lunes, 8 de enero de 2018

V. V. Struve Historia de la antigua Grecia (II)CAPÍTULO XIV EL LITORAL MERIDIONAL, OCCIDENTAL Y SEPTENTRIONAL DEL MAR NEGRO EN LOS SIGLOS V-VI A. C.

El desarrollo histórico de las polis griegas situadas a lo largo de las costas meridional, occidental y septentrional del Ponto Euxino, está estrechamente vinculado no sólo con la historia de los Estados rectores de la antigua Grecia —Atenas y Esparta—, sino también con la de las poblaciones locales del Asia Menor, Tracia y la costa septentrional y occidental del mismo hasta el siglo v a. C., es conocida tan sólo en rasgos generales.

1. El litoral meridional y occidental del mar Negro

 La costa meridional del mar Negro formaba parte, a partir de los tiempos de Ciro I (558-529 a. C.), de la monarquía persa; sólo después de firmar la paz de Calías en el año 449 a. C., las ciudades griegas obtuvieron la autonomía. Probablemente, al igual que en las ciudades de Jonia, la nobleza de las ciudades meridionales del Ponto sostenía una política persófila, con el fin de facilitar la explotación de la población local y de las riquezas naturales de las regiones vecinas. Las relaciones entre los griegos y las poblaciones locales se habían establecido de distintas maneras. Desde la remota antigüedad, las tribus de la parte oriental del litoral sur del mar Negro —los calibes, los mosinecos, los tibarenios y otros—, tenían fama por su arte en la obtención y el tratamiento de metales, especialmente el acero. Los vínculos económicos con los mismos eran muy ventajosos para los griegos, especialmente para los habitantes de Sínope, los que compraban el hierro allí labrado. De la estabilidad de esas relaciones dan testimonio la multitud de pequeñas poblaciones fundadas por Sínope en los territorios de esas tribus.
Partiendo de los datos posteriores de Jenofonte, es dable suponer que la población local ofrecía resistencia a las tentativas de los griegos de establecer su dominio sobre ellas, de modo que, por ejemplo, debía tenerse presente la independencia de sus vecinos, antiquísimos habitantes del Ponto meridional.
En la parte occidental de la costa sur se encontraba una sola ciudad griega, Heráclea, situada en la desembocadura del río Lico. Las tribus agrícolas locales de mariandinos no pudieron defender su libertad y terminaron por ser esclavizados por los habitantes de la ciudad. Es lícito suponer que ese período de la historia de Heráclea fue de luchas entre sus ciudadanos y los mariandinos, y que precisamente en aquel tiempo fueron estructurándose esas peculiares formas de independencia de los mariandinos que posteriormente señalaron los escritores de la antigüedad. Habiendo obligado a los habitantes locales a que trabajasen para ellos, los de Heráclea tuvieron, en consecuencia, una economía agrícola bien desarrollada que les proporcionaba una considerable cantidad de productos. Al mismo tiempo que esos productos, Heráclea exportaba también maderas de construcción, hacienda, productos de alfarería y otras mercaderías. Se sabe que, sobre el años 520, los ciudadanos de Heráclea fundaron la colonia de Callatis, en la costa occidental del Ponto. El éxodo de una parte de los ciudadanos puede atestiguar el recrudecimiento de la desigualdad social en el seno de la población de Heráclea, el estallido de una lucha encarnizada entre los diferentes grupos sociales y la emigración de los vencidos a nuevas tierras.
Las fuentes escritas no suministran noción alguna acerca de la historia económica de las ciudades del litoral meridional del mar Negro durante el tiempo del que estamos ocupándonos. No obstante, la aparición temprana de moneda propia (Sínope, por ejemplo, comenzó a acuñar plata en el período comprendido entre los años 570 y 520) indica un considerable desarrollo de la circulación monetaria ya a mediados del siglo vi a. C.
Algo mejor se conoce la vida de las polis del litoral occidental del mar Negro. Los datos que se refieren al comercio de las ciudades de esta región muestran que entre los griegos y los habitantes nativos del país, los tracios, se habían establecido vínculos comerciales. Los griegos importaban los productos procedentes de los centros artesanales del mar Mediterráneo, recibiendo en cambio mercancías tan valiosas como cereales, maderas, pescado, metales preciosos, que abundaban en Tracia.
En el año 514 a. C. Darío, mientras se dirigía contra los escitas, penetró hacia los confines del litoral occidental del Ponto. Allí los persas, tras quebrantar la resistencia de tribus tracias, sometieron el litoral oriental de Tracia, inclusive las ciudades griegas del mismo. No obstante, el dominio persa no dejó hondos vestigios en la historia del litoral occidental del mar Negro, puesto que ya en el año 494 se hallaban en Tracia los escitas, que intentaban invadir al Asia Menor.
En la primera mitad del siglo v a. C., entre las más desarrolladas tribus que moraban en la parte sudeste de Tracia, el desarrollo de la agricultura, de la ganadería y de la minería había llegado a un nivel bastante elevado.
La muy avanzada descomposición del régimen comunista primitivo que se había operado entre ellas, acarreaba la aparición de clases y de una sociedad clasista. Según el testimonio de Herodoto, entre los tracios existía la esclavitud ya a mediados del siglo v a. C. La existencia de una acentuada desigualdad, en cuanto a los bienes, entre las tribus de la Tracia meridional, es confirmada por las fuentes arqueológicas. Aproximadamente a partir del año 480 a. C., las tribus de los odrises, que habitaban en el sudeste de Tracia, sometieron a muchas tribus del país, hasta las mismas orillas del Ister. En el primer tercio del siglo v a. C. se formó de manera definitiva el Estado de los odrises. El primero de sus reyes que nos es conocido, Terés, que gobernó en el segundo cuarto del siglo mencionado, se había emparentado con el rey escita Ariapeithes al darle a éste a su hija por esposa.
Según parece, los reyes de los odrises no pudieron someter por completo a las ciudades griegas. Pero el contacto económico de los ricos habitantes de las ciudades, con la nobleza tracia, llevaba al enriquecimiento de ambas partes, a cuenta de opresión de amplios sectores de la población y de los esclavos. Como testimonio indirecto, aparece el crecimiento territorial de las ciudades del litoral occidental del mar Negro (por ejemplo, de Apolonia), como también la creciente estratificación —en cuanto a la posesión de los bienes— en la población urbana. Esto último se reflejó en la encarnizada lucha social que tuvo lugar en aquellas ciudades durante el siglo v a. C. La tradición sólo ha conservado algunas informaciones acerca de Istros y de Apolonia, donde las sublevaciones de los ciudadanos condujeron al derrocamiento del gobierno de la aristocracia y al establecimiento de un régimen democrático.
Al lado del desarrollo de la agricultura y de la ganadería en el territorio que pertenecía a las ciudades del litoral occidental del mar Negro, se observa también la ampliación, en las mismas ciudades, de la producción artesanal y de la comercialización de la misma; ya en el siglo v surge la necesidad de acuñar moneda propia. Apolonia comenzó a hacerlo en el período comprendido entre los años 520 y 480; Mesembria, a partir de mediados del mismo siglo.
De esta manera, el crecimiento de las ciudades situadas junto al Ponto era acompañado por el desarrollo de sus vínculos comerciales con las polis griegas, principalmente con Atenas. A partir del segundo cuarto de ese siglo se nota claramente, en aquellas mismas ciudades, la intensificación de la importación ática. La tendencia de Atenas a aprovechar todas las ventajas de comerciar con los ricos países pónticos, se expresó no solamente en el comercio, sino también en las expediciones bélicas al mar Negro. Al parecer, las primeras expediciones datan aún de la década del 470 a. C., pues la tradición antigua informa que el estadista ateniense Arístides murió durante una expedición al Ponto.
Las consecuencias más importantes las tuvo la campaña de Pericles al mar Negro, que significó una nueva etapa en la historia de una serie de ciudades del Ponto meridional y occidental. La fecha de esa campaña no está determinada con suficiente precisión; es referida ora al año 444, ora al 437. La tendencia de Pericles a exhibir «ante reyes y otros potenciados» de las tribus pónticas el poderío naval de Atenas, hace suponer que muchos de ellos le eran hostiles. Se sabe, por ejemplo, que uno de los adversarios de Atenas era el poderoso rey de los odrises, Sitalcés, hijo de Teres.
En sus relaciones con las ciudades griegas situadas junto al Ponto, Pericles se atenía a una política amistosa, estimulando en ellas a las agrupaciones atenófilas. Sin embargo, para conseguir el dominio, no eludía recurrir a la violencia. Así, aprovechando el descontento de los habitantes de Sínope respecto al tirano Timesilao que allí gobernaba, Pericles envió una flota de 13 trieres, encabezada por Lámaco con sus guerreros, con cuya ayuda el tirano fue derrocado. Al parecer, la masa de los pobres libres no recibió gran satisfacción ni alivio con tal revuelta, porque las tierras y casas del tirano y de sus partidarios fueron ocupadas por los clerucos atenienses enviados por Pericles a Sínope. Estos, en número de 600, eran el apoyo más seguro del dominio ateniense en Sínope. Igual violencia fue aplicada a la ciudad de Amisos, a la cual los atenienses enviaron un ejército mandado por Atenocles. La ciudad fue privada hasta de su nombre, el que fue reemplazado por el de Pirea. Aun en el siglo v a. C., se conservaba en las monedas ese nombre y la efigie de la lechuza ateniense, en calidad de escudo de dicha ciudad.
La ocupación de Sínope y de Amisos por los atenienses fue posible no sólo por el debilitamiento de las mismas debido a la lucha social interna, sino también por la falta de una eficaz ayuda a los griegos por parte de las tribus locales. Al parecer, al mismo tiempo Atenas había logrado atraer también su órbita de influencia a la Heráclea póntica, porque en los registros conservados de los contribuyentes al foros en el año 425, aparecen mencionados sus habitantes. Posiblemente, al igual que en Sínope, los atenienses aprovecharon las disensiones entre la aristocracia local y las capas democráticas de la población libre.
Se sabe muy poco de las relaciones mutuas entre las ciudades del litoral occidental del mar Negro y la Liga marítima ateniense. En la misma inscripción en que figura el registro de los aliados pagadores de tributos del año 425 quedan establecidas con suficiente certeza los nombres de Apolonia y Callatis.
Es dable suponer que no todas las ciudades pónticas sufrían en igual grado la opresión de Atenas. Especialmente grave era ese dominio para la población de las polis a las cuales eran enviados los clerucos atenienses. Es natural que en aquellas ciudades fueran muy fuertes las tendencias antiatenienses, apoyadas y estimuladas por el rey persa. Con el comienzo de la guerra del Peloponeso, los elementos hostiles a Atenas en las ciudades pónticas se pusieron en actividad. Ya en el año 424 a. C. los oligarcas de Heráclea, ayudados por Darío II, derrocaron del poder al partido democrático, que era apoyado por los atenienses y, acto seguido, declararon su independencia de Atenas.
La defección de Heráclea infirió gran detrimento a los intereses de Atenas en el Ponto. Para reprimir la sublevación, los atenienses enviaron una expedición punitiva encabezada por el estratega Lámaco, el mismo que otrora había derrocado la tiranía en Sínope.
No disponiendo, al parecer, de suficientes fuerzas como para apoderarse de la ciudad de un golpe, Lámaco desembarcó, dentro de la región perteneciente a Heráclea, en la desembocadura del río Caleto. Aquí, los atenienses devastaron los campos de los habitantes de Heráclea, y los que sufrieron las circunstancias antes que nadie fueron los mariandinos, que habitaban esos campos y las aldeas adyacentes. Aun así, Lámaco no logró someter a Heráclea, pues la corriente desbordada del río llevó las naves al mar y las destrozó contra las rocas. Lámaco debió entablar negociaciones con Heráclea, cuyos ciudadanos otorgaron su conformidad al paso de los atenienses a través de su tierra, y accedieron a proveerles de víveres para el regreso. Así terminó ignominiosamente la tentativa de Atenas de recuperar a Heráclea como subdito.
En el interior de la misma ciudad de Heráclea continuó la lucha entre las agrupaciones oligárquica y democrática. El hecho de haberse emancipado del poder de Atenas, fortaleció la situación de los oligarcas. Los cambios políticos en Heráclea, tal como sucedía no pocas veces en las ciudades griegas, tenían como consecuencia la emigración de los vencidos. Los demócratas que emigraron de Heráclea se apoderaron, según parece, de una pequeña población en la parte meridional de Crimea, fundada en su tiempo por los griegos de Jonia, y en ese lugar fundaron su colonia, el Quersoneso Táurico.
Esta fundación respondía no sólo a los intereses de los demócratas, sino también a los de los oligarcas de Heráclea. La emigración de una parte de los demócratas descargó en la ciudad la tensa atmósfera política, y la aparición de una nueva colonia en el litoral septentrional del mar Negro, litoral rico en recursos naturales, representaba una ventaja para Heráclea en el sentido económico.
No se conoce la posición de los griegos del Ponto occidental respecto a Atenas al finalizar la guerra del Peloponeso. Cabe pensar que la defección de la Liga, en el año 411, de Bizancio, Cícica, Selimbria, Calcedonia y las ciudades del Helesponto, tenía que ejercer alguna influencia sobre la política ateniense. Las fuentes que describen detalladamente las operaciones de Alcibíades en el año 409, no hacen mención alguna de las ciudades pónticas. De ahí puede extraerse la conclusión de que tales ciudades no se sublevaban contra Atenas, o, lo que es más probable, que Alcibíades se planteaba como problema sólo la devolución de los estrechos: para una lucha contra aquellas ciudades, Atenas ya no tenía entonces suficientes fuerzas. Después de la destrucción definitiva de la flota ateniense en Egospótamos en el año 405, la influencia de Atenas sobre las ciudades del Ponto se redujo a la nada.
En la vida económica de las ciudades del Ponto occidental no se observan profundos cambios en aquel tiempo. Es indudable que en la segunda mitad del siglo v a. C. tuvo lugar aquí el desarrollo de la producción local y del comercio. La nobleza esclavista de las ciudades, que poseía tierras, talleres y naves, obtenía grandes beneficios. Fuente nada pequeña para su lucro representaba el comercio con las regiones del interior de su país.
