LA SAGA DEL MINOTAURO
Europa era una joven princesa fenicia de la ciudad de Tiro. Un día
fue a la playa a jugar con sus amigas, y allí encontró a un enorme toro que
vagaba por la arena. Era tan manso y de una blancura tan inmaculada que Europa
no se resistió a la tentación de jugar con él. Animada por sus compañeras,
acabó montando sobre el lomo del animal, un gesto que no debía de ser muy
natural en una época en la que aún no se conocía la equitación. En ese momento,
el toro blanco se lanzó hacia el mar y, haciendo caso omiso tanto de los gritos
de Europa como de sus compañeras, nadó con la potencia de una fueraborda hacia
el oeste.
Una vez llegados a Creta, a más de mil kilómetros de distancia, a la
sombra de unos frondosos plátanos, el toro se unió a la doncella y...
Un momento. Ésta no es una historia de zoofilia. Al menos todavía.
El toro blanco no era otro que Zeus, que se había encaprichado de la joven
Europa y que, como tantas veces había hecho y volvería a hacer, se transformó
en una criatura diferente para recurrir al engaño. Así que suponemos, o
queremos suponer, que el rey de los dioses no se dejó llevar por la impaciencia
y, antes de consumar su deseo por Europa, tuvo la delicadeza de recuperar su
propia forma.
Europa tuvo tres hijos: Minos, Radamantis y Sarpedón. Se casó con el
rey de Creta y éste adoptó a los niños, de manera que a su muerte Minos se
convirtió en nuevo soberano de la isla. Pero no fue sin oposición, pues sus
hermanos pretendían que se repartiera con ellos el poder. Minos afirmó que él
era el elegido de los dioses, y para demostrar cuánto lo favorecían pidió a
Poseidón que hiciera brotar de las aguas del mar un toro -de nuevo-, al que
luego sacrificaría. El animal que salió de entre las olas era un ejemplar tan
soberbio como el que raptó a Europa. A Minos se le ocurrió que, pudiendo usarlo
como semental para fundar una nueva ganadería, era un desperdicio matarlo.
Los dioses no perdonan a
quienes no cumplen sus promesas. Poseidón apeló a la ayuda de Afrodita, la
diosa del amor. Ella decidió actuar sobre la esposa de Minos, Pasífae, y su
venganza fue rebuscada y terrible: hizo que se enamorara del mismísimo toro que
había surgido de las olas (ahora ya sí que hablamos de auténtica zoofilia).
Pasífae acudió a Dédalo, un ingeniero ateniense que se había refugiado en la
corte de Minos para expiar un crimen cometido en su patria. Dédalo construyó
una armazón de madera en forma de vaca, de tal realismo que el toro mordió el
anzuelo. No entraré en más detalles; pero a quienes hayan visto Top secret, de
los gamberros hermanos Zucker, todo esto les recordará una de las escenas más
impactantes de la película.
De aquella unión nació un monstruo propio de la más aberrante
ingeniería genética: el Minotauro, con cuerpo de hombre y cabeza de toro. Para
ocultar al mundo aquella vergüenza y sus cuernos, el rey Minos ordenó a Dédalo
que, puesto que era en parte culpable de lo sucedido, fabricase una especie de
trampa para encerrar al monstruo. Dédalo construyó el Labfrinthos o Laberinto,
un gran palacio sembrado de innumerables salas y pasillos, con una planta tan
complicada que sólo su arquitecto sabía orientarse en ella: entrar era fácil,
pero salir resultaba imposible.
Minos encerró en el corazón del Laberinto al monstruo. Pero el
Minotauro necesitaba carne humana para alimentarse, y el rey no estaba
dispuesto a sacrificar a los súbditos de su propia isla. Como gracias a su
flota ostentaba la talasocracia (la supremacía en el mar), decidió pedir un
tributo humano a las islas y ciudades que se hallaban bajo su dominio. Así, a
la ciudad de Atenas le correspondía enviar cada nueve años a siete hombres
jóvenes y otras tantas doncellas para que entraran al Laberinto y sirvieran de
alimento al Minotauro.
Pero un año, entre los jóvenes destinados al sacrificio vino el
propio hijo del rey de Atenas: Teseo, matador de monstruos. Los días del
Minotauro estaban contados...
La historia que los griegos conocían sobre su pasado más remoto
consistía en mitos como el que acabo de narrar, o como los que en contraremos
en el siguiente capítulo al hablar de los micénicos y la guerra de Troya. Ellos
los creían, o al menos racionalizaban los elementos más fantásticos, como puede
comprobar cualquiera que lea a Heródoto o a Tucídides. Pero los historiadores
de épocas posteriores relegaron estas crónicas al terreno de la ficción, y la
historia de Grecia antes de la primera Olimpiada quedó ocupada tan sólo por un
vacío enorme y oscuro.
Ese hueco empezó a rellenarse
durante el siglo xix en una apasionante aventura que todavía prosigue. El
auténtico pionero en la arqueología de la Edad de Bronce en Grecia y el Egeo
fue el alemán Heinrich Schliemann, de quien hablaremos en el siguiente
capítulo, ya que la civilización micénica sobre la que trabajó es posterior en
el tiempo a la de Creta. Pero si ésta surgió prácticamente de la nada a
principios del siglo xx fue gracias a los trabajos del inglés Arthur Evans.
Evans poseía la formación académica oficial de la que carecía
Schliemann. Como conservador de un museo de Oxford, elAshmolean, viajaba a
menudo a Grecia en busca de antigüedades. En Atenas, en 1894, encontró las
llamadas «piedras de leche», unos amuletos muy apreciados por las mujeres, que
les atribuían poderes mágicos para amamantar mejor a sus hijos.
Otra persona tal vez no habría dado demasiada importancia a esas
piedras, que eran en realidad unos sellos grabados. Pero Evans era
extremadamente miope. Un defecto de la vista que puede suponer un gran problema
en la vida cotidiana, pero que también ofrece ventajas en condiciones muy
determinadas. Un miope ve los objetos cercanos con gran claridad, aunque sean
diminutos. Recuerdo a un catedrático de griego que tuve en la universidad
-excelente profesor, por cierto-, que para leernos los textos se levantaba las
gafas y se acercaba el libro tanto que prácticamente tocaba las páginas con la
nariz. Curiosamente, era un experto en paleografía, el estudio de la escritura
antigua: una especialidad en la que hay que estar dotado de mucha agudeza
visual y de una gran concentración para captar los mínimos detalles.
Como ese profesor, Evans examinó tan de cerca las piedras que pudo
captar los delicados detalles de los grabados. Aparte de escenas de caza o
navegación, encontró diminutas inscripciones en una especie de jeroglíficos
desconocidos que lo intrigaron. Se dedicó a comprar las piedras de leche' y a
seguirles el rastro, que lo condujo hasta Creta. Tras seis años de
desesperantes negociaciones, consiguió permiso para excavar en Cnosos. Empezó
en 1900 y siguió dedicado a ello prácticamente el resto de su vida. En 1911,
como suele ocurrirles a todos los súbditos de Su Graciosa Majestad británica
que hacen algo destacado, fue nombrado caballero: sir Arthur Evans.
En campañas de excavación
sucesivas, Evans descubrió un palacio inmenso con más de mil quinientas
habitaciones. Si se comparaba su complicadísima planta con la de los palacios
de la Grecia continental, mucho más sencilla, es comprensible que los griegos
crearan la leyenda del Laberinto. También se apreciaban por todas partes
huellas del culto al toro, particularmente en los maravillosos frescos que
Evans fue sacando a la luz. Uniendo todo eso, el excavador inglés se dejó
arrastrar por el mito, y, recordando al rey Minos, denominó «minoica» a la
cultura que estaba desenterrando.
La denominación puede resultar engañosa, porque ellos no se llamaban
a sí mismos minoicos. Aunque es posible que el nombre de su rey, Minos, tenga
alguna razón histórica, y hay quienes han especulado que pudiera tratarse de
una especie de título genérico para los soberanos de Cnosos, como el de césar o
zar. En cualquier caso, a falta de otro nombre mejor y ya que su idioma no se
ha descifrado, en este libro seguiremos llamándolos minoicos' y refiriéndonos a
sus ciudades y palacios por nombres que en realidad son muy posteriores
No se conoce con certeza la procedencia de los minoicos, si eran
habitantes de la isla desde el Neolítico o habían llegado a ella en fecha más o
menos reciente desde la península de Anatolia, lo que sí se sabe es que no eran
griegos. Entonces ¿qué hacen entrometiéndose en esta historia? La influencia de
Creta en la primera cultura griega fue fundamental. Los griegos de épocas
posteriores miraban hacia esta isla como origen de sus mitos y de buena parte
de sus costumbres, y atribuían a Creta la mejor de las constituciones
políticas, precisamente por su antigüedad. Según el mito más extendido sobre el
origen de Zeus, la diosa Rea lo alumbró en una cueva del monte Ida, el más alto
de Creta, y fue allí donde el futuro rey de los dioses se crio y pasó su
primera juventud. Para el gran historiadorTu cídides, que escribió su obra en
el siglo v a.C., el cretense Minos dominó el primer imperio marítimo en el
Egeo.
