viernes, 12 de enero de 2018

José Alberto Pérez Martínez Esparta Las batallas que forjaron la leyenda Batalla de Sicilia, 414 a.C.

 

   Batalla de Sicilia, 414 a.C.

 

   En 415 a.C. la intervención espartana en Sicilia será crucial para el posterior desarrollo de los acontecimientos en el marco de la guerra del Peloponeso. Si en un principio Esparta no había mostrado ningún interés por intervenir en lugar tan alejado de su campo de acción, pronto la llegada de un proscrito ateniense de nombre Alcibíades, le hará ver la importancia de tomar parte en el conflicto surgido en la isla italiana. Merced a este consejo, Esparta vencerá a la escuadra ateniense allí destinada, la cual terminará sucumbiendo de una manera tan estrepitosa, que no sería errado decir que Atenas quedó tocada para el resto del conflicto. Esta importante victoria unida a la ocupación de Decelia y el definitivo apoyo persa, serán las tres patas fundamentales sobre las que acabará cimentándose la victoria espartana en la Guerra del Peloponeso.

 

  

 Antecedentes

   Los inicios de este conflicto no hay que buscarlos tanto en Esparta y Atenas como en una serie de conflictos internos entre pueblos habitantes de Sicilia y de origen griego (Thuc. 6, 2-5). Estos son, principalmente Egesta y Leontinos, que solicitaron la ayuda de Atenas, contra la población de Selinunte y su protectora, Siracusa (Thuc. 6, 6, 2-3). Desde el primer momento la campaña no dejó a nadie indiferente y reavivó el espíritu de las que ya se habían llevado a cabo en el pasado (Thuc. 6, 1). Tucídides remarca que los atenienses desconocían tanto la extensión de la isla como las dificultades que entrañaría abordar una conquista de la misma (6, 1, 1). En mi opinión, esas palabras de Tucídides constituyen una abierta crítica a que el plan y la expedición en sí misma, fue concebida de manera infantil, ingenua y poco realista, basada en informes inexactos (Thuc. 6, 8, 2). Sin duda, sus críticas tenían un destinatario claro: Alcibíades, una vez más. Y más cuando era su amigo Nicias quien más abiertamente se oponía a la realización de dicha empresa. Nicias opinaba que no interesaba a los atenienses marchar hasta Sicilia a buscarse nuevos enemigos cuando en Grecia ya tenía suficientes (6, 10, 1). Con ello hacía referencia a un contexto de dificultad tras la victoria de los espartanos en Mantinea en 418 a.C. en la que no solo parte del ejército ateniense había sido derrotado sino que, además, la política filo-argiva de Alcibíades había fracasado estrepitosamente. Y, ahora, era él mismo quien quería volver a involucrar a los atenienses en otra empresa de difícil acometimiento.

 

   Independientemente de que Nicias o Tucídides pensaran que Alcibíades solo deseaba fama y fortuna personal con aquella expedición además de una conquista (6, 6, 1), no creo que el proyecto fuera tan descabellado como pudiera parecer. En primer lugar, tras la batalla de Mantinea se había sellado la paz y, en principio, aunque ésta no fuera especialmente sólida (Thuc. 6, 9, 3-4) podía permitir a los atenienses buscar nuevos objetivos. La recuperación de la política de “vincularse a la tierra” (Plut. Vit. Alc. 15) había fracasado y nada era mejor que un gran proyecto ultra marítimo para reafirmar su poderío en este medio. Además, Sicilia no era tan desconocido para Atenas como pretende Tucídides. Además de las anteriores expediciones en las que se habían enviado veinte naves en 427 a.C. y otras cuarenta en años posteriores (Thuc. 3, 81, 1), más de doce mil atenienses habían navegado hasta allí, por lo que, coincidiendo con Kagan, aceptar la petición de ayuda de Egesta tampoco era una decisión manifiestamente suicida, si bien es cierto que la presentación de sesenta talentos por parte de la embajada de Egesta debió de animar a aprobar dicha campaña (Thuc. 6, 8, 1). Además de estas motivaciones, es cierto que no hay que negar el más que posible deseo de gloria personal de Alcibíades para apoyar y encabezar la campaña. Sin embargo, insisto en que su argumentación no se basaba en ideas peregrinas y, de hecho, el argumento de Siracusa (Thuc. 18, 4) es perfectamente coherente. Teniendo en cuenta que los siracusanos suministraban grano al Peloponeso y que Hermócrates de Siracusa ya había enarbolado la bandera de la resistencia contra Atenas anteriormente promocionando la unión de Sicilia durante el congreso de Gela, era lógico concebir a los siracusanos como un enemigo a batir. Ello, por supuesto abriría las puertas de Sicilia a los atenienses que, con la adhesión de la isla, conformarían un vasto imperio. Además, no tenían nada que temer desde el Peloponeso. No existía allí ni la flota ni el ánimo para tal proyecto.

