viernes, 12 de enero de 2018

Javier Negrete:La Gran Aventura De Los griegos IV INTERMEDIO: EL ESTUDIO DE LA CRONOLOGÍA Y UNA HIPÓTESIS PROVOCADORA SOBRE LA EDAD OSCURA ...........................................................

¿CÓMO CONOCEMOS LAS FECHAS?
Sin cronología, los hechos históricos están tan desordenados como alimentos arrojados al azar en bolsas opacas dentro del arcón congelador de un soltero.Y son igual de inútiles. Por eso los profesores seguimos insistiendo en las fechas históricas. Aunque no se exija a los alumnos hoy día memorizar listas inmensas de fechas, al menos deben conocer algunas, porque son los tornillos con los que se monta en sus cabezas la armazón metálica del conocimiento histórico, un esqueleto que luego tratamos de rellenar con relatos más enjundiosos.'
Hay una típica prueba de ingenio con trampa que les propongo a mis alumnos. Es un tanto boba, pero suelen picar. Un aficionado a caminar por el campo encuentra una moneda de oro con el perfil de un hombre sin barba. Como nuestro aficionado tiene su cultura, es capaz de leer el nombre en griego: Aléxandros basileús.Alejandro rey. En la moneda, algo gastada por el tiempo, se ve una fecha: 330 antes de Cristo. El protagonista de la historieta lleva la moneda a un museo, pero una vez allí el conservador lo echa con cajas destempladas y le dice: «Es una falsificación». ¿Por qué?
Tras discutir si Alejandro era rey en esas fechas, si tenía barba o si existían monedas de oro, por fin algún alumno se pega una palmada en la frente y dice:
-¿Cómo iban a saber que estaban en el año 330 antes de Cristo si Cristo no había nacido?
Muy sencillo, pero hay que caer en la cuenta. Estamos tan acostumbrados a que los años tengan número que damos por supuesto que siempre ha sido así. Más que número, antes tenían nombre. Así, los atenienses decían «en el año del arcontado de Temístocles», lo cual, después de comprobar fuentes y datos, nos informa de que estamos en el año 493 a.C. Los habitantes de Argos decían «en el séptimo año de la sacerdotisa Críside», refiriéndose a la mujer que desempeñaba el sacerdocio de la diosa Hera, mientras que los romanos nombraban los años por sus cónsules.
Los griegos no llegaron a tener calendarios comunes para todos. Cada ciudad llevaba mejor o peor la cuenta de sus años, y los nombres de los meses eran distintos según cada polis, algunos tan sonoros como metagitnión, targelión, hecatompedón, etc.Tampoco había un acuerdo exacto sobre cuándo empezaba y terminaba cada año: cada comunidad lo hacía un poco por libre, así que estaban a salvo de creencias milenaristas sobre el fin del mundo.
Con el tiempo, los griegos se fueron acostumbrando a utilizar una base común para su datación: los primeros juegos Olímpicos, que tradicionalmente se sitúan en el año 776 a.C. Aun así, las fechas de esta etapa tan temprana son muy dudosas. No empiezan a ser realmente fiables hasta el siglo v.
Gracias a las listas de arcontes, cónsules, etc., y a la datación olímpica, podemos localizar muchos hechos que nos cuentan los historiadores. Pero ¿qué ocurre con minoicos y micénicos, cuyos documentos no sirven para datar sus ciudades ni sus palacios? Aquí son los arqueólogos quienes se encargan de asignar fechas.
El primer principio básico es el de la estratigrafia. Al excavar un yacimiento, como dicta el sentido común, lo que está debajo es más antiguo y lo que se halla encima es más moderno, mientras que de dos objetos que se encuentran en el mismo nivel, dentro del mismo depósito, puede decirse que son contemporáneos... con muchísimas salvedades, claro. La primera, que el yacimiento no se haya visto demasiado alterado por la acción del hombre o de la naturaleza.
