sábado, 13 de enero de 2018

Augusto Progo de Lis Grecia Frente a Roma Historia de la Liga Aquea Libro III  Polibio de Megalópolis 28 GRIETAS EN LOS DIQUES

 28
 GRIETAS EN LOS DIQUES
  
 La tensión que, en el interior de la Liga aquea, se puede entrever causó la vuelta de los exiliados de 167, pudo provocar preocupación en Roma. En 151-150 resurgió el inacabable conflicto fronterizo entre Argos y Esparta, lo que suscitó las acostumbradas embajadas a Roma y el envío subsiguiente de una comisión senatorial a Grecia, encabezada por un tal Galo. La comisión se desempeñó con la arrogancia e insolencia que comenzaba a ser habitual entre los romanos al tratar asuntos griegos. La disputa fronteriza fue rutinariamente resuelta encargando una sentencia de arbitraje al estratego aqueo, en ese momento Calícrates. Pero esa embajada tenía un propósito oculto.
 ... también vinieron a Galo los etolios que vivían en Pleuron, quienes deseaban separarse de la confederación aquea. Galo les permitió enviar su propia embajada a Roma, y los romanos les permitieron segregarse de la Liga aquea. El senado había comisionado a Galo para separar de la confederación aquea tantos estados como pudiera. Pausanías, Acaya 11. 3
 Pleurón era una ciudad de Etolia, fuera del Peloponeso, y marginal por tanto en la política de la Liga. Pero la actuación de Galo muestra a las claras la desconfianza de Roma ante la evolución de la federación aquea y el crecimiento del nacionalismo griego en su opinión pública. Las tensiones entre griegos y romanos, todavía ocultas, iban aumentando.
 Quizás los intentos romanos de debilitar la Liga estén en relación con el progresivo deterioro de la situación internacional en el Mediterráneo occidental, provocado por el cada vez más evidente imperialismo romano. En España, que se había convertido en provincia romana al terminar la segunda Guerra Púnica, a finales del siglo III a. de C., la expansión del poder de Roma hacia el interior estaba provocando una resistencia más tenaz. En 154 estalló una gran rebelión de los lusitanos y los celtíberos. Los esfuerzos romanos por reducirla fracasaron, y en 151, en medio de dificultades en el alistamiento, ante la falta de incentivos en una guerra muy dura, sin grandes posibilidades de botín por la pobreza del territorio, Roma tuvo que llegar a un acuerdo con los rebeldes para detener la sangría.
 También en África parecía aflorar un nuevo foco de inestabilidad. Tras su derrota en la segunda Guerra Púnica, Cartago permanecía cautelosamente pasiva, tratando de no atraer sobre ella las suspicacias romanas. Pero se veía enfrentada a la hostilidad del reino de Numidia, que con el apoyo del senado romano –que veía en los númidas una poderosa herramienta para intimidar a los cartagineses– sometía a fuerte presión las fronteras del territorio de Cartago. Esto llevó a varios choques, que los romanos arbitraron siempre favoreciendo al rey númida Masinisa. La prosperidad de Cartago, en vías de recuperar su posición de centro comercial del Mediterráneo occidental, terminó por suscitar la desconfianza de Roma, que veía en ella una futura rival. En el senado, Catón proclamaba una y otra vez la necesidad de enfrentarse a la metrópoli africana y destruirla definitivamente.
 Estos conflictos, el de España y los latentes en África y Grecia, respondían a una causa común: la aparición de un imperialismo romano de gran alcance. Sin rivales, el senado tendía a pensar más en hipotéticos conflictos futuros, y en la necesidad de adelantarse a ellos eliminando rivales potenciales. Sin embargo esos eventuales adversarios no eran tales. Nadie en 150 podía siquiera plantear el que Cartago o la Liga Aquea fueran rivales para Roma, ni en ese momento ni en un futuro previsible. Pero en los círculos de poder del senado, cada vez más imbuidos de una ideología de superioridad de la cultura y las instituciones políticas romanas, las resistencias a la asimilación o a la aceptación de ese hecho eran vistas como actos hostiles, y los estados que las personificaban como enemigos a los que derrotar. Para esos grupos el destino de Roma, tal y como se visualiza en la obra de Polibio, era imponer un nuevo orden mundial. Crecía así la idea de que cualquier resistencia debía ser aplastada.
