sábado, 13 de enero de 2018

Augusto Progo de Lis Grecia Frente a Roma Historia de la Liga Aquea Libro III  Polibio de Megalópolis 27 DESTIERRO Y SUMISIÓN

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 DESTIERRO Y SUMISIÓN

 Los dieciséis años posteriores al 167 representaron para la Liga Aquea un nuevo periodo de estabilidad y paz. Bajo la estrecha vigilancia y supervisión de las autoridades romanas, la federación mantuvo lo que en apariencia era una tranquila y reposada evolución. Las estructuras federales se mantenían, en lo esencial, tal y como Filopemen las había perfeccionado, reforzada la aparente solidaridad entre las ciudades, aunque cada una de ellas centrada en sus propios asuntos. La ausencia de grandes conflictos, internos o externos, hacía que la organización federal quedara reducida a un papel secundario. En las ciudades dominaban las familias aristocráticas propietarias de tierras, mientras que su vida política estaba controlada por los dirigentes pro romanos de cada una de ellas, en un momento en el que sólo la fidelidad y sumisión a Roma podía asegurar el acceso a los cargos públicos. Frente al exterior, la benevolente autoridad romana aseguraba la estabilidad y la seguridad de todo el andamiaje político y social. Pero ocultos, se mantenían algunos peligros.
 En primer lugar, aunque podía parecer que el control de los grupos pro romanos era total, en grandes capas de población latía un claro descontento hacia las autoridades, que eran percibidas como impuestas. Ya vimos como Calícrates y sus seguidores eran universalmente considerados como arribistas y traidores, que habían entregado su patria a los romanos para satisfacer su ansia de poder. Ese rechazo, por supuesto, enmascaraba otro más profundo, una mezcla de temor y resentimiento hacia los romanos, la potencia dominadora, unos bárbaros que utilizaban su fuerza para someter a la superior cultura griega, una autoridad aparentemente amable e indulgente que ocultaba un ansia de dominio universal y representaba a una cultura inferior y primitiva. Este espíritu afectó incluso a Polibio, siempre respetuoso con la sociedad romana, como se ve en su descripción de la celebración del triunfo de Lucio Anicio sobre los ilirios.
 ... cuenta Polibio... llamó de Grecia a los artistas más famosos, e hizo levantar una escena en el Circo Máximo. Y primero hizo salir en ella a todos los flautistas... ellos andaban marcando el ritmo con movimientos adecuados, pero Lucio Anicio les envió a decir que desafinaban y les ordenó más competitividad... uno de los lictores les indicó que se volvieran y se acometieran unos a otros fingiendo una batalla... y cuando uno de los coreutas se ciñó su vestido... y a guisa de boxeador alzó los puños contra un flautista que le venía al encuentro, entonces se produjo un aplauso y una aclamación formidables por parte de los espectadores... acerca de los actores de tragedias, concluye Polibio, si me pusiera a hablar de ellos, le parecería a alguno que los tomo a broma. Ateneo, 14. 615

 La burlona descripción de Polibio era el reflejo de un estado de ánimo generalizado entre los griegos, que veían, doloridos, que su superior cultura estaba en manos de unos semibárbaros. Pero como todas las caricaturas, sólo en parte era cierta. En Roma existía una minoría aristocrática y culta, que entendía el saber griego y lo respetaba. Era la postura de los romanos lo que había cambiado, desde que en el siglo IV a. de C. habían enviado respetuosamente embajadores a los centros culturales y religiosos de Grecia. Los romanos se sabían ahora superiores, se sentían dispuestos a imponer sus valores a los griegos, algo que veremos más adelante que ocurrió con el propio Polibio.

