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ROMA EN PROBLEMAS
Conforme avanzó el verano de 171 la guerra fue generalizándose. En
Tesalia, tras la derrota de Calínico, el ejército romano pasó a aplicar una
estrategia defensiva, prudente ante la inesperada superioridad de las fuerzas
ligeras y de caballería macedonias. Tampoco Perseo se mostró activo. En ningún
momento se arriesgó a emplear su poderosa falange, y se contentó con acosar las
vanguardias romanas en sus expediciones de forrajeo. En el curso de uno de esos
enfrentamientos parciales, un pésimo despliegue puso en riesgo al ejército
macedonio cerca de Falana, pero el exceso de prudencia del cónsul Licinio
permitió a Perseo replegarse sin pérdidas. El rey macedonio resolvió entonces
retroceder a su propio reino, y dejar en los pasos fronterizos poderosas
guarniciones obstruyendo las agrestes rutas de acceso. Licinio pudo así ir
ocupando una a una las ciudades del norte de Tesalia y expulsar las fuerzas
macedonias desplegadas en ellas.
Mientras, la flota romana a las órdenes del pretor Lucrecio se
estableció en Calcis. Ante la falta de rival en el mar, por la extrema debilidad
de la armada macedonia, se dedicó a asolar las ciudades de la zona, muchas
veces sin distinguir enemigas de aliadas. Haliarto, que se había declarado a
favor de Perseo, fue conquistada, saqueada, y sus habitantes supervivientes
vendidos como esclavos. Otras villas que se mantenían neutrales, como Tebas,
sufrieron también la rapiña romana. Incluso ciudades aliadas, como Atenas,
tuvieron que soportar fuertes cargas en forma de abastecimiento para el
ejército romano. El caso más dramático fue el de Calcis, la base de la flota de
Lucrecio. El pretor permitió a las tropas acuarteladas allí todo tipo de abusos
y arbitrariedades. Para los soldados romanos la guerra era, sobre todo, una
oportunidad de enriquecimiento, idea que compartían con sus superiores. El mismo
Lucrecio pudo acumular durante su mando un importante botín gracias al saqueo
sistemático de los templos de la ciudad.
Avanzado el verano el cónsul Marcio destacó una tropa en Iliria,
con el objetivo de abrir un nuevo frente, pero los esfuerzos romanos no
amenazaron en ningún momento la fuerte posición de Perseo, y el año terminó sin
que ninguno de los bandos alcanzara ventaja alguna. Para la campaña de 170 Roma
envió un nuevo cónsul, Aulo Hostilio. Las expectativas no eran ya tan
favorables como parecían ser al inicio del conflicto, sólo un año antes. Las
tropas romanas, más preocupadas por el botín que por el combate, se mantenían
dispersas por Tesalia. En el Epiro una activa diplomacia macedonia, manejando
fidelidades antiguas y promesas renovadas, estaba consiguiendo avances. En
Rodas, aunque las autoridades mantenían oficialmente la alianza con Roma, el
partido anti romano, dirigido por Dinón y Poliarato, iba aumentando su apoyo
popular. Ya en 171 Perseo había logrado una cierta victoria diplomática, al
conseguir de los rodios la liberación de unos embajadores enviados a Siria,
mientras la asamblea se mostraba cada vez más receptiva a los mensajes
macedonios.
Incluso en la Liga Aquea las posturas anti romanas iban ganando
terreno. La confianza de Roma en la fidelidad aquea se mantenía incólume, como
demostró el cónsul Licinio al licenciar al final de la campaña anterior todas
las tropas aliadas excepto las aqueas, que pasaron el invierno encuadradas en
el ejército romano. Pero la simpatía por los macedonios –que debemos mejor
considerar antipatía anti romana– general en la opinión pública, se reflejaba
en decisiones como la de retirar al rey Éumenes de Pérgamo todos los honores
cívicos que había heredado de su padre Atalo, que los había alcanzado a su vez
de la asamblea aquea en tiempos de la guerra contra Filipo, padre de Perseo. La
decisión fue presentada como un problema formal, debido a que se consideró que
algunos de esos privilegios eran ilegales, pero debemos ver mejor la expresión
de un sordo rechazo a Roma, atacando a su mejor aliado en Grecia. El hermano de
Éumenes, Atalo, que estaba al frente de las tropas de Pérgamo destacadas en el
ejército romano, envió inmediatamente una embajada exigiendo sin éxito la
restitución de los honores.
