viernes, 12 de enero de 2018

Javier Negrete:La Gran Aventura De Los griegos XVI. El ascenso de Macedonia

UNA POLÉMICA PARA EMPEZAR
La antigua Macedonia se reparte hoy entre dos países: Grecia y FYROM, acrónimo de FormerYugoslav Republic of Macedonia, o Antigua República Yugoslava de Macedonia. La FYROM fue reconocida por la ONU en 1993, pero sus relaciones con la vecina Grecia han sido tirantes desde el primer momento. La hostilidad llega incluso, o sobre todo, a los estudios históricos, como me ha comentado algún arqueólogo que ha tenido ocasión de trabajar allí. Dicha tensión tiene raíces étnicas -qué triste y qué habitual es decir esto a principios del siglo xxi-, y uno de sus puntos de roce más ásperos es la polémica sobre el idioma que se hablaba en la Macedonia de los tiempos clásicos. Un debate que aquí es puramente académico y que allí se convierte en una refriega política.
El gentilicio «macedonios» podría derivar de un término griego, makednós, «alto». En ese caso, vendría a significar «montañeses», al igual que otros gentilicios griegos como «orestas», que deriva de óros, «monte». En cuanto a la lengua macedonia, por desgracia se sabe muy poco de ella. De las escasas palabras que nos han llegado, algunas son griegas y otras no lo parecen tanto. Entre los expertos españoles en lenguas indoeuropeas, Francisco Villar opina que el macedonio era una cosa muy diferente del griego, aunque con los pocos textos disponibles reconoce que no se puede saber con certeza (Villar, 1996, p. 333). Según Adrados (Adrados, 1999, p. 37), cuando los dorios y los griegos del noroeste entraron en Grecia dejaron un hueco en la región, y ese hueco lo ocupó un pueblo que hablaba o bien un dialecto griego que quedó retrasado, o bien una lengua indoeuropea diferente, aunque emparentada. De nuevo, no hay suficientes elementos para decidir.
Lo que sí se sabe es que las élites dirigentes de Macedonia hablaban griego en la Época Clásica, y que la mayoría de los soldados del ejército de Alejandro usaban el griego en el siglo iv. Entre otras razones, porque el griego era una lengua de cultura más prestigiosa que el macedonio. Alejandro hablaba makedonistí, «en macedonio», cuando se enfadaba y perdía el control, lo que parece demostrar que se consideraba una forma de expresarse vulgar.
La frontera entre lenguas emparentadas y dialectos es a menudo borrosa. En cualquier caso, sospecho que el macedonio y el griego se parecían lo bastante como para ser mutuamente inteligibles, a no ser que se pronunciaran con un acento cerrado. Pero eso mismo podía ocurrir entre hablantes de otros dialectos del griego.
Los estudiosos de nacionalidad griega tienen mucho interés en dejar claro que en Macedonia se habló siempre un dialecto griego y que el mismo nombre de Macedonia también es griego: para ellos no hay lugar a las dudas de Adrados o Villar. En algún foro he leído cómo un griego tildaba a otra persona de ser fascista o comunista -las dos acusaciones a la vez- por defender que en Macedonia no se usaba la lengua helena.
Pero es que para ellos no se trata de una cuestión baladí. El país eslavo que tienen al norte está en litigios con ellos por el propio nombre tanto de la república como de la lengua. Si como primer paso la FYROM consigue que se acabe aceptando que su lengua eslava se llame «macedonio» y que su país se denomine también Macedonia de forma oficial, lo siguiente que temen los griegos es que sus vecinos reclamen todos los territorios que en la Época Clásica recibieron el nombre de Macedonia.
Navegando por Internet uno se topa con muchas insensateces, cierto es, pero algunas son muy reveladoras. En una página encontré la explicación etimológica de por qué ciertos nombres macedonios, como Alejandro o Filipo, tenían en realidad raíces eslavas. Era simplemente delirante, puesto que se trata de dos nombres griegos construidos según unas reglas de composición muy claras y precisas: Filipo significa en griego «amigo de los caballos», mientras que Alejandro sería «varón que defiende» o «defensor de hombres», según queramos entenderlo. Pero el autor de la página en cuestión daba cortes arbitrarios a esas palabras por donde a él le convenía para extraer supuestas raíces eslavas. Es como si digo que mi nombre Javier, que es de origen vasco, en realidad procede del latín porque en medio tiene -vi-, que en latín significa «fuerza, violencia». En realidad, se trata de una estupidez que no merecería la pena comentar en un libro. Pero lo malo es que cuando las insensateces se repiten en voz muy alta, hay quienes acaban creyéndolas.
Mientras terminaba de escribir este libro, encontré un ejemplo más preocupante. En la página MakNews.com leí una entrevista con el profesor Tome Boshevski, fechada el 11 de diciembre de 2008, en la que sostiene una tesis curiosa sobre los pueblos eslavos. En general, se cree que la zona originaria de éstos, un grupo de pueblos de habla indoeuropea, se hallaba a más de 1.000 kilómetros al norte de Macedonia y Grecia, entre Polonia, Ucrania y Bielorrusia. Sin embargo, el profesor Boshevski afirma que no es que esos pueblos acabaran cruzando los Cárpatos y algunos de ellos se instalaran en los Balcanes allá por el siglo vii d.C., sino que los auténticos eslavos, los originarios, los fetén, vivían ya en Macedonia casi desde el principio de los tiempos. Los romanos los expulsaron, pero no a todos: siguió habiendo macedonio-eslavos viviendo allí, porque si hubieran dejado vacía del todo la región tal vez el profesor Boshevski no podría legitimar que volvieran a dominarla (el viejo dicho de «El que se fue a Sevilla...»). Los exiliados, junto con su clase dirigente, huyeron al norte, y algunos alcanzaron nada menos que Siberia. Desde luego, allí los romanos no iban a encontrarlos.
Así pues, cuando los eslavos llegaron al Egeo hacia el vil d.C., mil años después de Alejandro Magno, en realidad estaban volviendo a su patria original. No sólo el macedonio no era griego, según Boshevski, ¡sino que se trataba del antepasado de todas las lenguas eslavas del mundo!
Todo esto es delirante. Pero aún más lo son las pruebas que aducen el profesor Boshevski y su colega en estas lides, el doctor Aristotel Tentov. Me apresuro a añadir que ambos son profesores, pero de ingeniería. Lo cual no les ha impedido descifrar la parte central de la piedra de Rosetta, la conocida estela de basalto en que se basó Jean-Francois Champollion para desentrañar los jeroglíficos egipcios.
