Batalla de Sepea 494 a.C.
Si bien dijimos que la victoria
de Esparta en la batalla de los “Campeones” en 545 a.C. había sido decisiva
para que el “cetro” del Peloponeso pasara de manos argivas a lacedemonias,
dicho triunfo solo se completaría definitivamente con la derrota que el nuevo
rey espartano, Cleómenes I, asestó a sus vecinos del norte en la batalla de
Sepea. Nunca más durante el siglo V los argivos fueron capaces de recuperarse
lo suficiente como para volver a ensombrecer la ya inabarcable silueta
espartana.
Antecedentes
En el año 520 a.C. el rey Anaxándridas murió y quedó
planteada la cuestión sucesoria. Cleómenes era hijo de un segundo
matrimonio de Anaxándridas, ya que del primero no había tenido descendencia.
Pero justo después de que naciera Cleómenes, la mujer de ese primer matrimonio,
alumbró por fin a un varón de nombre Dorieo. En virtud de la norma, Cleómenes
era primogénito y por lo tanto, tenía el legítimo derecho a suceder a su padre.
Sin embargo, parece haber existido en Esparta una corriente a favor de que la
sucesión recayera en el varón nacido a posteriori del primer matrimonio,
Dorieo. Esta división de opiniones, haría que Cleómenes, tuviera que hacer
frente a una cierta oposición a su nombramiento. Incluso el mismo Heródoto
pareció mostrarse a favor de la elección de Dorieo por creerle más cabal para dicho
cargo que a Cleómenes, del que dijo que tenía “vena de loco”. Finalmente, sin
embargo, la elección recayó sobre éste.
Una vez que la cuestión sucesoria quedó resuelta,
el nuevo monarca se resolvió a demostrar su determinación y su innegable
intención de elevar a Esparta a una categoría mayor de la que había heredado de
su padre. De esta manera inició un activo programa de política exterior que le
llevó a intervenir en los conflictos civiles de Atenas e incluso, a albergar un
proyecto de invasión del imperio persa. Sin embargo, el hecho por el que aquí
vamos a recordar siempre a Cleómenes I de Esparta es por haber asestado una
derrota cuasi definitiva a su por aquel entonces máximo rival, Argos en la
batalla de Sepea.
En 519 a.C. el líder samio Meandro recaló en
Esparta a fin de que su nuevo monarca le ayudara a expulsar del poder al nuevo
tirano de Samos, Polícrates que al parecer, simpatizaba en demasía con los
persas. Pero tanto esta embajada como la protagonizada por Demarato años más
tarde para invadir el imperio persa, fueron rechazadas por Cleómenes I a quien
ni los sobornos de uno y ni los cantos de sirena del otro pudieron desviar de
su auténtico objetivo como era el establecimiento de la hegemonía espartana no
solo en el Peloponeso sino en toda Grecia. Así, mientras rechazaba intervenir
en asuntos tan lejanos, entre 510 y 506 a.C. sí intervino en los revueltos
asuntos de los atenienses, que habían acabado con el asesinato del tirano
Hiparco, hijo de Pisístrato. Tras una primera expedición fallida para restaurar
a los Alcmeónidas en el poder de Atenas, dirigió una segunda expedición en
persona que terminó con Hipias, hermano de Hiparco y sus acólitos sitiados en
la Acrópolis.
Una vez resueltas estas incógnitas, Cleómenes ya
tuvo las manos libres para centrarse en su siguiente objetivo: Argos.
La batalla
El exitoso camino que Cleómenes I había iniciado
contra viento y marea en su política exterior ayudando a Atenas y rechazando
proyectos poco populares en Esparta, pronto tornó en una sucesión de fracasos
que terminaron por dar con sus huesos en la cárcel para terminar con su
sepultura.
Después de ayudar a los Alcmeónidas de Clístenes
a librar a Atenas de los tiranos, Cléomenes fue convencido por Iságoras –que
representaba a la facción rival de Clístenes por el poder en Atenas- para que
lo apoyara a él frente a éstos. Ello le valió la enemistad del pueblo ateniense
que lo expulsó de la ciudad. Herido en su orgullo, Cleómenes proyectó así una
campaña de castigo contra la ciudad para la cual trató de atraerse el favor de
los corintios. Sin embargo, a la altura de 494 a.C. en el mismo comienzo de la
expedición, Cleómenes fue testigo de cómo los corintios lo abandonaron creyendo
que las razones argumentadas por el monarca espartano respondían más a
presupuestos personalistas que a razones de bienestar entre los griegos.
Además, sus intrigas contra el otro monarca espartano, Demarato, que
terminarían por conocerse y sus expediciones de castigo a Egina por su medismo,
habían arrastrado al desgaste a Cleómenes que, dentro de una violenta e
imparable espiral bélica, empezó a contemplar la posibilidad destruir Argos con
el mismo pretexto con el que había castigado a Egina: simpatizar con Persia.
Así, en ese mismo año de 494 a.C. y tras haber
sido informado por un oráculo de que sería él quien rendiría Argos, condujo un
ejército hacia las tierras de la Argólida. Al llegar al río Erasino, parece que
los sacrificios no le fueron propicios por lo que decidió retirarse a Tirea y
desde allí, pasar en barco hasta Tirinto y Nauplia (Hdt. 6, 76-77). Una vez
enterados, los argivos salieron a defender sus costas y se atrincheraron en
Sepea. Según relata Heródoto a pesar de la animosidad con que encararon aquella
batalla, parece que recelaban de un oráculo anterior que les habría informado
de una treta que alguien urdiría contra ellos: Cuando la mujer victoriosa repela en Argos al hombre y lleve la gloria
del valiente, hará que corran las lágrimas de muchas argivas, hará que alguno
pasada tal época diga: horrible yace la triple serpiente, domada por la lanza.
