29.
EL DESAFÍO
Mientras las embajadas de la Liga Aquea y Esparta se dirigían a
Roma, probablemente en los primeros meses de 148, la política internacional
continuaba agitada. En su guerra contra los cartagineses los romanos se
mostraron incapaces de imponer su gran superioridad, y Cartago resistió tras
sus poderosas murallas el asedio de las tropas enviadas por el senado, y
alcanzó incluso algunos éxitos parciales. Por añadidura, cuando el senado
recibió a las embajadas, su dominio en Grecia no era todavía seguro, debido a
la revuelta todavía viva de Andrisco, el falso Filipo. Pero antes de dar
audiencia a los legados ocurrió un acontecimiento imprevisto. Calícrates de
Leonte, uno de los líderes más veteranos de la política aquea –ya anciano, con
al menos setenta y cinco años de edad–, murió en Roma por causas naturales. Con
maliciosa ironía, Polibio se preguntó sobre los desastres que habrían afligido
a la Liga de haber podido actuar en la embajada, recordando su papel ante el
senado en 183. Fue Dieo el encargado de defender a los aqueos de las
acusaciones de los exiliados espartanos. El debate no condujo a nada y el
senado, cansado de los griegos, e inclinado, tras la sublevación de Andrisco, a
las acciones drásticas, despidió a los legados agriamente sin dar ninguna
respuesta, excepto la exigencia a las dos partes de detener las hostilidades y
esperar la llegada al Peloponeso de una comisión senatorial, que resolvería los
conflictos definitivamente. Sin embargo la vuelta de las embajadas exacerbó aun
más el enfrentamiento. Tanto Dieo ante la Liga como Menálcidas ante los
espartanos intentaron aprovechar el mutismo del senado sobre su decisión final.
Dieo engañó a los aqueos
haciéndoles creer que el senado romano había decretado la completa sumisión a
ellos de los lacedemonios; Menálcidas engañó a los lacedemonios haciéndole
creer que los romanos les habían liberado por entero de la Liga Aquea.
Pausanías, Acaya 12. 9
Inmediatamente la guerra se reinició. Había sido elegido estratego
de los aqueos Damócrito, otro líder “nacional” anti espartano, que ordenó la
movilización del ejército federal. Los requerimientos de las autoridades
militares romanas en Macedonia, ocupadas en la guerra con Andrisco, de detener
la ofensiva fueron desoídos. Los lacedemonios trataron de presentar
resistencia, pero sus tropas fueron aplastadas en las cercanías de Esparta, y
los supervivientes no pudieron hacer otra cosa que refugiarse apresuradamente
en la ciudad. En ese momento, cuando el ejército aqueo tenía todo a favor para
conquistarla, Damócrito dio órdenes de retirarse a las fronteras, e iniciar
desde allí una guerra de posiciones. No sabemos las causas de esa extraña
decisión, que fue muy contestada entre los aqueos. Quizás un soborno espartano,
quizás el miedo a la reacción romana. La asamblea aquea, hábilmente manipulada
por Dieo e ignorante de los términos concretos de la postura del senado romano
y de sus mandatos de detener la guerra, acusó y condenó a Damócrito por
traición, y le impuso a una multa de cincuenta talentos. Incapaz de hacer
frente a la enorme suma Damócrito abandonó su cargo y se exilió
voluntariamente. Era la primera vez que un estratego había sido derrocado de su
cargo. Ni siquiera en medio de la tormenta de la guerra con Cleómenes, cuando
Arato estuvo a punto en 226 de dimitir ante sus fracasos militares frente a los
espartanos, un estratego había sido depuesto. La ambición de poder de Dieo,
dispuesto a encabezar a toda costa el movimiento “nacional”, estaba empujando a
la Liga Aquea a una crisis política de imprevisibles consecuencias.
