14.
NUEVOS ALIADOS
Una vez concretada la alianza con los romanos, el primer objetivo
de la coalición fue Corinto, la principal base de los macedonios en el
Peloponeso. Las tropas aqueas se concentraron con rapidez en Sición, y desde
allí se unieron al ejército comandado por Atalo y Lucio, el hermano de
Flaminio, que asediaban la ciudad. Pero el asalto fracasó. Los macedonios
resistieron obstinadamente, sobre todo una tropa de mercenarios, veteranos de
la guerra púnica, cuyo origen italiano les condenaba a ser castigados como
desertores en el caso de ser capturados. Además, el gobernador macedonio de
Calcis, Filocles, se las arregló para enviar a través de Beocia y luego por
mar, en pequeñas lanchas, una importante fuerza de refresco. Para el rey Filipo
el control de Corinto era fundamental, pues permitía amenazar tanto a la Liga
Aquea como a Atenas, lo que a su vez obligaba a la coalición pro romana a
mantener fuerzas allí para bloquear la guarnición. Atalo, enfrentado a la
imposibilidad de tomar Corinto, ordenó la retirada, a la que se sumó la flota
de Lucio. Los aqueos, ahora en solitario, tuvieron que establecer cerca de
Sición una fuerza permanente, encargada de vigilar a las tropas macedonias de
Corinto, carga que se sumó a la guerra que seguían sosteniendo con Nabis y los
espartanos.
La situación se agravó aún más al poco tiempo. Los ciudadanos de
Argos estaban furiosos e indignados por lo que consideraban una traición, la
ruptura de la alianza de la Liga Aquea con el rey de Macedonia. Para los
argivos los reyes de Macedonia eran, de acuerdo con la leyenda, conciudadanos
suyos. Esos lazos míticos fueron reforzados, desde el siglo IV a. de C., por
las estrechas relaciones entre los tiranos argivos y los reyes de Macedonia. La
postura pro macedonia era así ampliamente mayoritaria en la ciudad. Cuando en
el curso de una ceremonia religiosa no se rogó, por vez primera, por la
prosperidad de Filipo de Macedonia, como era costumbre hasta entonces,
surgieron protestas y abucheos entre los asistentes. Animados por estos gestos,
los dirigentes del partido pro macedonio hicieron llamar a Filocles, ahora
gobernador macedonio de Corinto, y le abrieron las puertas de la ciudad. Con
Argos en poder de Macedonia, la Liga Aquea se encontró envuelta, otra vez, en
una guerra incierta, en la que, por añadidura, se veía enfrentada a sus
antiguos aliados, y aliada, a su vez, a viejos enemigos, con los que seguía
manteniendo rivalidades y disputas.
Mientras tanto para Flaminio la guerra transcurría favorablemente.
La alianza con los aqueos permitió a los romanos instalarse cómodamente en el
corazón de Grecia, preparando la campaña del año siguiente. Filipo, alarmado
por su progresivo aislamiento, pidió la apertura de negociaciones. Flaminio
aceptó, y se dirigió a la entrevista acompañado por los representantes de los
aliados, entre ellos los estrategos etolio y aqueo –Feneas y Aristeno– y el rey
de Pérgamo. Las negociaciones degeneraron pronto en un intercambio de reproches
y acusaciones entre el monarca macedonio, Feneas y Aristeno sobre quién era el
responsable de la guerra, y qué ciudades y fortalezas correspondían a cada
estado, sin que, obviamente, se pudiera llegar a un acuerdo. Al final el rey
Filipo solicitó a Flaminio una entrevista personal, como forma de salir del
punto muerto. En ella el rey macedonio ofreció devolver algunas de las ciudades
que había ocupado desde la paz de Fénice en 205 y, sobre todo, devolver a los
aqueos Argos y Corinto. Intentaba aparentar una situación de equilibrio entre
Macedonia y los estados griegos, que impulsara a los romanos a abandonar
Grecia.
Un paralelo contemporáneo podrían ser las sugerencias de los años
cincuenta de crear una Alemania neutral unificada entre el bloque soviético y
el occidental, acompañada con la retirada de Europa de los Estados Unidos. Pero
podemos estar seguros de que Roma no tenía intención alguna de permitir a
Filipo conservar poder militar e influencia en Grecia. Tampoco Estados Unidos
aceptó una división permanente en la Europa del siglo XX, con lo que la
reunificación alemana sólo pudo ser obra del bando vencedor en la Guerra Fría.
