19.
LOS TRABAJOS DE LA
DIPLOMACIA
En la primavera de 187 Filopemen y el partido “nacional” habían
perdido el poder, mas los hechos parecían demostrar que el miedo a las
represalias romanas, quizás la causa fundamental de la victoria de Aristeno y
los pro romanos, resultó prematuro. En Roma la lucha política interna absorbía
todo el interés, ante todo el juicio político a los hermanos Escipión, Publio y
Lucio, en el senado, acusados ambos de retener parte los botines de la guerra
siria contra Antioco y de aceptar sus sobornos. Además, la atención diplomática
se centraba en Filipo de Macedonia. Su reino, tras la humillación de los
etolios, parecía estar en camino de recuperar su tradicional condición de gran
potencia, tras recobrar Magnesia, con la plaza de Demetrias, Atintania y parte
de Tesalia. A principios del verano regresó el embajador aqueo Nicodemo de Elea
de su misión en Roma, con la noticia de que el senado apenas prestaba interés a
los problemas peloponesios.
...leyó las respuestas
romanas, de las que se podía extraer una conclusión: a los romanos les
desagradaba la destrucción de las murallas y el fin de los ejecutados en
Compasio. Sin embargo, no iban a revocar nada. Polibio, 22. 7
Al tiempo, en la misma asamblea que recibió las explicaciones de
Nicodemo, los aqueos pudieron darse cuenta del inusitado interés que su Liga
despertaba entre las distintas monarquías helenísticas. Filipo de Macedonia no
tenía relaciones diplomáticas con la federación, totalmente prohibidas por ley
desde 198, pero los demás reyes trataban de cortejar a la Liga, buscando su
apoyo. Éumenes de Pérgamo ofreció ciento veinte talentos de plata para, con sus
intereses, sufragar los gastos y dietas de las asambleas aqueas. Seleuco IV
Filópator, hijo de Antioco III, y que a la muerte de éste había accedido al
trono de Siria, ofrecía a su vez diez naves de guerra. Por su parte Ptolomeo V
Epífanes había solicitado, ya el año anterior, renovar la alianza tradicional
entre aqueos y Egipto, a lo que Filopemen dio su acuerdo, enviando embajadores
a Alejandría, dirigidos por Licortas, cada vez más claramente su mano derecha.
La razón de este interés era el surgimiento de la Liga como
principal potencia griega, después de la anexión de la Élide, Mesenia y
Esparta, y de la derrota de Etolia ante los romanos. Con sus estrechas
relaciones con Roma, la Liga aparecía a los ojos de los reyes helenísticos como
un objetivo diplomático de primer orden. Pero esas relaciones tenían un
trasfondo político en clave interna aquea. Éumenes de Pérgamo, el mejor aliado
griego de Roma, representaba para el partido “nacional” un ejemplo de
colaboración incondicional con los romanos y, por tanto, su alianza era
rechazada. En cambio Egipto, el tradicional aliado de las democracias griegas
enfrentadas a las tiranías pro macedonias, era visto con buenos ojos. Aunque
desde el punto de vista romano las diferencias entre Pérgamo y Egipto eran, en
la práctica, inapreciables, la alianza con uno u otro reino tenía un componente
político muy importante en la Liga. Cuando se presentó la solicitud de alianza
de Éumenes, se levantó a hablar Apolónidas de Sición, uno de los miembros más
importantes del partido “nacional”, que habló en contra de aceptar los ofrecimientos
del rey de Pérgamo.
...el hecho de que la
asamblea sea alimentada por Éumenes cada año y que delibere acerca de los
problemas comunes tras haber mordido un cebo, comporta necesariamente vergüenza
y perjuicios... Las situaciones presentan aspectos encontrados si se las miran
desde el punto de vista del rey o desde el de las democracias. Los debates más
largos y principales se producen acerca de las diferencias que tenemos con los
reyes, de modo que una de dos: o el interés del rey prevalecerá por encima del
nuestro, o si la cosa no es así, al obrar contra los que nos pagan nos
mostraremos públicamente como unos desagradecidos. Polibio, 22. 8
Después habló Casandro de Egina, que recordó cómo su ciudad,
tomada por los romanos en 210, estaba desde entonces bajo el dominio de los
reyes de Pérgamo, y cómo sus ciudadanos, exiliados, solicitaban desde entonces
su restitución. Si Éumenes quería la alianza aquea, que en vez del dinero
entregara Egina a sus ciudadanos. Ante estas intervenciones nadie se prestó a
hablar a favor del rey, y sus ofertas, así como las de Seleuco de Siria, fueron
rechazadas.
