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DESTIERRO Y SUMISIÓN
Los dieciséis años posteriores al 167 representaron para la Liga
Aquea un nuevo periodo de estabilidad y paz. Bajo la estrecha vigilancia y
supervisión de las autoridades romanas, la federación mantuvo lo que en apariencia
era una tranquila y reposada evolución. Las estructuras federales se mantenían,
en lo esencial, tal y como Filopemen las había perfeccionado, reforzada la
aparente solidaridad entre las ciudades, aunque cada una de ellas centrada en
sus propios asuntos. La ausencia de grandes conflictos, internos o externos,
hacía que la organización federal quedara reducida a un papel secundario. En
las ciudades dominaban las familias aristocráticas propietarias de tierras,
mientras que su vida política estaba controlada por los dirigentes pro romanos
de cada una de ellas, en un momento en el que sólo la fidelidad y sumisión a
Roma podía asegurar el acceso a los cargos públicos. Frente al exterior, la
benevolente autoridad romana aseguraba la estabilidad y la seguridad de todo el
andamiaje político y social. Pero ocultos, se mantenían algunos peligros.
En primer lugar, aunque podía parecer que el control de los grupos
pro romanos era total, en grandes capas de población latía un claro descontento
hacia las autoridades, que eran percibidas como impuestas. Ya vimos como
Calícrates y sus seguidores eran universalmente considerados como arribistas y
traidores, que habían entregado su patria a los romanos para satisfacer su
ansia de poder. Ese rechazo, por supuesto, enmascaraba otro más profundo, una
mezcla de temor y resentimiento hacia los romanos, la potencia dominadora, unos
bárbaros que utilizaban su fuerza para someter a la superior cultura griega,
una autoridad aparentemente amable e indulgente que ocultaba un ansia de
dominio universal y representaba a una cultura inferior y primitiva. Este
espíritu afectó incluso a Polibio, siempre respetuoso con la sociedad romana,
como se ve en su descripción de la celebración del triunfo de Lucio Anicio
sobre los ilirios.
... cuenta Polibio... llamó
de Grecia a los artistas más famosos, e hizo levantar una escena en el Circo
Máximo. Y primero hizo salir en ella a todos los flautistas... ellos andaban
marcando el ritmo con movimientos adecuados, pero Lucio Anicio les envió a decir
que desafinaban y les ordenó más competitividad... uno de los lictores les
indicó que se volvieran y se acometieran unos a otros fingiendo una batalla...
y cuando uno de los coreutas se ciñó su vestido... y a guisa de boxeador alzó
los puños contra un flautista que le venía al encuentro, entonces se produjo un
aplauso y una aclamación formidables por parte de los espectadores... acerca de
los actores de tragedias, concluye Polibio, si me pusiera a hablar de ellos, le
parecería a alguno que los tomo a broma. Ateneo, 14. 615
La burlona descripción de Polibio era el reflejo de un estado de
ánimo generalizado entre los griegos, que veían, doloridos, que su superior
cultura estaba en manos de unos semibárbaros. Pero como todas las caricaturas,
sólo en parte era cierta. En Roma existía una minoría aristocrática y culta,
que entendía el saber griego y lo respetaba. Era la postura de los romanos lo
que había cambiado, desde que en el siglo IV a. de C. habían enviado
respetuosamente embajadores a los centros culturales y religiosos de Grecia.
Los romanos se sabían ahora superiores, se sentían dispuestos a imponer sus
valores a los griegos, algo que veremos más adelante que ocurrió con el propio
Polibio.
La Liga Aquea, 167-151
Por otro lado, el
endémico problema griego, la rivalidad entre las ciudades, se mantenía. Oculta
bajo la autoridad romana, –siempre vigilante para impedir cualquier tipo de
conflicto–, pero todavía viva. En el caso de la Liga Aquea, las viejas
enemistades, fundamentalmente las de Esparta con Argos y Megalópolis,
sobrevivían de forma larvada, causadas ahora por la titularidad de ciertos
territorios que durante siglos se habían disputado. Esparta, derrotada por la
Liga veinte años antes, insistía en exigir la devolución de comarcas que consideraba
suyas, como la ciudad de Belemina, ocupada por Megalópolis tras la catástrofe
de 187, o el territorio de Cynuria, controlado por Argos. Asimismo existían
roces con otros estados, como el caso de Egina, controlada por Pérgamo, o de
Delos, controlada por Atenas, que expulsó a su población, acogida por la Liga.
