sábado, 13 de enero de 2018

Augusto Progo de Lis Grecia Frente a Roma Historia de la Liga Aquea Libro II  Filopmen de Megalópolis 13. LA TORMENTA DE OCCIDENTE

 13.
 LA TORMENTA DE OCCIDENTE

 Después de 205, y con Roma enfrascada en la guerra con Cartago, los griegos suponían que el poder romano estaría fuera de juego durante varios años, algo que según los cánones diplomáticos griegos suponía mucho tiempo. Por si acaso Filipo de Macedonia envió, quizás en 203, una importante fuerza de cuatro mil soldados a Cartago en apoyo de Aníbal, con el fin de sostener la resistencia cartaginesa y mantener ocupada a Roma el mayor tiempo posible. Mientras tanto el juego diplomático griego podría continuar. La muerte del monarca macedonio de Egipto, Ptolomeo IV Filopátor, abrió nuevas posibilidades. La monarquía lágida entró en un periodo prolongado de debilidad y Filipo se esforzó, desde 203, en fortalecer su posición en el Egeo a costa de los territorios y ciudades que Egipto todavía controlaba en la zona.
 Esas acciones terminaron por provocar la intervención de los dos principales estados de la región, del Egeo, el reino de Pérgamo y Rodas. El reino de Pérgamo era un enemigo tradicional de Macedonia, y ya se había enfrentado a ella, como aliada de Roma, en la guerra anterior. Ahora se veía atacada en su propio territorio. Rodas, por el contrario, había mantenido hasta entonces una estricta neutralidad. Fue la ciudad griega más favorecida por la expansión imperial macedonia en tiempos de Alejandro Magno. Tras defender su independencia maniobrando entre los grandes reinos macedonios de la época de los Diácodos, se convirtió en el puerto franco que enlazaba el comercio griego con los grandes centros comerciales de Siria, Egipto y el mar Negro. El dominio macedonio de los Dardanelos y el Egeo, hasta entonces dominados por Egipto, su gran aliado, podía implicar el debilitamiento de su prosperidad, basada en el control de las rutas comerciales. Desde 202, Rodas y Atalo de Pérgamo, junto a Quios, Perinto y Cícico, establecieron una alianza y sus flotas comenzaron a enfrentarse a las macedonias.
 Por esas fechas Roma venció definitivamente a Aníbal. En octubre de 202 Publio Cornelio Escipión derrotó a los cartagineses en la batalla de Zama y Cartago pidió la paz, que se firmaría al año siguiente. Roma quedaba así definitivamente liberada de una larga y costosa guerra, y sus enormes recursos militares estaban de nuevo disponibles. Inmediatamente comenzaron a presentarse ante el senado gran número de misiones diplomáticas griegas. La primera fue la de Filipo de Macedonia, que exigió la retirada de los embajadores romanos en Grecia que, encabezados por Marco Aurelio, estaban colaborando con las ciudades griegas de los Dardanelos que resistían a Filipo. Además reclamó la liberación inmediata de los soldados macedonios prisioneros tras la batalla de Zama. Es posible que Filipo cometiera un error de cálculo, un ataque de orgullo, o que subestimara la determinación romana, pero la respuesta del senado fue severa.
