13.
LA TORMENTA DE OCCIDENTE
Después de 205, y con Roma enfrascada en la guerra con Cartago,
los griegos suponían que el poder romano estaría fuera de juego durante varios
años, algo que según los cánones diplomáticos griegos suponía mucho tiempo. Por
si acaso Filipo de Macedonia envió, quizás en 203, una importante fuerza de
cuatro mil soldados a Cartago en apoyo de Aníbal, con el fin de sostener la
resistencia cartaginesa y mantener ocupada a Roma el mayor tiempo posible.
Mientras tanto el juego diplomático griego podría continuar. La muerte del monarca
macedonio de Egipto, Ptolomeo IV Filopátor, abrió nuevas posibilidades. La
monarquía lágida entró en un periodo prolongado de debilidad y Filipo se
esforzó, desde 203, en fortalecer su posición en el Egeo a costa de los
territorios y ciudades que Egipto todavía controlaba en la zona.
Esas acciones terminaron
por provocar la intervención de los dos principales estados de la región, del
Egeo, el reino de Pérgamo y Rodas. El reino de Pérgamo era un enemigo
tradicional de Macedonia, y ya se había enfrentado a ella, como aliada de Roma,
en la guerra anterior. Ahora se veía atacada en su propio territorio. Rodas,
por el contrario, había mantenido hasta entonces una estricta neutralidad. Fue
la ciudad griega más favorecida por la expansión imperial macedonia en tiempos
de Alejandro Magno. Tras defender su independencia maniobrando entre los
grandes reinos macedonios de la época de los Diácodos, se convirtió en el
puerto franco que enlazaba el comercio griego con los grandes centros
comerciales de Siria, Egipto y el mar Negro. El dominio macedonio de los
Dardanelos y el Egeo, hasta entonces dominados por Egipto, su gran aliado,
podía implicar el debilitamiento de su prosperidad, basada en el control de las
rutas comerciales. Desde 202, Rodas y Atalo de Pérgamo, junto a Quios, Perinto
y Cícico, establecieron una alianza y sus flotas comenzaron a enfrentarse a las
macedonias.
Por esas fechas Roma venció definitivamente a Aníbal. En octubre
de 202 Publio Cornelio Escipión derrotó a los cartagineses en la batalla de
Zama y Cartago pidió la paz, que se firmaría al año siguiente. Roma quedaba así
definitivamente liberada de una larga y costosa guerra, y sus enormes recursos
militares estaban de nuevo disponibles. Inmediatamente comenzaron a presentarse
ante el senado gran número de misiones diplomáticas griegas. La primera fue la
de Filipo de Macedonia, que exigió la retirada de los embajadores romanos en
Grecia que, encabezados por Marco Aurelio, estaban colaborando con las ciudades
griegas de los Dardanelos que resistían a Filipo. Además reclamó la liberación
inmediata de los soldados macedonios prisioneros tras la batalla de Zama. Es
posible que Filipo cometiera un error de cálculo, un ataque de orgullo, o que
subestimara la determinación romana, pero la respuesta del senado fue severa.
Se les dijo que el rey
buscaba la guerra y que si proseguía por ese camino, la encontraría muy pronto;
pues el rey había violado el tratado [de Fénice] de dos formas distintas, tanto
porque había injuriado a aliados del pueblo romano y los había agredido con la
guerra y las armas, como porque había ayudado a los enemigos con tropas
auxiliares y dinero; en consecuencia, les parecía que Escipión había actuado y
actuaba de forma recta y apropiada, puesto que tenía capturados y encadenados
como enemigos a los tales por hacer la guerra al pueblo romano. Asimismo, Marco
Aurelio actuaba de acuerdo con los intereses de la república, y el senado
estaba satisfecho con que defendiera por las armas a los aliados del pueblo
romano, cuando no era posible por las cláusulas de un tratado. Tito Livio,
30. 42
Roma no olvidaba la alianza entre Filipo y Aníbal en 216, en un
momento de extrema vulnerabilidad. Había llegado el momento de la venganza.
