes obras de construcción y equipamiento de las naves. En los
astilleros trabajaban esclavos, tanto del Estado como privados, pero la
dirección de los trabajos y el cumplimiento de las operaciones de mayor
responsabilidad eran encomendados a los especialistas en construcciones
navales, que eran ciudadanos o metecos.
En
el desarrollo de la construcción de naves, la asamblea popular desempeñó un
papel igual al que cumplió en otras obras de significado nacional. Cada vez que
se inauguraba una obra, la asamblea elegía una comisión para que se ocupara de
los correspondientes trabajos, compuesta de un tesorero y de inspectores de
astilleros. La asamblea popular determinaba también la cantidad de trieres y de
tetreres (barcos con tres y cuatro filas de remeros, respectivamente), cuya
construcción estaba proyectada para el año que corría. La propia construcción
de los cuerpos de las naves se cedía, por regla general, a concesionarios, en
subastas públicas; y el equipamiento y aparejamiento de las mismas eran
efectivizados por el propio Estado.
El
puerto y los astilleros que, en tiempos anteriores, se hallaban fuera de los límites
de la ciudad de Atenas, fueron incluidos, tras la erección de los Largos Muros
en el siglo v, dentro de los
límites de la ciudad. El Pireo quedó orgánicamente ligado con el resto de
Atenas, y su rada, profunda y amplia, quedó convertida en principal puerto
ateniense, simultáneamente militar y comercial.
Otros
dos puertos atenienses —Zea y Muniquia— servían de apostaderos para barcos de
guerra solamente. En ambos puertos había cobertizos para recibir buques. En el
siglo iv fue construido un
depósito para guardar los aparejos y otros implementos de las naves.
La
técnica de la construcción de puertos, embarcaderos, astilleros y nuevos barcos
fue desarrollándose a la par del crecimiento del poderío económico y político
de Atenas. Se multiplicó la cantidad de los cobertizos y los tipos de naves de
guerra y mercantes se hicieron más diferenciados entre sí. Las naves de guerra
se dividieron ya en dos clases: la primera comprendía a las naves propiamente
dichas que daban cabida solamente a la tripulación estrictamente normalizada;
la segunda comprendía naves de transporte destinadas a llevar destacamentos de
desembarco, caballos, víveres y otros materiales. Las naves de guerra provistas
de velamen podían ser puestas en movimiento también por el trabajo de los remeros,
mientras que las naves de transporte y los buques mercantes eran, en lo
fundamental, buques a vela y requerían tripulaciones insignificantes.
5. Desarrollo de la producción e intercambio
de mercancías en el siglo v
a. C.
La
importancia del desarrollo de la producción e intercambio de mercancías en
Grecia durante el siglo v
a. C. no admite lugar a dudas. Como en todas partes ese desarrollo en la
Grecia de la antigüedad estuvo orgánicamente ligado con el nivel del desarrollo
de las fuerzas productivas y con las correspondientes relaciones de producción,
que presuponían ya la aparición de la propiedad privada, el crecimiento de la
división social del trabajo, la separación del trabajo agrario de los oficios
manuales y el desarrollo de la esclavitud. Engels anota que el desarrollo de
este proceso se hace evidentemente en tiempos muy tempranos: «Hasta donde
alcanza la historia escrita...».
Desgraciadamente,
en lo que atañe a las particularidades y formas de la producción e intercambio
de mercancías durante la antigua época esclavista, no puede considerarse como
suficientemente estudiado en la historiografía soviética. Si bien estos
problemas, indudablemente muy importantes, de la historia antigua, se hallaron
siempre dentro del campo visual de los investigadores soviéticos, su estudio no
asumió aún un carácter tan profundo como merece. Más todavía: el papel de la
producción e intercambio de mercancías en la vida económica de toda la Grecia
antigua es abiertamente subestimado por muchos investigadores soviéticos en una
serie de casos. Pero es el hecho que, después de las guerras greco-persas, el
desarrollo de esos fenómenos en la vida económica de toda la sociedad griega
dio un considerable paso adelante en comparación con la época precedente, y el
peso específico de los giros comerciales creció inconmensurablemente. Fueron
surgiendo en la Grecia balcánica nuevos centros económicos, cuyos giros
comerciales alcanzaron escalas jamás vistas en aquellos tiempos. Y Atenas fue
transformándose precisamente en uno de esos centros, mejor dicho, en el centro
más grande de todo el mundo helénico de aquel entonces. A mediados del siglo v el Pireo se convirtió en el puerto
comercial más grande de todo el mar Egeo, y en la época de Pericles se transformó
en el centro del comercio de toda la cuenca del Mediterráneo. Las avenidas
costaneras del Pireo, de la parte mercante, que era la oriental, estaban
atestadas de depósitos; los de cereales se encontraban en el linde de las
partes militares y mercante de ese puerto. Un poco más lejos estaba situada la
plaza comercial del Pireo, con los negocios, las oficinas de los banqueros y
las mesas de los cambistas. Adyacente al Pireo había un emporio delimitado que
era el lugar para la descarga de mercancías. Todo lo que se descargaba fuera de
ese sitio era considerado contrabando. Más allá de este emporio comenzaba la
ciudad propiamente dicha. En su parte central, durante los siglos v y iv,
residían los propietarios de los barcos, los mercaderes, los grandes usureros,
los empresarios, etc., y en las periferias, los remeros, los cargadores y otros
cuyas actividades estaban vinculadas con el mar. A través del Pireo se
efectuaba la exportación de aceite de oliva, vino, miel, mármol, plomo, plata
proveniente de los yacimientos del Laurión, lana, objetos metálicos, cerámicas,
etc.