La entrevistadora, Liljana Ristova, pregunta al profesor Boshevski:
P. [...1 Ustedes han conseguido traducir con éxito el texto central de la piedra de Rosetta, que durante más de doscientos años nadie ha conseguido descifrar. Aunque usted no es lingüista de profesión, es evidente que está muy interesado en la materia. ¿Qué le impulsó a emprender una tarea de tal magnitud?
R. En cuanto al desciframiento, nosotros no fuimos los primeros en intentar traducir el texto central. Ha habido otras traducciones antes de la nuestra, pero no estábamos contentos con los resultados. He trabajado durante cuarenta años en el campo de la energía nuclear, y estoy familiarizado con el tipo de métodos necesarios para resolver problemas complejos.
La última frase no necesita comentarios. Por cierto, no le encargaría a este señor la vigilancia de la central nuclear de Almaraz, que está a 50 kilómetros de mi casa. ¡Si entiende de neutrones como de lenguajes, prefiero a Homer Simpson!
En cuanto a la piedra de Rosseta, la parte central está escrita en una grafia egipcia conocida como «demótica» que se corresponde a una variedad ya tardía de la lengua egipcia utilizada a partir del siglo vii a.C. Esa parte central que, según estos dos sujetos se ha resistido a todos los esfuerzos de desciframiento, está perfectamente traducida y a nadie se le ocurre catalogarla como «misterio sin resolver» ni nada similar.
Sin embargo, como la piedra contiene un decreto del rey helenístico Ptolomeo V, descendiente de un general de Alejandro, Boshevski y Tentov sostienen que la parte central se escribió en el idioma de los Ptolomeos, la antigua lengua macedonia... que, por supuesto, para ellos es eslavo.
Tanta insensatez sería inofensiva, y en vez de comentarla en una historia de los griegos habría que dejarla como ejemplo lingüístico para algún libro de pseudociencia. Pero Boshevski goza de apoyo oficial, ya que pertenece a la Academia Macedonia de las Ciencias y las Artes, situada en la capital de la nueva república. En estos momentos, después de unas agitadas elecciones en abril de 2008, en la FYROM gobierna en mayoría el VMRO-DPMNE, un partido de corte nacionalista que favorece este tipo de ideas. Me temo que a los muchachos que estudian en aquel país les estén llenando la cabeza de delirios étnicos, porque si hay algo que obsesiona a los nacionalistas es meter sus zarpas en la educación.
Cierto es que los que se hacen llamar a sí mismos macedonios tienen sus propios problemas con la cercanía de Albania y Kosovo, ya que la población albana en su propio territorio supone casi un veinticinco por ciento.Y que sus vecinos del sur, los griegos actuales, también son muy nacionalistas y saben en qué consiste maquillar la historia. Pero hay absurdos que no tienen sentido, y que sin embargo el día de mañana un mañana muy cercano tal vez- pueden desatar nuevas guerras en nombre de una historia inventada por supuestos intelectuales nacionalistas.
MACEDONIA
A partir de ahora, con este nombre me referiré sólo a la antigua Macedonia. Esta región se hallaba separada de Tesalia por el monte Olimpo y de Tracia por el río Estrimón, y su territorio era de unos 25.000-30.000 kilómetros cuadrados, que llegaron a ser 40.000 en torno al año 336. En términos generales, su territorio se dividía en montaña y llanura.
Las montañas abundaban en caza (en época histórica todavía quedaban leones allí, que según Heródoto atacaron a los camellos de la expedición de Jerjes). Sobre todo, estaban cubiertas de bosques, y la madera de sus árboles no sólo era valiosa para los propios macedonios, sino que constituía su principal producto de exportación. Sus mayores clientes eran los atenienses, necesitados de madera de abeto para construir los trirremes en los que basaban su poder. Precisamente la variedad más apreciada, el Abies alba, crecía en las tierras altas de Macedonia.
Los montes también ofrecían pastos veraniegos para los rebaños, de modo que la ganadería era una labor básica. Además, a diferencia del resto de Grecia, en Macedonia no faltaba agua. En las tierras altas se formaban lagos en los que abundaba la pesca, y en las bajas, como los ríos eran caudalosos y no se secaban en verano, había agua suficiente para regar. Los agricultores asentados en las llanuras vivían en ciudades que, sin embargo, no estaban constituidas como pequeños estados, al modo de las polis griegas. Nadie decía «yo soy de Pela, de Egas o de Edesa», sino, como mucho, «soy macedonio de Pela, de Egas o de Edesa». La gente poseía más conciencia de tribu que de ciudadanía.
Así pues, Macedonia era una tierra rica comparada con el resto de Grecia. Pero, mientras estuvo desunida y las tribus de cada montaña y cada valle pelearon entre sí, fue presa fácil para los invasores, ya que se trataba de un lugar de paso. La dinastía Argéada, que empezó gobernando en las tierras bajas y con el tiempo se anexionó la Alta Macedonia, llevaba generaciones intentando centralizar el gobierno y modernizar el país. Así lo habían hecho Alejandro el Filoheleno, primer macedonio que participó en los juegos Olímpicos, y sobre todo Arquelao, que reinó entre 413 y 394 y que atrajo a su corte a escritores y artistas griegos como Eurípides o el pintor Zeuxis. Para estos soberanos, modernizar Macedonia era helenizarla, pero sin caer en las veleidades políticas de los vecinos del sur: en Macedonia siempre gobernó una monarquía.
Los griegos despreciaban la monarquía como forma de gobierno propia de pueblos estúpidos y destinados a la esclavitud. Sin embargo, ofrecía sus ventajas, sobre todo cuando llegaba el momento de hacer la guerra, y así lo reconoció incluso Demóstenes, enemigo acérrimo del rey macedonio Filipo. Éste, por su parte, comentaba con bastante sorna que los atenienses eran muy afortunados de tener entre ellos tantos generales expertos que todos los años podían elegir diez, cuando él se había pasado media vida para encontrar uno bueno, Parmenión. Aunque el sistema de Atenas funcionaba aceptablemente, el hecho de que los generales y los políticos tuvieran que rendir cuentas de todos sus actos ante la asamblea retrasaba muchas veces la toma de decisiones. En cambio, un rey macedonio como Filipo o Alejandro no estaba obligado a consultar previamente a nadie y, para bien o para mal, podía actuar con una rapidez que a los griegos casi les parecía obra de magia.