 Se les dijo que el rey buscaba la guerra y que si proseguía por ese camino, la encontraría muy pronto; pues el rey había violado el tratado [de Fénice] de dos formas distintas, tanto porque había injuriado a aliados del pueblo romano y los había agredido con la guerra y las armas, como porque había ayudado a los enemigos con tropas auxiliares y dinero; en consecuencia, les parecía que Escipión había actuado y actuaba de forma recta y apropiada, puesto que tenía capturados y encadenados como enemigos a los tales por hacer la guerra al pueblo romano. Asimismo, Marco Aurelio actuaba de acuerdo con los intereses de la república, y el senado estaba satisfecho con que defendiera por las armas a los aliados del pueblo romano, cuando no era posible por las cláusulas de un tratado. Tito Livio, 30. 42
 Roma no olvidaba la alianza entre Filipo y Aníbal en 216, en un momento de extrema vulnerabilidad. Había llegado el momento de la venganza. Además, no estaba dispuesta, en ningún caso, a permitir que Macedonia pudiera convertirse en una gran potencia mediterránea. Como los Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial, Roma se descubrió a sí misma como gran superpotencia, y actuaba en consecuencia. Entre los senadores con más intereses en la diplomacia internacional empezaba a surgir la idea de que el poder de Roma debía encauzarse hacia el control, directo o indirecto, del mundo mediterráneo, en sus aspectos militares, diplomáticos y comerciales. Rápidamente esta idea se retroalimentó con miedos paranoicos a que se pudieran repetir amenazas como las de Pirro a principios del siglo III antes de Cristo o la de Aníbal en 218-215. En el verano de 201 el legado Marco Aurelio se encontró a su regreso a Italia con el antiguo cónsul Levino, al que ya vimos como pretor en el Adriático en 216-209. Inmediatamente Levino se presentó en el Senado con un discurso sensacional.
 ...[llamó la atención sobre] la importancia de los ejércitos y del gran número de navíos que había reunido el rey, y de la forma en que estaba levantando en armas a la población, en unos casos recorriendo personalmente todas las ciudades tanto del continente como de las islas, y en otros enviando delegados. Los romanos, dijo, tendrían que emplearse más a fondo para emprender aquella guerra, no fuera a ser que Filipo, si se andaban con vacilaciones, se atreviese a repetir el golpe de audacia que había dado Pirro anteriormente desde la base de un reino bastante más pequeño. Tito Livio, 31. 3
 En nuestro actual estado de conocimientos, estas ideas nos muestran el estado de paranoia ante la amenaza exterior que existía en algunos espíritus romanos, que recuerdan poderosamente a la imagen, igualmente sobreestimada –y en ciertos rasgos también paranoide–, que del poder soviético se tenía en ámbitos del gobierno estadounidense al final de la Segunda Guerra Mundial, como puede verse en el famoso Telegrama Largo de George F. Kennan, de febrero de 1946, para muchos el punto de inicio de la Guerra Fría.
 Tenemos aquí una fuerza política [la Unión Soviética de Stalin] comprometida hasta el fanatismo con la creencia de que Estados Unidos pone en entredicho la pervivencia del modus vivendi soviético, y que, por tanto, es deseable y necesario destruir la armonía interior de nuestra sociedad, arruinar nuestra forma de vida tradicional y quebrar la autoridad internacional de nuestro Estado.
 De esa forma, así como los Estados Unidos de 1946-1947 decidieron aplicar la estrategia de contener por todos los medios posibles la expansión comunista en Europa, la “Doctrina Truman”, Roma resolvió en 201, de forma más expeditiva, destruir la base militar del poderío macedonio en Grecia. Por tanto, cuando el senado recibió embajadores atenienses con la solicitud de ayuda ante un ataque macedonio sobre su territorio, no dudó más, y en el otoño de 201 decidió declarar la guerra a Filipo V.
 Fue elegido cónsul un antiguo conocido de los griegos, Publio Sulpicio Galba, el comandante de las fuerzas romanas en Grecia en los años 208-205, que recibió el encargo de iniciar las operaciones a la primavera siguiente. La decisión senatorial de abrir las hostilidades sufrió un importante revés cuando unos comicios populares, convocados por uno de los tribunos de la plebe, votaron en contra de la declaración de guerra. Muchos romanos, cansados tras la dura contienda con Aníbal y con pocos deseos de intervenir en asuntos que no les concernían directamente, expresaron su rechazo a la continuación del estado de guerra permanente en el que la República romana se encontraba desde veinte años antes. Durante unos días, la Roma pudo verse tentada a sustituir la política de intervención militar por otra de contención de la expansión macedonia, más semejante a la que aplicaron los EEUU respecto a la URSS a partir de 1948. Pero el Senado romano, tras su liderazgo en el camino que llevó a la costosa victoria frente a los cartaginenses, se hallaba en el cénit de su autoridad y prestigio, y exigió una nueva votación en la que impuso su prestigio como institución para forzar el asentimiento popular a la movilización bélica. La expectativa de los ricos botines esperables en la próspera Grecia hizo el resto.
