3. LA EXPANSIÓN DE LA LIGA
En 245, con 26 años, Arato accedió al cargo de estratego de la
Liga Aquea. Bajo su dirección, ésta se embarcó pronto en una política de
expansión territorial que la enfrentó, primero a los macedonios y, más tarde, a
la rivalidad de otros estados griegos. Eso no fue más que la consecuencia
lógica de aplicar las ideas estratégicas y políticas de una gran ciudad como
Sición, cuyos intereses y objetivos alcanzaban mucho más allá del restringido horizonte
comarcal de las pequeñas ciudades que componían la federación a mediados del
siglo III antes de Cristo. Hasta su generalato, a decir de Plutarco, Arato se
mantuvo fiel a la política de neutralidad de la Liga original, pero ahora, una
vez alcanzada la máxima magistratura, su ambición de poder y sus ansias de
triunfo político empujaron a la confederación a participar en los grandes
conflictos internacionales de la época.
El primer mando de Arato fue mediocre. Durante ese año se
estableció una alianza con los beocios, amenazados por la Liga Etolia. Beocia
había intentado crear su propia liga desde el siglo IV antes de Cristo, pero
sufrió amargamente su expuesta posición geográfica, que la ponía al alcance de
las represalias macedonias. Tebas, su capital, fue ocupada por Filipo II
primero, destruida por Alejandro Magno después y sometida finalmente por
Antípatro a finales del siglo IV antes de Cristo. Cuando Antigono Gonatas
perdió Corinto, en 253, los beocios tuvieron la opción de recuperarse, y trataron
de reconstruir su confederación. Al aliarse con los aqueos contaban con ser
capaces de consolidar su independencia y frenar la expansión de los etolios,
que desde su victoria sobre los celtas en 279 se estaban convirtiendo en el
poder predominante en la Grecia central.
La Liga Aquea en 245
Sin embargo, en el
momento clave, cuando los etolios atacaron el territorio beocio, las fuerzas
aqueas transportadas a través del golfo de Corinto llegaron tarde, entretenidas
en el saqueo de la costa etolia. De esa forma no pudieron evitar la completa
derrota de los beocios en Queronea. Más grave aun fue la reconquista de Corinto
por parte de Antígono Gonatas ese mismo año. Parecía abierto el camino a la
intervención macedonia en el Peloponeso.
El peligro se conjuró casi por casualidad, al obtener Arato,
elegido de nuevo estratego en 243, un espectacular éxito. Unos mercenarios
sirios de la guarnición macedonia de Acrocorinto, la inexpugnable fortaleza que
dominaba Corinto y permitía controlar el Istmo, entablaron contactos con él,
con la petición de una recompensa a cambio de información sobre las defensas de
la plaza. Inmediatamente organizó un espectacular golpe de mano. Con un puñado
de tropas escogidas entró subrepticiamente de noche en el alcázar, saltando por
un punto poco vigilado de la muralla por lo abrupto del terreno. La ocupación
de la fortaleza, tomada totalmente por sorpresa, permitió, al llegar la mañana,
una fácil conquista de la ciudad de Corinto, situada a los pies. Con Corinto
sólidamente en manos aqueas, no sólo los macedonios vieron nuevamente cerrado
el camino del Peloponeso, sino que, además, la Liga Aquea obtuvo una posición
dominante en toda la región, ventaja no menor que la de poder sumar a la
federación una de las más importantes ciudades griegas.
Porque el Istmo, que forma
una barrera entre los dos mares, junta y enlaza en aquel lugar este nuestro
continente; pero el Acrocorinto, monte elevado que se levanta del medio de
Grecia, cuando admite guarnición se interpone y corta todo el país dentro del
Istmo al trato, al comercio, a las expediciones y a toda negociación por tierra
y por mar, haciendo dueño único de todo esto al que allí manda y con su
guarnición ocupa la plaza. Así parece que no por juego, sino con mucha verdad,
llamó Filipo el Joven a la ciudad de Corinto «grillos de Grecia». Plutarco,
Arato 16
De repente, sin que nadie lo hubiera previsto, la Liga se
convirtió en la potencia preponderante en el Peloponeso. Pasó a controlar los
dos puertos corintios, y se hizo con una importante flota macedonia de
veinticinco naves. Todo ello le dio a Arato el impulso que necesitaba para
iniciar una política de franca expansión de la Liga Aquea. Como patriota griego
siempre tuvo presente el objetivo de expulsar a los macedonios de Grecia y, como
otros muchos helenos de la época, comprendió que eso sólo sería posible si las
ciudades griegas dejaban atrás sus diferencias y se reunían en una
confederación. De ahí la importancia de su propia adhesión a la Liga Aquea.