En cuanto a la alianza de Egipto, se presentó Licortas, líder
“nacional”, y jefe de la embajada enviada el año anterior, que había regresado
de Alejandría. Explicó cómo había obtenido seis mil escudos de infantería y
doscientos talentos en monedas de bronce, y cómo la alianza se había renovado
según los términos de la alianza anterior de acuerdo a las instrucciones de
Filopemen. Entonces respondió el estratego Aristeno, que dinamitó el tratado
pidiendo explicaciones sobre los pormenores precisos del acuerdo. Esto llevó a
la confusión de los líderes del partido “nacional”, que no fueron capaces de
expresarlos con exactitud.
Lo que motivaba aquella
situación absurda era lo siguiente: entre el reino de Egipto y los aqueos había
numerosas alianzas, que tenían muchas diferencias entre ellas, según la
situación de las diversas ocasiones... El estratego [Aristeno] fue reseñando
una a una todas las alianzas, y señaló con detalles las diferencias, que eran
grandes. Exigía que el pueblo supiera qué alianza se había contraído. Y allí,
ni Filopemen logró dar razón, a pesar de que él mismo, en calidad de estratego,
había repuesto la coalición, ni Licortas, que había acudido como embajador a
Alejandría. Polibio, 22. 9
El partido pro romano y su líder consiguieron así que la asamblea
se negara a ratificar una alianza cuyos términos pudieron ser presentados como
confusos. Aristeno logró de esa forma una reputación de político experimentado
y conocedor de los mecanismos institucionales de la federación, mientras
Filopemen y su partido aparecían como dirigentes populistas. Pero esto cambió
dramáticamente en verano, durante la celebración de los juegos atléticos
Nemeos.
En el transcurso de las competiciones apareció en Argos Quinto
Cecilio Metelo, que había sido enviado por el senado para refrenar a Filipo de
Macedonia y, como misión secundaria, informarse sobre los problemas del
Peloponeso, esencialmente de la cuestión espartana. Convocado un consejo
restringido de la Liga, criticó con acritud los actos de la federación respecto
a Esparta, y exigió una rectificación. El partido pro romano se justificó, por
boca de Diófanes de Megalópolis, acusando a Filopemen y al partido “nacional”
de ser los responsables de los excesos del año anterior, y de no tener en
cuenta las disposiciones de Tito Quincio Flaminio sobre la autonomía de
Mesenia. Metelo pudo creer entonces que podría manejar la Liga a su antojo con
el apoyo del grupo liderado por Aristeno y pidió la derogación de los decretos
sobre Esparta, pero los dirigentes del partido “nacional” se defendieron con
vigor. Filopemen, Licortas y Arcón defendieron con vehemencia sus decisiones,
argumentando que habían sido ratificadas por una asamblea, y que su legalidad y
legitimidad no podía ser cuestionada. pero más importante fue el impacto de esa
defensa en la opinión pública aquea.
Sometidas a votación en el consejo, las peticiones de Metelo
fueron rechazadas. El partido “nacional” demostró así que era todavía capaz de
movilizar los deseos de independencia frente a Roma de la mayoría de la
federación. Metelo pidió entonces que fuera convocada la asamblea popular
aquea, en la creencia de que podría apelar al temor del pueblo ante la confrontación
con un embajador romano, pero los magistrados le exigieron que exhibiera la
orden senatorial para hacerlo, puesto que sólo el senado o un magistrado con
imperium tenía derecho a convocar una asamblea. Metelo, que no tenía esa orden
senatorial, se retiró indignado, negándose a recibir la respuesta oficial.
El principal resultado de la disputa con el enviado romano fue el
desprestigio del partido pro romano, y sobre todo de Aristeno y Diófanes, sus
líderes, que fueron acusados de traicionar los intereses de la Liga para su
propio provecho político, al ponerse de acuerdo con Metelo para atacar la
política de Filopemen y sus partidarios y restringir la autonomía diplomática
de la Liga. De nuevo tenemos aquí un paralelo con nuestra época.
La Liga Aquea, como Europa en nuestros días, se convenció
rápidamente de la justicia y la necesidad de sus principios y políticas, y al
enfrentarlos con los principios romanos, –los estadounidenses en nuestros
días–, terminó por desarrollar una política de resistencia ante las decisiones
senatoriales, que en ocasiones llegó a crear tensiones, como hemos visto en el
caso de la asamblea de Argos de 187. Pero más grave sería la canalización de
esa frustración aquea por la política romana en un espíritu popular anti romano,
que sin ser una expresión política abierta, iba poniendo los cimientos de un
ambiente nacionalista y demagógico en el que líderes políticos más agresivos
podrían apoyarse para llegar al poder.