Durante
el siglo v se daban cita en el
Pireo las naves de casi todo el Mediterráneo. Allí desembarcaban los cereales
de Egipto, de Sicilia y del Bósforo, el pescado del mar Negro, ganado, cueros,
lana de Mileto, alfombras de Persia y de Cartago, óleos aromáticos de Arabia,
bronce y calzado de Etruria, telas de lino, papiros de Egipto, cobre de Eubea y
de Chipre, brea, cáñamo, maderas de Macedonia y Tracia para construcciones
navales, cera, maderas del Cáucaso y de Iliria, minio de Quíos, etc. Y a este
mismo puerto era traídos los esclavos.
Gran
parte de estas mercancías estaban destinadas no a los consumidores atenienses,
sino que allí se revendían y trasladaban a otros barcos para ser enviados más
lejos, a otras ciudades y diferentes países. El giro global del Pireo, hacia
comienzos de la guerra del Peloponeso, era gravado por derechos aduaneros que
alcanzaban la cantidad de 37 a 48 talentos anuales, lo cual para aquellos
tiempos era una suma exorbitante.
Las
vías marítimas septentrionales llevaban desde el Pireo hacia la Calcídica,
Tracia, la Propóntide y el Ponto; las orientales conducían a Quíos, Lesbos y
los puertos del Asia Menor; las meridionales, a través de Delos, a Samos o a
través de Paros y Naxos, a Rodas, y de allí hacia Chipre, Fenicia, Egipto y la
Cirenaica; las vías occidentales se dirigían a Italia, Sicilia y más hacia el
Oeste. Buscando puntos de apoyo para el comercio, los atenienses procuraban
fundar factorías en todas partes. Así lograron firmarse en las costas de la
Calcídica, en Potídea, en Olinto y en Anfípolis, fundada por ellos mismos.
Lucharon por la posesión de las minas del Pangeo, hasta la subida al trono de
Filipo II de Macedonia. Este mismo
país constituía para ellos un gran mercado proveedor de materias primas (madera
para la construcción de barcos) y pescado tracio.
Desde
tiempos muy tempranos, los atenienses tendieron también hacia el Ponto. Habían
fundado cleruquías en el Quersoneso tracio y en la costa meridional del Ponto,
en Sínope y en Amisos. Igualmente habían quedado bajo la influencia ateniense
las ciudades griegas del litoral occidental y septentrional del mar Negro.
Como
hemos dicho más arriba, en el Occidente los atenienses habían fundado Turios.
Al mismo tiempo, habían cerrado trato con Segesta, Leontini y Región. Todas
estas ciudades, según lo proyectado por los atenienses, debían desempeñar el
papel de puntos de apoyo para el ulterior desarrollo de sus actividades
comerciales en el occidente griego. Hay que subrayar, empero, que precisamente
en el Occidente, Atenas tropezó con su rival más fuerte y peligroso: Corinto.
La lucha contra él constituyó, como es sabido, una de las causas de importancia
de aquel gran conflicto que entró en la historia con la denominación de guerra
del Peloponeso.
Comercio interior
El
comercio interior estaba circunscripto en el siglo v principalmente a operaciones en tierra firme. Dada la
escasa extensión de los territorios de las polis griegas, toda salida al mar en
barco equivalía a salir fuera de las fronteras del país.
El
comercio terrestre, por decirlo así, quedaba generalmente delimitado por las
fronteras de un solo Estado. El carácter montañoso de la región, las constantes
guerras que las polis griegas sostenían entre sí, la falta de desarrollo de
vías terrestres de comunicación y, por lo mismo, el alto costo del transporte
de mercancías por tierra, la ausencia casi completa de ríos navegables, más la
simultánea abundancia de cómodas vías de comunicación marítima, eran las
condiciones que hicieron imposible un desarrollo más o menos considerable del
comercio interior. Finalmente, la sociedad esclavista, como tal, sólo podía
desarrollarse y existir contando con una amplia red de ciudades-colonias
limítrofes con las tribus locales, desde las cuales se las proveía de los
productos básicos: los esclavos. Asimismo, constantemente se hacía sentir la
escasez de cereales en la Grecia central, donde nunca alcanzaban a abastecer a
la población, lo cual hacía necesario proveerse de ellos en Sicilia, Egipto y
el Ponto. Todo esto estimulaba el desarrollo del comercio exterior.