La segunda salvedad también es fácil de comprender.A veces un objeto ya es antiguo cuando queda enterrado. Si hay un cataclismo que hunde mi casa junto con el resto de la civilización, ya que nos ponemos a ello-, y unos arqueólogos la excavan dentro de un par de milenios, podrían encontrar juntos los siguientes objetos: una pipa de espuma de mar que era de mi padre; el viejo arcón de roble de mi bisabuela, que tiene cien años; una pequeña ánfora griega del año 500 a.C. -en realidad la compré en una colección de quiosco, pero imaginemos que yo comprara antigüedades de verdad-; y una consola inalámbrica de videojuegos cuyo nombre no mencionaré por no hacer publicidad. Si para los arqueólogos futuros todos esos objetos fueran desconocidos, podrían deducir que pertenecen a una misma época y una misma cultura.
Un problema que se da con ciertos hallazgos arqueológicos es que se han extraído sin ningún cuidado, sin anotar dónde estaban. Recuerdo una excavación en la cueva del Pendo a la que me invitó su codirector, mi amigo Juan Sanguino. Los arqueólogos, en posiciones incómodas y a veces inverosímiles para no echar abajo las paredes de los pozos que abrían, iban marcándolas meticulosamente con chinchetas de colores, y cada fragmento que hallaban -un hueso, una piedra tallada, un diente- lo introducían en una bolsa etiquetada, de modo que se supiera perfectamente en qué posición y a qué profundidad estaba cuando lo encontraron.
Cuando un objeto no se puede relacionar con otros ni con un estrato determinado, se dice que está fuera de contexto. Puede ser una pieza maravillosa labrada en marfil, por ejemplo, pero su valor arqueológico es próximo a cero, pues se ignora a qué época pertenece y con qué cultura relacionarla. Por eso la mayoría de los arqueólogos no le tienen demasiado cariño a Schliemann, ya que a veces sus métodos se parecían a los de un elefante en una cacharrería. (Prometo dejar en paz a Schliemann a partir de ahora).
¿Qué hay de la datación absoluta? Uno de los objetos encontrados en la excavación de mi casa, el arcón de roble, podría fecharse así, siempre que no se pudriera.Y ello por dos razones: por ser de madera y por ser orgánico.
En el primer caso, se trata de la dendrocronología, que proviene de la palabra griega déndron, «árbol». A lo largo de su vida, un árbol produce anillos de crecimiento a razón de uno por año, como se puede apreciar observando un tocón. Los anillos varían en su anchura: según las zonas, un año más húmedo -o más soleado, o más cálido, depende de la especieprovocará más crecimiento del árbol, y por tanto un anillo más grueso, mientras que un año con las condiciones contrarias nos deparará un anillo más fino.
Esa sucesión de anillos de diversos grosores forma un patrón similar al de un código de barras, y al igual que éste identifica el libro que el lector tiene entre sus manos, los anillos pueden servir para identificar a un árbol. Árboles de la misma especie y la misma región, por ejemplo robles irlandeses, muestran un «código de barras» similar, dependiendo de su edad. Podemos hacer corresponderse el código de barras de un árbol vivo con el de otro cien años más viejo, éste con el de un roble muerto y aún más antiguo, y así sucesivamente... hasta llegar, en el caso del mencionado roble irlandés, nada menos que a 5300 a.C.
¿En qué casos sirve la dendrocronología? En el ejemplo que comentábamos antes, si el roble del arcón pertenece a una serie que se ha datado, podría saberse que fue talado en 1900. Otra cosa es averiguar durante cuánto tiempo se utilizó.
La dendrocronología griega ha avanzado mucho en los últimos años. Por ejemplo, para el primer milenio antes de Cristo hay unas secuencias bastante completas de cedro, pino, enebro y roble. Aun así, su utilidad depende de que se encuentren en los yacimientos restos de madera lo bastante bien conservados para estudiar sus anillos; algo que no siempre sucede, porque la madera, como otros restos orgánicos, tiene la mala costumbre de pudrirse.