Además, no estaba dispuesta, en ningún caso, a permitir que Macedonia pudiera
convertirse en una gran potencia mediterránea. Como los Estados Unidos tras la
Segunda Guerra Mundial, Roma se descubrió a sí misma como gran superpotencia, y
actuaba en consecuencia. Entre los senadores con más intereses en la diplomacia
internacional empezaba a surgir la idea de que el poder de Roma debía
encauzarse hacia el control, directo o indirecto, del mundo mediterráneo, en
sus aspectos militares, diplomáticos y comerciales. Rápidamente esta idea se
retroalimentó con miedos paranoicos a que se pudieran repetir amenazas como las
de Pirro a principios del siglo III antes de Cristo o la de Aníbal en 218-215.
En el verano de 201 el legado Marco Aurelio se encontró a su regreso a Italia
con el antiguo cónsul Levino, al que ya vimos como pretor en el Adriático en
216-209. Inmediatamente Levino se presentó en el Senado con un discurso
sensacional.
...[llamó la atención sobre] la
importancia de los ejércitos y del gran número de navíos que había reunido el
rey, y de la forma en que estaba levantando en armas a la población, en unos
casos recorriendo personalmente todas las ciudades tanto del continente como de
las islas, y en otros enviando delegados. Los romanos, dijo, tendrían que
emplearse más a fondo para emprender aquella guerra, no fuera a ser que Filipo,
si se andaban con vacilaciones, se atreviese a repetir el golpe de audacia que
había dado Pirro anteriormente desde la base de un reino bastante más pequeño.
Tito Livio, 31. 3
En nuestro actual estado de conocimientos, estas ideas nos
muestran el estado de paranoia ante la amenaza exterior que existía en algunos
espíritus romanos, que recuerdan poderosamente a la imagen, igualmente
sobreestimada –y en ciertos rasgos también paranoide–, que del poder soviético
se tenía en ámbitos del gobierno estadounidense al final de la Segunda Guerra
Mundial, como puede verse en el famoso Telegrama Largo de George F. Kennan, de
febrero de 1946, para muchos el punto de inicio de la Guerra Fría.
Tenemos aquí una fuerza
política [la Unión Soviética de Stalin] comprometida
hasta el fanatismo con la creencia de que Estados Unidos pone en entredicho la
pervivencia del modus vivendi soviético, y que, por tanto, es deseable y
necesario destruir la armonía interior de nuestra sociedad, arruinar nuestra
forma de vida tradicional y quebrar la autoridad internacional de nuestro
Estado.
De esa forma, así como los Estados Unidos de 1946-1947 decidieron
aplicar la estrategia de contener por todos los medios posibles la expansión
comunista en Europa, la “Doctrina Truman”, Roma resolvió en 201, de forma más
expeditiva, destruir la base militar del poderío macedonio en Grecia. Por
tanto, cuando el senado recibió embajadores atenienses con la solicitud de ayuda
ante un ataque macedonio sobre su territorio, no dudó más, y en el otoño de 201
decidió declarar la guerra a Filipo V.
Fue elegido cónsul un antiguo conocido de los griegos, Publio
Sulpicio Galba, el comandante de las fuerzas romanas en Grecia en los años
208-205, que recibió el encargo de iniciar las operaciones a la primavera
siguiente. La decisión senatorial de abrir las hostilidades sufrió un
importante revés cuando unos comicios populares, convocados por uno de los
tribunos de la plebe, votaron en contra de la declaración de guerra. Muchos
romanos, cansados tras la dura contienda con Aníbal y con pocos deseos de
intervenir en asuntos que no les concernían directamente, expresaron su rechazo
a la continuación del estado de guerra permanente en el que la República romana
se encontraba desde veinte años antes. Durante unos días, la Roma pudo verse
tentada a sustituir la política de intervención militar por otra de contención
de la expansión macedonia, más semejante a la que aplicaron los EEUU respecto a
la URSS a partir de 1948. Pero el Senado romano, tras su liderazgo en el camino
que llevó a la costosa victoria frente a los cartaginenses, se hallaba en el
cénit de su autoridad y prestigio, y exigió una nueva votación en la que impuso
su prestigio como institución para forzar el asentimiento popular a la
movilización bélica. La expectativa de los ricos botines esperables en la
próspera Grecia hizo el resto.
