viernes, 12 de enero de 2018

Javier Negrete:La Gran Aventura De Los griegos XII. La Pentecontecia

 1 periodo que transcurre entre el final de las Guerras Médicas (479) y el inicio de la Guerra del Peloponeso (431) suele denominarse «Pentecontecia», que significa «periodo de cincuenta años».Aunque esta época está más cercana en el tiempo que las Guerras Médicas, su desarrollo histórico es peor conocido. Para estudiarla, nos basamos en el resumen que hace Tucídides en el libro 1 de la Historia de la Guerra del Peloponeso o en los datos que nos ofrecen historiadores menos fiables, como Diodoro de Sicilia. Plutarco es otra fuente importante, pero hay que tener en cuenta que en realidad se trataba de un moralista, no de un historiador, y que escribió en la época romana. Se hallaba más lejos de los hechos de la Pentecontecia que nosotros del Descubrimiento de América. A favor tenía el hecho de que podía acceder a numerosas obras que hoy se han perdido.
Tras Platea, el panorama cambió de forma radical en sólo dos años. Aunque dificil y casi inesperada, fue una victoria al fin y al cabo y alejó definitivamente el fantasma persa de Grecia continental. Por las mismas fechas en que se combatía en Platea, la flota griega libró otra batalla en el promontorio de Micale, cerca de Mileto. Allí, bajo el mando nominal del rey espartano Leotíquidas y el efectivo del general ateniense Jantipo, los griegos sorprendieron varada en la orilla a la armada persa. Ésta no debía ser ni de lejos tan grande como la que había invadido Grecia el año anterior, pues Jerjes había licenciado a buena parte de la flota; no obstante, el ataque supuso un golpe devastador para el poder persa en el Egeo. Los barcos ardieron en la orilla, mientras las tropas griegas atacaban el campamento enemigo. Para colmo de males -desde el punto de vista persa-, los jonios se sublevaron y ayudaron a sus parientes del continente a rematar la victoria. Al mismo tiempo, se extendieron las revueltas por las demás ciudades jonias, y las islas de Samos, Lesbos y Quíos se sumaron a la alianza griega.
El círculo abierto hacía veinte años se había cerrado. Lo que pareció una locura una generación antes, la revuelta joma, había dado sus frutos. Los jonios volvían a ser libres.
EL FINAL DEL LIDERAZGO ESPARTANO
El trabajo no había terminado con Platea ni Micale, pues aún quedaban enclaves persas en el Egeo, sobre todo en los estrechos, la delicada zona de contacto entre Asia y Europa. En el curso normal y previsible de las cosas, Esparta debería haber seguido dirigiendo la alianza griega. Aunque al principio de la guerra su conducta había sido dudosa, incluso un fracaso como el de las Termópilas se había convertido, gracias al honorable sacrificio de Leónidas y sus hombres, en una gloria propagandística.Y nadie podía discutir que en Platea los espartanos habían cargado con el peso de la acción. Pero Esparta dilapidó su crédito rápidamente, en parte por las acciones de Pausanias y en parte por incapacidad y falta de vocación para capitanear a los demás. ¿Qué había cambiado para que renunciara de esa forma al liderazgo al que tan tenazmente se había aferrado año y medio antes, hasta el punto de rechazar la ayuda de Siracusa por no ceder el mando?
Tras Platea y Micale, la guerra había dejado de ser defensiva. Grecia continental estaba limpia de enemigos, pero los griegos comprendían que la situación en el Egeo no sería estable mientras cada orilla estuviera en manos de una potencia diferente. Así debió pensarlo Darío cuando envió a Mardonio a ocupar Tracia y a Datis a conquistar Atenas en la campaña de Maratón: si ambos litorales eran persas, su imperio estaría mucho más tranquilo y seguro.
Ahora, eran los griegos quienes pensaban como Darío. Aún no se les había pasado por la cabeza conquistar todo el Imperio persa, un proyecto que empezaron a concebir varias mentes en Grecia a partir del año 400. Pero sí podían convertir el Egeo en un mar helénico, de modo que sus flotas pudieran conseguir siempre fondeaderos seguros. Para ello, tenían que seguir luchando, y hacerlo a la ofensiva y en escenarios cada vez más alejados de sus bases.
Una campaña de estas características rebasaba el alcance y la comprensión de la política espartana. A Platea habían enviado 5.000 hoplitas, pero no podían volver a arriesgar tantas tropas fuera de casa, pues la amenaza de una revuelta ilota era una espada que colgaba sobre sus cabezas. Además, la guerra en el Egeo sería fundamentalmente naval. Esparta no poseía experiencia marinera, ni probablemente deseos de luchar en una campaña protagonizada por las capas inferiores de la sociedad (el número de hoplitas en cada nave era muy reducido en comparación con el de remeros y marineros).
En suma, Esparta no tenía ningún interés real en proseguir la guerra. Su territorio estaba seguro, así que podía regresar a su burbuja temporal y encerrarse en su mundo agrario y aristocrático, lejos del desarrollo histórico que se producía en el resto de Grecia. Eran las ciudades de Jonia, de la costa de Tracia y de las islas las que deseaban borrar del Egeo los últimos restos del poderío persa, pues en ello les iba su independencia política y económica. La solución que habían propuesto los espartanos para ellos, regresar en masa a Grecia, les parecía inaceptable, y además habría sido una locura imposible. En el pasado habían emigrado huyendo de la superpoblación de sus ciudades. ¿Cómo iban a volver ahora?
A pesar de lo dicho, Esparta siguió actuando en los primeros años de este periodo como líder de Grecia. La razón, como tantas veces en la historia, tenía que ver con un solo individuo: Pausanias, un personaje tan activo como lo había sido Cleómenes y con ideas igualmente expansivas.
El regente se había convertido en el gran héroe de la ciudad y de toda Grecia por su generalato en la victoria de Platea (pese a los numerosos errores que tanto él como otros cometieron en la batalla). Gracias a la reputación ganada, Pausanias mandó las tropas que durante el año 478 conquistaron la mayor parte de Chipre y después la ciudad de Bizancio. Cuando tomaron ésta, el espartano empezó a comportarse como un déspota oriental.Tal vez la púrpura se le subió a la cabeza, o es que su verdadera naturaleza asomaba al verse lejos de la ciudad de Esparta, de sus rígidas normas y de su sobriedad impuesta por ley y costumbre. Era un tópico que los lacedemonios se corrompían fácilmente lejos de su tierra,' y la tentación crecía ahora, con la cantidad de botín que estaba cayendo en manos de los griegos. Al contemplar las lujosas tiendas de los persas y descubrir el refinamiento con que vivían sus oficiales, Pausanias adquirió las costumbres de un sátrapa e incluso empezó a utilizar ropas persas.