Otro mecanismo utilizado para datar de forma absoluta restos del pasado es el reloj radiactivo. El más conocido de ellos, y el más apropiado para estudiar restos orgánicos de la época que nos interesa, es el Carbono 14. Se trata de un isótopo del carbono que, en lugar de tener seis protones y seis neutrones en su núcleo, posee seis protones y ocho neutrones, lo que lo hace más pesado. El Carbono 14, como todas las materias radiactivas, es inestable. Pasado un tiempo, uno de los ocho neutrones se convierte en protón, emitiendo en el proceso un electrón y una débil radiación beta. El resultado es que el antiguo átomo de Carbono 14 se convierte en otro de nitrógeno, con siete protones y siete neutrones.
Este proceso ocurre con cierta lentitud y obedece a criterios estadísticos, como todos los procesos cuánticos. Pasados algo más de 5.700 años, la mitad de los átomos de C14 presentes en un cuerpo se convierten en nitrógeno. Transcurridos otros 5.700 años, se desintegra otra mitad de la muestra, y así sucesivamente, hasta que, pasados algo más de cuarenta mil años, los restos son tan insignificantes que el método empieza a perder validez (aunque los espectrómetros más modernos permiten estudiar muestras cada vez más reducidas).
¿Cómo se aplica esto a la arqueología? Dado que la proporción de C14 en la atmósfera se mantiene constante y que los seres vivos lo absorbemos y renovamos por medio del famoso C02 que tantas discusiones suscita últimamente, la proporción de C14 que tenemos en nuestro organismo también es constante. Pero al morir dejamos de absorber dióxido de carbono -y cualquier otra cosa, obviamente-. Los isótopos inestables de C14 de nuestro cuerpo empiezan poco a poco a desintegrarse sin que haya renovación posible hasta que, pasados suficientes millares de años, apenas quedarán en nuestros restos. Midiendo la proporción entre C14 y carbono normal en, por ejemplo, un fémur humano, se puede conocer la fecha aproximada en que murió su propietario. La regla es sencilla: cuanto menos C14 haya, más antiguo es ese hueso.
Este procedimiento tiene sus problemas. Los arqueólogos no llevan en el bolsillo un pequeño medidor de isótopos que les diga: «El dueño de este cráneo murió el 3 de enero de 1203 antes de Cristo por la mañana». Es un procedimiento caro al que no se puede recurrir siempre que se quiere. En España existen algunos laboratorios que practican la prueba para muestras grandes, y hace poco el Centro Nacional de Aceleradores de Sevilla ha empezado a hacer pruebas con un espectrómetro. Pero normalmente hay que enviar las muestras pequeñas a laboratorios internacionales que, obviamente, cobran un ojo de la cara.
Además, se da un grado de holgura en los resultados, ya que todos los procesos cuánticos están sometidos a una cierta incertidumbre (perdón por el oxímoron). Una desviación de más menos cien años puede ser aceptable estudiando un yacimiento neolítico en Inglaterra, pero cuando se trata de determinar la fecha exacta de la guerra de Troya resulta un inconveniente bastante grave.
Y eso por no añadir otra pega. Decíamos antes: «Dado que la proporción de C14 en la atmósfera se mantiene constante...». Por desgracia, se ha demostrado que antes del año 1000 a.C. la proporción de C14 en la atmósfera era mayor que ahora, por lo que ha habido que modifi car o, como dicen los arqueólogos, recalibrar los datos, poniéndolos de acuerdo con las secuencias de anillos arbóreos mejor estudiadas. Un proceso que no es tan sencillo y sobre el que aún existen serias discrepancias.