La Liga Aquea, aliada de Macedonia, y aterrorizada ante la
perspectiva de verse enzarzada en una nueva guerra contra Roma, como la que
había sufrido unos pocos años antes, trató de mediar, mandando legados a Rodas
a la busca de una negociación que impidiera la nueva guerra. El absoluto
fracaso que cosechó la embajada fue un signo evidente de la debilidad
internacional de la Liga. Al mismo tiempo, tuvo que causar un fuerte impacto en
los grupos dirigentes aqueos, ante la convicción mostrada por Rodas, —un
respetado estado neutral con una hábil diplomacia—, al alinearse con la
intervención romana en Grecia.
Tras la toma de Abido se
presentaron en Rodas unos legados aqueos pidiendo a los rodios que hicieran las
paces con Filipo. Pero, inmediatamente después de éstos, llegaron unos
embajadores romanos y les expusieron que no debían pactar con Filipo sin la
anuencia de Roma. Los rodios decretaron ponerse de lado del pueblo de Roma y
tener en cuenta su amistad. Polibio, 16. 35
Los combates se iniciaron en 200 en torno a Atenas. La flota
romana saqueó Calcis, en Eubea, y Filipo trató de lanzar un ataque por sorpresa
sobre la propia Atenas, que fracasó. En ese momento, enterado el rey de que los
aqueos habían convocado una asamblea synkletos
en Argos, se presentó allí por sorpresa. El estratego en ese momento era
Ciclíades de Megalópolis, un aliado incondicional de Filipo, líder del partido
pro macedonio en la federación. A pesar de las intrascendentes victorias de
Filopemen ante Nabis el año anterior, Esparta se había recuperado pronto, y
aumentaron sus acciones en las fronteras de la Liga, a las que los aqueos
fueron incapaces de hacer frente. Nabis fue incluso capaz de sostener un
prolongado asedio de Megalópolis. De hecho, la asamblea de Argos había sido
convocada para discutir las tropas y recursos que eran necesarios para
enfrentarse a la amenaza. Al llegar, Filipo prometió que pasaría con su
ejército al Peloponeso para destruir a Nabis. El ofrecimiento fue acogido con
entusiasmo por la asamblea, pero Filipo lo puntualizó.
Es justo, sin embargo, que
mientras defiendo con mis armas vuestras posesiones, no queden las mías
desprotegidas. Por consiguiente, si estáis de acuerdo, preparad las tropas que
hagan falta para defender Óreo, Calcis y Corinto, de forma que yo tenga las
espaldas cubiertas y pueda llevar sin riesgo la guerra a Nabis y a los
lacedemonios. Tito Livio, 31. 25
El entusiasmo inicial de los aqueos se enfrió de golpe. Filipo no
intentaba más que enredar a la Liga en su guerra con los romanos. Ciclíadas,
aunque era un ferviente pro macedonio, desestimó toda posibilidad de acuerdo, y
anunció al rey que la asamblea reunida en Argos sólo podía votar sobre tropas
destinadas a luchar contra Esparta. La asamblea fue disuelta, tras aprobar la
movilización contra Nabis, y el rey amablemente despedido. La Liga Aquea había
decidido, presa del temor ante los romanos, mantener la amistad con Filipo pero
a la vez la no beligerancia. Filipo no se resignó, y aumentó la presión
política, a través de los numerosos partidarios de los que disponía en la
federación, tratando de crear un ambiente propicio a una futura intervención,
lo que provocó un aumento de la tensión política interna.