 

   Tanto los argumentos de Alcibíades como los sesenta talentos de plata entregados fueron suficientes para que, finalmente, se aprobara la campaña. Sin embargo, los atenienses decidieron ser cautos y, a la hora de nombrar strategos no se dejaron seducir por las palabras de Alcibíades. La presencia de Nicias en el mando en contra de su propia voluntad, da muchas pistas acerca de la opinión de los atenienses con respecto a sus hombres más prestigiosos. Por un lado, no se le concede el mando único a Alcibíades, lo cual viene a confirmar que su prestigio se había resentido tras su política de acercamiento a Argos y posterior derrota en Mantinea. De hecho, no fue reelegido strategos en 418 a.C. lo que evidencia la pérdida de confianza que el demos ateniense tenía depositada en él. Además, su juventud seguía constituyendo un argumento difícil de superar a la hora de entregarle el mando. Sin embargo, sus espectaculares victorias en los Juegos Olímpicos (Thuc. 16, 2) y su elocuencia a la hora de presentar esta campaña (Plut. Vit. Alc. 17) obraron para que fuera nombrado como uno de los que comandaran aquella expedición. Por otro lado, el hecho de que Nicias fuera obligado a tomar el mando en esta expedición a la que se oponía abiertamente, da a entender que los atenienses seguían confiando en su experiencia frente a la juventud de Alcibíades. Para Nicias, marchar a Sicilia era descabellado. No solo se acudía a una isla con el pretexto de defender a un pequeño pueblo cuando en realidad se deseaba una conquista total (Thuc. 6, 11, 1) sino que, además, en Grecia aún existían un sinfín de problemas que solucionar y enemigos que estarían al acecho (Thuc. 6, 9) haciendo referencia a la fragilidad de la paz firmada en 417 a.C.

 

   A fin de equilibrar tan diferentes puntos de vista en el alto mando, se eligió una especie de figura mediadora que terminaría por completar el mando de la campaña. Este fue Lámaco.

 

   En cualquier caso, a pesar de la oposición de Nicias, la campaña salió adelante y zarpó para Sicilia. Sin embargo, un asunto de orden interno como fueron la mutilación parcial de unas estatuas sagradas y la profanación de los Misterios ocurridos la noche anterior a la partida, terminaron por precipitar los acontecimientos: Alcibiades sería juzgado como presunto autor del tal sacrilegio y presumiblemente condenado a la vuelta de la expedición, lo que empujó al díscolo ateniense a fugarse a Esparta antes de regresar a Atenas.