En cualquier caso, hacia finales de 187 el partido “nacional”,
hábilmente dirigido por Filopemen, que todavía mantenía una postura moderada en
su idea central de defensa de la autonomía griega frente a Roma, había
recuperado el favor popular. Era previsible que en la siguiente elección de
estratego recuperara el poder. Pero antes era necesario volver a enviar una
embajada a Roma, para intentar justificar ante el senado el tratamiento
dispensado a su representante, Cecilio Metelo, en la asamblea de Argos. Para
dirigirla fue elegido un seguidor de Filopemen, Apolónides de Sición, el mismo
que se había opuesto a la alianza con Pérgamo.
Al llegar a Roma a principios de 186 Apolónides se encontró con
una desagradable sorpresa: los espartanos habían enviado su propia embajada.
Eso demostraba que el grupo dominante en la ciudad en ese momento, los antiguos
propietarios, restituidos a la ciudad por Filopemen tras la matanza de Compasio
el año anterior, mantenían la postura tradicional espartana de mantenerse
independientes del resto del Peloponeso. Los embajadores espartanos acusaron a
los aqueos de mantener un dominio tiránico sobre Esparta, imponiendo un
gobernador militar y un estado de excepción. Ante esto Apolónides defendió la
política de la Liga como la única posible teniendo en cuenta la situación a la
que había llegado Esparta, inmersa en una guerra civil que la llevaba a su
destrucción. Sólo incluyéndola en la federación tendría Esparta posibilidades
de sobrevivir. Era una forma de justificar la absorción forzosa de la ciudad
dentro de la Liga. El senado, fiel a su política de aumentar su influencia en
Grecia, terminó ordenando el envío de una nueva comisión senatorial, dirigida
por Apio Claudio Pulcher.
Pero el asunto más grave y urgente para Roma era el del
tratamiento infligido a Metelo, el anterior legado romano, en Argos. Apolónides
recalcó el hecho de que las leyes aqueas eran claras al respecto. Un
funcionario o diplomático romano, si no tenía una orden escrita del senado, no
podía ordenar la convocatoria de una asamblea aquea. El legado había pedido a
los magistrados aqueos que incumplieran sus propias leyes. Metelo, presente en
la discusión, se levantó para acusar violentamente a Filopemen y al partido
“nacional” de ingratitud, al negarse a seguir las recomendaciones del senado
que él había transmitido. Pero el senado no apoyó este alegato, ya que no veía
la necesidad de alimentar un conflicto diplomático con la Liga. La comisión
enviada a Grecia estudiaría los problemas, y se contentó con amonestar a las
autoridades aqueas. Es claro que Roma tenía el objetivo de mantener a todo
trance unas buenas relaciones con los aqueos, y estaba buscando una solución de
compromiso.
...recomendó a los aqueos
que, a los legados romanos que les fueran sucesivamente enviados, los
atendieran y les prestaran los honores debidos, tal y como hacen los romanos
con los emisarios que llegan a ellos. Polibio, 32. 12
Al regreso Apolónidas pudo informar de que el senado continuaba
manteniendo buenas relaciones con los embajadores aqueos, y la alianza con Roma
continuaba sólidamente afianzada, siendo respetada por las autoridades romanas
la autonomía institucional de los aqueos. El temor a los romanos, que había
dominado la política interna del año anterior, se aflojó, y el partido
“nacional”, recuperado el apoyo popular, al no temerse que su política de
mantener la independencia frente a las decisiones romanas provocara una ruptura
con Roma, se impuso. En las elecciones para estratego de 186 fue presentado
Licortas, el candidato derrotado el año anterior, en las que obtuvo la victoria
sin dificultad.
Una de las primeras decisiones del nuevo estratego fue la de
enfrentarse al desafío espartano de haber enviado una embajada independiente a
Roma. Los dos embajadores, Areo y Alcibíades, fueron juzgados por traición ante
la asamblea aquea, y fueron ambos condenados a muerte in absentia. No debe
extrañarnos el rigor de la sentencia. El problema espartano, como hemos visto
varias veces, levantaba pasiones muy fuertes, y el hecho de que los exiliados,
que habían sido reintegrados por los aqueos a su ciudad, arriesgándose éstos a
enfrentarse a los romanos, se presentaran ahora como acusadores ante Roma, tuvo
que causar una fuerte indignación. Para los aqueos la adhesión de Esparta a la
Liga no tenía vuelta atrás.
