2.
LA CONFEDERACIÓN DE LOS
AQUEOS
La liga o confederación de ciudades, la sympoliteia, era una institución política muy antigua en el mundo
helénico. Para los griegos cada ciudad, la polis,
era totalmente independiente y soberana. Pero también existían lazos
culturales, religiosos o étnicos que las hermanaban entre sí. Eso dio lugar al
establecimiento de instituciones comunes, aunque se aceptaba de forma universal
la plena soberanía de las ciudades, que establecían entre sí relaciones
diplomáticas y alianzas a la manera de los estados modernos.
Esta situación cambió radicalmente con la irrupción de los
macedonios. Desde 338, tras la batalla de Queronea, Filipo II de Macedonia
dominó toda Grecia, aplastó la independencia política de las ciudades y forzó
la creación de una confederación panhelénica, la Liga de Corinto, bajo dominio
macedonio. Después de la muerte de su hijo Alejandro Magno en 323 y la
subsiguiente desintegración del imperio macedonio en reinos rivales, Grecia se
convirtió en el campo de batalla de la lucha entre las distintas cortes
macedonias, que compitieron muy intensamente por el control de las principales
metrópolis, jugando con sus rivalidades tradicionales. Para la mayor parte de
las ciudades fue imposible desafiar con éxito esas amenazas, por la insuficiencia
de los recursos locales para oponerse a los grandes ejércitos de los reinos
macedonios y a sus masivos sobornos. En la mayor parte de los casos se vieron
obligados a aceptar la subordinación política al reino que predominara en cada
momento.
Es en este escenario en el que aparecen las primeras ligas
helenísticas. Éstas tenían una esencia distinta a las alianzas que hasta
entonces habían conocido los griegos. Al contrario que confederaciones
anteriores de las épocas arcaica y clásica, las ligas helenísticas se basaban
en la cesión de parcelas de soberanía por parte de las ciudades a nuevas
instituciones comunes: una asamblea federal -con poderes legislativos y
judiciales-, un ejército conjunto y un cuerpo de magistrados con poderes
ejecutivos. Las ciudades perdieron así parte de su tradicional independencia,
aunque no su individualidad. Este movimiento de federación, que surgió de forma
espontánea, posibilitó la puesta en común de recursos económicos y militares,
lo que dio a las nuevas ligas cierta capacidad de resistir las ambiciones de
los grandes reinos macedonios.
Los paralelos con la Europa del siglo XX, esencialmente tras los
desastres de las dos Guerras Mundiales, son claros. Igual que en Grecia, los
padres de la unificación europea respondían con sus llamamientos a la
constatación de una posición de debilidad frente a los grandes colosos
estadounidense y ruso, y la cruel realidad de que la fragmentación política de
Europa condenaba, a las hasta entonces pujantes naciones europeas, a un papel subordinado.
Igual que en Grecia, existía la idea, cada vez más acuciante, de que las
rivalidades nacionales, las guerras en las que las naciones-estado europeas se
enzarzaban desde los inicios de la Edad Moderna, no hacían más que acelerar el
proceso de dependencia política, militar y económica. E igual que en Grecia, la
unidad supranacional fue vista como única salida.
La primera gran confederación griega helenística fue la Liga
Etolia. Los etolios eran un pueblo situado al norte del golfo de Corinto, considerado
por los demás helenos como semibárbaro. Amenazados directamente por el pujante
poder macedonio, estaban ya organizados como confederación desde mediados del
siglo IV antes de Cristo. Ésta se basaba en un ejército común, reunido como
asamblea dos veces al año, con un general único y un consejo permanente que
actuaba como gobierno conjunto. A partir de entonces se convirtieron en un
rival a tener en cuenta por el reino de Macedonia y en una amenaza para el
resto de los estados griegos. Los etolios, temidos como peligrosos piratas,
penetraron hasta Grecia central, dominaron Delfos –el gran santuario
panhelénico– y su influencia llegó a alcanzar el Peloponeso.