 

   El asunto no era menor y el Estado ofreció cuantiosas recompensas a cambio de un testimonio que arrojara luz sobre el asunto (Thuc. 6, 27, 2). Parece que algunas voces confirmaron a Alcibíades como responsable del hecho y aquellos que, de una manera o de otra estaban enemistados con él, prestaron atención a estas acusaciones (Thuc. 6, 28, 2). Puede que su modo de vida derrochador y prepotente, se identificara con un comportamiento tirano y anti democrático que estaría en la base de dicho comportamiento sacrílego (Thuc. 6, 28, 2). Con la flota a punto de zarpar, este asunto fue extraordinariamente inoportuno y se entendió como un mal presagio para la campaña siciliana (Thuc. 6, 27, 3). La sombra de la sospecha no tardó en arrinconar a Alcibíades, por lo que no le quedó más remedio que ofrecerse a ser juzgado antes de zarpar para esclarecer el asunto (6, 29, 1). Sin embargo, los atenienses se percataron de que, de juzgarle en ese momento, correrían el peligro de que el ejército se pusiera de su parte y que a éste se unieran argivos y mantineos, aliados que él había proporcionado (Thuc. 6, 29, 2). Se creyó más conveniente entonces dejarlo marchar y preparar su acusación más detenidamente. Es posible que aquel ofrecimiento de Alcibíades no fuera más que una estratagema para librarse del proceso. Él sabría que gozaba del favor del ejército así como de los aliados que había reclutado para la expedición, por lo que era poco probable que nadie se opusiera a que zarpara de Atenas. Por otra parte, con un ofrecimiento sincero a ser juzgado, es probable que pensara que apartaría de él toda sombra de duda. Sin embargo, la parodia de los misterios y la mutilación de los Hermes, resultó ser más importante para Atenas de lo que parecía y, durante su ausencia, se estuvieron recogiendo todo tipo de denuncias de todo tipo de gentes (Thuc. 53, 2). Con el paso de los días y las denuncias, la hipótesis de que detrás de estos hechos se encontrara la base de una conspiración oligárquica (Thuc. 6, 60, 1) alimentada por Alcibíades y apoyada por la oligarquía argiva, fue ganando fuerza hasta el punto de que la nave Salaminia zarpó a Sicilia para traer de vuelta a Atenas tanto a Alcibíades como a otros soldados que habían sido denunciados (Thuc. 6, 53, 1). La pena en caso de hallarse culpable sería la muerte y, ante tal panorama de los acontecimientos, Alcibíades que salió en su propia nave siguiendo a la Salaminia, se desvió en un momento concreto de la travesía para no regresar a Atenas. Puesto que éste se exilió, la ciudad le condenó a muerte en rebeldía (Thuc. 6, 61, 7). Su destino fue, ahora sí, el Peloponeso, a donde llegó en un barco mercante.

 

   Desconocemos si, efectivamente Alcibíades tuvo algo que ver en el asunto, pero lo que sí sabemos es que, desde sus inicios en la vida pública se había granjeado toda una legión de enemigos, que podrían haber aprovechado la situación. Y si a eso unimos el modesto éxito que la campaña de Sicilia estaba teniendo, el terreno para juzgarle se encontraba lo suficientemente allanado para todos los que querían echarlo de la vida pública. Hay que tener en cuenta que el hecho de que Atenas diera curso a las denuncias de cualquier persona, contribuiría a crear un clima de desconfianza y terror (Thuc. 60, 2, 3) que habría empujado a la gente a una vorágine acusatoria que habría derivado en lo absurdo. Concretamente contra Alcibíades se presentaron dos denuncias relacionadas con los misterios, pero solo una lo incriminaba a él directamente y esta era la de una mujer llamada Agariste. Por tanto, no existen los suficientes datos como para elaborar un juicio crítico al respecto de la participación de Alcibíades en semejante hecho. Lo que sí parece claro es que, la popularidad de la que parecía gozar hasta entonces debió de verse mermada por el curso de los hechos. En Atenas se confiscaron sus propiedades y su nombre se inscribió en la estela de la desgracia levantada en la Acrópolis, además de que los sacerdotes maldijeran su nombre. Como dijimos, fue condenado a muerte en rebeldía por lo que decidió marchar al Peloponeso.

