6.
EL RETORNO DEL REY.
Arato de Sición, el líder natural de los grupos aristocráticos
peloponesios, aun permaneciendo desplazado del gobierno federal aqueo, no podía
de forma alguna consentir que Cleómenes de Esparta, con sus ideas
revolucionarias de reforma social, obtuviera la supremacía en el Peloponeso. Su
experiencia política le hizo entender desde muy pronto, -quizás desde los
primeros momentos de la guerra-, que el rey espartano representaba una energía
popular que, si se desbordaba, se llevaría por delante todos los pilares en los
que descansaba la estructura política y social que él mismo, desde hacía
décadas, defendía. Es muy posible que al resistirse, en 228 y 227, a las ansias
de Aristómaco de Argos y Lidíades de Megalópolis de enfrentarse en campo
abierto con los espartanos, presintiese el desastre que podía producirse en el
enfrentamiento entre el mediocre ejército aqueo y el ejército popular
espartano, una auténtica nación en armas que los griegos, acostumbrados al
empleo de mercenarios, no conocían desde hacía tiempo. La solución a la crisis
debía encontrarse fuera de la Liga Aquea. De hecho, tanto Polibio como Plutarco
trasmiten la idea de que Arato, a la búsqueda de salidas de la crisis provocada
por las victorias del rey espartano, entabló conversaciones con el rey de
Macedonia desde el mismo 227, seguramente tras la tumultuosa asamblea federal
de Egio que le había desautorizado como estratego. Sólo Macedonia podía desplegar
la fuerza necesaria para detener a Cleómenes, respaldado a su vez con el apoyo
diplomático del reino de Egipto.
La catástrofe de 225 empujó a Arato hacia la solución más
drástica. Las conversaciones con el enemigo tradicional, Macedonia, debían convertirse
en una colaboración efectiva a cualquier precio. Tras la muerte de Demetrio II
en 229, justo antes del inicio de la guerra, había ocupado el trono Antígono
Dosón. Durante los primeros años el nuevo rey macedonio mostró ante la guerra
en el Peloponeso una actitud de cautela, esperando las oportunidades que
aparecieran, la misma estrategia de prudencia que aplicaron los etolios. Arato,
por su parte, fue abriendo con él vías de comunicación reservadas desde su
retiro político. Pensaba, sin duda, en los peligros que para su propio grupo
social representaba la revolución que Cleómenes había iniciado en Esparta. Pero
también, y quizás sobre todo, en su propia posición de líder político en
desgracia, necesitado de un golpe de efecto para volver al primer plano. Las
aristocracias de todo el Peloponeso no podían menos que sentir temor ante
Cleómenes, ni Arato aceptar que su propia posición como líder político del
Peloponeso, su imagen como renovador de la unidad griega, fuera “usurpada” por
alguien a quien consideraba un joven advenedizo.
Los primeros pasos los había dado ya en 226, a través de
Megalópolis, todavía bajo el impacto de la desaparición de Lidíades, que se
veía dramáticamente enfrentada a la posibilidad real de ser ocupada y absorbida
por su tradicional rival, Esparta. Una petición de ayuda de los megapolitanos a
Antígono Dosón parecía razonable, por la larga tradición de colaboración de la
ciudad con Macedonia, y una embajada de Megalópolis fue consentida por la
asamblea aquea. Pero Arato trasmitió a los embajadores, encabezados por
Cércidas, sus propias indicaciones reservadas. El secreto era vital, puesto que
los macedonios eran rechazados en toda Grecia. De hecho, Arato continuó
presentándose hasta el final como rival de Macedonia. Pero como Wiston
Churchill diría ante el Parlamento británico en el verano de 1941, ...si Hitler invadiera el Infierno, tendría al
menos una buena palabra para el Diablo. Bajo cuerda, Arato mostró a
Antígono Dosón los peligros de una victoria de Cleómenes, que le permitiría
controlar todo el Peloponeso y, aliado con los etolios, disputar a Macedonia la
hegemonía en toda Grecia. Podemos tomar a Polibio, que sin duda usó la
autobiografía, hoy perdida, de Arato, como voz de sus opiniones:
Era evidente para todos que
los aqueos no podrían sostener una guerra en dos frentes, pero era más evidente
aún, para un buen observador [aquí sin duda Polibio se refiere a las
opiniones de Arato], que “Cleómenes y los
etolios, una vez vencidos los aqueos, no quedarían satisfechos ni iban a
permanecer así como así: la avaricia de los etolios no se contentaría con
alcanzar los límites del Peloponeso, ni tan siquiera los de Grecia, y el celo
de Cleómenes, por su parte, su intención, de momento sólo era alcanzar el
dominio del Peloponeso, pero una vez logrado pretendería la hegemonía de toda
Grecia. Ahora bien: no le era posible alcanzarla si antes no destruía el
imperio macedonio”. De modo que los embajadores solicitaban de Antígono Dosón
una previsión de futuro, y que examinara sus propios intereses. Polibio, 2.
