sábado, 13 de enero de 2018

Augusto Progo de Lis Grecia Frente a Roma Historia de la Liga Aquea Libro II  Filopmen de Megalópolis

 12.
 CONFIANZA RENOVADA
  
 Tanto Polibio como Plutarco nos describen la febril actividad de Filopemen intentando convertir, durante el invierno de 208-207, las ineficaces milicias locales de la Liga Aquea en un ejército operativo, capaz de sostenerse en el campo de batalla. En primer lugar trató de aumentar el espíritu marcial entre las tropas.
 ...es imprescindible que quien se dirija a una revista o a una campaña procure, cuando se ponga las tobilleras, que se le ajusten bien y que brillen aún más que su calzado, que sus botas; cuando coja el escudo, la coraza y el casco, debe esmerarse para que sean más limpios y lujosos que su manto y que su túnica. El que prefiera su lucimiento a lo necesario para una batalla, de tal preferencia puede deducirse lo que le sucederá en la liza... Polibio, 11. 9
 Pero aparte de intentar elevar la moral de sus soldados, Filopemen también introdujo cambios sustanciales en las tácticas y el armamento, para adaptar el ejército aqueo a los cambios que, en todo el Mediterráneo, se estaban operando en la táctica militar, como ya vimos que había realizado el año anterior con las unidades de caballería.
 Lo primero que hizo fue cambiar la formación y armamento de los aqueos... usaban de unos escudos fáciles de manejar por su delgadez, pero demasiado angostos para resguardar el cuerpo, y de unas lanzas muy cortas, por lo que, si bien de lejos eran ágiles y diestros en herir por la misma ligereza de las armas, cuerpo a cuerpo con los enemigos eran a estos inferiores. No estaba entre ellos recibida una división de línea y de formación en cohorte, sino que, usando de una falange que no tenía frente de lanzas ni protección con los escudos, como la de los macedonios, fácilmente se veían estrechados y rotos. Plutarco, Filopemen
 Sin una tradición militar asentada, el ejército aqueo estaba formado por un abigarrado y descoordinado conjunto de unidades, alistadas por ciudades, incapaces de enfrentarse a los grandes ejércitos de la época. Filopemen se esforzó así por homologarlo con lo que él había conocido en sus años de mercenario.
 Hizo... para poner, pues, orden en estas cosas, que en lugar de la jabalina tomaran picas, y escudos más amplios y pesados, y que defendidos con yelmos, con corazas y con canilleras, se ejercitaran en un modo de pelear estacionario y a pie firme, dejando el de algarada y correría. Plutarco, Filopemen
 Después de varios meses de entrenamiento intensivo, en la primavera de 207, tras comprobar que la creciente confianza de las tropas y su adiestramiento le permitirían desarrollar una campaña con garantías, movió sus fuerzas hacia la frontera de Esparta y las concentró en Mantinea, dispuesto a retar al que, hasta entonces, parecía invencible ejército espartano. Macánidas de Esparta, seguro de su superioridad, aceptó el reto, reunió sus tropas en Tegea y avanzó hacia territorio aqueo. La inevitable batalla tuvo lugar al sur de Mantinea. En una primera fase los mercenarios de Macánidas, muy experimentados, derrotaron y dispersaron a las vanguardias y la caballería aquea, tras las que marcharon inmediatamente en persecución, de acuerdo a las ideas militares tradicionales. Sin embargo Filopemen consiguió, gracias al entrenamiento de los meses anteriores, mantener firme al grueso de su infantería y, mientras Macánidas se dispersaba con sus mercenarios seguro de haber alcanzado la victoria, pudo lanzar un asalto mortífero contra la infantería espartana, que superada se retiró tras sufrir graves bajas. Macánidas, al recibir la noticia de la derrota, intentó reagrupar sus fuerzas pero fue demasiado tarde. Las tropas de Filopemen cerraron todas sus posibilidades de repliegue. Macánidas trató de buscar una ruta de huida, pero fue interceptado por el propio Filopemen en un canal de riego, y el megapolitano pudo vengar la muerte en la batalla de Ladocea de su antiguo general, Lidiades.