 

   La llegada de Alcibíades a Esparta es de extrema importancia puesto que supone la adopción, nuevamente, por parte de Esparta, de una política exterior más agresiva y del mismo estilo que la que ya había adoptado durante la campaña de Calcídica. Para Alcibíades recalar en Esparta no era tarea fácil. Recordemos que él mismo había maquinado el engaño a los embajadores llegados a Atenas en 420 a.C. con el propósito de negociar y no solo se las ingenió para que los lacedemonios fueran tomados por personas de poco fiar, sino que, además, dinamitó la política de Nicias de normalización de las relaciones con la ciudad lacedemonia y promovió el apoyo a Argos. Tucídides informa de que consiguió un salvoconducto y una invitación de los lacedemonios para acudir a la ciudad (Thuc. 6, 88, 9). Sin embargo, no sería una invitación a título general, a decir por la mala imagen que tenía ante los lacedemonios por el asunto de Mantinea, sino más bien una gracia promovida por el éforo Endio, al que estaba unido por vínculos familiares (Thuc. 8, 6, 3). La asociación generada por ambos ha dado pábulo a todo tipo de cuestiones. Que el principal estímulo de aquella unión para Alcibíades fuera asegurarse un respaldo en Esparta está claro, pero ¿cuál era el interés, si es que lo había, de Endio? En verdad, no ha sido posible dar una explicación satisfactoria a este hecho más allá de la vinculación a la que hemos hecho referencia. Se ha señalado, la posibilidad de que éste estuviera buscando aumentar su poder e incluso derribar la propia monarquía hereditaria al igual que Lisandro años más tarde. Lo que sí queda constatado es que, mientras esta “alianza” estuvo viva, buscó denodadamente desacreditar a Agis como rey, hasta el punto de influir en decisiones de política exterior. Una vez allí, Tucídides nos describe lo que sería el discurso con el que Alcibíades se ganaría el favor de los espartanos ante la asamblea. Sin poder dar por ciertas que esas fueran las palabras exactas, Alcibíades reivindica su antigua proxenia con los lacedemonios y su buen comportamiento en el asunto de los prisioneros espartanos de Pilos (Thuc. 6, 89, 2) para congraciarse con ellos. A partir de ahí y, a propósito de la cuestión siciliana, podemos deducir que, aunque aconsejara a los espartanos sobre la conveniencia de actuar en la misma, puede deducirse que la narración hecha por Tucídides no expresaría más que sus propias cavilaciones puestas en boca del ateniense. Como ya manifestó Tucídides en 6, 6, 1 la verdadera causa de la expedición era el sometimiento de Sicilia, algo que, ahora, indica que Alcibíades les habría manifestado a los espartanos de un modo público (Thuc. 6, 90, 2) lo cual no deja de ser sospechoso.

 

   Más allá de si esa era su intención o no, para Esparta actuar en Sicilia era deseable. Por un lado, debía evitar que Atenas acrecentara su poder sometiendo a Sicilia y, como dice Tucídides, a Cartago e Iberia para, posteriormente bloquear y atacar el Peloponeso (Thuc. 6, 90, 3-4). Además, la sugerencia de fortificar Decelia al mismo tiempo (Thuc. 6, 91, 6), era simplemente brillante. La magnitud de la fuerza militar desplazada a Sicilia se había convertido, en palabras de Kagan en mastodóntica. Si los espartanos enviaban allí un contingente que ayudara a los siracusanos dificultando la labor de los atenienses, esto se vería favorecido por el hecho de que, además, esa gran armada ateniense quedaría desprovista de suministros y reemplazo por el bloqueo de Atenas a causa de la fortificación de Decelia y, en consecuencia, aislada, lejos de casa y debilitada. 

