sábado, 13 de enero de 2018

Augusto Progo de Lis Grecia Frente a Roma Historia de la Liga Aquea Libro III  Polibio de Megalópolis 21 HORIZONTES DESPEJADOS

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 HORIZONTES DESPEJADOS
  
 El que sería el último gran historiador griego nació en Megalópolis a finales del siglo III a. de C. No conocemos su fecha de nacimiento con exactitud, pero podemos situarla en torno a 210-205. Es la que mejor encaja con su posterior carrera política, y permite comprender muchas de las opiniones vertidas en su obra. Hijo de Licortas, al que ya vimos como estratego, y nacido por tanto en una familia aristocrática dentro de la élite política megapolitana, estaba destinado desde su juventud a alcanzar los primeros puestos en la dirección de la Liga Aquea.
 Su nacimiento coincidió con el momento en el que Filopemen estaba reorganizando el cuerpo de caballería de la confederación, alrededor del núcleo de propietarios megapolitanos que hicieron de su ciudad el centro político de la Liga a inicios del siglo II a. de C. Siendo su padre uno de los lugartenientes de Filopemen, Polibio desarrolló desde la niñez una admiración sin límites por el veterano militar y estadista megapolitano, y llegó a escribir en su juventud una biografía, hoy perdida, de su héroe político. Obvio es decir que Polibio creció políticamente dentro del partido “nacional”, y formó parte de su cúpula rectora.
 Podemos trazar un paralelismo entre su desarrollo vital y sus ideas políticas. Demasiado joven como para conocer la primera Guerra Macedónica, que acabó en 205 con la paz de Fenice, sus años de infancia y adolescencia estuvieron marcados por el enfrentamiento de su ciudad natal con los espartanos, dirigidos por el tirano Nabis. Como consecuencia desarrolló un prejuicio antiespartano muy violento, centrado, sobre todo, en la figura de Nabis, al que caracteriza en su obra como un monstruo. Polibio hizo representar a los espartanos el papel de bestia negra de la federación, siempre dispuestos a la traición y el engaño para lograr su independencia política, e ingratos con los esfuerzos de la Liga por integrarlos, opinión que compartió con la mayoría de la opinión pública aquea de su tiempo. Una consideración semejante reserva para los etolios, la confederación rival de la Liga Aquea, sobre los que lanza también todo tipo de invectivas y acusaciones. Cuando Roma los humille en 189, Polibio lo considerará con satisfacción como el justo castigo de la “perfidia” etolia.
 Pudo ser testigo, en su infancia, de las violentas discusiones que en el seno de la Liga, y muy probablemente dentro de su propia familia, se desataron entre pro macedonios y pro romanos en los años 199-198, que desembocaron en la tumultuosa asamblea que aprobó la alianza con Roma en 198. No sabemos cuál fue la posición de su padre Licortas en ese debate –recordemos que la delegación megapolitana abandonó la asamblea antes de la votación decisiva en protesta por la ruptura con Macedonia–, pero sí que Polibio desarrolló una actitud ambivalente tanto hacia los reyes macedonios como ante Roma. Siempre trata en su obra con cierta simpatía a los monarcas macedonios, aunque sin ahorrarse críticas personales, y da la sensación de que tiende a lamentar los errores cometidos por esos reyes. Parecería como si en su obra flotara siempre una cierta melancólica evocación, la posibilidad de que la monarquía macedonia, en manos de un rey competente y enérgico, como el Filipo V de sus primeros años, hubiera sido capaz de mantener a raya a los romanos y asegurar la independencia de Grecia.
 Frente a Roma la ambivalencia es todavía más clara. Polibio siempre se dolió del destino de Grecia, que la empujaba a ser dominada por los romanos, a los que no podía dejar de ver como extranjeros bárbaros, por debajo de la pátina de helenismo que exhibían algunos de sus líderes. Pero al mismo tiempo, expresó una gran admiración por sus tradiciones e instituciones. La asamblea de Corinto de 196, a la que, con gran seguridad –tendría entonces unos doce años– asistió en compañía de su padre, tuvo que producirle una fuerte impresión. Allí descubrió toda la autoridad y majestad que Roma era capaz de desplegar, viendo al joven procónsul romano, Flaminio, declarar enfáticamente en nombre de Roma la libertad de Grecia. Roma, y sobre todo su aristocracia, fue para Polibio un modelo de lo que podía haber sido Grecia en manos de líderes hábiles y enérgicos, que aseguraran para su aristocracia, de la que él formaba parte, una posición de supremacía social y política.
