4.
SEÑALES DE OCCIDENTE
El momento del triunfo político de Arato coincidió con los
primeros contactos serios de la Grecia continental con Roma. El principal
estado italiano no era, obviamente, desconocido entre los griegos. De hecho,
existía en Grecia la conciencia colectiva de que Roma había sido, en origen,
una colonia griega, “barbarizada” por sus contactos con la población indígena
latina y etrusca, de la misma forma de que en la Europa de finales del siglo
XIX los Estados Unidos eran vistos como una sociedad europea transformada al
ser trasplantada a otro continente. La derrota de Pirro ante los romanos en
275, con el subsiguiente dominio romano sobre las ciudades griegas del sur de
la península itálica, fue la primera noticia fehaciente de que un gran poder
bárbaro estaba formándose en el lejano occidente.
El paralelo moderno habría que establecerlo con el desarrollo de
los EEUU desde finales del siglo XVIII, la constitución de una República
poderosa y expansiva, que era vista desde Europa como una sociedad extraña,
primitiva y moderna, rural e industrial a la vez. Poco sabemos sobre la visión
griega de Roma en ese momento. No parece, sin embargo, que la guerra Pírrica
avivara un especial interés entre los griegos, si pensamos en que Grecia
estaba, en ese momento, envuelta en graves conflictos, derivados de las fases
finales de la guerra de los Diácodos y de la llegada de hordas celtas a la
Grecia central. Sólo algunos estados griegos, como Egipto o Rodas, siempre
interesados en el comercio, y que ya conocían a los activos mercaderes
itálicos, enviaron embajadas para tomar contacto con la nueva potencia.
La primera Guerra Púnica, entre 264 y 241, la época en la que
Arato iniciaba su carrera política, –que podemos poner en paralelo con la
expansión estadounidense hacia el Oeste a costa de México y las tribus indias,
y sobre todo con la Guerra de Secesión–, sí pudo despertar más interés. La
victoria sobre Cartago dio a Roma el dominio de un territorio griego tan
importante como Sicilia, donde sólo la ciudad de Siracusa mantuvo la
independencia. Por otro lado, el volumen de los recursos militares empleados
por romanos y cartagineses tuvo que asombrar en Grecia.
En esta guerra los romanos perdieron unas setecientas
quinquerremes... y los cartagineses unas quinientas, de manera que los
admiradores de las flotas y las batalles navales de Antígono, Ptolomeo y
Demetrio, cuando conozcan esos números, es natural que se pasmen ante la
magnitud de esos hechos. Polibio, 1. 63
A pesar de ello, siguió sin notarse una especial ansiedad. Igual
que en la Europa de finales del siglo XIX, que tendió a ver en EEUU poco más
que un país de agricultores, mineros y aventureros industriales, pocas personas
prestaron algo más que curiosidad ante los acontecimientos de occidente, a
pesar de batallas como Gettysburg, que rivalizaron en volumen y recursos con
las napoleónicas. Roma, como EEUU en el XIX, llamaba la atención por su
poderío, por su riqueza y desmesura, pero era vista desde Grecia como una
potencia de segundo rango, sin un auténtico protagonismo en la gran diplomacia
griega del siglo III antes de Cristo. El caso de España, con su opinión pública
convencida casi hasta el final de la guerra de 1898 de la inferioridad de los
EEUU como potencia advenediza, es ilustrativo de ese estado de cosas en gran
parte de Europa. Un siglo después de la Primera Guerra Púnica, cuando ya Roma
ha alcanzado el predominio en Grecia, Polibio parece sorprenderse de que nadie
en Grecia prestara atención la debida atención a la Primera Guerra Púnica:
Si estos estados [Roma y
Cartago] que se disputaron la soberanía mundial nos fueran familiares y
conocidos, no sería necesario, naturalmente, que nosotros escribiéramos los
sucesos anteriores, y que describiéramos el propósito o el poder con el que se
lanzaron y emprendieron acciones tan grandes e importantes. Pero como la
mayoría de los griegos desconoce el poder que antaño tuvieron romanos y
cartagineses, e ignoran sus hazañas, hemos creído indispensable redactar este
libro... Polibio 1. 2
No tenemos ninguna noticia de que los griegos sintieran una
especial curiosidad respecto a Roma, aunque los comerciantes italianos tenían
cada vez más contactos con Egipto y el Egeo, y poco a poco se iban haciendo
habituales en los puertos orientales, (como por otra parte lo habían sido
siempre los griegos del Sur de Italia, bajo protectorado romano desde mediados
del siglo III antes de Cristo). Tampoco los romanos exhibieron demasiado
interés por el mundo griego, aunque guardaron cierto respeto ante un foco
cultural tan importante, algo que se manifiesta, por ejemplo, en las embajadas
enviadas por los romanos a los principales santuarios griegos desde el siglo IV
antes de Cristo. El contacto directo entre griegos continentales y romanos fue,
por tanto, y hasta cierto punto, casual.
En 230, en el curso de la guerra entre Demetrio II de Macedonia y
la Liga Etolia, aliada de la federación aquea como vimos en el capítulo
anterior, el rey macedonio persuadió al rey de Iliria, Escerdiledas, de que
atacara a los etolios. Los ilirios, agresivos piratas, saquearon la costa del
Epiro y asaltaron varias ciudades con suerte dispar. Esas acciones provocaron
las protestas en Roma de los comerciantes italianos que navegaban por allí
hacia Oriente. El senado romano envió inmediatamente embajadores ante la reina
Teuta –su marido Escerdiledas había muerto durante las fiestas de celebración
de las victorias–, pero tras exigir el final de las incursiones de las flotas
ilíricas fueron rechazados, y quizás posteriormente asesinados, en
circunstancias oscuras.