La Liga Aquea apareció en un contexto distinto. La Acaya es la
comarca situada en el norte del Peloponeso, en la costa meridional del golfo de
Corinto. La tradición, recogida por Polibio y Pausanías, convierte a los aqueos
en los restos del pueblo micénico, empujado por los dorios hacia esa región en
la época heroica. Según la leyenda habrían mantenido una monarquía encarnada
por los herederos de Agamenón, descendientes de un tal Tisamenes, hijo
legendario de Orestes. Esto es especialmente significativo, pues parece indicar
que los aqueos se consideraron a sí mismos como los herederos del mundo micénico,
y se sentían con derecho a reclamar el dominio de todo el Peloponeso en nombre
de Agamenón, que fue, de acuerdo con los mitos, el gran soberano de toda la
península. Bajo el reinado del último rey, Ogigo, de fecha incierta, quizás a
mediados del siglo VII antes de Cristo, el reino fue atacado por los
espartanos, que eliminaron la monarquía y establecieron gobiernos locales
dominados por las aristocracias propietarias. Estas ciudades independizadas
conservaron su relación entre sí, y constituyeron una confederación sobre bases
étnicas y religiosas.
Esta federación se mantuvo relativamente aparte de los grandes
acontecimientos políticos de las épocas arcaica y clásica, y guardó una
neutralidad estricta apoyada en su posición excéntrica respecto a los grandes
centros de poder, incluso cuando los persas amenazaron Grecia a principios del
siglo V antes de Cristo. Conservaron -quizás sólo algunas de las ciudades-, una
cierta simpatía por Esparta, pero cuando en 433, en los inicios de la Guerra
del Peloponeso, una flota ateniense atacó el golfo de Corinto, los aqueos
firmaron un acuerdo con Atenas contra Corinto y Esparta. Esa alianza fue,
obviamente, muy breve. A mediados del siglo IV antes de Cristo, en los
conflictos entre Esparta y Tebas, los aqueos apoyaron sucesivamente a Esparta
y, cuando Epaminondas invadió el Peloponeso y derrotó a los espartanos, a
Tebas. Está claro que la capacidad de resistencia de Acaya era muy limitada y,
aunque se mantuvo neutral en las confrontaciones entre las principales polis griegas,
se vio obligada a doblegarse ante la fuerza cuando fue amenazada directamente
su área geográfica. Nunca fue tenida en cuenta por las potencias en lucha,
excepto como auxiliares o como campo marginal de operaciones.
La invasión macedonia en el siglo IV antes de Cristo cambió la
situación. La monarquía macedonia, como poder imperial, exigió un control total
del territorio y la sumisión de los distintos estados. Las ciudades aqueas,
como el resto de las ciudades griegas, tuvieron por tanto que aceptar
guarniciones militares de los sucesivos reyes macedonios. Algunas de ellas
sufrieron incluso la aparición de tiranos, aristócratas ambiciosos que buscaban
el apoyo de los reyes macedonios para hacerse con un poder personal en su
ciudad. A principios del siglo III antes de Cristo la situación en la zona
tendió a hacerse inestable, conforme los enfrentamientos entre los reinos se
generalizaron, y las ciudades se convirtieron en presas que cambiaban de mano
de acuerdo a los cambios de fortuna de los monarcas macedonios.