Arato veía en ella el núcleo a partir del cual el resto de las ciudades helenas
podían ir, poco a poco, aglutinándose, y sumar fuerzas que les permitieran
enfrentarse a los grandes reinos macedonios. Arato pensó, tras la conquista de
Corinto, que había llegado ese momento y que, sobre todo, él mismo podría ser
el dirigente de esa nueva federación griega.
Inmediatamente se puso manos a la obra. En ese mismo año consiguió
la entrada en la confederación de Megara, hasta entonces aliada de Macedonia.
Luego lo hicieron Trecén y Epidauro. Antígono de Macedonia, considerándose
traicionado por Arato, recabó el apoyo de la Liga Etolia para recuperar lo
perdido, pero Arato fue apoyado a su vez por Esparta y Ptolomeo III de Egipto.
En 242 una invasión etolia que atravesó el Istmo y penetró en el Peloponeso,
fue derrotada junto a Palene por una coalición de aqueos y espartanos. En 241
Antígono reconoció su fracaso y firmó la paz con la Liga. Tras sus éxitos,
Arato fue reconocido definitivamente como líder indiscutido de la Liga Aquea.
Era tan grande su poder
entre los aqueos, que ya que no fuese permitido ser general todos los años, lo
elegían un año sin otro, y en la realidad y en la opinión siempre tenía el
mando, por ver que ni riqueza, ni gloria, ni la amistad con los reyes, ni el
bien particular de su patria, y, en fin, que ninguna otra cosa anteponía al
aumento y prosperidad de la Liga de los aqueos... Plutarco, Arato 24
La muerte de Antígono Gonatas de Macedonia en 239 dio motivo a una
nueva inversión de las alianzas. El nuevo rey, Demetrio II, reinició la guerra
con los aqueos. Arato reaccionó con el acercamiento a los etolios, sus antiguos
enemigos, que temían a su vez que Macedonia recuperara, con su nuevo soberano,
una posición de hegemonía en la Grecia central. Gracias a la firmeza de los etolios
los macedonios fueron mantenidos fuera del Peloponeso, y Arato pudo proseguir
su política de expansión, centrada en tres grandes ciudades: Atenas, Argos y
Megalópolis.
Los intentos de Arato sobre Atenas comenzaron inmediatamente
después de la muerte de Antígono Gonatas. Los aqueos realizaron diversas
incursiones en el Ática, pero se encontraron con la resistencia de la
guarnición macedonia del Pireo y con el manifiesto desdén de la propia
ciudadanía ateniense. Tras su derrota ante Filipo II en 338, Atenas languidecía
entre la presión de los distintos reyes macedonios y los recuerdos de su
glorioso pasado. Respetada por su importancia cultural, desde el punto de vista
político se convirtió en un objetivo de la ambición de todos los poderes de la
época. Arato no fue una excepción. Hasta 234 realizó varios intentos de
expulsar la guarnición macedonia establecida en el Pireo, pero no lo consiguió.
En ocasiones estuvo a las puertas de Atenas, pero los propios atenienses, que
lo consideraban un simple aventurero, indigno del pasado de la ciudad más
célebre de Grecia, se negaron a abrirle las puertas o apoyarle contra los
macedonios. Para Arato la ciudad era, sin duda, un símbolo. Buscaba la unión de
las ciudades griegas, y el control de la más prestigiosa le daría, a él y a la
Liga Aquea, una reputación formidable. Pero al final tuvo que abandonar sus
esperanzas tras ser derrotado por los macedonios en 234, y resignarse, a su
pesar, a aceptar la negativa de los atenienses a ser integrados en la
federación.
Argos presentaba un problema distinto. Tras ser el principal
centro político del Peloponeso en la época arcaica entró, después de sus
derrotas frente a Esparta en siglo VI antes de Cristo y el error de elegir el
bando persa durante las guerras médicas del siglo V antes de Cristo, en un
largo periodo de aislamiento, tenazmente encerrada en sí misma. Desde fines del
siglo IV antes de Cristo la ciudad fue dominada por una sucesión de tiranos,
apoyados y sostenidos desde Macedonia, cuyos reyes se consideraban oriundos de
la ciudad y siempre dieron a su alianza una gran importancia. Terminó por
convertirse, tras la caída de Corinto en 243, en el principal bastión macedonio
en el Peloponeso.