Los griegos sentían una curiosa mezcla de fascinación y repulsión por la vestimenta oriental. Antes de las Guerras Médicas ya se habían puesto de moda muchas prendas asiáticas, y después de ellas, cuando se pasó la histeria antipersa, volvió a ocurrir. Por ejemplo, sabemos que en época de Aristófanes había unas zapatillas muy populares entre las mujeres llamadas «pérsicas». Siglo y medio después, Alejandro también adoptaría ropaje oriental, lo que le acarreó problemas con sus hombres.
            EL VESTIDO GRIEGO

Básicamente, los griegos usaban dos prendas: la túnica y el manto. Los tejidos más comunes eran la lana y el lino. La seda y el algodón eran productos exóticos y muy caros que apenas se usaban.
La túnica consistía en un simple rectángulo de tela al que se daban formas variadas enrollándolo alrededor del cuerpo con diversas longitudes. Para sujetarla se usaban broches, alfileres y a veces unos cuantos puntos de costura. Permitía mucha libertad de movimientos, pero a menudo dejaba ver partes del cuerpo, como los famosos muslos de las muchachas espartanas. El tipo más habitual de túnica, el quitón, se sujetaba o ataba en los dos hombros y se ceñía con un cinturón. La de los hombres llegaba hasta las rodillas, aunque en ocasiones solemnes se llevaban túnicas hasta los pies.
La túnica femenina era similar. Tan sólo variaba la forma de ponérsela y los estampados y colores, más variados. Normalmente la pieza de tela era tan larga que se podía doblar sobre el cuerpo como si fuera una blusa vestida sobre la túnica.Además, las mujeres se ajustaban la prenda en la cintura o las caderas para que al caer formara un fino drapeado, e incluso plisaban el tejido con las uñas. Los dos tipos básicos de túnica eran el peplo de lana, más sencillo y prendido con fibulas, y el quitón de lino, cosido por los lados. Como el lino abrigaba menos y era más transparente, lo normal era que se pusieran un manto encima.
El manto o himation era otro rectángulo de lana, pero más grueso, y se echaba encima del cuerpo sin ajustarlo con nada. Solía enrollarse alrededor del brazo izquierdo, de modo que el derecho quedaba libre. Había quienes vestían tan sólo el manto, bien por pobreza o bien por querer aparentarla, como ciertos filósofos, entre ellos, Sócratesy Diógenes. Los soldados y viajeros usaban un manto más corto, la clámide, que sí se sujetaba a los hombros.
La túnica misma servía de ropa interior para la casa: cuando uno se quitaba el cinturón era como si se quedara en pijama y zapatillas. Había quienes debajo no llevaban nada, pero otros se ponían el llamado perizoma, una especie de taparrabos que también usaban las mujeres, sobre todo durante la menstruación. Además, ellas se envolvían los pechos con una banda llamada stróphion a modo de sujetador.
Pero Pausanias no se limitó a la ropa, sino que adoptó modales de autócrata: insultaba e imponía castigos fisicos a sus subordinados, y cuando llegaba la hora de repartir el botín lo acaparaba todo como Agamenón en la Ilíada. Los espartanos, acostumbrados a la disciplina, podían consentírselo con mejor o peor cara. Pero no así el resto de los griegos. Los aliados se quejaron a las autoridades de Esparta y, para colmo, lo acusaron de haber entrado en tratos con Jerjes, a quien le habría pedido la mano de su hija a cambio de entregarle Esparta y el resto de Grecia. No es imposible que así ocurriese, porque los persas, como el Imperio Romano en sus relaciones con los bárbaros, sabían recurrir a la diplomacia cuando sufrían alguna derrota militar.
Los éforos llamaron al regente a Esparta, donde lo juzgaron por traición.Aunque fue absuelto por falta de pruebas, se le prohibió mandar más ejércitos: los espartanos habían decidido renunciar definitivamente a las operaciones en el Egeo y abandonaron la alianza con Atenas y el resto de los jonios.
No obstante, Pausanias se las arregló para dirigirse a Bizancio en una nave prestada, y allí volvió a las andadas. Cuando los atenienses se hartaron de su arrogancia y lo expulsaron de la ciudad, Pausanias se instaló en la comarca de la Tróade, hasta que los éforos lo reclamaron por segunda vez a Esparta enviándole un heraldo oficial. Pero tampoco esta vez consiguieron demostrar nada contra él.
Pausanias, que no estaba destinado a ser rey, se había acostumbrado al poder y no quería renunciar a él de ninguna manera, de modo que emprendió una huida hacia delante. Se cuenta que llegó a organizar una revuelta de los ilotas, pero hay ciertos motivos para dudar de esta información. Aunque el miedo a los ilotas en Esparta estaba bien fundado, también tenía algo de patológico. Acusar a un espartano de pro ilota debía ser como llamarlo comunista en la América de McCarthy o burgués en la China de Mao: empezaban los gritos y se acababan los argumentos.
Según Tucídides (1, 133), uno de los ilotas implicados en la supuesta rebelión actuó de chivato policial de un modo muy peculiar. En la cabaña donde el ilota citó a Pausanias, los éforos hicieron construir un compartimento disimulado tras un tabique y se escondieron detrás de él para escuchar la conversación: ellos mismos actuaron como micrófono oculto.
Al enterarse de que lo iban a detener, Pausanias se acogió a sagrado en el templo de Atenea Calcieco, «la de la morada de bronce». Sacarlo recurriendo a la violencia habría sido un sacrilegio, así que los éforos se limitaron a acordonar el santuario y a tapiar la entrada. Se cuenta que su madre Teano fue quien puso la primera piedra para que no pudiera salir, pues prefería tener un hijo muerto que traidor.' Quienes hayan visto Yo, Claudio recordarán la terrible escena de Antonia montando guardia en la puerta de los aposentos donde deja morir de hambre a su hija Livila.
Pasados unos días, los éforos vieron por un hueco abierto en el tejado que Pausanias estaba a punto de fallecer de inanición. Fue entonces cuando entraron en el templo y lo sacaron a rastras de él, ya sin que ofreciera resistencia. No obstante, incluso esa acción se consideró un sacrilegio, y para compensarla los éforos tuvieron que hacer dos estatuas de bronce y consagrarlas en el templo en honor de Pausanias.Todo esto ocurrió hacia el año 471 o 470, aunque la fecha no está nada clara, ya que se calcula cotejándola con otros acontecimientos.
No fue Pausanias el único que tuvo un fin lamentable. Antes que él, Leotíquidas había sido acusado de aceptar sobornos en Tesalia, y para evitar que lo juzgaran optó por no regresar a Esparta, de modo que los éforos lo depusieron in absentia. Todo ello hundía el prestigio de Esparta en el resto de Grecia, mientras que en el interior corroboraba las teorías de los conservadores que pensaban que las influencias exteriores eran muy negativas, pues pervertían el carácter espartano.' Es posible que las acusaciones contra Pausanias y Leotíquidas fueran, si no falsas, sí exageradas, y que los éforos actuaran contra ellos por recelo, temerosos del prestigio personal que estaban consiguiendo gracias a sus éxitos militares en el exterior. Las luchas internas por el poder pueden atentar contra los intereses generales de una ciudad (y de un partido político, por cierto). Además, desde el punto de vista de los éforos, lo mejor para Esparta era que las cosas siguieran como hasta ahora: su sistema político, considerado el más estable, podía sufrir perturbaciones devastadoras en contacto con el mundo exterior.