El cónsul Flaminio, que en ese momento estaba preocupado por su propia posición
como general, puesto que el año estaba terminando y con él su mandato, propuso
a su vez una tregua y enviar embajadas ante el senado romano, para que éste
decidiera. De hecho, contaba con que esas embajadas le permitieran influir en
la postura del senado sobre su mando en Grecia.
Todos los cálculos de Flaminio se mostraron correctos. El senado
exigió a los embajadores de Filipo una retirada de todas las guarniciones
macedonias en Grecia y, al no recibir respuesta, decretó la continuación de la
guerra. La propia posición de Flaminio en la política interna de Roma se vio
muy reforzada tras la ruptura de las negociaciones. Los nuevos cónsules,
elegidos a finales de 198, pidieron que el mando en Grecia fuera sorteado entre
ellos, pero los amigos de Flaminio hicieron campaña en su favor, solicitando
que el mando fuera prorrogado, opción perfectamente legal. Su principal logro,
haber conseguido atraerse a la Liga Aquea como aliada, debió ser muy bien
recibido en Roma, no tanto por la fuerza militar de la Liga como por el
renombre que le daba ser el principal estado del corazón cultural de Grecia.
Ese éxito aumentó el prestigio de Flaminio como general y diplomático versado
en los asuntos griegos –recordemos otra vez su educación griega–. El senado,
que tras dos años de campañas infructuosas veía por fin resultados en la guerra
contra Filipo, resolvió decretar la prórroga del mando de Flaminio como
procónsul, y le asignó nuevos refuerzos para el nuevo año que empezaba, el 197.
Por su parte el rey Filipo, ante la defección de la Liga Aquea,
intentó buscar en el Peloponeso nuevos aliados y fijó su atención en Nabis de
Esparta, siempre enfrentado a los aqueos. Como forma de atraérselo, le ofreció
el control de Argos, que seguía reteniendo mediante una guarnición tras la
secesión de los argivos, a cambio de la alianza contra la coalición pro-romana.
Nabis, siempre dispuesto a ampliar su control en el Peloponeso, aceptó, y una
importante fuerza espartana entró secretamente en la ciudad, franqueadas las
puertas por el jefe de la guarnición macedonia. Inmediatamente los propietarios
más ricos huyeron o fueron expulsados de la ciudad, refugiándose en el
territorio de la Liga Aquea, de la que se habían separado hacía sólo unos
meses. Sus propiedades, requisadas por Nabis, fueron utilizadas para ganarse el
apoyo de la población argiva, decretando, de la misma forma que lo había hecho
en su propia ciudad a llegar al poder, la redistribución de la tierra y la
cancelación de todas las deudas.
Sin embargo, los planes del rey Filipo quedaron defraudados,
puesto que Nabis envió su propios emisarios al cónsul Flaminio, que invernaba
en Focea. El procónsul aceptó una entrevista, en la que dio por buena la
ocupación de Argos a cambio de una tregua en la guerra entre los aqueos y los
espartanos. Poco satisfechos quedaron los aqueos, que veían Argos, hasta hacía
poco una de sus más importantes ciudades, en manos de los espartanos, sus
principales enemigos en el Peloponeso. Sin embargo, esa frustración quedaba
atemperada por el hecho de que habían sido los propios ciudadanos argivos los
que habían separado la ciudad de la Liga. La ocupación espartana podía ser
presentada, obviamente, como resultado de la traición perpetrada por los
argivos al segregarse. Además, la tregua con los espartanos permitía a los
aqueos librarse de una grave preocupación cuando estaban embarcados en una
guerra contra Macedonia. Ya habría tiempo, una vez derrotado Filipo, de ajustar
cuentas con Esparta.
Mientras Flaminio y Nabis discutían sobre la ocupación de Argos y
la neutralidad de Esparta, los aqueos encontraron un amigo inesperado. El rey
de Pérgamo, Atalo, que estaba acampado en Cencreas, el puerto oriental de
Corinto, intervino en las conversaciones entre el tirano de Esparta y el
cónsul, y exigió que la ocupación de la ciudad por Nabis fuera sometida a la
libre decisión de la asamblea de los ciudadanos argivos, después de retirada la
guarnición espartana, tal y como pedían los aqueos. Nabis, por supuesto, se
negó, y Flaminio, nada interesado en crear un conflicto con él en ese momento,
aceptó esa negativa. El objetivo de Roma era la derrota de Macedonia, y no
–todavía– controlar los asuntos internos griegos. Cabe la posibilidad de que
secretamente Flaminio asegurara a los aqueos el apoyo romano para recuperar la
ciudad cuando Macedonia fuera derrotada. En tanto, Atalo fue invitado a
presentarse ante la asamblea aquea, donde ofreció a la Liga una donación de
dinero y trigo, de acuerdo a la tradición de munificencia de las monarquías
macedonias. Se estableció así una alianza entre Pérgamo y la Liga Aquea, y
Atalo pasó a ser considerado como amigo y protector de la federación, el papel
que hasta entonces había representado Filipo.