Los muchos hallazgos de objetos griegos hechos en el interior de Tracia muestran que los vínculos de los griegos con las tribus locales eran bastante intensos. La aristocracia tracia, aun en los lugares más distantes del mar, hacía abundante uso de los productos de los mejores artífices atenienses del siglo v. La unificación de Tracia bajo el dominio de los odrises debía propender al crecimiento de los vínculos tracios con Grecia. Durante la segunda mitad del siglo mencionado, los odrises representaban una fuerza tan considerable, que, en el comienzo de la guerra del Peloponeso, Atenas buscó la alianza con ellos. Los reyes tracios, Sitalcés y su hermano Seutés, mantenían en general relaciones amistosas con los helenos, aunque Sitalcés fue, en un principio, algo hostil en este sentido; al estimular el comercio griego en Tracia, ellos mismos se procuraban no pocas ventajas. Una fuente especial de rentas era la contribución que las ciudades griegas pagaban anualmente al rey de los odrises. Tales contribuciones y los rendimientos que se obtenía del territorio bajo su mando, permitieron a los reyes tracios concentrar en sus manos recursos muy considerables. De entre los gobernantes «bárbaros» más cercanos a los griegos, ellos eran los más ricos.
El pago de la contribución a los reyes tracios apenas si era gravosa para la población pudiente de las ciudades del occidente póntico. Las riquezas acumuladas en sus manos les suministraban la posibilidad de hacer cuantiosas erogaciones para erigir grandes obras sociales, como lo atestiguan los hallazgos arqueológicos de Apolonia e Istros.
Las polis del sudoeste póntico habían crecido, a finales del siglo v, hasta alcanzar la magnitud de grandes centros productores y comerciales de primer orden.
Sínope exportaba maderas para construcciones navales y leña, pescado y aceite de oliva. Los mercaderes de Sínope importaban de la Paflagonia esclavos y ganados. El minio que se extraía cerca de Sínope era considerado como el mejor en todo el litoral oriental del mar Mediterráneo. Para explotar las minas de hierro, cobre y plata, Sínope había fundado una colonia, Cotiora. Una parte del metal extraído en ella se elaboraba allí mismo, y el resto era llevado a los talleres de Sínope. El acero sinopiano gozaba de gran fama en la antigüedad. El comercio de aceite de oliva y de vino exigía una gran cantidad de recipientes de cerámica, lo cual implicó el gran desarrollo de la alfarería. Al desarrollo de comercio le resultaba también muy favorable el hecho de que tanto Sínope como Heráclea poseyeran una considerable flota mercante y militar.
El poderío económico de Sínope favoreció su consolidación política, a través de la unificación de una considerable parte de la población póntica meridional bajo su dominio. Las colonias de Sínope dependían de la misma, en diferentes grados entre sí. Una ciudad tan grande como Trapezunte pagaba una contribución a Sínope, conservando al mismo tiempo su autonomía interior. Las colonias más pequeñas, al estilo de la mencionada Cotiora, eran regidas por funcionarios enviados desde Sínope, los llamados harmostes. El territorio de esas colonias era considerado como perteneciente a Sínope. Jenofonte proporciona el complejo cuadro de las relaciones entre Sínope y sus colonias, y las tribus locales. Algunas de éstas, por ejemplo los tabirenos y una parte de los colcos, se hallaban en relaciones muy estrechas con los helenos del litoral. Otras, entrando en vínculos amistosos con helenos aislados, trataban de mantenerse independientes de las ciudades griegas (los mosinoicos). Unas terceras (los drilos) sostenían todo el tiempo una lucha contra los griegos del litoral.
Un solo acontecimiento, relativamente insignificante, de la historia del litoral meridional, nos es bien conocido: la permanencia en aquel lugar de los que fueran mercenarios griegos de Ciro, acontecimiento que Jenofonte describe en su Anábasis. En la primavera del año 400 a. C. un ejército compuesto por diez mil guerreros qué traía consigo un tren de avituallamiento, mujeres y esclavos, había bajado de las montañas hacia el mar, a Trapezunte. El explícito reto de Jenofonte transmite vivamente la inquietud que se apoderó de los helenos habitantes del Ponto meridional: el ejército que se presentaba estaba en condiciones no sólo de asolar las ciudades griegas y arruinar a las tribus vecinas a las mismas, sino también de perturbar y violentar el sistema de relaciones mutuas con la población local, relaciones que se habían establecido desde hacía muchísimo tiempo, permitiendo a la nobleza esclavista de las ciudades griegas, aliadas con la nobleza de las tribus, explotar a amplias capas de la población local. No obstante la simpatía hacia los Diez Mil, los helenos del Ponto meridional procuraron despacharlos lo más pronto posible del litoral meridional del mar Negro. Lo que más terror infundía a los de Sínope era la circunstancia de que los Diez Mil habían establecido relaciones amistosas con el rey de la Paflagonia, Corilos, que pensaba apoderarse de las ciudades del litoral. Uno de los destacamentos de los Diez Mil, al atacar a una población, fue rechazado, sufriendo una sensible derrota. A los ancianos de esa población, que llegaron a la pequeña ciudad de Cerazonte con una queja, los mercenarios los recibieron con una lluvia de piedras, después de lo cual se apoderaron de la ciudad de Cotiora; todo ello obligó a los de Sínope a proceder con energía. La embajada enviada por Sínope a Cotiora logró persuadir a los guerreros a que se embarcaran y se dirigieran directamente a Heráclea.
Habiendo zarpado en las naves que se les proporcionara, los mercenarios se detuvieron en el camino sólo en el puerto de Sínope, donde, al parecer, no se les dejó entrar en la ciudad, pero se les suministró víveres, que les eran muy necesarios. Al arribar a Heráclea y sintiéndose ya cerca de su patria, los soldados exigieron de la ciudad una contribución de diez mil estáteras de oro. Empero, los de Heráclea declararon al instante la ciudad en estado de guerra. Comprendiendo que no les sería fácil dar cuenta de los habitantes de la misma, los advenedizos prosiguieron su ruta. El relato de Jenofonte acerca de la estancia de los Diez Mil en el litoral meridional del mar Negro reviste importancia para la compresión de la ulterior historia de aquella región.
A comienzos del siglo iv a. C. Sínope pasó por un período de ascenso, de lo cual dan testimonio las muchas emisiones de monedas de plata con el escudo de la ciudad: un águila marina sobre un delfín, y con los nombres de algunos funcionarios públicos. Las riquezas de esta ciudad excitaban los deseos de los vecinos gobernantes del Asia Menor de apoderarse de ella. Durante la década del 70 del siglo iv Sínope tuvo que defender su independencia contra Datames, el sátrapa de la Capadocia. Este, cuyas posesiones se reducían hasta entonces a un altiplano interior, había decidido apoderarse también de los territorios litorales. Habiendo penetrado en la Paflagonia, sometió a su poder una parte considerable de la misma y a la ciudad Amisos-Pirea. Amisos no pudo ofrecerles resistencia considerable, puesto que ni ella ni las poblaciones sometidas a ella, Temiscira y Sidonia, poseían fortificaciones de significación.
Después Damates puso sitio a Sínope, acerca del cual se ha conservado un relato de Polieno, adornado con gran número de imaginarias invenciones. Al comienzo, los de Sínope repelieron firmemente al enemigo, recibiendo por vía marítima vituallas y pertrechos de guerra. Al mismo tiempo, enviaron una queja contra Datames, al rey Artajerjes Mnemón. Después de cierto tiempo, Sínope empezó a sentir la falta de guerreros. Según relata Polieno, para engañar a los enemigos, sus defensores vestían a las mujeres con ropas de soldados y las hacían salir a los muros de la ciudad. Al fin, Datames pudo apropiarse de Sínope. Este hecho tuvo grandes consecuencias para la historia de toda la parte oriental del Ponto meridional. De una polis independiente que ejercía su dominio sobre varias ciudades más pequeñas, Sínope había pasado a convertirse ella misma en una ciudad sometida. Cabe suponer que la autonomía de Sínope era constantemente violada por la intromisión de los gobernantes de la Capadocia, y que estos últimos se apoderaron incluso del mando en la propia ciudad. Así, por ejemplo, en las monedas de Sínope comenzaron a figurar los nombres de los sátrapas, en lugar del nombre de la ciudad.
Al parecer, el sometimiento repercutió, más que nada, sobre la situación de las capas más pobres de la población libre. La nobleza esclavista de la ciudad procuró establecer contacto con el gobernante y con sus más allegados, los nobles persas. No cabe duda que los sátrapas de la Capadocia trataban de apoyar y estimular el desarrollo del comercio y de los oficios, puesto que ello multiplicaba las contribuciones que pagaba la ciudad. En cuanto al considerable desarrollo de la producción en Sínope, da testimonio del mismo el hecho de que precisamente en el siglo iv a. C. la ciudad formara una poderosa flota que ocupó el primer lugar en el Ponto. Es indudable que, durante el período que estamos considerando, cobró un desarrollo inusitadamente grande la cerámica, lo cual queda documentalmente atestiguado por los sellos que se ven en las ánforas y en las tejas, ya a partir del año 320 a. C. Siguieron desarrollándose los otros oficios.
La anexión de Sínope a la Capadocia repercutió asimismo sobre la composición étnica de la ciudad, donde aparecieron una considerable cantidad de persas y de representantes de las tribus locales.
Después de Datames gobernaron allí otros sátrapas, sucesores de aquel cuyos nombres se conocen por las leyendas inscritas en las monedas de Sínope. Y sólo cuando Pérdicas dispuso ejecutar a Araiarates, que por entonces gobernaba a la Capadocia, Sínope pudo recuperar su independencia.
La historia política de Heráclea en el siglo iv a. C. es diferente de la de Sínope. Después de su defección de la Liga ateniense, se estableció en ella el dominio de los oligarcas, que gobernaban sin control alguno, debido a que una parte considerable de los demócratas se habían trasladado al Quersoneso Táurico, estableciéndose allí. La necesidad de disponer de algunas fuerzas con el fin de aplastar la oposición democrática y, principalmente, para retener en la obediencia a los mariandinos, obligaba a los círculos gobernantes de Heráclea a preocuparse de la intensificación del poderío militar de la ciudad. Al mismo tiempo, Heráclea trataba de vincularse estrechamente con otras polis pónticas. A mediados de la década del 380, por ejemplo, envió auxilio a Teodosia, atacada por el rey bosforiano Sátiro. El objetivo de Heráclea era bien claro: tratar de impedir la expansión del Bósforo en dirección a las partes occidentales de Crimea, porque, una vez que se hubieran apoderado de Teodosia, los reyes bosforianos podían seguir moviéndose más hacia adelante, sobre la colonia heracleota del Quersoneso. La mencionada ayuda fue muy eficaz: despacharon 40 barcos con cereales, aceite, vino y otros víveres. Los heraclotas enviaban también a Teodosia navíos militares que en más de una oportunidad prestaban ayuda a los sitiados. A la cabeza de la escuadra se hallaba el navarca heracleota Tínicos, y otro navarca conocido, oriundo de Rodas, Memnón. No obstante la ayuda de Heráclea, esa guerra terminó a los pocos años con la capitulación de Teodosia.
Los ingentes gastos y el desastroso resultado de la guerra determinaron la agudización de las contradicciones clasistas en la ciudad. Durante la guerra aumentó la deuda de las amplias masas de la población. Los lotes de los propietarios medianos y pequeños pasaron a manos de los ricos. La calamitosa situación de las masas fue precisamente lo que impulsó el desenvolvimiento del movimiento democrático, que tenía por objeto derrocar al grupo oligárquico gobernante.
La exigencia de anular las deudas y redistribuir la tierra era tan insistente, que el consejo de los Seiscientos, el órgano superior del poder de Heráclea, se vio obligado a ceder; así fue que se permitió regresar a la ciudad al jefe del partido democrático, Cleargo, anteriormente expulsado.
Clearco procedía de una noble familia de Heráclea y poseía una instrucción universal. En su juventud había estudiado en Atenas y había sido oyente de Platón e Isócrates. Posteriormente, se había imbuido de ideas democráticas radicales. De regreso en Heráclea, Clearco, recurriendo a la ayuda de los ciudadanos pobres y de los mercenarios, se apoderó del mando y se proclamó tirano. La oligarquía fue desbaratada: sesenta miembros del consejo de los Seiscientos fueron ejecutados, otros fueron arrojados a la prisión y muchos expulsados. Fueron anuladas las obligaciones de deudas; los bienes de la nobleza fueron confiscados y distribuidos entre los ciudadanos indigentes. Clearco otorgó la libertad a muchos esclavos y trató de confirmarlos en los derechos de ciudadanía. Una de sus medidas en este sentido consistió en casamientos, por la fuerza, de las heracleotas nobles con esclavos. Llama, sin embargo, la atención el que, habiendo declarado ciudadanos a gran número de esclavos manumitidos, Clearco no hiciera nada para la liberación de los mariandinos esclavizados. Es conocida también su actividad en el ámbito de la cultura. Fundó en Heráclea una biblioteca que glorificó su nombre.
Como es natural, la actividad de Clearco engrendró una encarnizada resistencia de parte de la expulsada o agazapada oligarquía reaccionaria. La misma emprendió, más de una vez, tentativas de apoderarse del mando y organizó atentados contra la vida del propio Clearco. En el año 352 a. C., en el décimo segundo año de su gobierno, Clearco fue asesinado por los conjurados.
Sabemos muy poco acerca de la política exterior de Clearco; se han conservado informaciones según las cuales trataba de establecer relaciones pacíficas con el sápatra persa vecino. El sucesor de Clearco fue su hermano Sátiro, quien gobernó desde el año 352 hasta el 345. Luego el poder pasó a los dos hijos de Clearco, Timoteo y Dionisio (años 345-337). Después del fallecimiento del primero, gobernó en Heráclea solamente Dionisio (hasta el año 305). A lo largo de todo aquel período, Heráclea acuñó monedas de plata con los nombres de sus gobernantes.
