sábado, 13 de enero de 2018

Augusto Progo de Lis Grecia Frente a Roma Historia de la Liga Aquea Libro III  Polibio de Megalópolis 26 EL RIGOR DE ROMA

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 EL RIGOR DE ROMA

 Mientras los decenviros se desplazaban a Grecia a finales de 168, el senado recibió numerosas embajadas griegas que trataban de obtener las mejores condiciones posibles para sus ciudades y reinos. Los casos de las embajadas de Pérgamo y Rodas, los más antiguos aliados griegos de Roma, fueron característicos. Éumenes de Pérgamo envió a su hermano Atalo, que conservaba la simpatía de los romanos, en busca de ayuda para hacer frente a una invasión gálata. Pero el senado no sólo negó la asistencia, sino que trató de convencer a Atalo de que se enfrentara a su hermano y lo sustituyera en el trono con la ayuda romana. Atalo, tras considerarlo seriamente, terminó por declinar la oferta, que significaría convertir su reino en un protectorado de Roma, como ya lo era Egipto.
 El caso de Rodas fue más dramático. La hostilidad romana con los rodios iba en aumento, acusados de conspirar con Perseo contra Roma. La embajada no fue reconocida, se le negó hospitalidad y se comunicó a sus componentes que eran considerados como representantes de un estado enemigo. Uno de los pretores llegó incluso a proponer al pueblo la declaración de guerra. Los desgraciados embajadores, aterrorizados, comenzaron a recorrer las casas de los senadores como suplicantes, pidiendo clemencia. Gracias a la intervención en el último momento del tribuno de la plebe Marco Antonio la propuesta de guerra fue retirada, y se permitió a la embajada hablar en el senado. En un sumiso discurso del embajador Astímedes, los rodios se mostraron dispuestos a aceptar cualquier castigo a cambio de la paz, y tras acusar –lo que motivó la severa censura de Polibio– a otras ciudades y Ligas de actuaciones semejantes a las suyas, se entregaron a la discreción de Roma.
 Si os obstináis en vuestra ira... todos y cada uno de los rodios, hombres y mujeres, embarcaremos con todo nuestro dinero y, abandonando nuestros penates públicos y privados, vendremos a Roma, amontonaremos en el comicio, en el vestíbulo de vuestra curia, todo el oro y la plata tanto del Estado como de los particulares, y pondremos a vuestra disposición nuestras personas y las de nuestras mujeres e hijos... Tito Livio 45. 24
 Tras la salida de la embajada, y después de una discusión en la que se plantearon medidas muy duras, incluso la destrucción de la ciudad, el senado se contentó con arrebatar a Rodas todas sus posesiones continentales, y despojarla de su condición de aliada. Más adelante la base de la prosperidad económica de los rodios fue gravemente socavada con la declaración de la isla de Delos como puerto franco bajo la protección de Roma, que pronto monopolizó el comercio del Mediterráneo oriental. Rodas nunca llegaría a recuperarse de esos actos de venganza romana.
 Mientras, el cónsul Emilio aprovechó la llegada del otoño para efectuar una gira por Grecia, pasando por todos los grandes centros culturales y religiosos, igual que había hecho el cónsul Flaminio treinta años antes. Pero el ambiente en el que se realizó este recorrido, que trascurrió por algunas de las ciudades de la Liga Aquea, fue muy distinto tras las décadas transcurridas. Si Flaminio había recorrido Grecia con el ánimo de quien visita su patria espiritual, reconociendo la inferioridad cultural romana frente a la cultura griega, Emilio realizó, como representante de un poder superior, un auténtico “tour turístico” en el que visitó los lugares más pintorescos y famosos.