En ese momento se le ofreció a Flaminio la posibilidad de reducir
aún más la influencia macedonia en Grecia. La Liga Beocia, antiguo protectorado
macedonio, aislada después de la ruptura entre la Liga Aquea y Filipo de
Macedonia, se encontraba temerosa e indecisa ante el desarrollo de la guerra.
Aliada con Filipo, y a la vez vigilada por las guarniciones macedonias de
Corinto y Calcis, se veía también directamente amenazada por las operaciones
militares romanas. Flaminio decidió aprovechar esa situación, tal y como había
hecho con éxito el año anterior con los aqueos. Solicitó asistir, junto con
Atalo, a la asamblea beocia en Tebas, lo que fue aceptado sin entusiasmo. El
cónsul aprovechó el momento de presentarse para hacer entrar por sorpresa una
importante fuerza romana en la ciudad. Los tebanos, aturdidos por la acción e
incapaces de reaccionar, fueron arengados por Atalo para que rompieran con
Macedonia. Entonces, en un momento de extremo dramatismo, el rey de Pérgamo,
que tenía ya más de setenta años de edad, sufrió un colapso, probablemente una
apoplejía, y cayó fulminado en la tribuna. Su lugar fue rápidamente ocupado por
Aristeno, todavía estratego aqueo, que acompañaba a Atalo y Flaminio.
Mientras Atalo era retirado y atendido, Aristeno continuó su
razonamiento, presentando el ejemplo de la Liga aquea como camino a seguir y la
amistad tradicional entre aqueos y beocios como garantía. Luego, tras un breve
discurso de Flaminio, fue presentada ante la asamblea la propuesta de
establecer una alianza con Roma. Rodeados de soldados romanos, ningún tebano se
atrevió a oponerse y la moción fue votada y aprobada. Filipo perdió así el
último bastión aliado en Grecia, y su presencia se redujo a las plazas fuertes
de Corinto y Calcis. Flaminio iba asegurando paso a paso el objetivo primordial
de la guerra, restringir el poder e influencia de Macedonia en Grecia.
Sin embargo, la guarnición de Corinto representaba una fuerza
militar a tener en cuenta. Comandada por Andróstenes, ascendía a un total de
6.000 hombres, con un núcleo de 3.000 macedonios y mercenarios muy
experimentados. Los aqueos, dirigidos por el nuevo estratego, Nicóstrato de
Egio, que disponía sólo de 2.000 soldados de las milicias ciudadanas, se mantuvieron
a la defensiva, permitiendo a las tropas macedonias merodear a placer los
territorios vecinos, y amenazar las ciudades aqueas de la frontera, como
Cleonas, Fliunte, Palene y Sición. Incluso, desde el puerto de Lequeo, lanzaron
por mar expediciones de saqueo contra la costa de Acaya.
Grecia en 197
Ante esta situación,
Nicóstrato trató de aprovechar la confianza creciente de los macedonios, que
terminaron por ir disgregando sus fuerzas en las distintas expediciones de
pillaje. A comienzos del verano de 197 el estratego aqueo llamó a las tropas
mercenarias de la Liga y realizó una leva de urgencia en las ciudades de la
comarca. En pocos días pudo reunir unos cinco mil hombres. Con ellos avanzó,
durante la noche, hasta Cleonas. La estrategia consistía en rodear el
campamento enemigo, que Andróstenes había establecido en las fronteras entre
Corinto y Sición. El general macedonio fue tomado completamente por sorpresa, y
no consiguió reunir sus tropas a tiempo. El resultado fue la derrota completa de
los macedonios, que perdieron más de mil quinientos soldados y se vieron
obligados a refugiarse tras los muros de Corinto, bloqueados por el ejército
aqueo.
En ese momento, mientras celebraban la victoria, los aqueos
recibieron la noticia de que romanos y macedonios se habían enfrentado en una
batalla campal al sur de Tesalia, en las colinas Cinoscéfalas, combate que
había terminado con la total victoria de Flaminio y con la apresurada retirada
de Filipo hacia su reino, abandonando Tesalia y dejando en el campo la mitad de
sus hombres. Casi al mismo tiempo llegó el mensaje de que el rey macedonio
aceptaba su derrota y solicitaba la apertura de negociaciones de paz. La guerra
había terminado.
Las conversaciones de paz se centraron en las disputas entre Etolia,
la Liga Aquea y Filipo de Macedonia, en las que Flaminio actuó como árbitro.
Desde el principio sorprendió el hecho de que Flaminio se mostrara muy
benévolo, casi amistoso, con el derrotado rey Filipo. Roma se enfrentaba al
hecho de que la desaparición del reino de Macedonia implicaría una serie de
consecuencias internacionales difícilmente manejables. Por un lado, la derrota
macedonia podía convertir a la Liga Etolia, la principal beneficiada, en un
poder predominante en Grecia, y en último término tentarla a buscar la
hegemonía. Mantener un reino macedonio viable imposibilitaría esa posibilidad.
Por otro lado Flaminio, y con él el senado romano, habían temido una alianza de
última hora de Filipo V de Macedonia con Antioco III de Siria, que ya colaboraron
contra Egipto unos años antes, y recelaba, incluso en el momento de la
victoria, de una intervención de Antioco en apoyo del derrotado Filipo, que
podía presentar una última resistencia desde su casi intacto reino. Si
Macedonia desaparecía como reino, Antioco de Siria podría pensar a su vez en
intervenir en Grecia. Al acercarse a Filipo y respetar su monarquía, por tanto,
Flaminio buscaba reducir las opciones de hegemonía en Grecia tanto a la Liga
Etolia como a Antioco de Siria. Un razonamiento semejante empujó a George H.
Busch a sostener a un personaje como Yeltsin en 1991-1993 para permitir la
consolidación de un estado ruso viable entre los escombros del hundimiento de
la URSS.
Los más heridos por el cambio de actitud romana fueron los
etolios. Contaban con obtener importantes compensaciones territoriales del
triunfo, en Tesalia, Grecia Central, Acarnania, e incluso el Peloponeso. Cuando
Flaminio anunció que sólo podrían recuperar las ciudades etolias retenidas por
Filipo, y que las condiciones definitivas de la paz serían fijadas por el
senado romano tras escuchar a las legaciones griegas, incluida la macedonia, su
indignación fue absoluta. Cuando a su vez los etolios expusieron que su tratado
con los romanos de 211 les permitía controlar todas las ciudades tomadas por la
alianza, Flaminio respondió brutalmente que ese acuerdo había quedado anulado
cuando Etolia firmó una paz separada con Macedonia en 206. Nada podría
decidirse hasta que el senado y el pueblo romano establecieran las condiciones
de paz.
Para los aqueos el desarrollo de las negociaciones fue un alivio.
Muchos temían que la derrota de Filipo significara la sustitución de la
hegemonía macedonia por una Etolia engrandecida. La decisión de Flaminio de
imponer el poder romano como árbitro en las disputas griegas les daba a los
aqueos la posibilidad de utilizar su oportunismo diplomático al cambiar de
alianza en 198 para obtener ventajas. De hecho, podríamos preguntarnos sobre si
la postura de Flaminio no sería resultado en parte de las maniobras de la
diplomacia aquea, jugando con el temor de Roma a la previsible guerra con
Antioco. Más adelante veremos algunos hechos que podrían explicarse con este
acercamiento aqueo-romano que no aparece en los textos conservados. No podemos
olvidar que las relaciones de la Liga Aquea con Roma se habían iniciado en 228,
y que, muy posiblemente, Arato de Sición mantuvo buenas relaciones con Roma
durante su vida política. La Liga, dominada por los pro romanos, era un aliado
natural de Roma, y desde la asamblea de Sición en 198 la colaboración con los
romanos se había convertido en un puntal de su diplomacia.
Las embajadas griegas fueron llegando a Roma a finales de 197,
presentándose sucesivamente ante el senado. La embajada aquea, dirigida por
Damóxeno de Egio, se encontró pronto envuelta en enérgicas discusiones con los
embajadores etolios, eleos y mesenios sobre la titularidad de las plazas de
Trifilia cedidas dos años antes por Filipo a la Liga. El senado romano se
convirtió pronto en una especie de bazar, con las distintas legaciones
disputando entre sí por el favor de los senadores y exponiendo viejas
querellas. Los lobbies nacionales disputándose en Washington el favor de los
representantes y senadores estadounidenses es demasiado obvio como paralelo moderno.