A finales de la primavera de 170 el nuevo cónsul, Hostilio, se
encaminó a Grecia con nuevos refuerzos para hacerse cargo del mando, moviéndose
a lo largo del valle del Aoos, a través del Epiro, formalmente neutral.
Informados de ello los dirigentes epirotas, mayoritariamente favorables a los
macedonios –las relaciones entre el Epiro y Macedonia eran históricamente muy
estrechas–, resolvieron tramar una estratagema. Planearon el secuestro del
propio cónsul y se pusieron en contacto con Perseo, ofreciéndole apoyo para
destruir por sorpresa las tropas de refresco romanas. Perseo reaccionó de forma
inmediata, y encabezó personalmente una poderosa fuerza de tropas ligeras, que
a marchas forzadas trató de interceptar la despreocupada columna romana. Sin
embargo se vio detenido por el crecido río Aoos. Hostilio fue advertido de la
emboscada en el último momento, cuando ya había alcanzado el lugar elegido por
los conspiradores. Inmediatamente cambió su ruta y se dirigió a la costa,
terminando su viaje por mar.
Fue un aviso de lo que sería la campaña. La defección del Epiro
cortó la ruta terrestre entre la costa adriática y Grecia, a la vez que
amenazaba la Tesalia occidental. Además Hostilio mostró una clara mediocridad
militar, y fue incapaz de impedir que Perseo terminara dominando el norte de
Tesalia y reconquistara muchas de las ciudades ocupadas el año anterior por
Licinio. La flota, comandada por un nuevo pretor, Hortensio, siguió más
interesada en el botín que en la guerra, a costa de las ciudades del Egeo.
3ª Guerra Macedónica. Campaña de 170
El caso más dramático
fue el de Abdera. Aliada de Roma, Hortensio le exigió una fuerte suma. Cuando
los abderitas pidieron una prórroga, para enviar una embajada al cónsul que
tratara de reducir la cantidad exigida, Hortensio ordenó el ataque. Una vez
ocupada la ciudad, tratada como enemiga, fue destruida y sus habitantes
vendidos como esclavos. El botín obtenido se repartió entre la tropa, según la
costumbre romana. Mientras, en Iliria, un nuevo pretor, Apio Claudio, tras reunir
apresuradamente una fuerza heterogénea de aliados coyunturales y tropas
itálicas, avanzó hacia el interior buscando la ruta de Macedonia, pera terminar
deteniéndose en la ciudad fronteriza de Licnido. Poco después, una
desafortunada acción contra una fortaleza vecina terminó en desastre, y a duras
penas Claudio pudo refugiarse en Licnido con los escasos supervivientes.
Para los intereses romanos la situación general empezaba a
deteriorarse. Incapaces sus generales de romper la sólida estrategia defensiva
de Perseo, la falta de éxitos estaba provocando en la opinión pública griega la
sensación de que después de todo el poder militar de Roma se había
sobrevalorado, como demostraba el que dos cónsules sucesivos fueran incapaces
siquiera de entrar en territorio macedonio. Por añadidura, las rapacidades
romanas, sobre todo de la flota, causaron general indignación en las ciudades
que se mantenían fuera del conflicto, extendiéndose una ola de resentimiento
contra Roma. El senado romano no tuvo noticias directas de ello hasta que
durante el verano comenzaron a llegar embajadas de las ciudades griegas
aliadas. Ante unos senadores que poco antes habían recibido quejas tanto de
pueblos hispanos como galos sobre los abusos cometidos por los gobernadores en
las distintas provincias, las lastimeras quejas griegas causaron incredulidad y
asombro. Ciudades fielmente aliadas como Atenas o Mileto se mostraron
dispuestas a acatar cualquier tipo de orden, sin ocultar sus dificultades para
cumplir las exigencias del cónsul Licinio y el pretor Lucrecio el año anterior.
La llegada de unos embajadores de Abdera, doliéndose de la destrucción de su
ciudad, movió al senado a enviar dos comisionados con órdenes de rescatar a los
abderitas vendidos como esclavos y amonestar a las autoridades militares en
Grecia contra cualquier nuevo abuso en ese sentido. Pero la venida de Micitión,
el líder del partido pro romano de Calcis, la base de la flota romana en el
Egeo, fue la que causó un mayor impacto en los senadores. Micitión, gravemente
enfermo y paralizado de cintura para abajo, fue introducido en la curia en
litera, lo que provocó una fuerte impresión, que se convirtió en indignación
ante sus palabras.