El régimen político de esa ciudad, después de la muerte de Clearco, se hizo, en gran grado creciente, menos democrático. Al parecer, para retener el poder en sus manos, los tiranos hacían concesiones a los aristócratas. Ello se puso de manifiesto, con particular claridad, durante el Gobierno de Timoteo, quien traicionó la política de su padre y sacó de las prisiones a los aristócratas, a pesar de las acusaciones que pesaban sobre ellos. Poco a poco, la tiranía en Heráclea degeneró en monarquía.
La historia de las otras ciudades del litoral meridional del mar Negro durante el siglo iv a. C. es casi desconocida. Acerca de su producción y de su actividad comercial, da testimonio el hecho de que muchas de esas ciudades, carentes anteriormente de moneda propia, comenzaron a emitirla: Amisos-Pirea, Trapezunte, Cromno, Sésamo.
Ninguna de las ciudades del Ponto occidental llegó a ocupar en el Ponto una posición como las de Sínope o Heráclea, ni en la época clásica ni en la helénica. Así y todo, algunas se transformaron en centros relativamente grandes, en cuanto a artes y oficios, o en lo que respecta al comercio. Tal como lo hacen ver los hallazgos (en las excavaciones) de productos áticos de Apolonia, Odesa, Calatia, Mesembria, todas ellas mantuvieron intensas relaciones comerciales con otras ciudades de Grecia: Corinto, Rodas, Tasos. Especialmente importantes fueron los vínculos con Cícica: hasta que apareció el oro macedonio, las estáteras de Cícica representaron divisas reconocidas en todas partes del Ponto occidental y en el del noroeste, al tiempo que en el Ponto meridional ese papel lo desempeñaban los dáricos persas.
Al mismo tiempo se intensificaron, en el siglo iv a. C., los vínculos de las ciudades del Ponto occidental con otras ciudades griegas del Ponto.
Los acontecimientos de la historia interna de esas ciudades, en el siglo que se acaba de mencionar, son casi desconocidos. Al parecer, en todas ellas imperaba el régimen de la democracia esclavista.
La historia exterior del Ponto occidental durante ese mismo siglo está estrechamente entrelazada con los mayores acontecimientos del mar Negro. En la primera mitad del siglo iv fueron los escitas lo que, habiendo llegado desde el Norte, ocuparon el territorio desde la desembocadura del Danubio hasta la cadena de montañas del Hemos. Los escitas desalojaron a una parte de los tracios que allí moraban y sometieron a los otros. En que esto ocurriera, jugó su papel el debilitamiento del reino de los odrises, forzados a sostener una lucha contra Macedonia. Hacia mediados del siglo iv, el territorio de la actual Dobrudja pasó a formar parte de la gran unificación de las tribus escitas, bajo el poder del rey Ateas. No se ha conservado noticia alguna sobre cómo tuvo lugar esa unificación. Existe un testimonio según el cual el rey Ateas sostuvo acciones bélicas contra Bizancio, pero, al parecer, la frontera de su reino estaba dada por las montañas del Hemos.
No hay noticias acerca de las relaciones entre las ciudades del Ponto occidental con Ateas. El gobierno de éste en el litoral occidental del mar Negro, durante el cual se desarrollaron sus acciones bélicas contra las tribus, contra los «istrianos» y contra Macedonia, fue de poca duración. En el lapso de la década del 50 del siglo iv a. C., Filipo de Macedonia comenzó la conquista de Tracia. Este país fue el lugar de choque de dos grandes potencias políticas de aquel tiempo, los escitas y los macedonios. En el año 342 a. C. Apolonia y Mesembria tuvieron que reconocer el dominio de Macedonia, la que ya tenía sometido el reino de los odrises. La ulterior expansión macedónica en el litoral occidental sufrió, al comienzo, un descalabro. Filipo había puesto sitio a Odesos, mas se vio forzado a levantarlo y a hacer la paz con la ciudad. La causa probable fue la ayuda prestada a la misma por los escitas.
Tres años más tarde, esto es, en el año 339 a. C., Filipo emprendió el avance decisivo contra el rey Ateas. En una batalla, los escitas fueron derrotados y su nonagenario rey cayó en el combate. Después de esto, las ciudades occidentales del Ponto tuvieron que reconocer el poder de Macedonia sobre ellas. Fueron de las primeras ciudades griegas que entraron a formar parte de la futura potencia macedónica. A lo largo de más de medio siglo, el litoral occidental del mar Negro estuvo privado de independencia.

2. Litoral septentrional del mar Negro

Olbia

Del relato de Herodoto que, al parecer, estuvo personalmente en Olbia, puede extraerse la conclusión de que, en su época, Olbia era ya una ciudad grande, circundada de murallas y torres, que mantenía un vivo comercio con las tribus locales que la rodeaban.
Aún en el año 1904, B. V, Farmacovski, al investigar los vestigios de esa ciudad, descubrió en su parte occidental restos de poderosas construcciones defensivas. Al investigarlas, se tuvo la evidencia de que representaban una magnífica muestra del arte griego de la construcción del siglo v a. C. Las exploraciones arqueológicas de los alrededores de Olbia también descubrieron toda una serie de vestigios de poblados grecoescitas situados a lo largo de ambas orillas del estuario y del curso inferior del río Bug. Muchos de ellos existían ya, según parece, en los siglos vi-v a. C.
Al estudiar los vestigios de dichos poblados y los de ciudades escitas más alejadas de Olbia, como así también unos sepulcros, se han encontrado, invariablemente, al lado de la cerámica local de tipos escitas, muchos objetos de manufactura griega. Una parte de tales objetos fue llevada a esos lugares desde Grecia, y otra parte, fabricada en la misma Olbia.
De esta manera, las nociones comunicadas por Herodoto acerca de las relaciones comerciales de Olbia con el gran territorio poblado por tribus agrícolas locales, hallan plena confirmación en el material arqueológico.
Las sistemáticas excavaciones llevadas a cabo a lo largo de muchos años en la ciudad mencionada, han descubierto en la misma vestigios de la producción artesanal existente ya en el siglo vi a. C., así como vestigios no menos manifiestos y claros de una amplia actividad comercial. Los hallazgos, en los restos de la ciudad del Olbia, de cerámicas de origen jonio, rodio, samio, corintio, calcídico, ático y naucrático, así como de objetos provenientes de las colonias griegas del litoral del mar Negro, certifican las relaciones de Olbia con gran número de centros helenos. Desde todas esas localidades se exportaban sistemáticamente a Olbia vinos, aceite de oliva, objetos de arte, tejidos y otros productos de la artesanía griega. Una parte de las mercancías importadas eran destinadas al uso de la propia población local. A su vez, Olbia exportaba intensamente los cereales que compraba a la población local, otros tipos de productos, materias primas y, evidentemente, esclavos. Relaciones especialmente estrechas, económicas y políticas, eran las mantenidas por Olbia con su metrópoli, Mileto.
El desarrollo del comercio provocó muy tempranamente la necesidad de acuñar moneda propia en Olbia. Las emisiones más antiguas de monedas olbianas datan de finales del siglo vi y comienzos del v a. C. En este sentido, por otra parte, igual que Panticápea, Olbia se había adelantado considerablemente a muchas otras ciudades —colonias griegas— del litoral del mar Negro. La originalidad del sistema monetario en Olbia consistía en que la acuñación en esa ciudad, a diferencia de todos los demás pueblos griegos, comienza no con la de monedas de plata, sino de cobre. Las monedas olbianas más antiguas que conocemos eran fundidas de cobre. Durante las excavaciones que se hacen en Olbia se encuentran infaliblemente los llamados pececillos o delfines, monedas de cobre fundido que asumen esa forma. Ulteriormente, los «pececillos» fueron reemplazados por las monedas acuñadas en forma común, mas el cobre continuó conservando su valor.
Nociones sumamente interesantes acerca de la circulación monetaria están contenidas en el decreto olbiano, conservado hasta nuestros días, especialmente dedicado a esta cuestión. Por el mismo nos enteramos de que, en la primera mitad del siglo iv a. C., en Olbia circulaban simultáneamente, monedas de cobre, de plata y de electra, emitidas, estas últimas, por la ciudad Cícisa; en el período que estamos considerando, y en el ajuste de cuentas en el mercado exterior, las monedas de Cícica adquirieron gran difusión en todo el litoral del mar Negro. El objeto principal de aquel decreto consistía en asegurar las más favorables condiciones para la moneda olbiana y, al mismo tiempo, establecer las reglas para su intercambio con otras monedas. De acuerdo con una de esas reglas, las monedas de Cícica podían ser cambiadas directamente por monedas olbianas de cobre. De esta manera, tampoco en aquel tiempo el cobre había perdido su papel en el mercado de la ciudad de Olbia.
Es muy característico de la vida económica de Olbia, el hecho de que su propia producción artesanal suministrara productos no sólo para satisfacer las necesidades de la población urbana, sino también para la exportación.
Algunos de los objetos del llamado «estilo animalista», que se encuentran en los túmulos sepulcrales esparcidos por las estepas al norte del mar Negro, fueron hechos —a juzgar por una serie de indicios— por las manos de los artesanos olbianos. Se sabe también que allí se elaboraba vajilla no solamente de tipo griego, sino también de tipos locales, escitas, calculados manifiestamente para satisfacer los gustos de los consumidores locales. La estrecha vinculación y comunicación de Olbia con las tribus que la rodeaban favorecía el desarrollo del proceso asimilatorio de los colonos griegos con la población nativa. En primer lugar, las que experimentaron sobre ellas mismas el influjo de las formas griegas de vida fueron las tribus que se encontraban en las cercanías inmediatas de la ciudad. Herodoto da el nombre de «tribu helenoescita» a una tribu local, los calípidos, que era la más cercana a Olbia. En la epigrafía olbiana de épocas algo posteriores nos encontramos con un término no menos característico, los mixhelenos, que servía para designar —así es dable pensarlo— a un grupo bastante numeroso de la población local que se había asimilado con los griegos. Al parecer, la mayor parte de aquella población vivía en los poblados grecoescitas, cerca de Olbia, que se han mencionado. Por lo demás, y tal como lo atestiguan las tumbas en la necrópolis olbiana en aquel territorio, y en las que se ven cadáveres encogidos y con objetos escitas, en calidad de inventario escita, los representantes de las tribus locales vivían también en la propia ciudad. Las regiones más distantes de Olbia experimentaban sobre sí en grado menor la influencia helenizante de esa ciudad. Dicha influencia abordaba preferentemente sólo a la capa superior de la sociedad local, la nobleza de las tribus escitas. Los hallazgos de caros objetos de arte de manufactura griega en el interior de los ricos sepulcros escitas evidencian que la nobleza de las tribus era el principal consumidor de esos objetos. La explotación, directa e indirecta, de las masas populares locales más amplias la acercaba a los esclavistas olbianos.
Herodoto nos presenta, en su relato acerca del rey Esciles, una viva imagen de representante helenizado de la nobleza racial escita. De acuerdo con ese relato, aquél era hijo del rey escita Ariapites, habiendo nacido de madre griega, oriunda de Istros, en el Ponto occidental. De ella, Esciles aprendió la lengua griega, a leer y escribir. Habiendo heredado del padre el poder, Esciles se manifestó afecto, casi devotamente, a todo lo griego. Acompañado de su mujer, escita, solía pasar un mes, y más, en Olbia, donde poseía una casa edificada en estilo griego, ornamentada con esfinges marmóreas y grifones. Allí cambiaba su indumentaria por otra de modelo griego, y en todo se atenía a la manera griega de vivir, inclusive hasta la participación en los cultos griegos. Su adhesión a las costumbres y a la religión de los griegos costó muy cara a Esciles. En cierta ocasión, los soldados de su guardia personal le vieron tomando parte en los festejos bacanales en honor de Dionisos. Cuando se enteraron de ello los destacamentos de Esciles, que se hallaban en las afueras de la ciudad, estalló un motín. Los amotinados dieron muerte al rey y proclamaron a su hermano en su lugar. «Es así —escribe Herodoto— cómo los escitas cuidan sus costumbres y con qué severidad castigan a los que imitan o copian hábitos ajenos.
La población de Olbia y su cultura experimentaron, a su vez, sin duda alguna, el influjo del medio ambiente local; sin embargo, durante sus primeros siglos de existencia predominaban aún en el aspecto de la ciudad —hasta cuanto podemos juzgar— los rasgos de una polis helena típica. Hablan de ello con suficiente claridad los monumentos de los restos de la ciudad, descubiertos en las excavaciones: el arte arquitectónico, la cerámica olbiana y otros productos de la artesanía y objetos de arte, monedas e inscripciones; de lo mismo habla también todo lo que sabemos acerca de la estructura político-social de Olbia. Igual que en muchas otras ciudades griegas, en Olbia se estableció el régimen de la antigua democracia esclavista. El superior poder estatal pertenecía a los ciudadanos, que gozaban de todos los derechos políticos, unificados en la asamblea popular. Junto a ésta existía un consejo electoral. Todos los decretos olbianos que nos son conocidos eran emitidos en nombre del consejo y de la asamblea popular, los que de esta manera cumplían las funciones legislativas y atendían los asuntos más importantes de la administración interna y de las relaciones exteriores. Las funciones separadas del poder ejecutivo eran encomendadas a funcionarios elegidos por un año. Por las inscripciones halladas, se conoce toda una serie de tales puestos electivos: cinco arcontes, seis estrategas, siete o nueve miembros de un colegio financiero especial, agoránomos, astínomos y otros.