Todo esto quiere decir que, cuando tratamos de establecer fechas para nuestra «Edad de las Brumas», se recurre más a la datación relativa que a la absoluta. La idea es que si sabemos que tal faraón reinó a la vez que tal rey hitita, y a su vez este rey hitita le escribió una carta a un gobernante de Troya, el gobernante de Troya y el faraón deben ser contemporáneos, al menos parcialmente. Si conocemos las fechas exactas de alguno de estos individuos, podríamos datar al resto.
La cronología mejor establecida es la de Egipto, y gracias a ella se pueden reconstruir todas las demás. Pero... Sí, tenemos un pero, como siempre.Veamos cuál.
AHORA, LA HIPÓTESIS PROVOCADORA
En 1991 apareció un libro titulado Ages ofDarkness, que aquí se tradujo en 1993 como Siglos de oscuridad. Desafio a la cronología tradicional del mundo antiguo. Su autor principal es Peter James, arqueólogo especializado en el mundo Egeo. James es aficionado a publicar libros polémicos y sobre temas que a primera vista pueden hacer pensar que se trata de un autor sensacionalista. Así, ha escrito un estudio sobre la Atlántida, y también, junto con Nick Thorpe, un libro dedicado a misterios antiguos como la construcción de las pirámides de Egipto o las líneas de Nazca. Pero al leer esos libros uno se encuentra ante un científico serio y escéptico que rechaza de plano las teorías sobre extraterrestres influyendo en la historia o civilizaciones ultra desarrolladas y asentadas en la Antártida.
¿Cuál es la teoría de Siglos de oscuridad? Que la Edad Oscura, ese «atrasado letargo del que Grecia tardaría varios siglos en despertar» que acabamos de mencionar no existió en realidad. El problema es de fechas. Aunque a veces se ha comparado con un castillo de naipes, la cronología antigua es más bien como una construcción de dominó que me enseñó un marino cuando yo era niño, y que se sostenía sobre una única ficha. Si esa ficha se quita o tan sólo se tambalea, la construcción entera se viene abajo.
En nuestro caso, ¿cuál es la pieza de dominó?Ya lo hemos anticipado: Egipto. En su cronología se basan, por comparación, las fechas de la Grecia micénica, la Creta minoica, el imperio hitita y muchos otros pueblos y culturas. Si modificáramos las fechas de la historia de Egipto, tendríamos que hacer lo mismo con todas las demás.
Las fechas egipcias se basan en el ciclo anual de Sirio, la estrella más brillante del firmamento, y en su orto helíaco. Reconozco que, si me dijeran en la consulta del médico que tengo un «orto helíaco», me llevaría un buen susto. En realidad, este término astronómico se refiere al momento en que un astro, en este caso Sirio, se levanta por el horizonte justo antes que el Sol, de tal manera que si saliera sólo unos instantes después ya no podría verse. Para la astronomía moderna una medición así no es el colmo de la precisión, pero a los antiguos les bastaba, y los egipcios basaban en eso su calendario y, sobre todo, preveían la crecida del Nilo, tan beneficiosa para sus campos.
Aunque los egipcios conocían con gran precisión la duración del año, nunca introdujeron en su calendario civil un año bisiesto. Como el año dura más o menos 365 días y un cuarto, eso quiere decir que cada cuatro años el calendario civil egipcio se desfasaba un día con respecto al astronómico. ¿Cuándo volvía a coincidir? Multipliquemos esos cuatro años por los 365 días que habría que «recorrer» para volver a ponerse en fase, y tenemos 1.460 años, un lapso de tiempo que los egipcios conocían y al que denominaban «ciclo sotíaco» por Sotis, nombre griego de Sirio.
Censorino, un autor latino del siglo iii d.C., dejó escrito que en el año 139 d.C. el orto helíaco de Sirio coincidió con el día de Año Nuevo. ¿De qué sirve eso? Si restamos de esa fecha los 1.460 años del ciclo sotíaco, nos sale que el orto helíaco de Sirio había coincidido con el Año Nuevo también en el año 1321 a.C. Este año en concreto es nuestra pieza de dominó, la fecha en la que se basan las demás de la cronología egipcia, sobre todo para la parte final de la Edad de Bronce.
