10.
EL FINAL DE ARATO
En el verano de 214 Filipo se lanzó a un nuevo intento de
ocupación de las ciudades aliadas de Roma en la costa iliria. Con los romanos
centrados en la guerra en Italia, tuvo éxito al principio y pudo conquistar
Orico e iniciar el asedio de Apolonia. Pero cuando esperaba que esta última se
rindiera, llegó la armada de Marco Valerio Levino, el pretor romano encargado
de la vigilancia del Adriático. Nuevamente los macedonios fueron víctimas del
pánico, a pesar de que las fuerzas romanas eran inferiores. Levino recuperó
Orico mientras Filipo asediaba Apolonia, para a continuación, atacando por
sorpresa, destruir la flota macedonia y obligar al rey a replegarse hacia el
interior. Levino se mostró muy hábil usando la única ventaja romana en ese
momento, el control del mar, que hacía imposible a Filipo desarrollar
operaciones militares importantes en la costa, que podían ser obstaculizadas y
sorprendidas por la movilidad de la flota romana. Frustrado, Filipo se retiró a
Macedonia a fines del verano.
A principios de 213 volvió a aparecer en el Peloponeso, sin duda
para intentar conseguir el apoyo de sus aliados para una nueva campaña, pero
ahora era mirado con desconfianza tras los acontecimientos de Mesenia dos años
antes. Trató de entrar allí pero los mesenios, posiblemente puestos en alerta
por Arato, le negaron el paso. Demetrio de Faros se ofreció a intentar un golpe
de mano para conquistar la capital, Messene, pero fracasó y murió en el
intento. Filipo, furioso, comenzó a saquear la región, pero no pudo ocupar
ninguna ciudad. Sin lograr ninguno de sus objetivos, y muy posiblemente
desorientado tras la pérdida de Demetrio de Faros, su principal consejero,
terminó por retirarse y volver a Macedonia.
En esa época, Arato, ya definitivamente apartado de la corte
macedonia, enfermó de gravedad. En tiempos de Polibio todo el mundo pensaba en
el veneno, aunque no es seguro que se creyera lo mismo en aquel momento. La
enfermedad fue lenta, y quizás duró varios meses. Con cincuenta y ocho años de
edad, es difícil precisar la causa, aunque podría tratarse de una enfermedad
natural, quizás tuberculosis:
...lo ocultó a todos los
servidores, pero a uno, Cefalón, que él apreciaba mucho, se lo dijo, sin poder
contenerse. En una ocasión en que, durante su enfermedad, el criado en cuestión
le servía solícitamente, él le mostró unos esputos sanguinolentos que estaban
en la pared y le comentó: «Cefalón, esto es el premio de la amistad que recibo
de Filipo.» Polibio, 8.12.
Taurion ... le dio un
veneno, no pronto y violento, sino de aquellos que causan al principio en el
cuerpo un calor lento y una tosecilla sorda, y de este modo llevan poco a poco
a la consunción... Arato... apuró hasta el fin su mal en silencio y
tranquilamente, como si fuera una de esas enfermedades comunes y frecuentes...
Plutarco, Arato
No es fácil ver la razón por la que Filipo, el acusado de
envenenar a Arato, obtendría ventajas con su muerte. Aunque sus relaciones se
habían enfriado, Filipo no parecía tener un sustituto claro en la dirección de
la Liga. Muy significativamente, tras la muerte de Arato el rey no cambió su
política respecto a la federación aquea, a la que siguió considerando como una
aliada. No intervino, que nosotros sepamos, en su política interna, y aunque es
verdad que se desatendió en cierta medida de ella, también lo es que, como
veremos, le surgieron nuevas preocupaciones en el norte de Grecia, en áreas más
cercanas a Macedonia, que centraron su interés.
En cualquier caso, Arato murió en Egio siendo estratego de la
Liga, y allí fue enterrado. Más adelante, y tras un oráculo en Delfos, se le
dieron honores divinos como héroe, y fue trasladado en procesión solemne hasta
Sición, su ciudad natal. En tiempos de Plutarco, en el siglo II después de
Cristo, todavía se le ofrecían sacrificios en dos fechas del año: el día de su
nacimiento y aquél en el que llegó al poder en Sición. Pero no hay mejor
epitafio que el que le dedicó Polibio:
Muchas veces había sido
general en jefe de los aqueos y había hecho grandes beneficios a su linaje; por
eso, con motivo de su muerte, se le rindió el homenaje debido, tanto en la
patria como en la comunidad aquea. Se le decretaron los sacrificios y los
honores correspondientes a un héroe y, en resumen, todo lo que contribuye a
inmortalizar la memoria de un hombre, de manera que si los muertos, en alguna
forma, son todavía capaces de percepción, sería natural que a él le placiera el
agradecimiento de los aqueos y que no le causaran pesar los riesgos y
penalidades que soportó durante su vida. Polibio, 8.12.