Arato, que recordaba bien su época de exiliado en Argos y cuya
propia ciudad, Sición, era fronteriza con territorio argivo, tenía un interés
casi personal en agregarla a la Liga Aquea. Alentó desde que llegó al poder en
la federación una fuerte presión sobre los tiranos argivos, bien atacando la
ciudad, bien sosteniendo conjuraciones y asechanzas contra ellos. Hacia 243,
coincidiendo con la toma del Acrocorinto, organizó un golpe de estado contra el
tirano de Argos, Aristómaco, que fracasó por enfrentamientos internos entre los
conjurados. Aristómaco fue asesinado un poco más adelante por sus propios
esclavos, quizás en 242 ó 241, lo que movió a Arato a organizar una rápida
operación para tomar la ciudad, sólo para encontrarse con que el poder había
sido ocupado por otro tirano, Aristipo, y que los ciudadanos de Argos no mostraron
ningún interés en rebelarse, como él esperaba gracias a sus contactos en el
interior de la ciudad. Aristipo creó un régimen autoritario, apoyado por
Macedonia y por una guarnición mercenaria pagada con el dinero de Antígono
Gonatas primero y de Demetrio II después, lo que impidió cualquier extensión de
la federación aquea en la región.
Arato intentó por todos los medios derrocar a Aristipo e
incorporar su ciudad a la Liga, atacando su territorio en varias ocasiones. En
cierto momento llegó incluso a liderar personalmente un asalto a la ciudad, y
permaneció un día entero luchando sobre las murallas de Argos, hasta que,
herido, tuvo que desistir del intento ante la falta de apoyo entre los
ciudadanos argivos. Más adelante consiguió conquistar la ciudad de Cleonas, en
territorio argivo, lo que le permitió dar un golpe propagandístico, al
organizar los prestigiosos juegos atléticos Nemeos, –en los que participó en su
juventud– en la conquistada Cleonas, contraponiéndolos a los celebrados por
Aristipo en Nemea, una forma de reclamar el dominio aqueo sobre Argos, al ser
esas competiciones deportivas, conocidas por todos los griegos, el principal
acontecimiento de la ciudad.
Hacia 336 Arato pudo por fin eliminar a Aristipo. Lo engañó al
fingir una expedición hacia más allá del Istmo de Corinto, y cuando el tirano
de Argos movilizó sus fuerzas para recuperar Cleonas, Arato trasladó de vuelta
sus tropas durante la noche al interior de sus murallas, y sorprendió el
campamento argivo con un ataque al amanecer. Aristipo murió en la retirada y
sus fuerzas fueron dispersadas. Pero cuando Arato avanzó hacia Argos, confiado
en tomar por fin el control de su gobierno, se encontró con que el poder en la
ciudad había sido asumido por Aristómaco el Joven, hijo del tirano derrocado
por Aristipo. Decepcionado, Arato cejó entonces en sus propósitos y pasó a
centrar sus ambiciones en Megalópolis.
Megalópolis era una ciudad moderna para los cánones griegos. Fue
fundada en 370 por Epaminondas de Tebas, con la intención de crear una rival de
Esparta en Arcadia. Esta comarca se había mantenido hasta entonces como una
zona rural, dominada por los espartanos. Al crear un gran centro urbano y
unificar a su población, Epaminondas levantó una amenaza permanente sobre los
lacedemonios. Durante las décadas siguientes la nueva ciudad se encontró en
dificultades, debido a la continua rivalidad con Esparta. De hecho el
enfrentamiento terminó por convertirse en la gran rivalidad peloponesia,
acentuada tras la segregación de una parte de la Arcadia, encabezada por
Mantinea, que se separó de la confederación arcadia con el apoyo espartano. Eso
hizo que Megalópolis buscara ayuda exterior, encontrándolo en Macedonia, cuyos
soberanos se convirtieron pronto en protectores de la ciudad, como forma de frenar
cualquier posible expansión espartana. Esta rivalidad, que se mantendría
durante siglos, recuerda poderosamente la rivalidad establecida entre Francia y
Alemania tras la unificación alemana de 1870 y la Guerra Franco-Prusiana, con
Esparta con el papel de Alemania y Mantinea representando la posición de
Alsacia-Lorena. Pronto una obsesionada Megalópolis, como Francia tras 1871, se
sentiría en la necesidad de buscar nuevos apoyos.