Pero a partir de 285 el escenario se transformó de nuevo de forma
bastante brusca. Las muertes sucesivas de Casandro, Lisímaco y Pirro, y la
derrota de Demetrio Poliorcetes ante Seleuco de Siria, dejaron al reino de
Macedonia sin monarca, sumergido en una guerra civil, y permitieron a Grecia
liberarse de la presión militar. En 273 Antigono Gonatas, hijo de Demetrio,
recuperó el control definitivo del reino, pero para entonces había aparecido ya
el germen de la moderna Liga Aquea. En 280 cuatro ciudades, Patrás, Dime,
Tritea y Feras, situadas en el extremo noroeste del Peloponeso, se habían
federado en un estado unificado. Bajo la advocación común del templo de Zeus
Hamario, en el monte Panaqueo, la federación se basaba en una ciudadanía común,
la igualdad de derechos entre las ciudades, el rechazo a los tiranos y a los
macedonios, y el mantenimiento de regímenes que respetaran las libertades
básicas. Elegían por riguroso turno dos generales y un secretario, que dirigían
un ejército y una hacienda común junto a un consejo de diez miembros, los
damiurgos -designados por rotación entre las distintas ciudades-, con funciones
de gobierno en los asuntos federales. Una asamblea general, la boule, abierta a todos los propietarios
de más de treinta años, era la depositaria de la soberanía de la federación,
pero sólo era reunida dos veces al año, en primavera y en otoño, y estaba
mediatizada en su acción legislativa por los magistrados, que eran los únicos
que podían presentar mociones a votación. Existía otra asamblea, synodos, compuesta por delegados
enviados por cada ciudad para tratar los asuntos cotidianos de gobierno, que se
reunía varias veces al año. Era una auténtica asamblea representativa. Para
temas específicos o urgentes las ciudades podían enviar a sus propios
dirigentes a otro tipo de asamblea, la synkletos,
pero esta sólo tenía capacidad para decidir sobre el asunto para el que era
convocada, y estaba supeditada a la corroboración de la asamblea general. Se
trataba, por tanto, una administración democrática, pero con un estrecho
control por parte de la aristocracia de las distintas ciudades, de acuerdo con
el principio de soberanía mixta defendido por Aristóteles.
En su origen la Liga Aquea no pasó de ser una pequeña mancomunidad
comarcal, –que recuerda la formación del Benelux en 1943-1944, la unión de
Bélgica, los Países Bajos y Luxemburgo en medio de las tempestades de la
Segunda Guerra Mundial,– pero su constitución tuvo la suficiente flexibilidad
para hacerse atractiva a las pequeñas ciudades de los alrededores, por su
respeto a las leyes locales, la igualdad estricta entre sus miembros y el
mantenimiento de los regímenes oligárquicos, música para los oídos de las
aristocracias de las ciudades peloponesias, diezmadas por décadas de enfrentamientos
internos y guerras. La Liga representaba la posibilidad de adoptar una
estructura institucional regular, que les permitiera romper el círculo vicioso
de tiranías y revoluciones y sus previsibles secuelas en forma de
enfrentamientos internos y exilios masivos. Muy pronto las ciudades
circundantes se fueron uniendo a la pequeña federación.
En 275 Egio expulsó a su guarnición macedonia y solicitó su
adhesión, tomando rápidamente el papel de capital de la federación. Poco
después fue Bura, cuyo tirano fue depuesto y asesinado por Margos de Carinea,
un exiliado, la que entró en la unión. Margos fue el primer líder conocido de
la Liga Aquea, aunque no conocemos prácticamente nada sobre su actuación
política, fuera de su lucha contra los regímenes tiránicos y los macedonios. El
tirano de la propia Carinea, Iseas, sometido a fuerte presión por la Liga,
abdicó en ese momento y unió su ciudad a la federación. Por la misma época
entraron otras ciudades, como Leontio, Pelene y Egia, todas de la zona norte
del Peloponeso.
La Liga Aquea 280-253
La expansión de la Liga
estaba inmersa en el conflicto que, por el control de Grecia, enfrentaba a
Egipto y Macedonia. Ptolomeo II de Egipto sostuvo activamente, sobre todo con
grandes cantidades de dinero, a los partidos “demócratas” frente a los tiranos
sostenidos por Macedonia. La Liga Aquea fue, en último término, un triunfo de
Egipto, que conseguía así un poderoso punto de apoyo en la Grecia occidental.