Cabe pensar que los ciudadanos que gozaban del derecho a tomar parte en la asamblea popular, a elegir y ser elegidos, es decir, que tenían todos los derechos políticos, formaban evidentemente en Olbia una privilegiada minoría. Todo el resto de la población no gozaba de derechos políticos. Tampoco gozaban de los mismos, por ejemplo, las personas nacidas en otras ciudades, pero que vivían en Olbia. Sólo en algunos casos excepcionales el consejo y la asamblea popular dictaban a su respecto decretos particulares, las llamadas proxenias, en virtud de las cuales se podía otorgar a tales o cuales personas no pertenecientes a la ciudadanía nativa, algunas franquicias y privilegios, hasta la plena igualación en los derechos con los ciudadanos natos. También constituían una excepción los ciudadanos de la metrópoli de Olbia: Mileto. De acuerdo con un tratado especial entre Olbia y Mileto, los ciudadanos de ambas ciudades —los milesios en Olbia y los olbianos en Mileto—, tenían igualdad de derechos. Entre los que no gozaban de todos los derechos políticos se contaban también los mixhelenos. Es de lamentar que estemos muy mal informados acerca de su situación jurídico-legal. En el peldaño más bajo de la escala social se hallaban los esclavos, privados de toda clase de derechos, sean cuales fueran.
Las nociones acerca de la vida espiritual de la población de Olbia son escasas. La tradición de la antigüedad ha conservado los nombres del filósofo Bión, célebre por su erudición, y del estoico Esfero, conocido por toda una serie de obras sobre temas filosóficos e históricos. Ambos nacieron en Olbia. Los cultos religiosos, a juzgar por las inscripciones, las monedas y otras fuentes, diferían muy poco de los de otras ciudades griegas. Existían allí cultos comunes en Grecia tales como el de Apolo, Afrodita, Zeus, Démeter y otros.
La historia concreta de Olbia de los siglos vi al iv a. C., casi no ha encontrado reflejo alguno en la literatura historiográfica de la antigüedad. Se conoce sólo por los testimonios dados por los escritores de la época romana, que en la segunda mitad del siglo iv la ciudad fue sitiada por las tropas de Zopirión, uno de los generales de Alejandro de Macedonia. Al parecer, ello tuvo lugar en los últimos años de la vida de Alejandro. En aquel tiempo, Macedonia intentó someter a su poder el litoral occidental y una parte del septentrional del mar Negro, junto con las ciudades griegas que allí se encontraban. Para defender su independencia, el gobierno olbiano tomó las medidas más extremas. En la ciudad sitiada fueron otorgados los derechos civiles de ciudadanía a los extranjeros, fueron anuladas las obligaciones referentes a las deudas, fueron manumitidos y, evidentemente, alistados en el ejército los esclavos. Por fin, Zopirión se vio obligado a levantar el sitio y a replegarse. Su campaña contra Olbia no fue coronada por el éxito.

Quersoneso

El desarrollo histórico del Quersoneso Táurico tomó un camino distinto al camino comercial de Olbia. A diferencia de ésta, Quersoneso no se hallaba situada junto a una gran vía acuática capaz de vincularla sólidamente con las regiones interiores del país, y las comunicaciones con ellas por tierra firme se hallaban dificultadas por una cadena montañosa de difícil acceso que la separaba de la parte meridional de la península, la Crimea montañosa, y por altura y ríos que corren éstas, que la separaban de las estepas de Crimea.
Los principales impedimentos al desarrollo del comercio de Quersoneso con la población local radicaban, empero, no tanto en su situación geográfica como en las particularidades de la vida histórica de las tribus que la circundaban. Los escritores de la antigüedad hablan unánimemente del «carácter salvaje» de los tauridios. El estudio arqueológico de la propagación de las inhumaciones taurídicas, tempranas y más tardías —en el interior de grandes cajas pétreas—, en el territorio que comprende las estribaciones y contrafuertes como así también la Crimea montañosa propiamente dicha, han confirmado completamente esos testimonios. Los hallazgos de objetos de trabajo griego entre el tosco y escaso inventario de esos sepulcros son sumamente raros, y en los pocos casos en que dichos objetos se han hallado, parece que, evidentemente, cayeron en las manos de los tauridios no como resultado de un intercambio comercial, sino más bien como resultado de asaltos de bandoleros viajeros griegos o contra poblaciones griegas. Los tauridios que, preferentemente, se ocupaban de la caza y la pesca, y que apenas conocían la agricultura y la ganadería, que, socialmente, se habían diferenciado muy poco, no podían adaptarse al espíritu comercial de los griegos.
No puede decirse lo mismo de los otros vecinos de Quersoneso: las tribus de los escitas crimeos. El nivel de desarrollo de la cultura material de esas tribus, claro está, no puede ser comparado de manera alguna con el nivel de desarrollo de los tauridios. Precisamente las tribus de los escitas de Crimea fueron de las primeras en donde surgieron los oficios en el litoral septentrional del mar Negro, destacándose de la economía rural, lo que determinó el ulterior surgimiento en Crimea de una original cultura urbana, de la cual se erigió en centro de Neápolis (cerca de la actual Sinferópol). En el ámbito de los escitas crimeos fue donde por primera vez apareció la unificación escita, ya con carácter de Estado político. No obstante, las relaciones mutuas entre Quersoneso y aquellas tribus tenía más bien el carácter de choques bélicos, que de vínculos pacíficos. Dichos choques se debían, sin duda, en primer lugar a las tendencias de Quersoneso a asegurarse una propia base agropecuaria.
Ya en el siglo iv a. C. Quersoneso extendió sus posesiones al adyacente territorio de la península Heracleota. La influencia económica de los quersonesios sobre dicho territorio dejó una profunda huella, materializada en gran número de restos de muy diversas obras erigidas, de partes de un sistema de irrigación, de paredes de piedra que separaban las parcelas unas de otras, de vías de comunicación, de aperos agrícolas, etc. La particularidad característica de las fincas aquí establecidas a lo largo de los siglos iv y iii a. C. consiste en que todas ellas representaban simultáneamente puntos fortificados. Aún a finales del siglo xviii y principios del xix los rastros de esas pequeñas fortalezas —muros defensivos y torres, en el estilo heracleota— eran nítidamente visibles en la superficie del suelo. Dubois de Montpéreux, que estuvo allí en la cuarta década del siglo pasado, contó hasta sesenta de tales fincas fortificadas; en la actualidad se conoce más de un centenar. La investigación arqueológica de las construcciones defensivas en la península Heracleota ha evidenciado que todas ellas están erigidas según un plan definido y común, y en su totalidad representan un sistema bien meditado para la defensa de las posesiones de Quersoneso contra los ataques enemigos.
La investigación efectuada sobre una de tales fincas en la península que estamos considerando, y que fue llevada a cabo en el año 1950 por los colaboradores del Museo Quersonesiano del Estado soviético, ha demostrado que en la misma, cuya superficie es de unas 30,5 hectáreas, existían campos labrantíos, huertos, viñedos, y se hallaban erigidos los edificios de la misma finca. A los viñedos era dedicada la parte mejor y más extensa de la finca. Sobre el territorio de la península Heracleota, el cultivo de la vid ocupaba, en general, y a juzgar por muchos indicios, un lugar prominente. La uva era transformada en vino por los quersonesios, y ese nuevo producto era uno de sus principales artículos de exportación.
La península Heracleota no constituía para Quersoneso la fuente principal de abastecimiento de cereales. En grado mucho mayor servían evidentemente para ese objetivo sus posesiones en el litoral de la Crimea occidental. En la segunda mitad del siglo iv a. C. Quersoneso había sometido a su poder a la localidad de Cercinítida (en el sitio de la actual Eupatoria) que había aparecido todavía entre los siglos iv a. C., como un poblado de los colonos jonios. Más o menos en el mismo tiempo, y dentro de las fronteras de la misma franja litoral, los quersonesios fundaron la localidad de Calós Limen —en traducción literal, «Hermoso Puerto»—, y otras poblaciones más. En un texto, que ha llegado hasta nuestros tiempos, del juramento que hacían los ciudadanos quersonesios, esas poblaciones llevan sencillamente la denominación de «puntos fortificados». En el texto del mismo juramento se menciona que los ciudadanos de Quersoneso, so pena de ser considerados perjuros, no habían de vender ni exportar cereales, de esa localidad a cualquier otra, salvo a Quersoneso.
Esta obligación es sumamente característica, puesto que demuestra que, aun en los tiempos de los más grandes éxitos de su expansión territorial, Quersoneso no disponía de excedentes de cereales, y el Estado se veía forzado a tomar en sus manos la regulación del respectivo comercio. Esto encuentra su explicación, en primer lugar, en el hecho de que ni en el período considerado, ni menos aún, posteriormente, cuando la ciudad había entrado ya en el período más grave y difícil de su historia, los quersonesios pudieron posesionarse de todo el territorio de la Crimea occidental. Simultáneamente con las poblaciones griegas existían también allí poblaciones escitas. En la cercanía inmediata de la franja de tierra ocupada por los quersonesios se cuentan por lo menos restos de seis poblaciones escitas. A diferencia de las griegas, todas éstas se hallaban situadas no en la misma costa, sino a cierta distancia de ella, sobre unas elevaciones, rodeadas de barrancos y lomas, en lugares aptos para la defensa; todas estaban rodeadas por sólidas murallas, vallas y torres. La investigación efectuada en esos lugares evidenció que también ellas surgieron en el siglo iv a. C., y que sus pobladores, a juzgar por la gran cantidad de silos subterráneos para guardar cereales, se ocupaban de la agricultura. Al echar una mirada sobre esas poblaciones-fortines, griegas y escitas, situadas cerca unas de otras, se va creando involuntariamente la impresión de que tanto los griegos como los escitas araban, sembraban y cosechaban sin soltar las armas de las manos. En este sentido, la situación de Quersoneso difiere en muchos aspectos de la de Olbia durante los primeros siglos de su existencia. Son muy significativos los resultados de las sistemáticas excavaciones efectuadas durante los últimos años en la capital de los escitas crimeos, Neápolis. Dichas excavaciones muestran que esta última ciudad se hallaba más estrechamente vinculada con Olbia que con Quersoneso, más cercana ésta en cuanto a la distancia. De lo mismo hablan las inscripciones y las monedas encontradas en Neápolis y conocidas aun antes de las excavaciones mencionadas. En los túmulos escitas ubicados en la vecindad de las posesiones de Quersoneso, también fue hallada una cantidad de objetos griegos mucho menor que en los túmulos cercanos a Panticápea o a otras ciudades bosforianas.
Sería erróneo, sin embargo, si, basándonos en esta clase de hechos, llegásemos a la conclusión de que, en general, no tenía lugar una comunicación pacífica entre Quersoneso y las tribus de tauridios y escitas que la rodeaban. Durante las excavaciones, en 1936-1937, de una antiquísima necrópolis quersonesia —situada sobre un territorio que, a partir de finales del siglo iv a. C., ya estaba ocupado por edificios de la ciudad ordenados en «manzanas»—, se descubrió una considerable cantidad (hasta un 40 por 100 del total de los sepulcros descubiertos y abiertos) de sepelios locales, evidentemente taurídicos, con los cadáveres encogidos y con objetos no griegos. No está excluida la posibilidad de que Quersoneso hubiera sido fundada en un lugar ya habitado anteriormente, en el que quizá existiera una población local cuyos habitantes se habrían asimilado posteriormente al ámbito de los colonos griegos. La onomástica de las inscripciones quersonesias también proporciona una base para pensar que, dentro de los límites de la ciudad, vivieron posteriormente hombres de origen local. El culto de la principal deidad quersonesia, Deva, la protectora de la ciudad, su «defensora» y «reina», fue, evidentemente, imitada o copiada de un culto de los tauridios. Finalmente, las ánforas que se encuentran aún en la actualidad, en las ruinas de las ciudades escitas, y que son de procedencia quersonesia, hace suponer que una parte del cereal necesario era intercambiada por los habitantes de Quersoneso, por vino con la población local agrícola de los escitas. Y, no obstante, en comparación con Olbia y con cualquiera de las ciudades bosforianas, Quersoneso vivía una vida mucho más reservada, mucho menos comunicativa, lo cual implicó que sus habitantes conservaran sus rasgos griegos más tiempo que las poblaciones de las demás ciudades colonias situadas en el litoral septentrional del mar Negro, las cuales habían perdido en medida considerable como resultado de un prolongado proceso asimilatorio con las poblaciones locales. Quersoneso, según el testimonio de Plinio, seguía siendo una de las ciudades más griegas de todo el litoral. De lo mismo habla el idioma de las inscripciones quersonesias, que conservó la pureza del dialecto dórico casi hasta el fin del período antiguo.
La presencia de una base agrícola-ganadera propia, relativamente grande, favoreció el desarrollo de la agricultura y de la ganadería quersonesias, las cuales, a su vez, determinaron otras ramas de la actividad económica de los quersonesios: para labrar los campos y los viñedos, para las obras de drenaje, para la recolección y conservación de las cosechas, etc., se requería toda una serie de instrumentos y útiles de trabajo, y diversos tipos de aparatos de adaptación, cuya producción era organizada en Quersoneso. La transformación de la uva en vino, por ejemplo, requería una gran cantidad de recipientes de cerámica acomodados para su conservación y transporte. En combinación con ello cobró en Quersoneso gran desarrollo la producción de recipientes de arcilla: toneles, ánforas, etc. Restos de un considerable taller de cerámica, con un gran horno de calcinación, fueron descubiertos en la parte sudeste de las ruinas de Quersoneso, fuera de los límites del muro defensivo de la ciudad. Otros talleres ceramistas, a juzgar por las marcas de fábrica en las asas de las ánforas, pertenecían a empresarios privados que, al parecer, se hallaban dentro de la ciudad misma.
Los objetos metálicos eran fabricados en Quersoneso con metales importados. De la existencia de esta clase de producción dan prueba los crisoles y matrices para colar y diversos productos de hierro y bronce, de fabricación local, que se han hallado.
Las monedas de Quersoneso se acuñaban en un establecimiento especial. Las paredes del subsuelo de ese edificio, con losas de piedra hermosamente labradas, se han conservado hasta nuestros días. A juzgar por el trabajo de mampostería de las murallas de defensa, las torres y gran número de restos de viviendas, el arte de edificar había alcanzado en Quersoneso un desarrollo muy considerable.
Los hallazgos, durante las excavaciones, de útiles complementarios para husos y de plomos para los telares, nos dicen que en aquella ciudad también existían una producción textil.