Mientras tanto uno de los cónsules recién elegidos, Marco Marcelo, presionaba
para conseguir que se rechazara la paz con Filipo y que le fuera concedido el
mando de las tropas en Grecia para eliminar el reino macedonio. Pero esa
moción, fruto de la ambición personal, era contraria a la estrategia
senatorial. Al final las autoridades romanas terminaron por nombrar una
comisión de diez miembros, los decemviros, que tras recibir unas instrucciones
reservadas debían reunirse con Flaminio, a quien se le prorrogó el mando un año
más, con el encargo de establecer las condiciones de la paz.
Los decenviros se reunieron con Flaminio en Elatea, donde
permanecía acantonado el grueso de las tropas romanas, en la primavera de 196.
Inmediatamente comenzaron las deliberaciones. Las instrucciones del senado
daban un amplio margen de maniobra a Flaminio en cuanto al reparto de los
territorios dominados por Filipo fuera de Macedonia.
Todos los griegos, tanto los
de Asia como los de Europa, serán libres y se regirán por sus propias leyes,
pero Filipo entregará a los romanos los territorios que le estaban sometidos y
las ciudades que ocupó, con sus guarniciones. La entrega de dichos territorios
se efectuará antes de los juegos ístmicos. Polibio, 18. 44
Esta decisión del senado de disponer a su arbitrio de los
territorios griegos causó un importante malestar cuando se hizo pública,
fundamentalmente entre los etolios. No sólo perdían la posibilidad de conseguir
las ventajas territoriales que esperaban, sino que, además, veían cómo los
romanos se hacían con el dominio de plazas esenciales para el control de
Grecia. Oreo, Calcis, Demetrias y Corinto, las fortalezas con las que los reyes
macedonios aseguraron en el pasado su control sobre los griegos, pasaban a ser
ocupadas sin más por las fuerzas romanas. En palabras de Feneas, el estratego
etolio.
De esto salta a la vista que
los romanos recogen de Filipo los candados de Grecia. Lo que hay es un cambio
de dominadores, en modo alguno una liberación de los griegos. Polibio, 18.
45
Los etolios, como los británicos tras la Segunda Guerra Mundial,
descubrían, demasiado tarde, el resultado de su política de apoyarse en Roma en
sus luchas contra el rey Filipo. Desde 211 políticos de todos los estados
griegos habían criticado con acritud esa alianza, que permitía a los romanos
disponer de un punto de apoyo en Grecia, pero los etolios siempre se habían
encogido de hombros, esperando recoger los beneficios de la victoria cuando los
romanos se retiraran dejándoles como poder hegemónico entre los griegos.
Llegado el momento, los romanos parecían haber decidido quedarse. Esa decisión
no puede atribuirse únicamente a impulsos directamente imperialistas. De hecho
Roma no tenía ninguna ambición territorial en Grecia. El motivo esencial era,
en ese momento, el miedo –otra vez la paranoia ante el enemigo exterior– al
avance de Antioco de Siria, y a la posibilidad de que aprovechara la debilidad
macedonia para reclamar un poder hegemónico. Muy posiblemente fueron las
diplomacias de Pérgamo, Rodas y la Liga Aquea las que, como en 201 frente a
Filipo, presionaron para que los romanos afrontaran la expansión del seleúcida.
También debemos tener en cuenta la personalidad de Flaminio. Fuertemente
helenizado, y tras mantener durante dos años un poder semi-absoluto sobre
Grecia, tendía a verse a sí mismo como el dirigente providencial que devolvería
la libertad y la estabilidad a los griegos.
Flaminio y la comisión de decenviros terminaron por trasladarse a
Corinto, entregada por los macedonios, donde ese verano se iban a celebrar los
juegos atléticos Ístmicos, para los que se preveía, terminada la guerra, una
gran concurrencia de público de toda Grecia. Allí fueron tomadas las decisiones
definitivas. Para hacerlas públicas, Flaminio, en un gesto muy teatral, esperó
a que los juegos se inauguraran. El primer día, con el estadio abarrotado y en
una atmósfera de gran expectación, Flaminio comunicó sus decisiones. Polibio,
que sería un adolescente por entonces y que seguramente estaba presente, nos
describe el acontecimiento.