Para
el buen funcionamiento del comercio interior se necesitaba, antes que nada, una
red de caminos transitables. Y la preocupación por tales caminos sólo se ponía
de manifiesto en los Estados tan desarrollados como Atenas. Las vías atenienses
satisfacían simultáneamente las necesidades comerciales y militares. Dos de
ellas unían al Pireo con Atenas; una, trazada dentro de los Largos Muros, y la
otra, bordeada en toda su extensión por olivos, llegaba a las puertas
atenienses. Había otras tres carreteras que terminaban en las fronteras de
Beocia: una iba desde Eleusis hasta Platea, otra desde Atenas hasta Tebas, y la
tercera desde Atenas hasta la ciudad limítrofe de Oropos. La poca extensión de
estas vías indica el reducido desarrollo del comercio interior terrestre.
Había, en general, pocos caminos, los que, además, eran bastante incómodos y mantenidos
en mal estado. Las carretas de cuatro ruedas que se utilizaban para el
transporte de cargas no podían, ni mucho menos, pasar en todas partes; además,
la falta de bueyes en el Ática (había que adquirirlos en Beocia) dificultaba el
uso de esas carretas. Por tales razones, la forma habitual de transportar
cargas era de largas caravanas de asnos o mulos, conducidas por arrieros.
Los
gastos para el transporte terrestre eran muy grandes; llegaban a veces hasta la
mitad del costo de las mismas cargas; el transporte marítimo resultaba, desde
luego, incomparablemente más barato.
Del
comercio interior se ocupaban mayormente los pequeños acaparadores y los
mercaderes ambulantes. Estos últimos caminaban a pie, al lado de sus acémilas
cargadas, o distribuían su mercadería llevándola a cuestas. Comerciaban
preferentemente con vituallas, productos de cacería, pequeños enseres
domésticos, vestidos, flores, etc. Además de ellos, había también tenderos
establecidos en las plazas comerciales. Al lado de algunas de sus tiendas se
instalaban a veces pequeños talleres. Los dueños de dichas tiendas vendían
tanto productos confeccionados en esos talleres, como los que adquirían a otros
mercaderes artesanos.
En
las plazas destinadas al comercio se vendían también productos agropecuarios:
cereales, panes horneados, hortalizas y verduras, frutas, pescados y toda clase
de objetos, atenienses e importados, así como ganados y esclavos. A cada
especie de mercadería le estaba destinado un lugar especial. La mercancía se
colocaba al aire libre o en carpas improvisadas a la ligera. En las ciudades en
las que el giro comercial era grande, el Estado, según parece, construía, por
cuenta propia, galerías techadas para el comercio. A propuesta de Pericles, en
el Pireo se construyó una galería destinada al comercio de harina.
Acudían
también al mercado los esclavos «que vivían separados» de sus dueños, con el
fin de vender sus productos; los artesanos libres que trabajaban
individualmente, por su propia cuenta, quienes vendían vajilla, armas, lana; y
campesinos con hortalizas y cereales. Allí mismo eran vendidas las mercancías
confeccionadas en los talleres, grandes y pequeños, en que trabajaban esclavos.
Los mercados de las grandes ciudades comerciales eran frecuentados no sólo por
gentes de la ciudad y de las aldeas, sino también por extranjeros llegados de
lejanas y cercanas regiones.
Además
de los mercados en que el comercio al detalle se efectuaba cotidianamente, se
organizaban, al lado de los grandes santuarios, o durante las fiestas, ferias
especiales que atraían a vendedores y compradores de gran número de ciudades
griegas. La inviolabilidad de los templos y la costumbre de hacer las paces
durante las fiestas panhelénicas garantizaban a los mercaderes la seguridad
durante sus viajes. Entre esas ferias gozaba de gran popularidad la que tenía
lugar en Delfos.
La
vigilancia general del comercio en los mercados estaba encomendada en las
ciudades griegas, a funcionarios especiales llamados agoránomoi, los que debían
percibir el impuesto establecido para las ferias y velar por el orden, poner
fin a los malentendidos que surgían durante la concertación de algunos
negocios, etc. Los agoránomoi tenían también derecho a imponer multas u otros
castigos, por mala fe en pesos y medidas, por falsificación, por mala calidad
de la mercancía, etc.
El
comercio de cereales en Atenas estaba bajo la vigilancia de otros funcionarios,
los sitofílaques (cuidadores de cereales), de los que había cinco en Atenas y
cinco en el Pireo. En las otras ciudades, en las que la cuestión de la
provisión de cereales no era tan aguda como en el Ática, estas obligaciones se
encomendaban a los agoránomoi.