El comercio de Quersoneso jamás llegó a las dimensiones y amplitud que se vieran en Olbia y en el Bósforo. La fuente principal la constituía no tanto la mediación mercantil como la venta de los productos de su propia agricultura. Al parecer, Quersoneso comerciaba, sobre todo, con vino. Las ánforas quersonesias, con marca de fábrica, en las que era transportado el vino, se encuentran también en los sepulcros escitas y en las ciudades del litoral: en Olbia, en las ciudades bosforianas a ambos lados del estrecho de Kerch, e inclusive en la lejana Tanais. Quizá en los años de buena cosecha, Quersoneso también exportaba cereales.
Las excavaciones hechas en la ciudad pusieron de manifiesto que ésta mantenía vínculos comerciales con una serie de centros más distantes. En primer lugar se hallaba vinculada con su metrópoli, Heráclea del Ponto, con Sínope, con las ciudades de la costa del Asia Menor, con Atenas y también con Rodas, Tasos, Cnido y otras islas. Desde todos estos lugares se importaban a Quersoneso vajilla pintada artísticamente, tejidos, aceite de oliva, vinos de primera calidad, alhajas y otros objetos de lujo, como también materiales de construcción (tejas y mármol). Igual que en Olbia, la actividad comercial de Quersoneso se reflejó en los decretos del gobierno de otorgamiento de proxenias. Por otra parte, aquí se impone una salvedad: a diferencia de las proxenias de Olbia y otras ciudades comerciales, las otorgadas por Quersoneso en la mayoría de los casos que conocemos eran motivadas no tanto por los intereses mercantiles de la ciudad como por consideraciones de orden político; el gobierno las otorgaba a aquellos de los ciudadanos de otras ciudades que prestaban a Quersoneso algunos servicios sustanciales.
En su totalidad, la economía de Quersoneso era la típica de una polis esclavista griega. Igual que en todas las otras ciudades de la mecrópolis griega y de su periferia colonia, la fuerza motora, la del trabajo, la constituían los esclavos. Es evidente que la labor de los mismos hallaba amplia aplicación, tanto en los trabajos agropecuarios como en los oficios urbanos.
La tierra y los talleres de artesanía eran en Quersoneso de propiedad privada. Hasta nuestros tiempos han llegado dos documentos, interesantes a este respecto, que datan del siglo iii a. C. Uno de ellos es una acta de venta por el Estado a algunos ciudadanos de tierras de propiedad de aquél. Se dan los nombres de los compradores, el precio de cada parcela vendida y la suma global cobrada por el Estado. El segundo documento es una inscripción de honrar al pie de la estatua de cierto personaje, Agasicles. Entre los méritos que éste tiene ante el Estado, se indica el de haber «deslindado y amojonado los viñedos», es decir, haber efectuado trabajos de catastro. De esta manera, de tales documentos se desprende que, al lado de tierras de propiedad privada, existen en Quersoneso también tierras fiscales, y que el Estado se ocupaba de la regulación de estos asuntos.
Por la forma de su gobierno, el Estado de Quersoneso era una antigua república esclavista de tipo democrático.
El poder supremo se hallaba en las manos de la asamblea popular, al igual que en todas las demás polis griegas; dicha asamblea estaba formada solamente por ciudadanos que gozaban de todos los derechos políticos, quienes eran la minoría de la población. El Consejo y los funcionarios públicos, investidos de plenipotencia oficial, se hallaban supeditados a la asamblea popular. Era el Consejo el que preparaba los asuntos para ser tratados en la asamblea. Su presidente y sus miembros eran reemplazados mensualmente. Los funcionarios, entre los cuales se hallaban distribuidas las funciones del poder ejecutivo, recibían sus plenipotencias en las elecciones anuales. En su mayor parte, las magistraturas quersonesias tenían carácter colegiado. Así, las fuerzas armadas de la ciudad y la defensa de la misma eran atendidas por cuatro estrategas, o arcontes, que eran elegidos anualmente. La observancia de las leyes era vigilada por el colegio de los llamados nomofílacos («guardianes de las leyes»). Las finanzas del Estado estaban en manos de tesoreros. El orden en los mercados era controlado por los agoránomos. Menos claras se nos aparecen las funciones de los astínomos, por medio de los cuales, al parecer, el Estado llevaba a cabo la vigilancia y el control general sobre el comercio. De su incumbencia, en particular, era el velar por la regularidad de las pesas y medidas, la emisión de monedas y el sellado de las ánforas.
En las inscripciones quersonesias se mencionan los gimnasarcas, que administraban los gimnasios, en los que los ciudadanos recibían su educación física; un colegio especial de simnamones, que atendía la composición de las inscripciones, y funcionarios especiales, los epimeletas, para dar cumplimiento a toda clase de tareas encomendadas por el Estado, de naturaleza temporal.
El Estado ejercía gran influencia sobre la vida religiosa de la ciudad. El culto principal de Quersoneso, tal como ya hemos señalado, era el de Deva. En el centro de la ciudad estaba el templo de esa diosa, en cuyo honor se organizaban fiestas y se hacían consagraciones e iniciaciones. Las imágenes de esa diosa se acuñaban en las monedas. En uno de los decretos honoríficos quersonesios, en honor del historiador Siriscos, se lo glorifica por haber descrito en su obra «los milagros» y «las predicciones» de Deva. Las narraciones sobre la ayuda milagrosa que prestaba al pueblo en los momentos difíciles su diosa protectora eran, al parecer, muy populares entre los ciudadanos.
Además del culto de Deva, en Quersoneso estaban también difundidos los cultos comunes a Grecia: Zeus, Gea, Atenea, Dionisos y otras deidades del panteón griego. Los quersonesios mantenían vivos vínculos con los principales centros de la vida religiosa común de Grecia: Delos y Delfos. Se sabe que en la isla de Delos se organizaban festejos especiales llamados «quersonesios». Parece que, para ese fin, los habitantes de Quersoneso habían ofrendado al templo delosiano de Apolo 4.000 dracmas. En lo que se refiere a la cantidad de ofrendas recibidas por el santuario de Delfos, los quersonesios ocupaban casi el primer lugar. De particular popularidad gozaba en Quersoneso el culto de Heracles, protector de su metrópoli, Heráclea del Ponto.
Los siglos iv y iii a. C. fueron, en historia de Quersoneso, el período del mayor bienestar. Hacia finales del siglo iv fue determinada por completo la construcción de las fortificaciones fundamentales, las torres y murallas que rodeaban la ciudad. Al amparo de las mismas se hallaban situadas, en hileras regulares, las casas de los ciudadanos, formando calles longitudinales y transversales. Los muchos fragmentos de columnas, cornisas, arquitrabes, capiteles y otros detalles arquitectónicos de forma artística, lo mismo que los fragmentos de estatuas y relieves de mármol y el gran número de terracotas artísticas que se encuentran constantemente durante las excavaciones que se realizan en la plaza principal de aquella ciudad, hablan del alto nivel de cultura material de Quersoneso. No obstante, tampoco esta ciudad pudo, en los tiempos que estamos considerando, evitar conmociones características de la vida político-social de todas las polis de esa época. Esas conmociones se han visto fielmente reflejadas en uno de los monumentos epigráficos más notables de Quersoneso: en el ya mencionado juramento de los ciudadanos quersonesios juraban, en nombre de Zeus, de Gea, de Helios, de Deva, de los dioses y diosas olímpicos y de los héroes, «pensar en la salvación y en la libertad del Estado y de los ciudadanos»; no «entregar Quersoneso, Cercinítida, Calos Limen y los demás puntos fortificados... ni al heleno, ni al bárbaro, sino guardarlos y reservarlos para el pueblo quersonesio»; no derrocar el régimen democrático, sino «servir al pueblo y aconsejarle lo mejor y lo más justiciero para el Estado y para los ciudadanos»; no atentar ni contra la comuna quersonesia ni contra ninguno de los ciudadanos. Si el que prestaba este juramento llegaba a enterarse de algún complot, que existiera o estuviera por producirse, debía llevarlo al conocimiento de los funcionarios públicos.
V. V. Latischov expresó la suposición, luego aceptada por S. A. Zhébeliev, de que el juramento quersonesio no representaba el tipo común de juramentos que prestaban en las polis griegas los ciudadanos llegados a la mayoría de edad, al engrosar las filas de los que gozaban de la plenitud de los derechos políticos. Era, más bien, un juramento extraordinario que se pronunciaba en los momentos de graves conmociones políticas, frente a un serio peligro que amenazaba al régimen establecido. A. I. Tiúmeniev se inclina por buscar una explicación de tal juramento no en las circunstancias políticas internas, sino en las exteriores que, a su criterio, se hallaban vinculadas con la ampliación del territorio quersonesio y con los problemas relativos a la fortificación y defensa de las posesiones recientemente adquiridas. Tal explicación, empero, no excluye ni descarta la suposición referente a ciertas complicaciones en la vida política de la ciudad, que creaban un peligro para el régimen estatal existente en la misma. Lamentablemente, las fuentes con que se cuenta no permiten dar una respuesta más concreta a esta cuestión. De una manera u otra, la situación de Quersoneso hace recordar en muchos sentidos la que se observa también en varias otras ciudades griegas de aquel tiempo. La tensa lucha entre las agrupaciones democrática y oligárquica se entrelazaba constantemente en ellas con tal o cual solución de las cuestiones políticas exteriores y con todo el cúmulo de circunstancias de la política exterior. De esta manera, el texto del juramento evidencia que, en ese sentido, Quersoneso no representaba ninguna excepción.

Bósforo

Si tanto Olbia como Quersoneso, al igual que casi todas las ciudades fundadas por los colonos emigrantes griegos durante la época de la gran colonización griega, conservaban hasta el final de la época antigua la estructura política de las polis, el desarrollo histórico de las ciudades surgidas a lo largo de las costas del estrecho de Kerch —el antiguo Bósforo cimeriano— había tomado otra ruta, llevándolas a un resultado histórico diferentes. A principios del siglo v a. C. esas ciudades se habían unificado bajo el poder de un gobierno común todas ellas. Posteriormente, el poder sobre esa unificación estatal se concentró en manos de una dinastía no griega, la de los Espartócidas, y como parte integrante de ese Estado bosforiano se sumaron también ciertos territorios poblados por tribus locales. Hacia mediados del siglo iv a. C. las posesiones bosforianas en el lado crimeo del estrecho se habían expandido sobre la totalidad de la península de Kerch, hasta la frontera oriental de la Crimea montañosa, la antigua Táuride. Del otro lado del estrecho, el Estado bosforiano abarcaba el territorio hasta más o menos la actual ciudad de Novorossisk. Hacia el Noreste, la esfera de la influencia estatal bosforiana se había expandido hasta la desembocadura del Don, donde se hallaba Tanais, supeditada al Bósforo.
De esta manera, en el siglo iv a. C., el Bósforo se había convertido en una formación estatal, grande según el criterio de aquellos tiempos, con una población mixta greco-aborigen. Esta circunstancia impuso, de manera regular, su sello sobre toda la faz económica, social, política y cultural del Bósforo.
El único testimonio literario del surgimiento de la unificación estatal bosforiana lo constituye la breve nota de Diodoro de Sicilia. En ella, Diodoro relata que en el año del arcontado de Teodoro en Atenas, esto es, en 438-437 a. C., en el Bósforo, había dejado de existir la dinastía de los Arceanáctidas «que había reinado», según su expresión, durante 42 años, pasando el poder a Espartoco, quien gozó del mismo durante siete años. Si se cuenta a partir del año del arcontado de Teodoro, señalado por Diodoro, el gobierno de 42 años de Arceanáctidas resulta que, de acuerdo con esos datos, la unificación bosforiana surgió en el año 480-479 a. C.
Aun cuando la cronología bosforiana de Diodoro de Sicilia fue obtenida por él en fuentes suficientemente seguras, en virtud de lo cual es merecedora de fe, la apreciación de su testimonio acerca de los Arceanáctidas y del primer representante de la dinastía de los Espartócidas provocó entre los sabios contemporáneos considerables disensiones. En cuanto a ese testimonio, se han expresado las más diversas conjeturas, y algunos investigadores han exteriorizado su desconfianza, sometiendo a duda también la realidad histórica de los Arceanáctidas y la fecha proporcionada por Diodoro acerca de su ascensión al poder. Pero dichas dudas se han disipado tras el hallazgo, en el año 1914, durante las excavaciones realizadas en el Delfinión de Mileto, de un fragmento de una inscripción con el nombre de Arceanacto, padre del eusimenta milesio que cumplía sus funciones de empleado público en los años 516-515 a. C. En virtud de ese hallazgo surgió una nueva conjetura acerca de si el Arceanacto mencionado en dicha inscripción milesia no sería uno de los que habían tomado parte en la fundación de Panticápea.
Diodoro, empero, se equivoca lisa y llanamente al nombrar a los Arceanáctidas como «reinantes». En el caso dado, su fuente hace uso de la terminología política de una época considerablemente posterior. Los Espartócidas, que sucedieron a los Arceanáctidas, disponían, incondicionalmente, de un poder más amplio y más sólido, mas tampoco ellos se decidieron durante mucho tiempo a llamarse a sí mismo reyes del Bósforo. En las inscripciones bosforianas del siglo iv a. C., que contienen los títulos de los Espartócidas, éstos se nombran infaliblemente a sí mismos no como reyes del Bósforo, sino como sus arcontes; toman el nombre de reyes solamente respecto a las tribus locales a ellos sometidas. En tales condiciones queda completamente excluido que los Arceanáctidas se apoderasen para designar su poder, de un título de «rey». Más bien es lícita la conjetura de que se habría dado a sus poderes la misma forma que asumían generalmente en todas las polis griegas. Es evidente que ellos eran los arcontes de Panticápea, la más grande de las ciudades bosforianas, la primera en comenzar (ya desde mediados del siglo vi a. C.) a emitir moneda propia. Con el correr del tiempo y, aparentemente, en relación directa con la formación de la unificación estatal bosforiana, con Panticápea a la cabeza, el poder de esos arcontes adquirió carácter hereditario.