 La Liga Aquea, 167-151
 Por otro lado, el endémico problema griego, la rivalidad entre las ciudades, se mantenía. Oculta bajo la autoridad romana, –siempre vigilante para impedir cualquier tipo de conflicto–, pero todavía viva. En el caso de la Liga Aquea, las viejas enemistades, fundamentalmente las de Esparta con Argos y Megalópolis, sobrevivían de forma larvada, causadas ahora por la titularidad de ciertos territorios que durante siglos se habían disputado. Esparta, derrotada por la Liga veinte años antes, insistía en exigir la devolución de comarcas que consideraba suyas, como la ciudad de Belemina, ocupada por Megalópolis tras la catástrofe de 187, o el territorio de Cynuria, controlado por Argos. Asimismo existían roces con otros estados, como el caso de Egina, controlada por Pérgamo, o de Delos, controlada por Atenas, que expulsó a su población, acogida por la Liga. Otras ciudades aqueas albergaban aspiraciones de autonomía respecto a la unidad federal. Sólo la mediación y el arbitraje romano, impuesto, en la mayor parte de los casos, impedía que esas disputas degeneraran en enfrentamiento abierto. Uno de esos conflictos, que estalló en 156 fuera del territorio de la Liga, estaba destinado a tener un importante papel en la evolución posterior de la federación.
 En medio de una situación de crisis, debida a las malas cosechas y a problemas de abastecimiento de alimentos, los atenienses asolaron el territorio de la pequeña ciudad de Oropo, famosa por su santuario al héroe Anfiarao. Los habitantes de Oropo pidieron una reparación, que al serles negada les obligó a buscar la ayuda de la Liga Aquea y de Roma. El senado resolvió entregar el pleito al arbitraje de la ciudad aquea de Sición, que ante la negativa ateniense a atender el requerimiento condenó a Atenas a una gran multa de quinientos talentos. Los atenienses, incapaces de satisfacer esa suma, enviaron inmediatamente una embajada a Roma, compuesta por los directores de sus tres grandes escuelas filosóficas, la Academia, el Liceo y el Pórtico. El prestigio de sus componentes facilitó el logro de sus objetivos, y la multa fue reducida a cien talentos. Pero los atenienses consiguieron forzar un acuerdo independiente con Oropo.
 Ni siquiera esta multa reducida fue pagada por los atenienses, sino que por promesas y sobornos enredaron a los oropienses en un acuerdo por el que una guarnición ateniense debería entrar en Oropo, y que los atenienses deberían tomar rehenes de los oropienses. Si en el futuro los oropienses tuvieran cualquier queja que hacer contra los atenienses, entonces los atenienses retirarían su guarnición de Oropo y devolverían los rehenes. Pausanías, Acaya 11. 5
 Obviamente la crisis fue cerrada en falso. Su posterior reactivación iba a tener serias consecuencias en la Liga Aquea.
 Por último, debemos contar con el omnipresente problema social. Conforme la actividad comercial se trasladaba hacia Italia y las grandes ciudades de oriente, la decadencia económica de Grecia se presentaba más evidente. El desasosiego social era cada vez más intenso, aunque se mantenía oculto tras el dominio político de las aristocracias pro romanas, sostenidas por el poder de Roma. El sistema tendía a fosilizarse, a enquistarse en torno a los intereses de una minoría propietaria, defraudando las expectativas de la mayoría de la población, que seguía sin medios, salvo el endeudamiento, de acceder a la economía monetaria. Grecia languidecía, como si el reloj social se hubiera detenido.
 Esa parálisis progresiva tenía su reflejo más visible en una aguda crisis demográfica, sobre todo entre los grupos más favorecidos. Este acusado comportamiento maltusiano era causado, esencialmente, por las escasas expectativas de enriquecimiento y desarrollo, y era agravado por una fuerte corriente emigratoria, tanto hacia la cada vez más pujante Italia como hacia las grandes ciudades de oriente como Éfeso, Antioquía o Alejandría. Las lastimosas quejas sobre el despoblamiento de Grecia y el abandono de sus campos se fueron haciendo cotidianas. La vitalidad de Grecia se iba apagando conforme los focos de la civilización se desplazaban hacia oriente y occidente.