 Los primeros años de su carrera política nos son desconocidos. Sabemos que desde muy joven participó en diversas embajadas, la más importante de las cuales fue la enviada a Egipto dirigida por su padre en 188. Sin duda ocupó magistraturas menores en su ciudad, pero las estrictas reglas de la Liga en cuanto a la edad de sus magistrados –la plenitud de derechos no se alcanzaba hasta los treinta años–, le impidieron desarrollar una carrera política temprana. Sin embargo no había dudas sobre su destino. Cuando en 183 murió Filopemen, durante la guerra con Mesenia, Polibio, como hijo del nuevo estratego Licortas, con veinticuatro o veinticinco años, fue el encargado de transportar las cenizas al cenotafio, un gran honor público y personal.
 Durante esos años de la juventud de Polibio la Liga Aquea alcanzó el cenit en su desarrollo. De la década que va de 180 a 170 no tenemos apenas ninguna noticia sobre ella, lo que indica a las claras la tranquilidad con la que transcurrió ese periodo. Todo parece indicar una consolidación del sentimiento unitario entre las distintas ciudades que la formaban, que había sido cuidadosamente fomentado por Filopemen en la década anterior. La asamblea se había establecido como una autentica depositaria de la soberanía federal, funcionando en la práctica como un parlamento. La figura del estratego había obtenido prestigio frente a la sociedad, reconocido y aceptado como cabeza de la federación.


 La Liga Aquea en 180
 Las tensiones internas entre las distintas ciudades parecían haberse diluido, aunque Esparta, con su posición singular, seguía manteniendo su particularismo, igual que, en menor grado, Mesenia y la Élide. Muy significativamente, en esos años comenzó a extenderse el uso de una moneda federal, acuñada por cada ciudad pero con motivos y valores comunes, signo evidente de una progresiva integración económica entre las distintas ciudades. El proceso de formación de un estado nacional, favorecido por una lengua y una cultura comunes, iba avanzando sin pausa, bajo el control de una aristocracia llena de confianza, que intentaba difuminar las diferencias locales y se estaba integrando como una aristocracia “nacional” aquea, cada vez más sólida y unida en torno a los resortes del poder federal. De nuevo no podemos dejar de pensar en la “europeización” de las élites políticas europeas, que por encima de particularismos nacionales siguen intentando, con mayor o menor éxito, una conciencia federal europea.
 Pero estos horizontes despejados pronto empezaron a cubrirse de nubes. Bajo la firme supremacía de la confiada aristocracia ciudadana que dominaba la Liga, bullía un sordo descontento. La crisis social que afectaba a todo el mundo griego seguía latiendo. Muchos pequeños y medianos propietarios, incapaces de sostener el ritmo de la inflación, se veían obligados a endeudarse con el riesgo subsiguiente de perder sus tierras. Y junto a ellos la gran mayoría de la población, sin acceso a la propiedad de la tierra, dependía de préstamos públicos y de repartos de alimentos. Sin una industria digna de tal nombre, y con la mayor parte de los puestos laborales en manos de esclavos, una parte de la ciudadanía veía cerrada toda posibilidad de prosperidad económica, reducida a un subproletariado urbano sin posibilidades de promoción. Sin mecanismos institucionales para participar en la vida política, entre los más desfavorecidos subsistía la esperanza en una revolución popular que redistribuyera la propiedad, a pesar de los fracasos de los gobiernos igualitarios espartanos y de la aparente solidez de las instituciones políticas. Muy significativamente, y de forma paralela al actual anti americanismo europeo, ese movimiento iba adquiriendo un barniz anti romano, en parte basado en un elemento de demagogia política de ciertos líderes, en parte en el hecho de que Roma era vista como un puntal del sistema social griego con su política de sostener los gobiernos aristocráticos en todo el mundo griego.