ESBOZO DE UNA HISTORIA MINOICA
Los cálculos que los griegos hacían sobre su pasado hay que
tomárselos con cierto cuidado. Situaban la guerra de Troya en el año 1183 a.C.,
una fecha bastante cercana a la que aceptan arqueólogos e historiadores. Pero a
partir de ésta, el erudito Eratóstenes dató el reinado de Minos tres
generaciones antes de dicha guerra. Eso significaría que el padre putativo del
Minotauro reinó hacia el año 1260, época en que el palacio de Cnosos ya no
estaba en poder de los minoicos. El problema es que los griegos posteriores
concentraban en unas pocas décadas varios siglos de pasado nebuloso, que les
habían llegado por tradición oral. Sus mitos son muy útiles como ilustración e
inspiración, pero no se pueden tomar como guía histórica.
El arqueólogo griego Nicolás Platón propuso dividir la historia de
la civilización minoica en cuatro periodos: el Prepalacial, hasta el año 2000;
los Primeros Palacios, hasta 1700; los Segundos Palacios, hasta 1400; y el
Postpalacial, que duró hasta el final de la Edad de Bronce, en torno al año
1100.
La época más interesante para nosotros transcurre entre los años
2000 y 1400, durante los Primeros y Segundos Palacios. Es mucho tiempo, y lo
digo porque se tiende a manejar con cierta frivolidad los siglos cuando nos
remontamos a épocas tan antiguas. Cnosos se construyó hacia el año 2000, y duró
nada menos que seiscientos años bajo el gobierno del mismo pueblo. Para
contemplar esto con cierta perspectiva, pensemos que hace poco más de
quinientos años que Colón descubrió América. Eso quiere decir que la
civilización minoica perduró mucho tiempo.
¿Qué hito cronológico separa los Primeros de los Segundos Palacios?
Hacia 1700 se produjo una oleada de destrucciones que afectó a las principales
ciudades de la isla. Parece ser que se debió a un gran terremoto. Creta, como
Grecia en general y Turquía, está situada en una zona proclive a los seismos. Los
arqueólogos tienen que afinar mucho sus observaciones para deducir cuándo se ha
producido una destrucción catastrófica en una ciudad o edificio y si la causa
ha sido natural o humana. Tanto en terremotos como en invasiones y saqueos
suelen producirse incendios, por lo que ambos tipos de desastre pueden
confundirse. En el caso de los seísmos el motivo es que las sacudidas del suelo
derriban antorchas y lámparas de aceite, que caen sobre materiales inflamables.
Las llamas que se producen dejan como vestigio estratos de materiales
carbonizados y restos de cenizas. Pero, además, un terremoto puede dejar su
impronta moviendo cimientos, rompiendo sólidos bloques de piedra y alterando
estructuras arquitectónicas.
Después de 1700 los palacios
fueron reconstruidos y la Creta minoica entró en su época de mayor esplendor.
Durante el periodo de los Segundos Palacios la población de la isla aumentó,
tal vez demasiado, hasta el punto de que, como hicieron los griegos del
continente siglos más tarde, los minoicos fundaron colonias -o tal vez puestos
comerciales- en el Egeo.
¿Cómo puede calcularse la población de una época en la que no
existen censos escritos? El tamaño de los palacios y las ciudades nos brinda
una pista. También es útil calcular el número de asentamientos, algo para lo
que no es necesario excavar el terreno: basta con hacer prospecciones
superficiales, que además salen más baratas (y a menudo son el germen de
futuras excavaciones). En el caso de Creta, se han encontrado diques y terrazas
en laderas con grandes desniveles que indican que los minoicos de los Segundos
Palacios aprovechaban la tierra al máximo. De hecho, es posible que estuvieran
ocupando y explotando todos los terrenos agrícolas de cierta calidad.
¿Qué se cultivaba en las tierras de Creta? La llamada tríada
mediterránea: trigo, olivo y vid. Los dos últimos cultivos tenían la ventaja de
no competir con los cereales por las tierras de labor. Además, su cuidado se
podía alternar con las fechas de siembra y recogida del trigo y de la cebada.
El valor nutritivo de la aceituna y del aceite que se extrae de ella
es bien conocido. ¡Vivan las calorías!, pensaban los antiguos, cuyo problema no
era precisamente la obesidad. Así, los atenienses consideraban que el olivo era
un don de Atenea, y talar los olivos sagrados de la ciudad estaba castigado con
la muerte.
¿Y qué decir del vino, regalo
a su vez de Dioniso? Aparte de lo divertido que pueda resultar beberlo -siempre
sin excederse, que no quiero que me multe Sanidad-, tenía otra utilidad. A raíz
de diversas observaciones hechas durante una epidemia de cólera en París a
finales del siglo xix,3 investigadores posteriores fueron realizando
experimentos con vino y un surtido de bacterias. La conclusión es que el vino
mata en pocos minutos los vibriones del cólera y, si se le da más tiempo, acaba
también con la enterobacteria E. coli. Hay más microorganismos a los que les
sienta mal una copita, pero he mencionado los que provocan diarrea, que, aparte
de lo desagradable que resulta de por sí, es una auténtica asesina de los
pueblos no desarrollados. Al parecer, el principal agente desinfectante no es
el alcohol, sino la malvosida o enosida, un pigmento rojo del vino tinto (el
vino blanco posee otro polifenol equivalente, así que también tiene su parte
buena, aparte de que acompañe muy bien al pescado). No creo que los antiguos
minoicos ni los griegos supieran que al mezclarlacon el vino mataban los
microorganismos infecciosos del agua. Pero sí se percataban de que a sus
intestinos les sentaba mucho mejor. ¿Necesitaban más excusa para darle al
jarro?
Para algunos autores, la tríada mediterránea explica en buena parte
el apogeo de la civilización minoica. Entre los años 4000 y 2500, se calcula
que en la Grecia norte, que se dedicaba casi en exclusiva al trigo y la cebada,
el número de asentamientos creció un cincuenta por ciento. En cambio, durante
ese mismo tiempo, en el sur del Egeo, donde se cultivaban también la vid y el
olivo, la cifra de poblados aumentó diez veces más, hasta quintuplicarse. En el
caso de Creta hay pruebas de que, ya en época tan temprana, sus habitantes
empezaban a tomarse la producción de vino y aceite con criterios casi
industriales. Se han encontrado grandes tinajas para ambos productos, prensas
de aceite e infinidad de copas para el vino. En los almacenes del palacio de
Cnosos podían guardarse unos 250.000 litros de aceite.
Mucho aceite, y en ocasiones, probablemente, mucho vino. Una
agricultura como la minoica podía producir excedentes momentáneos.
¿Qué hacían con ellos? Canalizarlos en un sistema de redistribución
centrado en los palacios (hoy día, cuando uno oye esta palabra se echa la mano
a la cartera, a sabiendas de que le van a subir los impuestos). Parte de los
productos almacenados se destinaba a alimentar a especialistas, artesanos que
se instalaban en las ciudades porque ya no tenían que dedicarse forzosamente a
trabajar en el campo. Así ocurría con las mujeres que tejían lana en palacio y
recibían raciones a cambio (la lana también abundaba, pues se calcula que casi
la tercera parte de Creta se dedicaba al pastoreo). Otra parte se utilizaba
para comerciar dentro de la isla o con el exterior. Pero para coordinar la
redistribución y el comercio tenía que existir algún tipo de organización que
se encargase del transporte y el almacenamiento, y también de calcular las
compensaciones o, por expresarlo en palabras más llanas, los sueldos. Hay que
añadir que estos últimos se pagaban en especie, ya que todavía no existía la
moneda.
Esta organización se llevaba a
cabo en los palacios. Nosotros tenemos la imagen de un palacio como una
vivienda muy lujosa destinada a ofrecer mayor comodidad a sus moradores nobles
o, simplemente, a la ostentación. Pero los primitivos palacios minoicos eran
centros económicos donde se almacenaban los excedentes y se procedía, como
decíamos, a su redistribución. Además eran centros de producción propia: aparte
de almacenes, había diversos talleres donde los artesanos transformaban las
materias primas y elaboraban con ellas productos manufacturados destinados al
consumo propio, o bien al comercio.Y eran también, por último, lugares de
culto, con salas destinadas a celebrar sacrificios y rituales. En suma,
aquellos palacios constituían pequeñas ciudades dentro de otras ciudades.