 Mientras, los desterrados aqueos, como los de muchos otros estados griegos, sentían la desesperanza de una vida de aislamiento y pobreza en las provincianas ciudades del interior de Italia. Año tras año la Liga enviaba embajadas con la esperanza de conseguir su regreso de todas las formas posibles, con ruegos y elaborados argumentos legales, con reproches y declaraciones de una fidelidad sin fisuras. Nunca tuvieron éxito. Parece que hacia 159 una gran parte de esos desterrados habían muerto, entre los que podríamos contar a personajes como Licortas, el padre de Polibio, o Arcón, el otro gran líder del partido “nacional”. Un autor tardío nos da la información de que algunos de ellos, embargados por la desesperación, habían llegado al suicidio, lo que profundizó aun más el sordo odio a Roma en la federación. Una generación entera de líderes políticos se consumía apartada de sus ciudades. Pero ese no fue el caso de Polibio, uno de esos deportados.
 Polibio de Megalópolis fue capaz de introducirse dentro de uno de los círculos más exclusivos de la sociedad romana, la familia Cornelia Escipión. Eso le convirtió pronto en el líder indiscutible del grupo de exiliados, y un instrumento de influencia aquea en el corazón de las instituciones romanas. El origen de esa posición fue la amistad que lo unió a Publio Cornelio Escipión Emiliano. Hijo del cónsul Emilio Paulo, el vencedor de Pydna, había sido adoptado por Publio Cornelio Escipión, el primogénito de Escipión Africano, el vencedor de Aníbal. Entraba así en una familia de enorme prestigio, y pudo disponer pronto de una importante fortuna, al reunir las herencias de varias estirpes. Siendo un joven de diecisiete años acompañó a su padre biológico en la campaña macedonia, y fue allí donde parece que entró en contacto con Polibio, por entonces el principal enlace entre las autoridades romanas en Grecia y el gobierno de la Liga Aquea. Eso permitió a Polibio entablar relaciones amistosas con el cónsul Emilio, y por tanto con sus hijos. La causa del acercamiento parece haber sido las inquietudes culturales de Escipión Emiliano.
 A estas personas mencionadas [Escipión, su hermano biológico Fabio y Polibio], el comienzo de su relación les vino porque se prestaban libros y discutían acerca de ellos... Esta amistad continuó y, cuando los rehenes aqueos conducidos a Roma fueron distribuidos por distintas ciudades, Fabio y Escipión, los hijos de Lucio Emilio Paulo, solicitaron con gran interés de su padre que Polibio no se moviera de Roma. Logrado esto, el trato se tornó mucho más íntimo. Polibio 31. 23
 Con el tiempo la relación entre Polibio y Escipión se hizo mucho más estrecha, unidos por el interés del joven en instruirse en la cultura griega y su común afición a la caza. Polibio, próximo a los cuarenta años, terminó por convertirse en una especie de mentor del joven Escipión, de apenas veinte.
 “...yo me prestaría con sumo gusto y te ayudaría a hablar y a obrar de manera que estés a la altura de tus antepasados. Y en cuanto a tus estudios, pues veo que ahora os afanáis y ponéis en ellos vuestro empeño, no os faltarán ni a ti ni a tu hermano gente dispuesta a ayudaros: en esta época veo por aquí una riada enorme de griegos de tal condición... pero no creo que encuentres un colaborador, un compañero de lucha más apropiado que yo mismo.” Polibio 31. 24
 Polibio acabó así por entrar en la casa de Escipión, y mantuvo la relación el resto de su vida. Ese vínculo no era en absoluto extraño ni a las costumbres griegas ni a las romanas. Ya vimos otras veces que las relaciones entre aristócratas estaban presididas por una solidaridad de clase, que hacía natural que una relación de amistad entre familias se convirtiera pronto en una mezcla de patronazgo y pupilaje cuando alguno de ellos caía en desgracia. De esa forma Polibio obtuvo un status impensable para el resto de los desterrados aqueos, con total libertad de movimientos que le permitió incluso acompañar a su discípulo fuera de Italia, a España o el norte de África. Con el tiempo se convirtió en el representante de los exiliados aqueos, y conservó estrechas relaciones con algunos de sus correligionarios en Grecia. Llegó a tener cierta influencia y un amplio círculo de amistades en la vida política y social de Roma.