 La Liga Aquea, aliada de Macedonia, y aterrorizada ante la perspectiva de verse enzarzada en una nueva guerra contra Roma, como la que había sufrido unos pocos años antes, trató de mediar, mandando legados a Rodas a la busca de una negociación que impidiera la nueva guerra. El absoluto fracaso que cosechó la embajada fue un signo evidente de la debilidad internacional de la Liga. Al mismo tiempo, tuvo que causar un fuerte impacto en los grupos dirigentes aqueos, ante la convicción mostrada por Rodas, —un respetado estado neutral con una hábil diplomacia—, al alinearse con la intervención romana en Grecia.
 Tras la toma de Abido se presentaron en Rodas unos legados aqueos pidiendo a los rodios que hicieran las paces con Filipo. Pero, inmediatamente después de éstos, llegaron unos embajadores romanos y les expusieron que no debían pactar con Filipo sin la anuencia de Roma. Los rodios decretaron ponerse de lado del pueblo de Roma y tener en cuenta su amistad. Polibio, 16. 35
 Los combates se iniciaron en 200 en torno a Atenas. La flota romana saqueó Calcis, en Eubea, y Filipo trató de lanzar un ataque por sorpresa sobre la propia Atenas, que fracasó. En ese momento, enterado el rey de que los aqueos habían convocado una asamblea synkletos en Argos, se presentó allí por sorpresa. El estratego en ese momento era Ciclíades de Megalópolis, un aliado incondicional de Filipo, líder del partido pro macedonio en la federación. A pesar de las intrascendentes victorias de Filopemen ante Nabis el año anterior, Esparta se había recuperado pronto, y aumentaron sus acciones en las fronteras de la Liga, a las que los aqueos fueron incapaces de hacer frente. Nabis fue incluso capaz de sostener un prolongado asedio de Megalópolis. De hecho, la asamblea de Argos había sido convocada para discutir las tropas y recursos que eran necesarios para enfrentarse a la amenaza. Al llegar, Filipo prometió que pasaría con su ejército al Peloponeso para destruir a Nabis. El ofrecimiento fue acogido con entusiasmo por la asamblea, pero Filipo lo puntualizó.
 Es justo, sin embargo, que mientras defiendo con mis armas vuestras posesiones, no queden las mías desprotegidas. Por consiguiente, si estáis de acuerdo, preparad las tropas que hagan falta para defender Óreo, Calcis y Corinto, de forma que yo tenga las espaldas cubiertas y pueda llevar sin riesgo la guerra a Nabis y a los lacedemonios. Tito Livio, 31. 25
 El entusiasmo inicial de los aqueos se enfrió de golpe. Filipo no intentaba más que enredar a la Liga en su guerra con los romanos. Ciclíadas, aunque era un ferviente pro macedonio, desestimó toda posibilidad de acuerdo, y anunció al rey que la asamblea reunida en Argos sólo podía votar sobre tropas destinadas a luchar contra Esparta. La asamblea fue disuelta, tras aprobar la movilización contra Nabis, y el rey amablemente despedido. La Liga Aquea había decidido, presa del temor ante los romanos, mantener la amistad con Filipo pero a la vez la no beligerancia. Filipo no se resignó, y aumentó la presión política, a través de los numerosos partidarios de los que disponía en la federación, tratando de crear un ambiente propicio a una futura intervención, lo que provocó un aumento de la tensión política interna.