La muerte de Arato pudo ser, para los ciudadanos de la Liga Aquea,
lo que parecía el final de un periodo de luchas y guerras. El Peloponeso
permanecía en paz desde 217, y la guerra de Filipo con los romanos tenía que
verse como muy lejana. Arato sería, quizás, como Wiston Churchill en la mente
de los ingleses de la segunda mitad del siglo XX, un símbolo del pasado, de una
época de conflictos y peligros, inherentes a la formación de la federación,
combatida por enemigos externos e internos. Pero en ese momento, y con la
excepción de Corinto, en manos macedonias, la expansión de la Liga, territorial
y demográfica, había alcanzado un máximo. Los aqueos se veían a sí mismos como
un estado próspero y estable, que disfrutaba de la protección benévola de un
monarca poderoso. Si hubo enfrentamientos entre Arato y Filipo, si hubo
conflictos en Mesenia o Esparta, esos eran asuntos de la alta política, que no
hacían prever una guerra inminente.
En 212 Filipo, inasequible al desaliento, volvió a dirigirse hacia
Iliria. En esta ocasión le sonrió la suerte. Roma se encontraba en ese momento
al límite de su capacidad, centrada en los múltiples escenarios de la guerra
con los cartagineses, en España, Siracusa, Capua, Tarento y otros lugares. La
flota de Marco Valerio Levino fue retirada para emplearla en el bloqueo de
Siracusa, por lo que Filipo no fue obstaculizado en su expedición. Tomó Lisso,
en la costa adriática, conquista que le permitió asegurar el control de toda la
Iliria, restringiendo la actividad romana a las plazas fuertes de la costa,
Epidamno, Apolonia y Orico. En 211 no parece que saliera en campaña, lo que
podría indicar que había cumplido su objetivo fundamental, reducir la
influencia romana a las ciudades aliadas de la costa, lo que, en cierta manera,
era volver al estado anterior al inicio de la guerra en 216. Es posible que
pensara en buscar entonces un acuerdo de paz, pero los acontecimientos le
enfrentaron a la cruda realidad.
La Primera Guerra Macedónica, 216-212
Ese mismo año Roma
consiguió, en un supremo esfuerzo, recuperar la iniciativa en la guerra con
Aníbal. La toma de Capua restringió la actividad del general cartaginés al
extremo sur de Italia, y la conquista de Siracusa lo aisló de sus bases en
África. Roma disponía otra vez de cierta libertad de movimientos. En el otoño
la flota de Levino reapareció en las costas etolias, y él mismo se presentó
ante la asamblea federal etolia, en Naupacto.
Allí, Marco Levino, tras
haber enaltecido, como garantía de los éxitos logrados en Italia y Sicilia, las
conquistas de Capua y Siracusa, añadió que los romanos mantenían la costumbre,
ya transmitida de sus antepasados, de beneficiar a sus aliados, entre los
cuales, a unos los habían acogido en la ciudadanía y en igualdad de derechos
con ellos, y a otros los tenían en situación tan favorable que preferían ser
aliados a conciudadanos. Los etolios –siguió diciendo– habrían de estar en
mayor honor por cuanto serían los primeros de las naciones allende el mar en
haber conseguido un tratado de amistad con los romanos; Tito Livio, 26. 24.
Los etolios, cuya hostilidad hacia Macedonia era manifiesta, y que
esperaban la posibilidad de resarcirse de su derrota en la Guerra de los
Aliados, diez años antes, aceptaron inmediatamente el ofrecimiento, y firmaron
con Roma un tratado de alianza. La iniciativa de Levino, que actuaba como
comandante militar independiente en el frente de batalla adriático, y
probablemente sin intervención oficial directa del Senado romano, tendría unas
consecuencias históricas trascendentales, semejantes a las decisiones de
Roosevelt en 1940 de apoyar desde la neutralidad el esfuerzo bélico británico,
o en 1942 de centrar la capacidad militar estadounidense en el Atlántico y no
en el Pacífico. Iniciaba un camino que conducía, irremediablemente, al choque
con Macedonia, y que empujaría a Roma a intervenir, progresivamente con más
energía, en la política griega. Ya antes, en 219, Roma había actuado en la
costa iliria para fortalecer su área de influencia y seguridad adriática, pero
ahora, en medio de los combates más duros de la Segunda Guerra Púnica, se
estaba preparando la futura entrada de Roma en los conflictos helenos.