Para
vigilar los pesos y medidas, la asamblea popular elegía funcionarios llamados
metrónomoi.
Desarrollo del capital usurario
Un
personaje imprescindible en todo mercado era el trapezita (el cambista). La
variedad de monedas, la diversidad de valores y las oscilaciones en el
acuñamiento crearon la necesidad de cambiar unas monedas por otras. Por el
cambio del dinero, los cambistas cobraban cierta suma, a veces bastante
considerable. La venta y reventa de moneda foránea y el cambio de ésta por la
local fueron inicialmente las operaciones básicas de los trapezitas.
El
cambio de monedas de las diversas ciudades debió cobrar real importancia con la
ampliación del comercio exterior. Cada nueva región incluida en el sistema del
comercio común, volcaba al mercado su propia moneda, con lo cual se complicó la
actividad de los cambistas, quienes debían estar al tanto de todos los sistemas
monetarios, saber distinguir la calidad de cada moneda, ver claramente la
correlación de los diversos sistemas. El pago y el cobro de dinero en tales
circunstancias creció hasta convertirse en una complicadísima operación. Como
resultado de todo ello, los trapezitas fueron transformándose gradualmente, de
simples cambistas, en intermediarios en las transacciones comerciales, y se
convirtieron en una especie de «banqueros» sui generis, que recibían
depósitos y efectuaban los cálculos necesarios.
Hicieron
sus aparición las operaciones sin dinero en efectivo, en que prolongadas
disputas y transacciones junto a las mesas de los cambistas eran reemplazadas
por órdenes verbales y personales del depositante acerca del traspaso de dinero
de su cuenta a la de otro, o acerca del pago de dinero en efectivo a la persona
o al trapezita señalado por aquél. De aquí que surgiera para los trapezitas la
necesidad de introducir cuentas personales para cada depositante. Tales
operaciones aparecieron en el siglo v
a. C., pero su desarrollo concierne principalmente al siglo iv.
Además
de los trapezitas, el mismo papel, si no mayor aún, en las operaciones
financieras, era desempeñado por los grandes centros en torno de los templos
importantes, administrados por los anfictiones. A los templos afluían, en forma
de dádivas y presentes, enormes recursos pecuniarios. Las riquezas de los
templos aumentaban más aún mediante el arrendamiento de sus propiedades
territoriales, del cobro de multas en dinero y de préstamos. Los dineros de
estas últimas operaciones alcanzaban a veces grandes dimensiones. La
inviolabilidad de los templos determinó que se les entregara, para guardarlo,
el dinero no sólo de poseedores privados, sino el del Estado. Un cantidad de
polis se convirtieron así en deudores de los templos, y otra de grandes
esclavistas, políticamente influyentes, fueron sus depositantes.
Comercio exterior
Como
ya hemos señalado, el comercio marítimo era vitalmente necesario para Grecia y
para su periferia colonial. Paralelamente con este comercio, fue
desarrollándose también un mayor dominio en la técnica de navegar. Aun cuando
ésta, durante el siglo v y la
mayor parte del siglo iv, se
realizaba, por regla general, a lo largo de las costas, en casos de necesidad
algunos se animaban a efectuar travesías más extensas. Lo mismo puede decirse
respecto a la duración de los viajes marítimos. La navegación comercial seguía
realizándose con preferencia durante los meses estivales, de abril a septiembre
inclusive; así y todo, se conocen casos aislados de travesías hiemales.
Entre
los mercaderes que realizaban operaciones en países extraños, formaban una
categoría determinada aquellos que tenían barco propio, al que gobernaban como
capitanes; diferían de ellos los que transportaban sus cargas en barcos ajenos.
Los primeros se denominaban nau-cleroi y los segundos emporoi.
Tanto
los mercaderes como los propietarios de barcos, al no disponer de suficiente
cantidad de dinero en efectivo, se veían constantemente obligados a acudir en
busca del mismo a los trapezitas, o simplemente a los proveedores. En
calidad de prenda o garantía, se ponía a disposición del acreedor el barco o la
carga, o ambos a la vez; a veces el préstamo se contraía empeñando el flete a
percibir por el propietario del barco por el transporte de la carga. La tasa
del interés de esos empréstitos marítimos, dado el riesgo involucrado en este
tipo de operaciones, era muy elevada: oscilaba entre el 10 y el 30 por 100, o
más, en función de lo que durara el viaje mercante. La perspectiva de obtener
beneficios muy grandes en caso de culminar felizmente la expedición mercante,
obligaba a los mercaderes griegos y a los propietarios de barcos a conformarse
con tan altos intereses.
Posición del Estado respecto al
comercio
En
relación directa con el crecimiento de los giros comerciales y con ampliación
de los mercados, surgió la necesidad de introducir cierta organización en las
relaciones comerciales. Esta necesidad fue percibida tanto por los
participantes directos e inmediatos, o sea, los mercaderes, como por el Estado.
Sobre esta base fueron surgiendo algunas uniones de mercaderes y de
propietarios de barcos, en forma de sociedades.
Un
significado incomparablemente mayor tuvo la intervención del Estado en las
relaciones mercantiles. El comercio desempeñaba importante papel en la vida de
toda polis. Para salvaguardar y apoyar el comercio marítimo se creaban fuertes
flotas. Con el objeto de proveer al Estado de las mercancías más necesarias,
Atenas celebraba, en nombre de la asamblea popular, tratados comerciales con
otras polis.
El
Estado ateniense también prestaba atención especial a la regulación del
comercio cerealista, debido a que en el mismo se hallaban interesados no sólo
los círculos comerciales vinculados con el producto en
cuestión, sino toda la población ateniense. Una dilación o demora temporal del
cereal siciliano provocaba inmediatamente el alza del precio del pan; los
acaparadores y mercaderes, con fines de lucro mediante una venta más
beneficiosa del cereal, creaban a veces un falso pánico en el mercado
cerealista de la ciudad. Luchando contra semejantes abusos, el Estado permitía
la concesión de grandes empréstitos sobre cereales. Estos, de acuerdo con las
leyes atenienses, sólo podían ser importados por el puerto del Pireo. Desde
luego, aun cuando dichas medidas introdujeron cierto orden en el comercio
cerealista, resultaron, a pesar de todo, insuficientes.
La
intervención del Estado en el comercio privado no se limitó a la regulación del
comercio cerealista. Entre los artículos más importantes de los ingresos del
Estado se encontraban los aranceles que cobraba sobre los giros globales que
efectuaba el comercio. Los derechos al cobro de dichos aranceles, así como de
otros impuestos, eran cedidos, en subasta pública, a concesionarios aislados, o
uniones de algunos concesionarios. Por ejemplo, durante la guerra del
Peloponeso, el derecho a cobrar dichos impuestos en el Pireo se vendía en
subasta pública anual por la suma de 30 talentos, pero, en realidad, el total
de esos derechos era mucho mayor que la consignada por el Estado. Los derechos
aduaneros comerciales se cobraban también en todos los grandes puertos de los
mares Mediterráneo y Negro. El cobro de los mismos era efectuado, previa
verificación de las cargas de todo barco que llegaba, o zarpaba, por los
funcionarios aduaneros. Al ser descubierta una carga oculta, la misma era
confiscada o los derechos aduaneros se decuplicaban.
En
caso de desórdenes en el sistema monetario, y en los de apremiante necesidad de
dinero, el Estado se apropiaba del monopolio para la venta de las mercaderías
importadas. En algunas ciudades se declaraba por cierto tiempo el monopolio
para la exportación de cereales o del aceite de la cosecha del año que corría.
Al acaparar los cereales, o el aceite, u otros productos a precios fijos, el
Estado los vendía a los precios más altos posibles, en mercados extranjeros.
Mas se trataba sólo de medidas pasajeras, y ulteriormente era restablecida la
libertad de comercio.
A
veces el Estado, con el fin de aprovisionarse y de poder hacer frente a sus
necesidades, prohibía la exportación de ciertos productos. Esto repercutía en
Atenas, en primer lugar, sobre los cereales. Frecuentemente, durante la guerra,
se ponían interdicciones sobre la exportación de víveres y de materiales
bélicos, para que no cayeran en las manos del enemigo.
Carecemos
de noticias acerca de leyes comerciales de los siglos v-iv. Empero,
la existencia de tribunales especiales que entendían en los asuntos de
comercio, en las acusaciones motivadas por las leyes y las pertinentes
defensas, señalan la indudable existencia de una legislación comercial en los
Estados griegos. Probablemente, se refieren a ese tiempo los primeros ensayos
de codificación en el comercio marítimo, de los cuales más tarde se aprovechó
ampliamente la isla de Rodas.
6. Ingresos y gastos del Estado ateniense
Fuentes de ingresos
No
sería completo el cuadro de la vida económica de Grecia si no tocáramos la
actividad financiera de las polis griegas. Tenemos a este respecto nociones tan
sólo fragmentarias, y que, en su mayor parte, atañen no al siglo v, sino a los siglos posteriores.
Únicamente es posible formarse una idea más o menos completa de la vida
financiera del Estado ateniense.