No es que el rey de Macedonia fuese un monarca absoluto cuyo poder dimanase de los dioses. El soberano Argéada tenía poder ejecutivo, mandaba el ejército y podía repartir tierras entre la nobleza, los llamados Compañeros. Además, ofrecía sacrificios en nombre del Estado y ejercía de juez en determinados casos. Pero todo su poder dependía de la medida en que fuese capaz de imponerse por la fuerza de su carácter y su autoridad personal, ya que cada cierto tiempo tenía que dar cuentas ante la asamblea del pueblo en armas. Esa misma asamblea era la que ratificaba al sucesor del rey muerto: en Macedonia el principio dinástico no se aplicaba de forma automática, sino que los guerreros elegían de entre la familia de los Argéadas a quien consideraban más capacitado.
Al rey se le llamaba simplemente por su nombre, lo que revela que era un primus inter pares. Para demostrar que era el primero entre los demás nobles macedonios debía competir fieramente en una sociedad que conservaba muchos ideales de la épica homérica. Si quería ganarse el respeto de sus hombres, el rey tenía que ser el mejor cazando y montando a caballo, aguantar las marchas militares como el que más y también beber en los banquetes como el primero.' Sobre todo, debía dar ejemplo combatiendo en la guerra al frente de sus hombres, aunque eso significara poner en peligro su vida. Filipo, por ejemplo, sufrió siete heridas a lo largo de su carrera, y de resultas de ellas cojeaba, era tuerto y tenía una clavícula rota y mal soldada. Su hijo también resultó herido en numerosas ocasiones, y una de ellas, en la India, casi le costó la vida.
Una buena explicación de ese comportamiento se encuentra en la Ilíada, que servía de modelo de conducta a Alejandro. El guerrero Sarpedón le dice a Glauco:
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El peligro que corrían los reyes y las heridas que sufrían eran el precio que debían pagar por ser los primeros entre los macedonios. Las recompensas valían la pena: todo el territorio conquistado por las armas pertenecía al rey, que lo distribuía libremente entre los nobles a los que quería beneficiar.
Una ventaja más del sistema político y social de Macedonia era que en ella no existía prácticamente la stásis. Las luchas en aquella zona norteña se producían entre tribus, éthnc, pero dentro de las propias tribus los vínculos eran muy fuertes y no había conflictos civiles. La meta de los reyes macedonios era unir a todos esos éthne, sobre todo a los de las montañas, en un solo pueblo. Una vez que lo consiguieran, que todos los habitantes de la zona se sintieran parte de un solo éthnos, los abundantes recursos naturales de la región y su propia reserva humana la convertirían en una potencia formidable. Según algunos cálculos, Macedonia superaba el medio millón de habitantes hacia el año 336, lo que ya suponía más del doble que toda el Ática; pero otros autores elevan la cifra incluso a un millón.' Tengamos en cuenta que por esas fechas cubría tanta superficie como Extremadura. Vista desde la escala de las polis griegas, Macedonia era gigantesca.
El proceso de unificación y helenización culminó con uno de los personajes más fascinantes de toda esta historia, Filipo, quien tan sólo tuvo la desgracia de dejar un hijo que lo ensombrecería ante la posteridad.
FILIPO
Filipo nació en el año 382, y en principio no estaba destinado a reinar, pues era el hijo más joven del rey Amintas III. Cuando tenía quince años pasó una temporada como rehén en Tebas, en la época en que Epaminondas convirtió a esta ciudad en la mayor potencia de Grecia. Es indudable que el joven macedonio se fijó bien en las innovaciones tácticas del general tebano, que luego aplicaron tanto él como su hijo Alejandro: éste utilizó el orden oblicuo de Epaminondas a mayor escala en la batalla de Gaugamela.
En el año 359, el rey Perdicas, hermano de Filipo, murió luchando contra los ilirios en una batalla donde también perecieron otros 4.000 macedonios, un desastre para la nación. La asamblea de guerreros eligió a Filipo como regente del hijo de Perdicas, ya que éste era demasiado joven para gobernar, y tres años después decidió convertirlo en rey.
Cuando Filipo llegó al poder, la situación de Macedonia no se antojaba nada prometedora. Los ilirios y los peonios tenían invadido el norte del país, y por el este los tracios le asestaban mordiscos a su territorio y los atenienses intentaban recuperar su influencia en la zona del río Estrimón. Para evitar que su país se desmembrara, el joven regente contaba tan sólo con un ejército de 6.000 soldados, que además acababan de sufrir una humillante derrota a manos de los ilirios y tenían la moral más baja que un equipo a punto de bajar a segunda B. Sin embargo, consiguió salir adelante, de tal manera que cuando murió en el año 336 había multiplicado varias veces la extensión de Macedonia y la había convertido en la mayor potencia del mundo griego. ¿Cómo lo hizo?
Para empezar, Filipo era un diplomático brillante, aunque sin demasiados escrúpulos. Si podía conquistar una ciudad con dinero, no malgastaba tropas. Cuando en una ocasión le dijeron que una fortaleza de la que quería apoderarse era inexpugnable, Filipo preguntó si acaso tenía unas murallas tan altas que ni siquiera podía acercarse a ellas un asno cargado de oro.
También se sirvió de la política matrimonial, un poco al estilo de los Reyes Católicos, sólo que en su caso no recurría a sus hijos, sino a su propia persona. Llegó a casarse hasta siete veces, lo cual no quiere decir que repudiara o decapitara esposas como Enrique VIII: seguía desposado con todas ellas. Los griegos consideraban que la poligamia de la casa real macedonia era un rasgo propio de bárbaros, pero a Filipo le venía muy bien para pactar alianzas. Así, su matrimonio con la tesalia Filina le sirvió para ganarse el apoyo del clan más poderoso de Tesalia, los Alévadas, y gracias a ello -y a la gran victoria militar que consiguió en el año 352- se convirtió en el amo de la región.
La más conocida de sus esposas es Olimpia, una princesa del Epiro. De ella tuvo a Alejandro en el año 356. Filipo se enteró de su nacimiento cuando acababa de tomar la ciudad de Potidea, y ese mismo día recibió la noticia de que sus caballos habían triunfado en los juegos Olímpicos y de que su general Parmenión había obtenido una victoria aplastante contra los odiados ilirios. Los adivinos le aseguraron que un niño nacido entre tres victorias tenía que convertirse en invencible; como siempre en estos casos, podemos sospechar que se trata de una profecía a posteriori.