LA LIGA DE DELOS
Los atenienses carecían de tales prejuicios contra el cambio. Aunque, entre ellos había conservadores, en general tendían al neoterismós, el amor por las novedades. Además, después de la guerra, pese a que habían visto su patria devastada por dos veces, estaban muy crecidos. Una muestra: antes de Maratón, el dramaturgo Frínico había pagado una multa de 1.000 dracmas, casi tres años de sueldo para un operario especializado, por tratar temas de actualidad en La caída de Mileto. Sin embargo, tras Salamina y Platea, el mismo Frínico pudo escribir Las fenicias -tragedia perdida-, y Esquilo Los persas -que sí se ha conservado-, ambas sobre las Guerras Médicas. El poeta Simónides, muy anciano, también compuso poemas sobre las batallas navales de Artemisio y Salamina.Aquél era el momento del optimismo y del autobombo en Atenas. Después de las tribulaciones que habían pasado, creo que se lo merecían. En este clima de confianza, los atenienses decidieron recoger el testigo que cedía Esparta y se convirtieron en líderes de Grecia.
Aquello no ocurrió de la noche a la mañana, pero casi. Tras la batalla de Platea, los soldados atenienses volvieron al Ática, donde se reunieron con sus familias. Por dos veces habían tenido que abandonar su patria, pero estaban decididos a que no volviera a ocurrir jamás. Obviamente, era imposible fortificar toda el Ática, pero sí podían rodear la ciudad con unas murallas lo bastante sólidas como para acoger durante un tiempo a todos los habitantes de la región.
El problema era que los espartanos recelaban de los muros. En su propia ciudad no existían, pues consideraban que el mejor baluarte era el valor de sus ciudadanos. Su argumento era que una ciudad fortificada podía convertirse en el bastión inexpugnable de los persas si triunfaban en una nueva invasión. Obviamente, si las demás ciudades no disponían de murallas, los espartanos, casi invencibles en campo abierto, podrían entrar en ellas cuando quisieran y cambiar regímenes políticos a su antojo. Corrijo. La expresión «a su antojo» implica cierta arbitrariedad, y no era ése el caso: siempre instauraban oligarquías.
En aquel momento volvió a aparecerTemístocles, de cuyas actuaciones durante el año de Platea y Micale apenas se sabe nada. El héroe de Salamina convenció a sus conciudadanos de que levantaran cuanto antes un muro defensivo. Las excavaciones han demostrado que en los sillares inferiores de los llamados «muros de Temístocles» se usó material de todo tipo, incluyendo lápidas y los tambores de las columnas de un templo de Zeus que nunca llegó a erigirse. La muralla, una vez construida, tenía una base de sillares de piedra de un metro de altura sobre la que se elevaban 7 metros más de ladrillo, y medía 2,5 metros de anchura. El relleno entre los paramentos laterales de ladrillo era de tierra y cascotes, lo habitual en las fortificaciones griegas.
Mientras todos los atenienses, mujeres y niños incluidos, se esforzaban por levantar la muralla hasta una altura suficiente para defenderse de posibles atacantes,Temístocles acudió a Esparta como embajador. Desde la batalla de Salamina, mantenía buenas relaciones con los espartanos, que, según Plutarco «le otorgaron una corona de olivo en reconocimiento de su sabiduría, le regalaron el mejor carro de la ciudad e hicieron que trescientos jóvenes lo escoltaran hasta la frontera» (Temístodes 18). Ese número de jóvenes se parece sospechosamente al de la guardia real, un honor inusitado para un extranjero.
Al mismo tiempo que Temístocles negociaba con los espartanos sobre la muralla, los atenienses la construían. Cuando las paredes ya estaban a la mitad de su altura, el estadista confesó a los espartanos que les había engañado. Es posible que pensaran en tomar represalias contra él, pero no las materializaron: siguiendo instrucciones de Temístocles, los atenienses habían retenido a su vez a unos embajadores espartanos.Al final se procedió al intercambio de rehenes perdón, quería decir de diplomáticosy Esparta tuvo que aceptar la muralla de Atenas como un hecho consumado. Aunque los lacedemonios habían honrado a Temístocles de la forma que acabamos de comentar, después de este incidente las relaciones con él no volvieron a ser las mismas. Parece evidente que el político ateniense quería que su ciudad fuera la primera potencia de Grecia, y eso significaba colisionar inevitablemente con los intereses de Esparta. Pero hay que tener en cuenta además las luchas políticas dentro de la propia Esparta: Temístocles era amigo personal de Pausanias, lo que significaba que los numerosos enemigos que éste tenía dentro de la ciudad también lo serían del ateniense.
Tiempo después, en la década de 450, siguiendo un antiguo proyecto de Temístocles, los atenienses completaron la fortificación de su ciudad construyendo los llamados Muros Largos. Uno de ellos, de 6 kilómetros de longitud, bajaba hasta el Pireo, y el otro, de 5 kilómetros, llegaba hasta Falero, de modo que todos los puertos de Atenas quedaban protegidos. Más tarde, por consejo de Pericles, se construyó un muro paralelo al del Pireo, de tal manera que entre ambos quedaba un corredor de unos 170 metros de anchura. Al estar tan cerca ambas murallas, eran mucho más fáciles de defender, y en medio quedaba espacio de sobra para que las personas y las mercancías bajaran y subieran desde el Pireo. De este modo, si Atenas sufría un asedio, tenía asegurada la salida al mar, lo que la convertía en una ciudad inexpugnable, ya que sus barcos dominaban el Egeo. Después de la construcción del tercer muro, el de Falero fue prácticamente abandonado.
Una vez protegido su propio corazón, Atenas podía soñar en empresas fuera de sus fronteras. Debido a los abusos de Pausanias y a la torpeza de Esparta, los demás griegos se volvieron hacia los atenienses en busca de liderazgo. En el año 477 nació la Liga de Delos. Se trataba de una alianza defensiva con el fin de luchar contra los persas y evitar que alguna ciudad griega volviese a caer en su poder. Atenas la dirigía, ya que se trataba de una alianza marítima y era el estado que más barcos poseía.
Prácticamente todas las polis situadas a orillas del Egeo formaban parte de la Liga de Delos, y también las que se encontraban junto al pequeño mar conocido como Propóntide -hoy mar de Mármara- que unía el estrecho de los Dardanelos con el Bósforo. Cada estado contribuía con naves de guerra o con fondos destinados a costear las expediciones contra los persas; el total de dichos fondos ascendía a 460 talentos de plata al año. Al principio había más de 150 estados que pagaban tributo, pero a Atenas le interesaba que cada vez más ciudades renunciaran a poner barcos y aportaran dinero en su lugar, pues eso le permitía dirigir la flota casi a su albedrío. Aunque las islas grandes como Quíos, Samos o Lesbos siguieron manteniendo en todo momento sus barcos, el número de miembros que se pasó al sistema de cuotas llegó a 190 en años posteriores.