A mediados del verano de ese año el legado romano, Pulcher,
anunció su llegada al Peloponeso. Fue convocada inmediatamente una asamblea en
Clitor, en la Arcadia, para reunirse con la comisión romana. Desde el primer
momento la reunión fue tensa, puesto que Pulcher llegó acompañado por los embajadores
espartanos, los mismos que habían sido condenados a muerte en la asamblea
anterior. Su presencia como parte del séquito del embajador hizo cundir el
desánimo, por cuanto parecía que venía predispuesto contra los aqueos. Las
palabras del enviado romano confirmaron la impresión.
...puso de manifiesto que el
senado estaba profundamente contrariado por las quejas que habían presentado
ante él los lacedemonios. En primer lugar la matanza llevada a cabo en
Compasio... y en segundo lugar, tras ensañarse con las personas de aquella
manera, el no haber puesto límites a la crueldad en ningún terreno, demoliendo
las murallas de una ciudad nobilísima, aboliendo unas leyes antiquísimas y
suprimiendo la constitución de Licurgo, famosa en el mundo entero. Tito Livio,
39. 36
Los aqueos veían desalentados que transcurridos dos años, y a
pesar de todos sus esfuerzos, los romanos no cejaban en su crítica de las
decisiones del partido “nacional” sobre Esparta. Roma no estaba dispuesta a dar
por buena una política que se basaba en mantener la autonomía e independencia
de la Liga respecto a Roma. De hecho toda la cuestión se basaba en un
malentendido sobre lo que cada parte entendía por alianza. Para Filopemen y la
mayoría de los aqueos el acuerdo era entre dos iguales, de distinto poder pero
a la misma altura. Roma debía respetar lo decidido por los aqueos dentro de su
área de influencia, el Peloponeso. Eso podía ser cierto en épocas anteriores,
pero no en ese momento. El senado romano, tras la derrota de Antioco de Siria,
había interiorizado la idea de la superioridad de Roma sobre el resto del
mundo, y de la legitimidad de su intervención en los asuntos de cualquier otro
estado. Desde ese punto de vista, y dando por válida la buena fe de la alianza
con la Liga, los romanos no podían entender la tenacidad, que para ellos tenía
que verse como tozudez, de los aqueos partidarios de Filopemen en negarse a
cumplir al pie de la letra sus indicaciones, como, por otra parte, sí estaba
dispuesto a hacer el partido pro romano.
Licortas, como estratego de la Liga, trató de justificar de nuevo
los decretos aqueos sobre Esparta, rebatiendo una por una todas las acusaciones
de acuerdo al programa ya desplegado por embajadores anteriores en Roma: los
aqueos eran los garantes del orden en la zona, los espartanos obligaron a la
intervención por su continua discordia, la Liga actuaba de buena fe, tratando
de reducir las consecuencias del desorden en el que había caído Esparta, la
matanza de Compasio fue el resultado de los odios internos de la ciudad, pero
sobre todo, la Liga había acogido a Esparta como un igual.
...yo pienso que fueron los
tiranos los que les quitaron a los lacedemonios su antigua legislación, que
nosotros les dimos nuestras leyes y no les quitamos las suyas, que no tenían, y
que no prestamos un mal servicio a la ciudad al integrarla en nuestra Liga y
unirla con nosotros para que en todo el Peloponeso hubiera un único organismo y
una única Liga. Tito Livio, 39. 37
Porque ese era el punto central, básico. Los aqueos no podían
abandonar su idea de unificar todo el Peloponeso, el gran objetivo histórico de
la federación. Cualquier cesión en ese aspecto significaba, ni más ni menos,
aceptar la posibilidad futura de que la Liga se disolviera, tal y como estuvo a
punto de hacerlo en las grandes crisis federales del siglo III antes de Cristo.
Pero Pulcher no podía entender eso, centrado como estaba en la idea de asegurar
a todo trance la estabilidad de Grecia. Su decisión final resultó, para los
usos diplomáticos griegos, brutal.