 Filopemen reconoció a Macánidas por su vestido de púrpura y por los arreos del caballo. Confió a Anaxídamo y a sus hombres la custodia de la pasarela, con la orden de no perdonar a mercenario alguno, pues han sido siempre éstos los que, en Esparta, han sostenido las dictaduras; él tomó a Polieno de Cipáriso y a Simias, sus ayudantes de turno, y se lanzó por el lado opuesto del foso a la persecución del tirano y de sus escasos acompañantes, pues se le habían juntado dos hombres, Arexídamo y un segundo mercenario. Macánidas encontró un lugar por donde el paso era fácil, espoleó a su caballo y le forzó a avanzar. Entonces Filopemen se volvió y le atacó, lo hirió certeramente con su lanza y lo remató con la contera, matando así al tirano en una escaramuza. Polibio, 11. 18
 Tras la batalla, y con las tropas espartanas fuera de combate, los aqueos tomaron sin dificultad la ciudad de Tegea, e incluso entraron, por primera vez en muchos años, en territorio espartano, saqueándolo. La victoria tuvo importantes consecuencias. En Esparta el poder fue ocupado por Nabis, que más tarde se convertiría en una figura central en la política del Peloponeso pero que en ese momento permaneció a la defensiva, intentando consolidar su poder y reorganizar el ejército. Una oleada de euforia se extendió por todas las ciudades de la Liga Aquea. Tras muchos años, quizás por primera vez en toda su historia, la federación había sido capaz de lograr una gran victoria militar por sí sola. Desde tiempos de Arato la fuerza de la Liga se había basado en su habilidad para conseguir aliados militarmente poderosos –espartanos, etolios, macedonios– y enfrentar así los sucesivos peligros exteriores. Pero ahora los aqueos podían verse a sí mismos como una potencia militar.
 Filopemen, haciendo muy poco tiempo que había alcanzado la victoria de Mantinea, como no tuviese entonces que atender más que a la solemnidad de la fiesta [los juegos Nemeos], hizo por primera vez alarde de su falange ante los aqueos, presentándola en buen orden y haciéndole ejecutar los justos movimientos tácticos con marcialidad y agilidad, y después, habiendo competición de música, pasó al teatro, llevando a los jóvenes con clámides militares y con túnicas de púrpura, y ostentando estos gallardos cuerpos y edades entre sí iguales, al mismo tiempo que mostraban gran veneración a su general y un ardimiento juvenil por sus muchos y gloriosos combates... levantándose con el gozo mucha gritería y aplausos, por concebir los griegos en sus ánimos grandes esperanzas de su antigua dignidad y considerarse ya con la confianza muy cerca de la altura de sus antepasados. Plutarco, Filopemen
 Volveremos a encontrar a esa cohorte de jóvenes pretorianos años después, convertidos en los dirigentes políticos de la Liga. Bajo el mando de Filopemen, la Liga Aquea parecía en condiciones de desarrollar una política autónoma, independiente, capaz de englobar, por fin, a todos los griegos. Como en el caso de De Gaulle en la Francia de los años 60 del siglo pasado, Filopemen, héroe de la guerra contra Cleómenes en 227-222, que había dirigido la reconquista de Megalópolis en 223, impulsaba ahora la formación de un poder militar autónomo que pudiera al menos hacer frente a los grandes ejércitos de la época, al mismo tiempo que permitieran a la Liga desenvolverse de forma independiente en la revuelta y peligrosa política internacional de finales del siglo III antes de Cristo.
 La Liga recuperó así parte del prestigio perdido desde la derrota ante Cleómenes en 225. Megara, la importante ciudad del Istmo que ya anteriormente había pertenecido a la federación, hasta que en 224, durante la intervención de Antígono Doson en el Peloponeso, la había abandonado para entrar en la Liga Beocia, pidió el reingreso. Los beocios trataron de impedirlo, pero el simple rumor de que el ejército aqueo avanzaba a través del Istmo de Corinto bastó para que el ejército beocio se retirara. Es muy posible que Filopemen comenzara a pensar entonces en la posibilidad de desligar a la Liga de la tutela macedonia, creando así una tercera vía, a caballo de la postura de neutralidad y acercamiento a Roma que empezaban a defender las ciudades del norte del Peloponeso, y la sumisión a la hegemonía macedonia que defendía el partido de Ciclíadas. De nuevo el paralelo con la estrategia de De Gaulle y su grandeur. De hecho, Plutarco nos trasmite la idea de que se hizo hostil a Macedonia.
 Filipo, rey de los macedonios, conceptuando que si conseguía deshacerse de Filopemen de nuevo se le someterían los griegos, envió reservadamente a Argos quien le diese muerte, pero descubiertas sus asechanzas, incurrió en odio y descrédito entre los aqueos. Plutarco, Filopemen
 Mientras tanto, en 207, la guerra entre Roma y Macedonia languidecía de forma definitiva. El Peloponeso permaneció tranquilo, con Esparta recuperándose de su derrota del año anterior, y aqueos y etolios manteniéndose a la defensiva. Roma, conquistada por fin España, y con Aníbal acorralado en el sur de Italia, se preparaba para lanzar el desembarco final en África, y no mostraba ningún interés en Grecia. Filipo se contentó con lanzar en el verano una operación de saqueo al interior de Etolia, demostrando su superioridad militar y la incapacidad de los etolios para continuar la guerra sin una intervención más enérgica de los romanos. Regresó entonces el tiempo de la diplomacia.