Gracias al dinero de los aliados, Atenas llegó a tener hasta 300 trirremes. Aunque no todos navegaran a la vez, para equiparlos hacían falta unas 60.000 personas: ni aunque hubiesen puesto a bogar a los Eupátridas en la sentina del barco habrían conseguido tantos remeros atenienses. Eso significa que en los barcos de Atenas remaban muchos extranjeros. En realidad, la Liga de Delos funcionaba como un mecanismo de redistribución. Los impuestos que pagaban los miembros de la Liga salían principalmente del bolsillo de los ricos. Atenas los recaudaba y con ello pagaba a los remeros de su flota... que en muchos casos eran los ciudadanos pobres de las polis de la Liga. Así que el dinero circulaba por el Egeo y todos prosperaban, pues además la flota garantizaba que el mar estuviera libre de piratas y el comercio fuese mucho más seguro.
La sede central de la Liga se hallaba en la isla de Delos. Este pequeño islote, en el que habían nacido Ártemis y Apolo, era el santuario más importante de los jonios. Allí se celebraban los sínodos o reuniones de la Liga, en los que no está claro si todos los miembros votaban en igualdad, como había ocurrido durante la guerra contra los persas, o si los atenienses tenían algún tipo de veto. Pero era evidente que ellos dominaban la alianza.
¿En qué momento se convirtió la Liga en un imperio? Los socios habían acordado libremente pagar el tributo, pero los atenienses revisaban cada cuatro años las cuotas, y a veces las subían de forma extraordinaria. Cuando algún miembro se retrasaba en el pago le cobraban intereses de demora. Los aliados podían reclamar si consideraban que se había cometido alguna irregularidad en el cobro, pero los pleitos relativos al funcio namiento de la Liga se solventaban en Atenas.Y no sólo ésos. Llegó un momento en que todos los juicios que implicaban atimía, es decir, pérdida de derechos ciudadanos, se acabaron celebrando en Atenas. Puesto que los jurados llegaron a cobrar unas dietas diarias de dos o tres óbolos, ésta era una manera de financiar al pueblo ateniense.
En el año 454 se perdió una flota en Egipto, lo que sembró el temor de que la armada persa aprovechara este revés griego para contraatacar. Con la excusa de la seguridad, Atenas trasladó los fondos de la Liga de Delos a su propia ciudad. Se ha calculado que la suma depositada en Atenas a principios de la década de los cuarenta ascendía casi a 10.000 talentos. Era un paso más en la transformación de la alianza en imperio, puesto que los funcionarios encargados de la administración de este caudal, los helenotamías, también eran atenienses. De ahí a utilizar esos fondos en provecho propio sólo mediaba un paso, que dio, como veremos, Pericles. En todo esto se detecta cierto tufillo a imperialismo. Para colmo, a partir de estas fechas dejaron de celebrarse los sínodos de los aliados: Atenas mandaba, y los demás obedecían.
Una vez alejada la amenaza persa tras la llamada Paz de Calias, la Liga de Delos habría debido disolverse, o eso pensaban algunos de los estados integrantes. De hecho, en torno al año 450 hubo varios miembros de la Liga que trataron de borrarse de ella. Los atenienses les obligaron a volver a la fuerza: desde ese momento ya podía hablarse de imperio en términos descarnados. Además, Atenas llevaba a cabo otras prácticas abiertamente imperialistas, como la de establecer cleruquías en tierras confiscadas a enemigos o a miembros rebeldes de la Liga de Delos: así lo hizo en Eubea, en Naxos, en Andros y en el Quersoneso. Los colonos atenienses que se instalaban en estas cleruquías normalmente eran miembros de la cuarta clase que, al recibir una parcela de tierra, ascendían a la tercera clase, la de los zeugitas, y a partir de ese momento servían como hoplitas en el ejército.4
En el año 447 se dio un paso más en la unificación de este peculiar imperio con el decreto que imponía la moneda, los pesos y las medidas de Atenas a todos los aliados.Aunque era una medida beneficiosa para el comercio, muchos miembros de la Liga estaban resentidos por considerarla un paso más en la pérdida de su independencia. Eso explica que a lo largo de los años se produjeran rebeliones como las de Eubea, Naxos o Samos.
EL OCASO DE TEMÍSTOCLES
Temístocles había hecho grande a Atenas. Primero había propuesto a sus conciudadanos que acondicionaran el Pireo, tarea que prosiguió durante toda la primera mitad del siglo v. Después, los convenció para que construyeran la mayor flota de Grecia. Por último, gracias al ardid de Temístocles,Atenas había conseguido unas murallas prácticamente inexpugnables. ¿Qué recompensa obtuvo el estadista?
Según Plutarco, en los juegos Olímpicos del año 476 el público se dedicó a ovacionar a Temístocles como si fuera uno de los deportistas que competían en la pista. Él, al darse cuenta, dijo: «En este día he recogido el fruto de mis esfuerzos por Grecia» (Temístodes 18). Espero que, efectivamente, disfrutara de aquella jornada, porque a partir de aquel momento no atravesó su mejor racha.
Bien fuera porque empezó a despertar antipatías, como sugiere Plutarco, porque el pueblo se había aburrido de él y prefería a líderes más jóvenes como Cimón o porque los atenienses pensaron que convenía dar un giro más pro espartano a la política, Temístocles fue condenado al ostracismo a finales de la década de 470. No era la primera vez que un héroe de guerra sufría castigo o condena. A Milcíades lo sancionaron con una desmesurada multa de 50 talentos después de Maratón por fracasar en una campaña contra la isla de Paros, y al no poder pagarlos el general murió en prisión.
El ostracismo, como ya vimos, no suponía pérdida de derechos ni confiscación de bienes. Temístocles se retiró al Peloponeso, donde vivió durante un tiempo en Argos. Por aquel entonces, se instauró un régimen democrático en esta polis que quizá tuviera algo que ver con las actividades de Temístocles. Parece que también se dedicó a visitar otras ciudades del Peloponeso, lo que despertó los recelos lógicos de Esparta: conociendo al personaje, debía estar intrigando para que establecieran democracias. De modo que lo acusaron de complicidad con Pausanias en sus tratos con Jerjes, y los atenienses creyeron la imputación; algo en lo que, sin duda, influyó que la asamblea estuviera dominada por su rival Cimón.
Cuando los atenienes enviaron embajadores a Argos para detenerlo y llevarlo de vuelta a la ciudad, donde debía ser juzgado, Temístocles escapó. Su periplo fue una auténtica odisea digna de Richard Kimball. Primero viajó a Corcira, donde tenía buenas relaciones, y luego a Epiro. Allí se reunió con su abundante familia, a la que un amigo había sacado de Atenas en secreto. Temístocles se había casado dos veces y había tenido cuatro hijos, tres de los cuales estaban vivos, y cinco hijas.