Entonces Apio dijo que
aconsejaba encarecidamente a los aqueos que se mostraran indulgentes mientras
podían hacerlo por convencimiento propio, para no tener que hacerlo muy pronto
a la fuerza y en contra de su voluntad. Tito Livio, 39. 37
Esas palabras causaron lamentos y rumores en la asamblea, puesto
que podía parecer que el senado amenazaba con usar la fuerza, pero debemos
entenderlo, y así debieron entenderlo los dirigentes aqueos, como expresión de
impaciencia ante la firmeza aquea. Licortas, por tanto, respondió con cierta
aspereza que los aqueos no podían vencer los escrúpulos de actuar contra sus
propias leyes y juramentos. Que fueran los romanos los que decidieran lo que
había que hacer. Pulcher anuló entonces la sentencia que condenaba a muerte a Areo
y Alcibíades, los embajadores rebeldes. Lo demás sería decidido más adelante
por el senado. Mientras tanto, Esparta quedaría en una situación de
semi-independencia protegida por Roma.
Durante todo el año 185, bajo generalato de Filopemen, la situación
permaneció en suspenso. Esparta, formalmente autónoma, se fue dividiendo
irremediablemente en dos grandes bandos, el pro aqueo, interesado en mantener
el estado anterior, con la ciudad federada a la Liga, y el de los exiliados,
los antiguos propietarios, preocupados esencialmente en la cuestión de la
devolución de las propiedades, problema especialmente complejo tras varias
redistribuciones de tierra en los cincuenta años anteriores. De hecho ese
asunto amenazaba, ante los complacidos ojos de los aqueos, con convertirse en
el detonante de una nueva guerra civil, lo que obligaría a una nueva
intervención.
Pero un nuevo problema se presentaba para la Liga Aquea. El
autonomismo espartano amenazaba con extenderse a otro territorio recientemente
adherido a la federación, Mesenia. Su líder, Dinócrates, mantenía la pretensión
de separarla de la Liga, siguiendo el ejemplo espartano, con apoyo romano sobre
todo con el de Quincio Flaminio, con el que tenía una relación de amistad.
Recordemos que en 191 Mesenia se había entregado en deditio a Flaminio, y que
éste la había agregado a los aqueos, aunque quizás manteniendo un status
especial como región protegida por Roma. Todos esperaban ansiosamente el
momento de presentarse ante el senado que, cada vez con más nitidez, se
convertía en el tribunal de todos los conflictos entre los estados griegos.
Ese momento llegó a principios de 184, cuando el senado convocó
embajadas de aquellos estados griegos que tuviesen algún problema diplomático.
El resultado fue previsible.
...se congregó en Roma un
número tal de legados procedentes de Grecia, como quizás no se había visto
nunca hasta entonces... Polibio, 23. 1
Aunque la mayor parte de las embajadas se debían a problemas con
Macedonia, con un Filipo cada vez más agresivo, la llegada de los embajadores
espartanos desbordó la capacidad de comprensión y decisión del senado. La
embajada oficial estaba dividida en dos facciones enfrentadas, la de los pro
aqueos, dirigida por Seripo, y la de los exiliados regresados en 188, que a su
vez estaban divididos en dos grupos: los partidarios de la devolución íntegra
de las propiedades de los exiliados, encabezados por Lisis, y los partidarios
de un acuerdo económico entre antiguos y nuevos propietarios que redujera las
tensiones, quizás la facción más “oficial”, dirigida, de nuevo, por Areo y
Alcibíades. Independientemente apareció una cuarta embajada, la de los
exiliados en 188, dirigida por Querón, que pedía la vuelta de los deportados
por Filopemen a la ciudad y la reinstauración de las leyes tradicionales
espartanas, muy posiblemente una vuelta a la tradición revolucionaria de
Cleómenes y Nabis. Ante este caos el senado se declaró incapaz de alcanzar un
acuerdo aceptable para todos, y encargó a tres de sus “especialistas” en el
Peloponeso, Flaminio, Metelo y Pulcher, a los que ya hemos visto anteriormente,
que formaran una comisión que se encargara del problema espartano. Tras un
largo y complicado proceso de negociación se llegó a una solución de
compromiso.
En ese acuerdo se trató de contentar a todas las partes. Todos los
exiliados regresarían a la ciudad, en una especie de reconciliación nacional.
