sábado, 13 de enero de 2018

Augusto Prego de Lis GRECIA FRENTE A ROMA HISTORIA DE LA LIGA AQUEA  LIBRO I ARATO DE SICIÓN 4. SEÑALES DE OCCIDENTE

 4.
 SEÑALES DE OCCIDENTE
 El momento del triunfo político de Arato coincidió con los primeros contactos serios de la Grecia continental con Roma. El principal estado italiano no era, obviamente, desconocido entre los griegos. De hecho, existía en Grecia la conciencia colectiva de que Roma había sido, en origen, una colonia griega, “barbarizada” por sus contactos con la población indígena latina y etrusca, de la misma forma de que en la Europa de finales del siglo XIX los Estados Unidos eran vistos como una sociedad europea transformada al ser trasplantada a otro continente. La derrota de Pirro ante los romanos en 275, con el subsiguiente dominio romano sobre las ciudades griegas del sur de la península itálica, fue la primera noticia fehaciente de que un gran poder bárbaro estaba formándose en el lejano occidente.
 El paralelo moderno habría que establecerlo con el desarrollo de los EEUU desde finales del siglo XVIII, la constitución de una República poderosa y expansiva, que era vista desde Europa como una sociedad extraña, primitiva y moderna, rural e industrial a la vez. Poco sabemos sobre la visión griega de Roma en ese momento. No parece, sin embargo, que la guerra Pírrica avivara un especial interés entre los griegos, si pensamos en que Grecia estaba, en ese momento, envuelta en graves conflictos, derivados de las fases finales de la guerra de los Diácodos y de la llegada de hordas celtas a la Grecia central. Sólo algunos estados griegos, como Egipto o Rodas, siempre interesados en el comercio, y que ya conocían a los activos mercaderes itálicos, enviaron embajadas para tomar contacto con la nueva potencia.
 La primera Guerra Púnica, entre 264 y 241, la época en la que Arato iniciaba su carrera política, –que podemos poner en paralelo con la expansión estadounidense hacia el Oeste a costa de México y las tribus indias, y sobre todo con la Guerra de Secesión–, sí pudo despertar más interés. La victoria sobre Cartago dio a Roma el dominio de un territorio griego tan importante como Sicilia, donde sólo la ciudad de Siracusa mantuvo la independencia. Por otro lado, el volumen de los recursos militares empleados por romanos y cartagineses tuvo que asombrar en Grecia.
 En esta guerra los romanos perdieron unas setecientas quinquerremes... y los cartagineses unas quinientas, de manera que los admiradores de las flotas y las batalles navales de Antígono, Ptolomeo y Demetrio, cuando conozcan esos números, es natural que se pasmen ante la magnitud de esos hechos. Polibio, 1. 63
 A pesar de ello, siguió sin notarse una especial ansiedad. Igual que en la Europa de finales del siglo XIX, que tendió a ver en EEUU poco más que un país de agricultores, mineros y aventureros industriales, pocas personas prestaron algo más que curiosidad ante los acontecimientos de occidente, a pesar de batallas como Gettysburg, que rivalizaron en volumen y recursos con las napoleónicas. Roma, como EEUU en el XIX, llamaba la atención por su poderío, por su riqueza y desmesura, pero era vista desde Grecia como una potencia de segundo rango, sin un auténtico protagonismo en la gran diplomacia griega del siglo III antes de Cristo. El caso de España, con su opinión pública convencida casi hasta el final de la guerra de 1898 de la inferioridad de los EEUU como potencia advenediza, es ilustrativo de ese estado de cosas en gran parte de Europa. Un siglo después de la Primera Guerra Púnica, cuando ya Roma ha alcanzado el predominio en Grecia, Polibio parece sorprenderse de que nadie en Grecia prestara atención la debida atención a la Primera Guerra Púnica:
 Si estos estados [Roma y Cartago] que se disputaron la soberanía mundial nos fueran familiares y conocidos, no sería necesario, naturalmente, que nosotros escribiéramos los sucesos anteriores, y que describiéramos el propósito o el poder con el que se lanzaron y emprendieron acciones tan grandes e importantes. Pero como la mayoría de los griegos desconoce el poder que antaño tuvieron romanos y cartagineses, e ignoran sus hazañas, hemos creído indispensable redactar este libro... Polibio 1. 2
 No tenemos ninguna noticia de que los griegos sintieran una especial curiosidad respecto a Roma, aunque los comerciantes italianos tenían cada vez más contactos con Egipto y el Egeo, y poco a poco se iban haciendo habituales en los puertos orientales, (como por otra parte lo habían sido siempre los griegos del Sur de Italia, bajo protectorado romano desde mediados del siglo III antes de Cristo). Tampoco los romanos exhibieron demasiado interés por el mundo griego, aunque guardaron cierto respeto ante un foco cultural tan importante, algo que se manifiesta, por ejemplo, en las embajadas enviadas por los romanos a los principales santuarios griegos desde el siglo IV antes de Cristo. El contacto directo entre griegos continentales y romanos fue, por tanto, y hasta cierto punto, casual.