 

   Después de haber revelado a los espartanos los puntos que debían convertirse en prioridad al respecto de su política exterior, podría decirse que Alcibíades quedó constituido de esta manera en auténtico director de la política exterior espartana. Los lacedemonios no tardaron en inclinarse por sus planteamientos (Thuc. 6, 93, 2) y llevaron a cabo, tan pronto como pudieron, ambas cuestiones.

 

   En 415 a.C. los atenienses arribaron a Sicilia y tan pronto como pudieron, se prepararon para enfrentarse a Siracusa a fin de proteger a las ciudades que habían solicitado su auxilio frente a ésta. En Siracusa, Hermócrates abogó por llevar a cabo toda una serie de reformas militares a fin de preparar a un ejército digno de enfrentarse a Atenas y, además, tomó medidas diplomáticas enviando a Corinto y Esparta una legación solicitando su ayuda para resistir a los atenienses. Por aquel tiempo, los espartanos no andaban muy dispuestos a intervenir en tal conflicto. Sin embargo, la presencia de Alcibiades allí, permitió a los corintios y siracusanos apoyarse en el ateniense a fin de convencer a los espartanos de la importancia de intervenir en dicho lugar con el propósito de evitar que toda Sicilia cayera del bando ateniense. Pero antes de que los lacedemonios se decidieran a enviar refuerzos, los siracusanos tuvieron que hacer frente solos a la primera batalla contra el ejército de Nicias defendiendo su propia ciudad. Mediante tretas y engaños, los atenienses lograron entrar en el puerto de Siracusa y acampar frente a la ciudad, al sur del río Anapo. Cuando los siracusanos se sintieron dispuestos, se prepararon para el combate. A pesar de la bravura con la que lucharon, la mayor experiencia ateniense consiguió doblegar las líneas siracusanas, que se batieron en retirada. Tras este fracaso, los atenienses se prepararon para tomar la ciudad y hacerla capitular definitivamente. Pero una serie de errores y circunstancias, como la ausencia de la caballería, impidieron que este plan pudiera ejecutarse a su debido tiempo. Al contrario, Nicias no se precipitó y eso dio el tiempo justo a los siracusanos para solicitar la ayuda que tanto necesitaba de Esparta. A pesar de las primeras reticencias, Alcibiades logró convencer a las autoridades espartanas de que interviniendo en Sicilia y fortificando después Decelia, tendrían ganada media guerra. Sin dejarse engatusar demasiado, finalmente los espartanos enviaron una flota combinada por dos naves corintias y dos lacedemonias al mando de las cuales iba el general Gilipo. Sin embargo, ninguna de estas embarcaciones llevaba un solo soldado espartano, lo que demuestra los pocos riesgos que los espartanos querían tomar en este asunto.

 

   Ya comenzado el año 414 a.C. los atenienses completaron el muro que rodeaba Siracusa para comenzar su asedio. Tras varias escaramuzas entre siracusanos y atenienses, que retrasaron la toma de la ciudad, Nicias, estratego ateniense, no tuvo en cuenta que varias naves peloponesias estaban ya muy próximas a Sicilia. Aquel sería un grave error.

 