Otras ciudades aqueas albergaban aspiraciones de autonomía respecto a la unidad
federal. Sólo la mediación y el arbitraje romano, impuesto, en la mayor parte
de los casos, impedía que esas disputas degeneraran en enfrentamiento abierto.
Uno de esos conflictos, que estalló en 156 fuera del territorio de la Liga,
estaba destinado a tener un importante papel en la evolución posterior de la
federación.
En medio de una situación de crisis, debida a las malas cosechas y
a problemas de abastecimiento de alimentos, los atenienses asolaron el
territorio de la pequeña ciudad de Oropo, famosa por su santuario al héroe
Anfiarao. Los habitantes de Oropo pidieron una reparación, que al serles negada
les obligó a buscar la ayuda de la Liga Aquea y de Roma. El senado resolvió
entregar el pleito al arbitraje de la ciudad aquea de Sición, que ante la
negativa ateniense a atender el requerimiento condenó a Atenas a una gran multa
de quinientos talentos. Los atenienses, incapaces de satisfacer esa suma,
enviaron inmediatamente una embajada a Roma, compuesta por los directores de
sus tres grandes escuelas filosóficas, la Academia, el Liceo y el Pórtico. El
prestigio de sus componentes facilitó el logro de sus objetivos, y la multa fue
reducida a cien talentos. Pero los atenienses consiguieron forzar un acuerdo
independiente con Oropo.
Ni siquiera esta multa
reducida fue pagada por los atenienses, sino que por promesas y sobornos
enredaron a los oropienses en un acuerdo por el que una guarnición ateniense
debería entrar en Oropo, y que los atenienses deberían tomar rehenes de los
oropienses. Si en el futuro los oropienses tuvieran cualquier queja que hacer
contra los atenienses, entonces los atenienses retirarían su guarnición de
Oropo y devolverían los rehenes. Pausanías, Acaya 11. 5
Obviamente la crisis fue cerrada en falso. Su posterior
reactivación iba a tener serias consecuencias en la Liga Aquea.
Por último, debemos contar con el omnipresente problema social.
Conforme la actividad comercial se trasladaba hacia Italia y las grandes
ciudades de oriente, la decadencia económica de Grecia se presentaba más
evidente. El desasosiego social era cada vez más intenso, aunque se mantenía
oculto tras el dominio político de las aristocracias pro romanas, sostenidas
por el poder de Roma. El sistema tendía a fosilizarse, a enquistarse en torno a
los intereses de una minoría propietaria, defraudando las expectativas de la
mayoría de la población, que seguía sin medios, salvo el endeudamiento, de
acceder a la economía monetaria. Grecia languidecía, como si el reloj social se
hubiera detenido.
Esa parálisis progresiva tenía su reflejo más visible en una aguda
crisis demográfica, sobre todo entre los grupos más favorecidos. Este acusado
comportamiento maltusiano era causado, esencialmente, por las escasas
expectativas de enriquecimiento y desarrollo, y era agravado por una fuerte
corriente emigratoria, tanto hacia la cada vez más pujante Italia como hacia
las grandes ciudades de oriente como Éfeso, Antioquía o Alejandría. Las
lastimosas quejas sobre el despoblamiento de Grecia y el abandono de sus campos
se fueron haciendo cotidianas. La vitalidad de Grecia se iba apagando conforme
los focos de la civilización se desplazaban hacia oriente y occidente.
Mientras, los desterrados aqueos, como los de muchos otros estados
griegos, sentían la desesperanza de una vida de aislamiento y pobreza en las
provincianas ciudades del interior de Italia. Año tras año la Liga enviaba
embajadas con la esperanza de conseguir su regreso de todas las formas
posibles, con ruegos y elaborados argumentos legales, con reproches y
declaraciones de una fidelidad sin fisuras. Nunca tuvieron éxito. Parece que
hacia 159 una gran parte de esos desterrados habían muerto, entre los que
podríamos contar a personajes como Licortas, el padre de Polibio, o Arcón, el
otro gran líder del partido “nacional”. Un autor tardío nos da la información
de que algunos de ellos, embargados por la desesperación, habían llegado al
suicidio, lo que profundizó aun más el sordo odio a Roma en la federación. Una
generación entera de líderes políticos se consumía apartada de sus ciudades.