 En 230, en el curso de la guerra entre Demetrio II de Macedonia y la Liga Etolia, aliada de la federación aquea como vimos en el capítulo anterior, el rey macedonio persuadió al rey de Iliria, Escerdiledas, de que atacara a los etolios. Los ilirios, agresivos piratas, saquearon la costa del Epiro y asaltaron varias ciudades con suerte dispar. Esas acciones provocaron las protestas en Roma de los comerciantes italianos que navegaban por allí hacia Oriente. El senado romano envió inmediatamente embajadores ante la reina Teuta –su marido Escerdiledas había muerto durante las fiestas de celebración de las victorias–, pero tras exigir el final de las incursiones de las flotas ilíricas fueron rechazados, y quizás posteriormente asesinados, en circunstancias oscuras.

 La 1ª Guerra Iliria. 230-228
 En la primavera siguiente, en 229, los ilirios reanudaron sus expediciones, sitiando Epidamno, Apolonia y Corcira. Los corcirenses pidieron ayuda a etolios y aqueos, que fletaron una pequeña armada, diez naves aqueas y siete etolias, al mando de Margos de Carinea, quizás el hijo de aquel Margos que fue protagonista en las luchas en las que se había formado la Liga Aquea cincuenta años antes. Enfrentada la escuadra aliada a los ilirios junto a Corcira fue derrotada, con la pérdida de cinco naves y la muerte de Margos. Corcira se rindió inmediatamente después, aceptando una guarnición al mando de Demetrio de Faros, un aventurero griego al servicio de la reina Teuta.
 Pero la lucha no terminó aquí. Retirada la flota iliria hacia sus bases al norte, apareció inesperadamente frente a Corcira una enorme flota romana de doscientas quinquerremes, al mando del cónsul Fulvio, con la orden expresa del senado de vengar la afrenta inferida a los embajadores el año anterior. La intervención romana y el volumen de las fuerzas empleadas tuvo que sorprender y asombrar en Grecia, poco habituada a las guerras por cuestiones de honor nacional, como era el caso de la injuria inferida por la reina iliria a los legados romanos. Por otro lado, el problema de los comerciantes itálicos y sus choques con los piratas tampoco eran entendidos en el mundo griego como un casus belli, más centrados como estaban en las luchas por el poder y el territorio.
 Ante tal exhibición de poder la guarnición iliria de Corcira se rindió inmediatamente, y Demetrio de Faros se puso al servicio de los romanos. La flota navegó entonces a Apolonia y después a Epidamno, donde encontraron apostada la flota iliria, que huyó apresuradamente hacia el norte. En ese momento llegó el otro cónsul, Postumio, con dos legiones completas. Armada y ejército avanzaron hacia el interior, provocando la total desbandada del enemigo. Al año siguiente Teuta pidió la paz. Aceptó retirarse al interior de Iliria y renunciar a incursiones futuras por mar al sur del puerto de Lisso. Tanto Epidamno como Apolonia y Corcira pidieron ser aceptadas la bajo la protección de Roma como ciudades aliadas. El mismo año 228 el cónsul Postumio retiró las tropas, y mandó embajadores a etolios y aqueos para dar explicaciones. Las conversaciones fueron corteses y los griegos, demasiado preocupados por sus propias disputas internas, como veremos más adelante, aceptaron sin muchas reticencias lo establecido por Roma en la región, que para ellos era un lejano rincón en el que no tenían un interés especial. Por el lado romano parecía existir un cierto cuidado por no realizar nada que pudiera aparecer como provocador a ojos de los griegos, sin duda porque tenían la firme intención de no atravesar el Adriático y no enredarse en los conflictos griegos. De hecho, todas las tropas fueron retiradas, aunque Epidamno, Corcira y Apolonia fueron aceptadas como aliadas, y se convirtieron, por tanto, en posibles cabezas de puente para una hipotética intervención futura a ese lado del Adriático.
 Por parte de etolios y aqueos se exteriorizó el alivio por la derrota y neutralización de los ilirios, que los libraba de un enemigo muy peligroso, pero no parece que expresaran ningún tipo de ansiedad o temor especial por la acción romana. Si alguien podía sentirse preocupado sería Macedonia, el tradicional enemigo de los griegos, que era la potencia que había empujado a los ilirios en sus correrías, y no podía dejar de ver a Roma como un futuro rival por la hegemonía en los Balcanes. La retirada romana tras la intervención indica, por el contrario, que no existía un móvil imperialista directo en su acción. Se trataría, más bien, de mandar un mensaje al mundo griego, y sobre todo a Macedonia, el principal estado de la Grecia continental y el único capaz de convertirse en rival, sobre que Roma no permitiría ninguna aventura en Italia como la de Pirro cincuenta años antes, y asegurarse un hinterland que impidiera cualquier veleidad en ese sentido. Las intervenciones de Estados Unidos -unidas a la expansión de la Armada estadounidense en esos años- en Cuba, Panamá, México o Marruecos a finales del siglo XIX y principios del XX serían buenos paralelos de esa política. Eso explicaría el volumen de las fuerzas movilizadas, desproporcionado respecto a la capacidad de resistencia de los ilirios.
 En cualquier caso, Roma fue invitada a participar en los juegos atléticos Ístmicos, en Corinto, uno de los centros de la Liga Aquea, un honor reservado hasta entonces sólo a los griegos. Arato, siempre atento a cualquier posibilidad, pudo haber establecido contactos más o menos regulares con Roma, apoyándose en la tradicional amistad romana con Egipto, formalmente aliada de la federación de los aqueos. No cabe duda de que la Liga debía estar interesada en mantener la amistad del poder que estaba creciendo en occidente. Pero otros asuntos más cercanos estaban centrando las preocupaciones y la atención de los griegos.

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