 Al mismo tiempo sus ideas políticas sufrieron un gran cambio. El antiguo dirigente anti romano terminó por aceptar lo inevitable del triunfo de Roma. En contacto directo con su sociedad y su política, reconoció una grandeza en ese pueblo que antes había despreciado, un destino que lo llevaba al dominio del mundo, de la misma forma que pensadores contemporáneos, como el francés Henry-Levy, han roto con antiguos prejuicios anti-imperialistas y defienden la necesidad de aceptar la cultura estadounidense como centro de la cultura occidental y su supremacía como garante de su supervivencia. Convencido de la inutilidad de luchar contra un proceso histórico, a inicios de la década de los cincuenta Polibio dirigió su interés personal por la Historia hacia el conocimiento de cómo y porqué los romanos habían llegado a su posición de hegemonía. El resultado de su trabajo fue la redacción de su monumental obra, que con el tiempo se convertiría en la imagen de referencia sobre el ascenso de la república romana a la posición de regente del mundo conocido. Roma comenzaba así a conquistar el pensamiento griego.
 Nuestros conocimientos sobre la Liga en el periodo entre 167 y 151 se reducen básicamente a los esfuerzos de la sociedad aquea para obtener del senado romano el perdón de los deportados, y a los roces y conflictos derivados de la posición de Esparta en la Liga. Las embajadas a Roma se encontraron siempre con una inalterable indiferencia. En el senado existían importantes simpatías por los aqueos, entre las que se encontraba la de Escipión Emiliano, que por la amistad que sentía por Polibio se convirtió pronto en el principal abogado del perdón. Pero una mayoría de senadores mantenía una postura utilitaria ante la cuestión. Al reforzar el monopolio del poder en Grecia de los grupos pro romanos se aseguraban la fidelidad, quizás forzada pero segura, del mundo griego. Permitir el regreso de los deportados, el núcleo de la oposición a los pro romanos, hubiera significado la vuelta a las luchas internas y a la más que posible recuperación del poder por dirigentes no tan dispuestos a la colaboración incondicional con Roma. Las quejas y lamentos de las poblaciones griegas ante los abusos de los líderes pro romanos eran así sistemáticamente desoídas por el senado. El caso de Cárope del Epiro es sintomático de este ambiente.
 Una vez que Lucio Anicio y Lucio Emilio decidieron ejecutar a los dirigentes más sobresalientes y trasladar a Roma a aquellos sobre los que recaían sospechas menores, Cárope asumió el gobierno y obró a su antojo; no hubo crimen que no cometiera, unos personalmente, otros a través de amigos... Él poseía una especie de soporte y de predisposición para ser creído, porque sus actos parecían obedecer a razones válidas y contar con la aprobación de Roma. Polibio 32. 5. 6-9
 No muy distinta era la opinión que se tenía de líderes aqueos como Calícrates de Leonte. Sin llegar a los niveles de violencia e inescrupulosidad de Carope, Polibio y otros autores griegos les acusan con dureza de venalidad y de anteponer su beneficio personal al interés común. Pero mientras aseguraran la fidelidad a Roma su posición era inamovible, gracias al apoyo del senado, árbitro de los asuntos internos griegos.
 Sólo en 151, tras dieciséis años de infructuosos esfuerzos, el senado romano, persuadido por una intensa campaña personal de Escipión Emiliano, consintió por fin en liberar a los deportados aqueos. Para entonces, después del prolongado destierro, los exiliados más jóvenes, como Polibio, rondaban los cincuenta años de edad. Sólo sobrevivía apenas una tercera parte de los repatriados originales, unos trescientos, en su mayoría ya ancianos. Esto dio pie a que Marco Porcio Catón, el líder de la facción más radicalmente conservadora del senado, se refiriera en el debate a ellos de forma despectiva.