 Los embajadores de Egipto entablaron de nuevo conversaciones con todos los beligerantes, con vistas a alcanzar una paz general. Roma, por boca de Publio Sulpicio Galba, se negó a aceptarla. Los romanos, todavía ocupados en la guerra con los cartagineses, no querían que Filipo de Macedonia quedara libre de preocupaciones y pudiera volver a organizar un ataque a Italia, tal y como lo intentó en 216, motivo inicial de la guerra. El rey macedonio y Aníbal seguían intentando, demasiado tarde ya, colaborar estratégicamente entre sí. El absoluto dominio romano del mar lo hacía imposible. Además, Filipo de Macedonia se había convertido en un enemigo de Roma, y Roma no dejaba las guerras a medias. El senado romano esperaba mantener el estado de guerra en Grecia el tiempo suficiente para, una vez derrotada Cartago, concentrar sus recursos contra Macedonia. Era una variante de la guerra en dos frentes que Roosevelt y su jefe de estado mayor Marshall aplicaron en la Segunda Guerra Mundial. Los romanos intentaron, por tanto, reforzar la motivación etolia para continuar combatiendo.
 Sulpicio... escribió en secreto al senado que era útil para los romanos que los etolios continuaran en guerra con Filipo. El senado, en consecuencia, impidió el tratado y envió diez mil soldados de infantería y mil de caballería como ayuda a los etolios, con cuyo apoyo estos últimos se apoderaron de Ambracia, que no mucho después volvió a recuperar Filipo al partir ellos de regreso. Polibio, 9. 3
 Pero los griegos, que no tenían este concepto de guerra total, terminaron por encogerse de hombros y empezar a discutir la paz entre ellos. Los embajadores egipcios volvieron a incidir en el peligro que suponía el que los romanos siguieran interviniendo en los asuntos de Grecia. Esta vez, Filipo y los etolios, cansados del progresivo desgaste de la guerra, a la que no veían un beneficio futuro, aceptaron fijar un armisticio definitivo en 206.
 Los embajadores se reunieron de nuevo [ante la asamblea nacional etolia] y expusieron clara y repetidamente que Filipo y los etolios, por mor de sus diferencias, arrastraban a los griegos a la esclavitud de Roma, al acostumbrar a los romanos a intervenir con frecuencia en los asuntos internos de Grecia. Sulpicio, entonces, se levantó para replicarles, pero la multitud no quiso escucharle, sino que manifestó a gritos que los embajadores habían hablado bien. Finalmente, los etolios, por propia iniciativa, pactaron con Filipo sin contar con los romanos... Polibio, 9. 3
 La guerra quedaba reducida así al enfrentamiento entre Roma y Macedonia. Al año siguiente incluso los romanos aceptaron la inutilidad de la lucha, pendientes como estaban de embarcarse en la expedición contra Cartago. Terminarían por consentir la apertura de conversaciones en la ciudad epirota de Fénice.

 Publio Sempronio pidió como condiciones para la paz que los partinos, Dimalo, Bargulo y Eugenio [ciudades del territorio interior del protectorado romano] pasaran a poder de los romanos, y que Atintania, si lo conseguía del senado por unos legados enviados al efecto, se agregara a Macedonia. Acordada la paz con estas condiciones, por la parte del rey se adhirieron al tratado Prusias, rey de Bitinia, aqueos, beocios, tesalios, acarnanes y epirotas; por la parte de los romanos, los de Ilión, el rey Atalo, Pléurato, Nabis, tirano de los lacedemonios, eleos, mesenios y atenienses. Polibio, 19. 12
La paz de Fenice. 205
 Pero esta paz era sólo una tregua. Roma y Macedonia no habían ajustado sus cuentas. Grecia se había dividido en dos grandes bandos, y era sólo cuestión de tiempo que la guerra se reiniciara. De hecho, ese mismo 205 murió en Alejandría el rey Ptolomeo IV, dejando en el trono de Egipto un hijo de corta edad a merced de sus cortesanos. Inmediatamente Filipo V de Macedonia y Antioco III de Siria iniciaron conversaciones para repartirse los despojos de su reino. En Grecia, mientras tanto, los aqueos se vieron envueltos en una nueva guerra, nada más terminada la anterior. En Esparta, tras la muerte de Macánidas en 207, el poder había pasado a manos de Nabis, un antiguo partidario de Cleómenes. Paulatinamente afianzó su autoridad, hasta que se vio lo suficientemente seguro como para llevar a la práctica las ideas de reforma social más radicales.