Por esta razón los argivos procuraron espiar las órdenes que el pregonero de
los espartanos daba a las tropas cada día para así conocer mejor sus
movimientos. Sin embargo, sin reparar en que todo aquello era sabido por
Cleómenes, el monarca espartano ordenó en secreto a los suyos hacer exactamente
lo contrario de lo que ordenaba su pregonero. Así, cuando todos los argivos
creyeron que el pregonero espartano había dado orden de comer, los espartanos supieron
que era la señal para coger las armas y prepararse para la contienda. De esta
manera, las tropas lacedemonias cayeron sobre unos ingenuos argivos que en ese
momento empezaban a comer. El éxito de la argucia fue tal, que muchos de ellos
fueron asesinados al instante. Los que pudieron huir lo hicieron al bosque
sagrado de Argos, a donde en teoría, nadie se atrevería a atacarlos. Pero para
entonces, la sed sanguinaria agravada por la presunta demencia de Cleómenes I
informada por Heródoto, ya no conocía límite. Tan pronto como el ejército
espartano concluyó su primer ataque sorpresa, se dirigió al bosque a cerrar el
paso a los argivos que hasta allí habían huido.
Parece que cuando el monarca llegó al frente de
sus tropas, alguien le facilitó el nombre de todos y cada uno de los argivos
que allí permanecían guarecidos. Con la falsa promesa de libertad, ordenó a su
pregonero entonar el nombre de cada uno de ellos e instarlos a salir, diciendo
que ya había recibido el precio de su rescate, (que por entonces era dos minas
por prisionero) y que no les infligiría daño alguno. Sin embargo, a medida que
fueron saliendo los primeros 50, no tuvo inconveniente en pasarlos por la
espada y acabar con sus vidas sin piedad, sin que ello le produjera ningún tipo
de conflicto moral. Puesto que algunos de los argivos que seguían en el bosque
se percataron de lo que estaba ocurriendo, decidieron entonces resistir y no
salir. Desesperado por no poder acabar de una vez por todas con aquel episodio,
Cleómenes ordenó a sus hilotas rodear el bosque con ramas secas y prenderles
fuego. El hecho de que los bosques estuvieran consagrados a los dioses no
parece que amilanara el ánimo del monarca espartano que se demostró resuelto a
conseguir su objetivo de reducir a Argos a cenizas.
Cuando el bosque ya lucía completamente en
llamas, Cleómenes se sintió satisfecho y permaneció con un nutrido grupo de su
ejército para ir a rendir los sacrificios pertinentes al Hereo.
Su comportamiento estaba siendo desde todo punto
de vista, censurable. Semejante atrocidad se consideraba algo impropio de
griegos, y desde luego no fueron pocos los que pidieron su comparecencia en
Esparta. Sin embargo, eso no turbó al monarca lo más mínimo que cuando vio como
el sacerdote de Juno se oponía a sus sacrificios en el Hereo, ordenó azotarlo y
llevar adelante el ritual.
Por fin, su comportamiento fue digno de reproche
y a instancias de sus enemigos, fue llamado a declarar delante de los éforos,
que le acusaron de soborno por no haber tomado la ciudad de Argos tras el
incendio y cuando gozaba de unas condiciones inmejorables para llevarlo a cabo.
Consecuencias
El hecho de no haber tomado la ciudad de Argos,
no significa que el daño causado no fuera irreparable. De hecho, según refiere
Heródoto, la ciudad quedó tan huérfana de ciudadanos que tuvieron que ser los
esclavos los que quedaran al cargo de los empleos públicos hasta que la
siguiente generación alcanzara la edad suficiente para su desempeño. Por si
fuera poco, esa devolución de los puestos públicos que los esclavos tendrían
que haber hecho, no se produjo de manera pacífica sino que, al parecer, los
argivos expulsaron a los esclavos de la mala manera. Resentidos, los esclavos
organizaron una lucha contra sus otrora señores y los siguientes años que
debían haber sido de paz y recuperación de Argos, desembocaron en una violenta
stasis o crisis interna argiva que acabó con otro buen puñado de cadáveres
entre sus filas.
Por su parte, la suerte que el destino tenía
reservada a Cleómenes no era mucho mejor que la de sus derrotados argivos.
Cansados de la actitud cada vez más agresiva y violenta del monarca, y conocida
la trama que había preparado contra Demarato, fue llamado a Esparta para que
declarara por sus acciones. Receloso de su ciudad, Cleómenes marchó a Arcadia
donde parece que trató de organizar un ejército que marcharía contra su misma
ciudad a fin de imponer su voluntad. Finalmente, parece que estas intenciones
fueron desterradas y Cleómenes regresó a Esparta pacíficamente. Una vez allí
fue apresado. Durante su cautiverio, refiere Heródoto que, inmerso ya en una
locura demencial, pidió a su guardia su sable y con él se practicó una
horrorosa carnicería en todas las extremidades de su cuerpo hasta fallecer
desangrado.
Si bien Argos y Cleómenes habían hallado trágicos finales, no se puede decir lo mismo de Esparta que ahora, gracias a la fructífera política exterior de estos años había conseguido retener no solo el dominio efectivo del Peloponeso, sino además extender su influencia sobre el resto de Grecia y consagrarse como una auténtica
potencia militar.
Mapa de
la Batalla de Sepea.
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