 Mientras, la tensión en la Liga Aquea iba alcanzando el punto de ruptura. Polibio nos describe la lucha política del momento como un enfrentamiento de demagogos, siempre dispuestos a aprovechar cualquier oportunidad en beneficio propio. Y el resurgimiento de la crisis en Oropo les dio una nueva ocasión de ello. Ya vimos más arriba el inicio de la crisis que en 156 enfrentó a Oropo y Atenas. En el verano de 150 un escándalo provocado por un miembro de la guarnición ateniense dio pie a la protesta de los de Oropo, y a exigir la retirada de la guarnición y la devolución de los rehenes. Atenas se negó en redondo, y los oropienses, incapaces de presionar a los atenienses, pidieron ayuda diplomática a la Liga. Pero la asamblea aquea rehusó comprometerse. Era por entonces estratego el espartano Menálcidas, probablemente un político pro romano del partido de Calícrates. Los de Oropo le ofrecieron diez talentos si conseguía cambiar la decisión de los aqueos, y Menálcidas ofreció a Calícrates la mitad del soborno si utilizaba su influencia política para ayudarle. Calícrates aceptó, y un decreto de Menálcidas para intervenir militarmente contra Atenas, apoyado por Calícrates, fue aprobado finalmente por la asamblea. Pero esa acción no fue al final efectiva.
 Noticias de esto llegaron a los atenienses, quienes con toda la rapidez que pudieron fueron a Oropo, robaron de nuevo todo lo que habían dejado en saqueos anteriores y trajeron consigo la guarnición. Como los aqueos llegaron demasiado tarde para dar ayuda, Menálcidas y Calícrates les urgieron a invadir Ática. Pero se encontraron con oposición, especialmente de los espartanos, y el ejército se retiró. Pausanías, Acaya 11. 8
 Tras el fracaso Menálcidas pensó que sería estúpido repartir el soborno, que ya había recibido, y trató de convencer a Calícrates de que no se le había pagado. Calícrates obviamente no le creyó, y rompió violentamente con él, amenazándole con represalias. Este sería el germen de los acontecimientos que en los siguientes años sacudirían a la Liga.
 Mientras tanto, la situación diplomática en el Mediterráneo occidental se agravaba. A principios de 149, y tras una serie de choques entre los númidas y Cartago, Roma decidió actuar de forma directa declarando la guerra a su enemiga histórica, con ánimo de someterla definitivamente. Los cartagineses, horrorizados, enviaron embajadores que, al darse cuenta de lo irreversible de la decisión del senado, y para intentar evitar la destrucción de la ciudad, la entregaron en deditio, una forma de rendición incruenta. El senado comisionó entonces a uno de los pretores para dictar las condiciones a la legación cartaginesa.
 ... obtendrían [la libertad y la autonomía] si enviaban trescientos rehenes a Lilibeo en un plazo de treinta días –debían ser senadores o miembros del consejo de ancianos– y si además cumplían las órdenes de los cónsules. Polibio 36. 4. 6
 Tras ciertas dudas, los embajadores asintieron, y partieron hacia Cartago. En ese momento la Liga Aquea recibió una petición del cónsul Manlio Manilo, para que Polibio de Megalópolis, que permanecía en Grecia, se dirigiera a Lilibeo. Muy probablemente se trataba de que, habiendo sido él mismo rehén en Roma, convenciera y tranquilizara a los cartagineses para que aceptaran la entrega. En cualquier caso los rehenes fueron entregados con prontitud y Polibio, que ya había zarpado, recibió otra misiva en la que se le comunicaba que sus servicios ya no eran necesarios. Entretanto el cónsul comunicaba sus decisiones a los cartagineses. Primero exigió la entrega de todas las armas, lo que fue cumplido. Una vez inerme la ciudad, dio a conocer la orden fundamental, que demostró las verdaderas intenciones romanas: la ciudad debía ser abandonada, y los cartagineses podrían levantar otra lejos de la costa. La indignación se extendió rápidamente entre el pueblo, que se levantó contra su propio gobierno y, tras una tumultuosa asamblea, optó por resistir y enfrentarse en una guerra sin esperanzas a los romanos. Empezaba así la tercera Guerra Púnica.