 Luego se fue a Atenas, llena a su vez de fama desde antiguo, sin duda, pero que tiene mucho que ver: la acrópolis, los puertos, las murallas que unen el Pireo con la ciudad, los astilleros, los monumentos de grandes generales, las estatuas de dioses y de hombres, que llaman la atención por los materiales y los estilos artísticos de todo género. Tito Livio 45. 27. 11
 Pocos textos muestran tan a las claras la decadencia política de Grecia en ese momento, cuando el valor esencial de una metrópoli como Atenas ha quedado reducido al papel de centro artístico y lugar de visita. Emilio se negó en el curso de su gira a entrar en conversaciones con los dirigentes políticos de cada ciudad, al contrario de lo que había hecho Flaminio en 197. Las ciudades griegas habían desaparecido como centros de poder, y las decisiones serían tomadas unilateralmente por los propios romanos. En cuanto llegó la noticia de la arribada de los decenviros procedentes de Roma interrumpió su viaje y convocó, a principios de 167, una conferencia general en Anfípolis, ciudad de la costa macedonia.
 En esa reunión se anunciaron las medidas que la autoridad de Roma iba a tomar respecto al futuro de Grecia. Ya desde la apertura de la reunión se subrayó quién tenía la dirección de la política griega.
 ... el nuevo poder soberano les ofrecía un aspecto sobrecogedor: el tribunal, la entrada dividiendo la gente a los lados, el heraldo, el asistente, todo era una novedad para sus ojos y sus oídos capaz de atemorizar incluso a unos aliados, cuanto más a unos enemigos derrotados. Paulo [Emilio], una vez que el lictor impuso silencio, anunció en latín las decisiones que había tomado el senado y las que había tomado él mismo de acuerdo con el criterio del consejo. El pretor Cneo Octavio –pues él también estaba presente– iba repitiendo sus palabras traducidas al griego. Tito Livio 45. 29



 La Paz de Anfípolis. 167
 Nuevamente el contraste con Tito Flaminio, que en 196 había proclamado la libertad de Grecia en el estadio de Corinto, muestra hasta qué punto Roma se sentía superior a las decadentes ciudades helenas. Emilio conocía perfectamente el griego, como todos los romanos instruidos, pero la puesta en escena de la autoridad romana, desconocida hasta entonces en Grecia, nos indica a las claras la decisión del senado de imponer su arbitrio. Respecto a Macedonia, Iliria y el Epiro se comunicó lo decidido por el senado sobre la eliminación de la monarquía y la partición de las dos primeras, aunque se mantuvo en secreto la resolución de entregar el Epiro al saqueo de las tropas, lo que se llevó a cabo pocas semanas después. No hubo ninguna resistencia u oposición, inútil, por otra parte. Con respecto al resto de Grecia la forma de actuar fue semejante en todos los casos: imposición de los políticos pro romanos de cada ciudad como nuevos dirigentes y exigencia de represión de todos aquellos de quienes se sospechara cualquier tipo de simpatía por los macedonios durante la guerra. Esto permitió a los pro romanos perseguir indiscriminadamente a sus rivales políticos. En la Liga Etolia las nuevas autoridades habían ejecutado una gran matanza de sus opositores políticos unos meses antes. Presentado el caso ante el cónsul su sentencia dio inicio a la caza de brujas.
 En la investigación concerniente a estos [los etolios] se trató más bien qué sector había apoyado a los romanos y cual al rey, y no tanto cuáles de ellos había cometido o sufrido desafueros. Los autores de las muertes fueron absueltos de culpa; el exilio de los desterrados fue ratificado, al igual que la muerte de los que habían sido ejecutados; el único condenado fue Aulo Bebio, por haber proporcionado soldados romanos para colaborar en la matanza. Tito Livio 45. 31
 Tras esta decisión los enviados de las distintas ciudades y estados, todos conocidos por sus simpatías pro romanas, y dispuestos a todo por conquistar el poder en sus lugares de origen, se lanzaron a una carrera ante el cónsul para acusar y destruir a sus rivales. Comenzaron a salir listas de presuntos colaboradores con Perseo en todas las ciudades griegas, acusación que bastaba a los romanos para ordenar su citación ante un tribunal en Roma. Pero el caso concreto de la Liga Aquea planteó un cierto problema para las autoridades romanas.
 La Liga había mantenido durante la guerra una cuidadosa lejanía de Perseo, negándose a aceptar ningún contacto con él, directo o indirecto. Por tanto, al contrario que en otros estados, los romanos no tenían ninguna prueba ni indicio de deslealtad, fuera de las sospechas derivadas de la tibieza mostrada durante el conflicto. Pero Calícrates utilizó toda su capacidad de persuasión para convencer a los romanos de la infidelidad de los dirigentes de la Liga.