 En 205 llevó al extremo el programa que Cleómenes había aplicado veinte años antes, expulsando de la ciudad a todos los propietarios, y repartiendo sus tierras entre los ciudadanos pobres, sus mercenarios e, incluso, los esclavos, estableciendo una auténtica “dictadura del proletariado”, aunque sin una base ideológica firme. Obviamente para las oligarquías del Peloponeso, y sobre todo las de las ciudades de la Liga Aquea, el nuevo régimen espartano era, como lo había sido antes el de Cleómenes, un peligro, reflejado en la obra de Polibio y, por extensión, en la de todos los autores antiguos.
 ...ponía los cimientos de una tiranía larga y opresiva y la estructuraba. Exterminó a los supervivientes de las casas reales espartanas, desterró a los ciudadanos que sobresalían por su riqueza o por su nobleza ancestral y entregó sus esposas a los principales de sus adictos y a los mercenarios. Entre sus leales había asesinos, ladrones, bandidos nocturnos y escaladores de viviendas. Gentuzas de tal calaña se agrupaban asiduamente a su alrededor, procedentes de todo el mundo, pues Nabis llamaba a aquellos que, por su impiedad y por su desprecio de las leyes, no podían pisar el suelo de su patria. Se convirtió en monarca y cabecilla de tales desalmados, los hizo cortesanos y miembros de su guardia personal; era notorio que iba a establecer un gobierno prolongado y famoso por su impiedad. Polibio, 13. 6
 Por supuesto Polibio carga las tintas. No sólo era aqueo, sino también megapolitano, es decir ciudadano de un estado que consideraba a Esparta el rival histórico. Era además un aristócrata, de una familia de grandes propietarios, y por añadidura nació hacia 208-205, por lo que su infancia y adolescencia transcurrió viendo a Nabis como el enemigo fundamental de su patria. Esa saña le duró toda la vida, y se refleja en todas las citas que de él hace, trasmitiéndolas al resto de los autores clásicos y a la posteridad. Es difícil precisar quién inició la nueva guerra. Polibio, por supuesto, carga toda la culpa sobre Nabis, pero no podemos estar seguros de que su versión, por lo demás algo anecdótica, sea cierta. Es verosímil que los aqueos, una vez establecida la paz con Roma, pensaran que sería posible aprovechar la debilidad de Esparta, tras la batalla de Mantinea y la muerte de Macánidas, para abatir y anexionarse el principal estado independiente que quedaba en el Peloponeso.
 Apenas conocemos nada sobre esta guerra, que debió transcurrir sin grandes victorias de ninguno de los dos bandos. Por parte aquea fue Megalópolis la que llevó la voz cantante y el peso de la guerra, debida a su tradicional enfrentamiento con Esparta. Podemos estar casi seguros de que el resto de la Liga se mantuvo al margen, aunque apoyara diplomática y estratégicamente a su socio federal. Lo poco que sabemos de su desarrollo lo conocemos a partir de una biografía de Filopemen, escrita por Polibio, hoy perdida, pero que podemos rastrear en los textos de Polibio y Plutarco. En fecha indeterminada, quizás 202, Nabis atacó Mesenia, ocupando parte de su territorio.
 ... en tiempo en que Filopemen no tenía más carácter que el de particular, sin mando alguno, y como no pudiese mover, para que auxiliase a los mesenios, a Lisipo, entonces estratego de los aqueos... él mismo tomó a su cargo aquella demanda y marchó con solos sus conciudadanos, que no esperaron ni ley ni elección a mano alzada... cuando Nabis se informó de su venida... se retiró a toda prisa con sus tropas... Plutarco, Filopemen
 Es evidente el desinterés del resto de la Liga en una guerra que no tenía realmente que ver directamente con ella. Filopemen, ya estratego, tomó el mando en 201 de las tropas megapolitanas y arcadias, posiblemente espoleado por su éxito del año anterior, e intentó una operación sorpresa sobre territorio espartano, que Polibio explica de forma minuciosa tratando de subrayar la habilidad táctica de su héroe, pero que concluyó simplemente con una emboscada sobre las vanguardias de Nabis, sin demasiados resultados prácticos. La guerra entre megapolitanos y espartanos tendía así de nuevo a convertirse en permanente, como parte de la pugna entre las dos ciudades que se arrastraba desde el siglo IV a. de C., y así hubiera seguido si acontecimientos más graves no hubieran sacudido, de nuevo, los cimientos de la Liga Aquea.
 

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