sábado, 13 de enero de 2018

Augusto Progo de Lis Grecia Frente a Roma Historia de la Liga Aquea Libro I Arato de Sición 5. TIEMPOS DE DERROTA

5.
 TIEMPOS DE DERROTA

 Entre 251 y 230 Arato de Sición había alcanzado, en apenas dos décadas, su objetivo de transformar una pequeña liga comarcal en una potencia regional. En 229 había creado una auténtica confederación griega, con la clara oportunidad de conseguir abarcar a la mayoría de las más importantes ciudades de Grecia, y de ser capaz de retar a las grandes monarquías helenísticas en la lucha por la hegemonía. Con ese fin, la Liga continuó presionando sobre las ciudades peloponesias, especialmente Esparta y sus aliadas arcadias, Tegea, Mantinea y Orcómeno. Pero ese brillante presente tenía sus sombras. La Liga empezaba a encontrar dificultades internas. Era cada vez más evidente que la rápida expansión estaba provocando serios problemas en la aparente unidad federal de los aqueos. Muchas ciudades se habían unido a la Liga Aquea por motivos oportunistas, de acuerdo con sus propios intereses locales. La solidaridad de los primeros tiempos entre las pequeñas polis del norte del Peloponeso se perdió cuando la cohesión cultural y étnica de los inicios hubo desaparecido, con la entrada en la confederación de las grandes ciudades dóricas, como Sición, Argos, Megalópolis o Corinto. Ya vimos cómo Arato se encontró con rivales de cuidado en las figuras de Lidíades de Megalópolis o Aristómaco el Joven de Argos, poco o nada dispuestos a aceptar una posición subordinada dentro de la administración de la Liga.
 En segundo lugar, Arato dejaba mucho que desear desde el punto de vista militar, algo esencial cuando se habla de una expansión territorial. A pesar de las alabanzas de Plutarco y Polibio, Arato se nos revela como un general mediocre, sin capacidad táctica ni organizativa, pendiente siempre de los golpes de mano, extravagantes planes y avatares de fortuna. Recuerda poderosamente el papel representado por Churchill en la historia militar del siglo XX. Si bien obtuvo algunos grandes éxitos, como en Sición, Mantinea o Acrocorinto, Arato también sufrió grandes fracasos, como Atenas, Argos, y sus derrotas ante etolios, macedonios y espartanos. Su gran habilidad era la alta política, la diplomacia. Fueron los etolios y los espartanos los que le permitieron resistir a Macedonia. El ejército aqueo, por el contrario, nunca alcanzó un grado aceptable de operatividad bajo su mando.
 Por último, Arato con su estrategia minó las bases democráticas y la estabilidad política de la Liga Aquea. Él mismo, como miembro de una familia aristocrática, apoyó en todas las ciudades el dominio de los más ricos. Aceptó en la Liga a tiranos como Aristómaco o Lidíades, y las instituciones de la federación pasaron a ser rápidamente el escenario de la lucha entre los líderes de cada ciudad por los cargos políticos de la Liga y el control de su gobierno. Aunque la asamblea de ciudadanos aqueos todavía controlaba la política general, los ciudadanos de cada ciudad votaban según intereses locales, dominados por los dirigentes y facciones de cada una de ellas. Muy pronto aparecieron resentimientos por el arrinconamiento de algunos de esos personajes. Esos problemas se enconaron rápidamente al comenzar las hostilidades con la capital histórica de Lacedemonia, Esparta.
 Tras su humillante derrota frente a los tebanos, en 371, Esparta perdió su tradicional control sobre el Peloponeso, pero permaneció obstinadamente apartada del resto del mundo griego, enfrentada a todos, incluso a la todopoderosa Macedonia de Alejandro Magno. Sumida en una profunda crisis se mantuvo aislada en el sur del Peloponeso, defendiendo sus gloriosas tradiciones. Sin embargo, conservar sus costumbres inalterables agravó pronto su situación interna. Esparta conservó su estructura social, en la que sólo una minoría de ciudadanos, los espartiatas, tenían derechos políticos. Las guerras sucesivas, la caída de la natalidad y las deudas, conllevaron para muchos de ellos la pérdida de la propiedad de la tierra, y redujeron el número de ciudadanos con plenos derechos a menos de un millar. Apareció así una situación de debilidad, y de sordo malestar social, acrecentado con la pérdida de Mesenia, el tradicional granero del estado espartano, a mediados del siglo IV antes de Cristo. La minoría de ciudadanos acomodados comenzó a acumular grandes propiedades, formando una aristocracia ajena a las tradiciones igualitarias lacedemonias, mientras que la mayoría de la población quedaba reducida, poco a poco, a la condición de proletaria. Las consecuencias sociales terminaron por ser semejantes a las que al final de la Primera Guerra Mundial y a principios de la década de los treinta del siglo XX dinamitaron las bases esenciales de una nación tan sólida y estable como Alemania.