 ... los que habían ayudado al rey no eran sólo aquellos que, fatuamente y sin rebozo alardeaban de huéspedes y amigos de Perseo, sino otros muchos, más numerosos, que le habían dado su apoyo a escondidas, que, so pretexto de defender la libertad, en las asambleas lo habían amañado todo en contra de los romanos. La única forma de que aquellos pueblos se mantuvieran leales era quebrar la moral de las facciones contrarias y alimentar y reforzar la autoridad de quienes tenían puesta la mirada únicamente en el poder de Roma. Tito Livio 45. 31
 Por otro lado, además, la Liga era, en ese momento, el estado más compacto y confiado en sí mismo de toda Grecia. Era previsible una resistencia activa por parte de la asamblea y del influyente partido “nacional” de Licortas y Arcón. De hecho, los romanos temían por la integridad personal de Calícrates y del resto de los líderes del partido pro romano, si éstos se presentaban en el Peloponeso exigiendo la condena de todos los dirigentes del gobierno de la confederación. Para protegerlos Emilio decidió poner en escena la autoridad romana como instrumento de la ambición de poder de Calícrates. Dos de los decenviros más prestigiosos, Cayo Claudio y Cneo Domicio, acompañarían al aqueo, y forzarían la convocatoria de una asamblea con un edicto consular que obligaría a la Liga a atender sus demandas.
 Cuando se reunió la asamblea federal aquea, en una ciudad que desconocemos, quizás Egio, la ansiedad ante la decisión de las autoridades romanas era máxima. Uno de los legados romanos tomó la palabra y presentó una durísima exigencia.
 ... declaró que mientras Perseo estuvo en guerra con Roma los más influyentes aqueos, además de apoyarle en general, le   habían ayudado con dinero. Así que él exigía de los aqueos su condena a muerte. Después de la condena, dijo, él mismo descubriría los nombres de los culpables. Pausanías, Acaya 10. 8
 Un estremecimiento de terror tuvo de sobrecoger a la audiencia durante el discurso. Ya vimos que las posturas que defendían la neutralidad entre Roma y Macedonia, si no una franca simpatía hacia Perseo, eran claramente mayoritarias entre los aqueos. Una condena genérica antes de conocer la identidad de los acusados, que con gran seguridad designaría Calícrates entre sus rivales, podía significar para muchos su propia sentencia de muerte. Las protestas fueron por tanto vehementes y multitudinarias. Era totalmente ilegal e injusto un juicio sin conocer previamente el nombre de los acusados. Ante un argumento tan evidente el legado romano tuvo que cambiar de táctica. Serían acusados todos los cargos públicos, fundamentalmente los estrategos, que desarrollaron su mandato durante la guerra. Nuevamente la asamblea estalló en protestas. En medio del tumulto pidió la palabra el moderado Jenón, uno de los más reputados y respetados líderes políticos de la Liga, que trató de encauzar la acusación romana hacia un marco legal.
 Yo mismo he servido a los aqueos como estratego, pero no soy culpable de ninguna traición contra Roma ni de amistad con Perseo. Yo estoy por lo tanto dispuesto a presentarme a juicio tanto ante la asamblea aquea como ante los romanos mismos. Pausanías, Acaya 10. 9
 Las palabras de Jenón fueron recibidas con muestras aprobación por los aqueos presentes, por cuanto implicaba un juicio legal y justo, pero eso dio al delegado romano la oportunidad que esperaba. Tras anunciar que aceptaba que fueran convocados a juicio ante el senado romano todos aquellos sospechosos de colaboración con Macedonia, delegó en Calícrates la elaboración de las listas de acusados. Obviamente el líder pro romano puso en la nómina de imputados a sus rivales políticos en todas las ciudades de la federación. Más de mil individuos fueron obligados así a presentarse en Roma, incluidos la casi totalidad de los dirigentes del partido nacional, entre ellos Polibio de Megalópolis. Por este acto Calícrates pasó a encarnar el prototipo de traidor a la causa de la libertad griega, y aunque pudo sin dificultad monopolizar, para él y para su partido, la dirección política de la Liga, cosechó también un odio feroz de la mayor parte de la población, resentimiento que se mantuvo durante años.