Pero la clave principal del éxito de Filipo radicaba en sus tropas, a las que convirtió en profesionales. Hasta entonces, la base del ejército macedonio había sido la caballería, compuesta por nobles de la Baja Macedonia conocidos como Hétairoi, los Compañeros reales.4 Cuando Filipo llegó al poder eran sólo 600, pero él le legó a su hijo 3.300, entre los que había también nobles de las tierras altas de Macedonia.
En las tácticas clásicas griegas la caballería no se usaba demasiado, aunque a partir de la Guerra del Peloponeso este cuerpo había cobrado cada vez más importancia. Los jinetes más afamados de Grecia eran los tesallos, y no es raro, puesto que su región ofrecía abundantes llanuras y pastos para los caballos.
En época de Filipo, la caballería macedonia alcanzó o incluso superó en nivel a la tesalia. Se trataba de una fuerza pesada o de choque, lo cual no significa que jinetes y caballos estuviesen acorazados de pies a cabeza. Los Compañeros llevaban coraza, un casco de tipo beocio que les permitía buena visibilidad y también grebas. En tiempos de Jenofonte se utilizaba un brazal de cuero para protegerse el brazo izquierdo que sujetaba las riendas, pero parece que la caballería macedonia ya no lo usaba. Tampoco se cree que llevaran escudo, y el animal no tenía ninguna protección.
En cuanto a armas ofensivas, la principal era una lanza cuya longitud ha suscitado diversas discusiones. Según el experto español Fernando Quesada, podría tratarse de una sarisa de hasta 4,5 metros de longitud. Incluso se han realizado experimentos prácticos para demostrar que el manejo de un arma tan larga no era imposible. Sin embargo, otros estudiosos del tema, como Alejandro Noguera, Michael Thompson o Robert Gaebel, no creen que llegara a utilizarse una lanza de tanta longitud, sino como mucho de unos 3 metros.5
En cualquier caso, la lanza macedonia era más larga que las armas de los rivales que Alejandro se encontró en Asia, lo que otorgaba una gran ventaja a sus jinetes. La usaban sobre todo para asestar lanzazos con la punta, bien en carrera, proyectando la lanza por encima de las orejas del caballo, o utilizando el impulso del brazo si el combate se trababa en el sitio. En caso de que el astil se rompiera, tenían como arma secundaria una espada. La más popular entre la caballería era la kópis, una especie de sable, más apta para dar tajos de arriba abajo que para las estocadas. Con una espada similar, Clito el Negro cortó el brazo a un jinete persa que estaba a punto de herir a Alejandro.
Suele decirse que los caballos no embisten contra una fila compacta de soldados. Al hablar de la batalla de Platea, ya vimos cuál era la táctica de los jinetes persas: acercarse al enemigo en formación circular galopando en el sentido de las agujas del reloj y disparar flechas o jabalinas para enseguida alejarse. Sin embargo, la caballería de Filipo y de Alejandro sí embestía. Es de suponer que no lo hacía contra las filas cerradas del frente de una falange, ya que sus monturas habrían rehusado, sino que los jinetes buscaban resquicios entre unidades y puntos ya debilitados por las sarisas de la infantería, o bien atacaban por la retaguardia o los costados. La formación que adoptaban era de cuña, con el líder del escuadrón cabalgando en cabeza a modo de punta de flecha. Una vez que éste penetraba en las filas enemigas, los demás jinetes que lo seguían podían abrir hueco.
Sin duda, para actuar así se precisaban caballos muy entrenados. Sobre todo el del jefe de la formación; los demás lo seguirían, por el instinto gregario de los equinos. En realidad, las cargas de caballería se basan en dos características de éstos: son animales de manada y tienen un poderoso instinto de huida. De lo que se trataba era de aprovechar ese instinto para convertir una estampida en una carga contra el enemigo. Por tanto, el corcel del jefe debía ser también un líder. Entre los caballos existen jerarquías, que se pueden comprobar de una manera peculiar. Aparte de otras muestras de lenguaje corporal, el macho dominante defeca sobre los excrementos de los demás caballos.
Hay que recordar, por supuesto, que todo esto se hacía sin silla ni estribos.A menudo se ha afirmado que la caballería no pudo ser una fuerza de choque eficaz hasta que aparecieron los estribos, pero Alejandro demostró lo contrario.
A este núcleo, Filipo le añadió una formidable fuerza de infantería. Para ello reclutó sobre todo a macedonios de las montañas, tipos duros y más brutos que un arado, a los que en muchos casos repartió propiedades, y para «nobilizarlos» los denominó Pczétairoi, «Compañeros de a pie».Aunque su modelo era el hoplita griego, Filipo realizó modificaciones para aumentar su capacidad ofensiva a costa de su blindaje. La lanza típica griega medía unos dos metros y medio, pero Filipo dio a sus hombres largas picas de madera de cornejo llamadas «sarisas» que superaban los 5,5 metros.
Con esa longitud, el arma pesaba de 4 a 6 kilos. Algunos estudiosos han puesto en duda que los macedonios llegaran a usar estas armas alguna vez, pese a que las fuentes antiguas son bastante claras sobre la longitud de la sarisa, que después de Alejandro alcanzaría dimensiones exageradas, con más de 7 metros. La objeción que ponen es que un arma así sería inmanejable, o que simplemente no aguantaría y se partiría por su propio peso. Es fácil comprobar lo contrario con ejemplos más cercanos en el tiempo: los piqueros de los cantones suizos primero, y luego los de los tercios españoles, utilizaban picas aún más largas en sus formaciones cerradas siguiendo precisamente el modelo de la falange macedónica.
La base de la falange era el sintagma, que a nosotros nos suena a gramática, y no por azar. Literalmente, un sintagma es un «grupo de elementos que se ordenan juntos»: a veces se trata de palabras dentro de un sintagma nominal, por ejemplo, y a veces de personas, como ocurría en la falange griega. El sintagma o compañía ideal constaba de 16 filas de frente por 16 de profundidad, lo que sumaba 256 hombres en total. Cuando los de delante abatían las sarisas, las de las cuatro o cinco primeras filas se proyectaban hacia el frente: el enemigo que quisiera llegar al cuerpo a cuerpo tenía que pasar entre todas esas puntas aguzadas. Los hombres de las filas traseras llevaban las picas en alto, lo cual, supuestamente, servía para desviar proyectiles. Es un tanto dudoso. Cuando uno contempla una falange dibujada, los trazos rectos de las sarisas levantadas se ven tan tupidos como un bosque impenetrable. Pero si uno examina fotogramas de la secuencia de Gaugamela en la película Alejandro de Oliver Stone, comprobará que la separación entre sarisa y sarisa es de al menos un metro, y la impresión visual es que por esos huecos cabían flechas y piedras en abundancia.