 Este conflicto social terminó por desarticular en esos años la Liga Etolia, la tradicional competidora de los aqueos. Los etolios habían intentado aplicar diversos programas de reforma, pero la crisis interna se agudizó tras la guerra de Antioco y la derrota ante Roma en 189. El malestar degeneró en una sorda guerra civil, que terminaría en matanzas y el exilio de muchos de los dirigentes del partido de los propietarios, y con la disolución progresiva de las estructuras políticas de la confederación. También los beocios y los tesalios se vieron envueltos en conflictos internos semejantes. Los aqueos mantenían, por el contrario, una estabilidad que parecía sólida. Bajo esa tranquilidad sin duda estarían apareciendo los primeros signos de un movimiento popular, a la espera únicamente de algún líder político capaz de convertirlo en una facción organizada, pero en la década de los setenta del siglo II a. de C. nadie estaba en condiciones de predecirlo.
 Donde mejor se reconoce esa confianza en el futuro es en el campo de las relaciones diplomáticas. Ya hemos visto en capítulos anteriores cómo las relaciones entre la Liga y Roma, a pesar de los conflictos que estallaron en el Peloponeso, continuaban siendo sólidas y amistosas, y el senado romano seguía considerando a la federación aquea como uno de sus aliados más fieles en Grecia. El prestigio internacional de la Liga se advierte con claridad en los intentos de todas las grandes monarquías helenísticas de establecer relaciones preferenciales con la confederación aquea. Esos esfuerzos eran especialmente evidentes en los casos del reino ptolemaico de Egipto y el reino de Pérgamo. En ambos casos el objetivo era el mismo. Tras la guerra Siria, de 192-189, la Liga Aquea había surgido como un estado sólido, que abarcaba a gran parte de las ciudades griegas y tenía una relación privilegiada con el poder romano. Establecer una alianza estrecha con ella permitiría tanto consolidar los lazos con Roma como conectar con un estado en alza.
 Egipto era, desde el siglo III a. de C., el tradicional aliado de la Liga, y en varias ocasiones su apoyo había permitido a la federación sobrevivir a graves crisis. En el siglo II a. de C., sin embargo, la decadencia de Egipto era cada vez más evidente, amenazado el reino por discordias internas y por la rivalidad con la corona seleúcida de Siria. Establecer relaciones con la Liga era para el reino del Nilo, por tanto, un objetivo de primer orden, como forma de conseguir sostenes externos para su supervivencia. El caso del reino de Pérgamo era distinto. Aliado de Roma y, tras las derrotas sucesivas de Macedonia y Siria con una posición preponderante en Asia Menor y el Egeo, la búsqueda de la alianza con los aqueos tenía un valor más de prestigio que de poder. Pérgamo era un reino reciente, que podía enfrentarse a reclamaciones tanto de los reyes macedonios como sirios sobre la totalidad de su territorio. La colaboración con la Liga significaba para ellos el reconocimiento por parte del estado más prestigioso del mundo griego en ese momento. De hecho, ya desde la segunda guerra macedónica el rey de Pérgamo, Atalo, había intentado convertirse en el protector de la Liga, asumiendo el papel que habían tenido anteriormente Egipto y Macedonia. Pero estos intentos chocaron con las intenciones e inclinaciones de las dos grandes facciones de la política aquea. Para el partido “nacional” la alianza con Pérgamo representaba la sumisión a la diplomacia romana, siendo Pérgamo el principal aliado de Roma en el Egeo. Desarrolló por el contrario una clara simpatía por Egipto, un aliado tradicional que en épocas de más poder se había mostrado un resuelto defensor de la libertad y la independencia de las ciudades griegas. El propio Polibio fue un activo defensor de esa alianza. Desde el otro bando, el partido pro romano siempre se inclinó por la alianza con Pérgamo, lo que hubiera creado un eje Roma–Liga Aquea–Pérgamo que aseguraría el control diplomático romano sobre Grecia y aislaría a Macedonia.
 Las rivalidades internas impidieron el desarrollo de ninguna de las dos alianzas. Egipto siguió siendo, por motivos más sentimentales que políticos, un amigo preferente de la Liga, aunque sin llegar a establecerse una coalición sólida. Mientras el rey Éumenes de Pérgamo, a pesar de sus esfuerzos, no pudo convertir unas correctas relaciones diplomáticas en una alianza efectiva. Lo mismo ocurrió con Antioco Epífanes, el rey de Siria, que inundó con regalos las ciudades griegas, tratando de ampliar su popularidad e influencia, pero con poco éxito. Fue generalmente considerado como un monarca excéntrico, que malgastaba los recursos de su reino en extravagantes intentos de crear una imagen de majestuosidad.