 ... como si no tuviéramos otra cosa que hacer, nos estamos aquí sentados todo el día, ocupados en examinar si unos cuantos griegos ya ancianos han de ser llevados a enterrar por nuestros sepultureros o por los de Acaya. Plutarco, Marco Catón, 9
 La opinión de Catón era compartida por un importante sector de la sociedad romana, el más conservador. Miembro de una familia plebeya de arraigada tradición militar –él mismo participó en la segunda Guerra Púnica–, pudo promocionarse en la vida política romana gracias al patrocinio del aristócrata Valerio Flaco. Tras una exitosa carrera política y militar, y después de ganarse el respeto del resto del senado por su rectitud y rigor, asumió el papel de representante de las posturas más tradicionalistas e inmovilistas. Siempre vio el mundo griego como una amenaza para Roma, por el poder de atracción de la cultura helena, que podía arrinconar las tradicionales virtudes romanas de sobriedad, sacrificio por el estado y patriotismo. Muy sintomática fue su reacción a la llegada de la embajada ateniense de 155, compuesta, como ya vimos, por los principales filósofos de la ciudad. Pronto una gran multitud de curiosos, entre ellos algunos jóvenes aristócratas, se sintió atraída por la fama y la habilidad oratoria de los griegos, lo que provocó la intervención de Catón.
 Presentándose al senado reconvino a los cónsules sobre que estaba detenida, sin hacer nada, una embajada compuesta de hombres a quienes era muy fácil persuadir de lo que quisiesen. Por tanto, que sin dilación se tomara conocimiento y votara acerca de la embajada, “para que esta gente, volviendo a sus escuelas, dialogue con los hijos de los griegos, y los jóvenes romanos sólo den oído como antes a las leyes y a los magistrados”. Plutarco, Marco Catón, 22
 Esta postura encajaba con un ambiente cada vez más nacionalista, en el que los romanos adquirían una conciencia más clara de su poder, y desplegaban un orgullo patriótico exacerbado, que les hacía, por un lado, rechazar la superior cultura griega como una “cultura decadente”, y por otro, reaccionar con agresiva intransigencia ante los conflictos exteriores, lo que desembocó, inevitablemente, en la aplicación de una política claramente imperialista hacia el exterior.
 Las condiciones de la vuelta a Grecia de los desterrados nos son desconocidas. Tras muchos años de monopolio del poder por parte de líderes pro romanos, la Liga Aquea a la que llegaron era muy distinta de la que habían dejado dieciséis años antes. Una nueva generación de dirigentes, adaptados a una situación de tutela efectiva por parte de Roma, les cerraba el paso a una actividad pública organizada. Incluso parecen insinuarse problemas sociales importantes, característicos de la vuelta de un grupo de exiliados, con los subsiguientes conflictos provocados por la restauración de las propiedades y de los honores civiles de personas que tuvieron en el pasado una posición de privilegio en la sociedad aquea.
 Entonces aquellos que habían sido perjudicados y aquellos que les habían despojado de sus propiedades cayeron en disputa unos con otros y fueron a la guerra. Dión Casio 18. 31
 Dión es un autor muy tardío, y relaciona de forma esquemática la vuelta de los exiliados con la guerra posterior, pero deja traslucir la existencia de tensiones. El retorno de los deportados pudo causar una reanimación de las ideas anti romanas, siempre latentes en la opinión pública aquea. Todo parece indicar que esos conflictos pronto se sumaron al rencor social que se extendía ante la deteriorada situación económica. Era un cóctel explosivo listo para estallar.
 El caso de Polibio fue particularmente contradictorio, lo que explica su fracaso total a la hora de utilizar su influencia en Roma para ascender a los más altos cargos políticos de la federación. Por un lado, su condición de líder histórico del partido “nacional” le inhabilitaba para cualquier relación con los pro romanos, a quienes además él mismo veía como traidores que fueron la causa de su desgracia y la de su partido. Era imposible que pudiera colaborar con personajes como Calícrates de Leonte, a los que despreciaba y consideraba arribistas corruptos sólo preocupados por su ambición de poder. Pero por otro lado, sus buenas relaciones con los romanos y sus nuevas ideas de aceptar la superioridad romana como estrategia política, le imposibilitaban cualquier participación en el renacimiento de un movimiento “nacional”, cada vez más radicalmente anti romano, empujado por una opinión popular que veía a los romanos como dominadores extranjeros que obstaculizaban el desarrollo político y social del mundo griego Como en nuestros días, en los que defender una opción pro americana ante cualquier auditorio implica un rechazo inmediato por parte de los grupos “progresistas”, reunidos alrededor del difuso término de “anti globalización”, Polibio se convirtió pronto en el vestigio de un pasado ya lejano, desplazado de la realidad política del momento.

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