 La batalla

   Una vez terminado el muro, los atenienses esperaron la llegada de la caballería desde Atenas para comenzar el asedio. Los siracusanos, por su parte, en previsión de la llegada de esa caballería ateniense, entendieron que enviando soldados a la cercana meseta de las Epípolas, impedirían que los atenienses los bloqueasen. Sin embargo, lo pensaron demasiado tarde; para cuando quisieron actuar, los atenienses ya habían tomado aquel lugar. Nicias, conocedor del emplazamiento privilegiado de tal meseta, envió sus barcos hasta los acantilados del norte de las Epípolas y allí desembarcó a sus soldados. Sica se convirtió en el centro de operaciones ateniense y a pesar de que los siracusanos salieron en un primer momento a batallar con los atenienses, nada pudieron hacer contra su formidable ejército que ahora, además de una buena posición, contaba ya con el auxilio de 650 jinetes de la caballería. Los jinetes siracusanos trataron inútilmente de impedir que los atenienses siguieran levantando los muros de asedio. La situación se estaba volviendo insostenible y no sabían cuánto podrían aguantar. Ante la apurada situación, a los generales siracusanos solo se les ocurrió levantar un contramuro que contrarrestara el ateniense, ya que el envío de tropas para luchar se antojaba insuficiente. Los atenienses, lejos de entretenerse en derribar su contramuro, se dedicaron a devastar las canalizaciones de agua subterránea de Siracusa. Además, aprovecharon los descuidos de los siracusanos a la hora de vigilar sus propios muros y en un momento en que éstos se encontraban desguarnecidos, 300 hoplitas atenienses, los tomaron por sorpresa. El contramuro siracusano fue asaltado y a poco estuvieron las tropas atenienses de hacerse con el control de un barrio llamado Temenites. Ahora la situación se decantaba claramente en favor de Atenas. Los siracusanos veían cada vez más cerca la amenaza de una conquista total de su ciudad y una capitulación forzosa. Los refuerzos espartanos eran más deseados que nunca ya que el tiempo corría en su contra.

 

   La llegada de Gilipo

 

   La flota del espartano Gilipo y el corintio Pitien navegaban a Sicilia con la errónea creencia de que los atenienses ya habrían concluido el cerco de Siracusa. Sin embargo, al enterarse de que no era así, se dirigieron a Hímera con el fin de evitar la flota ateniense. Nicias reaccionó enviando naves a interceptarlos pero era demasiado tarde. No pudo evitar que las gentes de Hímera se unieran a peloponesios y corintios suministrándoles armas. Además, Gilipo consiguió que a esta ayuda se uniera la de Selinunte, Gela y los sículos, encabezando así unas tropas de 3000 soldados y 200 jinetes. Por si esto fuera poco, más refuerzos venían de Corinto de la mano de Góngilo, que llegó a Siracusa incluso antes que Gilipo por tierra. Y su llegada fue providencial, ya que los siracusanos se encontraban al borde del colapso cuando eso ocurrió. Los siracusanos sintieron como una nueva corriente de aire fresco llegaba en su ayuda y, ahora sí, no tuvieron ni miedo ni inconveniente en sacar a todo su ejército a fin de dar la bienvenida a Gilipo.

 

   El general espartano alcanzó las Epípolas por el oeste justo en el momento en que los atenienses estaban a punto de terminar el doble muro que serviría para asediar Siracusa. Sin más prolegómenos, ambos bandos formaron para entrar en combate. No tardó Gilipo en darse cuenta de que sus hombres carecían de la disciplina necesaria para el combate y a pesar de que no le gustara la idea, tuvo que retirarse finalmente del campo de batalla. Por su parte, Nicias, que podría haber aprovechado para perseguirlo, darle caza y derrotar a su ejército, prefirió mantener la posición. Esa misma actitud cándida, fue la que terminaría por costarle la derrota.

 

   Gilipo, se ingenió un ficticio ataque sobre el muro de los atenienses, mientras enviaba otra fuerza a la parte de las Epípolas, donde la fortificación no se había terminado. Finalmente se hizo no solo con el control del mismo sino también con todo lo que contenía, es decir, el tesoro y algunos suministros. Además, decidió levantar otro muro que rodeara al realizado por los atenienses, bloqueando sus comunicaciones con Trógilo. En lugar de seguir construyendo hasta Trógilo, Nicias prefirió  construir tres fuertes en Plemirio, al sur del Puerto Grande, para sustituir a Lábdalo. Sin embargo, no era la mejor opción, ya que el suministro de agua y madera quedaba demasiado alejado. Este hecho unido a la más que presumible duda que lo asaltaba en los nuevos cambios de planes hizo que pasara de tener toda la iniciativa del combate, a comportarse de manera timorata y poco convencida. De hecho, Plemirio era una base más apropiada para pensar en una huida por mar que una alternativa para volver a atacar Siracusa. Además, al enterarse de que más naves corintias se acercaban a Sicilia, tan solo envió 20 naves para interceptarlas. Estaba claro que su firmeza y determinación habían perdido la fuerza de antaño. Puede que a ello hubiera que sumar sus cada vez más continuas dolencias renales que posiblemente le impidieran desarrollar sus planes con total lucidez.