El peso de la sarisa obligaba a manejarla con ambas manos. ¿Qué hacían con el escudo? Filipo sustituyó el aspís griego por otro más pequeño, igualmente redondo pero sin ese reborde interior que los hoplitas aprovechaban para descargar el peso en el hombro. A cambio, el escudo macedonio llevaba un tiracol, una correa con la que se lo colgaban del cuello. El brazo izquierdo lo embrazaba por el interior, pero la mano quedaba libre para sujetar el astil de la pica.
Los piqueros macedonios llevaban corazas, al menos los de las primeras filas; es posible que la protección disminuyera en las posteriores. Algunas de ellas eran en realidad se>.nicorazas que sólo cubrían el pecho, pero no la espalda. Parece que usaban grebas, pues ciertos reglamentos multaban a quienes las perdían o no las tenían en condiciones. En cuanto al yelmo, era cónico, con o sin carrilleras.
La falange por sí sola no habría sido un arma demasiado eficaz, pues la desmesurada longitud de las sarisas la hacía algo lenta. Pero no caigamos en el error de creer que sus movimientos eran torpes: los soldados de Filipo y Alejandro eran profesionales que practicaban constantemente maniobras de orden cerrado, de tal modo que podían abrir o compactar filas y cambiar de frente o de sentido de la marcha con cierta agilidad.
Una vez que los soldados abatían las sarisas, la falange se convertía en casi invulnerable a un asalto frontal, pero sus costados podían ser atacados. Del mismo modo que en los tercios españoles había arcabuceros protegiendo los flancos de la formación de piqueros, los macedonios utilizaban tropas ligeras: arqueros, honderos o infantes armados con jabalinas. Entre estos últimos destacaban los agrianos, nativos de las montañas al norte de Macedonia. Alejandro llevó 500 a Asia, y los usó en misiones muy comprometidas, a menudo corriendo al lado de la caballería.
Se ha comparado a menudo con un yunque y a la caballería con un martillo: mientras la falange atacaba de frente, los Compañeros lo hacían por un flanco, y cuando rompían la formación enemiga empujaban a sus adversarios contra las picas de los Pezétairoi.
Otra innovación que introdujo Filipo fue el uso de máquinas de guerra con mecanismos de torsión que lanzaban piedras a cientos de metros o disparaban flechas más pesadas y a mayor distancia que cualquier arco. Según la tradición, dichas máquinas se habían construido por primera vez en la Siracusa de Dionisio elViejo, y fue allí donde llegaron a su máximo desarrollo con Arquímedes.
En cierto modo, el ejército macedonio formaba en sí mismo una máquina, bien engrasada gracias a su adiestramiento constante, y a la paga. Filipo obtenía 1.000 talentos anuales tan sólo de las minas del Pangeo y disponía además de muchos otros ingresos. Dinero más que suficiente para pagar los sueldos y el equipo de un ejército permanente que ya no tenía que dejar las armas para dedicarse a las tareas agrícolas. Gracias a ello, Filipo pudo crear el primer ejército auténticamente profesional de la historia de Grecia, con diversas unidades especializadas que se podían utilizar para cometidos concretos.
Combinando este ejército, como ya dijimos, con matrimonios, engaños y sobornos, Filipo fue ganando territorio para su reino.Ya en 358 logró derrotar a los ilirios que sólo dos años antes habían humillado al ejército macedonio y matado a su hermano. Tras esa victoria, anexionó la Alta Macedonia al reino. De los habitantes de aquella zona, pastores sobre todo, reclutó la base de sus falanges de sarisas, e incorporó a la nobleza local dentro de los Compañeros.' Una vez asegurado su territorio, Filipo se volvió hacia el este, con la intención de conquistar Tracia. Poco a poco las ciudades de la zona fueron cayendo en su poder: Anfipolis, Pidna, Potidea... El asedio de Metona le costó un ojo de la cara en el sentido literal, pero dio por bien empleado quedarse tuerto con tal de ganar la ciudad. Gracias a su dominio de Tracia, se apoderó de las minas del Pangeo, de donde extraía los 1.000 talentos anuales ya mencionados. Después concentró sus esfuerzos en Tesalia, donde, como ya dijimos, se alió por matrimonio con la familia de los Alévadas. Tras un primer fracaso en 353, consiguió una gran victoria al año siguiente en la batalla del Campo de Azafrán y se convirtió de hecho en el amo de Tesalia, gracias a lo cual su magnífica caballería pasó a formar parte del ejército macedonio. Alejandro haría buen uso de ella en sus campañas asiáticas.
Filipo ya había chocado con los intereses de Atenas en Tracia, y ahora se acercaba cada vez más a Grecia central. En el año 346 los tebanos pidieron que interviniera en la Cuarta Guerra Sagrada por el control de Delfos. Filipo atravesó el paso de las Termópilas, arrebató el oráculo a los focidios y asoló sus ciudades. Paso a paso, cada vez se acercaba más a Atenas.
Por desgracia para los atenienses, el hombre que se convirtió en campeón de la causa antimacedonia no estaba a la altura de Filipo como general.Ya había pasado la época de Temístocles, Cimón, Pericles o Alcibíades, que eran a la vez generales y oradores. Pero no nos apresuremos a echar la culpa de esto a la decadencia de los griegos, la corrupción de la democracia ateniense, la crisis de la polis y otros tópicos. Desde finales del siglo v y principios del iv, la retórica se había desarro liado hasta convertirse en un arte muy elaborado que requería un largo aprendizaje. Lo mismo podría decirse del arte militar: había auténticos profesionales en Atenas, como Ificrates y Cabrias, tipos duros que se las sabían todas y hacían sudar a sus hombres en las maniobras de adiestramiento tanto en mar como en tierra. Aunque los griegos de esta época admiraban a los vencedores de las Guerras Médicas, si se hubiesen enfrentado con ellos habrían comprobado que sus antepasados eran poco más que aprendices.