Para comerciar con otros lugares, los cretenses necesitaban una
flota. ¿Realmente llegaron a poseer un imperio naval? He mencionado antes al
historiador ateniense Tucídides. Al principio de su obra La Guerra del
Peloponeso habla del pasado más remoto de Grecia y comenta esto sobre los cretenses:
Minos fue el primero que sepamos que poseyó una flota. Llegó a ser
el amo de las aguas griegas y sojuzgó las Cícladas [...]. Lógicamente, para
recibir de modo más seguro sus tributos hizo todo lo que pudo para suprimir la
piratería (Tucídides 8, 4).
Aunque en la parte del pasaje que he omitido hay ciertos errores, lo
cierto es que los minoicos extendieron su influencia por el Egeo y lo domi
naron. Sabemos que existían colonias cretenses en las islas de Citera, Melos,
Rodas y Naxos. Por supuesto, también en la isla de Tera, la actual Santorini, a
unos 100 kilómetros al norte de Creta, donde las excavaciones han descubierto
una cultura hermana de la minoica, aunque con su propia personalidad. De ella y
del volcán que la destruyó hablaremos más adelante.
Que los minoicos tuviesen
colonias no implica automáticamente que fuesen imperialistas. Es posible que
esas colonias fuesen en realidad puestos comerciales en los que sólo había unos
cuantos cretenses mezclados con los habitantes originales, y que éstos hubieran
construido sus ciudades al estilo de las minoicas imitando de forma consciente
a una cultura superior. O que la isla de Creta hubiese llegado a la
superpoblación y las colonias sirvieran para aliviarla de excedentes humanos.
¿La colonización se produjo de forma pacífica, o los minoicos recurrieron a la
fuerza? Es posible que ocuparan algunos lugares de forma violenta, pero aún lo
ignoramos. Aunque la saga del Minotauro cuenta que los atenienses estaban
obligados a enviar a Creta un tributo humano, no podemos tomar ese mito como
una fuente histórica válida.
Fuesen imperialistas o no, está claro que los cretenses comerciaban
con todo el Mediterráneo oriental. Exportaban materias primas, como el aceite y
el vino de los que hemos hablado. Sin duda, también vendían lana de su
abundante cabaña ovina.Y madera: por aquel entonces los montes de la isla
estaban muy poblados de árboles, sobre todo de cipreses. La madera de ciprés,
que resiste a la putrefacción aunque se moje, servía para construir los barcos
minoicos, pero había de sobra para exportarla a otros lugares. (Los barcos de
la Antigüedad se construían preferentemente de maderas ligeras, como pino,
abeto, cedro o el mencionado ciprés. No es casualidad que siglos más tarde
dominara el mar otro pueblo con fácil acceso a bosques de coníferas: los
fenicios. Sus ciudades se hallaban al pie de la cordillera del Líbano, célebre
por sus antiguos bosques de cedros).
En cuanto a productos manufacturados, los cretenses exportaban
cerámica principalmente. Corrijamos: sobre todo nos ha llegado su cerámica.4
Durante esta época de los Segundos Palacios no sólo se encuentra cerámica
minoica en Grecia, sino que la que se fabrica en la propia Grecia imita el
estilo cretense. También aparece la influencia minoica en dagas encontradas en
las tumbas micénicas y en otros objetos de lujo, como las copas de oro de
Vafeio: la superioridad cultural de Creta sobre la Grecia continental era
total.
¿Qué importaban los minoicos?
La propia isla les abastecía de productos básicos. Pero había una importante
excepción: para obtener bronce necesitaban cobre -en una proporción de un
noventa por ciento o más- y también estaño o, en su defecto, cinc. El cobre lo
traían principalmente de la isla de Chipre, mientras que el estaño había que
importarlo de más lejos: las montañas de Afganistán, España o lugares aún más
remotos.
Conforme la civilización cretense fue refinándose, empezó a adquirir
materias exóticas con las que se fabricaban objetos de lujo y obras de arte:
obsidiana, lapislázuli, mármol, esmeril de Naxos para pulimentar sus copas de
piedra, basalto del sur de Grecia. Se ha encontrado ámbar, lo que evidencia que
existía comercio con la Europa del Báltico.Aunque la gran distancia que hay
entre esta región y Creta hace suponer que dicho comercio no se realizaba
directamente entre bálticos y cretenses, sino a través de otros pueblos que
ejercían de intermediarios.
De Egipto o a través de Egipto llegaban a Creta productos de África,
como plumas y huevos de avestruz. Pero los minoicos también compraban
directamente productos manufacturados en el país del Nilo, como escarabeos
(amuletos con forma de escarabajo) y tallas de marfil, que ejercieron una gran
influencia sobre el arte cretense. De alguna manera, igual que los habitantes
de Grecia consideraban culturalmente superiores a los minoicos y se dejaban
influir por ellos, éstos reconocían la superioridad del arte egipcio y en
cierto modo lo imitaban. En el país del Nilo se han encontrado restos
arqueológicos e inscripciones que confirman sus contactos culturales y
comerciales con Creta. Existe bastante acuerdo entre los historiadores en que
los textos egipcios que hablan del país de Keftiu se refieren a Creta.
¿Cómo se comerciaba en aquella época? Hay que tener en cuenta un importante
detalle: la moneda no apareció hasta el siglo vii en el reino de Lidia, en
Anatolia. La economía de la Edad de Bronce debía de ser de intercambio, aunque
se utilizaban metales preciosos como el oro o la plata, y existían pesos con
unidades muy similares a los de Egipto y Babilonia. En cierto modo, se trataba
de una economía casi monetaria: un comercio tan complejo como el de la época no
podría haber funcionado sin unas reglas elaboradas y cierto grado de confianza
mutua entre los mercaderes que cerraban los tratos.
LOS PALACIOS
La activa economía minoica se centraba en los palacios. Podríamos
hablar de una economía estatal si conociéramos algo más sobre la organización
de su Estado. Al menos, sabemos que la sociedad cretense se hallaba
estratificada: en los enterramientos, que son un buen indicador, se observan
las diferencias entre las diversas clases sociales. Pero los minoicos no
llegaron a los excesos de los faraones y las élites dirigentes de Egipto con
sus monumentales pirámides y mastabas, o de los micénicos de Grecia continental
con sus grandes cúpulas de bloques de piedra. Si juzgamos por los restos
materiales que nos han dejado, entre los minoicos no había grandes ambiciones
personales. En cierto modo, para nosotros es una sociedad anónima. Sobre todo,
si la comparamos con otras coetáneas, por ejemplo Egipto o el imperio hitita,
cuyos faraones y reyes alardeaban de sus victorias y se hacían representar como
auténticos gigantes en comparación con sus diminutos súbditos.
Como consecuencia, ignoramos quién mandaba de verdad en Creta. Se
sabe tan poco de los gobernantes minoicos que incluso algún autor propone la
hipótesis de que los palacios eran en realidad templos y de que Creta era una
teocracia dirigida por una casta sacerdotal (Castleden,1993).
Fuesen palacios o templos, lo cierto es que aquellos edificios eran
espectaculares. Los más conocidos y mejor excavados son los de Cnosos, Festos,
Malla y Zacros. El de Cnosos, con sus mil quinientas estancias, era el mayor de
todos. Por comparación con los planos mucho más sencillos de las viviendas en
Grecia, no es raro imaginar que un visitante micénico que tuviera que realizar
una gestión burocrática en Cnosos acabara perdiéndose en la otra punta del
palacio: de ahí nació seguramente el mito del Laberinto. Otra cosa bien
distinta, y harto improbable, es que lo diseñara un arquitecto venido de
Atenas. Me temo que aquí tenemos un ejemplo de chovinismo ateniense.
La arquitectura minoica es muy
característica y se reconoce por la forma de sus columnas: mientras que las
columnas clásicas se estrechaban conforme ascendían, las cretenses eran como un
tronco de árbol invertido, con la parte más estrecha en la base y la ancha en
contacto con el capitel. Normalmente, se pintaban de rojo y tenían la superficie
pulida, pero a veces presentaban estrías verticales o incluso espirales, lo que
las hacía parecer pirulís gigantes.
Las paredes, al menos las del primer piso, eran de sillares de
piedra, labrados con sierras de cobre o de bronce y mucha paciencia. ¡El mundo
de la construcción era incluso más duro que ahora! Es de suponer que, a partir
de la primera planta, las paredes eran de adobe. En general, como suele ocurrir
con edificios tan antiguos, nos ha llegado poco más que la planta de los
palacios. Pero podemos hacernos cierta idea de cómo era su alzado por algunos
restos aislados, por las casas de la isla de Tera -conservadas bajo capas de
ceniza volcánica, como las de Pompeya-, y también por pinturas y maquetas de
terracota que representaban edificios a pequeña escala.
