sábado, 13 de enero de 2018

Augusto Progo de Lis Grecia Frente a Roma Historia de la Liga Aquea Libro III  Polibio de Megalópolis 23 ROMA EN PROBLEMAS

23
 ROMA EN PROBLEMAS
  
 Conforme avanzó el verano de 171 la guerra fue generalizándose. En Tesalia, tras la derrota de Calínico, el ejército romano pasó a aplicar una estrategia defensiva, prudente ante la inesperada superioridad de las fuerzas ligeras y de caballería macedonias. Tampoco Perseo se mostró activo. En ningún momento se arriesgó a emplear su poderosa falange, y se contentó con acosar las vanguardias romanas en sus expediciones de forrajeo. En el curso de uno de esos enfrentamientos parciales, un pésimo despliegue puso en riesgo al ejército macedonio cerca de Falana, pero el exceso de prudencia del cónsul Licinio permitió a Perseo replegarse sin pérdidas. El rey macedonio resolvió entonces retroceder a su propio reino, y dejar en los pasos fronterizos poderosas guarniciones obstruyendo las agrestes rutas de acceso. Licinio pudo así ir ocupando una a una las ciudades del norte de Tesalia y expulsar las fuerzas macedonias desplegadas en ellas.
 Mientras, la flota romana a las órdenes del pretor Lucrecio se estableció en Calcis. Ante la falta de rival en el mar, por la extrema debilidad de la armada macedonia, se dedicó a asolar las ciudades de la zona, muchas veces sin distinguir enemigas de aliadas. Haliarto, que se había declarado a favor de Perseo, fue conquistada, saqueada, y sus habitantes supervivientes vendidos como esclavos. Otras villas que se mantenían neutrales, como Tebas, sufrieron también la rapiña romana. Incluso ciudades aliadas, como Atenas, tuvieron que soportar fuertes cargas en forma de abastecimiento para el ejército romano. El caso más dramático fue el de Calcis, la base de la flota de Lucrecio. El pretor permitió a las tropas acuarteladas allí todo tipo de abusos y arbitrariedades. Para los soldados romanos la guerra era, sobre todo, una oportunidad de enriquecimiento, idea que compartían con sus superiores. El mismo Lucrecio pudo acumular durante su mando un importante botín gracias al saqueo sistemático de los templos de la ciudad.
 Avanzado el verano el cónsul Marcio destacó una tropa en Iliria, con el objetivo de abrir un nuevo frente, pero los esfuerzos romanos no amenazaron en ningún momento la fuerte posición de Perseo, y el año terminó sin que ninguno de los bandos alcanzara ventaja alguna. Para la campaña de 170 Roma envió un nuevo cónsul, Aulo Hostilio. Las expectativas no eran ya tan favorables como parecían ser al inicio del conflicto, sólo un año antes. Las tropas romanas, más preocupadas por el botín que por el combate, se mantenían dispersas por Tesalia. En el Epiro una activa diplomacia macedonia, manejando fidelidades antiguas y promesas renovadas, estaba consiguiendo avances. En Rodas, aunque las autoridades mantenían oficialmente la alianza con Roma, el partido anti romano, dirigido por Dinón y Poliarato, iba aumentando su apoyo popular. Ya en 171 Perseo había logrado una cierta victoria diplomática, al conseguir de los rodios la liberación de unos embajadores enviados a Siria, mientras la asamblea se mostraba cada vez más receptiva a los mensajes macedonios.
 Incluso en la Liga Aquea las posturas anti romanas iban ganando terreno. La confianza de Roma en la fidelidad aquea se mantenía incólume, como demostró el cónsul Licinio al licenciar al final de la campaña anterior todas las tropas aliadas excepto las aqueas, que pasaron el invierno encuadradas en el ejército romano. Pero la simpatía por los macedonios –que debemos mejor considerar antipatía anti romana– general en la opinión pública, se reflejaba en decisiones como la de retirar al rey Éumenes de Pérgamo todos los honores cívicos que había heredado de su padre Atalo, que los había alcanzado a su vez de la asamblea aquea en tiempos de la guerra contra Filipo, padre de Perseo. La decisión fue presentada como un problema formal, debido a que se consideró que algunos de esos privilegios eran ilegales, pero debemos ver mejor la expresión de un sordo rechazo a Roma, atacando a su mejor aliado en Grecia. El hermano de Éumenes, Atalo, que estaba al frente de las tropas de Pérgamo destacadas en el ejército romano, envió inmediatamente una embajada exigiendo sin éxito la restitución de los honores.