En 268 Ptolomeo II respaldó la formación de una gran alianza de las ciudades
griegas contra Macedonia, dirigida por Cremónides de Atenas, en la que
participó la Liga. La guerra de Cremónides se inició en 266. La gran ventaja de
Antígono Gonatas, el rey macedonio, fue el control de Corinto, en concreto de
su acrópolis, el Acrocorinto, lo que le permitía mantener separada a Atenas de
sus aliados peloponesios. En 265 derrotó a los espartanos frente a Corinto, con
lo que la coalición peloponesia, de la que formaba parte la Liga Aquea, se
disolvió. A partir de entonces inició el bloqueo de Atenas, que tuvo que
rendirse en 262. La posición macedonia en Grecia se había fortalecido. En 255
Ptolomeo reconocía en un tratado el predominio de Macedonia en Grecia.
Precisamente en ese momento, en 256, los aqueos reformaron su constitución,
nombrando un general único, el strategos,
en vez de dos, como habían hecho hasta entonces. Ese estratego era ahora
elegido por la asamblea general que se celebraba todos los años en primavera.
Su mandato duraba un año, y no podía ser renovado al año siguiente, aunque sí
de forma alterna. El primer elegido fue Margos de Carinea. No hay duda alguna
de que la derrota de Egipto causó un gran temor. Había sido hasta ese momento,
con su apoyo económico y diplomático, un sostén fundamental para la causa de
las ciudades griegas. Su retirada puso a la Liga en estado de emergencia, lo
que explica la creación de un mando personal en la figura de su líder más
carismático. A partir de entonces la figura del general en jefe se mantuvo
hasta los últimos tiempos de la federación, lo que parece indicar el éxito en
la resolución de la crisis.
Un acontecimiento inesperado alivió el apuro del Peloponeso, y por
tanto de la Liga Aquea. En 253 el gobernador macedonio de la fortaleza del
Acrocorinto se rebeló contra Antígono de Macedonia por sugestión de Ptolomeo
II, nada dispuesto a rendirse definitivamente. El paso de Macedonia hacia el
Peloponeso quedó de nuevo bloqueado. La Liga había sobrevivido a una grave
crisis, y los tiranos de las ciudades de la zona, hasta entonces sostenidos por
Macedonia, quedaron así nuevamente abandonados a su suerte. Fue justo en esos
tiempos cuando Arato de Sición, aupado al poder en 251, como ya vimos en el
capítulo anterior, solicitó el ingreso en la Liga Aquea.
La Liga era por entonces una débil federación de pequeñas
ciudades, sin un gran papel en la política de la época, y creada sobre unas
bases étnicas y políticas a las que Sición, de origen dórico, era ajena. Quizás
el único paralelo contemporáneo que podamos rastrear de la incorporación de
Sición a la Liga es el de la estrambótica unión franco-británica que, en mayo
de 1940, planteó Wiston Churchill. Como entonces, una amenaza exterior que
parecía irresistible, la supremacía macedonia en el siglo III antes de Cristo o
la amenaza de la Alemania de Hitler en el siglo XX, impulsó a un líder político
a aplicar soluciones desesperadas. La diferencia es que en 1940 la negativa
francesa condenó el intento del premier británico a no ser más que un lejano
antecedente del ingreso del Reino Unido en el Mercado Común Europeo. En 251
antes de Cristo la entrada de Sición en la Liga Aquea marcaría la historia del
Peloponeso, y quizás de Grecia, en los siguientes cien años.
Plutarco no nos da en su biografía de Arato ninguna indicación o
pista sobre las causas de su decisión. Polibio, más cercano a los
acontecimientos, puntualiza que Arato “...
desde el principio se había convertido en partidario apasionado de las
instituciones de la Liga Aquea.”