 De hecho, a partir de ese momento la división de la opinión pública aquea entre pro macedonios y neutralistas fue creciendo. Los aqueos se daban cuenta de que la guerra que se estaba iniciando iba a ser decisiva para el destino político de Grecia, y la estrella de Filipo de Macedonia, aunque todavía brillante, parecía en declive. Muy pronto apareció un partido pro romano, sostenido probablemente por antiguos partidarios de Arato de Sición, que recordaban sus buenas relaciones con Roma y mantenían importantes reservas ante la hegemonía macedonia. Dirigidos por Aristeno de Megalópolis -o quizás de Dime, no estamos seguros de su ciudad natal-, los favorables a la neutralidad fueron ampliando su influencia entre las ciudades del norte del Peloponeso, las más expuestas en caso de ataque por mar, y entre los propietarios de tierras, temerosos ante la revolución espartana.
 Rápidamente las cuestiones políticas se centraron en el enfrentamiento entre pro romanos y pro macedonios, estos últimos especialmente fuertes en Argos y Megalópolis y entre los ciudadanos sin propiedades. Filopemen parece haber sido víctima de esos conflictos, y decidió abandonar su ciudad, en desacuerdo con la corriente mayoritaria, puesto que él debía ser por entonces partidario de romper con Macedonia, y seguir una política de estricta neutralidad e independencia. Rechazado por la mayoría de los ciudadanos de Megalópolis, prefirió el exilio voluntario, y volvió a Creta como general mercenario, poniéndose a sueldo de la ciudad de Gortina. La discusión de esa forma trascendió la tradicional lucha entre ciudades para lograr el control de la Liga, y se convirtió en un enfrentamiento social, que afectaba internamente a todas las ciudades, grupos y familias.
 Pero mientras los aqueos discutían sobre su neutralidad, o si romperla apoyando a macedonios o romanos, la guerra continuaba. Tras intentar inútilmente por segunda vez conquistar Atenas y el Pireo, Filipo se dedicó a saquear el Ática y se retiró posteriormente hacia el norte, a Iliria, donde el cónsul Galba, instalado con el grueso del ejército romano en las cercanías de Apolonia, consolidaba su posición tomando algunas plazas fuertes y estableciendo alianzas con los distintos reyezuelos de la región. Era la primera vez que un ejército regular romano operaba en Grecia. Tras las primeras escaramuzas en Iliria, los macedonios empezaron a darse cuenta que esa guerra sería distinta a lo que hasta entonces habían conocido.
 ... habían visto heridas producidas por jabalinas, flechas, y rara vez, lanzas; pero cuando vieron los cuerpos mutilados por la espada hispana, con los brazos cortados con hombro y todo, los cuellos seccionados por completo con las cabezas separadas del tronco, las vísceras al aire y otras horribles heridas, se daban cuenta, en una reacción general de pánico, de la clase de armas y guerreros con que iban a tener que combatir. Tito Livio, 31. 34
 2ª Guerra Macedónica. 200-199
 A pesar de todo, Publio Sulpicio no fue capaz de entrar en el corazón de Macedonia. Su único éxito fue asegurar la intervención de los etolios en el conflicto, hasta entonces remisos, como aliados. Al año siguiente, el 199, llegó como nuevo cónsul Publio Vilio, sustituyendo a Galba, pero se encontró con un motín en su ejército, promovido por los veteranos de África, impacientes al no ver materializadas las esperanzas de enriquecimiento que la próspera Grecia había parecido ofrecer al principio de la guerra. Vilio terminó por verse bloqueado por los macedonios en el Epiro. A finales del año Filipo podía ver con cierto optimismo el futuro. Había sido capaz de mantener a los romanos en sus posiciones en la costa adriática, de enfrentarse a los etolios y de reducir la actividad de las flotas de Rodas, Pérgamo y los romanos en el Egeo a simples expediciones de saqueo de la costa.
 Animado con esos triunfos defensivos, Filipo trató de volver a presionar a la Liga Aquea para que se pusiera a su lado en la guerra. Sin duda el Peloponeso era, en ese momento, el centro de los movimientos diplomáticos y los manejos secretos de la guerra. Podemos estar seguros de que Roma y sus aliados estaban intentando apoyar y reforzar al partido pro romano dentro de la federación, con promesas de todo tipo. Sin embargo, los éxitos de Filipo, o al menos su capacidad de resistencia, fortalecieron la corriente pro macedonia. Filipo decidió entonces ofrecer ventajas tangibles a la Liga.
 Envió, pues, emisarios a Acaya a exigir el juramento de fidelidad a Filipo que se habían comprometido a renovar todos los años, y al mismo tiempo a devolverles a los aqueos Orcómeno y Herea así como Trifilia, que les había sido arrebatada a los eleos, y devolverles Alifera a los megalopolitas... Con estas medidas afianzaba además, seguramente, la alianza con los aqueos... Tito Livio, 32. 5
 Orcómeno había sido, desde tiempos de Antígono Dosón en 224, el bastión de los macedonios en el centro del Peloponeso. Con su entrega, Filipo estaba elevando a la Liga desde el estatus de estado-cliente al de aliado en condiciones de igualdad. Sólo Corinto permanecería en manos macedonias. Filipo sabía que podría continuar defendiéndose, pero sólo mediante la intervención de los aqueos tendría esperanzas de vencer en esa guerra. Mientras tanto, en Roma empezaba a cundir la preocupación. Las operaciones militares se encontraban en un punto muerto, y además, Antioco III de Siria estaba atacando las fronteras de Pérgamo, lo que obligó al rey Atalo a retirar todas las fuerzas movilizadas contra Macedonia. En esa situación de estancamiento, un nuevo cónsul, el joven de 31 años Tito Quincio Flaminio, recibió el encargo de reclutar un ejército y tomar el mando de la campaña de Macedonia.
La Liga Aquea en 199
 Flaminio era el general ideal para esa guerra. Con una cierta experiencia militar, adquirida en mandos intermedios durante la guerra contra Aníbal en Italia y más tarde como gobernador de la región de Tarento, su punto fuerte era su conocimiento de la cultura griega, raro en Roma en aquella época, lo que llamó la atención de los griegos y le dio grandes ventajas diplomáticas.
 ... porque como los macedonios les hubiesen informado de que se encaminaba a su país a la cabeza de un ejército bárbaro un hombre que todo lo trastornaba y esclavizaba con las armas, cuando después se hallaban con un general joven, humano en su semblante, griego en la voz y en el idioma y ambicioso de la auténtica areté, es increíble cómo se dejaban seducir, y la benevolencia y amor que le conciliaban por las ciudades... Plutarco, Tito Flaminio
 En la primavera de 198 Flaminio lanzó un ataque frontal contra las fuertes posiciones de los macedonios en el valle del Aoos, en las montañas del Epiro, y obligó a Filipo, derrotado, a retirarse apresuradamente hacia Tesalia. Pero los macedonios se atrincheraron en el desfiladero de Tempe, angosto paso de entrada a Macedonia desde Tesalia, y Flaminio se vio detenido de nuevo en la fortaleza de Atrage. La guerra volvía a entrar en un punto muerto y la Liga Aquea pasó a estar en el centro de la atención de los beligerantes.

 La 2ª Guerra Macedónica. 198
 En el interior de la Liga estaban teniendo lugar importantes cambios políticos. Ya vimos cómo, desde el año 200, la discusión política dentro de las ciudades e instituciones de la federación se centraba, de una manera cada vez más intensa, en el enfrentamiento entre pro romanos y pro macedonios, dirigidos por sus dos líderes, Aristeno y Ciclíades. No conocemos los pormenores de las elecciones a estratego federal de la primavera de 198, pero es evidente que existió una fuerte tensión. Parece posible que Ciclíades, animado por las concesiones de Filipo de Macedonia el año anterior, sobre todo la entrega de la fortaleza de Orcómeno, y por la capacidad de los macedonios de mantener a raya a las legiones romanas, presentara su candidatura defendiendo una mayor implicación en la guerra apoyando a Filipo. Pero el miedo a los romanos, unido a la continua amenaza representada por Nabis de Esparta, que mantenía en asedio Megalópolis, pesó más para los ciudadanos aqueos. Aristeno logró la victoria en la elección, y Ciclíadas, derrotado, terminó por ser forzado a marchar al exilio en Macedonia, donde se convirtió en consejero del rey Filipo. Es el paralelo de la exclusión de los partidos comunistas en la Europa occidental de finales de los años cuarenta del siglo XX, forzada por la presión estadounidense y el miedo a los soviéticos.
 Resulta difícil definir la política de Aristeno, fuera de su progresiva obsesión de unir la Liga Aquea a los destinos del expansionismo romano. En la historia del siglo XX, un paralelo sería esa difusa mezcla de realismo político europeo, enfrentada al poderío estadounidense y al miedo de un avance del comunismo y el socialismo radical que pudiera provocar una estatalización económica revolucionaria. Estas ideas, que no pueden ser enfocadas en un líder político concreto de la Europa de la Guerra Fría, flotaron en el ambiente de todas las democracias occidentales de aquellas décadas, y nos pueden servir como ejemplo de la posible base ideológica del partido pro romano en la Liga Aquea, y en general en toda Grecia.
 La primera medida que tomó Aristeno, una vez en el poder, fue enviar legados al cónsul Flaminio. Es evidente que Aristeno le ofreció la colaboración de la Liga, aunque, ante la situación de escisión política en la que se encontraba la opinión pública aquea, una colaboración reducida simplemente a una neutralidad benevolente con Roma y sus aliados. Flaminio, sin duda complacido, continuó su presión sobre los macedonios en Tesalia central, pero bloqueado en Atrage, y comprendiendo que el año, y con él su mandato, podía concluir sin grandes éxitos y ser relevado sin gloria, terminó por ver en la posibilidad de atraerse a la Liga Aquea, hasta entonces un bastión pro-macedonio, ese gran éxito político que asegurara su papel de general en Grecia. Decidió dirigirse hacia el sur, tomando un puerto, Anticira, frente a la costa aquea, y ordenando el traslado de la flota desde Eubea al Istmo de Corinto.
 Esos movimientos militares fueron complementados con el envío de embajadores a la Liga, que trasmitieron una petición firme Que la federación entrara en la coalición anti macedonia y colaborara en la toma de Corinto, en manos macedonias. Corintio sería luego entregada a la Liga, como en tiempos de Arato. Aristeno, sin duda de acuerdo con la idea, y quizás él mismo el inspirador, se dispuso a arriesgar su prestigio político personal y convocó una asamblea federal (boulé) en Sición, la patria de Arato y uno de los bastiones anti macedonios de la Liga, para recibir a los embajadores y decidir sobre su petición. La Liga Aquea afrontaba así una decisión definitiva sobre la gran cuestión que la dividía interiormente.
 Conservamos una descripción muy detallada del desarrollo de esa asamblea, una de las más trascendentales de la historia de la federación, trasmitida en la obra de Tito Livio, que a su vez la tomó, seguramente íntegra, de la obra de Polibio. El primer día se presentaron ante la asamblea los legados de la coalición – representantes de Flaminio, de Atalo, de Rodas y de Atenas– y el embajador de Filipo de Macedonia. Ya aquí se observa la manipulación del partido pro romano, al enfrentar al enviado macedonio con cuatro oponentes. Sus discursos se extendieron durante todo el día, defendiendo cada bando sus posturas, ya conocidas. Cleomedonte, el enviado de Filipo, trató de recordar los años de alianza, cómo la Liga de los aqueos se había convertido en el estado más próspero y estable de Grecia gracias a la ayuda del rey Filipo en tiempos difíciles. Pedía, simplemente, que la federación permaneciera neutral, manteniendo la amistad con Macedonia. Esa era, probablemente, su baza fundamental. Al pedir a los aqueos que permanecieran fuera de la guerra, podía contar no sólo con los partidarios de Macedonia, todavía numerosos, sino también con los indecisos.