Entonces se adelantó un
heraldo, hizo callar al gentío con un toque de corneta y proclamó el siguiente
anuncio: “El senado romano y Tito Quinto Flaminio, cónsul y general, que han
hecho la guerra contra Filipo y los macedonios, dejan libres, sin guarnición,
sin imponer tributos, y permiten usar las leyes patrias a los corintios, a los
focenses, a los locros, a los eubeos, a los aqueos de Ptía, a los magnesios, a
los tesalios y a los perrebios.” Estalló al punto una ovación formidable... Cuando
cesaron las aclamaciones, nadie reparó en absoluto en los atletas, pues todos
hablaban, unos con sus vecinos y otros consigo mismo, como si no estuviesen en
sus cabales... Y después de los juegos, debido a la enorme alegría, por poco
matan a Tito Flaminio mostrando su gratitud: unos querían verle de frente y
llamarle salvador [soter, un epíteto divino usado hasta entonces por los reyes
macedonios], otros se empeñaban en cogerle de la mano, la mayoría le arrojaban
coronas y cintas de lana [símbolos de victoria para los atletas]. Polibio,
18. 46
La Paz de Corinto. 196
No cabe duda de que
Flaminio utilizó con habilidad la ansiedad de los griegos para crear un
ambiente de euforia, y aparecer ante ellos como un liberador, a la manera de
los grandes reyes macedonios de los siglos IV y III a. de C., pero esto no
puede ocultar que Grecia estaba, desde el año anterior, bajo la tutela de Roma.
Y no se trataba sólo del poder militar romano. Psicológicamente acostumbrados a
décadas de dominio macedonio, muchas ciudades y estados empezaron a ver en Roma
el instrumento con el que aplicar sus planes y solucionar sus conflictos. El
paralelo con la situación creada en Europa tras la caída del Muro de Berlín es
evidente. Las “revoluciones de terciopelo”, desde 1989, y la desmembración de
la Unión Soviética y Yugoslavia, desde 1990, crearon, con el apoyo directo de
los Estados Unidos, toda una pléyade de nuevos estados que pasaron a estar bajo
cierta influencia estadounidense. Los actos de Flaminio en 196 establecieron también
una red de influencia romana en Grecia, que abarcaba tanto antiguos aliados
–Pérgamo, Atenas, Rodas y otras ciudades del Egeo–, nuevos aliados –aqueos–, y
territorios liberados de la supremacía macedonia –beocios, eubeos, magnesios,
tesalios, perrebios...–. De forma esta forma, Roma pasó a dominar la política
griega.
Esto se vio claro pocas semanas después, cuando las embajadas de
los distintos pueblos griegos empezaron a llegar a Corinto, para escuchar de
boca de Flaminio y los decenviros, establecidos como tribunal de los conflictos
helenos, las decisiones de Roma sobre sus territorios y ciudades. Los etolios
no recibieron ningún territorio, excepto Tebas de Ptía y Farsalo, aunque locros
y focenses fueron incorporados a la Liga Etolia, a la que habían pertenecido
antes de Filipo. Los aqueos obtuvieron un trato muy favorable. Recibieron toda
la Trifilia, en disputa con eleos y mesenios, junto a la ciudad de Corinto. Sin
embargo la fortaleza de Acrocorinto, como las de Calcis y Demetrias, quedó bajo
dominio romano, decisión justificada por la amenaza de Antioco. Muy
posiblemente la Liga obtuvo en ese momento la promesa firme de que los romanos
intervendrían para someter a Nabis de Esparta y devolver Argos a los aqueos,
uno de los grandes anhelos de la federación. La Liga Aquea se convertía así en
uno de los más seguros aliados de Roma. Los etolios, por el contrario, no
ocultaron su malestar, como pudo ver uno de los decenviros, Cneo Cornelio
Léntulo, al presentarse ante la asamblea etolia en Termo.
De los muchos etolios
presentes, unos reprocharon a los romanos de manera política y sin ofender que
no habían utilizado su triunfo en provecho de todos y que no habían cumplido
los antiguos tratados. Pero otros hablaron injuriosamente y afirmaron que los romanos
jamás hubieran puesto pie en Grecia ni derrotado a Filipo si no hubiese sido
por ellos. Polibio, 18. 48
Roma había derrotado a Filipo y asegurado su influencia en Grecia
manteniendo dos legiones en Elatea y guarniciones en las fortalezas más importantes,
pero surgían en el horizonte nuevos enemigos dispuestos a desafiar esa
posición. La Liga Aquea, sólidamente aliada ahora con Roma, esperaba utilizar
pronto esas amenazas para continuar su expansión en el mundo griego.
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