El adversario de Filipo al que nos referimos no era otro que Demóstenes.Al orador ateniense le suele corresponder un papel bastante antipático en los libros y las novelas que tratan sobre esta época. Tiene mucho que ver la admiración que sienten -que sentimos- los autores por la figura de Alejandro, lo que hace que se trate con cierto desprecio a sus adversarios. El caso de Mary Renault es de los más exagerados: su devoción por Alejandro la lleva a ponerlo por las nubes y, en consecuencia, a arrastrar por los suelos a Demóstenes tildándolo de cobarde, mezquino, hombre sin miras y unos cuantos piropos más.
Paradójicamente, Demóstenes no poseía dotes innatas para hablar en público. Era más bien estrecho de pecho, de voz débil, no sabía pronunciar la «r» y además tartamudeaba un poco. Sin embargo, compensó todas sus carencias con dedicación y trabajo. Convirtiéndose en su propio logopeda, se metía guijarros en la boca para practicar sus discursos, de tal manera que por fuerza tenía que exagerar la vocalización (muchos actores españoles jóvenes podrían aprender de él). Lo hacía, además, al mismo tiempo que subía cuestas para aumentar la capacidad de sus pulmones y la potencia de su voz. Se hizo construir un espacio subterráneo donde estudiaba y trabajaba a veces meses completos mientras los sirvientes le traían la comida desde fuera. Para no sentir tentaciones de salir a la calle, se afeitaba media cabeza, de modo que se quedaba encerrado por no hacer el ridículo. Además, consciente de que los argumentos y la lógica no triunfaban por sí solos, practicó lenguaje corporal y declamación con un actor llamado Sátiro para vender mejor su mensaje.
Todas estas anécdotas nos hablan de un personaje cuya dedicación al trabajo era admirable, pero también de un tipo excesivamente reconcentrado.Al parecer, su trato personal no era demasiado amable. Además, De móstenes no bebía vino, lo que debía convertirlo en una compañía aburrida en los banquetes, como él mismo reconocía.
Demóstenes se convirtió en cabecilla del partido antimacedonio desde 351, año en que pronunció la primera de sus Filípicas para exhortar a sus conciudadanos a que evitasen la caída de Anfipolis en manos macedonias. El término «filípica» ha pasado a nuestro idioma como «discurso duro de censura», pero a pesar de que utilizó todos sus recursos retóricos, al principio no consiguió convencer a los atenienses. Entre otros motivos porque dentro de su propia ciudad encontró dos opositores: un militar y un orador.
El militar era Foción, un personaje que había sido discípulo de Platón. Foción gozaba de tal reputación entre los atenienses que éstos lo eligieron como general nada menos que 45 veces, dejando el récord de Pericles por los suelos. Se dice de él que era incorruptible, y que sin embargo defendía la política de apaciguamiento con Macedonia por puro sentido común. Ahora bien, conociendo a Filipo, ¿serían compatibles las dos cosas? Hablamos del hombre de la burra cargada de oro... Pero, puesto que no hay pruebas de lo contrario, no arrojaré dudas sobre el honor de Foción, quien a pesar de que se oponía a Demóstenes y a guerrear contra los macedonios cumplió siempre con su deber como general.
En cuanto al orador, era Esquines, autor del que también nos han llegado discursos, aunque no tantos como de Demóstenes. Leer los comentarios que se dedicaban el uno al otro no es precisamente edificante. Demóstenes, nacido de buena familia,' le echaba en cara a Esquines su vergonzoso origen: era nada menos que hijo de un maestro, lo peor de lo peor. En el discurso Sobre la corona, le recordó que cuando era un niño tenía que moler la tinta para su padre, barrer el suelo del aula y limpiar los taburetes donde se sentaban los alumnos. Mientras que hoy día un político presumiría de algo así para demostrar a sus votantes que es un hombre del pueblo y se ha hecho a sí mismo, se ve que en Atenas, pese a tratarse de una ciudad democrática, ser pobre no sólo suponía una desgracia, sino también una vergüenza y casi un pecado.
Esquines no se cortó demasiado en la respuesta. Sobre todo, le echó en cara a su rival que no era ni de lejos tan buen orador como presumía. Por lo visto, Demóstenes era incapaz de pronunciar un discurso que no llevara previamente escrito y bien aprendido. Tenía una capacidad de im provisación nula, y cuando en el año 346 se presentó ante Filipo como parte de una legación para negociar un tratado de paz, se quedó bloqueado en un punto del discurso y ya fue incapaz de continuar. Para su desgracia, Esquines, que era otro de los embajadores, lo vio todo y no se privó de contárselo a los demás atenienses para dejar en ridículo a Demóstenes.
Mientras en Atenas andaban con estos dimes y diretes, Filipo seguía interfiriendo en la política griega: ayudó a Megalópolis y Mesenia en contra de Esparta, apoyó un golpe de Estado en Élide y mandó mercenarios a la isla de Eubea, que los atenienses siempre habían considerado su finca particular. Cuando asedió las ciudades de Bizancio y Perinto, que controlaban los estrechos, los atenienses se preocuparon más en serio. Su suministro de trigo estaba en peligro, y ya sabemos que con las cosas de comer no se juega. Demóstenes, que ya andaba por su cuarta Filípica, convenció por fin a los atenienses de que buscaran el apoyo de Persia, potencia que veía cada vez con más preocupación el creciente poder de Filipo. Gracias a la ayuda persa, los atenienses consiguieron que los macedonios levantaran ambos asedios.
El prestigio de Filipo se resintió después de este fracaso, mientras que el de Demóstenes subió en proporción inversa. Cuando el santuario de Delfos reclamó la presencia de Filipo en la llamada Cuarta Guerra Sagrada para castigar a la ciudad de Anfisa (ésta había cultivado unos terrenos consagrados), Demóstenes consiguió su mayor éxito diplomático al conseguir que Tebas se aliara con Atenas en la lucha contra Filipo.
La batalla se libró en Queronea, una localidad situada en el oeste de Beocia. Fue un combate más o menos clásico, con dos grandes falanges situadas frente a frente y con ambos flancos protegidos por obstáculos naturales. En el ala izquierda del ejército griego combatían 10.000 hoplitas atenienses. Así, al menos, lo aseguran los textos. Pero Atenas no había vuelto a poner tantos hoplitas juntos en el campo de batalla desde Maratón, lo que me hace sospechar que entre esas tropas debía haber también mercenarios. En el centro había 5.000 mercenarios (estos sí, reconocidos) más otras tropas aliadas.Y en la derecha, en la posición de honor, formaban 12.000 soldados beocios, incluyendo el célebre Batallón Sagrado que tantas glorias había dado a Tebas. En total, eran unos 35.000 hombres, más tropas de caballería que mantuvieron en reserva.