49
La situación hizo crisis en la primavera de 224. Ante la defección
de Corinto, y con el resto del territorio federal amenazado por el ejército
espartano, una debilitada asamblea aquea pidió a Arato que volviera al poder.
Para entonces sus conversaciones con Antígono Dosón eran ya públicamente
conocidas. Al mismo tiempo Arato, que se encontraba en Sición, asediado por el
ejército espartano, recibió la propuesta de Cleómenes de colaborar entre sí
para mantener a los macedonios fuera del Peloponeso, la misma propuesta que
Hitler presentó a un debilitado Churchill en junio-julio de 1940 contra la
URSS. Cleómenes le ofrecía salvaguardar la Liga Aquea, reforzada por Esparta, y
asegurar su propio porvenir con una importante oferta económica, a cambio de
aceptar al rey espartano como estratego y líder de la federación. El origen de
la oferta estaba en Egipto, que siempre había apoyado a Arato y a la Liga, pero
que no podía permitir que Macedonia recuperara la hegemonía sobre el Peloponeso.
Arato, como Churchill, no lo dudó. No toleraría que la Liga Aquea, su Liga, su
obra de décadas, le fuera arrebatada. Autores griegos posteriores, como
Plutarco, se dolieron de esa decisión.
Perjudicó mucho este
accidente a los negocios de Grecia, que hubiera podido reponerse de los males
presentes y librarse de los insultos y codicia de los macedonios; pero Arato, o
por desconfianza y temor de Cleómenes, o quizá por envidia a su no esperada
prosperidad, dándose a entender que habiendo él hombreado por treinta y tres
años sería cosa terrible que se apareciese de pronto un joven a arrebatarle su
gloria y su poder, y a ponerse al frente de unos negocios que por él habían
recibido aumento y que él había mantenido a la misma altura por tan largo
tiempo. Plutarco, Arato
Rápidamente Arato burló el bloqueo espartano y se presentó ante la
asamblea federal aquea en Egio, con la propuesta de ofrecer a Macedonia la
fortaleza de Acrocorinto a cambio de la alianza contra Cleómenes. Antígono
Dosón, para el que la posesión del Acrocorinto significaba recuperar una
posición de hegemonía en Grecia, se apresuró a confirmar el acuerdo. En el
verano, tras burlar el bloqueo etolio de las Termópilas, que intentaba cerrarle
el paso hacia Grecia, cruzando la isla de Eubea, un gran ejército macedonio,
encabezado por el rey apareció frente a Corinto. Cleómenes se atrincheró allí,
dispuesto a impedirle el acceso al Peloponeso, lo que consiguió durante algún
tiempo, pero al poco estalló una rebelión en Argos, sin duda animada por los contactos
e influencias que Arato conservaba en la ciudad. Las tropas aqueas, al mando
del estratego Timoxeno, tomaron la ciudad e hicieron prisionero a Aristómaco,
que fue ejecutado poco después entre torturas.