... en lo que a Lucrecio y
Hortensio [los jefes de la flota romana] se refería, ahora sabían que habría sido preferible cerrar las puertas
en vez de dejarles entrar en su ciudad. Las ciudades que los habían dejado
fuera, Emacia, Anfípolis, Maronea, Eno, estaban intactas. En la suya, los
templos habían sido expoliados de todas sus obras de arte, y Gayo Lucrecio
había transportado a sus naves el fruto de los sacrilegios... también
Hortensio, siguiendo la práctica establecida por Gayo Lucrecio, tenía a los
marineros acuartelados en casas particulares, tanto en verano como en invierno,
y sus hogares estaban repletos de tropa de la flota; pululaban entre ellos y
entre sus mujeres e hijos quienes no ponían el menor cuidado en su lenguaje ni
en sus actos. Tito Livio, 43. 7
El senado, horrorizado, actuó inmediatamente. Lucrecio, que se
encontraba de vuelta en Ancio, donde estaba sufragando un costoso acueducto y
embelleciendo el templo de Esculapio de la ciudad con su botín, fue llamado
apresuradamente a Roma, para ser acusado y juzgado de abuso de autoridad. Se le
condenó a una fuerte multa de un millón de ases. En cuanto a Hortensio, su
cargo militar lo libró de la acusación, pero se le envió un decreto del senado
reprendiéndole de forma oficial, dándole la orden de restaurar los daños
provocados en Calcis y recordando que sólo los capitanes de navío tenían
derecho a ser alojados dentro de una ciudad aliada. Por último se encargó al
pretor Quinto Menio que ofreciera disculpas oficiales a la legación de Calcis.
Éste informó de las decisiones tomadas y trató de exculpar a Roma de los actos
ilícitos cometidos.
En cuanto a las acciones
que, según sus quejas, habían sido perpetradas por Gayo Lucrecio y lo estaban
siendo por Lucio Hortensio, pretores romanos, ¿podía suponer que habían
ocurrido o estaban ocurriendo por voluntad del pueblo romano quien supiera que
el pueblo romano había emprendido la guerra contra Perseo, y antes contra su
padre Filipo, en pro de la libertad de Grecia y no para que sus aliados y
amigos fueran víctimas de semejante trato por parte de sus magistrados? Tito
Livio, 43. 8
Las embajadas griegas abandonaron Roma esperanzadas en que los
abusos romanos serían reprimidos, pero dejaron en el senado una seria
preocupación sobre cómo se estaba conduciendo la campaña en Grecia y la
idoneidad de sus generales. Las noticias del desastre de Apio Claudio en Iliria
terminaron por convencerles de que algo no iba bien en la guerra, y se decretó
el envío de una comisión que investigara el desarrollo de las operaciones e
informara después a los senadores.
Mientras, en Grecia la situación se iba deteriorando, cada vez más
envalentonados los partidarios de Perseo en toda Grecia, que ganaban apoyo
tanto en la opinión pública como en las asambleas. El caso más llamativo fue el
de Rodas. Fiel aliada de Roma desde los inicios de la guerra contra Filipo V, y
con un expediente de más de un siglo de relaciones amistosas, la falta de
éxitos militares comenzaba debilitar su confianza en la victoria. Incluso se
entablaron debates oficiales en los que se cuestionaba la alianza con Roma,
defendiéndose la vuelta a la tradicional neutralidad de la ciudad, y el envío
de embajadas para mediar en el conflicto y terminar con la guerra. El partido
pro romano consiguió imponer sus puntos de vista, pero la oposición aparecía
cada vez más fuerte y agresiva.
Algo semejante, aunque sin llegar a esos extremos, ocurría en la
Liga Aquea. Los líderes del partido “nacional” en el poder estaban cada vez más
convencidos de la necesidad de alcanzar una paz que obligara a los romanos a
retirarse de Grecia, y sentían que la debilidad romana permitiría pronto actuar
de forma más activa. Sin embargo, la posición de la federación como estrecho
aliado de Roma, la tradición de colaboración militar –varios miles de aqueos
continuaban sirviendo en el ejército y las guarniciones romanas–, y la estrecha
vigilancia que ejercía el partido pro romano dirigido por Calícrates, impedían
que esas ideas se expusieran de forma pública, aunque era universalmente
conocido que el gobierno aqueo se mostraba remiso frente a las autoridades
romanas. A finales de 170 una embajada romana recorrió Grecia, en un intento de
congraciarse con los griegos anunciando las medidas senatoriales para eliminar
los actos de rapiña de las tropas. Se proclamó de forma pública que los
generales romanos tendrían que consultar al senado o al cónsul cualquier tipo
de petición que hubiera que solicitar a un estado griego, tanto de dinero,
abastecimiento u hombres. Las ciudades sólo tendrían que atender desde entonces
los requerimientos realizados directamente por el senado o el cónsul. Pero al
mismo tiempo los embajadores recordaron la fidelidad que debían los aliados a
la autoridad de Roma. Se dio a entender que el senado conocía la existencia de
una fuerte oposición a la continuación de la guerra, y que no se toleraría
ningún desvío. Cuando los legados romanos recorrieron las ciudades de la
federación aquea se mostraron claros al respecto.