De hecho, a partir de ese momento la división de la opinión
pública aquea entre pro macedonios y neutralistas fue creciendo. Los aqueos se
daban cuenta de que la guerra que se estaba iniciando iba a ser decisiva para
el destino político de Grecia, y la estrella de Filipo de Macedonia, aunque
todavía brillante, parecía en declive. Muy pronto apareció un partido pro
romano, sostenido probablemente por antiguos partidarios de Arato de Sición,
que recordaban sus buenas relaciones con Roma y mantenían importantes reservas
ante la hegemonía macedonia. Dirigidos por Aristeno de Megalópolis -o quizás de
Dime, no estamos seguros de su ciudad natal-, los favorables a la neutralidad
fueron ampliando su influencia entre las ciudades del norte del Peloponeso, las
más expuestas en caso de ataque por mar, y entre los propietarios de tierras,
temerosos ante la revolución espartana.
Rápidamente las cuestiones políticas se centraron en el
enfrentamiento entre pro romanos y pro macedonios, estos últimos especialmente
fuertes en Argos y Megalópolis y entre los ciudadanos sin propiedades.
Filopemen parece haber sido víctima de esos conflictos, y decidió abandonar su
ciudad, en desacuerdo con la corriente mayoritaria, puesto que él debía ser por
entonces partidario de romper con Macedonia, y seguir una política de estricta
neutralidad e independencia. Rechazado por la mayoría de los ciudadanos de
Megalópolis, prefirió el exilio voluntario, y volvió a Creta como general
mercenario, poniéndose a sueldo de la ciudad de Gortina. La discusión de esa
forma trascendió la tradicional lucha entre ciudades para lograr el control de
la Liga, y se convirtió en un enfrentamiento social, que afectaba internamente
a todas las ciudades, grupos y familias.
Pero mientras los aqueos discutían sobre su neutralidad, o si
romperla apoyando a macedonios o romanos, la guerra continuaba. Tras intentar
inútilmente por segunda vez conquistar Atenas y el Pireo, Filipo se dedicó a
saquear el Ática y se retiró posteriormente hacia el norte, a Iliria, donde el
cónsul Galba, instalado con el grueso del ejército romano en las cercanías de
Apolonia, consolidaba su posición tomando algunas plazas fuertes y
estableciendo alianzas con los distintos reyezuelos de la región. Era la
primera vez que un ejército regular romano operaba en Grecia. Tras las primeras
escaramuzas en Iliria, los macedonios empezaron a darse cuenta que esa guerra
sería distinta a lo que hasta entonces habían conocido.
... habían visto heridas
producidas por jabalinas, flechas, y rara vez, lanzas; pero cuando vieron los
cuerpos mutilados por la espada hispana, con los brazos cortados con hombro y
todo, los cuellos seccionados por completo con las cabezas separadas del
tronco, las vísceras al aire y otras horribles heridas, se daban cuenta, en una
reacción general de pánico, de la clase de armas y guerreros con que iban a
tener que combatir. Tito Livio, 31. 34
2ª Guerra Macedónica. 200-199
A pesar de todo, Publio
Sulpicio no fue capaz de entrar en el corazón de Macedonia. Su único éxito fue
asegurar la intervención de los etolios en el conflicto, hasta entonces
remisos, como aliados. Al año siguiente, el 199, llegó como nuevo cónsul Publio
Vilio, sustituyendo a Galba, pero se encontró con un motín en su ejército,
promovido por los veteranos de África, impacientes al no ver materializadas las
esperanzas de enriquecimiento que la próspera Grecia había parecido ofrecer al
principio de la guerra. Vilio terminó por verse bloqueado por los macedonios en
el Epiro. A finales del año Filipo podía ver con cierto optimismo el futuro.
Había sido capaz de mantener a los romanos en sus posiciones en la costa
adriática, de enfrentarse a los etolios y de reducir la actividad de las flotas
de Rodas, Pérgamo y los romanos en el Egeo a simples expediciones de saqueo de
la costa.
Animado con esos triunfos defensivos, Filipo trató de volver a
presionar a la Liga Aquea para que se pusiera a su lado en la guerra. Sin duda
el Peloponeso era, en ese momento, el centro de los movimientos diplomáticos y
los manejos secretos de la guerra. Podemos estar seguros de que Roma y sus
aliados estaban intentando apoyar y reforzar al partido pro romano dentro de la
federación, con promesas de todo tipo. Sin embargo, los éxitos de Filipo, o al
menos su capacidad de resistencia, fortalecieron la corriente pro macedonia.