La pérdida de Argos dejó a Cleómenes aislado de sus bases en
Lacedemonia, y aunque se esforzó por recuperar la ciudad, al final tuvo que
desistir y retirarse a Esparta. Todas las conquistas de los años 227-225 se
perdieron inmediatamente. Corinto volvió a entrar en la Liga Aquea, y Antígono
Dosón ocupó el Acrocorinto, conforme al acuerdo establecido con Arato. A partir
de ese momento el ejército macedonio y los aqueos fueron recuperando las
posiciones perdidas y bloqueando a Cleómenes en Esparta. En 223, tras ser
nombrado el rey Antígono estratego de la Liga aquea, los aliados ocuparon Tegea
y Orcómeno. Mantinea, acusada de traición, fue arrasada y sus habitantes
vendidos como esclavos.
Parece también que no pudo
ser cosa griega lo que los aqueos ejecutaron con Mantinea, porque apoderándose
de ella con las fuerzas de Antígono, a los más distinguidos y principales
ciudadanos les quitaron la vida; de los demás, a unos los vendieron, y a otros
los enviaron aprisionados con grillos a Macedonia, y a los niños y mujeres los
esclavizaron. Del dinero que se recogió le dieron la tercera parte, y las dos
restantes las distribuyeron entre los soldados macedonios... Plutarco,
Arato
Los aqueos levantaron cerca de las ruinas de Mantinea otra ciudad
poblada por colonos a la que llamaron Antigonea, en honor de Antígono Dosón. En
lo que quedó de campaña fueron conquistadas las ciudades arcadias de Herea y
Telfusa.
Las campañas de Antioco Dosón, 224-222
Cleómenes, al no
encontrar suficiente ayuda en Egipto, recurrió a medidas desesperadas,
movilizando a los hilotas, los siervos espartanos, y atacó con violencia
Megalópolis en el otoño, entregándola al saqueo de sus tropas después al no ser
capaz de llegar a un armisticio con los megapolitanos, atrincherados con sus
familias en las cercanías. Décadas de rivalidad y enfrentamiento no pudieron
ser borrados. En 222 tuvo lugar el combate decisivo. Antígono avanzó hacia
Esparta y Cleómenes le salió al encuentro en Selasia, cerca de la ciudad. El
inevitable enfrentamiento, donde descolló un joven megapolitano llamado Filopemen,
terminó con la completa victoria de la falange macedonia. Cleómenes huyó a
Egipto, y Antigono Dosón entró en Esparta sin más resistencia. Fue restaurado
el orden anterior, se llamó a los antiguos propietarios exiliados, y las
reformas de Cleómenes fueron revocadas.
El final de la guerra significó, fundamentalmente, la recuperación
de la hegemonía de Macedonia sobre el Peloponeso, de una forma semejante a la
que la Unión Soviética dominó gran parte de Europa Oriental tras la Segunda
Guerra Mundial. Con el recobrado control de la fortaleza de Acrocorinto, y la
obtención de Orcómeno como plaza fuerte en el interior de la región, los
macedonios tenían abierto el paso hacia cualquier punto de la península.
Corinto quedó también bajo la influencia macedonia, y fue separada de la Liga,
lo mismo que Megara, aislada ahora del resto de la federación, que pasó a
integrarse en la confederación beocia, bajo la protección de Macedonia.
El rey macedonio se
convirtió en protector de la Liga Aquea, que le dio todo tipo de honores y
derechos, entre ellos el de poder convocar a la asamblea federal. La Liga,
dejando a un lado la tradicional política de resistencia a la hegemonía
macedonia, pasó a ser aliada de Antigono Dosón, apoyo que éste consolidó
repartiendo grandes cantidades de dinero entre ciudades y líderes políticos.
Décadas más tarde la liberalidad del rey era todavía recordada. Macedonia se
aseguró también una amplia coalición de aliados por toda Grecia, en una
reedición de lo que había sido la liga de Corinto en tiempos de su abuelo
Demetrio Poliercetes. Egipto, cada vez más decadente, y gravemente amenazado
por el reino seleúcida de Siria, no tenía ya capacidad de luchar por el control
de Grecia.