Pero ese no fue el caso de Polibio, uno de esos deportados.
Polibio de Megalópolis fue capaz de introducirse dentro de uno de
los círculos más exclusivos de la sociedad romana, la familia Cornelia
Escipión. Eso le convirtió pronto en el líder indiscutible del grupo de
exiliados, y un instrumento de influencia aquea en el corazón de las
instituciones romanas. El origen de esa posición fue la amistad que lo unió a
Publio Cornelio Escipión Emiliano. Hijo del cónsul Emilio Paulo, el vencedor de
Pydna, había sido adoptado por Publio Cornelio Escipión, el primogénito de
Escipión Africano, el vencedor de Aníbal. Entraba así en una familia de enorme
prestigio, y pudo disponer pronto de una importante fortuna, al reunir las
herencias de varias estirpes. Siendo un joven de diecisiete años acompañó a su
padre biológico en la campaña macedonia, y fue allí donde parece que entró en
contacto con Polibio, por entonces el principal enlace entre las autoridades
romanas en Grecia y el gobierno de la Liga Aquea. Eso permitió a Polibio
entablar relaciones amistosas con el cónsul Emilio, y por tanto con sus hijos.
La causa del acercamiento parece haber sido las inquietudes culturales de
Escipión Emiliano.
A estas personas mencionadas
[Escipión, su hermano biológico Fabio y Polibio], el comienzo de su relación les vino porque se prestaban libros y
discutían acerca de ellos... Esta amistad continuó y, cuando los rehenes aqueos
conducidos a Roma fueron distribuidos por distintas ciudades, Fabio y Escipión,
los hijos de Lucio Emilio Paulo, solicitaron con gran interés de su padre que
Polibio no se moviera de Roma. Logrado esto, el trato se tornó mucho más
íntimo. Polibio 31. 23
Con el tiempo la relación entre Polibio y Escipión se hizo mucho
más estrecha, unidos por el interés del joven en instruirse en la cultura
griega y su común afición a la caza. Polibio, próximo a los cuarenta años, terminó
por convertirse en una especie de mentor del joven Escipión, de apenas veinte.
“...yo me prestaría con sumo
gusto y te ayudaría a hablar y a obrar de manera que estés a la altura de tus
antepasados. Y en cuanto a tus estudios, pues veo que ahora os afanáis y ponéis
en ellos vuestro empeño, no os faltarán ni a ti ni a tu hermano gente dispuesta
a ayudaros: en esta época veo por aquí una riada enorme de griegos de tal
condición... pero no creo que encuentres un colaborador, un compañero de lucha
más apropiado que yo mismo.” Polibio 31. 24
Polibio acabó así por entrar en la casa de Escipión, y mantuvo la
relación el resto de su vida. Ese vínculo no era en absoluto extraño ni a las
costumbres griegas ni a las romanas. Ya vimos otras veces que las relaciones
entre aristócratas estaban presididas por una solidaridad de clase, que hacía
natural que una relación de amistad entre familias se convirtiera pronto en una
mezcla de patronazgo y pupilaje cuando alguno de ellos caía en desgracia. De
esa forma Polibio obtuvo un status impensable para el resto de los desterrados
aqueos, con total libertad de movimientos que le permitió incluso acompañar a
su discípulo fuera de Italia, a España o el norte de África. Con el tiempo se
convirtió en el representante de los exiliados aqueos, y conservó estrechas
relaciones con algunos de sus correligionarios en Grecia. Llegó a tener cierta
influencia y un amplio círculo de amistades en la vida política y social de
Roma.