La irrupción de Roma en los asuntos griegos, como aliada de los
etolios, causó una importante controversia en toda Grecia, que Polibio nos
transmite con dos discursos, los de Cleneas de Etolia y de Licisco de Acarnania
ante la asamblea espartana, que fijaron las distintas posiciones de los griegos
ante la nueva guerra. Para los etolios y sus aliados se trataba, esencialmente,
de restablecer el equilibrio anterior a la Guerra de los Aliados de 220-217, de
luchar contra la hegemonía que Filipo V de Macedonia imponía sobre Grecia. En
palabras de Cleneas,
¡Espartanos! Estoy
convencido de que nadie se atrevería a negar que el imperio macedonio ha sido
para todos los griegos el inicio de la esclavitud Polibio, 9. 28.
Los acarnanios, por el contrario, y en este discurso Polibio
refleja la posición de la Liga Aquea en ese momento, centraban la crisis en el
peligro que se presentaba para toda Grecia,
Antes disputabais la
hegemonía y el prestigio a aqueos y a macedonios, que son linaje vuestro,
concretamente a su caudillo, Filipo, pero en la guerra de ahora unos hombres
bárbaros, extranjeros, pretenden esclavizar a Grecia entera... Polibio, 9.
37.
Pero los enemigos de Filipo de Macedonia y la Liga Aquea no
estaban dispuestos a dejar pasar la oportunidad de contar con el apoyo de la
gran potencia romana para enfrentarse a sus rivales en Grecia. En el tratado
entre Etolia y Roma fueron incluidos los eleos y espartanos, aliados de la Liga
Etolia, algunos reyezuelos de Iliria y Tracia, siempre sometidos a gran presión
por parte de los macedonios, y el reino de Pérgamo. Este reino había surgido a
principios del siglo III antes de Cristo en condiciones parecidas a las que
dieron lugar al desarrollo de la Liga Aquea. A la muerte del rey Lisímaco,
Eumenes, el comandante de su guarnición en Pérgamo, ciudad del oeste de Asia
menor, se declaró independiente en 263. Su sucesor, Atalo I, tras luchar con
éxito contra las tribus celtas, los gálatas, que se habían instalado en la
región, amplió su base territorial y pudo proclamarse rey en 240, creando un
pequeño estado con salida hacia la costa norte del Egeo. Presionado por
Macedonia, Bitinia y los seleúcidas, buscó la colaboración con Egipto y Rodas,
a través de las cuales entabló contactos diplomáticos y comerciales con Roma,
favorecidos tanto por el mito de que Roma tenía su origen en la huída de Eneas
de Troya, situada en territorio de Pérgamo, como por el interés romano por el
culto de Cibeles, la diosa madre, cuyo santuario estaba también en territorio
de Pérgamo. El tratado de 211 le permitió convertir esos contactos en una
alianza, objetivo largamente perseguido, que más adelante convertirían a
Pérgamo en el punto de apoyo más importante de la política romana en el mundo
griego.
Los aliados griegos de Roma en 212
En ese momento, para
Roma la alianza con Pérgamo significaba no sólo el apoyo diplomático de un
importante estado, sino sobre todo la asistencia de una gran flota en el Egeo.
A principios de 210 Levino, nombrado cónsul en Roma –resultado evidente del
reconocimiento senatorial a su acción diplomática en Grecia–, y satisfecho con
las nuevas alianzas, cuyas fuerzas consideraba suficientes para mantener a raya
a Filipo y hacerle olvidar cualquier hipotético plan de invasión de Italia,
retiró de Grecia su legión, dejando sólo la flota al mando del pretor Publio
Sulpicio Galba.
Por el contrario, en la Liga Aquea, el tratado firmado entre
etolios y romanos y la generalización de la guerra a todo el mundo griego
representaba la vuelta a los conflictos de diez años antes. Volvía a verse
enfrentada, como aliada de Macedonia, a eleos, espartanos y etolios, con el
agravante de que ahora la intervención romana aseguraba a sus enemigos el
dominio del mar, y mantendría ocupada a Macedonia lejos del Peloponeso. Los
aqueos afrontaban de nuevo, poco después de la desaparición de su líder
político más carismático, un destino incierto.
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