La expansión macedonia. 188-174
 Pero estas intrigas no ocultaban el hecho de que el centro de la diplomacia del mundo griego continuaba siendo Macedonia. A pesar de su derrota en 197 ante los romanos, la monarquía macedonia continuaba siendo la mayor potencia militar del Egeo. Tras la asamblea de Sición de 198 la Liga Aquea promulgó, por presiones del partido pro romano, entonces en el poder, una ley que prohibía bajo pena de muerte cualquier contacto con Macedonia, sobre todo con su rey. Ese encono fue atemperándose con el tiempo, pero la ley se mantuvo en vigor. Filipo V, por su parte, trató de reconciliarse con los romanos, colaborando lealmente con ellos con ocasión de la incursión de Antioco de Siria en 192, pero cuando intentó aprovechar la victoria para recuperar parte de sus territorios perdidos, fue severamente amonestado por el senado romano, que no estaba dispuesto a permitir el renacimiento de la potencia macedonia. Filipo tuvo que ceder y resignarse a las fronteras marcadas en 196. Despechado, comenzó a reconstruir concienzudamente su ejército, con vistas a un futuro ajuste de cuentas con sus antiguos enemigos griegos y, si se diera el caso, con la propia Roma. Pero sus esfuerzos se vieron ensombrecidos por la aparición de disensiones graves en el interior de su propia familia.
 Filipo tuvo dos hijos. Perseo, el mayor y heredero, pero hijo de una esposa secundaria, y Demetrio. En el curso de sus roces con los romanos Filipo utilizó a su hijo menor como embajador en Roma, y de hecho Demetrio terminó por ganarse el favor de una parte importante del senado, lo que le facilitó su tarea de consolidar la posición de su padre en la compleja lucha diplomática que las embajadas griegas desarrollaban en Roma, en defensa de los respectivos intereses de sus estados. Pero ese éxito lo enfrentó a su hermano Perseo, receloso de que el apoyo romano le incitara a competir con él por el trono a la muerte de Filipo.
 Lo que sucedió a continuación se nos presenta como algo confuso. Si creemos a Polibio, muy parcial contra Perseo, éste conspiró para acusar falsamente a Demetrio ante su padre de conjurarse con el senado romano para dar un golpe de estado. No podemos descartar que hubiera una base real en esa acusación, puesto que el senado siempre mostró una abierta preferencia por Demetrio como futuro rey macedonio. En 181 Demetrio murió asesinado y Polibio, y con él todos los autores antiguos, responsabilizaron a su padre y a su hermano de su muerte, aunque eso no es seguro. Su asesino tuvo que exiliarse, perseguido por los macedonios, y fue ejecutado más tarde por Perseo cuando éste ya era rey. El resultado obvio fue que, cuando Filipo V murió en 179, su hijo Perseo accedió sin problemas a la corona.
 La llegada de Perseo al trono macedonio fue la señal para el reinicio de las tensiones en el mundo griego. El nuevo rey disponía, gracias a las meticulosas economías de su padre, de grandes recursos y de un ejército sólidamente organizado. Sólo era cuestión de tiempo el que esos medios se volcaran en el intento de recuperar para Macedonia su antigua posición de potencia principal en Grecia. Desde muy pronto comenzó a expresar su simpatía, heredada de su padre, por los movimientos que por toda Grecia defendían la redistribución de las propiedades, la abolición de las deudas y la independencia política y diplomática frente a Roma, ganándose una cierta popularidad en la opinión pública griega, sobre todo entre los ciudadanos menos favorecidos. El nuevo rey macedonio recuerda poderosamente la figura de Putin, que desde su llegada al poder en Rusia en 2000 se ha esforzado por devolver a su país el estatus de gran potencia mundial, apoyándose en la recuperación económica rusa tras la profunda crisis del fin de la Unión Soviética. Como Rusia, Macedonia no dejó pasar ninguna oportunidad de recuperar peso diplomático en su antigua área de influencia.