Panticápea se convirtió en el centro de la unificación estatal bosforiana, según parece tanto en virtud de su predominio económico sobre las otras ciudades bosforianas, como por su ubicación geográfica, estratégicamente ventajosa. En las fuentes no se encuentran indicaciones directas sobre otros participantes de tal unificación. Muy probablemente formaba parte de ella Fanagoria, que se convirtió ulteriormente en segunda capital «asiática» del Bósforo, según la terminología antigua. Al parecer, también se agregaron a la unificación Hermonassa, Cepi y otras ciudades del litoral de Tamán, que en la antigüedad representaban un grupo de islas formadas por el delta del río Kubán. De esta manera, el Bósforo arceanáctida lo integraban, evidentemente, desde el mismo comienzo, ciudades a ambas orillas del estrecho.
No nos son conocidas las causas que obligaron a los griegos bosforianos a renunciar a la autarquía, tradicional en todas las polis griegas, en pro de un gobierno común a todas ellas. Es del todo evidente que la unificación política abría ante las ciudades bosforianas perspectivas para una más estrecha colaboración económica; les facilitaba la apropiación de las riquezas naturales del país; creaba condiciones más favorables para el subsiguiente desarrollo de sus actividades comerciales. Por otra parte, las tribus vecinas a los colonos griegos, tales como las tribus meótidas, sármatas y escitas, se distinguían por su belicosidad. Las poderosas construcciones defensivas, inclusive alrededor de pequeñas localidades bosforianas, hablan elocuentemente del constante peligro bélico. Al parecer, los períodos de relaciones comerciales pacíficas con las tribus locales se alternaban a menudo con choques bélicos. Desde este punto de vista, la necesidad de la unificación de las ciudades era dictada también por los intereses de su seguridad.
En lo que se refiere a sus dimensiones, el primitivo territorio del Estado de los Arceanáctidas no era grande. Cierta idea de su tamaño en la costa europea del estrecho nos la da el llamado primer baluarte defensivo de Tiritaca, y la fosa. Ese baluarte, que se ha conservado en perfecto estado, corta la península de Kerch a lo largo de la línea que va desde el poblado de Arschíntzev (la aldea de Tiritaca) hasta el mar de Azor. Se acostumbra a considerar que el pequeño territorio al este del baluarte era precisamente el del Bósforo arceanáctida en el litoral de Crimea. Las posesiones bosforianas en el litoral de Tamán también eran muy modestas en aquel tiempo. Probablemente se reducían a una franja de tierra a lo largo del estrecho de Kerch, ocupada por los exiguos territorios de unas cuantas polis que ingresaron en la unificación de la que estamos hablando.
De esta manera, la exigüidad del territorio del Bósforo arceanáctida permite pensar que la unificación comprendía al comienzo solamente a las polis colonias griegas. En fuentes de tiempos posteriores tampoco aparecen menciones de ninguna naturaleza que se refieran al ingreso en la unificación bosforiana de aquel momento, de territorios poblados por tribus locales. Lo hicieron al comienzo de la época de los Espartócidas, cuando las tribus locales desempeñaban ya un papel muy considerable en la vida histórica de ese Estado.
Es dable pensar que la estructura del Bósforo arceanáctida no difería del tipo habitual para aquel entonces, de unificaciones de polis griegas, de modo que la misma representaba una unión de ciudades bosforianas, la simaquia bosforiana. Hasta qué punto dependían sus miembros del poder central, no lo sabemos. Probablemente, la autonomía de estas ciudades no estaba muy limitada por el poder del gobierno central, y en las manos de los arceanáctidas se había concentrado tan sólo el control general de la vida política de las polis que formaban parte de la unificación. En cambio, los arceanáctidas encabezaban, al parecer, las fuerzas militares unificadas de las ciudades bosforianas.
En el ámbito económico, las ventajas de la unificación debieron manifestarse, evidentemente, ya después de los históricos triunfos que los griegos obtuvieran sobre los persas, en los años 480-479, al restablecer la vida económica normal en toda Grecia. En ese tiempo —cabe suponer— fueron restableciéndose los vínculos comerciales, interrumpidos por la guerra, de las ciudades bosforianas con las del litoral del Asia Menor, aun cuando estas últimas ya no pudieron reponerse totalmente de la devastación que habían sufrido. El predominio en el comercio con el Bósforo comenzó a ser ocupado por Atenas, en detrimento de aquellas ciudades. Las tendencias de los atenienses hacia el litoral del mar Negro, tal como lo evidencian los hallazgos de cerámica ateniense de los primeros tiempos, se expresaron también antes de las guerras médicas. Durante los años del gobierno de Pisístrato, la tendencia y el afán de colocar bajo el control ateniense al estrecho del Helesponto —puerta de entrada al mar Negro— constituía uno de los problemas primordiales de la política exterior de Atenas. Sin embargo, los éxitos alcanzados por los atenienses en este sentido fueron posteriormente reducidos a la nada, debido al avance persa hacia la costa del estrecho. Tras las victorias decisivas sobre los persas, el camino hacia los litorales del mar Negro quedó allanado. No obstante, los atenienses se abocaron en forma directa y enérgica al problema de apropiarse de las costas del mar Negro, y en primer lugar de los mercados de sus costas septentrionales, sólo tras la desdichada expedición ateniense a Egipto en los años 459-54 a. C., tras perecer en esa expedición una gran cantidad de ciudadanos atenienses y perder la mayor parte de la flota, desapareció la esperanza de asegurar el abastecimiento de Atenas con los baratos cereales egipcios. Y aun cuando en la época señalada los atenienses también recibían cereales de otras partes, el mercado cerealista del litoral septentrional del mar Negro atrajo poderosamente su atención.
Es muy probable que la expedición de Pericles al Ponto haya sido una de las medidas más decisivas de los atenienses, en el sentido de imponer su influencia en el mar Negro. Al parecer, alrededor del año 444, una gran escuadra ateniense, encabezada por el propio Pericles, penetró en el mar Negro. Los atenienses querían hacer esa demostración frente a las poblaciones de aquellas regiones litorales, exhibir su poderío militar y también afirmar sus vínculos comerciales y políticos con las ciudades pónticas y crearse, donde fuera posible, bases de apoyo. Con tales fines ubicaron a sus colonos en el litoral del mar de Mármara, en Astacos; pusieron pie firme en el litoral meridional del mar Negro, en Amisos; se entremetieron en los asuntos políticos internos de Sínope, instalando allí unos seiscientos de sus colonos y afirmando en el poder a un gobierno que les era fiel. En cuanto al litoral septentrional, según parece lograron asentarse sólidamente en la ciudad bosforiana de Ninfaión, situada hacia el sudoeste de Panticápea y no muy lejos de ésta. No está excluida la posibilidad de que Ninfaión y algunas otras ciudades del mismo litoral hayan sido incluidas en la Liga marítima ateniense y gravadas con el impuesto o tributo llamado foros.
La guerra del Peloponeso, que comenzó muy poco después, ató las manos a los atenienses, privándolos de la posibilidad de dedicar su energía de otrora al mar Negro. A pesar de ello, cuando se desencadenó la catástrofe en Sicilia, y ya no se podía contar con la llegada del cereal siliciano a Atenas, el litoral septentrional del mar Negro, y en primer lugar el Bósforo, se convirtieron para Atenas en fuente básica de abastecimientos, tanto de cereales como de otra clase de víveres, materias y esclavos.
De la actividad comercial de los atenienses en el Bósforo en el siglo v a. C. dan testimonio los muchos hallazgos efectuados en el territorio bosforiano, de cerámicas y otros productos de artes y oficios atenienses. A juzgar por ellos, se importaban desde Atenas a las ciudades bosforianas, vajilla negra lustrada, jarrones pintados por obra de los maestros atenienses, ornamentos de plata y oro y envases de bronce y plata; posiblemente también vinos y aceite de oliva.
Una parte de todas esas mercancías se destinaba al consumo local en las ciudades bosforianas y otra parte se revendía a la población circundante. Durante las excavaciones realizadas en los túmulos de Kubán fueron hallados no pocos objetos de procedencia ateniense. Resulta así que el comercio de las ciudades bosforianas asumía un amplio carácter intermediario.
A la importación ateniense, el Bósforo respondía con una amplia exportación, principalmente de cereales y de pescado salado. Una parte considerable de estos dos productos era, al parecer, comprada por los mercaderes bosforianos a las tribus locales. En esta situación llama la atención el intenso crecimiento de poblaciones fijas, sedentarias, sobre el río Kubán, a partir de la segunda mitad del siglo v a. C. Da la impresión de que a partir de entonces una gran parte de la población, hasta ese momento nómada, se convierte en sedentaria. Las investigaciones arqueológicas de los restos de ciudades del Kubán muestran que sus respectivas poblaciones se ocupaban, en su mayor parte, de la agricultura, la ganadería sedentaria y la pesca. Son bastante frecuentes los casos en que se ha encontrado, en las tierras de esos restos de ciudades, monedas bosforianas y objetos griegos, lo cual testimonia que las relaciones mercantiles y monetarias abarcaban capas bastante amplias de la población local. Sin embargo, el papel dirigente en el comercio con el Bósforo lo ejercía la capa superior de la sociedad local, la pudiente nobleza de casta. La región adyacente al río Kubán, tal como lo testimonian elocuentemente sus túmulos, había sido arrastrada, desde tiempos inmemoriales, a mantener relaciones comerciales con la Trascausania y con los países del Cercano Oriente. Los procesos de estratificación social, en lo que se refiere a la posesión de bienes, transcurrían aquí más intensamente que en otras regiones del territorio litoral septentrional del mar Negro. Con el comienzo de la colonización griega, el desarrollo de estos procesos se intensificó aún más. La cultura griega ejerció su influencia sobre el género de vida, especialmente el de las muestras griegas. La nobleza local de casta y las ciudades bosforianas resultaron ser los consumidores principales de las mercancías importadas desde Grecia. Sobre esta base, entre la cúspide de la sociedad local y la población pudiente de las ciudades esclavistas del litoral surgieron una especie de intereses comunes y cobraron desarrollo ciertos procesos asimilatorios. Los conflictos étnicos fueron gradualmente dando paso a los conflictos sociales. A la luz de fenómenos de esta índole se torna comprensible también el cambio político que se operó en el Bósforo. El terreno para el mismo había sido preparado por toda la marcha del desarrollo económico y social del Bósforo.
Tal como sabemos, en los años 438-437 a. C., y según los datos de Diodoro de Sicilia, el poder en el Bósforo pasó de los Arceanátidas a Espartoco, quien, como es natural, fue el padre fundador de la nueva dinastía de gobernantes bosforianos, los Espartócidas, que posteriormente encabezaron el Estado bosforiano hasta finales del siglo ii a. C.
Los hombres de ciencia han prestado atención, en primer lugar, al nombre del primer representante de esta dinastía bosforiana, Espartoco, que al igual que el nombre de otro representante de esa misma dinastía, Perisades, suele encontrarse en las tradiciones literarias de la antigüedad vinculadas con Tracia. Basándose en ello, se ha conjeturado que Espartoco procedía de Tracia. Entre otras conjeturas, por ejemplo, están las que vinculan el origen de los Espartócidas con Sindica.
De una manera u otra, los Espartócidas gozaban, sin duda alguna, de considerable influencia en el ámbito local. Evidentemente, ésa era precisamente su ventaja sobre sus antecesores, los Arceanáctidas. Sin embargo, pueden abandonarse las dudas acerca de si los representantes de la dinastía no griega experimentaron o no el fuerte influjo de la cultura griega. En este sentido es sumamente significativo el hecho de que, al lado de los nombres no griegos, algunos Espartócidas que nos son conocidos por los testimonios literarios y las inscripciones llevaban también nombres puramente griegos, tales como Sátiros, Leucón, Eumelo, Gorgipos, Apolonio y otros. Se ha conservado un relieve ateniense del siglo iv a. C., en el que se hallan las efigies de tres representantes de la dinastía de los Espartócidas: Espartoco II, Perisades I y el hermano de éstos, Apolonio. A los tres se les ha dado en estas imágenes un aspecto exterior netamente griego. No obstante ello, Estrabón, en uno de sus discursos sobre las altas cualidades morales propias no sólo de los griegos, sino también de los «bárbaros», trae como ejemplo de un «bárbaro» tan virtuoso, al gobernante bosforiano Leucón.
El sentido histórico del cambio de dinastías que tuvo lugar en el Bósforo se descubre en la política de los Espartócidas. A juzgar por todo lo que conocemos acerca de ella, dicha política perseguía dos fines principales: el ensanchamiento de las fronteras territoriales del Estado bosforiano y el reforzamiento del poder del gobierno central. El primero de estos problemas estaba condicionado al afán de asegurar la exportación de los cereales bosforianos mediante una base agropecuaria propia; el segundo fluía del primero, por cuanto el dominio sobre un vasto territorio en cuya composición entraban, al lado de las ciudades, también las tierras de las tribus locales, exigía regularmente la aplicación de otros métodos administrativos, apoyados en plenipotencias más amplias del gobierno central.
No sabemos con precisión a partir de qué momento comenzó el desarrollo de la expansión territorial bosforiana, ni cuándo los Espartócidas alcanzaron en ese sentido los primeros éxitos. Esto se manifiesta sólo durante el Gobierno de Sátiros (433-389 a. C.). Su nombre es conocido por la tradición antigua. Lo menciona Isócrates en el llamado discurso bancario, pronunciado, al parecer, en el año 393. Se habla en ese discurso de cierto personaje, Speos, que había obtenido de Sátiros, para administrarla, «una gran región», y quien, en general, «se preocupaba de todas las posesiones de aquél». En el relato de Polieno sobre la mujer meótida Tirgatao, esposa del rey de Sindica, Hecateo, se mencionan las operaciones bélicas que Sátiros efectuaba en la orilla tamaniana del estrecho. Del mismo relato de Polieno puede extraerse la conclusión de que, en aquel tiempo, Sindica se hallaba ya bajo el control de los gobernantes bosforianos. Otra mención está contenida en los escolios a Demóstenes, en los que se dice que Sátiros había muerto durante el sitio puesto a Teodosia por los ejércitos bosforianos.