 A finales de la primavera de 170 el nuevo cónsul, Hostilio, se encaminó a Grecia con nuevos refuerzos para hacerse cargo del mando, moviéndose a lo largo del valle del Aoos, a través del Epiro, formalmente neutral. Informados de ello los dirigentes epirotas, mayoritariamente favorables a los macedonios –las relaciones entre el Epiro y Macedonia eran históricamente muy estrechas–, resolvieron tramar una estratagema. Planearon el secuestro del propio cónsul y se pusieron en contacto con Perseo, ofreciéndole apoyo para destruir por sorpresa las tropas de refresco romanas. Perseo reaccionó de forma inmediata, y encabezó personalmente una poderosa fuerza de tropas ligeras, que a marchas forzadas trató de interceptar la despreocupada columna romana. Sin embargo se vio detenido por el crecido río Aoos. Hostilio fue advertido de la emboscada en el último momento, cuando ya había alcanzado el lugar elegido por los conspiradores. Inmediatamente cambió su ruta y se dirigió a la costa, terminando su viaje por mar.
 Fue un aviso de lo que sería la campaña. La defección del Epiro cortó la ruta terrestre entre la costa adriática y Grecia, a la vez que amenazaba la Tesalia occidental. Además Hostilio mostró una clara mediocridad militar, y fue incapaz de impedir que Perseo terminara dominando el norte de Tesalia y reconquistara muchas de las ciudades ocupadas el año anterior por Licinio. La flota, comandada por un nuevo pretor, Hortensio, siguió más interesada en el botín que en la guerra, a costa de las ciudades del Egeo.
  

 3ª Guerra Macedónica. Campaña de 170

 El caso más dramático fue el de Abdera. Aliada de Roma, Hortensio le exigió una fuerte suma. Cuando los abderitas pidieron una prórroga, para enviar una embajada al cónsul que tratara de reducir la cantidad exigida, Hortensio ordenó el ataque. Una vez ocupada la ciudad, tratada como enemiga, fue destruida y sus habitantes vendidos como esclavos. El botín obtenido se repartió entre la tropa, según la costumbre romana. Mientras, en Iliria, un nuevo pretor, Apio Claudio, tras reunir apresuradamente una fuerza heterogénea de aliados coyunturales y tropas itálicas, avanzó hacia el interior buscando la ruta de Macedonia, pera terminar deteniéndose en la ciudad fronteriza de Licnido. Poco después, una desafortunada acción contra una fortaleza vecina terminó en desastre, y a duras penas Claudio pudo refugiarse en Licnido con los escasos supervivientes.
 Para los intereses romanos la situación general empezaba a deteriorarse. Incapaces sus generales de romper la sólida estrategia defensiva de Perseo, la falta de éxitos estaba provocando en la opinión pública griega la sensación de que después de todo el poder militar de Roma se había sobrevalorado, como demostraba el que dos cónsules sucesivos fueran incapaces siquiera de entrar en territorio macedonio. Por añadidura, las rapacidades romanas, sobre todo de la flota, causaron general indignación en las ciudades que se mantenían fuera del conflicto, extendiéndose una ola de resentimiento contra Roma. El senado romano no tuvo noticias directas de ello hasta que durante el verano comenzaron a llegar embajadas de las ciudades griegas aliadas. Ante unos senadores que poco antes habían recibido quejas tanto de pueblos hispanos como galos sobre los abusos cometidos por los gobernadores en las distintas provincias, las lastimeras quejas griegas causaron incredulidad y asombro. Ciudades fielmente aliadas como Atenas o Mileto se mostraron dispuestas a acatar cualquier tipo de orden, sin ocultar sus dificultades para cumplir las exigencias del cónsul Licinio y el pretor Lucrecio el año anterior. La llegada de unos embajadores de Abdera, doliéndose de la destrucción de su ciudad, movió al senado a enviar dos comisionados con órdenes de rescatar a los abderitas vendidos como esclavos y amonestar a las autoridades militares en Grecia contra cualquier nuevo abuso en ese sentido. Pero la venida de Micitión, el líder del partido pro romano de Calcis, la base de la flota romana en el Egeo, fue la que causó un mayor impacto en los senadores. Micitión, gravemente enfermo y paralizado de cintura para abajo, fue introducido en la curia en litera, lo que provocó una fuerte impresión, que se convirtió en indignación ante sus palabras.