 Al mismo tiempo que la guerra estallaba entre Roma y Cartago, otro grave conflicto surgió en la misma Grecia. Las repúblicas macedonias se habían mantenido desde su derrota ante los romanos en una engañosa tranquilidad que ocultaba graves tensiones internas, que podían estallar en cualquier momento. La llegada de un inesperado protagonista fue el detonante.
 Un cierto Andrisco, que era nativo de Adramytio, y presentaba una semejanza física con el rey Perseo, llevó a una gran parte de Macedonia a la revuelta pretendiendo ser su hijo y llamándose a sí mismo Filipo. Dión Casio
 Su historia, digna de una novela de aventuras, fue intensa y agitada. Tras un primer intento unos años antes, que fracasó cuando ningún macedonio le prestó atención, terminó por dirigirse a Siria, a la corte de Demetrio, presentándose como hijo de su hermana Laódice, y solicitándole como sobrino ayuda para conquistar el trono de Macedonia. El rey sirio, sin hacerle ningún caso, lo encarceló y lo expidió a Roma. Allí no recibió más que burlas y desprecios, y terminó por ser despedido sin cargos, considerado como un demente. De regreso en Macedonia se dedicó, con un reducido grupo de fieles, al bandidaje, entablando contactos con algunos de los reyezuelos de Tracia, hasta que uno de ellos lo reconoció como heredero legítimo al trono macedonio, probablemente a finales de 150, y puso a su disposición su alianza y sus tropas. Con esas fuerzas invadió Macedonia en 149. Tras una batalla victoriosa en las fronteras algunos macedonios empezaron a tomarlo en serio. El senado envió un legado, Escipión Nasica, que pensando enfrentarse a un simple bandido decidió resolver el asunto por su cuenta, y tras reunir apresuradamente una fuerza de aliados griegos, entre los que se contaban contingentes aqueos, avanzó al encuentro de Andrisco. Pero fue derrotado. El éxito del presunto Filipo convenció a los vacilantes, y pronto toda Macedonia lo reconoció por rey legítimo. El senado, desconcertado, envió al pretor Publio Juvencio con una fuerza militar, pero cuando a finales del verano trató de penetrar en Macedonia sus tropas fueron aplastadas y él mismo muerto, lo que permitió a Andrisco ocupar Tesalia. El reino macedonio resurgía inesperadamente de sus cenizas. Roma se encontró así enfrentada simultáneamente a dos guerras imprevistas.
 Polibio nos ha trasmitido la reacción en la Liga Aquea ante estos acontecimientos. Respecto a Cartago, los fútiles intentos de Polibio y los pro romanos de justificar los actos romanos como un acto de política práctica se vieron refutados por la opinión mayoritaria. Para casi todos los aqueos el ataque a los indefensos cartagineses demostraba la ambición de poder de Roma, su exigencia al resto del mundo de una sumisión servil a sus propios intereses. Cartago no representaba amenaza alguna, y sólo la codicia romana explicaba la acción. Roma no pretendía crear un nuevo orden, más justo o estable, ni defender la libertad. Quería, simple y llanamente el dominio del mundo. Para muchos aqueos sólo quedaba la opción de elegir entre resistirse a ese dominio o aceptar la servidumbre.