 

   El comportamiento inseguro de Nicias, rápidamente fue detectado por el inveterado olfato de Gilipo, que una y otra vez, trató de atraerse a las tropas atenienses al combate. Aunque no lo consiguió, la seguridad con la que se mostraba ante sus propios soldados hizo que la moral de su bando se elevara mientras minaba la del enemigo. Por fin, un primer asalto tuvo lugar y contra todo pronóstico, las armas de Gilipo fueron derrotadas. Pero aquel contratiempo no lo amilanó y tan pronto como se rearmó, obligó a las tropas de Nicias a entablar un nuevo combate si querían seguir extendiendo su muro hasta Trógilo. En campo abierto y con menores restricciones, la caballería de Gilipo cobró ventaja sobre los atenienses y pronto desbarató su ala izquierda obligándolos a huir en desbandada. La victoria fue decisiva y Siracusa había logrado superar su muralla a través de las líneas de asedio ateniense. El éxito se completó cuando la flota corintia de refuerzo al mando de Erasínides tocó tierra y engordó las tropas de Gilipo en 2000 hombres más. Aquello valió al bando peloponesio para completar la muralla rodeando toda la meseta de las Epípolas e impidiendo la salida de los atenienses al mar del norte y la llanura. El plan original de rendir Siracusa por hambre, había fracasado y se antojaba utópico a esas alturas.

 

   La moral espartana crecía por momentos y Gilipo se atrevió a solicitar más refuerzos de Esparta y Corinto así como arrastrar a las ciudades sicilianas que hasta entonces habían permanecido neutrales a desafiar la autoridad de la armada ateniense. Con todos estos elementos, Nicias consideró que no solo habían perdido la iniciativa de la campaña que era ganar Siracusa, sino que ahora se planteaban la propia supervivencia de la expedición. Con estos hechos en mente, decidió escribir a Atenas relatando de forma detallada la situación y las perspectivas en el otoño de 414 a.C. Trató de no insinuar abiertamente una retirada de la flota o de su propio mando, pero en el fondo era lo que estaba haciendo ya que exigía como contrapartida el envío de unos abultados refuerzos que casi podían constituir otra expedición igual a la suya; deseaba transferir esa responsabilidad a la Asamblea y que fuera ella la que ordenara el regreso de las tropas. Al fin y al cabo, él siempre había estado en contra de aquella expedición y ahora le había tocado en suerte, por diferentes causas, ser el único estratego al mando y la situación se tornaba cada vez más oscura. Sin embargo, la respuesta de la Asamble ateniense fue la menos esperada: se aprobó el envío de otra expedición que también se pondría bajo su mando aunque esta vez, otros generales fueron nombrados con miras a una mejor coordinación. Entre aquellos generales se encontraban Demóstenes, héroe de Esfacteria o Eurimedonte.

 

   Mientras tanto, Esparta contempló con buenos ojos el envío de refuerzos al victorioso Gilipo dada su buena racha. Aunque todo parecía marchar viento en popa, la manutención de los soldados en Siracusa era costosa y las necesidades comenzaron a acuciar. Gilipo entendió que debía actuar con rapidez y tan pronto como diseño un ataque naval señuelo que desarrollaron los siracusanos, él con sus tropas aprovechó la oscuridad de la noche para tomar Plemiro, uno de los puntos vitales que mantenían aún los atenienses. 83 trirremes siracusanas apoyaron el ataque luchando contra la flota ateniense que, sin embargo, se mostró muy superior. Pero el problema de esta superioridad naval es que no tuvo una réplica en tierra, donde Gilipo conquistó los fortines atenienses con los víveres atenienses dentro.