En 222 Arato podía pensar que había conseguido una gran victoria,
al mantener la Liga Aquea indemne después de graves peligros. Sin embargo, en
la tradición historiográfica griega posterior se oyen voces con una visión
negativa de su actuación durante la década anterior:
...reprenden en Arato que,
viendo a la república agitada con tan grande fluctuación y tormenta, se
condujese como piloto que se amilana y abandona el timón, cuando hubiera sido
justo que aun contra su voluntad permaneciera al frente de los aqueos y salvara
la patria común, o si ya daba por perdidos los negocios y el poder de los
aqueos, que cediera a Cleómenes, y no volver a condenar a la barbarie el
Peloponeso con las guarniciones de los macedonios, no llenar el Acrocorinto de
armas ilíricas y galas, ni hacer árbitros de las ciudades, bajo el blando
nombre de aliados, a aquellos mismos [los macedonios] a quienes siempre había
vencido como general y como hombre de estado, y de quienes habla con continuo
desdén y vilipendio en sus memorias. Plutarco, Arato
Estas ideas se generalizaron pronto en todo el mundo griego, y el
prestigio de Arato se vio muy comprometido desde entonces, acusado de
traicionar la causa de la libertad para sostener su propio poder con el apoyo
de los enemigos tradicionales de Grecia, los macedonios. A pesar de todo, la
actuación de Arato difícilmente podría haber sido otra. Después de 222 escribió
unas memorias, en las que intentó justificar su actuación en la guerra. Aunque
esa obra se ha perdido, podemos intentar reconstruir su contenido básico a
través de los textos de Polibio y Plutarco. Arato desarrolló en su libro,
fundamentalmente, toda su trayectoria como líder de la Liga Aquea.
Arato, después que incorporó
su persona y su ciudad en la Liga de los aqueos, se hizo apreciar de los
magistrados, militando en la caballería, por su subordinación y obediencia;
pues con haber puesto en la sociedad partes tan principales como su propia
gloria y la fuerza de su patria, se prestó siempre a servir como cualquiera
ciudadano particular bajo las órdenes del que ejercía la autoridad entre los
aqueos, ora fuese de Dime, ora de Tritea, o de otra ciudad más pequeña...
ninguna otra cosa anteponía al aumento y prosperidad de la Liga de los aqueos,
porque creía que, siendo débiles las ciudades cada una de por sí, se salvaban
unas con otras enlazadas con el vínculo de la utilidad común... Plutarco,
Arato
En sus memorias, además, presentó a los reyes macedonios, siempre
dispuestos a extender su hegemonía, como los grandes rivales contra los que
debía defenderse el proceso de unión de Grecia. Polibio, que también sigue las
memorias de Arato, incide en la misma idea, permitiéndonos ver cuál fue su
justificación para explicar la alianza anti natural con los macedonios de 224.
Para ello, utilizó las acciones de la Liga Etolia como excusa para explicar su
acercamiento a Macedonia. Aprovechó para ello el estado de guerra que existiría
entre aqueos y etolios a partir de 221, nada más acabar la guerra con los
espartanos. Presentó en sus memorias su política ante los etolios como guiada
por la buena fe, explicando su alianza con ellos en 230 como un intento de
formar un frente común griego frente a la amenazante expansión macedonia. Pero
a continuación los presenta como traidores, que tramaban con los reyes
macedonios y Cleómenes la destrucción de la Liga.
Los etolios se llenaron de
envidia: su injusticia y su avaricia eran congénitas. Abrigaron la esperanza de
desunir las ciudades, tal como tiempo atrás habían desunido las de Acarnania en
favor de Alejandro y habían intentado hacerlo con las aqueas en favor de
Antígono Gonatas. Entonces les exaltaron esperanzas semejantes y tuvieron la
osadía de aliarse con Antígono, a la sazón jefe de los macedonios y tutor de
Filipo, todavía niño. Se aliaron también con Cleómenes, rey de Esparta: a ambos
les dieron las manos. Polibio 2.45
No podemos saber si este de punto de vista era real o no. No
olvidemos que los etolios no intervinieron directamente, en ningún momento, en
la guerra en el Peloponeso, fuera de las habituales expediciones de depredación
que todos los griegos conocían desde hacía décadas. Pero Arato no escribía ya
para los contemporáneos de la Guerra de Cleómenes, sino para los aqueos que se
enfrentaban, desde 220, en una lucha sin cuartel a los etolios, y que podían
aceptar sin reparos cualquier nota de infamia para sus enemigos.