 Respecto a Andrisco y la sublevación de Macedonia, Polibio no oculta el desconcierto de todos los aqueos ante una situación que semejando al inicio una comedia bufa, se había convertido en una guerra abierta que podía afectarles de forma directa.
 ... primero, el rumor no pareció siquiera creíble: surge en Macedonia un Filipo caído del cielo, que desprecia no sólo a los macedonios, sino incluso a los romanos... al cabo de tres o cuatro meses se esparció el rumor de que este Filipo el impostor había derrotado a los macedonios en una batalla librada en la otra orilla del río Estrimón... algunos lo creyeron, pero la mayoría no, en absoluto. Pero al cabo de poco corrió otro rumor: había derrotado a los macedonios más acá del Estrimón y controlaba toda Macedonia. Los tesalios enviaron entonces cartas y embajadores a los aqueos en demanda de socorro, puesto que ya corrían peligro. Polibio 36. 10. 2-5
 En la primavera de 149 fue elegido como estratego aqueo Dieo de Megalópolis. Desgraciadamente no estamos en condiciones de reconocer los orígenes políticos y sociales de este personaje, y no podemos ni debemos encuadrarlo en una corriente o ideología concreta. Se nos presenta –siempre teniendo en cuenta la tendenciosidad de las fuentes– como un demagogo sin escrúpulos, un político ávido de poder, dispuesto a aprovechar cualquier opción o cambio de opinión en el pueblo para utilizarla en su propio beneficio. No sabemos si este era su primer mandato como estratego o si su elección tenía alguna conexión con la vuelta de los exiliados. Probablemente era el representante de una nueva generación de líderes políticos, nacidos a principios del siglo II a. de C., sin una experiencia personal de las violentas luchas de las décadas finales del siglo III a. de C, y que sólo habían conocido una Grecia tutelada por Roma. En cualquier caso, pronto tuvo oportunidades para dar rienda suelta a su ambición. El final del mandato de Menálcidas, el estratego anterior, dio la oportunidad a Calícrates de tomarse cumplida venganza del escamoteo de su parte del soborno de los oropienses. Aprovechando la pérdida de sus prerrogativas como estratego, Calícrates le acusó de uno de los delitos más odiosos para la opinión pública de la Liga.
 Dijo que Menálcidas, cuando estuvo en una embajada a Roma, había trabajado contra los aqueos y había hecho todo lo que pudo para separar Esparta de la Liga aquea. Pausanías Acaya 12. 2
 Desde los tiempos de Filopemen, e incluso antes, la cuestión espartana provocaba invariablemente una gran exaltación cuando era planteada en la asamblea aquea, sobre todo en los representantes de ciudades históricamente enfrentadas a Esparta, como Megalópolis y Argos. Precisamente en ese momento se había reactivado por enésima vez la cuestión de las fronteras de Lacedemonia, en este caso sus límites con Megalópolis. Los espartanos exigían la reintegración de algunas aldeas históricamente lacedemonias, pero que habían sido ocupadas por los megapolitanos en 187. Por lo tanto, hubiera o no actuado contra los intereses aqueos, Menálcidas se enfrentaba a un juicio ante una asamblea aquea mayoritariamente hostil. Invocó entonces la ayuda de Dieo, el estratego, ofreciéndole el pago de tres talentos, provenientes del soborno de los de Oropo, si conseguía librarlo de ese trance.
 Dieo aceptó, y utilizó sus prerrogativas como estratego para bloquear la denuncia de Calícrates y forzar la absolución de Menálcidas, quizás alegando la obligación de consultar a Roma en un caso capital. Pero al hacerlo se enfrentó a la desaprobación de la opinión pública, mayoritariamente contraria a los lacedemonios, que veía en Menálcidas, espartano, la imagen de lo que entendían como una política que buscaba la secesión y ruptura de la federación. Dieo se encontró por tanto en la necesidad de recuperar la adhesión de los aqueos. Había llegado el tiempo de la demagogia. La ocasión le llegó con la vuelta de los embajadores enviados a Roma para plantear la cuestión de las fronteras entre Megalópolis y Esparta. El senado, hastiado de un conflicto que se renovaba de forma continua a pesar de todos los decretos emitidos y los legados enviados, zanjó el problema remitiendo a la asamblea aquea la resolución del conflicto.