 ... en lo que a Lucrecio y Hortensio [los jefes de la flota romana] se refería, ahora sabían que habría sido preferible cerrar las puertas en vez de dejarles entrar en su ciudad. Las ciudades que los habían dejado fuera, Emacia, Anfípolis, Maronea, Eno, estaban intactas. En la suya, los templos habían sido expoliados de todas sus obras de arte, y Gayo Lucrecio había transportado a sus naves el fruto de los sacrilegios... también Hortensio, siguiendo la práctica establecida por Gayo Lucrecio, tenía a los marineros acuartelados en casas particulares, tanto en verano como en invierno, y sus hogares estaban repletos de tropa de la flota; pululaban entre ellos y entre sus mujeres e hijos quienes no ponían el menor cuidado en su lenguaje ni en sus actos. Tito Livio, 43. 7
 El senado, horrorizado, actuó inmediatamente. Lucrecio, que se encontraba de vuelta en Ancio, donde estaba sufragando un costoso acueducto y embelleciendo el templo de Esculapio de la ciudad con su botín, fue llamado apresuradamente a Roma, para ser acusado y juzgado de abuso de autoridad. Se le condenó a una fuerte multa de un millón de ases. En cuanto a Hortensio, su cargo militar lo libró de la acusación, pero se le envió un decreto del senado reprendiéndole de forma oficial, dándole la orden de restaurar los daños provocados en Calcis y recordando que sólo los capitanes de navío tenían derecho a ser alojados dentro de una ciudad aliada. Por último se encargó al pretor Quinto Menio que ofreciera disculpas oficiales a la legación de Calcis. Éste informó de las decisiones tomadas y trató de exculpar a Roma de los actos ilícitos cometidos.
 En cuanto a las acciones que, según sus quejas, habían sido perpetradas por Gayo Lucrecio y lo estaban siendo por Lucio Hortensio, pretores romanos, ¿podía suponer que habían ocurrido o estaban ocurriendo por voluntad del pueblo romano quien supiera que el pueblo romano había emprendido la guerra contra Perseo, y antes contra su padre Filipo, en pro de la libertad de Grecia y no para que sus aliados y amigos fueran víctimas de semejante trato por parte de sus magistrados? Tito Livio, 43. 8
 Las embajadas griegas abandonaron Roma esperanzadas en que los abusos romanos serían reprimidos, pero dejaron en el senado una seria preocupación sobre cómo se estaba conduciendo la campaña en Grecia y la idoneidad de sus generales. Las noticias del desastre de Apio Claudio en Iliria terminaron por convencerles de que algo no iba bien en la guerra, y se decretó el envío de una comisión que investigara el desarrollo de las operaciones e informara después a los senadores.
 Mientras, en Grecia la situación se iba deteriorando, cada vez más envalentonados los partidarios de Perseo en toda Grecia, que ganaban apoyo tanto en la opinión pública como en las asambleas. El caso más llamativo fue el de Rodas. Fiel aliada de Roma desde los inicios de la guerra contra Filipo V, y con un expediente de más de un siglo de relaciones amistosas, la falta de éxitos militares comenzaba debilitar su confianza en la victoria. Incluso se entablaron debates oficiales en los que se cuestionaba la alianza con Roma, defendiéndose la vuelta a la tradicional neutralidad de la ciudad, y el envío de embajadas para mediar en el conflicto y terminar con la guerra. El partido pro romano consiguió imponer sus puntos de vista, pero la oposición aparecía cada vez más fuerte y agresiva.
 Algo semejante, aunque sin llegar a esos extremos, ocurría en la Liga Aquea. Los líderes del partido “nacional” en el poder estaban cada vez más convencidos de la necesidad de alcanzar una paz que obligara a los romanos a retirarse de Grecia, y sentían que la debilidad romana permitiría pronto actuar de forma más activa. Sin embargo, la posición de la federación como estrecho aliado de Roma, la tradición de colaboración militar –varios miles de aqueos continuaban sirviendo en el ejército y las guarniciones romanas–, y la estrecha vigilancia que ejercía el partido pro romano dirigido por Calícrates, impedían que esas ideas se expusieran de forma pública, aunque era universalmente conocido que el gobierno aqueo se mostraba remiso frente a las autoridades romanas. A finales de 170 una embajada romana recorrió Grecia, en un intento de congraciarse con los griegos anunciando las medidas senatoriales para eliminar los actos de rapiña de las tropas. Se proclamó de forma pública que los generales romanos tendrían que consultar al senado o al cónsul cualquier tipo de petición que hubiera que solicitar a un estado griego, tanto de dinero, abastecimiento u hombres. Las ciudades sólo tendrían que atender desde entonces los requerimientos realizados directamente por el senado o el cónsul. Pero al mismo tiempo los embajadores recordaron la fidelidad que debían los aliados a la autoridad de Roma. Se dio a entender que el senado conocía la existencia de una fuerte oposición a la continuación de la guerra, y que no se toleraría ningún desvío. Cuando los legados romanos recorrieron las ciudades de la federación aquea se mostraron claros al respecto.