En general, la guerra contra Teodosia, que terminó con el sometimiento de la misma al Bósforo, constituye uno de los acontecimientos más notorios en la historia bosforiana en el período que estamos considerando. Por un lado, es evidente que tal guerra fue provocada por el hecho de que dicha ciudad, que no formaba parte de la unificación bosforiana, tenía un excelente puerto y poseía un territorio muy fértil. La conquista de Teodosia debía proporcionar así al Bósforo un punto de tránsito sumamente importante para su comercio cerealista y, al mismo tiempo, llevar la frontera occidental de sus posesiones a unos límites estratégicamente muy ventajosos. Por otra parte, y según datos fidedignos, en Teodosia moraban los emigrados políticos bosforianos. Dada la estabilidad de las tradiciones de las polis en el mundo griego, cabe no albergar dudas acerca de que la política llevaba a cabo por el gobierno bosforiano, aun desde los tiempos de los Arceanátidas —es decir, la política de centralización estatal—, provocaba la oposición de los partidarios de la independencia de la polis. En el antes mencionado discurso de Isócrates, se dice también algo acerca de los conjurados que tramaban atentar contra la vida de Sátiros. La permanencia de enemigos del régimen político imperante en el Bósforo, en las cercanías inmediatas de su frontera, y después en una ciudad que continuaba conservando su independencia en calidad de polis, debía parecer sumamente peligrosa a los gobernantes bosforianos.
En la guerra contra Teodosia intervino la Heráclea póntica, la metrópoli de Quersoneso. Al parecer, se hallaba vinculada con Teodosia por lazos comerciales y, por otra parte, recelaba del destino ulterior de su recientemente fundada colonia: Quersoneso. El ensanchamiento de las fronteras del Bósforo, muchas veces más fuerte, creaba, evidentemente, una amenaza para su independencia.
Como resultado de la intervención de Heráclea, que había enviado su flota en ayuda de la sitiada Teodosia, las operaciones bélicas se prolongaron. Después de la muerte de Sátiros, su sucesor, Leucón, se puso a la cabeza de las fuerzas armadas bosforianas que operaban contra Teodosia. Al fin, ésta se vio forzada a capitular. En una inscripción hallada a orillas del estuario de Tzukur, y procedente probablemente de Fanagoria, Leucón es nombrado como arconte del Bósforo y de Teodosia. El uso del término arconte, con el fin de definir el poder de Leucón sobre la vencida Teodosia, permite pensar que la capitulación de ésta no fue lograda sin ciertas condiciones o reservas.
La mencionada inscripción es la única en la que Leucón es titulado sólo como arconte del Bósforo y de Teodosia. En todas las demás inscripciones que han llegado a nuestros tiempos y que contienen su nombre, al título de Leucón se le agrega la enumeración de las tribus meótidas que le estaban supeditadas, y respecto de las cuales ya no se le titula arconte, sino rey. Por esto, muchos hombres de ciencia creen que esa inscripción de Tzukur es cronológicamente la primera, y que las tribus meótidas mencionadas en las otras inscripciones fueron anexadas al Bósforo después de haber sido conquistada Teodosia. Es posible concordar con tal opinión. La victoria sobre Teodosia puso en libertad a las fuerzas armadas del Bósforo, permitiendo lanzarlas sobre el otro lado del estrecho.
Por lo demás, no tenemos ninguna seguridad de que los gobernantes bosforianos estuvieran empeñados en conseguir que se les reconociera el poder supremo sobre las tribus locales. En los casos en que la nobleza de una tribu había sido atraída a mantener relaciones comerciales con las ciudades bosforianas, las ventajas económicas de ese comercio podían impulsar a esa nobleza a anexarse pacíficamente el Bósforo. Antes que en cualquier otro caso, esto podría referirse a la tribu de los sindos, los que a juzgar por todos los indicios, se hallaban estrechamente vinculados con el Bósforo, aun desde mucho antes. En la lista de las tribus supeditadas a los Espartócidas, siempre ocuparon el primer lugar. En los títulos de Leucón, a los sindos siguen generalmente los toretas, los candarios y los psesos.
En las inscripciones del sucesor de Leucón, Perisades I (348-309; los primeros cinco años gobernó junto con su hermano Espartoco III), en aquella enumeración tienen lugar algunos cambios. En una de dichas inscripciones, en los títulos de Perisades, a los sindos siguen los toretas y los dandarios, habiendo desaparecido los psesos. En otra inscripción, Perisades figura como «rey de los sindos» y «de los mantos» (los meótidas); en otras dos más, a los mantos siguen los tateos y los doscos, no mencionados anteriormente. Va creándose la impresión de que el poder de los gobernantes bosforianos sobre todas esas tribus que habitaban el territorio de la actual península de Tamán y más hacia el sudeste, la región de la actual Novorossisk, no se distinguía por su estabilidad. Bajo la influencia de diversos factores y circunstancias, algunas de esas tribus se separaban probablemente del Estado bosforiano, mientras que otras se le unían. En cuanto a la inestabilidad de las fronteras de las posesiones bosforianas en el lado asiático del estrecho, de la misma informa también Estrabón.
Desgraciadamente, nuestro conocimiento de las formas que adoptajon las tribus locales al someterse a los Espartócidas es sumamente vago, indefinido e impreciso. La definición del poder de los Espartócidas sobre las ciudades sometidas se expresa en la primera parte de los títulos por el término arconte, el cual atestigua indiscutiblemente que dichas ciudades habían conservado en mayor o menos grado la autonomía de las polis; en cambio, el término «rey», en su aplicación a las tribus supeditadas al Bósforo, resulta mucho más difícil de ser descifrado e interpretado adecuadamente. Dicho término tiene valores bien diversos en el léxico político de los antiguos griegos. Los autores de la antigüedad denominan «reyes» a los jefes de aquellas tribus entre las cuales se había conservado el primitivo régimen comunal, y también a algunos gobernantes individuales de grandes Estados esclavistas, con poblaciones no griegas.
¿En qué sentido fue usado este término en el caso dado? ¿Significaría que el territorio de esta u otra tribu que había reconocido o había sido forzada por las armas a reconocer a los Espartócidas como a sus reyes se convertía, efectivamente, en posesión de éstos, y las respectivas poblaciones se veían completamente privadas de su independencia política? El interrogante que acabamos de plantear es uno de los más difíciles y, al mismo tiempo, de los más importantes de la historia del Bósforo espartócida. En la ciencia actual, no puede ser considerado como suficientemente aclarado. La inestabilidad de las fronteras que hemos señalado en cuanto a las posesiones bosforianas en la costa asiática del estrecho, hace ver claramente que las tribus meótidas, aun después de haber sido sometidas por los Espartócidas, eran capaces de defender su independencia. Continuaban conservándola también una centuria después, durante los tormentosos años de la actividad de Mitrídates Eupator el que, en los momentos de mayor tensión en la lucha contra Roma se dirigía a esas tribus solicitando ayuda militar. Hay fundamentos para creer que también bajo el poder de los Espartócidas, los meótidas continuaban teniendo sus propios jefes de tribus, y también sus propias fuerzas armadas.
Ciertamente, el Bósforo espartócida no constituía el Estado centralizado conocido por nosotros de acuerdo con sus períodos históricos más tardíos. Su gobierno, aun en el caso de que lo hubiera deseado, no tenía qué oponer a las arraigadas tradiciones de autonomía de las polis, propias de las ciudades esclavistas, y a la no menos estable tendencia de las tribus locales a una existencia independiente, tendencia que se remontaba a la época del comunismo primitivo, o sea, un régimen de democracia militar. La coexistencia, dentro de los marcos de un mismo Estado o liga estatal, de ciudades esclavistas y de tribus locales, impuso durante mucho tiempo al Bósforo espartócida un sello peculiar. Ambas formas políticas no se integraron en el mismo simultáneamente. De allí la doble estructura política del Bósforo, reflejada con tanta claridad en la doble intitulación de la dinastía gobernante. Esa doble naturaleza estatal del Bósforo estaba profundamente enraizada.
En el tomo III de El Capital, Carlos Marx previene contra sobreestimación del papel del factor mercantil, en el desarrollo histórico de la sociedad. Dicho factor puede forzar el desarrollo de los procesos ya existentes en un ambiente dado, mas no podrá engendrar nuevas relaciones condicionadas por regularidades más hondas, por las del desarrollo de las fuerzas productivas y por las relaciones de producción. Al mismo tiempo, la influencia de las ciudades esclavistas sobre el ambiente local a lo largo de los primeros siglos transcurridos desde la época de la colonización griega de las regiones litorales bosforianas iba teniendo lugar, al parecer, principalmente dentro de los procesos de mutuas relaciones comerciales. En tales condiciones, las relaciones esclavistas aportadas por esas ciudades habrían podido, evidentemente, cobrar tan sólo una programación limitada.
Al formarse el Estado bosforiano en calidad de sociedad esclavista, el aprovechamiento del trabajo de los hombres no libres cobró dimensiones más amplias. No obstante ello, al lado de esclavos y esclavistas siguió una capa bastante considerable de pequeños agricultores, en parte libres y en parte dependientes. Trabajaban sobre tierras propias, vendiendo su cereal a los mercaderes bosforianos. Da de ello un testimonio bastante convincente el hecho mismo de la existencia sobre el territorio bosforiano de tribus que habían conservado sus nombres, hecho atestiguado tanto por las inscripciones como por algunas fuentes literarias.
Resulta así que en el Estado encabezado por los Espartócidas coexistían relaciones sociales de distintos tipos. Junto al esclavismo imperante en las ciudades fundadas en su tiempo por los colonos griegos, y sobre las posesiones de los grandes terratenientes que aprovechan la labor de los esclavos y de otros hombres dependientes, subsistían las tribus locales que conservaban las supervivencias del primitivo régimen comunal.
Un apoyo efectivo y eficaz lo encontraba el poder de los espartócidas en su ejército, formado por mercenarios, y en amplios vínculos con las tribus locales, que les permitirían emplear sus fuerzas bélicas en calidad de aliados. Por lo demás, tales milicias seguían, evidentemente, existiendo también en las ciudades.
Los Espartócidas gobernaban el territorio que les estaba supeditado, tanto en forma directa como por medio de lugartenientes. En las fuentes de que se dispone aparecen varias menciones sobre éstos. En algunos casos se hallaban vinculados por lazos de parentesco con la misma dinastía gobernante, y en otros se recurría a los servicios de griegos.
El predominio en el Estado bosforiano lo ejercían la capa superior de la población de las ciudades esclavistas y la nobleza tribal vinculada a aquélla por la comunidad de intereses y ya helenizada en grado bastante considerable. Este grupo de la población que moraba no sólo en Panticápea, sino también en las pequeñas ciudades bosforianas, se destacaba por sus riquezas. Los representantes de la capa gobernante bosforiana poseían grandes bienes territoriales que eran evidentemente cultivados por los esclavos, y poseían también grandes talleres de artesanía dedicados a la fabricación de tejas. En sus manos se hallaba también el comercio bosforiano.
Al ampliarse el territorio bosforiano, incluyéndose en el mismo las tierras habitadas por las tribus locales, la exportación bosforiana adquirió una base bastante sólida. Los datos referentes a la escala de ese comercio en el siglo iv a. C., que es el período del florecimiento de la vida económica bosforiana, están contenidos en uno de los discursos de Demóstenes pronunciados en los años 355-354, y en las obras de Estrabón. De acuerdo con todos los datos, el gobernante bosforiano Leucón había exportado a Atenas tan sólo desde Teodosia cerca de 2.100.000 medimnos (unas 84.000 toneladas) de cereales. Anualmente, se exportaba desde el Bósforo a Atenas más de 400.000 medimnos (cerca de 16.000 toneladas) de cereales. Una parte de este cereal lo consumían los mismos atenienses, y otra parte la revendían a varias ciudades griegas, obteniendo un lucro nada pequeño. El interés de Atenas en comerciar con el Bósforo se reflejó en un decreto que ha llegado a nosotros, de la asamblea popular ateniense, promulgado en el año 347-346, en honor de los tres hijos de Leucón: Espartoco, Perisades y Apolonio. Según este decreto, los tres fueron coronados en las fiestas panateneas con coronas de oro, cada una de las cuales valía mil dracmas. Simultáneamente, se les otorgó el derecho de reclutar en Atenas marinos para las naves bosforianas. En reciprocidad, los hijos de Leucón se comprometieron a seguir preocupándose en lo sucesivo del suministro a Atenas de los cereales bosforianos, y a servir celosamente al pueblo ateniense.
El comercio ático-bosforiano se realizaba en condiciones de mutuo y recíproco beneficio. Los mercaderes atenienses gozaban del derecho de exportación libre de aforos. De este derecho, lo mismo que del transporte fuera de turno de sus mercancías, gozaban en Atenas los mercaderes bosforianos.
Los cereales, el pescado salado y otros artículos de materia prima local eran exportados por el Bósforo no sólo a Atenas, sino también a Mitilene, en Lesbos, a las ciudades del litoral jonio y a otros centros griegos. A su vez, desde Atenas, Corinto, Tasos, Quíos y otros puntos se importaba aceite de oliva, vino, cerámicas artísticas, objetos de metal, tejidos, etc.
Las investigaciones arqueológicas en el territorio bosforiano muestran que, simultáneamente con el desarrollo del comercio, iban creciendo también la producción artesanal propia y la agricultura bosforianas dan testimonio de que allí eran ampliamente cultivados el trigo, la cebada, el mijo y las habas. Según Estrabón, la tierra bosforiana se distinguía por su extraordinaria fertilidad. Los hallazgos de huesos de ganado vacuno y de caballos, ovejas, cabras y cerdos permiten hablar del desarrollo de la ganadería. Una difusión particularmente amplia habían cobrado en el Bósforo las diferentes clases de pesca.