 Estos problemas sociales no eran privativos de Esparta, pero fue ahí donde se presentaron primero con toda su violencia. De hecho, toda Grecia estaba sumergiéndose en una crisis social y económica cada vez más aguda. La sociedad tradicional, basada en un cuerpo de propietarios agrícolas, grandes o pequeños, que compartían los derechos ciudadanos y que tenían una cierta comunidad de intereses, comenzó a cuartearse cuando, a partir de finales del siglo VI antes de Cristo, la moneda se generalizó como instrumento económico. La aristocracia y los ciudadanos más acomodados tuvieron acceso al dinero, invirtiéndolo en tierras, comercio, actividades artesanales, esclavos y productos de lujo. Los campesinos pobres, por el contrario, terminaron endeudándose, única forma para ellos de acceder a la economía monetaria. Las conquistas de Alejandro Magno agravaron el problema, puesto que la afluencia de las riquezas de oriente, que monopolizaron los más ricos, llevaron a una rápida inflación, que endeudó todavía más a los ciudadanos pobres que, perdido el control de sus parcelas o de su pequeño capital comercial o artesanal, fueron ampliando un proletariado urbano cada vez más agresivo. Los intentos, a partir del siglo III antes de Cristo, de mitigar esa proletarización por medio de sistemas de crédito público, sostenidos por los grandes propietarios o por las aportaciones de los grandes monarcas helenísticos, fracasaron debido a que la devolución de esos préstamos, que servían sobre todo para costear los repartos de alimentos entre la población pobre, aumentó aun más la carga que soportaban los propietarios más desfavorecidos. Como consecuencia los grandes propietarios se vieron amenazados, cada vez en mayor medida, por un movimiento social, cada vez más incontenible, cuyo programa se basaba en la condonación de las deudas y la redistribución igualitaria de la tierra.
 A mediados del siglo III antes de Cristo en Esparta se planteó la necesidad de reformas sociales radicales, que fueron bloqueadas sin contemplaciones por la minoría de ciudadanos ricos. En 244 llegó al poder el rey Agis IV, que propuso la abolición de las deudas y la redistribución de la tierra en lotes iguales, lo que permitiría, con la incorporación de más ciudadanos, ampliar las filas del ejército.
 ... que los deudores quedarían libres de sus deudas, que se dividiría el territorio, y de la tierra que hay desde el barranco de Pelene al Taígeto, a Málea y a Selasia, se formarían cuatro mil y quinientos lotes, y de la que cae fuera de esta línea quince mil, y esta se repartiría entre los periecos que pudiesen llevar armas, y la de dentro de la línea entre los mismos espartiatas; que el número de estos se completaría con aquellos periecos y forasteros que se recomendasen por su figura y su educación, y que estando en buena edad tuviesen la conveniente robustez... Plutarco, Agis y Cleómenes
 Se presentaron estas reformas como una vuelta al igualitarismo tradicional de Esparta y como una forma de recuperar el vigor militar de antaño. Estalló entonces una feroz oposición entre las familias más poderosas, que bloquearon la ley utilizando su fuerza en el colegio de magistrados y el apoyo del otro rey, Leónidas, rival enconado de Agis. En 241, aprovechando la ausencia de Agis, en campaña contra los macedonios en apoyo de los aqueos, los propietarios ejecutaron un golpe de estado, depusieron y asesinaron al rey y forzaron el exilio de su hijo. La victoria de los propietarios fue, empero, de corta duración. En 237 Cleómenes, el hijo del rey Leonidas, el más acérrimo opositor a las reformas, llegó al trono. La viuda de Agis, Agiatis, fue obligada a casarse con él, con consecuencias insospechadas.