De Epiro pasó a Asia. Para entonces, no sólo lo perseguían los atenienses, sino el Gran Rey, que había ofrecido la impresionante suma de 200 talentos por su captura.A estas alturas, debía tratarse ya de Artajerjes. Así, al menos, lo asegura Tucídides, aunque el experto en la Persia aqueménida Pierre Bryant piensa que pudo presentarse todavía ante Jerjes.s Con su audacia habitual, Temístocles se dirigió al corazón del Imperio persa en un carruaje cerrado, como si fuese una cortesana jonia enviada de concubina para un noble persa. Una vez llegado a la capital -es de suponer que Susa o Babilonia-, Temístocles se presentó en la apadana o sala de audiencias de Artajerjes y, con el estilo tan dramático al que parecía aficionado, reveló su identidad.
Pese a que muchos consejeros le sugerían lo contrario, el rey recibió a Temístocles e incluso le dio los 200 talentos de la recompensa, ya que se había entregado él mismo. Que la corte persa acogiera a un antiguo enemigo no era extraño: ya lo había hecho con desterrados y resentidos de las ciudades griegas como el tirano Hipias o el rey Damarato. Parece que Artajerjes agasajó a Temístocles como huésped, escuchó sus consejos y le otorgó tres ciudades de Asia Menor, Magnesia, Lámpsaco y Miunte, para que, en palabras de Plutarco, «le dieran pan, vino y comida» (Temístodes 29).
Con el tiempo,Temístocles se instaló con su familia en Magnesia.Vivía con más lujo, sin duda, que en Atenas, aunque algunos detalles demuestran que debía sentir nostalgia de su patria. Por ejemplo, en una visita a Sardes vio una estatua femenina que él mismo había consagrado en Atenas cuando era inspector de aguas, pagándola con las multas cobradas a quienes robaban o desviaban las conducciones de agua de los vecinos (hoy quizá habría multado a los que roban las conexiones wii. El corazón se le debió de conmover y trató de convencer al sátrapa de Lidia de que la devolviera a Atenas, pero la jugada le salió mal y estuvo a punto de costarle el favor real.
Cuando estalló de nuevo una guerra abierta entre Persia y Atenas por el apoyo que ésta dio a la rebelión de Egipto, Artajerjes envió una carta a Temístocles para exigir su consejo y ayuda en la inminente campaña. A Temístocles debió parecerle que una cosa era vivir mantenido por los antiguos enemigos y otra muy distinta ayudarles a derrotar a su patria, a la que él mismo había engrandecido tanto. De modo que bebió sangre de toro (?) o bien un veneno y se dio muerte. Al parecer, el rey persa fue lo bastante comprensivo como para no tomar represalias contra su familia.
Temístocles fue enterrado en Magnesia. Pero, según un tal Diodoro el Geógrafo, sus descendientes devolvieron sus restos al Ática, y los enterraron en el sitio más adecuado para el creador de la flota ateniense: un promontorio cercano al puerto del Pireo, de tal manera que, según unos versos del comediógrafo Platón,
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Será por romanticismo, pero me gustaría pensar que lo que cuenta Diodoro el Geógrafo es verdad.
CIMÓN Y LA BATALLA DEL EURIMEDONTE
Mientras Temístocles permanecía en el destierro, un nuevo líder dominaba la política ateniense. Cimón tenía en común con Temístocles ser hijo de una mujer extranjera: su madre era la princesa tracia Hegesípile, hija del rey Oloro, de cuya estirpe provenía también por línea materna el historiador Tucídides. Pero, por su padre, el célebre Milcíades, Cimón pertenecía a la noble familia de los Filaidas. Fuera por su sangre azul o por otras razones -como que los ciudadanos no perdonaban fácilmente a Temístocles su exceso de inteligencia-, Cimón resultaba más carismático.
Quizá los atenienses apoyaban a Cimón por un sentimiento de culpabilidad, recordando de qué forma tan dura habían juzgado a su padre, el vencedor de Maratón. Al multarlo con 50 talentos condenaron a Cimón a la pobreza. Al menos eso cuenta su biógrafo Plutarco (Cimón 4). Lo lógico es pensar que, si Cimón pudo participar en la política con tanta dedicación, debía tener el riñón bien cubierto. Es posible que le ayudara a mejorar su fortuna haber casado a su hermana Elpinice con Callas, al que siempre suele llamarse «el rico». Los atenienses atribuían el súbito aumento de la fortuna de Callas a un golpe de suerte, ya que en Maratón se había apoderado de un prisionero persa que le reveló dónde había escondido un gran tesoro. La historia seguramente no sea cierta, pero muestra algo sobre aquella época: que los griegos no sólo consiguieron gloria y autoestima al derrotar a los persas, sino también un cuantioso botín que explica en parte el esplendor del siglo v.
Noble por parte de padre, cuñado del hombre más rico de Atenas y casado con Isodice, del poderoso clan de los Alcmeónidas, Cimón no llegaba desnudo a la política. Pues aunque Atenas empezaba a convertirse en una democracia, el nacimiento y las influencias personales seguían contando mucho para ascender hasta el poder, y así seguiría ocurriendo durante un tiempo.
Pero todo esto habría valido de poco si Cimón no hubiera demostrado ser un gran general. Sus éxitos le otorgaron tal popularidad que pudo reivindicar la figura de su padre y no sólo lavar su reputación, sino hacerle tal propaganda que lo convirtió en el estratega estrella de Maratón, cuando tal vez ese papel debería ser compartido con los demás generales, o incluso corresponderle al polemarca Calímaco.
            EL PAPEL DE LOS GENERALES EN ATENAS

A partir de 487, las magistraturas tradicionales perdieron buena parte de su poder, pues empezaron a repartirse por sorteo entre los ciudadanos de las tres primeras clases. Por ejemplo, el polemarca, que en su origen había sido el jefe supremo del ejército y que incluso en Maratón desempeñó un papel importante, se convirtió en una figura con atribuciones religiosas y judiciales en procesos relacionados con extranjeros.
Los atenienses pensaban que cualquier ciudadano podía desempeñar puestos burocráticos en la ciudad: ya hemos visto que uno de cada dos atenienses acababa ejerciendo de epistátes, el «presidente por un día». Por eso, cubrían la mayor parte de los cargos mediante sorteo. Pero eran lo bastante perspicaces para darse cuenta de que la guerra era un asunto muy distinto en el que se jugaban la vida. Por eso elegían personalmente a los diez generales o strategoí, uno por cada una de las tribus creadas por Clístenes. Dichos generales actuaban de forma colegiada, y podían recibir mandos para operaciones concretas con contingentes de toda la ciudad, no sólo de la tribu por la que se les había elegido. Para el mando directo de las tropas de cada tribu se elegía a otros oficiales denominados taxiarcas.