Suponían [los etolios] que
si infundían a los lacedemonios odio contra el pueblo aqueo y lograban así
hacerles colaboradores de sus planes atacando a los aqueos en el momento justo,
ellos, los etolios, levantarían guerra contra los aqueos desde todas partes y
les vencerían fácilmente. Y lo hubieran logrado con una rapidez lógica si en su
planteamiento no se les hubiera pasado lo más importante: no atinaron que, en
sus intentos, iban a tener a Arato por antagonista, hombre capaz de salirse de
cualquier dificultad. Los etolios se lanzaron a intrigas y a manejos injustos,
pero no sólo no lograron nada de lo que se habían propuesto, sino que, al
contrario, consolidaron el mando de Arato y fortalecieron a la nación aquea.
Arato, en efecto, mediante una hábil operación de distracción, les echó abajo
todos los planes. Polibio, 2. 45
Con lo cual Arato completa su argumentación: eran los traidores
etolios los enemigos reales, y la alianza con Macedonia no podía entenderse
como el reconocimiento de la hegemonía de los reyes macedonios, sino como una
hábil maniobra para frustrar los planes etolios de destruir la Liga aquea y,
por extensión, a la Grecia "civilizada". Estas ideas fueron aceptadas
sin crítica por Polibio, aqueo él mismo, pero en el resto de Grecia la opinión
fue distinta. Esta impresión se nos ha trasmitido en la obra de Plutarco. Para
él, los actos de Arato no se guiaron por el interés de Grecia, por la defensa
de su libertad, sino por su propia ambición de gloria y prestigio individual,
negándose a aceptar la idea de que otro líder político, ahora Cleómenes de
Esparta o antes Lidíades de Megalópolis o Aristómaco de Argos. Un expediente de
veinte años como líder de los aqueos y más de treinta como político, hacen
altamente improbable que hubiera pensado siquiera en ceder su posición a nadie,
y menos que nadie a Cleómenes. De hecho, su retirada política en 226 fue
coyuntural, y sus tratos con Antígono demuestran que estaba planeando su
regreso. En segundo lugar, Arato era un representante de la aristocracia, y
Cleómenes encarnaba una revolución social que los aristócratas de las ciudades
aqueas no estaban dispuestos, de ninguna manera, a asumir. Enfrentados al
dilema, entre preservar la autonomía de los griegos y defender su posición
económica y social, no tuvieron ninguna duda, y su entusiasmo ante la llegada
de los macedonios lo demuestra.
Por último, para Arato la alianza con Macedonia no representaba
nada nuevo. Su ciudad, Sición, mantuvo estrechas relaciones con Macedonia desde
el siglo IV antes de Cristo. Él mismo, cuando siendo un joven de apenas veinte
años urdía el regreso a su patria, buscó en la corte macedonia los apoyos
necesarios. A pesar de décadas de guerra, los reyes macedonios, como los de Egipto,
eran, para Arato y otros muchos aristócratas del Peloponeso, una clara opción
cuando se hizo necesario un apoyo económico o militar con el que apuntalar el
control político y social sobre sus ciudades. Quizás Arato, que ya desde 228
tenía un contacto diplomático directo con la República Romana, pudo llegar a
pensar en atraerla a la política griega como contrapeso de Macedonia, de la
misma forma que la intervención de Estados Unidos en 1943-1947 impidió la
expansión del dominio soviético en Europa central y occidental, pero en 224 el
aislacionismo romano respecto a los asuntos griegos era todavía total, y
enfrentado al peligro inmediato representado por Cleómenes, Arato, como hubiera
hecho Churchill con la Unión Soviética en su época de no haber podido contar
con la alianza estadounidense, se vio obligado a ponerse en manos del viejo
rival macedonio. La hegemonía macedonia sobre Grecia parecía así en aquel
momento sólidamente afirmada, casi al mismo nivel que la que habían conseguido
los reyes del siglo IV a. de C., cuando inesperadamente, en 221, durante una
campaña punitiva contra unas tribus ilirias, murió Antígono Dosón. Le sucedió
en el trono su hijo adoptivo Filipo V, hijo de Demetrio II, que tenía sólo 17
años de edad. Macedonia parecía condenada a un nuevo periodo de inestabilidad.
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