 Perseo renovó los acuerdos y alianzas que su padre había establecido con Roma, pero era obvio para casi todos que Macedonia no se resignaría a permanecer mucho tiempo sometida a los dictados de la diplomacia romana. La crisis estalló repentinamente en 174. A principios de ese año Perseo, a la cabeza de su ejército, entró en la Dolopía para restablecer allí la antigua autoridad de los macedonios. A continuación franqueó las montañas y se presentó, con una pequeña fuerza, en Delfos, en el corazón de la Grecia continental, con la socorrida excusa de pedir un oráculo en el prestigioso santuario. Se trataba de volver a reactivar la diplomacia macedonia. Perseo comenzó entonces a enviar embajadas y mensajes a lo largo de todo el Mediterráneo, en un intento de recuperar para Macedonia su antigua posición internacional. Mandó legados a Cartago, causando la natural inquietud en Roma, y entabló relaciones dinásticas con los seleúcidas y con el reino de Bitinia, rivales tradicionales de Pérgamo. En el mundo griego consiguió atraerse cierta simpatía en Rodas, molesta con el apoyo romano a sus enemigos licios, y es más que posible que en las discordias internas en Etolia, Tesalia y Beocia, que se reactivaron en esos años, no fueran ajenos los contactos entre Perseo y las facciones más radicales de los movimientos “populares”. En medio de esos esfuerzos por recuperar para la corona macedonia la influencia que había tenido décadas antes en Grecia, trató de restablecer relaciones amistosas con la Liga Aquea.
 Ya vimos que tras la segunda Guerra Macedónica los aqueos habían descartado por ley cualquier tipo de contacto con Macedonia, castigándolo con severas penas. Un resultado inesperado fue que Macedonia se convirtió en refugio de todos los esclavos huidos del Peloponeso. Perseo decidió utilizar esa carta, y cursó un mensaje oficial a la asamblea aquea ofreciendo la reintegración sin costes de esos esclavos. No pasó desapercibido para nadie que Perseo intentaba así reanudar las relaciones diplomáticas con los aqueos, con el objetivo de recuperar parte de la autoridad que sobre la Liga había tenido su padre Filipo. De hecho la carta tuvo una acogida favorable en muchos ambientes políticos. Entre la masa popular la simpatía por los reyes macedonios y sus inclinaciones populistas se sumaba a la tradición de buenas relaciones con Macedonia de muchas ciudades, como Argos, Corinto, Megalópolis o Sición, así como al recuerdo de las liberalidades de Antioco Dosón y de Filipo V. El partido “nacional” aqueo, además, había recuperado el poder, y el pretor Jenarco leyó públicamente la misiva de Perseo. Eso provocó la protesta del partido pro romano, con Calícrates de Leonte a la cabeza.
 ¿Quien no ve, en efecto, que se intenta allanar el camino para una alianza con el rey, con la que se violaría nuestro tratado de alianza con Roma, de la que depende todo nuestro futuro? Tito Livio, 41.23
 De hecho, estaba renaciendo una vieja y fundamental cuestión de la política aquea. Para la Liga, como potencia menor, la cuestión de la hegemonía de Grecia era un asunto primordial. El que Perseo estuviera maniobrando para recuperar parte del prestigio que su padre había logrado a fines del siglo III a. de C., situaba a los griegos ante el mismo dilema que se discutió en la asamblea de Sición de 198: o Roma o Macedonia. Si entonces, amenazados por la guerra, los aqueos se habían inclinado ante el poderío romano, un cuarto de siglo después la situación había cambiado. Para los líderes del partido “nacional”, siempre renuentes a la intervención romana en los asuntos griegos, una Macedonia renacida podía ser utilizada como contrapeso para futuras disputas con el senado. La simpatía por Perseo en amplias capas de la sociedad aquea facilitaría, además, el apoyo popular y electoral para esa política. La frontal oposición de Calicrates y los filorromanos impidió la normalización de las relaciones, pero el camino estaba abierto para futuros intentos.
 Pronto los acontecimientos internacionales se precipitaron. En el interior de la Liga Etolia las disputas entre los propietarios y los movimientos populares favorables a la abolición de las deudas y la redistribución de las tierras provocaron el estallido de la violencia y el inicio de una feroz guerra civil. El senado romano se apresuró a enviar mediadores, pronto desbordados por las pasiones y odios levantados entre los dos bandos. La violencia se extendió por toda Tesalia y Perrebia, antiguos territorios macedonios. Sería ingenuo no ver detrás de estos conflictos la mano de Perseo, instigando a los partidos populares a levantarse contra los propietarios. Una embajada romana a Macedonia fue cortésmente rechazada en esa época por Perseo, que se negó a concederle audiencia. En Roma la preocupación aumentaba rápidamente, y la idea de que sería necesaria una intervención armada en Grecia iba tomando cuerpo. 

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