Después
de constituida la Liga marítima ateniense, la base de la economía de ese Estado
la constituyeron los tributos (foros) que los atenienses percibían anualmente
de los miembros de dicha Liga, los ingresos producidos por la monopolización
del acuñamiento de monedas, y los de una serie de monopolios comerciales en los
puertos aliados. Al comienzo, la recaudación total del foros era de 400
talentos anuales. Al parecer, la cantidad de foros ingresadas por la mayoría de
las comunas aliadas a lo largo de los primeros cincuenta años (años 478 a 426)
oscilaba muy poco: el aumento de los ingresos generales de Atenas hacia el
tiempo de la guerra de Arquídamo (de 460 a 600 talentos) encuentra su
explicación más bien en el aumento del número de las comunas aliadas que en el
del foros pagadero por cada una de las ciudades. Por lo general, el foros era
integrado una vez al año, durante los grandes festejos dionisiacos. Por la
demora en el pago de ese tributo, los aliados eran castigados con la imposición
de una suma complementaria, y en caso necesario, hasta con una expedición punitiva.
La sexagésima parte de la suma general del foros ingresaba en el fondo estatal
intangible, el tesoro de la diosa Atenea.
Formaban
también parte permanente de los ingresos del Estado, los que se percibían de
las posesiones estatales, las que a menudo eran bastante considerables (por
ejemplo, los ingresos de los yacimientos del Laurión, de las canteras y de las
salinas). No pocos ingresos obtenía el tesoro del Estado de los aranceles
aduaneros: de los impuestos sobre el derecho a vender las mercancías en los
mercados, y sobre las mercancías de exportación. Al parecer, en el siglo v no existían aranceles únicos: los
productos de primera necesidad eran gravados con aranceles bajos, y los menos
imprescindibles con aranceles más elevados. En el siglo iv fue establecido ya un arancel único del uno por ciento
del valor de la mercancía.
Las
inscripciones conservadas hasta nuestros tiempos nos hablan asimismo de
impuestos aplicados a las ventas de bienes raíces y por arrendamientos. En
todas estas ocasiones, el Estado cobraba impuestos a su propio favor. En tales
oportunidades, el porcentaje oscilaba entre el medio y el cinco por ciento;
generalmente, cuando el precio de venta subía, el impuesto descendía. Al tesoro
del Estado ingresaban también los derechos procesales y las multas impuestas
por los jueces, así como los dineros obtenidos con la venta de bienes
confiscados. Los metecos y los libertos pagaban a favor del Estado impuestos
directos; la población ciudadana estaba libre de ellos.
Las liturgias
Sobre
los ciudadanos pudientes gravitaba la obligación de entregar una parte de sus
ingresos a la sociedad. Se trata de las llamadas liturgias. El contenido
semántico de este vocablo puede ser definido como «actividad a favor de
Estado». La aparición de las liturgias se remonta a la época en que el
desempeño de funciones oficiales no era todavía remunerado, cuando el ejército
era armado por los ciudadanos, cuando el Estado carecía aún de ingresos
estables y, en virtud de ello, los ciudadanos acaudalados que lo gobernaban,
teniendo en cuenta sus propios intereses, consideraban un timbre de honor tomar
a su cargo considerables erogaciones para satisfacer necesidades sociales, de
interés general para toda la ciudadanía.
Los
metecos ricos eran traídos a cumplir las obligaciones de las liturgias a la par
que los ciudadanos, pero no podían participar en las liturgias de índole
militar, como tampoco en las que estaban vinculadas con el culto.
Las
liturgias más importantes, que se repetían periódicamente, eran las vinculadas
con la organización de los festejos: la coregía y la gimnastarquia. El corega
tenía que reclutar un coro para que apareciera en las representaciones
teatrales de las fiestas, proveerlo de las vestimentas necesarias, pagar su aprendizaje
y alimentar a todos sus miembros en tanto durasen el aprendizaje y las fiestas.
En la mayor parte de los casos, durante estas competiciones teatrales, cada una
de las filai áticas presentaba su coro. Las gimnastarquia consistía en la
organización de torneos gimnásticos, por ejemplo, carreras con antorchas, que
se organizaban en Atenas cinco veces al año. Además de los gastos para el
adiestramiento de los que tomaban parte en dichos torneos, los gimnastarcas
tenían que ocuparse de la iluminación y ornamentación del lugar en que se
realizaban. Al igual que los coregas, se presentaba, por parte de cada filai, a
elección del arconte-basileus.
La
liturgia vinculada con la guerra era la trierarquía. Los gastos para la
construcción de nuevas trieres y para su equipamiento de mástiles y velamen
corrían a cargo del Estado. Las obligaciones del trierarca fueron inicialmente
las de cuidar del buen estado del barco y de su equipamiento, lo cual a veces
implicaba grandes gastos, especialmente cuando se trataba de barcos viejos. Al
parecer, durante el siglo v los
gastos de los trierarcas para mantener a los barcos en buen estado, habían
crecido: la adquisición de pequeños objetos para el aparejamiento del barco
también había pasado al conjunto de obligaciones del trierarca, quien, además,
tenía que alistar a la tripulación, darle la pertinente instrucción y, en
algunos casos, pagarle los emolumentos.