Filipo decidió entonces ofrecer ventajas tangibles a la Liga.
Envió, pues, emisarios a
Acaya a exigir el juramento de fidelidad a Filipo que se habían comprometido a
renovar todos los años, y al mismo tiempo a devolverles a los aqueos Orcómeno y
Herea así como Trifilia, que les había sido arrebatada a los eleos, y
devolverles Alifera a los megalopolitas... Con estas medidas afianzaba además,
seguramente, la alianza con los aqueos... Tito Livio, 32. 5
Orcómeno había sido, desde tiempos de Antígono Dosón en 224, el
bastión de los macedonios en el centro del Peloponeso. Con su entrega, Filipo
estaba elevando a la Liga desde el estatus de estado-cliente al de aliado en
condiciones de igualdad. Sólo Corinto permanecería en manos macedonias. Filipo
sabía que podría continuar defendiéndose, pero sólo mediante la intervención de
los aqueos tendría esperanzas de vencer en esa guerra. Mientras tanto, en Roma empezaba
a cundir la preocupación. Las operaciones militares se encontraban en un punto
muerto, y además, Antioco III de Siria estaba atacando las fronteras de
Pérgamo, lo que obligó al rey Atalo a retirar todas las fuerzas movilizadas
contra Macedonia. En esa situación de estancamiento, un nuevo cónsul, el joven
de 31 años Tito Quincio Flaminio, recibió el encargo de reclutar un ejército y
tomar el mando de la campaña de Macedonia.
La Liga Aquea en 199
Flaminio era el general
ideal para esa guerra. Con una cierta experiencia militar, adquirida en mandos
intermedios durante la guerra contra Aníbal en Italia y más tarde como
gobernador de la región de Tarento, su punto fuerte era su conocimiento de la
cultura griega, raro en Roma en aquella época, lo que llamó la atención de los
griegos y le dio grandes ventajas diplomáticas.
... porque como los
macedonios les hubiesen informado de que se encaminaba a su país a la cabeza de
un ejército bárbaro un hombre que todo lo trastornaba y esclavizaba con las
armas, cuando después se hallaban con un general joven, humano en su semblante,
griego en la voz y en el idioma y ambicioso de la auténtica areté, es increíble
cómo se dejaban seducir, y la benevolencia y amor que le conciliaban por las
ciudades... Plutarco, Tito Flaminio
En
la primavera de 198 Flaminio lanzó un ataque frontal contra las fuertes
posiciones de los macedonios en el valle del Aoos, en las montañas del Epiro, y
obligó a Filipo, derrotado, a retirarse apresuradamente hacia Tesalia. Pero los
macedonios se atrincheraron en el desfiladero de Tempe, angosto paso de entrada
a Macedonia desde Tesalia, y Flaminio se vio detenido de nuevo en la fortaleza
de Atrage. La guerra volvía a entrar en un punto muerto y la Liga Aquea pasó a
estar en el centro de la atención de los beligerantes.
La 2ª Guerra Macedónica. 198
En el interior de la
Liga estaban teniendo lugar importantes cambios políticos. Ya vimos cómo, desde
el año 200, la discusión política dentro de las ciudades e instituciones de la
federación se centraba, de una manera cada vez más intensa, en el
enfrentamiento entre pro romanos y pro macedonios, dirigidos por sus dos
líderes, Aristeno y Ciclíades. No conocemos los pormenores de las elecciones a
estratego federal de la primavera de 198, pero es evidente que existió una
fuerte tensión. Parece posible que Ciclíades, animado por las concesiones de
Filipo de Macedonia el año anterior, sobre todo la entrega de la fortaleza de
Orcómeno, y por la capacidad de los macedonios de mantener a raya a las legiones
romanas, presentara su candidatura defendiendo una mayor implicación en la
guerra apoyando a Filipo. Pero el miedo a los romanos, unido a la continua
amenaza representada por Nabis de Esparta, que mantenía en asedio Megalópolis,
pesó más para los ciudadanos aqueos. Aristeno logró la victoria en la elección,
y Ciclíadas, derrotado, terminó por ser forzado a marchar al exilio en
Macedonia, donde se convirtió en consejero del rey Filipo. Es el paralelo de la
exclusión de los partidos comunistas en la Europa occidental de finales de los
años cuarenta del siglo XX, forzada por la presión estadounidense y el miedo a
los soviéticos.
Resulta difícil definir la política de Aristeno, fuera de su
progresiva obsesión de unir la Liga Aquea a los destinos del expansionismo
romano. En la historia del siglo XX, un paralelo sería esa difusa mezcla de
realismo político europeo, enfrentada al poderío estadounidense y al miedo de
un avance del comunismo y el socialismo radical que pudiera provocar una
estatalización económica revolucionaria. Estas ideas, que no pueden ser
enfocadas en un líder político concreto de la Europa de la Guerra Fría,
flotaron en el ambiente de todas las democracias occidentales de aquellas
décadas, y nos pueden servir como ejemplo de la posible base ideológica del
partido pro romano en la Liga Aquea, y en general en toda Grecia.
La primera medida que tomó Aristeno, una vez en el poder, fue
enviar legados al cónsul Flaminio. Es evidente que Aristeno le ofreció la
colaboración de la Liga, aunque, ante la situación de escisión política en la
que se encontraba la opinión pública aquea, una colaboración reducida
simplemente a una neutralidad benevolente con Roma y sus aliados. Flaminio, sin
duda complacido, continuó su presión sobre los macedonios en Tesalia central,
pero bloqueado en Atrage, y comprendiendo que el año, y con él su mandato,
podía concluir sin grandes éxitos y ser relevado sin gloria, terminó por ver en
la posibilidad de atraerse a la Liga Aquea, hasta entonces un bastión
pro-macedonio, ese gran éxito político que asegurara su papel de general en
Grecia. Decidió dirigirse hacia el sur, tomando un puerto, Anticira, frente a
la costa aquea, y ordenando el traslado de la flota desde Eubea al Istmo de
Corinto.
Esos movimientos militares fueron complementados con el envío de
embajadores a la Liga, que trasmitieron una petición firme Que la federación
entrara en la coalición anti macedonia y colaborara en la toma de Corinto, en
manos macedonias. Corintio sería luego entregada a la Liga, como en tiempos de
Arato. Aristeno, sin duda de acuerdo con la idea, y quizás él mismo el
inspirador, se dispuso a arriesgar su prestigio político personal y convocó una
asamblea federal (boulé) en Sición,
la patria de Arato y uno de los bastiones anti macedonios de la Liga, para
recibir a los embajadores y decidir sobre su petición. La Liga Aquea afrontaba
así una decisión definitiva sobre la gran cuestión que la dividía
interiormente.
Conservamos una descripción muy detallada del desarrollo de esa
asamblea, una de las más trascendentales de la historia de la federación,
trasmitida en la obra de Tito Livio, que a su vez la tomó, seguramente íntegra,
de la obra de Polibio. El primer día se presentaron ante la asamblea los
legados de la coalición – representantes de Flaminio, de Atalo, de Rodas y de
Atenas– y el embajador de Filipo de Macedonia. Ya aquí se observa la
manipulación del partido pro romano, al enfrentar al enviado macedonio con
cuatro oponentes. Sus discursos se extendieron durante todo el día, defendiendo
cada bando sus posturas, ya conocidas. Cleomedonte, el enviado de Filipo, trató
de recordar los años de alianza, cómo la Liga de los aqueos se había convertido
en el estado más próspero y estable de Grecia gracias a la ayuda del rey Filipo
en tiempos difíciles. Pedía, simplemente, que la federación permaneciera
neutral, manteniendo la amistad con Macedonia. Esa era, probablemente, su baza
fundamental. Al pedir a los aqueos que permanecieran fuera de la guerra, podía
contar no sólo con los partidarios de Macedonia, todavía numerosos, sino
también con los indecisos.