... en sus parlamentos
sugerían que conocía a aquellos que en cada ciudad eran más remisos de la
cuenta, así como los que se les oponían abiertamente. Y ponían muy claro a todo
el mundo que les enojaban no menos que sus adversarios declarados los que
andaban vacilando. Con todo ello inducían a las masas a la duda y a la
incertidumbre acerca de cómo acertar, de palabra o de obra, en aquellas circunstancias.
Se aseguraba que... iban a presentar una acusación formal contra
Licortas, Arcón y Polibio [los líderes del partido nacional], que demostrarían que eran hostiles al
partido romano... Polibio, 28. 3
Sin embargo cuando se dirigieron de forma oficial a la asamblea
federal aquea reunida en Egio, los embajadores se contentaron con un discurso
de circunstancias, exhortando a los aqueos a mantener la fidelidad a los
romanos. Es muy posible que los rumores anteriores tuvieran su origen en el
partido pro romano de Calícrates, en ese momento en la oposición, que estaba
sin duda intrigando con los enviados romanos y acusando a sus rivales políticos
de deslealtad. Aunque se mantuviera formalmente la alianza con Roma, era
evidente que los pro romanos continuarían tramando la forma de poner en
evidencia al gobernante partido “nacional” ante el senado, asegurándose así su
apoyo para recuperar el poder.
Mientras los embajadores romanos recorrían Grecia esforzándose por
avivar la fidelidad de los aliados, en Roma el senado se disponía a aplicar
medidas enérgicas. Se ordenó a todos los senadores que permanecieran en la
ciudad y se anticiparon ese año las elecciones. El cónsul que recibió el mando
en Macedonia fue Quinto Marcio Filipo, un ex cónsul especialista en asuntos
griegos. Regresó entonces de Grecia la comisión senatorial, que tras pasar
revista al estado de los asuntos militares describió una imagen sombría de la
situación. El ejército, negligentemente dirigido, permanecía ocioso en Tesalia,
con una gran parte de los efectivos liberada del servicio por unos oficiales
poco diligentes. Los aliados, recelosos ante los éxitos de Perseo durante el
verano, se mostraban muy remisos. El senado resolvió licenciar los soldados más
veteranos y sustituirlos por nuevos reclutas. Además, se movilizaría un gran
ejército de reserva, listo para ser enviado a cualquier lugar donde fuera
necesario. Se pidió a Quinto Marcio que partiera hacia Grecia en cuanto las
tropas estuvieran listas. Muy significativamente surgieron problemas en el
reclutamiento. El previsible aumento de la disciplina y las medidas
senatoriales restringían mucho las oportunidades de botín. El senado promulgó
entonces un decreto que daba un mes de plazo para la incorporación forzosa de
los soldados destinados a Macedonia, lo que permitió terminar el encuadramiento
de las nuevas unidades.
Roma se preparaba para la nueva campaña, pero Perseo tampoco
permanecía ocioso, y trató de adelantarse a los movimientos romanos. Buscando
atraerse a los ilirios decidió atacar las débiles fuerzas romanas establecidas
allí. Una rápida campaña invernal, en la que su veterano ejército superó sin
problemas el duro clima del interior de los Balcanes, permitió al rey ocupar
varias ciudades, tomar prisioneros a varios miles de romanos y apoyar a sus
aliados epirotas. El desafortunado pretor Apio Claudio, que trataba de
recuperarse de sus derrotas en Iliria operando en el Epiro, gran parte de cuyas
ciudades eran ya abiertamente aliadas de Macedonia, fue nuevamente derrotado
allí. El mayor éxito de Perseo fue, sin embargo, el inicio de conversaciones
con el rey ilirio Gencio, dispuesto a entrar en la guerra contra los romanos a
cambio de una ayuda económica. Quinto Marcio se vio obligado, por tanto, a
llegar a Grecia por mar, eludiendo las rutas terrestres. La campaña no empezaba
con buenos auspicios.
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