Este momento marca el inicio de la descomposición del sistema
institucional de la Liga. La vuelta de los exiliados en 151 había significado
la recuperación pública de los sentimientos anti romanos, ampliamente
mayoritarios, y la restauración de un partido “nacional” radicalizado, del que
Dieo se nos muestra como el principal dirigente, siempre dispuesto a acomodarse
a las pasiones populares. La guerra con Esparta sirvió como elemento
desencadenante de la exaltación nacionalista, pero de manera simultánea las
tensiones económico-sociales iban cristalizando en un movimiento político,
sobre todo en algunas ciudades, especialmente Corinto, el gran centro económico
y comercial de la Liga, donde se reunía una importante masa de trabajadores
empobrecidos y esclavos, sin esperanzas de mejorar su situación. La
desaparición de Calícrates, la figura que mejor expresaba la colaboración –para
la mayoría sumisión– con los romanos, rompió los frenos que hasta entonces
habían sujetado la tensión interna de la federación. Una anécdota relatada por
Polibio nos da una imagen del radical cambio provocado en la federación aquea
tras su muerte.
... una casualidad hizo que,
en un mismo día, la estatua de Calícrates fuera bajada a un lugar oscuro y la
de Licortas subida a la luz, restituida a su ubicación originaria. Estos hechos
forzaron a todo el mundo a decir que no se debe abusar soberbiamente del poder
y no perjudicar a los demás... Polibio 36. 13
Pero ni el orgullo de Polibio ante la rehabilitación de la memoria
de su padre ni su satisfacción por la execración del odiado Calícrates, el
responsable de su propio exilio, deben ocultarnos el dramatismo del cambio
político que estaba ocurriendo. Un partido “nacional” cada vez más radicalizado
se mostraba dispuesto a recuperar la antigua política, simbolizada por la
evocación de Filopemen y Licortas, de rechazar la tutela de Roma y exigir para
la Liga una autoridad soberana, libre de imposiciones y dictados. La idea de
colaborar y someterse a Roma como forma de asegurar la estabilidad interna fue
barrida, y sus defensores arrinconados y expulsados del poder. Dieo, convertido
en el dirigente del movimiento nacionalista anti romano y anti espartano,
venció con facilidad en las elecciones convocadas para reemplazar como
estratego al condenado Damócrito.
Dieo reactivó la guerra contra Esparta, en la que logró algunos
éxitos al ocupar varias localidades lacedemonias, lo que llevó a los espartanos
a acusar a Menálcidas, su comandante militar, de incompetencia. Menálcidas,
previendo su procesamiento, trató de huir y exiliarse de nuevo, pero al no
conseguir una vía de escape se suicidó antes de ser detenido. La definitiva
derrota espartana parecía inminente, cuando Dieo recibió un mensaje del
gobernador romano de la nueva provincia de Macedonia. La revuelta de Andrisco
había sido sofocada ese verano. Un ejército, al mando del pretor Quinto Cecilio
Metelo, llegó a Grecia al principio de la primavera y derrotó fácilmente a las
tropas de Andrisco. Macedonia, unida a Iliria y el Epiro, fue reducida al
estatus de territorio sometido a Roma, convirtiéndose en la primera provincia
romana en territorio griego, y Metelo en su primer gobernador.
Los legados que el propretor envió a Dieo recordaron las
exigencias del senado y le ordenaron severamente no actuar contra Lacedemonia.
Debía limitarse a esperar la llegada de la comisión senatorial que se
despacharía desde Roma, que acumulaba ya un desasosegante retraso, posiblemente
por la situación de guerra en África. Cartago seguía resistiendo y el nuevo
cónsul era incapaz de vencer la tenaz defensa de la ciudad. A finales de año
fue elegido cónsul Escipión Emiliano, que recibió el mando de las tropas y el
encargo de emplear todos los recursos que fueran necesarios para tomar y
destruir la ciudad africana. Escipión llamó entonces a Polibio que, totalmente
arrinconado de la vida política aquea, permanecería a su lado durante toda su
campaña en África. Mientras Dieo, obligado por los terminantes mandatos de
Metelo, tuvo que ordenar el cese de las operaciones contra Esparta y aguardar
la llegada de las órdenes del senado, que eran esperadas desde principios de
año.