Durante
el período en que Atenas tuvo a su disposición 400 barcos, en las listas de los
trierarcas fueron anotados 1.200 ciudadanos acaudalados, de manera que cada uno
de ellos no fuera trierarca más que una vez cada tres años. Durante los años de
su trierarquía, el ciudadano debía abandonar todas sus ocupaciones habituales y
vigilar personalmente el barco. Para hacer más llevadero lo gravoso de la
liturgia, el trierarca quedaba eximido de todas las otras liturgias y de los
impuestos extraordinarios. Después de la expedición a Sicilia, cuando los
gastos para la construcción y mantenimiento de la flota habían crecido y la crisis
financiera de Atenas era más profunda, los atenienses se vieron precisados a
renunciar a las trierarquías personales y pasar a una forma nueva, a la
sintrierarquía; se autorizó a que se reunieran dos o tres trierarcas para
ocuparse de un solo barco. Tal reforma, empero, no aportó gran alivio a los
trierarcas, sino que engendró desorden e irresponsabilidad. Debido a ello, la
sintrierarquía existió durante muy poco tiempo.
Aparentemente,
a raíz de la oposición ofrecida por los ciudadanos ricos al sistema de las
trierarquías, a los ciudadanos que soportaban liturgias superiores a sus medios
y fuerzas, se les otorgó el derecho a transferir su liturgia a otros ciudadanos
más pudientes. Llegamos a enterarnos de esto sólo por las fuentes del siglo iv; mas cabe suponer que tal disposición
ya estaba en vigor también en el siglo v.
En las coregías era el arconte y en las trierarquías el estratega quien
determinaba el breve plazo (tres días) para presentar queja contra una liturgia
injustamente aplicada. En ese plazo, el ciudadano gravado con una liturgia
debía llamar para hacerse cargo de la misma a otro de más fortuna que él y
libre de otras obligaciones. Este otro ciudadano podía aceptar la liturgia, o
bien dar su conformidad a cambiar de bienes y recursos con el que se había
quejado. Este último, tras efectuarse el cambio de fortunas, tenía la
obligación de responder de la liturgia, haciendo uso de los bienes que acababa
de recibir. En torno de las liturgias se desarrollaba en el Estado ateniense la
lucha entre los ciudadanos ricos y los pobres; durante los períodos de
predominio de los oligarcas se suprimían, a la vez que las instituciones
democráticas, también los liturgias.
El éisfora
Cuando
el Estado ateniense pasaba por períodos difíciles, los ciudadanos y los metecos
eran gravados con un impuesto directo extraordinario provisional (el éisfora).
Fue introducido en Atenas, por primera vez, alrededor de los años 428-427. No
se sabe cómo se cobraba en el siglo v:
algunos hombres de ciencia suponen que, en ese tiempo, se trataba de un
impuesto sobre los ingresos y rentas que daban los bienes raíces. Empero, por
cuanto también estaban sujetos a este impuesto los metecos, que pagaban un
sexto del total del mismo, es más probable la suposición de que ya en el siglo v, al igual que en el iv, se tratara de un impuesto sobre los
bienes raíces y sobre los bienes muebles. En el año 428 la cantidad total
recaudada por el éisfora se calculaba en 200 talentos.
El
éisfora era el impuesto más odiado en Atenas, porque, de acuerdo con las
tradiciones establecidas y arraigadas, el impuesto directo se consideraba
incompatible con la libertad ciudadana, razón por la cual se recurría a él en
casos extremos. Incluso, cuando se recababa dicho impuesto durante un tiempo
prolongado, se lo consideraba siempre como una medida perentoria.
Resulta
así que el Estado ateniense disponía de diversas fuentes de ingresos; pero
todos los medios recaudados en el Ática eran incomparablemente inferiores a las
sumas que ingresaban de los aliados de Atenas. De esta manera, el poderío
económico del Estado ateniense en el siglo v
estaba estrechamente vinculado a la subyugación política y militar de las otras
ciudades griegas.
Los gastos del Estado ateniense
Los
gastos para celebrar los sacrificios y las fiestas religiosas importaban una
parte bastante considerable del presupuesto nacional. Había en Atenas mayor
cantidad de fiestas que en cualquier otra polis. En los años 410-109 se gastó
en los grandes festejos panateneos cinco talentos y diez minas y en los
animales sacrificados, 51 minas y 74 dracmas. Sumaban grandes cantidades
también los premios que se distribuían en los torneos. A los vencedores de las
competiciones ecuestres, o gimnásticas, se les entregaba centenares de ánforas
con óleo sagrado y coronas de oro o plata. En las competiciones militares los
premios eran toros que se valuaban en una mina por cabeza.