 

   Inmersos ya en una lucha sin cuartel, la batalla definitiva estaba muy cerca de comenzar y sería la que probablemente decidiría no solo el curso de aquella expedición ateniense en Sicilia sino también el curso de toda la guerra. Conteniendo a la marina ateniense en el mar, los siracusanos lograron que una y otra vez los atenienses vieran frustrados sus ataques y, aunque no les vencieron, consiguieron que tampoco ellos pudieran alzarse con la victoria.

 

   El desenlace del Gran Puerto

 

   Aunque la victoria ateniense en el mar había sido un éxito, la pérdida de los fortines fue imposible de asumir. Aquella derrota estratégica había herido de muerte a la escuadra ateniense y el desenlace de la batalla (y casi de la guerra) estaba a punto de producirse. Por si fuera poco, para estas mismas fechas de 413 a.C. y en la Grecia continental, hay que recordar que Esparta ya había sitiado Decelia, lugar de gran importancia estratégica situado en el Ática muy próximo a Atenas y desde donde se controlaban no solo los movimientos de tropas sino también la principal ruta de suministros de la ciudad procedentes del norte.

 

  

 Consecuencias

     Consumado el desastre ateniense, la situación de la guerra se tornó inmejorable para Esparta. Muchas de las ciudades aliadas de Atenas comenzaron a sopesar su continuidad en la alianza délica y no fueron pocas las que decidieron  poner fin a su relación con la metrópoli en la presunción de que ésta ya no podría brindarles la protección necesaria. Algo que sí parecía poder ofrecer Esparta, en mejores condiciones tras su victoria. Y es que de la mano de la victoria en Sicilia llegó también el apoyo que tanto ansiaban los espartanos, el del imperio persa. El Gran Rey, a través de su sátrapa Tisafernes, llegó a firmar varios tratados de colaboración con Esparta con el fin de aniquilar de una vez por todas  a la flota ateniense. Los persas serían los encargados de financiar una flota para Esparta equiparable a la de su rival, capaz de vencerla definitivamente en el mar. Con una infantería superior y un cuerpo naval competente, muchos fueron los que se atrevieron a vaticinar un rápido desenlace de los acontecimientos. Sin embargo, las cosas no sucedieron con tanta rapidez como era de esperar. El “cerebro” estratégico de Esparta, Alcibiades se vio forzado a huir de la ciudad cuando se supo de su relación con la esposa del rey Agis. Sin poder regresar a Atenas donde su condena seguía vigente, marchó a la corte de Tisafernes para confabular esta vez contra los espartanos y dilatar todo lo posible su victoria. Tisafernes, convencido por Alcibiades de que lo más interesante para Persia era prolongar la guerra y mantener un equilibrio de fuerzas en Grecia no decantándose por ningún bando, comenzó a retrasarse en los pagos a los soldados espartanos. Como consecuencia de esto, las relaciones entre Esparta y el imperio comenzaron a tensarse de un modo innecesario y todo ello debido a la actitud conspiratoria del que había sido su mejor estratego hasta la fecha. Este hecho explica por sí solo cómo desde 413 a.C. hasta 406 a.C. Esparta no fuera capaz de infligir ni una solo derrota a la maltrecha escuadra ateniense a pesar del apoyo que le estaba brindando el imperio persa. Al contrario, cuando todo parecía estar en su contra, Atenas logró imponerse en las batallas de Cinosema, Abidos y Cicico, y equilibrar de nuevo la situación. Solo años más tarde con el ascenso de Lisandro a la navarquía espartana y la exclusión de Tisafernes de los tratos con Esparta en favor del príncipe Ciro, lograron revertir la situación hasta llevarla al punto deseado.

 

 
Mapa de Sicilia.

Detalle de la Batalla de Sicilia.

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