No sabemos cuando llegó por fin a Grecia la comisión senatorial
encargada de resolver el conflicto entre la Liga y Esparta. Posiblemente lo
hizo en la primavera de 147, encabezada por Lucio Aurelio Orestes.
Inmediatamente fue convocada una asamblea en Corinto para recibirla.
Probablemente la elección de esa ciudad fue intencionada. Corinto era el centro
de las posturas más agresivamente nacionalistas y anti romanas de la Liga, lo
que explica muchos de los acontecimientos posteriores. Antes de enfrentarse a
la asamblea, Orestes convocó a los delegados de las ciudades aqueas a una
reunión en su residencia oficial, y tras reprocharles duramente el que no
hubieran respetado los mandatos del senado y que los ocultaran al pueblo, les
anunció el decreto senatorial sobre la Liga.
...el senado romano había
decretado que ni los lacedemonios, ni siquiera la misma Corinto, deberían
seguir formando parte de la Liga aquea, y que Argos, Heraclea del monte Oeta y
la ciudad arcadia de Orcómenos deberían ser liberados de la confederación. Pausanías,
Acaya 12. 14.1
Las palabras de Orestes eran el reflejo del hartazgo romano ante
la política griega. Durante décadas el senado había emitido decretos y enviado
embajadores intentando aplacar los endémicos conflictos que enfrentaban a las
ciudades griegas, sin conseguir otra cosa que provocar el rencor de los cada
vez más despreciados griegos. Ahora la Liga Aquea, su principal aliado, el
estado griego con el que tenían más confianza y amistad, se resistía a aceptar
sus decisiones y mostraba una arisca resistencia a lo que los romanos entendían
como sinceros esfuerzos de solucionar sus problemas internos. Se debía, por
tanto, poner a los aqueos en su sitio, mostrándoles que el privilegio de ser el
estado griego más estable y próspero se debía al apoyo romano.
De hecho la esencia del decreto era la de reducir a la Liga a las
condiciones en las que se encontraba antes de la intervención romana en Grecia,
durante la guerra contra Filipo V de Macedonia, medio siglo antes. Esparta era
por aquella época una ciudad independiente, Corinto, Orcómeno y Heraclea eran
plazas macedonias obtenidas por los aqueos más tarde, tras la derrota del rey.
Argos se había sublevado y estaba ocupada por el tirano Nabis. Es muy posible
que los romanos tuvieran en mente una segregación posterior de los eleos y los
mesenios. La decisión senatorial era, por tanto, un brusco toque de atención
que recordaba cuanto debía la Liga Aquea a Roma. Ponía sobre la mesa la
cuestión de que la cohesión interna de la Liga era frágil, y que ésta podría
derrumbarse en poco tiempo si se azuzaba el particularismo de las distintas
ciudades que la componían. Los acontecimientos posteriores parecen demostrar
que los romanos no tenían una intención real de destruir la federación, e
incluso que aceptarían un acuerdo si se cedía en el problema lacedemonio, pero
en el ambiente de nacionalismo enardecido en el que se encontraba inmersa la
Liga las palabras de Orestes tuvieron el efecto de arrimar un fuego a un haz de
paja.
Los delegados aqueos, que habían escuchado estupefactos las
palabras de Orestes, que condenaban a la federación a lo que entendían era un
proceso de desintegración que podía terminar con su disolución definitiva, no
esperaron a que el romano terminara de hablar, y salieron de su residencia para
convocar una asamblea popular urgente en la que informar del decreto del
senado. El rumor de que la misma Corinto sería segregada de la Liga se extendió
rápidamente, y cuando Dieo anunció a una furiosa asamblea el contenido del
mandato senatorial, una masa encolerizada se revolvió contra los que consideraba
los culpables del desastre.