Al otro lado del campo, Filipo tenía 30.000 soldados de infantería y 2.000 jinetes. Sobre todo, iba a ser una prueba importante para su falange de sarisas. Filipo mandaba el ala derecha de su ejército, mientras que el flanco izquierdo se lo cedió a su hijo Alejandro, que entonces tenía dieciocho años. Era una gran responsabilidad para el joven príncipe, al que le tocaba enfrentarse a los tebanos, los mejores guerreros del ejército desplegado enfrente.
La batalla se desarrolló casi de forma independiente en los dos lados del campo. Filipo avanzó en orden oblicuo hacia los atenienses, y cuando sus batallones de vanguardia se encontraron con ellos les ordenó retroceder en una especie de retirada fingida. Los hoplitas atenienses se movieron hacia su izquierda siguiendo la maniobra de Filipo y, en un momento dado, creyendo que los macedonios estaban emprendiendo la huida, se abalanzaron sobre ellos, con lo que desordenaron más sus propias filas.Todo el centro del ejército griego los siguió hacia la izquierda, lo cual abrió un hueco entre ellos y los beocios, que no se habían movido de su sitio mientras recibían, por su parte, la acometida del ala mandada por Alejandro. Éste envió a su caballería por ese hueco, de tal manera que los beocios se vieron presionados entre las puntas de las sarisas y las lanzas de los jinetes.Aunque combatieron con valor, los tebanos sufrieron muchas bajas, y según se cuenta el Batallón Sagrado fue aniquilado: sus hombres murieron en el sitio, sin ceder ni un palmo, y tan sólo 46 de ellos sobrevivieron.A los demás se les enterró en el sitio. En 1890 unas excavaciones descubrieron la tumba colectiva de estos 254 hombres, sepultados en siete filas.
En cuanto a los atenienses, cuya infantería ciudadana llevaba mucho tiempo sin combatir en serio, no habían avanzado muchos pasos detrás del enemigo en retirada cuando descubrieron que se trataba de una añagaza de Filipo. Entonces muchos de ellos sí que huyeron de verdad; entre ellos, según las malas lenguas, Demóstenes, que aquel día combatía como un hoplita más. Filipo tomó 2.000 prisioneros con los que más tarde negoció con la ciudad.
Éste es el relato más extendido de la batalla de Queronea, pero hay que hacer algunas precisiones. Como señala R. Gaebel en su estudio sobre el uso de la caballería en Grecia, en las fuentes clásicas no queda nada claro que Alejandro recurriera a ella para derrotar a los tebanos ni, en par ticular, para acabar con el Batallón Sagrado (Gaebel, 2002, p. 154). Puesto que se trataba de hoplitas disciplinados y en formación cerrada, habría sido dificil que los caballos cargaran contra esa pared de escudos y lanzas. Parece más probable, y en ello estoy de acuerdo con Gaebel, que Alejandro atacara con tropas de infantería. Más adelante, en Asia, sí utilizaría la caballería, pero no contra falanges cerradas.
Filipo era prácticamente el amo de Grecia. Tras la batalla, disolvió la Confederación de Beocia y obligó a los tebanos a readmitir a sus exiliados políticos: que se maten entre ellos, pensaría Filipo, usando la endémica stásis griega para sus propios fines. Además, les cobró un buen precio por sus prisioneros. En cambio, a los atenienses, de los que habían muerto 1.000 hombres, les devolvió sus 2.000 cautivos gratis y les ofreció unas condiciones bastante generosas: seguramente temía a su flota, y además tenía planes para ella.Atenas, en agradecimiento, concedió la ciudadanía a Filipo y a Alejandro.
¿Cuáles eran los planes de Filipo? Pronto se supo. En la primavera de 337 el rey macedonio convocó a una reunión en Corinto a todos los estados de Grecia, salvo Esparta. Casi ciento cincuenta años antes aquél había sido el escenario de una reunión para tratar de la guerra contra Persia.Y ésa fue la misma cuestión que planteó Filipo ante sus nuevos -y forzosos- aliados. Con una gran diferencia: ahora serían los griegos y los macedonios quienes atacarían Asia en vez de verse invadidos. La excusa oficial era vengar la invasión de Jerjes y la destrucción de Atenas y otras ciudades. En realidad, era evidente que soñaban con las inmensas riquezas del imperio, máxime cuando hacía poco que Bagoas, eunuco y mandatario persa, había hecho asesinar a Artajerjes III. Se preveía una lucha dinástica con las consabidas rebeliones, así que se antojaba un momento perfecto para invadir Persia, conquistar Asia Menor y saquear todo lo que les permitieran.
La Liga de Corinto eligió como hegemón o líder a Filipo y le encargó que dirigiera la guerra contra los persas. Los preparativos empezaron enseguida, y ya en la primavera del año siguiente había 10.000 soldados en Asia Menor, una cabeza de puente mandada por Parmenión.
Fue entonces cuando se produjo la ruptura entre Filipo y su hijo. El rey decidió casarse con la sobrina de su general Átalo, una joven llamada Cleopatra. Aquello le valió la bronca definitiva con su esposa Olimpia. Aunque llevaban años sin acostarse y tirándose los platos a la cabeza, la nueva situación resultaba más preocupante para ella: Cleopatra era la primera mujer de pura sangre macedonia con la que se casaba Filipo.
En cambio, Alejandro se mostró más conciliador y asistió a la boda. Cuando ya estaban todos bastante borrachos, Átalo propuso un brindis por que la pareja engendrara un heredero legítimo para Macedonia.Alejandro le arrojó la copa a la cabeza y exclamó: «¿Y qué soy yo, un bastardo?». Furioso al ver que su hijo desairaba a su invitado, Filipo desenvainó la espada y se lanzó sobre él, pero entre la cojera y la descomunal cogorza que llevaba se cayó de bruces al suelo. Alejandro comentó: «¡Mirad! ¡Quiere cruzar de Europa a Asia, y es incapaz tan siquiera de ir de una mesa a otra!». A continuación, pensó que allí corría peligro, recogió a su madre y se la llevó a Epiro, donde reinaba el hermano de Olimpia, Alejandro. Como se ve, el repertorio de nombres entre las dinastías de la zona era bastante limitado.