 Sería difícil enumerar totalmente los silbidos que se les dirigían en las celebraciones comunes de los aqueos, y las burlas cuando alguien se disponía a anunciar un hombre de esos de que tratamos. Incluso los niños que salían de las escuelas e iban por las calles, si se cruzaban con ellos, se atrevían a chillarles: “¡traidores!”. Tal fue el desprecio y el odio en que incurrieron... Polibio 30. 29
 Cuando el numeroso grupo de acusados comenzó a llegar a Roma, las autoridades romanas se enfrentaron a una situación desconcertante. Los aqueos habían sido enviados desde Grecia por una iniciativa personal de los decenviros, con unos cargos genéricos y sin ninguna prueba excepto el haber sido incluidos en una lista de sospechosos por un rival político. Ningún juicio formal podría salir adelante con una base tan endeble, y una condena demostraría a las claras la arbitrariedad romana contra un estado griego. Ante este dilema el senado prefirió creer que, como en otros estados griegos, los acusados habían sido ya juzgados y condenados por sus conciudadanos a la deportación en Italia. Por tanto se comenzó a distribuir a los reos entre las ciudades de Etruria, bajo la amenaza de muerte para todo aquel que abandonara su confinamiento. Para los senadores el caso quedaba así cerrado.
 Conforme pasó el tiempo los ánimos fueron serenándose, tras la retirada de las fuerzas romanas de Grecia en el verano de 167. Las noticias de la actuación del senado respecto a los acusados causó la natural indignación en la Liga, aunque la situación política, dominada por Calícrates y los pro romanos, ralentizó los esfuerzos por rescatar a los exiliados. Por fin en 165 una embajada aquea, encabezada por Eureas, llegó a Roma con el objetivo de aclarar la situación. Hubo al menos otra anterior, cuyas circunstancias nos son desconocidas. En cualquier caso Eureas presentó la postura mayoritaria entre los aqueos respecto a la situación.
 ... la Liga Aquea ni oyó jamás ante un tribunal a los acusados, ni emitió juicio acerca de ellos. Ahora demandaba al senado que considerara el caso de estos hombres, que los juzgara, y que no permitiera que perecieran sin juicio. Pero su principal requerimiento era que explicara de qué acusaciones eran reos. Y si el senado romano no podía hacerlo debido a sus muchos problemas, que confiase el asunto a los aqueos, que procurarán tratar con rigor a los culpables. Polibio 30. 32
 La demanda puso en un dilema a los senadores. Sin duda algunos de ellos preferirían ceder la decisión a los propios aqueos, mitigadas las desconfianzas y rencores del final de la guerra con Perseo. De hecho las fricciones con Pérgamo o Rodas, tan vivas al final del conflicto, iban paulatinamente suavizándose, reducida la animosidad romana. Pero el senado no podía dejar de ver que resignar en manos de la Liga la suerte de los desterrados reavivaría los enfrentamientos internos, y pondría en peligro la posición de dominio de Calícrates y los pro romanos, en clara minoría dentro de la opinión pública aquea. No cabía, por tanto, ni permitir el regreso de los desterrados ni reabrir la discusión con un juicio en Roma.
 De modo que se formuló la respuesta siguiente: “Juzgamos que no conviene ni a los romanos ni a vuestros pueblos que estos hombres se reintegren a sus países.” Polibio 30. 32
 La contestación fue un jarro de agua fría para los deportados y sus familiares, y desalentó por completo a sus partidarios en Grecia. Sin un acuerdo del senado no había esperanza de perdón y vuelta a la patria. En la federación, Calícrates y su partido, sostenidos por los romanos, no tuvieron dificultades para controlar los resortes del poder y convertir la Liga Aquea en un estado satélite. El control de Roma sobre los estados griegos fue desde entonces absoluto, por más que formalmente siguieran siendo estados independientes.


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