Cuando los aqueos oyeron la
decisión de los romanos, al punto se volvieron contra los espartanos que por
entonces residían en Corinto, y los arrestaron a todos, no sólo aquellos que
sabían ciertamente que eran lacedemonios, sino también a todos aquellos
sospechosos de serlo por su corte de pelo, o a causa de sus zapatos, sus
vestidos o incluso sus nombres. A algunos de ellos, que consiguieron refugiarse
en el alojamiento de Orestes, los intentaron incluso arrancar de allí por la
fuerza. Pausanías, Acaya 14. 2
El ataque a la residencia del embajador era un asunto
extremadamente grave. El senado siempre había considerado una agresión a sus
legados como un acto de guerra, y Orestes, indignado, abandonó Corinto entre
amenazas, prometiendo informar de la revuelta en Roma. Tras unos días la
situación se calmó, fueron liberados los detenidos que pudieron probar que no
eran espartanos, y encarcelados como enemigos de la Liga los que sí lo eran.
Pero la revuelta de Corinto había transformado el panorama político de la
federación. Los disturbios habían sido protagonizados por una muchedumbre de
trabajadores y artesanos proletarizados, que habían encauzado su resentimiento
social hacia posturas violentamente nacionalistas, anti espartanas y anti
romanas, y cuyo principal objetivo era imponer un programa de reformas sociales
que les permitiera salir de su situación de miseria. Esos grupos populares se
convirtieron así en un factor de poder en la Liga, puesto que aunque no tenían
acceso a las instituciones del gobierno federal, sí tenían la capacidad de
influir en las decisiones de las distintas asambleas. Algunos líderes políticos
decidieron utilizar en su propio beneficio esa fuerza para consolidar su
posición. Dieo, para ello, radicalizó su postura, presentándose ahora como
defensor de una vaga política de reforma social, a la busca de conseguir el
apoyo de los grupos populares de las distintas ciudades. También surgió una
reacción contraria, un movimiento moderado dirigido por los propietarios, que
hasta entonces habían monopolizado los cargos institucionales, que pronto se
vieron enfrentados a una opinión pública y una mayoría en la asamblea hostiles.
En primavera, cuando se convocaron las elecciones para elegir al nuevo
estratego, la victoria correspondió a un aliado de Dieo, Critolao,
probablemente un corintio.
No sabemos nada sobre la anterior trayectoria política del nuevo
estratego, si provenía de los grupos más radicales del partido “nacional” o del
movimiento popular que estaba emergiendo desde Corinto. Sus ideas estaban
vagamente inspiradas en la antigua tradición de reforma social, de abolición de
deudas y redistribución de la tierra que tenía sus raíces en las actuaciones de
los reyes Agis y Cleómenes de Esparta, a finales del siglo III a. de C. Además
era violentamente anti espartano y anti romano. Critolao mantuvo la tensión con
Lacedemonia, pero antes tenia que enfrentarse a la previsible respuesta de Roma
a los acontecimientos de Corinto. Hizo por tanto votar el envío de una embajada
a Roma, para tratar de aplacar al senado.
Cuando Lucio Orestes llegó a Roma con las noticias de lo que él
consideraba un ataque directo a la autoridad romana, el senado se encolerizó, y
se mostró dispuesto a dar una dura respuesta a los aqueos. Pero al mismo tiempo
los senadores se sorprendieron al descubrir hasta que punto había crecido en
Grecia la animosidad contra Roma. Se decidió por tanto enviar una nueva
embajada, dirigida por Sexto Julio César, con el encargo de imponer el orden y
forzar a los aqueos a aceptar los decretos romanos, pero al mismo tiempo de
tratar de calmar los ánimos haciéndoles ver la conveniencia de mantener las
buenas relaciones con Roma. César partió rápidamente, y tras encontrarse con la
embajada aquea durante el viaje y pedir que los embajadores regresaran con él a
Grecia, llegó al Peloponeso a finales del verano de 147. Poco después se
presentó ante una asamblea convocada en Egio para recibirle.