Debo añadir que la imagen que recibimos del palacio de Cnosos al ver
fotografias o reconstrucciones está algo falseada. No son las ruinas
originales: Arthur Evans restauró ciertas zonas del palacio tal como él creía
que debían ser. Lo mismo ocurre con muchos frescos minoicos. Al contemplarlos,
es fácil apreciar zonas que mantienen el brillo de los colores, mientras que
otras se ven mates y están mucho más resquebrajadas. Estas últimas son las
partes auténticas: las demás han sido restauradas.
Los arqueólogos actuales critican este tipo de reconstrucción y
prefieren dejar las ruinas prácticamente tal como las encuentran, con las
intervenciones mínimas para que no se deterioren más. Pero antes de censurar a
Evans, pensemos que algunos excavadores antes que él no sólo no reconstruyeron
nada, sino que destruyeron mucho, como Schliemann. De no ser por Evans, otros
arqueólogos tal vez habrían excavado, medido, cartografiado y tomado fotos,
pero ahora no quedaría prácticamente nada en pie, y las ruinas de Cnosos no
comunicarían gran cosa a quienes las contemplamos sin ser expertos.
Los palacios no eran edificios aislados, sino que a su alrededor
crecían auténticas ciudades, con mansiones y casas de varios pisos. Por las
pinturas donde aparecen edificios, parece que en la planta baja no había venta
nas, pero sí en las superiores: una inteligente medida de precaución contra los
cacos.También se aprecian pequeñas habitaciones construidas sobre los tejados,
quizá para dormir en las noches más calurosas del verano, como se sigue
haciendo en algunos pueblos de España cuando aprieta la canícula.
Las ciudades cretenses eran
populosas. La mayor era Cnosos, con más de veinte mil habitantes: una gran urbe
para los estándares de aquella época, y más avanzada que las ciudades griegas
mil años posteriores. Un ejemplo lo tenemos en su fontanería. Se han encontrado
conos truncados de terracota que, al encajar unos con otros, formaban un
ingenioso sistema de conducción para llevar el agua potable. En el palacio de
Cnosos existía una compleja red de drenaje, con conductos y cisternas que
descargaban el agua de la lluvia y la llevaban a otros canales subterráneos de
piedra, revestidos de yeso y provistos de bocas de inspección. Incluso había
retretes conectados a este sistema.' Consideremos el confort de un edificio así
cuando todavía en los años setenta en muchos pueblos de España el consabido
recurso para tales menesteres era ir al corral.
No sólo los palacios disfrutaban de estos lujos: se han encontrado
las mismas instalaciones en las casas de Tera, las mejor conservadas del mundo
minoico. Un ciudadano de la Atenas clásica, cuyas calles no destacaban por su
limpieza, se habría quedado muy sorprendido si una máquina del tiempo lo
hubiese transportado al pasado, a Cnosos o a cualquier otra ciudad minoica.
¿CÓMO ERAN LOS MINOICOS?
El interior de los palacios y de muchas casas estaba decorado con
frescos. Gracias a estas pinturas conocemos el aspecto de los minoicos, o al
menos cómo se veían a sí mismos. Obviamente, consideraban que en un varón unos
hombros anchos y una cintura estrecha resultaban atractivos, del mismo modo que
en una mujer lo eran unos pechos abundantes y erguidos. Pero una cosa es que
pintaran así las figuras y otra bien distinta que todos los cretenses parecieran
modelos de pasarela. Del mismo modo, nadie se creería que los minoicos miraban
siempre de perfil pero con los ojos de frente, tal como aparecen en sus
pinturas (es de suponer que por influencia egipcia).
En su Historia de los griegos,
Indro Montanelli comenta que los varones minoicos tenían la piel bronceada y
las mujeres pálida, como si existiese una diferencia genética entre ambos sexos
(Montanelli, 1980, p. 13). En realidad, se trata de una convención artística.
En tiempos pasados se apreciaba la blancura de la piel femenina, hasta extremos
que a nosotros nos llamarían la atención, pues unos brazos de una palidez
«lechosa» no nos parecerían hoy demasiado atractivos, y sin embargo decirle eso
a una mujer griega era hacerle un gran cumplido.
Si lo pensamos bien, lo que más se valora en el aspecto es aquello
que demuestra la pertenencia a una clase superior. En aquellos tiempos, el
trabajo más duro se hacía al aire libre, de modo que la piel blanca de una
mujer indicaba que no tenía que salir de casa para ganarse la vida. Hoy día una
piel bronceada significa que se dispone de más tiempo y de más ingresos para
escapar de nuestros trabajos, la mayoría de ellos en espacios cerrados, y
disfrutar del sol y la montaña (o de los rayos UVA).
La ropa femenina es muy característica: falda de volantes en forma
de campana y chaquetilla ceñida a la cintura, con una abertura central que se
podía separar para dejar al descubierto los pechos. En general, nadie piensa
que las mujeres fuesen todo el día haciendo topless, sino que desnudaban sus
senos en ceremonias rituales. Pero, en cualquier caso, no eran las ropas de
alguien que quiera ocultar las formas de su cuerpo, sino «las de mujeres que
esperaban ocupar el centro de la escena social» (Castleden, 1993, p. 13).Y, añadiría
yo, orgullosas de sus cuerpos.
Los hombres suelen aparecer con muy poca ropa: a menudo no llevan
más que un taparrabos enrollado en la cintura o sujeto por un cinturón. Según
la moda, esa prenda tapaba la parte superior de los muslos o no. En el centro,
muchos llevaban una coquilla o bragueta, «marcando» atributos al estilo de los
caballeros del siglo xvi: una característica que, aunque no sea tan exagerada,
recuerda al estuche para el pene o koteka que llevan ciertas tribus de Nueva
Guinea.
Cuando hablemos de los griegos micénicos, comprobaremos que no se
sabe mucho de su religión, pero al menos conocemos los nombres de los dioses a
los que adoraban. Con los minoicos no disponemos ni siquie ra de esa
información. Su religión tenemos que reconstruirla a partir de las estatuillas
o de las imágenes que aparecen en frescos, vasos y sellos. Es como si, en el
futuro, alguien tuviera que deducir cómo era el cristianismo sin la Biblia ni
ningún otro texto, simplemente recorriendo una catedral destrozada por un
bombardeo e interpretando los fragmentos de los retablos y relieves. Se trata
de una tarea muy complicada en la que, como pasa siempre al estudiar épocas tan
antiguas, uno se topa con tantas opiniones como autores.
La primera característica que
salta a la vista en la religión cretense es el papel tan importante que
desempeñaba la mujer. En casi todas las representaciones aparece una diosa
rodeada de sacerdotisas. Tanto una como otras visten de la manera descrita, con
los pechos al aire, y están muy maquilladas. Muchas de esas imágenes poseen un
refinado erotismo, pero no creo que fuera ésa la (única) intención al descubrir
los senos. Se cree que la diosa sin nombre representaba la naturaleza y la
fecundidad, de modo que al revelar sus pechos estaría mostrándonos,
literalmente, sus poderes: impulso sexual y, al mismo tiempo, fuerza nutricia.
En las imágenes encontramos a menudo escenas de epifanía. Con esta
palabra no me refiero a la adoración de los Reyes Magos: en sentido técnico,
una epifanía es la aparición o manifestación visible de una divinidad ante los
humanos. Normalmente, la divinidad parece bajar desde las alturas. Para verla,
los fieles -más a menudo las fieles- danzan alrededor de un árbol, en una cueva
o incluso en el interior de un palacio.
¿Se producían realmente estas epifanías? Es de sospechar que la
diosa a la que esperaban se manifestara a la gente «poseyendo» la persona de la
sacerdotisa. El trance de ésta podría obedecer a la autosugestión, reforzada
por la música y la danza. Pero también debían recurrir a las drogas. Una
estatuilla muestra a una diosa que lleva una diadema, decorada con cápsulas de
adormidera en las que se han practicado cortes para extraer el opio.
Un elemento inconfundible de la religión cretense es el toro. Los
mitos que hemos narrado al principio reflejan una percepción distorsionada de
algunos rituales relacionados con este animal, que aparece representado
constantemente en pinturas y en vasos con forma de cabeza de toro, denominados
ritones, que se utilizaban en los sacrificios. Como parte de la captura ritual
del toro, debían llevarse a cabo unas acrobacias que recuerdan a las de los
forcados portugueses.
Parece que en ellas
participaban jóvenes de ambos sexos. En un fresco muy célebre, un joven de piel
cobriza da una voltereta sobre el lomo de un toro, flanqueado por dos muchachas
vestidas tan sólo con taparrabos. Se sabe que ambas son mujeres por su piel
blanca, ya que los pechos no se acaban de distinguir. Una de ellas aguarda
junto a la cola del animal, con los brazos extendidos como para recibir al
acróbata. La otra agarra los cuernos, bien sea para saltar cuando le llegue el
turno o porque esté sujetando al toro. Sin duda, este ritual era un espectáculo
que atraía a mucha gente; pero, como prácticamente todas las actividades
antiguas, poseía un significado religioso.
Hay una imagen idílica de los minoicos bastante extendida. Es
indudable que las mujeres desempeñaban un papel social muy importante, y en el
caso de la religión este papel superaba incluso al de los hombres. También
resulta evidente que eran más libres y que no ocultaban su cuerpo, como ocurre
en muchas sociedades que obligan a la mujer no ya a esconder o disimular sus
formas, sino incluso a taparse los cabellos, no sea que desaten pasiones
incontrolables en los varones y los lleven a la perdición.
Por otra parte, parece que los minoicos sentían un gran amor por la
naturaleza y que llevaban una vida bastante relajada, disfrutando de placeres
sencillos, sin grandes ambiciones personalistas ni demasiados instintos
agresivos.
Las pinturas son responsables, en buena parte, de esta visión
utópica. Las escenas que representan los frescos son luminosas, alegres, y en
ellas se encuentran abundantes elementos naturales: antílopes, delfines,
jardines, paisajes enteros. La violencia, cuando la hay, parece ritual o
deportiva, como en un fresco en que dos niños boxean vestidos tan sólo con
taparrabos. Si combinamos estas imágenes con la ausencia de murallas alrededor
de los palacios, todo hace pensar en una sociedad prácticamente pacifista.
Así lo ven, por ejemplo, dos estudiosos españoles. Para Bernardo
Souvirón, autor del sugerente libro Hijos de Hornero, la minoica era una
civilización en que existía igualdad entre hombres y mujeres, y que sabía
resolver sus problemas sin recurrir a la violencia. Serían los griegos
micénicos, indoeuropeos que llegaron al Egeo durante el segundo milenio,
quienes aprendieron a utilizar las armas para conseguir lo que querían, esto
es, las tierras ajenas. La clase de los guerreros sería una creación
indoeuropea, y una sociedad de ese tipo tenía por fuerza que sojuzgar a las
mujeres y prácticamente esconderlas para apartarlas del primer plano de la
sociedad.
Para Francisco Villar, experto
en lenguas indoeuropeas, los minoicos serían representantes de lo que,
siguiendo la denominación acuñada por la arqueóloga Marija Gimbutas, se ha dado
en llamar «laVieja Europa»: una cultura situada en las costas del Mediterráneo
central y oriental, asentada allí desde el Neolítico, pacífica, matriarcal y
con pocas diferencias sociales. Como señala Villar, «todo un continente
cultural que se hundió sin dejar apenas el recuerdo» cuando los indoeuropeos
entraron en escena a partir del año 4400 (Villar, 1996, p. 73). Entre los últimos
enclaves de la Vieja Europa estarían los etruscos en Italia y los minoicos en
Creta.
Es comprensible la tentación de proyectar en estas civilizaciones
antiguas los rasgos de personalidad que queremos encontrar. Pero si uno rasca
con el estropajo siempre acaba saliendo suciedad; o, en este caso, ciertas
manchas que enturbian la visión casi utópica de la civilización minoica.
Pondré el ejemplo de una ciudad estado muy posterior, del primer
milenio antes de Cristo. En ella, según nos cuenta Aristóteles, las mujeres
prácticamente gobernaban (hecho que él critica: no es que fuera el más
feminista del mundo). Además, no tenía murallas. Si sólo supiéramos eso,
pensaríamos que tal vez dicha ciudad era otra superviviente de la Vieja Europa,
un remanso de paz incrustado en el mundo belicoso de los griegos. Insisto, si
sólo supiéramos eso. Porque estoy hablando nada más y nada menos que de
Esparta, la ciudad que convirtió la guerra en una forma de vida.
Es peligroso fiarse del argumento ex silentio: que no encontremos
algo no quiere decir que no exista. No podemos negar, a favor de la cultura
minoica, que las mujeres tenían un papel muy importante, ya que hay muchas
evidencias materiales que las representan en igualdad con los hombres -si no
con cierta superioridad-. Pero es más arriesgado extraer conclusiones del hecho
de que no se encuentren fortificaciones ni apenas armas.
Poco a poco aparecen algunas
pruebas sospechosas. Por ejemplo, entre los frescos de la isla de Tera se
encuentra un friso excepcional. En él figura una flota que viaja de una ciudad
a otra. Hay unos hombres desnudos en el agua -otra convención pictórica, que en
este caso representa a los derrotados- que no parece que se estén ahogando por
propia voluntad. Este fresco ha suscitado muchas interpretaciones distintas,
pero lo que está claro es que se ven soldados armados en él, y que los cuerpos
desnudos deben de ser las víctimas de una batalla naval.
Aparte de las representaciones, se han encontrado armas depositadas
como ofrendas en santuarios y cuevas, y muchos bellos puñales hallados en
Grecia son de factura minoica. Aunque parece evidente que a los cretenses no
les gustaban demasiado las escenas bélicas a las que tan aficionados eran otros
pueblos como los asirios -manos y cabezas cortadas, cuerpos empalados-, eso no
quiere decir que estuvieran inermes ante posibles enemigos.
Hay algunos hallazgos más siniestros que hacen replantearse un poco
la imagen bucólica de los minoicos. El templo de Anemospilia, situado en la
ladera de un monte, a unos 7 kilómetros del palacio de Cnosos, fue destruido
por un temblor de tierra que a su vez provocó un incendio. Por los hallazgos de
cerámica, se ha fechado este seísmo en torno al año 1700. Entre las ruinas se
han encontrado cuatro cadáveres. Uno de ellos está apartado de los demás, cerca
de la salida. Al parecer, el hombre huía del terremoto que destruyó el templo,
pero no fue lo bastante rápido: una gran roca lo aplastó.
En la sala occidental del templo hay dos cuerpos tendidos en el
suelo. Uno pertenece a una mujer, de algo menos de treinta años, y el otro a un
varón mayor que ella, muy alto y de complexión fuerte. El terremoto también
acabó con ellos, parece que mientras realizaban un ritual. ¿Cuál?
Los arqueólogos Yianni y Efi Sakellarakis hallaron la respuesta en
esa misma sala. Sobre el altar yacía otro cuerpo, el de un joven de diecisiete
o dieciocho años. Estaba tendido de costado, en posición fetal y con los
talones tocando casi los muslos, lo que indica que debía tener los atados.
Entre sus huesos se encontraba un cuchillo. Parte de los huesos se veían
blancos y otra parte negros, lo cual significa que la mitad superior del cuerpo
se había vaciado de sangre antes de arder (un diagnóstico digno del CSI). Lo
más probable es que los sacerdotes' le cortaran la garganta con el cuchillo y
que recogieran casi la mitad de su sangre en una vasija.
La interpretación más habitual
es que los sacerdotes habían recurrido a un sacrificio humano para rogar a las
divinidades que detuvieran los seismos que, como ya hemos visto, destruyeron
los Primeros Palacios.' Que en Anemospilia se produjo un sacrificio humano es
indudable. Ahora bien, que se tratase de un hecho extraordinario me resulta
menos convincente. El argumento que se aduce para ello es que, como había terremotos
en Creta, el sacerdote y la sacerdotisa decidieron recurrir a procedimientos
drásticos y sacrificar a un joven. Pero ¿cómo sabemos que se produjeron
terremotos antes del sacrificio y que fueron la causa por la que se celebró el
ritual? Porque un terremoto que empezó justo después del sacrificio mató a los
oficiantes. ¿Y si el temblor de tierra fuera una casualidad, un accidente que
congeló aquella escena en una especie de foto eterna? ¿Y si los sacrificios
humanos eran más frecuentes de lo que creemos? Los aztecas también eran amantes
de la naturaleza, cultivaban flores y tenían una cultura refinada. Pero
arrancaban corazones en sus teocalis.
El mismo año en que salió a la luz el sacrificio de Anemospilia, el
arqueólogo británico PeterWarren encontró un montón de huesos de niños en
Cnosos, a poca distancia del palacio. En ellos se veían marcas de cuchillos,
utilizados para arrancarles la carne. El propio Warren interpreta que allí se
produjo un acto de canibalismo ritual: de nuevo nos viene a la cabeza la
comparación con los aztecas, y sospechamos por qué el Laberinto de Cnosos llegó
a tener una reputación tan siniestra entre los griegos.
Existe una interpretación alternativa: quizá se trataba de un
segundo entierro. Todavía en el siglo xix, en algunos lugares de Grecia los
aldeanos desenterraban los huesos de sus parientes fallecidos varios años
antes, limpiaban los restos de carne con cuchillos, los frotaban con sosa
cáustica y cuando estaban bien mondos y relucientes los volvían a sepultar
(Castleden, 1993, p. 173). Una forma algo macabra de ganar espacio.