Alejandro, por su parte, se retiró a Iliria. Con el tiempo, Filipo se reconcilió con él de forma más o menos sincera; no es fácil saberlo. Para arreglar también las relaciones con su esposa Olimpia y, sobre todo, con su cuñado Alejandro de Epiro, con cuyo reino no le convenía enemistarse, le ofreció la mano de Cleopatra. No la Cleopatra hija de Átalo con la que Filipo se acababa de casar, sino la Cleopatra hija de Filipo y Olimpia que, por tanto, era sobrina carnal de su prometido.
La boda se celebró en junio del año 336 en Egas, la vieja capital del reino. Poco antes de ella, la Cleopatra esposa de Filipo dio a luz a un niño al que llamaron Carano. A Alejandro no debió hacerle mucha gracia. Hasta el momento, su único competidor por el trono había sido su hermanastro Arrideo, cuyos violentos ataques de epilepsia y escasas luces lo incapacitaban para ser rey. Carano tardaría en tener edad suficiente para convertirse en rey, pero gozaba de una ventaja sobre Alejandro: sangre macedonia al cien por cien.
El acto principal de la boda debía celebrarse en el teatro, donde habían dispuesto un asiento para Filipo en el escenario. Pero cuando el rey entró saludando a sus invitados, el jefe de su guardia personal, el mismo que supuestamente velaba por su seguridad, se acercó a él y le clavó un cuchi Ro en el corazón. Después, mientras el rey agonizaba tendido ante miles de ojos, el asesino huyó del teatro. Pero al salir de él, tropezó con una parra y cayó al suelo, donde tres guardias de Filipo lo acribillaron a lanzazos.
¿Quién era aquel hombre? Un tal Pausanias, un joven y bello noble que había sido amante de Filipo unos años antes. Pero el rey se había encaprichado de otro muchacho más joven y tal vez más guapo que también se llamaba Pausanias, y se había olvidado de él. Pausanias) se dedicó a injuriar a Pausaniasz, y éste, para demostrar que las acusaciones contra él eran falsas, murió en una batalla contra los ilirios defendiendo la vida de Filipo. El joven difunto tenía amistad con Átalo, el general de Filipo que se acababa de convertir en su suegro. Éste decidió vengarlo, y para ello invitó a cenar a Pausanias (por ser el único que quedaba vivo de los dos, le quitaremos el subíndice). Después lo emborrachó e hizo que diversos invitados abusaran de él y que hasta los muleros lo violaran, amén de propinarle una buena paliza. Pausanias, cuando se recuperó, denunció los hechos ante Filipo; pero éste no quiso o no pudo hacer nada, pues no quería enemistarse con Átalo.
Es evidente que Pausanias tenía un móvil. Ahora bien, siempre hubo sospechas de que podía haber más personas detrás del crimen. Se habló del oro persa, lo cual no habría sido imposible. También se sospechó de Olimpia, por supuesto. Pero, ¿quién era el principal beneficiario de la muerte de Filipo? O mejor, ¿quién era el principal perjudiciario de que siguiera con vida? (acabo de mirar en el diccionario y, efectivamente, «perjudiciario» no existe).
De no haber muerto Filipo, Alejandro se habría quedado como regente en Europa y las conquistas, que probablemente no hubiesen llegado tan lejos, las habría realizado su padre. Además, la boda de Filipo con una noble macedonia como Cleopatra teñía de incertidumbre su futuro. Tal vez si Pausanias hubiese confesado quiénes eran sus cómplices todo el mundo habría podido salir de la duda. ¡Lástima que los tres hombres que lo alancearon se precipitaron demasiado y ya no se pudiera interrogar al asesino!
O tal vez no se precipitaron, sino que sabían muy bien lo que hacían. Los tres eran amigos íntimos de Alejandro, recibieron altos cargos poco después y uno de ellos, Perdicas, llegó a ser el número tres del ejército.
¿Significa eso que Alejandro fue el autor intelectual de la muerte de Filipo? Resulta imposible saberlo. Pero en estas dinastías uno no solía llegar al trono sin mancharse las manos de sangre. Por supuesto, después de la muerte de Filipo,Alejandro se deshizo de Átalo y de todos aquellos que podían poner en peligro su trono, como su primo Amintas, para quien Filipo había actuado de regente. El pueblo macedonio en armas corroboró a Alejandro como rey, que se convirtió por tanto en Alejandro III de Macedonia. Pero el joven soberano llegó a conquistar tal fama que hoy día le sobran el ordinal y hasta el calificativo de «Magno» -Mégas en griego-. Después de él, sólo hubo un auténtico Alejandro.

   1 Los macedonios tenían fama de borrachos, al igual que les pasaba a los tracios. Al parecer, en muchas ocasiones bebían el vino sin diluirlo con agua, algo que se consideraba en Grecia propio de bárbaros. Existen numerosas anécdotas sobre Filipo que lo presentan embriagado. Más adelante contaremos lo que ocurrió en su última boda.
 12,310-321. Me fijé en este pasaje, tan ilustrativo sobre la influencia moral de los generales antiguos, gracias al ensayo de Mary Renault sobre Alejandro (Renault, 1998,p. 54).
s Medio millón en Cartledge, 2004, p. 62. Un millón en Thomas, 2007, p. 175.
 término «Compañeros» a veces es confuso, ya que los autores griegos no tenían ningún reparo en utilizar una misma palabra con diferentes significados.Algunas veces Compañeros se refiere a los poco más de cien amigos íntimos que rodeaban al rey, y otras a los miembros de la caballería de los Compañeros, mucho más amplia.
 2008, p. 139; Thompson 2007, 26; Gaebel, 2002, p. 164. Alejandro Noguera me lo comentó personalmente.
 los generales de Alejandro, varios provenían de las tierras altas, lo que demuestra que en poco tiempo se asimilaron perfectamente y demostraron su lealtad al rey de Macedonia. Perdicas y Crátero eran del cantón montañés de Oréstide, Leónato de Lincéstide y Ceno de Elimea.
Aunque, al morir sus padres, los tutores de Demóstenes dilapidaron su herencia. Ésa fue una de las razones para que se dedicara a la oratoria judicial: recuperar su fortuna, meta que tan sólo consiguió en parte, y ganarse la vida con los discursos que escribía.

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