 ...el senado replicó a la apelación decretando que todos los juicios, excepto los capitales, deberían verse bajo la jurisdicción de la Liga aquea. Pausanías, Acaya 12. 4
 Ante la asamblea, Dieo le dio la vuelta al decreto del senado, quizás aprovechando un doble sentido de la traducción, o jugando con la imprecisión de los edictos senatoriales, y anunció públicamente que los romanos habían dado a los aqueos la jurisdicción en “todos los juicios, incluidos los capitales”. Esto permitiría a la Liga imponer a los espartanos su decisión sobre las fronteras –Dieo era megapolitano–, y encausar de nuevo a Menálcidas. De esa forma el estratego se reconciliaba con la opinión pública y con el mismo Calícrates, el líder político más influyente de la Liga. Pero los espartanos, que no aceptaron el sentido que Dieo daba a la sentencia del senado, exigieron el envío de nuevos embajadores a Roma para aclarar el equívoco. Dieo replicó vetando la aprobación de esa embajada: ninguna ciudad podía enviar por sí sola una misión diplomática, puesto que esa era una prerrogativa de la asamblea federal. Los lacedemonios se negaron entonces a acatar esa norma, y Dieo, como había hecho décadas atrás Filopemen en una situación semejante, declaró el estado de guerra con Esparta, con la aclamación entusiasta de la asamblea.
 El estallido del conflicto muestra hasta qué punto había aumentado la tensión interna dentro de la Liga. Dieo había forzado la guerra por motivos personales, para restablecer su popularidad y construirse un liderazgo personal como líder de un estado en guerra, pero eso no hubiera sido posible sin la sorda tensión albergada en la sociedad aquea. La vuelta de los exiliados, las pasiones anti espartanas, el omnipresente rencor hacia Roma, la situación económica, todo se había unido para inclinar a los aqueos a la búsqueda de soluciones radicales y aventuradas. La ansiedad social creaba una presión interna que buscaba una vía de escape, la guerra con Esparta. Los diques que desde hacía décadas aseguraban la estabilidad interna de la federación y contenían el desbordamiento de la tensión social acumulada, empezaban a fallar.
 Los espartanos, por su parte, reconociéndose incapaces de rivalizar en fuerza militar con el resto de la Liga, buscaron un compromiso. Rechazados por las principales ciudades aqueas, que expresaron su lealtad al estratego, trataron de llegar a un acuerdo con el propio Dieo. Éste respondió con un gesto que recuerda poderosamente las acciones de Filopemen de Megalópolis.
 ... declaró que él marcharía a hacer la guerra no contra Esparta sino contra aquellos que la estaban afligiendo. Cuando el consejo espartano le preguntó cuántos consideraba que eran culpables, él les respondió con los nombres de veinticuatro ciudadanos de alto rango en Esparta. Pausanías, Acaya 12. 6-7

 Los espartanos, ante la gravedad de la situación, arbitraron una acción desesperada para evitar la guerra. Convencieron a los veinticuatro ciudadanos acusados –entre los que se encontraba Menálcidas– de que se exiliaran voluntariamente, y una vez se hubieron marchado los juzgaron in absentia y los condenaron a muerte. Así pudieron presentar a Dieo sus exigencias como cumplidas, y sortear la amenaza de guerra. Pero en secreto instruyeron a los deportados para que se dirigieran a Roma y apelaran de forma personal al senado, convencidos de que los senadores decretarían su regreso. A su vez los aqueos votaron el envío de una embajada oficial, encabezada por sus principales líderes políticos, Calícrates y Dieo, para oponerse a los espartanos e inclinar al senado hacia sus intereses.

No hay comentarios:

Publicar un comentario