5.
TIEMPOS DE DERROTA
Entre 251 y 230 Arato de Sición había alcanzado, en apenas dos
décadas, su objetivo de transformar una pequeña liga comarcal en una potencia
regional. En 229 había creado una auténtica confederación griega, con la clara
oportunidad de conseguir abarcar a la mayoría de las más importantes ciudades
de Grecia, y de ser capaz de retar a las grandes monarquías helenísticas en la
lucha por la hegemonía. Con ese fin, la Liga continuó presionando sobre las
ciudades peloponesias, especialmente Esparta y sus aliadas arcadias, Tegea,
Mantinea y Orcómeno. Pero ese brillante presente tenía sus sombras. La Liga
empezaba a encontrar dificultades internas. Era cada vez más evidente que la
rápida expansión estaba provocando serios problemas en la aparente unidad
federal de los aqueos. Muchas ciudades se habían unido a la Liga Aquea por
motivos oportunistas, de acuerdo con sus propios intereses locales. La
solidaridad de los primeros tiempos entre las pequeñas polis del norte del Peloponeso se perdió cuando la cohesión
cultural y étnica de los inicios hubo desaparecido, con la entrada en la
confederación de las grandes ciudades dóricas, como Sición, Argos, Megalópolis
o Corinto. Ya vimos cómo Arato se encontró con rivales de cuidado en las
figuras de Lidíades de Megalópolis o Aristómaco el Joven de Argos, poco o nada
dispuestos a aceptar una posición subordinada dentro de la administración de la
Liga.
En segundo lugar, Arato dejaba mucho que desear desde el punto de
vista militar, algo esencial cuando se habla de una expansión territorial. A
pesar de las alabanzas de Plutarco y Polibio, Arato se nos revela como un
general mediocre, sin capacidad táctica ni organizativa, pendiente siempre de
los golpes de mano, extravagantes planes y avatares de fortuna. Recuerda
poderosamente el papel representado por Churchill en la historia militar del
siglo XX. Si bien obtuvo algunos grandes éxitos, como en Sición, Mantinea o
Acrocorinto, Arato también sufrió grandes fracasos, como Atenas, Argos, y sus
derrotas ante etolios, macedonios y espartanos. Su gran habilidad era la alta
política, la diplomacia. Fueron los etolios y los espartanos los que le
permitieron resistir a Macedonia. El ejército aqueo, por el contrario, nunca
alcanzó un grado aceptable de operatividad bajo su mando.
Por último, Arato con su estrategia minó las bases democráticas y
la estabilidad política de la Liga Aquea. Él mismo, como miembro de una familia
aristocrática, apoyó en todas las ciudades el dominio de los más ricos. Aceptó
en la Liga a tiranos como Aristómaco o Lidíades, y las instituciones de la
federación pasaron a ser rápidamente el escenario de la lucha entre los líderes
de cada ciudad por los cargos políticos de la Liga y el control de su gobierno.
Aunque la asamblea de ciudadanos aqueos todavía controlaba la política general,
los ciudadanos de cada ciudad votaban según intereses locales, dominados por
los dirigentes y facciones de cada una de ellas. Muy pronto aparecieron
resentimientos por el arrinconamiento de algunos de esos personajes. Esos
problemas se enconaron rápidamente al comenzar las hostilidades con la capital
histórica de Lacedemonia, Esparta.
Tras su humillante derrota frente a los tebanos, en 371, Esparta
perdió su tradicional control sobre el Peloponeso, pero permaneció
obstinadamente apartada del resto del mundo griego, enfrentada a todos, incluso
a la todopoderosa Macedonia de Alejandro Magno. Sumida en una profunda crisis
se mantuvo aislada en el sur del Peloponeso, defendiendo sus gloriosas
tradiciones. Sin embargo, conservar sus costumbres inalterables agravó pronto
su situación interna. Esparta conservó su estructura social, en la que sólo una
minoría de ciudadanos, los espartiatas, tenían derechos políticos. Las guerras
sucesivas, la caída de la natalidad y las deudas, conllevaron para muchos de
ellos la pérdida de la propiedad de la tierra, y redujeron el número de ciudadanos
con plenos derechos a menos de un millar. Apareció así una situación de
debilidad, y de sordo malestar social, acrecentado con la pérdida de Mesenia,
el tradicional granero del estado espartano, a mediados del siglo IV antes de
Cristo. La minoría de ciudadanos acomodados comenzó a acumular grandes
propiedades, formando una aristocracia ajena a las tradiciones igualitarias
lacedemonias, mientras que la mayoría de la población quedaba reducida, poco a
poco, a la condición de proletaria. Las consecuencias sociales terminaron por
ser semejantes a las que al final de la Primera Guerra Mundial y a principios
de la década de los treinta del siglo XX dinamitaron las bases esenciales de
una nación tan sólida y estable como Alemania.
Estos problemas sociales no eran privativos de Esparta, pero fue
ahí donde se presentaron primero con toda su violencia. De hecho, toda Grecia
estaba sumergiéndose en una crisis social y económica cada vez más aguda. La
sociedad tradicional, basada en un cuerpo de propietarios agrícolas, grandes o
pequeños, que compartían los derechos ciudadanos y que tenían una cierta
comunidad de intereses, comenzó a cuartearse cuando, a partir de finales del
siglo VI antes de Cristo, la moneda se generalizó como instrumento económico.
La aristocracia y los ciudadanos más acomodados tuvieron acceso al dinero,
invirtiéndolo en tierras, comercio, actividades artesanales, esclavos y
productos de lujo. Los campesinos pobres, por el contrario, terminaron
endeudándose, única forma para ellos de acceder a la economía monetaria. Las
conquistas de Alejandro Magno agravaron el problema, puesto que la afluencia de
las riquezas de oriente, que monopolizaron los más ricos, llevaron a una rápida
inflación, que endeudó todavía más a los ciudadanos pobres que, perdido el
control de sus parcelas o de su pequeño capital comercial o artesanal, fueron
ampliando un proletariado urbano cada vez más agresivo. Los intentos, a partir
del siglo III antes de Cristo, de mitigar esa proletarización por medio de
sistemas de crédito público, sostenidos por los grandes propietarios o por las
aportaciones de los grandes monarcas helenísticos, fracasaron debido a que la
devolución de esos préstamos, que servían sobre todo para costear los repartos
de alimentos entre la población pobre, aumentó aun más la carga que soportaban
los propietarios más desfavorecidos. Como consecuencia los grandes propietarios
se vieron amenazados, cada vez en mayor medida, por un movimiento social, cada
vez más incontenible, cuyo programa se basaba en la condonación de las deudas y
la redistribución igualitaria de la tierra.
A mediados del siglo III antes de Cristo en Esparta se planteó la
necesidad de reformas sociales radicales, que fueron bloqueadas sin
contemplaciones por la minoría de ciudadanos ricos. En 244 llegó al poder el
rey Agis IV, que propuso la abolición de las deudas y la redistribución de la
tierra en lotes iguales, lo que permitiría, con la incorporación de más
ciudadanos, ampliar las filas del ejército.
... que los deudores
quedarían libres de sus deudas, que se dividiría el territorio, y de la tierra
que hay desde el barranco de Pelene al Taígeto, a Málea y a Selasia, se
formarían cuatro mil y quinientos lotes, y de la que cae fuera de esta línea
quince mil, y esta se repartiría entre los periecos que pudiesen llevar armas,
y la de dentro de la línea entre los mismos espartiatas; que el número de estos
se completaría con aquellos periecos y forasteros que se recomendasen por su
figura y su educación, y que estando en buena edad tuviesen la conveniente
robustez... Plutarco, Agis y Cleómenes
Se presentaron estas reformas como una vuelta al igualitarismo
tradicional de Esparta y como una forma de recuperar el vigor militar de
antaño. Estalló entonces una feroz oposición entre las familias más poderosas,
que bloquearon la ley utilizando su fuerza en el colegio de magistrados y el
apoyo del otro rey, Leónidas, rival enconado de Agis. En 241, aprovechando la
ausencia de Agis, en campaña contra los macedonios en apoyo de los aqueos, los
propietarios ejecutaron un golpe de estado, depusieron y asesinaron al rey y
forzaron el exilio de su hijo. La victoria de los propietarios fue, empero, de
corta duración. En 237 Cleómenes, el hijo del rey Leonidas, el más acérrimo
opositor a las reformas, llegó al trono. La viuda de Agis, Agiatis, fue
obligada a casarse con él, con consecuencias insospechadas.
... había heredado la
cuantiosa hacienda de su padre Gilipo, y era en gracia y belleza la más
aventajada de las griegas, y en sus costumbres y en su conducta sumamente
apreciable. Dícese que nada omitió para que no se la hiciera esa violencia,
pero enlazada con Cleómenes, aunque aborrecía a Leónidas, era buena y cariñosa
esposa de aquel joven, el cual además se había enamorado de ella y en cierta
manera participaba de la memoria y benevolencia que a Agis conservaba su
esposa; tanto, que muchas veces le preguntaba sobre aquellos sucesos, y
escuchaba con gran atención la relación que le hacía de las ideas y proyectos
que tenía Agis. Plutarco, Agis y Cleómenes, 22
Convencido Cleómenes de la justicia y necesidad de aplicar un
programa de reformas sociales radicales, pronto estuvo listo para aprovechar el
momento preciso para llevarlo a la práctica. El principal objetivo de Cleómenes
era no tanto crear un nuevo orden social como el de restaurar un poderío
ancestral de la “estirpe” lacedemonia, superando las diferencias sociales y
económicas, y estableciendo por la fuerza un igualitarismo político bajo su
dirección personal, que recuperara las tradiciones de disciplina militar
estricta de la “Gran Esparta” de los siglos VI y V antes de Cristo. Cleómenes
aprovechó la existencia de un profundo resentimiento social en la Esparta de su
tiempo para concentrar así todo el poder de la polis en sus manos y lanzarse a una política de expansión
territorial que le diera la hegemonía en el mundo griego. Los conflictos con
los aqueos, cada vez más enconados desde 230, le dieron la excusa para
desarrollar ese programa.
La Liga Aquea, desde la entrada en la federación de Megalópolis y
Argos, se había visto envuelta en los conflictos históricos que éstas mantenían
con Esparta, al involucrarse en la tradicional hostilidad entre espartanos,
megapolitanos y argivos, tal y como la rivalidad franco-alemana del periodo de
entreguerras del siglo XX y el revisionismo contra el diktat de Versalles de
los nacionalistas alemanes fue una de las causas que condujo al estallido de la
Segunda Guerra Mundial. La lucha se hizo inevitable en poco tiempo. Por parte
aquea, tanto Argos como Megalópolis contaban con aprovechar las fuerzas de la
federación, a la que hacía poco tiempo se habían unido, para destruir a su
enemigo tradicional. Además Arato continuaba con su proyecto de unificar toda
Grecia, y la integración de Esparta, una de las ciudades más prestigiosas,
junto con las pequeñas ciudades arcadias que ésta sostenía, significaría un
gran éxito. Cleómenes, por su parte, contaba con que una situación de guerra le
facilitaría la ejecución de su plan de aplicar el programa revolucionario de su
antecesor, Agis. Ambos bandos esperaban, por tanto, beneficios del
enfrentamiento. La guerra abierta comenzó en 229, con resultados indecisos.
Cleómenes derrotó a Arato, estratego de los aqueos, durante el verano, pero a
su vez Arato tomó Mantinea, aliada de Esparta, en un afortunado golpe de mano.
La lucha continuó durante la magistratura de Aristómaco de Argos en 228, con
cierta ventaja de los espartanos en el campo, aunque sin victorias decisivas.
Para entonces, Arato empezaba a comportarse de una forma excesivamente
cautelosa, lo que le valió la crítica generalizada por parte de la opinión
pública aquea.
...corrió [Cleómenes] el
país de Argos, con lo que los aqueos movieron contra él con veinte mil infantes
y mil caballos, mandados por Aristómaco. Salióles al encuentro Cleómenes junto
a Palantio, y queriendo darles batalla, temió Arato aquel arrojo, y no permitió
al general se aventurase de un modo decisivo, sino que se retiró, improperado
por los aqueos y escarnecido y despreciado por los lacedemonios, que no llegaban
a cinco mil... Plutarco, Agis y Cleómenes
Las causas de este retraimiento son confusas. Es posible que
temiera que un éxito de Aristómaco le creara un adversario demasiado formidable
en la lucha política por el poder en las instituciones federales de la Liga.
Para el año 227 los aqueos, a pesar de las críticas de la campaña anterior,
eligieron a Arato estratego por duodécima vez, enfrentado en las elecciones a
Lidíades de Megalópolis, derrotado por tercera vez consecutiva, en una votación
en la que parecía estar en juego quién tendría el honor de obtener el mérito de
la victoria definitiva. Pero la guerra tendría un giro inesperado. Al comenzar
la estación favorable a las campañas militares, Cleómenes, desde el frente de
batalla, avanzó de forma súbita contra la propia Esparta, y eliminó
violentamente el partido de los propietarios, imponiendo la aplicación de las
reformas de Agis IV, a la vez que reintroducía el austero código de conducta de
los antiguos espartanos. Cleómenes se convirtió así en tirano de Esparta,
controlando la ciudad con el apoyo entusiasta de todos aquellos favorecidos por
la redistribución de las propiedades. Una vez asegurado su poder, armó a los
ciudadanos pobres, regresó al campo de batalla y, durante ese verano, trituró
sin contemplaciones el prestigio militar de Arato.
Fueron derrotados primero
durante una marcha. Luego perdieron una batalla campal en Ladocea, en el
territorio de Megalópolis. Aquí murió Lidíadas. Todavía sufrieron un tercer
desastre total en Dime, en el paraje denominado Hecatombeo. Habían concurrido a
esta batalla con el ejército íntegro. Polibio, 2. 51
Polibio, admirador de Arato y siempre hostil a los espartanos, nos
presenta los hechos de forma fría y distante, pero Plutarco es más explícito.
Nos narra que tras entrar Cleómenes en territorio de Megalópolis Lidíades
solicitó la ayuda de Arato, pero éste se mantuvo siempre a la defensiva,
rehusando el enfrentamiento con los espartanos, como había obligado a hacer el
año anterior a Aristómaco. Por fin, ante Ladocea, los dos ejércitos quedaron
enfrentados, pero Arato continuó negándose a trabar batalla. Impaciente
Lidíades lanzó un asalto de caballería por su cuenta, que tuvo éxito, esperando
que Arato lo siguiese en la persecución de los espartanos, pero éste continuó
impasible.
...llevado [Lidíades]
incautamente de su ardimiento y su ambición a terrenos ásperos, llenos de
maleza y cortados con anchas acequias, volvió allí contra él Cleómenes y murió
tras haber sostenido el más glorioso de todos los combates a las puertas de su
patria. Los demás pudieron huir a la falange, e introduciendo el desorden en la
infantería, hicieron participar a todo el ejército en su derrota, formándose un
gran cargo a Arato de haber abandonado a Lidíades. Así, violentado de los aqueos,
que se retiraban indignados, hubo que seguirlos a Egio. Celebraron allí junta
pública, en la que decretaron no suministrarle fondos ni mantener mercenarios,
sino que él supliera los gastos si quería hacer la guerra. Plutarco, Arato
No acabaron allí las desgracias. Cleómenes recuperó Mantinea, y
después penetró en el corazón de la Liga Aquea y derrotó al grueso de su
ejército junto a Dime. Arato quedó definitivamente desacreditado y llegó a
pensar en dimitir de su cargo. No lo hizo, pero su generalato terminó en
absoluto fracaso, y en las elecciones de mayo de 226 fue apartado del poder. El
joven Cleómenes, victorioso tras sus estruendosas victorias del año anterior,
parecía ahora el político del futuro. A partir de 226 comenzó a invadir el
territorio de los aqueos, derrotándoles en varias ocasiones. Ese verano, tras
unas infructuosas conversaciones de paz, en las que Arato intervino
sibilinamente para forzar su fracaso, Cleómenes se lanzó sin titubeos al
ataque. Rápidamente tomó Palene, en la propia Acaya, y Feneo, en la Arcadia. A
continuación, Aristómaco de Argos, estratego federal dos años antes, pactó con
Cleómenes y segregó su ciudad de la Liga con toda la Argólide, aliándose con
los espartanos. Posteriormente, en 225, los ciudadanos de Corinto y Fliasio,
perdido el entusiasmo con el que entraron en la Liga, llamaron a Cleómenes y le
abrieron sus puertas, aunque la fortaleza de Acrocorinto permaneció en manos
aqueas.
Este espectacular avance no hubiera sido posible sin una profunda
crisis dentro de la Liga Aquea. Por un lado, los fracasos militares, en una
guerra que no parecía presentar especiales peligros en sus comienzos,
provocaron disensiones, que condujeron a la caída en desgracia de Arato y a la
pérdida generalizada de la confianza en la idea federal, sobre todo entre las
ciudades incorporadas pocos años antes. Cada polis, mirando por sus propios intereses y desconfiando de las
aliadas, trató de enfrentarse a las dificultades por sus propios medios. Es
evidente además que los aqueos habían minusvalorado la tradición militar
espartana, reforzada con la incorporación a su ejército de los ciudadanos más
pobres, y sobrevalorado además su propia fuerza.
Las campañas de Cleómenes 227-225
Al mismo tiempo, se
levantó en gran parte de la población de las ciudades de la Liga un clamor
favorable a las reformas sociales que Cleómenes había aplicado en Esparta,
sobre todo en cuanto a la redistribución de la propiedad de la tierra y la
remisión de las deudas. Dentro de la federación se llegó a pensar en reconocer
la autoridad de Cleómenes, unificando así el Peloponeso pero bajo dirección
espartana, en una vuelta a la antigua Liga del Peloponeso del siglo V antes de
Cristo. A finales de 225 la situación de la Liga podía considerarse
desesperada, semejante en parte a la que se encontró el Reino Unido en el
verano de 1940 tras la conquista nazi de Europa occidental. Enfrentada a
feroces disensiones internas y a un movimiento de disgregación, Cleómenes
ocupaba el corazón de su territorio, y la Liga Etolia, siempre dispuesta a
extender su dominio, estaba lista para saltar sobre los restos que pudieran
quedar. La Liga Aquea, sólo cuatro años después de alcanzar su máxima expansión
territorial, parecía estar a punto de disolverse y desaparecer para siempre. Sin
embargo, Arato no había jugado todavía todas sus cartas.
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