Al mismo tiempo sus ideas políticas sufrieron un gran cambio. El
antiguo dirigente anti romano terminó por aceptar lo inevitable del triunfo de
Roma. En contacto directo con su sociedad y su política, reconoció una grandeza
en ese pueblo que antes había despreciado, un destino que lo llevaba al dominio
del mundo, de la misma forma que pensadores contemporáneos, como el francés
Henry-Levy, han roto con antiguos prejuicios anti-imperialistas y defienden la
necesidad de aceptar la cultura estadounidense como centro de la cultura
occidental y su supremacía como garante de su supervivencia. Convencido de la
inutilidad de luchar contra un proceso histórico, a inicios de la década de los
cincuenta Polibio dirigió su interés personal por la Historia hacia el
conocimiento de cómo y porqué los romanos habían llegado a su posición de
hegemonía. El resultado de su trabajo fue la redacción de su monumental obra,
que con el tiempo se convertiría en la imagen de referencia sobre el ascenso de
la república romana a la posición de regente del mundo conocido. Roma comenzaba
así a conquistar el pensamiento griego.
Nuestros conocimientos sobre la Liga en el periodo entre 167 y 151
se reducen básicamente a los esfuerzos de la sociedad aquea para obtener del
senado romano el perdón de los deportados, y a los roces y conflictos derivados
de la posición de Esparta en la Liga. Las embajadas a Roma se encontraron
siempre con una inalterable indiferencia. En el senado existían importantes
simpatías por los aqueos, entre las que se encontraba la de Escipión Emiliano,
que por la amistad que sentía por Polibio se convirtió pronto en el principal
abogado del perdón. Pero una mayoría de senadores mantenía una postura
utilitaria ante la cuestión. Al reforzar el monopolio del poder en Grecia de
los grupos pro romanos se aseguraban la fidelidad, quizás forzada pero segura,
del mundo griego. Permitir el regreso de los deportados, el núcleo de la
oposición a los pro romanos, hubiera significado la vuelta a las luchas
internas y a la más que posible recuperación del poder por dirigentes no tan
dispuestos a la colaboración incondicional con Roma. Las quejas y lamentos de
las poblaciones griegas ante los abusos de los líderes pro romanos eran así
sistemáticamente desoídas por el senado. El caso de Cárope del Epiro es
sintomático de este ambiente.
Una vez que Lucio Anicio y
Lucio Emilio decidieron ejecutar a los dirigentes más sobresalientes y
trasladar a Roma a aquellos sobre los que recaían sospechas menores, Cárope
asumió el gobierno y obró a su antojo; no hubo crimen que no cometiera, unos
personalmente, otros a través de amigos... Él poseía una especie de soporte y
de predisposición para ser creído, porque sus actos parecían obedecer a razones
válidas y contar con la aprobación de Roma. Polibio 32. 5. 6-9
No muy distinta era la opinión que se tenía de líderes aqueos como
Calícrates de Leonte. Sin llegar a los niveles de violencia e inescrupulosidad
de Carope, Polibio y otros autores griegos les acusan con dureza de venalidad y
de anteponer su beneficio personal al interés común. Pero mientras aseguraran la
fidelidad a Roma su posición era inamovible, gracias al apoyo del senado,
árbitro de los asuntos internos griegos.
Sólo en 151, tras dieciséis años de infructuosos esfuerzos, el
senado romano, persuadido por una intensa campaña personal de Escipión Emiliano,
consintió por fin en liberar a los deportados aqueos. Para entonces, después
del prolongado destierro, los exiliados más jóvenes, como Polibio, rondaban los
cincuenta años de edad. Sólo sobrevivía apenas una tercera parte de los
repatriados originales, unos trescientos, en su mayoría ya ancianos. Esto dio
pie a que Marco Porcio Catón, el líder de la facción más radicalmente
conservadora del senado, se refiriera en el debate a ellos de forma despectiva.
... como si no tuviéramos
otra cosa que hacer, nos estamos aquí sentados todo el día, ocupados en
examinar si unos cuantos griegos ya ancianos han de ser llevados a enterrar por
nuestros sepultureros o por los de Acaya. Plutarco, Marco Catón, 9
La opinión de Catón era compartida por un importante sector de la
sociedad romana, el más conservador. Miembro de una familia plebeya de
arraigada tradición militar –él mismo participó en la segunda Guerra Púnica–,
pudo promocionarse en la vida política romana gracias al patrocinio del
aristócrata Valerio Flaco. Tras una exitosa carrera política y militar, y
después de ganarse el respeto del resto del senado por su rectitud y rigor,
asumió el papel de representante de las posturas más tradicionalistas e
inmovilistas. Siempre vio el mundo griego como una amenaza para Roma, por el
poder de atracción de la cultura helena, que podía arrinconar las tradicionales
virtudes romanas de sobriedad, sacrificio por el estado y patriotismo. Muy
sintomática fue su reacción a la llegada de la embajada ateniense de 155,
compuesta, como ya vimos, por los principales filósofos de la ciudad. Pronto
una gran multitud de curiosos, entre ellos algunos jóvenes aristócratas, se
sintió atraída por la fama y la habilidad oratoria de los griegos, lo que
provocó la intervención de Catón.