El crecimiento de la producción artesanal queda atestiguado, en primer lugar, por la enorme cantidad de hallazgos de cerámica local: ánforas y otros recipientes, vajilla de comedor y cocina, tejas, etc. Merced a las marcas que se ven en ellas, han llegado hasta nuestros tiempos los nombres de los propietarios de sus fábricas y conocemos ahora que algunas de esas empresas pertenecían a los propios Espartócidas. En cuanto al desarrollo del arte textil, del mismo nos hablan ciertas partes arcillosas de los husos constantemente encontrados en el territorio de las poblaciones bosforianas. Se producían también en el Bósforo diversos objetos hechos con metales importados, por cuanto el análisis de las escorias halladas en las excavaciones practicadas en una de esas poblaciones ha evidenciado que los yacimientos locales de minerales ferruginosos, que tanto abundan en la península de Kertch, no eran al parecer, aprovechados en la antigüedad.
Habían cobrado amplia notoriedad los artículos de los orfebres bosforianos, especialmente la producción de recipientes, verdaderas obras de arte, tales como los vasos del túmulo Kul-Obi, del de Vorónezh y de otros. La mayor parte de esos artículos datan del siglo iv a. C.
La producción de jarrones artísticos cubiertos con exquisitas pinturas surge en el Bósforo algo más tarde, aparentemente a finales del siglo iv a. C., cuando se hace notar cierta disminución de las importaciones desde Atenas.
Una idea viva y clara acerca del carácter de la cultura formada en el Bósforo la suministran los sepulcros. Los más tempranos de ellos, de las necrópolis urbanas bosforianas, son relativamente pobres. A partir de finales del siglo v, empero, va tornándose en hábito colocar lápidas en las tumbas de las personas pudientes (a veces de mármol traído de Atenas), y a partir del siglo iii comienzan a aparecer en esas lápidas las imágenes en relieve de los propios sepultados. En los epitafios, en tiempos algo posteriores, junto a los nombres de los muertos, se señala también la profesión de los mismos. Así han llegado hasta nuestros tiempos los nombres de un mercader, de un constructor de naves, de un profesor de gimnasia, de un filólogo, de un gramático y de un hombre de ciencia. En las tumbas de los guerreros se mencionan las circunstancias en que se produjo su muerte; por ejemplo: «chocó con la terrible pica enemiga»; «fue muerto por el tumultuoso Ares de los nómadas», esto es, por el dios de la guerra de los escitas; «yace en tierra bosforiana alcanzado por una lanza enemiga».
El carácter de los objetos que se descubren en los inventarios sepulcrales refleja el género de vida de la población bosforiana. En los sepulcros femeninos, por ejemplo, son encontrados frecuentemente cofrecillos y vasijas, espejitos, husos, etc.; en las tumbas masculinas se ven atributos deportivos: recipientes para aceite con el que se solía frotar el cuerpo antes de las justas gimnásticas, rasquetas de hierro o de bronce con las cuales se quitaba luego dicho aceite, etc.
En el Bósforo tenían lugar torneos deportivos y los nativos de las ciudades bosforianas tomaban parte en los torneos de Grecia. De ello dan testimonio los hallazgos en territorio bosforiano de las llamadas ánforas panateneas (premios que se otorgaban a los participantes en los torneos que se verificaban en Atenas, durante los días de las fiestas de Atenea), como también una inscripción que data de mediados del siglo iii a. C. En la misma se ven 226 nombres masculinos que en su aplastante mayoría son griegos, pero es curioso que entre ellos aparezcan nombres tales como «Sindo» y «Escita». Esto muestra que entre los habitantes de las ciudades bosforianas iban apareciendo personas de origen local no griego. En los períodos algo posteriores de la historia bosforiana, tal proceso se hizo más evidente y toda la cultura fue adquiriendo un peculiar colorido local.
Además de los sepelios que se efectuaban en las necrópolis urbanas existía otro tipo de inhumaciones, que se efectuaban en el interior de monumentales bóvedas de manipostería, provistas en una serie de casos de escalonadas cúpulas cónicas erigidas según el sistema y principio de la llamada falsa bóveda, cubierta, en el exterior y en la cúspide, por altos terraplenes en forma de túmulos. Entre ellos se cuentan los túmulos, ya de amplia notoriedad, «Tzarski», «Melek-Chésmenski» y otros. En los alrededores de la actual ciudad de Kertch, los sepulcros en forma de túmulos forman toda una cadena que se extiende a lo largo de muchos kilómetros, paralelamente a las montañas de Iuz-Ob. El riquísimo contenido de estos túmulos fue parcialmente saqueado, aun en la antigüedad. En casos aislados, cuando dicho contenido se ha conservado por completo, sorprendente por su lujo, por la abundancia de objetos de oro y plata, en su mayor parte de hermosa factura griega. Hay que subrayar, empero, que en la misma Grecia no se encuentran sepulturas de semejante tipo; por eso, en ellas debe verse el carácter específico del ritual funerario bosforiano. La suntuosidad de tales sepulcros suministra una idea clara de las riquezas que poseía la nobleza. En este sentido resulta sumamente significativo que las monumentales bóvedas datan del siglo iv y comienzos del siglo iii a. C., es decir, del período de más intenso florecimiento económico del Bósforo espartócida. A partir de mediados del siglo iii los sepulcros lujosos van desapareciendo en el Bósforo, siendo reemplazados, en su mayor parte, en cuanto al interior de las tumbas, por contenidos más modestos y construcción más sencilla. Este hecho, que salta a la vista, lo mismo que una serie de otros fenómenos, reflejan la decadencia económica bosforiana a partir de mediados del siglo iii a. C.
La escasez y el carácter fragmentario de las fuentes de que se dispone, desgraciadamente no permiten restablecer la historia concreta del Bósforo con la deseada plenitud; se la puede representar tan sólo en rasgos muy generales. Los años del gobierno de Leucón I y de Perisades I (389-309 a. C.) fueron, según todos los síntomas, el período de ascenso no sólo económico, sino también político y cultural. Fue precisamente en aquel período en que se hizo notar el crecimiento intenso de las poblaciones sedentarias, agrícolas, en la región sobre el río Kubán. Es lícito, por ello, pensar que la política de los mencionados Espartócidas respondía a los intereses no sólo de la clase dominante, sino, en cierta y determinada medida, a los de las capas más amplias de la población que estaba interesada, evidentemente, en el desarrollo ulterior del comercio, y, desde este punto de vista, la política de los Espartócidas le convenía.
No obstante ello, la situación creada en el Bósforo se distinguía por su complejidad. El desarrollo ulterior de los procesos de estratificación social-económica, tanto en las ciudades como entre las tribus supeditadas al Bósforo, agudizaba la lucha entre pobres y ricos, entre explotados y explotadores, entre los que gozaban de todos los derechos y los que carecían de ellos. Al mismo tiempo, y paralelamente con lo que acabamos de anotar, tanto las ciudades esclavistas de la costa como las tribus locales, tenían sus tradiciones formadas a lo largo de siglos, que —es lícito pensar— se erguían a menudo en oposición, tanto unas contra otras, como contra la política llevada por el gobierno central.
La naturaleza contradictoria de la situación creada en el Bósforo, encontró su reflejo en un único fragmento que se ha conservado a este respecto de la obra de Diodoro y que ha llegado hasta nuestros tiempos. Este fragmento expone de manera coherente la marcha de los acontecimientos históricos en el Bósforo. Trata de la lucha intestina entre los hijos de Perisades I, que Diodoro había extraído de la obra de un autor antiguo, desconocido para nosotros, pero excelentemente informado en cuanto a la historia bosforiana. Esa guerra intestina había comenzado en el año 309 a. C., inmediatamente después del fallecimiento de Perisades I. El trono vacante había pasado al mayor de sus hijos, Sátiros. Entonces, el menor, Eumelo, cerró alianza con Ariatarnes, rey de la tribu local de los tateos, atrajo a su lado a algunas otras tribus, y se levantó en armas contra el hermano mayor. En la lucha, el tercer hijo de Perisades, el del medio, Pritanes, se puso de parte de Sátiros. Las operaciones bélicas se desarrollaron principalmente en la costa asiática del estrecho. Las fuerzas de Sátiros se componían de 2.000 mercenarios griegos, 2.000 guerreros tracios que estaban a su servicio, y escitas aliados, en total unos 20.000 guerreros de infantería y 10.000 de caballería. Del lado de Eumelo se hallaban los ejércitos de Ariatarnes, en total unos 22.000 infantes y 20.000 jinetes.
Ya en la primera batalla de grandes dimensiones, sostenida probablemente junto al río That, uno de los afluentes del Kubán, y tras haber sufrido ambos ejércitos grandes pérdidas, Sátiros puso en fuga a su enemigo. Durante la persecución, despiadada, Sátiros incendiaba las poblaciones que encontraba en su camino y se apoderaba de prisioneros y botín de guerra. Los restos ilesos de Eumelo y de Ariatarnes hallaron, empero, salvación en una fortaleza a orillas del That, en una región boscosa y pantanosa, de difícil acceso para el enemigo. Para avanzar y acercarse a las murallas y torres de esa fortaleza, los guerreros de Sátiros tuvieron que abrirse camino a golpes de hacha, trabajando incesantemente durante tres días bajo las mortíferas flechas enemigas que les causaban grandes pérdidas. Cuando, al cuarto día, dio comienzo al asalto de esa fortaleza, Sátiros fue mortalmente herido, expirando al anochecer. Esto determinó que sus tropas se retiraran inmediatamente hacia la ciudad de Hargaza que, según parece, se hallaba en las orillas del río Kubán. De allí el cadáver del rey fue trasladado a Panticápea, donde había quedado su hermano Pritanes. Este, después de organizar un suntuoso sepelio, asumió el poder real y encabezó los ejércitos que se habían refugiado en Hargaza. Eumelo intentó entablar negociaciones con Pritanes, ofreciéndole repartirse el territorio bosforiano en dos mitades: la asiática y la europea. Pero Pritanes rechazó resueltamente tal oferta.
Al reanudar las operaciones bélicas, la superioridad pasó manifiestamente a estar del lado de Eumelo, quien se apoderó de Hargaza y de otros puntos poblados que estaban con Pritanes. En la batalla decisiva, que tuvo lugar algo después, Pritanes fue derrotado y empujado hacia el estrecho. Al poco tiempo capituló renunciando al trono en favor de Eumelo. Al regresar a Panticápea, Pritanes volvió a intentar la reconquista del poder, pero sufrió un nuevo fracaso y se vio precisado a huir a la localidad de Kepi, donde fue asesinado por orden de Eumelo.
Habiendo logrado la victoria sobre sus dos rivales, y habiéndose posesionado de esta manera del poder unipersonal, Eumelo, antes que nada, dio cuenta de todos los que habían sido partidarios de sus hermanos. Muchos de ellos fueron muertos, junto con sus mujeres e hijos. Según Diodoro, sólo logró salvarse un hijo de Sátiros, huyendo de Panticápea a los dominios del rey escita Agar, que simpatizaba con él.
Sin embargo, aun después de haber llevado a cabo tales represiones y de haberse afirmado Eumelo en el trono bosforiano, en Panticápea continuaba la efervescencia. Durante la guerra intestina, los ciudadanos de la capital bosforiana se habían manifestado en favor de Sátiros y Pritanes, y ahora no querían hacer las paces con Eumelo. Para vencer esos ánimos opositores y atraerse a los panticápeos, Eumelo se dirigió a ellos con un discurso. Les prometió restablecer en la ciudad la autonomía anterior, les otorgó el derecho a comerciar sin pagar aranceles, del que gozaban durante el gobierno de sus antecesores, les prometió eximirlos de los tribunos e impuestos y, según la expresión de Diodoro, «habló de muchas otras cosas».
Sin tocar por lo pronto toda una serie de detalles, interesantes en varios sentidos, del relato transmitido por Diodoro, en cuanto a la guerra intestina entre los hijos de Perisades, hay que subrayar lo principal. El relato en cuestión descubre ante nosotros una de las más elocuentes páginas en la historia del Bósforo espartócida. En la guerra intestina tomaron parte fuerzas diversas y heterogéneas en cuanto a sus rasgos y caracteres étnicos y sociales: las tribus del litoral septentrional del mar Negro, encabezadas por sus jefes —«reyes», los denomina Diodoro—; los mercenarios griegos y tracios; ciudades esclavistas de la costa; las poblaciones de aquellos territorios, patrimonio de las tribus que hacía mucho ya se hallaban bajo el dominio de los gobernantes bosforianos. Analizando la marcha de las operaciones bélicas, se llega forzosamente a la conclusión de que el hecho decisivo para la victoria final de Eumelo fue la ayuda prestada por su aliado, el rey de los tateos Ariatarnes. No obstante, habiéndose apoderado ya con su ayuda del trono, Eumelo no pudo dejar de tomar en cuenta a la ciudad de Panticápea. El restablecimiento para la misma de su autonomía anterior, del tipo de las polis, probablemente algo lesionada por las tendencias centralizadoras de los antecesores inmediatos de Eumelo en el trono bosforiano, habla de por sí. Esta clase de maniobras políticas era, evidentemente, propia no sólo de Eumelo, sino que caracterizaba en mayor o menor grado la política general y común del gobierno central bosforiano, que se las tenía que ver con fuerzas de heterogéneas naturaleza social. Probablemente, esas particularidades escondían en su interior no pocos peligros para la clase dominante. En el caso dado, la tentativa de unificar bajo el poder de un solo gobierno a las ciudades esclavistas con los territorios habitados por tribus locales, fue lograda a pesar de todo.
Durante los años del gobierno grande y fuerte, que pretendía también la hegemonía sobre las otras comarcas costeras del mar Negro. De esto habla todo lo que conocemos acerca de la política exterior de Eumelo: marchó contra Lisímaco, prestando apoyo a la por él sitiada ciudad de Callatis, ubicada en la parte occidental del Ponto, y trasladando la flota bosforiana, emprendió una lucha decisiva contra los piratas del mar Negro, con lo cual colaboró en medida nada despreciable en la elevación de la autoridad del Estado bosforiano a los ojos de todos los griegos pónticos.
A pesar de todo, la mayor parte de los amplios proyectos e intenciones de Eumelo no pudieron llevarse a cabo. En los últimos años del siglo iv y a comienzos del siglo iii a. C., el Bósforo se encontraba ya en los límites del período que pasa bajo el signo de la progresiva decadencia y que termina con la sublevación de los esclavos y la pérdida, por cierto que transitoria, de su independencia estatal.


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