El puesto de general fue durante mucho tiempo el más prestigioso en la política de Atenas. Temístocles, Arístides, Cimón y, más tarde, Pericles, Nicias o Alcibíades consiguieron su influencia gracias al puesto de general. No se limitaban a mandar tropas o barcos, sino que informaban constantemente de sus planes y pedían autorización la asamblea. No bastaba, por lo tanto, con que los generales supieran dar órdenes en el campo de batalla. Aunque hubo algunos cuya reputación se basaba tan sólo en eso, como fue el caso de Lámaco en la Guerra del Peloponeso, en la mayoría de los casos también tenían que saber hablar en público para «vender» sus proyectos a los atenienses o incluso, tras las campañas, para embellecer sus éxitos o maquillar sus fracasos. Si añadimos a esto que los atenienses se pasaban media vida pleiteando, no es extraño que durante el siglo v naciera la retórica: a los profesores del arte de hablar en público no les faltaban alumnos.
Cimón era un decidido pro espartano que llevaba el cabello largo y que llegó a tener el nombre de Lacedemonio a uno de sus hijos. Sus biógrafos hablan de su carácter afable y de su generosidad, de su buena voz y también de su altura y su atractivo, algo muy importante para lograr popularidad en una cultura tan amante de la belleza corporal como la griega. No obstante, se encuentran ciertas sombras en su retrato, como la relación supuestamente incestuosa que lo unía con su hermana Elpinice antes de desposarla con Callas. Elpinice era una mujer, por lo demás, muy interesante. Contaban que tuvo como amante al pintor Polignoto, quien la utilizó de modelo.Ya entrada en años, se atrevió a interpelar en público nada menos que a Pericles, en una época en que lo mejor para una mujer, según el ideal masculino, era que no se hablara de ella (personalmente, creo que muchas mujeres se las arreglaban para gozar de más libertad e influencia de lo que dicta la teoría).
El mayor desafio para Cimón y la recién creada Liga de Delos se produjo en el año 467. El final de las Guerras Médicas no fue un corte tan dramático en la historia como se podría pensar. Igual que sucedió al final de la Segunda Guerra Mundial, el periodo que siguió a Platea fue confuso, turbulento y, a menudo, tan violento como la propia guerra. Del mismo modo que los Aliados se dedicaron a «desnazificar» los países ocupados por Hitler, una tarea en la que se cometió más de un abuso, así la Liga de Delos tenía que «desmedizar» Grecia y el Egeo, y se produjeron algunos desmanes. Por ejemplo, los atenienses expulsaron de la isla de Esciros a sus habitantes e instalaron en ella a sus propios colonos. Aunque sea a pequeña escala, hablamos de deportaciones de población, lo cual recuerda demasiado al siglo xx.
Como decíamos, los persas estaban hartos de sufrir reveses y perder territorios, de modo que decidieron pasar a la ofensiva. El noble persa Ariomandes reunió una flota de 350 barcos en Panfilia (región de la costa sur de Turquía), con el apoyo de un ejército de tierra. Allí, junto a la desembocadura del río Eurimedonte, aguardaron el refuerzo de otras 80 naves fenicias que debían venir de Chipre. ¿Cuáles eran los planes de Ariomandes? Al parecer, navegar hasta el Egeo y, una vez allí, reconquistar las plazas e islas que habían perdido en la costa de Asia Menor.
Pero la Liga de Delos no se resignó a perder la iniciativa. En lugar de esperar en el Egeo, con el que estaban más familiarizados, los griegos decidieron adelantarse a los movimientos del contrario e internarse en aguas desconocidas y más peligrosas. Las costas de Panfilia y Cilicia eran abruptas y recortadas, plagadas de calas ocultas que durante siglos serían base de operaciones de flotillas piratas, como la que secuestró a julio César cuando era joven. De sufrir una derrota, los griegos no tendrían a su alcance tierras aliadas, sino un país enemigo en el que dificilmente podrían sobre vivir. Pero sus últimos éxitos los habían vuelto muy audaces, y además el grueso de la flota lo formaban atenienses, los más propensos entre ellos a lanzarse a la aventura... aunque no siempre para bien, como se comprobaría no muchos años más tarde.
Sobre lo que sucedió a continuación, las fuentes son confusas y contradictorias.Tucídides, siempre el historiador más fiable, sólo menciona la batalla de pasada. Hemos de recurrir a Diodoro de Sicilia y a Plutarco, muy posteriores a los hechos. Es una lástima. Por esta carencia de fuentes, la batalla del Eurimedonte, equiparable en magnitud a las míticas Salamina y Platea y de consecuencias quizá más importantes, no es demasiado conocida.
Antes de la batalla -probablemente cuando los trirremes se encontraban en las atarazanas del Pireo-, Cimón hizo un cambio en las naves que, en cierto modo, suponía una vuelta atrás. Pensando en un combate «a la vieja usanza» y en recurrir al abordaje y a la lucha con lanza y escudo más que a la embestida con los espolones, el hijo de Milcíades dotó a sus barcos de cubiertas completas y de bordas, equiparándolos con las naves de la flota persa (Plutarco, Cimón 12). Hasta entonces, todo lo que tenían eran pasarelas a babor y estribor separadas por una larga abertura central.
Aunque la reforma suponía aumentar el peso de las naves y, por tanto, hacerlas menos maniobreras, permitía aumentar la dotación de hoplitas que combatían en cubierta y subirla de 10 hombres a 30 o incluso más. Eso hace pensar que Cimón estaba pensando más en una operación anfibia, una especie de desembarco de Normandía, que en una auténtica batalla naval como Salamina.
Al llegar a la desembocadura del Eurimedonte, Cimón ofreció batalla a poca distancia de la orilla. Los persas, que tenían muy recientes los desastres de Salamina y Micale y además seguían aguardando la llegada de los 80 trirremes fenicios, rehusaron el combate y trataron de retirarse remontando el río para unirse con sus tropas de tierra, que debían de hallarse a cierta distancia. Cimón los persiguió y la lucha se trabó en aguas confinadas, donde el hecho de haber sobrecargado las naves de hoplitas no resultó tan perjudicial como lo habría sido en mar abierto.Tras verse derrotados en un primer choque, los persas desembarcaron en desorden y muchos de los remeros y soldados de cubierta huyeron, alejándose de las naves.
Los griegos echaron pie a tierra y se lanzaron contra el campamento enemigo. La batalla fue larga y encarnizada, y los atenienses -no lo olvidemos, el grueso de la flota- sufrieron bastantes bajas. Pero al final los persas cedieron y huyeron, dejando atrás a muchos de los suyos, unos muertos y otros prisioneros. De nuevo, como en batallas anteriores, las tiendas y pabellones del enemigo, plagados de riquezas, cayeron en poder de los griegos.