Tal vez estos sacrificios
fueran hechos aislados, o tal vez no. Quizá se llevaron a cabo en determinadas
épocas. Mi intención es simplemente relativizar la visión idílica sobre los
minoicos, no echar por tierra su reputación.Tengamos en cuenta que esta
brillante civilización duró más de seiscientos años, y eso sin contar con la
época Prepalacial. En tanto tiempo, es imposible evitar algunas sombras.
Durante mucho tiempo se creyó que la civilización minoica era
deudora de la egipcia, pero cada vez se aprecia más su propia originalidad.
Sospecho que Creta no era una hermana menor, sino que competía en igualdad en
todos los aspectos con Egipto, el imperio hitita o las culturas de Mesopotamia.
Como todos estos pueblos, los minoicos conocían la escritura. El problema es
que aún no la hemos descifrado.
Cuando Evans desenterró Cnosos, encontró hasta tres escrituras
diferentes. Había una grabada con signos que él consideró jeroglíficos.' A la
segunda, que tiene más de 200 signos, la denominó lineal A, y a una tercera más
reciente y con unos 90 signos la llamó lineal B.
Por lo que sabemos del lineal B, que sí está descifrado, suponemos
que el A se utilizó durante la época de los Segundos Palacios con el mismo propósito:
las tablillas de barro eran documentos burocráticos en los que se reflejaba la
compleja contabilidad de la economía palaciega. En principio esas tablillas no
estaban destinadas a sobrevivir tanto tiempo, pero se cocieron de forma
accidental en diversos incendios y eso las endureció lo suficiente para que
hayan llegado a nuestros días.
Pese a que ha transcurrido más de un siglo desde su descubrimiento,
el lineal A sigue resistiéndose a los intentos de descifrarlo. No es la única
lengua antigua con la que ocurre esto: el etrusco continúa siendo un misterio,
así como las inscripciones ibéricas, aunque los lingüistas van realizando
avances paulatinos en ellas.
En el caso del idioma del lineal A, se ha intentado relacionar con
las lenguas semíticas. También se ha pensado que se trataría de una lengua
diferente, que no pertenecía a ningún gran grupo: una superviviente de la
cultura de la Vieja Europa. En los últimos años, Gareth Owens, un filólogo
inglés nacionalizado griego, ha publicado varios artículos que ofrecen un
intento de desciframiento. Aunque los resultados no son concluyentes, apuntan a
que el idioma minoico estaba relacionado con el Invita, una lengua indoeuropea
de Anatolia. Si esto fuera así, el panorama cambiaría mucho. En vez de una cultura
de laVieja Europa asentada en Creta desde los tiempos del Neolítico, tendríamos
a unos invasores indoeuropeos llegados de Anatolia. Pero, aunque la
interpretación de Owens ha despertado bastante interés, eso no significa que se
acepte de forma generalizada. La procedencia de los minoicos y su idioma siguen
envueltos en el misterio.
EL FINAL DE LOS MINOICOS
¿Cómo llegó a su fin esta brillante civilización? He de confesarlo:
no lo sé.
Por supuesto, los lectores podrán protestar: «¡Pues no seas tan zángano!
¡Entérate, y nos lo cuentas!». Pero la cosa no es tan sencilla.Ya hablé de la
cronología propuesta por Nicolás Platón. En ella, el esplendor de los Segundos
Palacios llega hasta el año 1400. Después de esto, y hasta finales de la Edad
de Bronce, se extiende el periodo llamado Postpalacial. ¿Qué sucedió en Creta
entre los años 1400 y 1100?
En teoría, en el año 1400 se produjo una segunda oleada de
destrucción, más brutal todavía que la que en 1700 antes había supuesto el
tránsito de los Primeros a los Segundos Palacios. Pero ocurre que no todos
están de acuerdo en la fecha, y hay quienes la adelantan a 1450, o incluso a
1470. Tampoco hay consenso en las causas de dicha destrucción: es tentador
atribuirla a terremotos y tsunamis provocados por la erupción de la isla de
Tera, pero existen ciertas dificultades para relacionar ésta con el declive de
los minoicos. (Pido un poco de paciencia a los lectores aficionados a las
novelas y películas de catástrofes -yo no me pierdo una desde que vi, de niño,
Cuando los mundos chocan. En breve comentaremos lo que se sabe sobre Tera y su
volcán).
Después de esta destrucción, los palacios fueron reconstruidos,
aunque no todos. Cnosos siguió siendo el centro de la isla. En esta época, la
escritura lineal B sustituyó a la lineal A, lo cual parece significar que en el
Postpalacial los micénicos dominaron Creta, o al menos el palacio de Cnosos.
Ésa es, por ejemplo, la opinión de Nicolás Platón, y también la de autoridades
como el arqueólogo Spyridon Marinatos o J. V. Luce: la ca tástrofe de Tera dejó
tan «tocada» a la civilización minoica -sus palacios destruidos, la mayoría de
la flota hundida por el tsunami- que fue presa fácil de los invasores griegos.
De modo que el Postpalacial sería una época de hegemonía griega en Creta.
Por último, el palacio de
Cnosos sufrió un incendio devastador hacia el año 1380, y ya no volvió a ser
ocupado. La cultura minoica entró en declive, los griegos se apoderaron
paulatinamente del resto de la isla, y entre 1200 y 1100 -según las fechas que
prefieran los arqueólogos- se produjo una nueva oleada de destrucciones que
supusieron el final definitivo de los minoicos. No obstante, algunas de sus
tradiciones se conservaron, mezcladas con las griegas, y el proceso de
helenización tardó en completarse. Por ejemplo, en los poemas de Homero, que
podrían reflejar el estado de la isla hacia el siglo VIII, se habla de que en
Creta se mezclan los dialectos griegos con otras lenguas, como el cidonio, el
pelasgo o el eteocretense. Sin entrar en más detalles, estas últimas podrían
ser nativas de la isla de Creta, y alguna de ellas se correspondería con la
misteriosa escritura del lineal A.
¿Por qué antes dije «no lo sé» refiriéndome al final de los
minoicos? Porque, como vemos, las fechas parecen bailar, y hay tantas
destrucciones que uno las acaba confundiendo. Algunos autores relacionan la
catástrofe de Tera con la caída de los Segundos Palacios, mientras que otros la
llevan más atrás en el tiempo y la vinculan con los terremotos del fin de los
Primeros Palacios y el sacrificio humano de Anemospilia. En cuanto a las
tablillas de lineal B escritas en lengua micénica, hay quien ha propuesto que
no implican un dominio de los griegos del continente, sino que el micénico se
había convertido en una especie de lengua franca en las relaciones comerciales,
y que los cretenses de Cnosos, que seguían siendo minoicos, lo utilizaban como
los ejecutivos españoles usan el inglés.
Por no quedar, ni siquiera queda claro cuándo se produjo la
destrucción final de Cnosos, con una horquilla que va desde el año 1380, tal
como he dicho antes, hasta casi 1200.
Igual que Sócrates, uno acaba pensando: «Sólo sé que no sé nada».
Esperemos que en el futuro se hagan avances en la estratigrafia de los palacios
minoicos y, con un poco de suerte, se acaben descifrando las tablillas escritas
en lineal A. Quizá así podamos precisar las fechas y conocer un poco mejor cómo
era esta fascinante y misteriosa civilización, la primera de Europa.
Pero un momento todavía.Antes
de pasar a hablar de los griegos micénicos, es hora de hacer un pequeño viaje.
Son sólo unos cien kilómetros a vuelo de pájaro, hasta llegar a la isla de
Tera.
LA MADRE DE (CASI) TODAS LAS ERUPCIONES
En realidad, no se trata de una sola isla, sino de un diminuto
archipiélago. El nombre del conjunto es Santorini, a menudo españolizado en
Santorín. Esta denominación es relativamente reciente: proviene del nombre de
Santa Irene con el que lo bautizaron los venecianos cuando lo dominaron a
finales de la Edad Media. El archipiélago se compone de una isla mayor, Tera,
de algo más de 70 kilómetros cuadrados, otra más reducida, Terasia, y tres
islotes llamados Aspronisi, Nea Kameni y Palea Kameni.
Santorini es un conocido destino turístico debido a la belleza de su
paisaje. En su centro se abre una gran bahía, sobre la que se alzan
espectaculares acantilados que superan los 400 metros de altura.' La
profundidad de la ensenada, que llega a 300 metros, se explica porque todo el
conjunto es una caldera volcánica de forma elíptica cuyos ejes miden 11 y 6
kilómetros.Ya el enorme tamaño de esta caldera nos habla de una erupción de
proporciones colosales. El diminuto archipiélago sigue siendo volcánicamente
activo (la isla de Nea Kameni surgió a principios del siglo XVIII de nuestra
era), y también sufre el azote de los terremotos. El último grave se produjo en
1956 y causó decenas de muertos.
Tera ha experimentado muchas erupciones a lo largo de su historia.
La más violenta se produjo en los últimos siglos de la Edad de Bronce y es la
responsable de la forma actual de la caldera. Antes de ella, la isla tenía una
bahía interior en su parte sur, pero de dimensiones mucho más reducidas: toda
la tierra que falta ahora voló literalmente por los aires. ¿Cómo se sabe? La
historia nos la cuentan los sedimentos depositados en la isla de Tera y los que
se han extraído del fondo del Mediterráneo. En la erupción, el volcán arrojó
ingentes cantidades de tefra, nombre con que se conocen los materiales sólidos
eyectados: cenizas, piedra pómez y pe queñas bombas de lava llamadas «lapilli».
Buena parte cayó sobre la isla, donde se encuentran capas de tefra de hasta 60
metros de espesor. ¡La lluvia volcánica provocada por la erupción habría
bastado para sepultar un edificio de 20 pisos! Como podemos suponer, las viviendas
de Tera no alcanzaban ni de lejos esa altura, y las que no volaron acabaron
enterradas.
Según los cálculos más
conservadores sobre la magnitud de la erupción, el volcán expulsó 25 kilómetros
cúbicos de material. Tracemos en el suelo un cuadrado de 5 kilómetros de lado,
excavemos hasta 1.000 metros de profundidad, y después ¡lancémoslo todo por los
aires! Pero, como acabo de decir, ése es el cálculo más bajo. Hay
investigaciones más recientes que demuestran que la indigestión del volcán pudo
ser mucho mayor, de modo que habría vomitado hasta 60 kilómetros cúbicos de
magma y otros desechos.
Para hacernos idea, comparemos con otras erupciones más cercanas en
el tiempo, de las que se conocen más datos y se tienen testimonios. En 1883, en
el estrecho de Sonda, entre las islas de Java y Sumatra, el Krakatoa expulsó 10
kilómetros cúbicos de material volcánico. La erupción mató a más de 36.000
personas, la mayoría por culpa de los tsunamis. Una cañonera con una dotación
de 28 personas, la Berouw, apareció dos kilómetros tierra adentro. No es
necesario decir que no sobrevivió ningún tripulante.
Pues bien, la erupción de Tera pudo ser seis veces mayor en volumen
de material expulsado. Existe una especie de escala de Richter para los
volcanes, el índice de explosividad volcánica o VEI. En el caso del Krakatoa el
VEI fue de 6 puntos, mientras que en Tera pudo acercarse al 7. Hablamos de
escalas exponenciales: cada grado supone multiplicar por 10 el anterior. Tera
se acercaría por tanto a la magnitud de la mayor erupción de época histórica,
la del Tambora.
El Tambora está al este de Java, cerca del Krakatoa en términos
relativos. Esa región sufre mucha actividad sísmica y volcánica: el reciente y
devastador maremoto del año 2004, que mató a más de 200.000 personas y cuyos
efectos llegaron hasta África, se originó en esa misma zona de choque de placas
tectónicas.
La erupción del Tambora se produjo en 1815. No está tan bien
documentada como la del Krakatoa, pues las comunicaciones de principios del
siglo xix eran mucho más primitivas. Pero se sabe que expulsó unos 100
kilómetros cúbicos de material y que causó más de 70.000 muertes en las
inmediaciones.Y eso, sólo para empezar.10
Los volcanes conocen muchas
formas de matar. Durante su erupción, el Tambora no sólo expulsó lava, cenizas
y piedra pómez. También arrojó a la atmósfera una vasta columna de materiales
más ligeros: polvo, aerosoles y gases que inyectó a 30 kilómetros de altura
como una inmensa jeringa a presión. Allí, en la estratosfera, por encima de las
nubes y las lluvias, todo ese polvo quedó flotando en suspensión durante meses
e incluso años. El Tambora tejió sobre toda la Tierra una mortaja gris, una
especie de sombrilla gigantesca que redujo la cantidad de radiación solar que
llegaba a la superficie del planeta.
Como resultado, las temperaturas bajaron en todo el mundo, lo cual
afectó también a las lluvias, creando un cambio climático a corto plazo de
efectos dramáticos. El año siguiente, 1816, fue conocido como «el año sin
verano»: hubo nevadas y heladas en julio y agosto, lo que provocó hambrunas en
países como Irlanda. En Estados Unidos el precio del trigo alcanzó un récord
que tardaría más de cien años en superarse.
En Hungría cayeron nevadas de color marrón por culpa del polvo
volcánico que empezaba a precipitarse poco a poco. En Italia fueron amarillas,
y además cayeron en rincones del sur donde la gente sólo conocía la nieve de
oídas. En algunos lugares las temperaturas llegaron a bajar casi diez grados.
Es imposible calcular el número exacto de víctimas, pero millones de personas
en todo el mundo debieron morir por culpa de la erupción del Tambora. Por falta
de comunicaciones, en Occidente se ignoraba que el responsable era el Tambora,
y siguió sin saberse hasta que la erupción del Krakatoa aumentó el conocimiento
sobre los efectos de las grandes erupciones.
La historia tiene un curioso efecto secundario, o colateral que
diríamos ahora. En el verano de 1816, lord Byron y sus amigos Percy y Mary
Shelley alquilaron una casa de campo junto al lago Ginebra, en Suiza. Hacía tan
mal tiempo que apenas podían salir de la casa, y para entretenerse -y tal vez
inspirados por la deprimente mortaja del monte Tambora-, lord Byron propuso que
cada uno de ellos escribiera una historia de terror. El relato que creó Mary
Shelley y que luego alargó hasta convertirlo en novela es bien conocido:
Frankenstein."
Los efectos de la erupción del
Krakatoa y del Tambora pueden servirnos de guía para imaginar qué pudo pasar
cuando media isla de Tera voló por los aires.
En 1939 el arqueólogo griego Spyridon Marinatos -de nombre tan
sonoro como arrolladora era su personalidad- propuso la hipótesis de que la
erupción de Tera había provocado el fin de la civilización minoica. Él mismo
empezó a excavar en la isla en 1967, cerca del pueblo de Akrotiri, y desenterró
una ciudad maravillosamente conservada por las cenizas del volcán. Aquella
población, a la que llamaremos también Akrotiri a falta de conocer su antiguo
nombre, había corrido el mismo destino que Pompeya. Sólo que en Akrotiri no se
han encontrado cadáveres. Al menos, de momento: las excavaciones progresan a un
ritmo muy lento, como mandan los cánones actuales.
Una explicación para la ausencia de cadáveres es que, ante los
síntomas de aviso que suelen preceder a una erupción, los habitantes evacuaran
la ciudad. Existen indicios de que lo hicieron al menos una vez, poco antes de
la gran explosión final. Después regresaron e incluso tuvieron tiempo de
efectuar reparaciones en sus casas antes de la evacuación definitiva. Pero alejarse
del volcán para huir a alguna isla de las cercanas Cícladas o incluso a Creta
tal vez no fue la solución: es muy posible que los fugitivos encontraran la
muerte en el mar, o incluso cuando ya se creían a salvo en tierra firme.
Mientras los aterrorizados habitantes de Tera huían, los minoicos de
Creta debieron ver una negra columna que se alzaba hacia el cielo, a más de 30
kilómetros de altura. En casos así se producen tormentas en el interior de la
columna de polvo y gases, como se puede apreciar en filmaciones de la erupción
del Pinatubo. No sería raro que los minoicos, y también los griegos micénicos
del continente, se imaginaran a un dios de los rayos -lo llamaran Zeus o no-
combatiendo contra un monstruoso gigante que quería asaltar el cielo. Así
hicieron en el mito griego los llamados Alóadas, o el Ullikummi del relato
hitita, un coloso de basalto que intentó llegar hasta el palacio celeste y
luchó contra Teshub, el dios de la tormenta. Es muy posible que algunos de
estos mitos se crearan a partir de la erupción de Tera o de otras anteriores.
Al igual que el gigante Ullikummi acabó desplomándose y no alcanzó
el cielo, la altísima columna volcánica de Tera se colapsó cuando la pre Sión
de la cámara de magma ya no pudo sostener su enorme peso. En ese momento, unas
nubes ardientes conocidas como flujos piroclásticos arrasaron la isla a más de
100 kilómetros por hora: nadie habría podido huir de ellos. Después, el mar se
precipitó en la caldera del volcán, y la explosión fue tan brutal que debió
oírse en todo el Mediterráneo oriental (hay noticias de que el estallido del
Krakatoa se escuchó a 4.000 kilómetros de distancia).
A continuación se produjo un
tsunami.Ya hemos visto lo que le pasó a aquella infortunada cañonera cerca del
Krakatoa, así que imaginemos el destino que correrían los pequeños barcos de
madera de la flota minoica. Es posible que alguna nave sobreviviera en alta
mar, aunque sus pasajeros debieron vomitar hasta sus primeras gachas. Pero las
naves que se encontraban cerca de tierra o ancladas en el puerto quedaron
reducidas a astillas. ¡El poder marítimo de Minos, destruido en un solo golpe
devastador!
En la isla de Tera, desde luego, no quedaría gran cosa en pie.
Sospecho que parte de la montaña que voló estaba habitada, y allí debía haber
casas, palacios, maravillosas pinturas... Todo desintegrado, como si jamás
hubiese existido. Pero, por suerte para nosotros, al menos una ciudad o parte
de ella quedó sepultada en cenizas: el mismo volcán que destruyó Akrotiri la
protegió después en una cámara de tiempo.
¿Cómo afectó la convulsión final a los palacios de Creta? Todo lo
que estuviera a poca distancia del mar quedaría arrasado por el maremoto: aún
tenemos frescas en la retina las terribles imágenes del tsunami de las
navidades de 2004 en el Sudeste Asiático. Muchos edificios que se encontraban
tierra adentro también resultaron destruidos. ¿Por qué, si allí no pudo llegar
la ola? Hay autores que achacan esa devastación a los terremotos que
acompañaron a la erupción. Como ya he dicho antes, un seísmo puede provocar
incendios: en 1755, el tsunami que destruyó Lisboa y dejó 60.000 muertos
provocó un incendio aún más devastador que la propia ola.
Pero el tsunami de Lisboa se debió a un terremoto «de verdad»
relacionado con movimientos tectónicos. Los seismos asociados a las erupciones
volcánicas no suelen ser tan fuertes, así que no podrían haber causado los
incendios que asolaron los palacios cretenses. Sin embargo, existe otra
explicación posible. La explosión del Krakatoa provocó un estampido só nico tan
brutal que la onda de choque resultante rompió cristales y agrietó paredes a
150 kilómetros de distancia. Creta sólo está a 100 kilómetros de Tera. La onda
expansiva de la explosión pudo reventar puertas y ventanas, volcar braseros y
candiles sobre materiales inflamables y desatar incendios. Por no hablar de
perforar unos cuantos tímpanos.
Destruidos sus palacios y sus
casas por las olas o por el fuego, a los minoicos les tocaba empezar la reconstrucción.
Pero no les iba a ser fácil. Buena parte de la prosperidad de la sociedad
minoica dependía del comercio, y éste a su vez de la flota, que había quedado
prácticamente destruida por el tsunami. Además, sus barcos eran su auténtica
muralla de madera: sin ellos, los minoicos estaban inermes, a merced de
invasores exteriores.
Por otra parte, la erupción depositó una gran capa de cenizas sobre
Creta. Las cenizas volcánicas pueden crear un terreno fértil a largo plazo,
pero de entrada debieron acabar con todas las cosechas, sepultadas bajo una
capa de más de medio metro en algunos lugares. Para colmo, los estudios han
revelado que el contenido en sulfato y cloro de las cenizas de Tera era muy
alto, por lo que serían incluso más tóxicas para el suelo. Perdidas las
cosechas, los animales murieron también por falta de pastos y se desató una
terrible hambruna en la isla. Se cree que la erupción se produjo en verano. Ese
invierno los minoicos no pudieron recolectar ni la vid ni el olivo, pero al
menos confiaban en que, con trabajo duro, cosecharían algo al año siguiente. No
sospechaban que el verano tardaría mucho en volver a la isla.
Y fue entonces cuando aparecieron los micénicos con sus barcos...
Hasta aquí el cuadro que han pintado Marinatos y otros autores que
han seguido sus teorías, como Luce o el exitoso divulgador americano Michael
Pellegrino. Según ellos, la catástrofe de Tera acabó con toda una cultura: la
Creta minoica ya no levantaría cabeza. El recuerdo de una isla que desapareció
-en parte- para convertirse en una humeante bahía y del fin de una civilización
se transformó en una oscura tradición que, siglos más tarde, Platón
magnificaría para relatar el mito de la Atlántida, el continente que se hundió
bajo las aguas.
El problema es establecer con precisión las fechas.Ya hemos visto
que hay mucho debate sobre cuándo se produjo cada oleada de destrucción en
Creta. Si aceptamos que Tera estalló en torno al año 1470, o más tarde, podría
explicar el final de los Segundos Palacios y, por tanto, la decadencia de los
minoicos. Pero hay muchas pruebas que apuntan a una fecha anterior, en torno al
año 1626. Eso significaría que la civilización minoica consiguió sobrevivir a
la erupción y resurgió incluso con mayor esplendor que antes.
¿Qué argumentos hay para
llevar la erupción a una fecha tan temprana? En 2006, varios científicos
publicaron en Science un artículo en el que databan la erupción entre 1626 y
1600 (Friedrich et al., 2006). Se basaban en las pruebas de Carbono 14 de un
olivo que se encontró en la gran capa de ceniza de 60 metros y que debía estar
vivo en el momento de la erupción. Otras mediciones por radiocarbono se mueven
en ese rango. Pero existen varios problemas con las mediciones de Carbono 14.
En primer lugar, no está claro que la proporción de este isótopo en la
atmósfera hace 3.600 años fuese la misma que ahora.Y, en segundo lugar, la
misma erupción, con sus emisiones de gases, pudo contaminar las muestras.
El Carbono 14 no es la única prueba que apunta a una erupción en el
siglo xvii. En pinos de California y robles de Irlanda se han encontrado
anillos de crecimiento reducidos, correspondientes al año 1626, lo que habla de
un clima más frío. También se han extraído muestras del hielo de Groenlandia, y
en la capa correspondiente al año 1645 se han hallado restos químicos que deben
de haberse depositado por causa de una gran erupción volcánica. Como se ve,
ambas fechas no concuerdan, y muchos suponen que el pico de acidez detectado en
el hielo se debe a otra erupción.
Mi fecha favorita, por motivos más emocionales que racionales, es la
de 1470, que podría explicar el final de los minoicos. Pero no sería honrado si
no añadiera que los científicos tienden a situar la erupción más bien hacia el
año 1626.
En general, el problema de la fecha de la erupción de Tera se
relaciona con el de la datación general de toda la Edad de Bronce en el Egeo.
Es posible que nuevos datos sobre el volcán revolucionen todo el panorama
histórico de esta época. Cuanto más se conozca sobre su erupción, más se podrá
precisar cómo fue el auge y el declive de la fabulosa civilización minoica.
' Por suerte para él, provenía de una familia
adinerada, porque se calcula que al final de sus excavaciones en Creta se había
gastado un millón de dólares. De la época, por supuesto: una auténtica fortuna.
2 Se cree que los egipcios se referían a los cretenses
como «el país de Keftiu».
Básicamente, que los borrachines enfermaban
menos.
4 La cerámica suele utilizarse para fechar
acontecimientos y establecer periodos históricos, porque tanto la forma de las
vasijas como su decoración son muy susceptibles a las modas temporales. Lo
mismo podría decirse de otros objetos del ajuar cotidiano, pero los muebles y
la ropa, al estar fabricados con materiales orgánicos, se pudren con el tiempo.
Por su parte, los objetos de hierro se corroen y los metales preciosos o
incluso el bronce atraen la voracidad de los saqueadores, que acaban
fundiéndolos. La cerámica, en cambio, no es un objeto tan codiciado y se
conserva casi a la perfección; por eso se encuentra en tantos yacimientos.
Todavía tiene otra ventaja, sobre todo en el caso de la cerámica griega: la
costumbre de sus fabricantes de decorarla con pinturas que nos suministran
muchísima información sobre el vestuario y las costumbres de la gente que la
utilizaba.
5 Curiosamente, las bañeras no estaban unidas a
los desagües, de modo que habría que vaciarlas manualmente.
o ella,
no se sabe. Más de un autor ha dado por supuesto que fue el sacerdote varón,
claro.
'Y que algunos autores relacionan con la
explosión del volcán de la isla de Tera. Hablaremos de ello enseguida, pero ya
adelanto que no parece muy verosímil en fecha tan temprana.
esta
escritura pertenecería el célebre disco de Festos, que presenta en ambas caras
unos misteriosos signos estampados con una especie de tipos de imprenta.
'Antes se subía por ellos en burro, pero ahora
hay un funicular que lleva al pueblo de Tera.
"'
Seguramente, de haberse producido hoy día habría causado muchísimas más
víctimas directas, pues la población se ha multiplicado varias veces.
11 La película Remando al viento de Gonzalo
Suárez es una magnífica ilustración de toda esta historia, aunque sin
mencionar, lógicamente, al Tambora.
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