Sumas
mayores aún se gastaron durante las épocas de Cimón y de Pericles para la
fortificación de Atenas: en la erección de los Largos Muros, en fortificar el
promontorio del Sunión, el Pireo, Eleusis y otros puntos del Ática. A esos
gastos hay que agregar también los que se invirtieron en la construcción de
edificios públicos. La cantidad total de los gastos en construcciones se elevó
durante los años del Gobierno de Pericles, al parecer, a una cantidad entre
seis y ocho mil talentos.
Una
parte importante en el presupuesto ateniense era el de los gastos militares.
Antes de Pericles, la manutención del ejército, tanto de la infantería como de
la caballería, no costaba nada al Estado, puesto que cada ciudadano debía
armarse y mantenerse a sus propias expensas. Pero luego esos gastos fueron tomados
por el Estado a su cargo, es decir, los pagaba el fisco. Hay que tener presente
a este respecto que, a mediados del siglo v,
además de los 3.350 guerreros acuartelados en la propia ciudad de Atenas,
existía un ejército permanente —terrestre y naval— fuera de la ciudad. También
implicaba grandes gastos la manutención de la flota, que contaba hasta de 200 a
300 trieres. Asimismo se gastaban grandes sumas de dinero en sostener la
influencia ateniense entre los aliados. Durante el Gobierno de Pericles, cuando
la política para con los aliados era, si no suave, por lo menos moderada, la
ejercitación del control sobre los aliados exigía gastos relativamente
pequeños. Pero durante los años de la guerra del Peloponeso, cuando el foros de
los aliados fue elevado muy considerablemente y la oposición de los mismos se
volvió especialmente peligrosa, los gastos para mantenerlos en obediencia
crecieron repentinamente. Además de la flota de guerra, eran mantenidas por
cuenta del Estado dos naves fiscales: la Salamina y la Paralos, destinadas al
cumplimiento de toda clase de embajadas.
En
resumidas cuentas, los gastos anuales a mediados y finales del siglo v, en Atenas, se calculan más o menos en
una suma que iba de 30 a 40 hasta 80 talentos. En tiempos de guerra, los gastos
estatales crecían bruscamente. El asedio de Samos, por ejemplo, costó a Atenas
más de 1.275 talentos, y el de Potídea, entre 2.000 y 2.400 talentos. El costo
de la expedición a Sicilia que, según Tucídides, fue ciertamente la empresa
bélica más costosa de los atenienses, se calcula, como mínimo, entre 4.500 y
5.000 talentos.
Para
terminar, hay que detenerse aún en los gastos para el pago de los empleos
nacionales. La remuneración de los miembros de la heliea, que había introducido
Pericles, representó primero dos óbolos diarios para cada uno de los jueces.
Desde los tiempos de Cleón, se elevó a tres óbolos; y así fue también en el
siglo iv. La cantidad total de
gastos consumidos por la remuneración de los heliastas dependía de la cantidad
de días en que celebraba sesiones la heliea y de la cantidad de jueces que
tomaban parte de ellas. Alrededor del año 425, el gasto total en asuntos
judiciales llegó a 50-60 talentos. La paga a los miembros del Consejo, también
introducida durante el Gobierno de Pericles, representaba un gasto anual de 15
a 20 talentos. Los arcontes, que tenían a su disposición a personal
subordinado, eran pagados de la siguiente manera: cada uno de ellos recibía
diariamente cuatro óbolos, y el Estado tomaba por su cuenta los alimentos del
heraldo y el flautista.
Todos
los hechos que acaban de exponerse dan testimonio de que en el siglo v a. C. existía en Grecia una
producción e intercambio de mercancías bastante desarrolladas. La
particularidad histórica del desarrollo económico de Grecia consistió
precisamente en que, estando concentrada la propiedad privada sobre los medios
de producción en las manos de la clase de los esclavistas, el trabajo de los
productores básicos, es decir, de los esclavos, era explotado por aquéllos con
métodos de coerción extraeconómica. Según dice C. Marx, se trataba de
«apropiación natural de la fuerza ajena de trabajo, mediante la directa
coerción física».
De
esto se desprende con claridad absoluta, que, fuera de la dependencia del grado
de desarrollo del comercio, la producción de mercancías en la antigua Grecia
esclavista no pudo alcanzar su forma más elevada, esto es, no pudo ser de forma
y esencia capitalistas. Los investigadores soviéticos tienen que demostrar,
mediante el profundo estudio de las fuentes y mediante la generalización de los
hechos, el carácter específico de la producción de mercancías durante la época
antigua y su papel en el desarrollo de la economía esclavista, y desenmascarar
hasta el fin las anticientíficas «concepciones» burguesas sobre esta cuestión,
las que tratan de identificar la producción de mercancías en el mundo antiguo
con la producción capitalista, y «probar» así la índole «sempiterna» del
capitalismo.
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