Plutarco se deja llevar aquí por el entusiasmo' y dice: «Cimón, como un atleta curtido en los juegos, habiendo conseguido en un solo día dos victorias, la naval superior a Salamina y la terrestre mayor que Platea, se animó a intentar todavía un éxito más» (Cimón 13). Cuando le llegaron noticias de que habían avistado a los 80 barcos de refuerzo, zarpó de inmediato y se enfrentó con ellos en mar abierto, con amplia superioridad numérica, hay que decirlo. Pero si Cimón había tomado la iniciativa era para luchar con ambos contingentes por separado. Según Plutarco, los fenicios perdieron todos los barcos y la mayor parte de sus hombres. Bajas que había que sumar a los 200 barcos que los atenienses habían hundido o tomado en el enfrentamiento previo.
La nueva Liga de Delos había demostrado de sobra su eficacia. El Egeo era un mar bajo completo control griego y los trirremes de la alianza podían navegar sin temor por buena parte del Mediterráneo oriental. El poder persa en las costas de Asia Menor desapareció durante largos años, y las ciudades jonias ya no tuvieron que temer... Hasta que, al final de la Guerra del Peloponeso, el Estado que se presentaba como campeón de la libertad de los griegos -y no hablo de Atenas- las traicionó.
Por supuesto, el prestigio de Cimón subió como la espuma. En aquel momento, el hijo de Milcíades era el héroe de los griegos. Pero estudiando el destino de sus predecesores, entre ellos su propio padre, podemos anticipar su caída.
LA RUPTURA CON ESPARTA
En el año 464 Esparta sufrió un terrible terremoto que ya hemos mencionado en varias ocasiones. Según Diodoro, murieron 20.000 personas (11, 63), y se dice que sólo quedaron cinco casas en pie. Aunque la cifra pueda ser exagerada, no hay duda de que el seísmo provocó muchas muertes y un estado de estupefacción moral que los ilotas de Mesenia aprovecharon para rebelarse contra el estado que los mantenía oprimidos.
No obstante, los espartanos lograron reaccionar gracias al liderazgo de su rey Arquidamo, que había subido al trono cuando los éforos depusieron a Leotíquidas. Un año después del terremoto, los espartanos consiguieron acorralar a los ilotas en el monte Itome, situado en Mesenia. Pero el asedio se prolongó tanto que decidieron pedir ayuda a los atenienses, ya que gozaban de buena reputación en sitiar ciudades y fortines. Cimón, como buen amigo de Lacedemonia, convenció a la asamblea, para que enviara un nutrido contingente bajo su mando.
Sin embargo, poco después los espartanos despidieron a los atenienses sin que éstos hubieran conseguido tomar la fortaleza. La razón que alegaron fue que no los necesitaban ya, pero parece que recelaban de que los atenienses pudieran ponerse de acuerdo con los mesenios.
En Atenas se tomaron aquello como un menosprecio humillante. El rechazo de Esparta hizo que los atenienses rompieran los últimos vínculos con ella -la Liga de Corinto seguía funcionando teóricamente- y que buscaran alianzas con Argos, su eterna rival. Cuando Cimón volvió a casa, le estaban esperando con los cuchillos afilados. Arístides y Temístocles habían sufrido el ostracismo, y Cimón no iba a ser menos. En 461 se le condenó al destierro. Debía de tener en aquel momento unos cincuenta años.
Hay que subrayar que la enemistad entre Temístocles y Cimón se debía más a la ambición individual que a razones ideológicas. Es cierto que Cimón pensaba que Atenas sólo sería grande si caminaba de la mano con Esparta, mientras que Temístocles creía que los atenienses debían liderar en solitario a los griegos. Pero, aunque seguramente no era un demócrata tan radical como Temístocles, Cimón tampoco era un oligarca enemigo de la democracia. De haberlo sido, los tetes, miembros de la cuarta clase, no habrían servido a sus órdenes en la flota, como hicieron en tantas batallas y, sobre todo, en la brillante victoria del Eurimedonte.
Es probable que Cimón idealizara los viejos tiempos en que los aristócratas monopolizaban el gobierno. Pero él ya había nacido en el nuevo régimen y era un hombre práctico. Sabía que para llegar al poder debía ganar se al pueblo, cosa que hizo recurriendo a lo que los especialistas denominan «evergetismo», que en castellano significaría algo así como «beneficencia».8 Una vez enriquecido con el botín de sus campañas, Cimón lo gastaba con liberalidad ofreciendo banquetes sencillos en los que daba de comer a muchos ciudadanos pobres. Como otros nobles, también invirtió dinero en procesiones religiosas, certámenes teatrales y todo aquello que pudiera prestigiarlo ante el pueblo. Seguramente fue él quien promovió la construcción de la llamada Stoá poikíle, el «Pórtico pintado» que se levantó en el Ágora durante la década de 460. Entre los grandiosos frescos que decoraban este largo pórtico -medía más de 35 metros-, había uno que representaba la batalla de Maratón, con Milcíades exhortando a los atenienses a lanzarse a la carga: era a la vez un homenaje y una reivindicación de su hijo.'
En general, los políticos atenienses, sobre todo si eran de sangre noble, tenían clara una cosa: si al salir de un cargo público y rendir cuentas en la auditoría conocida como cuthync tenían una sola dracma más que antes de entrar, podían prepararse para un buen dolor de cabeza y algo peor. Un político debía invertir su dinero en el bien del Estado, no aprovecharse de éste para llenarse los bolsillos. Por supuesto, hubo excepciones, pero en Atenas nunca se llegó a una cleptocracia.
LAS GUERRAS DE ATENAS
Mientras Cimón estuvo en Esparta con sus hoplitas, o tal vez cuando se le desterró, un político llamado Efialtes del que apenas se sabe nada más presentó una propuesta para reducir los poderes del Areópago. En este tribunal se reunían los magistrados salientes de sus cargos, y como las magistraturas sólo estaban al alcance de las clases superiores, el Areópago era de hecho un senado aristocrático. A esas alturas su influencia se había visto algo menoscabada, porque, salvo los muy ancianos, desde el año 487 sus miembros habían llegado a las magistraturas por sorteo. Pero todavía conservaban cierto poder, ya que los demás funcionarios salientes de sus cargos debían someterse a auditoría delante del Areópago.
Gracias al decreto propuesto por Efialtes, los poderes del Areópago pasaron a la boulé, el consejo democrático. Aunque las clases superiores si guieran monopolizando las magistraturas, ahora tenían que rendir cuentas ante el pueblo. Por eso, como hemos señalado antes, los magistrados procuraban gastar dinero más que ganarlo mientras desempeñaban sus cargos.
Efialtes fue asesinado poco después de que se aprobara su reforma. En algunos libros se resume lo que pasó a continuación diciendo que Pericles lo sustituyó como gobernante, pero es una simplificación. En primer lugar, no había gobernantes en sentido estricto, tan sólo políticos que en un momento dado conseguían más influencia ante el pueblo y de esta manera veían aprobadas sus propuestas de ley. Además, aunque Pericles empezó a actuar en la década de los cincuenta, no está nada claro que fuese todavía el líder principal de la ciudad. De él hablaremos en el capítulo siguiente.