La ciudad seguiría incluida en la Liga Aquea, aunque quizás conservando algunas
leyes propias. Sobre el problema de las propiedades las partes se comprometían
a buscar una solución actuando de buena fe bajo la garantía romana. Una vez
conseguido el acuerdo, Flaminio intentó ampliarlo a los aqueos, por lo que el
texto fue presentado a su embajador, Jenarco. Para los aqueos el mantenimiento
de Esparta en la Liga era un triunfo relativo, pero no podían aceptar ni el
regreso de los exiliados de 188, que habían vetado varias veces con decretos de
la asamblea, ni la realidad de que fuera una decisión romana la que organizara
sus asuntos internos. El embajador aqueo trató de presentar algunas reservas,
pero Flaminio le presionó para que lo rubricara como solución de compromiso
establecida por el senado. Jenarco terminó firmando, y el senador Quinto Marcio
recibió el encargo de aplicarlo en el Peloponeso.
Sin embargo, al regresar Jenarco al Peloponeso, donde había sido
elegido nuevamente como estratego Licortas, tanto éste como Filopemen, el
estratego saliente, se negaron en redondo a reconocer el pacto alcanzado entre
Flaminio y los espartanos. El partido “nacional” no podía, en ningún caso,
aceptar la vuelta de los exiliados, ni limitar la soberanía de la Liga sobre
las ciudades que formaban parte de ella. La situación en Mesenia, cada vez más
tensa, explica esa postura. Dinócrates, el dirigente mesenio que exigía la
segregación, se había presentado en Roma como embajador rebelde de su
territorio para lograr el apoyo romano en el proceso de separación de la Liga.
A su vuelta fue acompañado por Flaminio, relacionado con él por lazos de
amistad. Éste, que no tenía ningún mandato específico del senado sobre el
asunto de Mesenia, trató de mediar con los aqueos, solicitando la convocatoria
de una asamblea federal en la que explicar los acuerdos a los que se habían
llegado respecto al problema espartano, y tratar de defender los intereses de
los mesenios. Los dirigentes aqueos pidieron fríamente que les indicara los
motivos por escrito y mostrara las credenciales oficiales del senado. Flaminio,
que no tenía ese mandato, no insistió, y abandonó su intento.
Pero después llegó Quinto Marcio, el enviado oficial del senado,
tras pasar por Macedonia. Reunido con las autoridades aqueas, éstas se
mostraron muy poco receptivas a las sugerencias del senado y, por supuesto, no
dieron por válido el acuerdo sobre Esparta. El legado terminó por retirarse sin
lograr ningún avance, furioso por lo que entendía como falta de colaboración
aquea en la resolución del conflicto. Pero los aqueos se estaban viendo muy
presionados por la creciente tensión con los mesenios, que estaban actuando ya
de forma autónoma a finales de 184. Cualquier concesión a Esparta sería
entendida como una muestra de debilidad, por lo que se mostraron dispuestos a
luchar hasta el final.
A principios de 183 el senado recibió el informe de Quinto Marcio
y convocó las embajadas de los estados griegos. Escuchó a los embajadores, pero
al final se centró en las indicaciones e impresiones del legado. Éste, al
referirse a los aqueos, se mostró muy descontento con la postura de la Liga, y
partidario de abandonarlos a su suerte.
Los aqueos no sólo se niegan
a traspasar cualquier asunto al senado romano, sino que, muy pagados de sí
mismos, se proponen resolverlo todo por sí. Con sólo que el senado les prestara
alguna atención y se les diera una leve muestra de conformidad, Lacedemonia se
reconciliaría al punto con Mesenia. Y acontecido esto, los aqueos acudirían muy
pronto a refugiarse junto a los romanos. Polibio 33. 9
Y aunque las posibilidades de una alianza entre mesenios y
espartanos, enemigos históricos, eran muy remotas, el senado siguió esas
indicaciones, y se negaron a responder en ningún sentido a las peticiones de
los embajadores aqueos y de Séripo, el dirigente espartano pro aqueo. Es
incluso probable que animaran en secreto a mesenios y espartanos a que se sublevaran
contra la Liga. Cuando los aqueos pidieron que se prohibiera prestar asistencia
desde Italia a los rebeldes mesenios, la respuesta del senado fue
extremadamente fría, casi hostil.
...ni aun en el caso de que
lacedemonios, corintios o argivos se salieran de la Liga aquea, los aqueos
deberían admirarse de que el senado romano considerara que ello no iba con
él... parecía una proclama dirigida a los que, pensando precisamente en los
romanos, proyectaban abandonar la Liga. Polibio, 23. 9
Roma, de esta manera, desafiaba a los aqueos a enfrentarse por sí
solos a la crisis que estaba a punto de estallar en el Peloponeso. La Liga
Aquea volvía a encontrarse en una encrucijada.
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