 Por su parte los embajadores de la coalición pro romana, sobre todo los atenienses, incidieron en la posición de hegemonía de Filipo, en su conducta violenta, en los ataques a ciudades neutrales, en sus saqueos, y en la necesidad, en suma, de reducir su poder. Esta argumentación era, hasta cierto punto, contraproducente, puesto que la política agresiva de Filipo había contribuido, en muchas ocasiones, al desarrollo de la Liga Aquea. Al terminar el día, por tanto, los enfrentamientos internos en la asamblea aquea continuaban, si es que no se habían enconado.
 El segundo día de asamblea se reservaba al debate de las diferentes posturas. Como siempre, un ujier se adelantó y anunció que cualquiera de los presentes podía exponer sus opiniones. Nadie pidió la palabra, y durante un largo rato la asamblea permaneció en silencio. El temor a las consecuencias de una toma de posición pública paralizó a todos los asistentes. Ciclíades había tenido que exiliarse por defender la alianza con los macedonios, y el temor a Filipo y sus agentes era muy vivo y real. Además, el enfrentamiento interno había llegado a tal grado, que había miedo a las consecuencias dentro de la propia ciudad, o incluso frente a conocidos o familiares. Como exclamó Aristeno en ese momento,
 ¿Dónde están, aqueos, esos apasionados debates en los que casi llegáis a las manos en banquetes y reuniones cuándo se hace alusión a Filipo y los romanos? Ahora, en una asamblea convocada exclusivamente para esa cuestión, cuando habéis escuchado las palabras de los delegados de ambas partes, cuando los magistrados someten la cuestión a debate, cuando el ujier os llama a hacer propuestas, ¡os habéis quedado mudos! Tito Livio, 32. 20
 Es posible que Polibio esté reflejando aquí una situación conocida personalmente por él, puesto que hacia 198, quizás con seis o diez años de edad, podría haber sido testigo de alguna de esas discusiones familiares. Esto nos muestra con claridad el grado de tensión que se había alcanzado en la confrontación política. En cualquier caso Aristeno, desde su posición de estratego, jugó con habilidad en esa situación de impasse presentando su propia moción: entrar en la guerra como aliados de los romanos, aprovechando la situación de inferioridad de Filipo, inmovilizado en su reino bajo fuerte presión.
 De Filipo no vemos más que un embajador; la flota romana está en Cencreas [puerto de Corinto] ostentando los despojos de Eubea; vemos al otro cónsul y sus legiones, separados de nosotros por un estrecho brazo de mar, recorriendo de un extremo a otro la Fócide y la Lócride... Tito Livio, 32. 21
 Pero sus dos bazas más fuertes se dirigieron hacia los dos grupos más interesados en el acuerdo de los romanos, los que le habían apoyado en la elección frente a Ciclíadas. En primer lugar, las ciudades costeras del norte, las que habían fundado la Liga. Su mayor preocupación era su posición expuesta ante ataques por mar de romanos y etolios. Sólo unos años antes Dime había sido brutalmente saqueada, y todas esas ciudades sintieron el temor de serlo a su vez de nuevo. Aristeno jugó astutamente con ese miedo, aprovechándolo para criticar a Megalópolis y Argos, los bastiones del partido pro-macedonio, y la postura de los seguidores de Filopemen, que defendían la capacidad de autodefensa de la federación y la posibilidad de mantenerse independientes tanto de Macedonia como de Roma.