 ... en sus parlamentos sugerían que conocía a aquellos que en cada ciudad eran más remisos de la cuenta, así como los que se les oponían abiertamente. Y ponían muy claro a todo el mundo que les enojaban no menos que sus adversarios declarados los que andaban vacilando. Con todo ello inducían a las masas a la duda y a la incertidumbre acerca de cómo acertar, de palabra o de obra, en aquellas circunstancias. Se aseguraba que...  iban a presentar una acusación formal contra Licortas, Arcón y Polibio [los líderes del partido nacional], que demostrarían que eran hostiles al partido romano... Polibio, 28. 3
 Sin embargo cuando se dirigieron de forma oficial a la asamblea federal aquea reunida en Egio, los embajadores se contentaron con un discurso de circunstancias, exhortando a los aqueos a mantener la fidelidad a los romanos. Es muy posible que los rumores anteriores tuvieran su origen en el partido pro romano de Calícrates, en ese momento en la oposición, que estaba sin duda intrigando con los enviados romanos y acusando a sus rivales políticos de deslealtad. Aunque se mantuviera formalmente la alianza con Roma, era evidente que los pro romanos continuarían tramando la forma de poner en evidencia al gobernante partido “nacional” ante el senado, asegurándose así su apoyo para recuperar el poder.
 Mientras los embajadores romanos recorrían Grecia esforzándose por avivar la fidelidad de los aliados, en Roma el senado se disponía a aplicar medidas enérgicas. Se ordenó a todos los senadores que permanecieran en la ciudad y se anticiparon ese año las elecciones. El cónsul que recibió el mando en Macedonia fue Quinto Marcio Filipo, un ex cónsul especialista en asuntos griegos. Regresó entonces de Grecia la comisión senatorial, que tras pasar revista al estado de los asuntos militares describió una imagen sombría de la situación. El ejército, negligentemente dirigido, permanecía ocioso en Tesalia, con una gran parte de los efectivos liberada del servicio por unos oficiales poco diligentes. Los aliados, recelosos ante los éxitos de Perseo durante el verano, se mostraban muy remisos. El senado resolvió licenciar los soldados más veteranos y sustituirlos por nuevos reclutas. Además, se movilizaría un gran ejército de reserva, listo para ser enviado a cualquier lugar donde fuera necesario. Se pidió a Quinto Marcio que partiera hacia Grecia en cuanto las tropas estuvieran listas. Muy significativamente surgieron problemas en el reclutamiento. El previsible aumento de la disciplina y las medidas senatoriales restringían mucho las oportunidades de botín. El senado promulgó entonces un decreto que daba un mes de plazo para la incorporación forzosa de los soldados destinados a Macedonia, lo que permitió terminar el encuadramiento de las nuevas unidades.
 Roma se preparaba para la nueva campaña, pero Perseo tampoco permanecía ocioso, y trató de adelantarse a los movimientos romanos. Buscando atraerse a los ilirios decidió atacar las débiles fuerzas romanas establecidas allí. Una rápida campaña invernal, en la que su veterano ejército superó sin problemas el duro clima del interior de los Balcanes, permitió al rey ocupar varias ciudades, tomar prisioneros a varios miles de romanos y apoyar a sus aliados epirotas. El desafortunado pretor Apio Claudio, que trataba de recuperarse de sus derrotas en Iliria operando en el Epiro, gran parte de cuyas ciudades eran ya abiertamente aliadas de Macedonia, fue nuevamente derrotado allí. El mayor éxito de Perseo fue, sin embargo, el inicio de conversaciones con el rey ilirio Gencio, dispuesto a entrar en la guerra contra los romanos a cambio de una ayuda económica. Quinto Marcio se vio obligado, por tanto, a llegar a Grecia por mar, eludiendo las rutas terrestres. La campaña no empezaba con buenos auspicios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario