La batalla de Coronea se enmarca dentro de la
conocida como Guerra de Corinto (395-387 a.C.). Fue un conflicto de carácter
interno que enfrentó de nuevo a varias ciudades de Grecia aliadas entre sí,
contra Esparta. Corinto, Tebas, Argos y Atenas, decidieron unir sus fuerzas
ante el creciente y cada vez más tiránico poder de Esparta sobre la hélade y
aprovechando la estancia del rey Agesilao en Asia, decidieron confabularse y
luchar contra su imperio. Tan pronto como las autoridades espartanas tuvieron
noticia del suceso, ordenaron a Agesilao retornar de Asia a la mayor urgencia
para poner fin a dicha alianza. El proyecto asiático lacedemonio quedó
frustrado pero al menos, la victoria en Coronea sirvió a Esparta para prolongar
una veintena de años más su hegemonía.
Antecedentes
Como vimos en el anterior capítulo, la victoria
de Esparta en la guerra del Peloponeso fue seguida por una política exterior
muy activa, dirigida y gestionada por el héroe del momento, Lisandro. Al cabo
de unos años y tras la muerte del rey Agis, Agesilao II fue elegido como nuevo
monarca de la ciudad lacedemonia (398 a.C.) gracias a la inestimable
colaboración del navarco. Este hecho redundó en una profunda amistad entre
ambos que permitió continuar acrecentando el imperio espartano que habría de
construirse sobre las cenizas del extinto imperio ateniense. Con
Lisandro gestionando los nuevos territorios griegos, Agesilao tuvo noticias de
que el rey persa preparaba una gran escuadra que expulsaría a los
lacedemonios del mar. Para hacer frente a tal desafío, Agesilao solicitó de los
espartanos la concesión de 30 generales y consejeros espartanos, 2000
neodamodes y 6000 aliados. Aquel hecho suponía un hito sin precedentes en la
historia de Esparta. Por primera vez un monarca espartano se decidía a poner un
pie en Asia no sabemos si con el único fin de abortar la expedición de
Tisafernes o albergando también la posibilidad de anexionar más territorios al
nuevo imperio espartano. De la manera que fuere, en vista de la superioridad
numérica que mostraban las tropas persas, Agesilao tuvo que valerse del engaño
para contrarrestar su inferioridad, e hizo creer a Tisafernes que se dirigía a
Caria con sus tropas cuando verdaderamente se estaba dirigiendo a Frigia.
Cuando los soldados persas llegaron a su destino, Caria, se enteraron de que
Frigia había sido invadida por Agesilao. Sin duda, aquello supuso un duro golpe
para Tisafernes que vio como el monarca espartano comenzaba de una manera
inmejorable su singladura en tierras asiáticas. A pesar de los prometedores
comienzos que la expedición estaba dando a los espartanos, Agesilao no quiso
confiarse y trató de elevar el número de soldados de su ejército. Para ello,
regresó a su centro de operaciones en Éfeso y reclamó a los más acomodados que
entregaran un caballo y un jinete armado con el beneplácito de quedar exentos
de participar en la expedición. Y así fue como los más ricos reunieron cerca de
2000 caballeros que pasaron a engrosar las filas de Agesilao. Su siguiente
destino sería Lidia. Mientras Tisafernes, inmerso aún en el engaño del que
había sido víctima, dedujo que de nuevo el monarca espartano estaba jugando al
despiste, y decía dirigirse a Lidia cuando en verdad se dirigiría a Caria, por
ser éste un terreno más apto para los ejércitos de infantería y no para los
abundantes en caballería. Sin embargo, Tisafernes no pudo estar más equivocado.
Agesilao terminó dirigiéndose a Lidia lo que obligó a las tropas del sátrapa
persa a corregir su marcha y poner rumbo a este último lugar. No obstante, la
precipitación con la que hubo que reformular los planes, hizo que las tropas
persas llegaran a Sardes totalmente exhaustas y poco aptas para entrar en combate.
Agesilao que presumiblemente habría previsto una situación así, se apresuró a
presentar combate antes de que éstas pudieran rehacerse y el resultado, como
era de esperar, fue la apabullante derrota que infligió al ejército de
Tisafernes. Dos derrotas tan humillantes y correlativas en el tiempo, tenían
que desembocar forzosamente, en drásticas consecuencias para infortunio del
sátrapa. El Gran Rey de Persia no podía tolerar semejante humillación en sus
propias tierras, por lo que se apresuró a enviar a un tal Tritaustes con orden
de decapitar a Tisafernes. El enviado cumplió al punto con sus exigencias.
En el bando espartano, sin embargo, todo era
optimismo e ilusión. El monarca había completado con éxito la misión de
destruir la gran armada que contra Grecia quería enviar Tisafernes y forzar el
llamamiento a la paz que el Gran Rey, por boca de Tritaustes, se vio obligado a
hacer. Aquello fue síntoma de debilidad y parecía que el mismísimo imperio
persa se estuviera antojando como un poderoso acicate para continuar adelante
con la marcha. No había motivos para retornar a Grecia. El éxito estaba siendo
rotundo y parecía que la posibilidad de que Agesilao consiguiera algo más
grande que lo que pretendía inicialmente, se hizo cada vez más real. En Esparta,
por el momento, se decidió distinguir a Agesilao con la navarquía, el más alto
rango de la flota y así, por primera vez en la historia, un monarca espartano
aunaba en su persona los cargos militares más elevados de la ciudad
lacedemonia, a saber, infantería y flota.
Mientras todos estos felices acontecimientos se
sucedían, la amistad entre Agesilao y Lisandro comenzó a resentirse. El
monarca, cansado de las lisonjas y distinciones que todo el mundo dedicaba a
éste, cambió su actitud hacia su persona y se volvió más distante y estricto.
Este repentino cambio de humor llamó la atención de Lisandro que no dudó en
reunirse con él a fin de tratar esta cuestión. Lo único que trascendió de
aquella reunión de importancia fue la caída en desgracia del otrora exitoso
navarco, y su partida a Grecia a luchar contra los tebanos. Puede que a raíz de
esta amarga reunión, Lisandro tramara una oscura conspiración para derribar la
monarquía espartana y convertirla en una institución accesible para todo el
mundo. Pero aunque así fuera, tal complot nunca llegó a ver la luz. En 395 a.C.
Lisandro, encabezando una expedición lacedemonia contra los tebanos en
Haliarto, fue muerto.
Una vez apartada la incómoda figura de Lisandro,
Agesilao se preparó para seguir acometiendo nuevas etapas de su flamante
campaña en Asia. Lo siguiente que hizo fue acudir a los territorios de
Farnabazo, quien en otro tiempo había ayudado a los espartanos a vencer a los
atenienses y establecerse allí con sus tropas. Aquellas tierras le valieron al
monarca no pocas riquezas, además de esclavos y caballos que, sin duda,
engrandecieron el poderío espartano en un lugar que solo unos años antes se
consideraba inaccesible e inhóspito. Su establecimiento en aquellos parajes,
obligaron a Farnabazo a estar mudándose con frecuencia hasta que finalmente,
optó por escribirle en virtud de la ayuda que en el pasado les había prestado.
No podía comprender por qué lo trataban de aquella manera tan insidiosa,
obligándole a huir constantemente de su propio país, además de talarlo y
devastarlo. De aquella misiva, Farnabazo logró una entrevista con el monarca
lacedemonio quien le explicó que le infligía tal tratamiento en virtud de
sumisión al Gran Rey de Persia.
La precipitada expiración del proyecto asiático.
Preparando Agesilao lo que supondría el golpe
definitivo al imperio persa, una nueva revuelta de considerables proporciones
estalló en el interior de Grecia. Cuatro ciudades, Atenas, Tebas, Corinto y
Argos habían decidido unir sus fuerzas para sacudir los cimientos del imperio
espartano. El descontento causado por la crudeza con la que los espartanos
habían tratado a los nuevos territorios griegos sometidos, había canalizado en
un odio visceral hacia todo lo lacedemonio. De hecho, la amenaza se tornó tan seria
que fueron los propios éforos los que decidieron enviar un emisario a Asia con
un decreto que obligaba a Agesilao a abandonar el proyecto asiático y retornar
a Grecia tan pronto como fuera posible.
La batalla
Cuando Agesilao retornó a Grecia, llegó al campo
de batalla donde se le unió otra compañía lacedemonia procedente de Corinto,
que vino a engrosar un ejército en el que también se hallaba ya un cuerpo de
Neodamodes, más algunas tropas aliadas de las ciudades griegas de Asia y
Europa. Frente a él, las tropas aliadas de beocios, atenienses, corintios,
argivos, eubeos, enianos y locrios. Según Jenofonte, el número de Peltastas era
mayor en el bando de Agesilao, lo cual resulta llamativo por haber sido ésta
tradicionalmente una unidad muy superficial dentro del ejército espartano. Ello
nos daría una idea de la significativa mejora y modernización que el monarca
espartano habría llevado a cabo en el seno del ejército lacedemonio. Tal
desequilibrio no parecía existir en la caballería, donde los contendientes
parece que estuvieron muy igualados. El bando espartano sumaría un total de
unos 15000 hoplitas mientras que el bando aliado unos 20000. Los dos
ejércitos se encontraron en la llanura de Coronea, quedando la parte más
cercana al Cefiso para los soldados de Agesilao y la parte del monte Helicón
para los aliados. Agesilao ocupó junto a sus hombres el ala derecha de la
formación, llevando así el peso del combate. En el bando aliado, los tebanos
ocuparon también la derecha, dejando la izquierda para los argivos. Ambas
formaciones comenzaron a marchar una contra otra de manera silenciosa. Solo
cuando estaban a una corta distancia, los tebanos rompieron el silencio
echándose a la carrera contra los que tenían en frente. En el ala opuesta,
parte del bando que se hallaba junto a Agesilao y bajo el mando de Herípidas,
puso en fuga a sus contrarios, pero los argivos, a los que correspondía luchar
contra el núcleo duro comandado por el mismo monarca, decidieron huir al
Helicón y evitar la más que segura derrota. Aquel gesto fue interpretado como
el preludio de una fácil victoria. Sin embargo, alguien avisó de que los
tebanos, en el ala contraria, habían partido en dos a los orcomenios, por lo
que la formación estaba en grave peligro. Agesilao no dudó en marchar contra
ellos eligiendo el medio más peligroso ya que los tebanos, viendo huir a sus
aliados argivos, se forzaron a avanzar a fin de cerrar los huecos entre los
suyos. Según Jenofonte, el monarca espartano prefirió “chocar” de frente contra
los escudos tebanos que dejarlos avanzar y perseguirlos, lo que convirtió
aquella lucha en una auténtica carnicería. Se luchó, se avanzó, se retrocedió y
se murió. El propio Agesilao fue herido de gravedad en el campo de batalla y
tuvo que ser retirado a fin de tratar sus heridas. Unos 80 enemigos se
refugiaron en el templo de Atenea pero el monarca dio orden de no atacarlos y
erigir un trofeo al día siguiente.
Consecuencias
Como dijimos al comienzo, la batalla de Coronea
de 394 a.C. fue una batalla que se produjo en el contexto de una contienda
mayor como fue la Guerra de Corinto que se prolongó hasta 387 a.C. A pesar del
favorable inicio que obtuvo Esparta en esta guerra, las tropas aliadas entre
las que destacaron los atenienses al mando de Ifícrates y los tebanos, lograron
sin embargo, equilibrar la situación de fuerza en Grecia y concretamente, éstos
últimos se erigieron como auténtico rival de Esparta no solo durante esta
guerra, sino incluso más adelante hasta la batalla de Leuctra. En la misma
Coronea ya dieron muestras de tener gran arrojo estando a punto de matar al rey
de los espartanos. Aunque Esparta, merced de nuevo a la ayuda persa logró
estabilizar la situación hegemónica en Grecia, contempló con inquietud cómo los
tebanos, en especial a partir de la aparición de Epaminondas, llegaron a
liderar con descaro la facción opositora a Esparta. Aunque Ageslao trató de
aislarlos tras la Paz de Antálcidas en 387 a.C para infligirles un severo
castigo más tarde, fracasó estrepitosamente al tratar de someterlos
continuamente. Se le llegó a reprochar el haberles enseñado a defenderse bien
por haber llevado contra ellos tantas campañas de castigo. El correctivo
recibido en Leuctra en 371 a.C. no vino sino a confirmar los augurios que
vaticinaban un cambio de liderazgo en Grecia en favor de la ciudad beocia. Tras
aquella derrota, Agesilao no solo tuvo que hacer frente a nuevas amenazas
externas, sino también a algunas revueltas intestinas en la propia Esparta que,
por cierto, a punto estuvo de ser ocupada por los tebanos. Aquello constituyó
un hito sin precedentes. Esparta carecía de muros porque nunca había tenido a
los enemigos tan cerca y el revuelo que la presencia enemiga causó en la ciudad
parece haber sido grande. Sin embargo, el invierno jugó a favor de los
espartanos e impidió a los tebanos cruzar el Eurotas, obligando a Epaminondas a
ordenar la retirada. Pero tan solo unos años después en 362 a.C. el mismo
general tebano quiso establecer definitivamente una hegemonía en Grecia bajo
liderazgo de su ciudad, por lo que acudió al Peloponeso a minar la influencia
espartana. Los atenienses, recelosos del creciente poder tebano decidieron
cambiar de bando y unirse a Esparta para luchar contra lo que se presumía la
inevitable égida beocia. Y así fue como en ese mismo año, espartanos y tebanos
volvieron a enfrentarse en la batalla de Mantinea. Aunque Epaminondas puso en
fuga a los espartanos, su propia muerte hizo que esta victoria no fuera
completa y más que una hegemonía tebana, lo que resultó de dicha disputa fue una
Grecia débil y propicia para ser conquistada por una potencia extranjera. Ésta
tendría lugar unos años más tarde con la llegada del glorioso Alejandro
Magno. Tras la derrota en Mantinea, Esparta se enfrentó no solo a la
consolidación de su fracaso como imperio, sino también a unas finanzas
maltrechas a causa de su expansiva política militar. Como consecuencia de este
hecho, Agesilao, ya anciano, se vio obligado a marchar a Egipto a cambio de
dinero, apoyando una sublevación que a la larga sería la última aventura de
este inveterado monarca espartano. Cuatro años más tarde, en 358 a.C. y durante
la travesía que habría de llevarle de regreso a casa tras su periplo africano,
Agesilao perdió la vida y con su muerte se cerró definitivamente una de las
etapas más gloriosas de la historia de Esparta.
EPÍLOGO
La batalla de
Coronea de 394 a.C. fue la última de las grandes batallas que Esparta
libró en su historia. Por supuesto que más adelante, incluso en el mismo siglo
IV a.C. Esparta obtuvo algunas victorias menores, pero éstas no resultaron lo
suficientemente trascendentes como para ser recogidas en esta obra. De hecho,
en mi opinión, la victoria en Coronea no supuso más que la llegada a la
cima de una montaña de la que ahora Esparta, tenía que comenzar a descender. A
pesar de que el imperio espartano prolongó su hegemonía hasta la batalla de
Leuctra de 371 a.C. la sociedad lacedemonia ya había desarrollado una
metástasis letal muchos años antes. El anquilosamiento de todas sus estructuras
políticas y sociales, la sempiterna escasez de dinero, la progresiva pérdida de
hombres del cuerpo ciudadano y la conflictividad entre los diferentes
estamentos oligárquicos, no hicieron sino debilitar desde dentro la ciudad que
había logrado armar un imperio más o menos estable a la conclusión de la guerra
del Peloponeso (404 a.C.). Las ansias imperialistas de Agesilao y la falta de
reformas internas que hubieran flexibilizado la economía, terminaron por dar la
puntilla a unos espartanos que en Leuctra no hicieron sino confirmar lo que era
ya un hecho innegable: la debilidad de una ciudad que no fue capaz de
consolidar el imperio heredado de la otrora grandiosa Atenas. Por este motivo,
la ascendente aunque fugaz fuerza de otra ciudad griega, Tebas, con las
suficientes ansias por destronar a los espartanos de su lugar de privilegio en
Grecia, fue bastante para desplazar de la primera línea de la política griega a
los aguerridos lacedemonios que fueron testigos de cómo, su legendario pasado
quedaría borrado años más tarde y de un plumazo por la insolencia de una nueva
y fulgurante fuerza de la naturaleza: la Macedonia de Alejandro Magno.
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