La 1ª Guerra Iliria. 230-228
En la primavera
siguiente, en 229, los ilirios reanudaron sus expediciones, sitiando Epidamno,
Apolonia y Corcira. Los corcirenses pidieron ayuda a etolios y aqueos, que
fletaron una pequeña armada, diez naves aqueas y siete etolias, al mando de
Margos de Carinea, quizás el hijo de aquel Margos que fue protagonista en las
luchas en las que se había formado la Liga Aquea cincuenta años antes.
Enfrentada la escuadra aliada a los ilirios junto a Corcira fue derrotada, con
la pérdida de cinco naves y la muerte de Margos. Corcira se rindió
inmediatamente después, aceptando una guarnición al mando de Demetrio de Faros,
un aventurero griego al servicio de la reina Teuta.
Pero la lucha no terminó aquí. Retirada la flota iliria hacia sus
bases al norte, apareció inesperadamente frente a Corcira una enorme flota
romana de doscientas quinquerremes, al mando del cónsul Fulvio, con la orden
expresa del senado de vengar la afrenta inferida a los embajadores el año
anterior. La intervención romana y el volumen de las fuerzas empleadas tuvo que
sorprender y asombrar en Grecia, poco habituada a las guerras por cuestiones de
honor nacional, como era el caso de la injuria inferida por la reina iliria a
los legados romanos. Por otro lado, el problema de los comerciantes itálicos y
sus choques con los piratas tampoco eran entendidos en el mundo griego como un casus belli, más centrados como estaban
en las luchas por el poder y el territorio.
Ante tal exhibición de poder la guarnición iliria de Corcira se
rindió inmediatamente, y Demetrio de Faros se puso al servicio de los romanos.
La flota navegó entonces a Apolonia y después a Epidamno, donde encontraron
apostada la flota iliria, que huyó apresuradamente hacia el norte. En ese
momento llegó el otro cónsul, Postumio, con dos legiones completas. Armada y
ejército avanzaron hacia el interior, provocando la total desbandada del
enemigo. Al año siguiente Teuta pidió la paz. Aceptó retirarse al interior de
Iliria y renunciar a incursiones futuras por mar al sur del puerto de Lisso.
Tanto Epidamno como Apolonia y Corcira pidieron ser aceptadas la bajo la
protección de Roma como ciudades aliadas. El mismo año 228 el cónsul Postumio
retiró las tropas, y mandó embajadores a etolios y aqueos para dar
explicaciones. Las conversaciones fueron corteses y los griegos, demasiado
preocupados por sus propias disputas internas, como veremos más adelante,
aceptaron sin muchas reticencias lo establecido por Roma en la región, que para
ellos era un lejano rincón en el que no tenían un interés especial. Por el lado
romano parecía existir un cierto cuidado por no realizar nada que pudiera
aparecer como provocador a ojos de los griegos, sin duda porque tenían la firme
intención de no atravesar el Adriático y no enredarse en los conflictos griegos.
De hecho, todas las tropas fueron retiradas, aunque Epidamno, Corcira y
Apolonia fueron aceptadas como aliadas, y se convirtieron, por tanto, en
posibles cabezas de puente para una hipotética intervención futura a ese lado
del Adriático.
Por parte de etolios y aqueos se exteriorizó el alivio por la
derrota y neutralización de los ilirios, que los libraba de un enemigo muy
peligroso, pero no parece que expresaran ningún tipo de ansiedad o temor
especial por la acción romana. Si alguien podía sentirse preocupado sería
Macedonia, el tradicional enemigo de los griegos, que era la potencia que había
empujado a los ilirios en sus correrías, y no podía dejar de ver a Roma como un
futuro rival por la hegemonía en los Balcanes. La retirada romana tras la intervención
indica, por el contrario, que no existía un móvil imperialista directo en su
acción. Se trataría, más bien, de mandar un mensaje al mundo griego, y sobre
todo a Macedonia, el principal estado de la Grecia continental y el único capaz
de convertirse en rival, sobre que Roma no permitiría ninguna aventura en
Italia como la de Pirro cincuenta años antes, y asegurarse un hinterland que
impidiera cualquier veleidad en ese sentido. Las intervenciones de Estados
Unidos -unidas a la expansión de la Armada estadounidense en esos años- en
Cuba, Panamá, México o Marruecos a finales del siglo XIX y principios del XX
serían buenos paralelos de esa política. Eso explicaría el volumen de las
fuerzas movilizadas, desproporcionado respecto a la capacidad de resistencia de
los ilirios.
En cualquier caso, Roma fue invitada a participar en los juegos
atléticos Ístmicos, en Corinto, uno de los centros de la Liga Aquea, un honor
reservado hasta entonces sólo a los griegos. Arato, siempre atento a cualquier
posibilidad, pudo haber establecido contactos más o menos regulares con Roma,
apoyándose en la tradicional amistad romana con Egipto, formalmente aliada de
la federación de los aqueos. No cabe duda de que la Liga debía estar interesada
en mantener la amistad del poder que estaba creciendo en occidente. Pero otros
asuntos más cercanos estaban centrando las preocupaciones y la atención de los
griegos.
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