Presentándose al senado reconvino a los cónsules sobre que
estaba detenida, sin hacer nada, una embajada compuesta de hombres a quienes
era muy fácil persuadir de lo que quisiesen. Por tanto, que sin dilación se
tomara conocimiento y votara acerca de la embajada, “para que esta gente,
volviendo a sus escuelas, dialogue con los hijos de los griegos, y los jóvenes
romanos sólo den oído como antes a las leyes y a los magistrados”. Plutarco,
Marco Catón, 22
Esta postura encajaba con un ambiente cada vez más nacionalista,
en el que los romanos adquirían una conciencia más clara de su poder, y
desplegaban un orgullo patriótico exacerbado, que les hacía, por un lado,
rechazar la superior cultura griega como una “cultura decadente”, y por otro,
reaccionar con agresiva intransigencia ante los conflictos exteriores, lo que
desembocó, inevitablemente, en la aplicación de una política claramente
imperialista hacia el exterior.
Las condiciones de la vuelta a Grecia de los desterrados nos son
desconocidas. Tras muchos años de monopolio del poder por parte de líderes pro
romanos, la Liga Aquea a la que llegaron era muy distinta de la que habían
dejado dieciséis años antes. Una nueva generación de dirigentes, adaptados a
una situación de tutela efectiva por parte de Roma, les cerraba el paso a una
actividad pública organizada. Incluso parecen insinuarse problemas sociales
importantes, característicos de la vuelta de un grupo de exiliados, con los
subsiguientes conflictos provocados por la restauración de las propiedades y de
los honores civiles de personas que tuvieron en el pasado una posición de
privilegio en la sociedad aquea.
Entonces aquellos que habían
sido perjudicados y aquellos que les habían despojado de sus propiedades
cayeron en disputa unos con otros y fueron a la guerra. Dión Casio 18. 31
Dión es un autor muy tardío, y relaciona de forma esquemática la
vuelta de los exiliados con la guerra posterior, pero deja traslucir la
existencia de tensiones. El retorno de los deportados pudo causar una
reanimación de las ideas anti romanas, siempre latentes en la opinión pública
aquea. Todo parece indicar que esos conflictos pronto se sumaron al rencor
social que se extendía ante la deteriorada situación económica. Era un cóctel
explosivo listo para estallar.
El caso de Polibio fue particularmente contradictorio, lo que
explica su fracaso total a la hora de utilizar su influencia en Roma para
ascender a los más altos cargos políticos de la federación. Por un lado, su
condición de líder histórico del partido “nacional” le inhabilitaba para
cualquier relación con los pro romanos, a quienes además él mismo veía como
traidores que fueron la causa de su desgracia y la de su partido. Era imposible
que pudiera colaborar con personajes como Calícrates de Leonte, a los que
despreciaba y consideraba arribistas corruptos sólo preocupados por su ambición
de poder. Pero por otro lado, sus buenas relaciones con los romanos y sus
nuevas ideas de aceptar la superioridad romana como estrategia política, le
imposibilitaban cualquier participación en el renacimiento de un movimiento
“nacional”, cada vez más radicalmente anti romano, empujado por una opinión
popular que veía a los romanos como dominadores extranjeros que obstaculizaban
el desarrollo político y social del mundo griego Como en nuestros días, en los
que defender una opción pro americana ante cualquier auditorio implica un
rechazo inmediato por parte de los grupos “progresistas”, reunidos alrededor
del difuso término de “anti globalización”, Polibio se convirtió pronto en el
vestigio de un pasado ya lejano, desplazado de la realidad política del
momento.
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