Por ejemplo, sabemos que en 1274 los carros de guerra del faraón Ramsés II se enfrentaron contra los del rey hitita Muwatali II en la batalla de Kadesh. Eso nos da un anclaje para desarrollar la cronología de los reyes hititas: tras Muwatali vienen Uri-Teshub y Hattusili III. Este último tiene a su vez anclajes con el rey asirio Salmanasar, etc.
Se trata de construir un complicado andamiaje en el que se relacionan Egipto, Asiria, Babilonia, el imperio hitita... y la Grecia micénica.Y todo ese andamiaje depende de las fechas astronómicas establecidas, como hemos dicho, según el calendario sotíaco.
¿Qué dicen Peter James y sus compañeros de libro? Que entre 1321 a.C. y 139 d.C., y concretamente en la época anterior a la dinastía macedonia de los Ptolomeos, se llevaron a cabo unos ajustes en el calendario egipcio. Esos ajustes echarían por tierra todos los cálculos que podamos hacer sobre fechas anteriores basándonos en el ciclo de Sirio 0 Sotis.
A partir de ahí, Peter James y sus colaboradores estudian cada una de las culturas implicadas en la catástrofe. En resumen, los autores de AoD -como es conocido en círculos anglosajones el libro- proponen cambiar las fechas de los faraones egipcios de las postrimerías del Bronce, acercándolas más a nuestro tiempo. Eso supone recortar la cronología entera del mundo antiguo. Hemos hablado en todo momento de un final calamitoso de la Edad de Bronce hacia el año 1200 a.C. Para Peter James, sería mejor cambiar la fecha al año 950 a.C. Estamos hablando de 250 años: ¡por mucho menos me suspendían en el colegio!
¿Cómo afecta la teoría de AoD a Grecia? La Catástrofe no habría sido tan sumamente grave, pues las sociedades del Egeo no habrían tardado tanto tiempo en recuperarse. Los siglos de caos, atraso y oscuridad se recortarían mucho. Las tradiciones mitológicas de los griegos podrían resultar más fiables de lo que se cree: cuando Hesíodo cuenta el mito de las edades y del final de los hombres de bronce, ya no se referiría a hechos acaecidos quinientos años antes, sino tan sólo -es un decirdoscientos cincuenta. Los poemas homéricos relatarían una guerra más cercana en el tiempo. Grecia no habría estado tantos siglos sumida en el analfabetismo: a lo sumo, unos doscientos años.Y, sobre todo, existiría más continuidad entre la civilización micénica y su heredera, la cultura griega que conocemos.
La hipótesis de AoD resulta fascinante y está muy bien argumentada, aunque sus críticos han contraatacado con argumentos también muy só lidos, como suele ocurrir en estas disputas académicas.' Desde el punto de vista «oficial», seguiré hablando de la Edad Oscura y del año 1200 a.C. como fecha más probable para esa Catástrofe que sigue haciendo correr ríos de tinta.Y con esos siglos oscuros, sean cuatro y medio o tan sólo dos, corremos el telón sobre la Grecia más antigua. Cuando lo descubramos de nuevo, el panorama que encontremos nos resultará mucho más familiar.
  
1 La verdad es que, tal como está el panorama educativo, a menudo nos conformamos con que no se equivoquen por más de dos siglos.

2 El propio prologuista de la obra, Colin Renfrew, dice que sí, que es una teoría muy interesante..., pero que sus argumentos no le impresionan, y que en realidad no hay que adelantar la cronología, como proponen sus autores, sino «atrasarla» mucho más. Está claro que cuando se encarga el prólogo o la presentación de un libro, hay que tener mucho cuidado con quién se elige para evitar las puñaladas traperas.

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