Estas se basaban, según el mismo Polibio, en la lucha contra la
tiranía:
La política de los aqueos
fue siempre la misma: conservar entre ellos la igualdad de derechos y la
libertad de expresión, luchar y pugnar sin descanso contra los que, por ellos
mismos o mediante tiranos, querían esclavizar sus ciudades... la libertad y la
armonía entre los griegos eran la única recompensa que pedían por su esfuerzo,
que siempre ponían a la disposición de sus amigos. Polibio. 2.42
Dejando a un lado el entusiasmo de Polibio, que recordemos fue
magistrado de la Liga Aquea en su época, podría parecer que la decisión de
Arato se debió más a razones ideológicas y de filosofía política que a la
oportunidad política. El pensamiento de constituir un gran marco político
nacional para las polis griegas, capaz de asegurar el orden interior y
permitirles resistir las presiones de las grandes monarquías helenísticas, se
desarrollaba desde el siglo IV antes de Cristo. Sin duda la idea de un
movimiento de integración de las ciudades griegas estaba en el ambiente.
Grandes personajes, sobre todo atenienses, habían defendido el establecimiento
de una gran unión panhelénica bajo dirección de Atenas durante el siglo IV
antes de Cristo. Arato creció en ese ambiente cosmopolita, en contacto con
exiliados de todo el Peloponeso, por lo que es muy creíble que ya desde su
juventud la idea de colaborar en la creación de una federación de ciudades
griegas formara parte de sus fantasías políticas.
Pero los aspectos ideológicos no pueden ocultar el marco
estratégico-político inmediato. Un personaje clave en la decisión de Arato fue
Ptolomeo II de Egipto, que mantuvo siempre el interés en oponerse a la
expansión del reino de Macedonia. Plutarco nos informa de que Arato recibió de
él veinticinco talentos tras la entrada de Sición en la Liga en 251. Poco después
realizó un accidentado viaje a Egipto, donde obtuvo los recursos económicos
necesarios para mitigar los conflictos internos de la ciudad. Los caudales
obtenidos, ciento cincuenta talentos, fueron distribuidos entre los ciudadanos
perjudicados económicamente por la vuelta de los exiliados y la devolución de
sus antiguas propiedades. Arato se aseguró así una posición dominante dentro de
su ciudad, y pasó a ser, por su prestigio social y económico, por su éxito al
desactivar la crisis interna y por sus apoyos en el exterior, el líder
indiscutido de Sición.
La conexión diplomática era evidente. Hacia 246 se nombró a
Ptolomeo III Evergetes, el nuevo rey de Egipto, estratego de la Liga Aquea,
nombramiento honorífico sin valor real pero muy significativo de la alianza
entre los aqueos y la corte egipcia, a la que ya nos referimos anteriormente.
Arato lograba así un importante sostén exterior frente a la presumible reacción
macedonia, a la vez que eliminaba posibles disidencias internas que sirvieran
de apoyo o excusa para una intervención macedonia en Sición. Ante esto Antígono
Gonatas trató de abrir vías de acercamiento a Arato, ya que Sición había sido,
hasta entonces, un bastión de la influencia macedonia en la zona. Es posible
que el contacto tuviera algún fruto, puesto que Plutarco pone en labios de
Antígono un encendido elogio de Arato:
... antes me miraba con
indiferencia, y poniendo lejos sus esperanzas buscaba la riqueza egipcia. Pero
ahora, tras ver con sus propios ojos Egipto, se ha pasado a nuestro bando
incondicionalmente. Lo tomo por tanto bajo mi protección, con la idea de
servirme de él para todo, y deseo que lo tratéis como un amigo. Plutarco,
Arato 15
Es obvio que Arato, enfrentado a la agitada diplomacia de la
época, jugaba a varias barajas, aproximándose a Macedonia sin perder de vista
la colaboración con Egipto. Arato esperaba su oportunidad, y con la adhesión de
su ciudad a la Liga Aquea contaba con conseguir recursos para actuar de forma
independiente. El poder económico y demográfico de Sición, y su prestigio como
gran centro urbano regional, le dio rápidamente una posición predominante entre
las pequeñas y provincianas ciudades que hasta entonces integraban la
federación. Pronto llegaría la ocasión de usar en su propio beneficio esa fuerza
renovada.
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