Por su parte los embajadores de la coalición pro romana, sobre
todo los atenienses, incidieron en la posición de hegemonía de Filipo, en su
conducta violenta, en los ataques a ciudades neutrales, en sus saqueos, y en la
necesidad, en suma, de reducir su poder. Esta argumentación era, hasta cierto
punto, contraproducente, puesto que la política agresiva de Filipo había
contribuido, en muchas ocasiones, al desarrollo de la Liga Aquea. Al terminar el
día, por tanto, los enfrentamientos internos en la asamblea aquea continuaban,
si es que no se habían enconado.
El segundo día de asamblea se reservaba al debate de las
diferentes posturas. Como siempre, un ujier se adelantó y anunció que
cualquiera de los presentes podía exponer sus opiniones. Nadie pidió la
palabra, y durante un largo rato la asamblea permaneció en silencio. El temor a
las consecuencias de una toma de posición pública paralizó a todos los
asistentes. Ciclíades había tenido que exiliarse por defender la alianza con
los macedonios, y el temor a Filipo y sus agentes era muy vivo y real. Además,
el enfrentamiento interno había llegado a tal grado, que había miedo a las
consecuencias dentro de la propia ciudad, o incluso frente a conocidos o
familiares. Como exclamó Aristeno en ese momento,
¿Dónde están, aqueos, esos
apasionados debates en los que casi llegáis a las manos en banquetes y
reuniones cuándo se hace alusión a Filipo y los romanos? Ahora, en una asamblea
convocada exclusivamente para esa cuestión, cuando habéis escuchado las
palabras de los delegados de ambas partes, cuando los magistrados someten la
cuestión a debate, cuando el ujier os llama a hacer propuestas, ¡os habéis
quedado mudos! Tito Livio, 32. 20
Es posible que Polibio esté reflejando aquí una situación conocida
personalmente por él, puesto que hacia 198, quizás con seis o diez años de
edad, podría haber sido testigo de alguna de esas discusiones familiares. Esto
nos muestra con claridad el grado de tensión que se había alcanzado en la
confrontación política. En cualquier caso Aristeno, desde su posición de
estratego, jugó con habilidad en esa situación de impasse presentando su propia
moción: entrar en la guerra como aliados de los romanos, aprovechando la
situación de inferioridad de Filipo, inmovilizado en su reino bajo fuerte
presión.
De Filipo no vemos más que
un embajador; la flota romana está en Cencreas [puerto de Corinto] ostentando los despojos de Eubea; vemos al
otro cónsul y sus legiones, separados de nosotros por un estrecho brazo de mar,
recorriendo de un extremo a otro la Fócide y la Lócride... Tito Livio, 32.
21
Pero sus dos bazas más fuertes se dirigieron hacia los dos grupos
más interesados en el acuerdo de los romanos, los que le habían apoyado en la elección
frente a Ciclíadas. En primer lugar, las ciudades costeras del norte, las que
habían fundado la Liga. Su mayor preocupación era su posición expuesta ante
ataques por mar de romanos y etolios. Sólo unos años antes Dime había sido
brutalmente saqueada, y todas esas ciudades sintieron el temor de serlo a su
vez de nuevo. Aristeno jugó astutamente con ese miedo, aprovechándolo para
criticar a Megalópolis y Argos, los bastiones del partido pro-macedonio, y la
postura de los seguidores de Filopemen, que defendían la capacidad de
autodefensa de la federación y la posibilidad de mantenerse independientes
tanto de Macedonia como de Roma.
Si cien naves cubiertas...
se ponen a devastar las costas y atacar las ciudades que están casi asomadas a
la orilla misma, ¡nos retiraremos, claro está, a las ciudades del interior...!