En 235 la ciudad estaba bajo el control del tirano Lidíades,
apoyado por la corte macedonia. Tras la toma de Corinto por los aqueos había
quedado muy expuesto, al no poder contar con la asistencia militar de los
macedonios. Arato resolvió entonces tratar de incorporar la ciudad a la Liga
Aquea, pero escarmentado con sus fracasos en Argos prefirió iniciar
negociaciones directas con el tirano megapolitano, con la oferta de compartir
la dirección política de la Liga Aquea a cambio de la entrada de la ciudad en
la federación. Lidíades, acuciado por la amenaza espartana, y empujado por la
activa diplomacia de Egipto, siempre interesada en debilitar la posición de
Macedonia, accedió al trato en 234, e inmediatamente fue elegido estratego
federal de la Liga Aquea, alternándose con Arato a partir de ese momento en el
mando. Fue sin duda el mayor triunfo político de Arato de Sición. Un
equivalente moderno sería la Entente franco-británica, que desde principios del
siglo XX ha tratado de frenar la expansión alemana en Europa.
La entrada de Megalópolis en la Liga Aquea arrastró a una gran parte
de la Arcadia, y permitió extender la federación desde sus núcleos originales
en la costa del golfo de Corinto hacia el Peloponeso central, además de unir
toda la fuerza demográfica y militar de una gran ciudad. Por otro lado, la
decisión de Lidíades señaló un camino muy atractivo para otros tiranos
peloponesios. De hecho fue muy oportuna. A principios de 229 murió
repentinamente el rey Demetrio II de Macedonia, dejando como heredero a su hijo
Filipo, con sólo 7 años de edad. La regencia fue asumida por Antígono Dosón, un
primo de Demetrio, pero toda Grecia presumió, acertadamente, un periodo de
debilidad macedonia, centrada en los problemas de la sucesión. Los tiranos que
sobrevivían en el Peloponeso dejaron de contar, definitivamente, con la
asistencia macedonia, y vieron en el ejemplo de Lidíades de Megalópolis una
forma airosa de enfrentarse a sus previsibles dificultades. Una activa
diplomacia aquea, dirigida por Arato y apoyada por Egipto, hizo el resto.
Los tiranos, pues, cedieron,
se dejaron convencer de dejar sus tiranías, de liberar a sus patrias y de
coaligarlas a la Confederación Aquea. Aún en vida de Demetrio, Lidíades de
Megalópolis, previendo el futuro, dejó, de manera prudente y realista, la
tiranía por su propia iniciativa y se adhirió a la Confederación. Aristómaco,
tirano de Argos, Jenón de Hermíone y Cleónimo de Fliasio depusieron entonces
también sus tiranías y se agregaron a la democracia aquea. Plutarco, Arato
En el caso de Argos se suscitaron serios conflictos entre Lidíades
de Megalópolis, que era el estratego federal a principios de ese año, y Arato
sobre quién se iba a apuntar el triunfo de dirigir la entrada en la Liga de una
ciudad tan importante, lo que iba a provocar sin duda importantes cambios en el
equilibrio político de la federación. Arato, poco dispuesto a que el mérito de
un plan en el que había trabajado desde hacía más de una década se le escapara
de las manos, se presentó ante la asamblea federal en Egio con la exigencia de
que se votara en contra de la incorporación de Argos, lo que le valió las duras
críticas del despechado Lidíades, que había llevado las negociaciones con
Aristómaco. Arato respondió presentando su propia candidatura para el puesto de
estratego en la primavera de 229, elección que ganó sin dificultad.
Inmediatamente llamó a Aristómaco, y tras entregarle cincuenta talentos,
presentó ante la asamblea una moción para aceptar a Argos en la federación, al
mismo tiempo que apoyó con todo su prestigio la candidatura de Aristómaco de
Argos al cargo de estratego de 228, elección en la que el argivo obtuvo una
gran mayoría, desplazando a Lidíades.
Arato continuaba siendo, pese a la entrada de nuevas ciudades en
la federación, el líder de referencia de la Liga, al tiempo que conseguía un
cierto ascendiente sobre la población argiva, algo especialmente importante si
pensamos en los cambios que en el equilibrio electoral, hasta entonces
firmemente dominado por Arato y su partido, provocaban la entrada en la Liga
Aquea de ciudades y territorios tan importantes demográficamente. Por añadidura
Atenas, ante la oportunidad planteada por la muerte de Demetrio, solicitó la
ayuda de Arato para expulsar la guarnición macedonia del Pireo, lo que le
permitió añadir a la Liga la isla de Egina, así como establecer relaciones amistosas
con los atenienses. Arato, tras más de 20 años de lucha, y con 43 de edad, veía
cumplida su ambición personal y se había puesto al nivel de los grandes
políticos griegos de la época clásica.
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