 Si cien naves cubiertas... se ponen a devastar las costas y atacar las ciudades que están casi asomadas a la orilla misma, ¡nos retiraremos, claro está, a las ciudades del interior...! Cuando nos acosen Nabis y los espartanos por tierra, y la flota romana por mar, ¿cómo vamos a implorar la alianza con el rey y los refuerzos macedonios? ¿O es que vamos a defender de los romanos como enemigos, nosotros con nuestras armas, las ciudades que sufrirán el ataque? ¡Defendimos bien Dime durante la guerra anterior, en efecto! Tito Livio, 32. 21
 En segundo lugar, Aristeno se atrajo también a sus propios partidarios, los anti macedonios, que desde los años finales de Arato trataban de liberar a la Liga de la tutela macedonia, y que veían que era el momento, con la alianza romana, de deshacerse del control de Filipo sobre la federación.
 No toméis a mal que se os ofrezca espontáneamente lo que deberíais pedir insistentemente. No siempre tendréis la oportunidad de optar entre un partido y otro como la tenéis ahora: una posibilidad como esta no se os presentará en mucho tiempo. Desde hace bastante tenéis ganas de liberaros de Filipo pero no os atrevéis. Sin esfuerzo ni riesgo vuestro, otros han cruzado el mar con grandes flotas y ejércitos para revindicar vuestra libertad. Si los despreciáis como aliados, estáis locos. Tito Livio, 32. 21
 El discurso de Aristeno dio la señal de inicio a la discusión, que pronto se convirtió en tumulto. Las normas de votación prescribían que cada ciudad debía votar como un bloque, a favor o en contra de la proposición, por lo que la riña se generalizó dentro de las delegaciones de cada una, al mismo tiempo que los representantes de las ciudades que tenían su postura definida se enzarzaron en discusiones con otras, partidarias de la contraria. El día transcurrió en una tensión creciente, pero la situación más grave se produjo en el consejo de damiurgos. Recordemos que los damiurgos, diez en total, eran los encargados de presentar oficialmente a la asamblea la moción a votar, requisito ineludible para dar validez a una ley. Hacia el final de la tarde quedó claro que ese consejo se había dividido irremediablemente. Cinco de ellos aceptaban la propuesta de Aristeno, pero los otros cinco se oponían, y se negaban firmemente a que la moción fuera presentada. Al llegar la noche no se pudo llegar a un acuerdo y la asamblea fue suspendida hasta el día siguiente, último hábil para decidir. Si a la tarde siguiente el consejo de damiurgos no presentaba una propuesta, la asamblea sería disuelta.
 A la mañana siguiente la excitación llegó al máximo, pero inesperadamente la situación se resolvió de forma un tanto sorprendente.
 Había un tal Pisias, de Pelene, que tenía un hijo damiurgo llamado Memmón en la facción opuesta a que se propusiera y se votara la propuesta. El tal, después de rogar larga y encarecidamente a su hijo que permitiera a los aqueos velar por la salvación común y no llevara a la ruina con su tozudez a la nación entera, como con ruegos no adelantaba nada, juró que lo mataría con sus propias manos, considerándolo no un hijo sino un enemigo, y logró con sus amenazas que al día siguiente se uniera con los que estaban a favor de presentar la moción. Tito Livio, 32. 22.
 Lograda la mayoría en el consejo, la moción fue por fin presentada. Inmediatamente representantes de Dime, Megalópolis y Argos, y quizás de otras ciudades, se retiraron de la asamblea antes de votar. La postura de Dime era, más bien, una posición de honor. Filipo había rescatado a su costa a los ciudadanos esclavizados y vendidos en la última guerra, por lo que se negaron a votar en su contra. Megalópolis y Argos, por el contrario, mostraban así su rechazo al abandono de la alianza con Macedonia, acusando a las demás ciudades, que estaban en mayoría, de ingratitud hacia un rey que había defendido siempre a la federación, aun a costa de sus propios intereses. En cualquier caso, la propuesta de Aristeno fue votada y apoyada por la mayoría de las ciudades, se declaró la guerra a Filipo de Macedonia y se estableció inmediatamente un acuerdo de alianza con Atalo de Pérgamo y Rodas. Unos años más tarde se formalizaría la alianza con Roma.
 

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