El discurso de César ante la asamblea fue sorprendentemente
benigno. Las injurias inferidas al anterior embajador romano en Corinto y la
cuestión del decreto senatorial sobre la segregación de algunas ciudades de la
Liga fueron apenas mencionadas. El legado romano se centró en la tradicional
alianza entre Roma y los aqueos, y ofreció iniciar conversaciones sobre la
cuestión espartana, dejando entrever que si se alcanzaba una solución
definitiva a ese problema el senado estaba abierto a reconducir la crisis
diplomática. Los grupos más moderados entre los aqueos se mostraron dispuestos
a iniciar las conversaciones y recuperar las buenas relaciones con Roma, pero
Critolao y Dieo, en minoría en la conservadora capital tradicional de la Liga,
urdieron un plan para hacer fracasar los esfuerzos conciliadores y sortear la
oposición de sus rivales moderados en la asamblea. Critolao aceptó reunirse con
los lacedemonios, y convocó una asamblea en la ciudad fronteriza de Tegea.
César, en la esperanza de haber iniciado el camino hacia el fin del conflicto,
se dirigió a Esparta y convenció a sus dirigentes de que asistieran a la misma
bajo la protección romana. Pero cuando llegó Critolao lo hizo sólo, y con una
actitud claramente obstruccionista.
... hubo una controversia
con los lacedemonios en la que no accedió a nada, pues alegaba que no tenía poderes
para disponer nada sin conocer la opinión mayoritaria [de la asamblea]. Dijo que trasladaría las propuestas a los
aqueos en la próxima asamblea general, que debía celebrarse al cabo de seis
meses. Polibio 38. 11
Los esfuerzos del legado romano por hacer convocar la asamblea en
Tegea fueron obstaculizados por Critolao, que envió mensajes secretos a las
ciudades ordenándoles que no enviaran delegados. César, descubierta la mala fe
de Critolao y Dieo, terminó por regresar a Roma a finales de 147, indignado y
furioso por lo que Polibio llama “la
necedad y locura de aquel hombre”. De hecho, todos los autores antiguos
griegos presentan a Critolao como un apasionado anti romano, dispuesto a llevar
a los aqueos a la guerra contra Roma. Pero él no hacía más que seguir la
doctrina política que habían aplicado décadas atrás personajes como Filopemen o
Licortas en respuesta a las intromisiones de Roma en los asuntos internos del
Peloponeso. Nosotros podemos pensar a posteriori en una ceguera suicida, al
forzar el enfrentamiento con el irresistible poder romano, pero quizás Critolao
supusiera que el momento era favorable para presionar al senado. La guerra en
África continuaba, cada vez más dura la resistencia de Cartago a pesar de los
esfuerzos de Escipión Emiliano. En España había estallado una nueva revuelta de
los lusitanos, liderados por Viriato. Suponía incluso que podía contar con el
apoyo de otros estados griegos, como Tebas, resentida tras haber sido castigada
con tres cuantiosas multas, impuestas por el gobernador romano de Macedonia,
Cecilio Metelo. Piteas, el líder de la Liga Beocia, tebano él mismo, se había
mostrado dispuesto a apoyar a los aqueos en un enfrentamiento con Roma y
arrastrar a los beocios. Quizás pudiera reavivarse de nuevo la revuelta de los
macedonios. Critolao creía ingenuamente que Roma lo aceptaría todo con tal de
mantener la paz en Grecia, y que eso permitiría a los aqueos desafiar el poder
de Roma. Era revivir la estrategia que Filopemen había utilizado cuarenta años
antes, pero en un escenario radicalmente distinto.
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