 ... había heredado la cuantiosa hacienda de su padre Gilipo, y era en gracia y belleza la más aventajada de las griegas, y en sus costumbres y en su conducta sumamente apreciable. Dícese que nada omitió para que no se la hiciera esa violencia, pero enlazada con Cleómenes, aunque aborrecía a Leónidas, era buena y cariñosa esposa de aquel joven, el cual además se había enamorado de ella y en cierta manera participaba de la memoria y benevolencia que a Agis conservaba su esposa; tanto, que muchas veces le preguntaba sobre aquellos sucesos, y escuchaba con gran atención la relación que le hacía de las ideas y proyectos que tenía Agis. Plutarco, Agis y Cleómenes, 22
 Convencido Cleómenes de la justicia y necesidad de aplicar un programa de reformas sociales radicales, pronto estuvo listo para aprovechar el momento preciso para llevarlo a la práctica. El principal objetivo de Cleómenes era no tanto crear un nuevo orden social como el de restaurar un poderío ancestral de la “estirpe” lacedemonia, superando las diferencias sociales y económicas, y estableciendo por la fuerza un igualitarismo político bajo su dirección personal, que recuperara las tradiciones de disciplina militar estricta de la “Gran Esparta” de los siglos VI y V antes de Cristo. Cleómenes aprovechó la existencia de un profundo resentimiento social en la Esparta de su tiempo para concentrar así todo el poder de la polis en sus manos y lanzarse a una política de expansión territorial que le diera la hegemonía en el mundo griego. Los conflictos con los aqueos, cada vez más enconados desde 230, le dieron la excusa para desarrollar ese programa.
 La Liga Aquea, desde la entrada en la federación de Megalópolis y Argos, se había visto envuelta en los conflictos históricos que éstas mantenían con Esparta, al involucrarse en la tradicional hostilidad entre espartanos, megapolitanos y argivos, tal y como la rivalidad franco-alemana del periodo de entreguerras del siglo XX y el revisionismo contra el diktat de Versalles de los nacionalistas alemanes fue una de las causas que condujo al estallido de la Segunda Guerra Mundial. La lucha se hizo inevitable en poco tiempo. Por parte aquea, tanto Argos como Megalópolis contaban con aprovechar las fuerzas de la federación, a la que hacía poco tiempo se habían unido, para destruir a su enemigo tradicional. Además Arato continuaba con su proyecto de unificar toda Grecia, y la integración de Esparta, una de las ciudades más prestigiosas, junto con las pequeñas ciudades arcadias que ésta sostenía, significaría un gran éxito. Cleómenes, por su parte, contaba con que una situación de guerra le facilitaría la ejecución de su plan de aplicar el programa revolucionario de su antecesor, Agis. Ambos bandos esperaban, por tanto, beneficios del enfrentamiento. La guerra abierta comenzó en 229, con resultados indecisos. Cleómenes derrotó a Arato, estratego de los aqueos, durante el verano, pero a su vez Arato tomó Mantinea, aliada de Esparta, en un afortunado golpe de mano. La lucha continuó durante la magistratura de Aristómaco de Argos en 228, con cierta ventaja de los espartanos en el campo, aunque sin victorias decisivas. Para entonces, Arato empezaba a comportarse de una forma excesivamente cautelosa, lo que le valió la crítica generalizada por parte de la opinión pública aquea.
 ...corrió [Cleómenes] el país de Argos, con lo que los aqueos movieron contra él con veinte mil infantes y mil caballos, mandados por Aristómaco. Salióles al encuentro Cleómenes junto a Palantio, y queriendo darles batalla, temió Arato aquel arrojo, y no permitió al general se aventurase de un modo decisivo, sino que se retiró, improperado por los aqueos y escarnecido y despreciado por los lacedemonios, que no llegaban a cinco mil... Plutarco, Agis y Cleómenes
 Las causas de este retraimiento son confusas. Es posible que temiera que un éxito de Aristómaco le creara un adversario demasiado formidable en la lucha política por el poder en las instituciones federales de la Liga. Para el año 227 los aqueos, a pesar de las críticas de la campaña anterior, eligieron a Arato estratego por duodécima vez, enfrentado en las elecciones a Lidíades de Megalópolis, derrotado por tercera vez consecutiva, en una votación en la que parecía estar en juego quién tendría el honor de obtener el mérito de la victoria definitiva. Pero la guerra tendría un giro inesperado. Al comenzar la estación favorable a las campañas militares, Cleómenes, desde el frente de batalla, avanzó de forma súbita contra la propia Esparta, y eliminó violentamente el partido de los propietarios, imponiendo la aplicación de las reformas de Agis IV, a la vez que reintroducía el austero código de conducta de los antiguos espartanos. Cleómenes se convirtió así en tirano de Esparta, controlando la ciudad con el apoyo entusiasta de todos aquellos favorecidos por la redistribución de las propiedades. Una vez asegurado su poder, armó a los ciudadanos pobres, regresó al campo de batalla y, durante ese verano, trituró sin contemplaciones el prestigio militar de Arato.
 Fueron derrotados primero durante una marcha. Luego perdieron una batalla campal en Ladocea, en el territorio de Megalópolis. Aquí murió Lidíadas. Todavía sufrieron un tercer desastre total en Dime, en el paraje denominado Hecatombeo. Habían concurrido a esta batalla con el ejército íntegro. Polibio, 2. 51
 Polibio, admirador de Arato y siempre hostil a los espartanos, nos presenta los hechos de forma fría y distante, pero Plutarco es más explícito. Nos narra que tras entrar Cleómenes en territorio de Megalópolis Lidíades solicitó la ayuda de Arato, pero éste se mantuvo siempre a la defensiva, rehusando el enfrentamiento con los espartanos, como había obligado a hacer el año anterior a Aristómaco. Por fin, ante Ladocea, los dos ejércitos quedaron enfrentados, pero Arato continuó negándose a trabar batalla. Impaciente Lidíades lanzó un asalto de caballería por su cuenta, que tuvo éxito, esperando que Arato lo siguiese en la persecución de los espartanos, pero éste continuó impasible.
 ...llevado [Lidíades] incautamente de su ardimiento y su ambición a terrenos ásperos, llenos de maleza y cortados con anchas acequias, volvió allí contra él Cleómenes y murió tras haber sostenido el más glorioso de todos los combates a las puertas de su patria. Los demás pudieron huir a la falange, e introduciendo el desorden en la infantería, hicieron participar a todo el ejército en su derrota, formándose un gran cargo a Arato de haber abandonado a Lidíades. Así, violentado de los aqueos, que se retiraban indignados, hubo que seguirlos a Egio. Celebraron allí junta pública, en la que decretaron no suministrarle fondos ni mantener mercenarios, sino que él supliera los gastos si quería hacer la guerra. Plutarco, Arato
 No acabaron allí las desgracias. Cleómenes recuperó Mantinea, y después penetró en el corazón de la Liga Aquea y derrotó al grueso de su ejército junto a Dime. Arato quedó definitivamente desacreditado y llegó a pensar en dimitir de su cargo. No lo hizo, pero su generalato terminó en absoluto fracaso, y en las elecciones de mayo de 226 fue apartado del poder. El joven Cleómenes, victorioso tras sus estruendosas victorias del año anterior, parecía ahora el político del futuro. A partir de 226 comenzó a invadir el territorio de los aqueos, derrotándoles en varias ocasiones. Ese verano, tras unas infructuosas conversaciones de paz, en las que Arato intervino sibilinamente para forzar su fracaso, Cleómenes se lanzó sin titubeos al ataque. Rápidamente tomó Palene, en la propia Acaya, y Feneo, en la Arcadia. A continuación, Aristómaco de Argos, estratego federal dos años antes, pactó con Cleómenes y segregó su ciudad de la Liga con toda la Argólide, aliándose con los espartanos. Posteriormente, en 225, los ciudadanos de Corinto y Fliasio, perdido el entusiasmo con el que entraron en la Liga, llamaron a Cleómenes y le abrieron sus puertas, aunque la fortaleza de Acrocorinto permaneció en manos aqueas.
 Este espectacular avance no hubiera sido posible sin una profunda crisis dentro de la Liga Aquea. Por un lado, los fracasos militares, en una guerra que no parecía presentar especiales peligros en sus comienzos, provocaron disensiones, que condujeron a la caída en desgracia de Arato y a la pérdida generalizada de la confianza en la idea federal, sobre todo entre las ciudades incorporadas pocos años antes. Cada polis, mirando por sus propios intereses y desconfiando de las aliadas, trató de enfrentarse a las dificultades por sus propios medios. Es evidente además que los aqueos habían minusvalorado la tradición militar espartana, reforzada con la incorporación a su ejército de los ciudadanos más pobres, y sobrevalorado además su propia fuerza.
 
  Las campañas de Cleómenes 227-225
 Al mismo tiempo, se levantó en gran parte de la población de las ciudades de la Liga un clamor favorable a las reformas sociales que Cleómenes había aplicado en Esparta, sobre todo en cuanto a la redistribución de la propiedad de la tierra y la remisión de las deudas. Dentro de la federación se llegó a pensar en reconocer la autoridad de Cleómenes, unificando así el Peloponeso pero bajo dirección espartana, en una vuelta a la antigua Liga del Peloponeso del siglo V antes de Cristo. A finales de 225 la situación de la Liga podía considerarse desesperada, semejante en parte a la que se encontró el Reino Unido en el verano de 1940 tras la conquista nazi de Europa occidental. Enfrentada a feroces disensiones internas y a un movimiento de disgregación, Cleómenes ocupaba el corazón de su territorio, y la Liga Etolia, siempre dispuesta a extender su dominio, estaba lista para saltar sobre los restos que pudieran quedar. La Liga Aquea, sólo cuatro años después de alcanzar su máxima expansión territorial, parecía estar a punto de disolverse y desaparecer para siempre. Sin embargo, Arato no había jugado todavía todas sus cartas.
 

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