Cuando nos acosen Nabis y los espartanos por tierra, y la flota romana por mar,
¿cómo vamos a implorar la alianza con el rey y los refuerzos macedonios? ¿O es
que vamos a defender de los romanos como enemigos, nosotros con nuestras armas,
las ciudades que sufrirán el ataque? ¡Defendimos bien Dime durante la guerra
anterior, en efecto! Tito Livio, 32. 21
En segundo lugar, Aristeno se atrajo también a sus propios
partidarios, los anti macedonios, que desde los años finales de Arato trataban
de liberar a la Liga de la tutela macedonia, y que veían que era el momento,
con la alianza romana, de deshacerse del control de Filipo sobre la federación.
No toméis a mal que se os
ofrezca espontáneamente lo que deberíais pedir insistentemente. No siempre
tendréis la oportunidad de optar entre un partido y otro como la tenéis ahora:
una posibilidad como esta no se os presentará en mucho tiempo. Desde hace
bastante tenéis ganas de liberaros de Filipo pero no os atrevéis. Sin esfuerzo
ni riesgo vuestro, otros han cruzado el mar con grandes flotas y ejércitos para
revindicar vuestra libertad. Si los despreciáis como aliados, estáis locos.
Tito Livio, 32. 21
El discurso de Aristeno dio la señal de inicio a la discusión, que
pronto se convirtió en tumulto. Las normas de votación prescribían que cada
ciudad debía votar como un bloque, a favor o en contra de la proposición, por
lo que la riña se generalizó dentro de las delegaciones de cada una, al mismo
tiempo que los representantes de las ciudades que tenían su postura definida se
enzarzaron en discusiones con otras, partidarias de la contraria. El día
transcurrió en una tensión creciente, pero la situación más grave se produjo en
el consejo de damiurgos. Recordemos que los damiurgos, diez en total, eran los
encargados de presentar oficialmente a la asamblea la moción a votar, requisito
ineludible para dar validez a una ley. Hacia el final de la tarde quedó claro
que ese consejo se había dividido irremediablemente. Cinco de ellos aceptaban
la propuesta de Aristeno, pero los otros cinco se oponían, y se negaban
firmemente a que la moción fuera presentada. Al llegar la noche no se pudo
llegar a un acuerdo y la asamblea fue suspendida hasta el día siguiente, último
hábil para decidir. Si a la tarde siguiente el consejo de damiurgos no
presentaba una propuesta, la asamblea sería disuelta.
A la mañana siguiente la excitación llegó al máximo, pero
inesperadamente la situación se resolvió de forma un tanto sorprendente.
Había un tal Pisias, de
Pelene, que tenía un hijo damiurgo llamado Memmón en la facción opuesta a que
se propusiera y se votara la propuesta. El tal, después de rogar larga y
encarecidamente a su hijo que permitiera a los aqueos velar por la salvación
común y no llevara a la ruina con su tozudez a la nación entera, como con
ruegos no adelantaba nada, juró que lo mataría con sus propias manos,
considerándolo no un hijo sino un enemigo, y logró con sus amenazas que al día
siguiente se uniera con los que estaban a favor de presentar la moción.
Tito Livio, 32. 22.
Lograda la mayoría en el consejo, la moción fue por fin
presentada. Inmediatamente representantes de Dime, Megalópolis y Argos, y
quizás de otras ciudades, se retiraron de la asamblea antes de votar. La postura
de Dime era, más bien, una posición de honor. Filipo había rescatado a su costa
a los ciudadanos esclavizados y vendidos en la última guerra, por lo que se
negaron a votar en su contra. Megalópolis y Argos, por el contrario, mostraban
así su rechazo al abandono de la alianza con Macedonia, acusando a las demás
ciudades, que estaban en mayoría, de ingratitud hacia un rey que había
defendido siempre a la federación, aun a costa de sus propios intereses. En
cualquier caso, la propuesta de Aristeno fue votada y apoyada por la mayoría de
las ciudades, se declaró la guerra a Filipo de Macedonia y se estableció
inmediatamente un acuerdo de alianza con Atalo de Pérgamo y Rodas. Unos años
más tarde se formalizaría la alianza con Roma.
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