Tras el destierro de Cimón, Atenas llevó a cabo una política descaradamente antiespartana, aprovechándose además de que los lacedemonios habían sufrido muchas bajas por el terremoto y andaban enfrascados en su guerra contra los ilotas. Dice el refrán que «cuando no está el gato, los ratones bailan», y en su baile los atenienses se atrevieron a inmiscuirse en los asuntos de la Liga del Peloponeso.
A partir de este momento, los atenienses se metieron a la vez en tantas guerras y avisperos que es fácil perderse en la enumeración. Firmaron un pacto con Argos, pensando en que si los espartanos intentaban salir del Peloponeso para invadir el Ática, los argivos podrían atacarlos por la retaguardia. Obsesionada con protegerse de esa posible invasión, Atenas se alió también con Mégara, que controlaba el paso a Eleusis, la región más occidental del Ática. En aquel momento Mégara se hallaba en guerra contra su vecina Corinto, de modo que los atenienses libraron varios combates contra esta ciudad. En la primera batalla naval perdieron, pero vencieron en la segunda y también en una tercera contra los de la isla de Egina, que se habían metido en la liza.
Hacia el año 458, los atenienses volvieron a luchar contra los corintios en una serie de batallas un tanto rocambolescas. Como los atenienses tenían tropas asediando la ciudad de Egina y también un nutrido contingente combatiendo en Egipto, los corintios pensaron que no les quedarían soldados suficientes y aprovecharon para invadir el territorio de Mé gara. El general ateniense Mirónides sacó de la ciudad a los hoplitas jóvenes y a los veteranos, que normalmente hacían servicio de guarnición en las murallas, y se enfrentó contra los corintios.Ambos bandos se separaron pensando que habían vencido, pues el combate fue bastante igualado. Pero los atenienses quedaron dueños del terreno y erigieron un trofeo como ganadores.
Cuando llegaron a su ciudad, los soldados corintios se encontraron con que los viejos les decían cosas como «nosotros no dejábamos que los atenienses nos levantaran trofeos» y «en nuestros tiempos sí que sabíamos combatir, no como los jóvenes de ahora, que no valéis para nada». A los doce días, escocidos por las puyas de sus mayores, los corintios volvieron al escenario de la batalla, derribaron el trofeo enemigo y levantaron el suyo. Cuando la noticia llegó a los atenienses que servían como guarnición en Mégara, hicieron una salida y, esta vez sí, propinaron una monumental paliza a los corintios que estaban erigiendo el trofeo. Para colmo, los supervivientes se metieron en una finca rodeada por un foso. Los atenienses los rodearon y su infantería ligera acabó con ellos a pedradas.Todo esto parece más una pelea entre mozos de pueblos vecinos que una batalla de verdad, pero a veces los combates antiguos se reducían a eso.
Los corintios todavía añadieron otra causa de rencor contra los atenienses: Naupacto. El asedio del monte Itome se había prolongado por varios años, hasta que por fin los ilotas mesemos sitiados en él se rindieron con la condición de que se les permitiera salir de su territorio con sus mujeres y sus hijos. Si alguna vez regresaban, convinieron en que los espartanos tendrían derecho a esclavizarlos de nuevo. Los atenienses ofrecieron a estos refugiados un nuevo hogar en la ciudad de Naupacto, situada en la costa norte del golfo de Corinto. Ésta se convertiría en una base segura para que la flota ateniense pudiera operar en unas aguas que hasta entonces había controlado la armada corintia. Evidentemente, eso no gustó a los corintios, ni por supuesto a los espartanos.
Antes hemos mencionado unas tropas atenienses que luchaban en Egipto. ¿Qué hacían tan lejos de casa? Hacia el año 465, quizá antes de que Temístocles llegara a la corte persa, Jerjes fue asesinado en una conjura palaciega. Le sucedió en el trono el más joven de los tres hijos que tenía con su esposa Amestris. Al parecer, el nombre de este príncipe era Ciro, pero al coronarse lo cambió por el de Artaxsacá, «el que gobierna gracias a Arta (el orden universal)». Los griegos lo transcribieron de oído porArtajerjes. Basta comparar los nombres de Jerjes yArtajerjes en persa, Xsayaársá y Artaxsacá, para comprobar que no se parecen excepto en la sílaba xsa.
Ya hemos visto que los súbditos del Imperio persa tenían como costumbre recibir al nuevo monarca rebelándose contra él. En este caso la que empezó fue la satrapía de Bactria, en el actual Afganistán. Allí gobernaba Histaspes, hermano de Artajerjes al que no le hizo la menor gracia que el benjamín de la familia se convirtiera en soberano y, por tanto, se levantó en armas.
Mientras el Gran Rey combatía en el este, un caudillo libio llamado Ínaro consiguió sublevar toda la zona del delta del Nilo. Éste pensó que sólo con tropas egipcias y libias no conseguiría nada, de modo que envió embajadores a Atenas para pedir ayuda. Les debió de hacer muchas promesas, porque aceptaron y enviaron 200 barcos que tenían destinados en una campaña militar en Chipre. Gracias a su ayuda, la revuelta de Egipto triunfó. Al menos, en su primera fase.
A pesar de todo, a Atenas todavía le quedaban recursos para seguir peleando en Grecia. Entre otros motivos porque, aunque Tucídides lo calle, las 200 naves que acudieron a Egipto debieron reducirse a una flota mucho menor tras las primeras operaciones. Ctesias, autor de una Historia de Persia nada fiable, puede sin embargo acercarse a la verdad cuando dice que en Egipto sólo se quedaron 40 barcos atenienses, una cifra respetable (Hist. Pers. 36).
En el año 457, después de un tiempo consintiendo los desmanes de Atenas, los espartanos se decidieron a entrar en acción y, junto con sus aliados y los beocios, vencieron a los atenienses en la batalla de Tanagra. Pero los atenienses se repusieron y, unos días después, el mismo Mirónides que había derrotado a los corintios volvió a enfrentarse contra los beocios en Enofita y los derrotó. Lo de esa batalla debió de ser algo así como: «Ahora que no está tu primo el de esa marca de zumo, a ver si me lo dices a la cara».
Tras la victoria sobre los beocios, Atenas controlaba la Grecia central. Se hallaba en la cima de su poder, y para demostrarlo el almirante Tólmi des (cuyo nombre deriva de tolma, «osadía») circunnavegó el Peloponeso saqueando por doquier e incendió Giteo, el puerto de Esparta. En aquellos días, los atenienses se enorgullecían de que sus soldados morían en escenarios tan alejados como Chipre, Egipto, Fenicia y Grecia. Además, la vecina isla de Egina había caído y los eginetas habían derribado sus murallas y entregado su flota. Fue también por aquel entonces cuando se culminaron las obras de los Muros Largos, que convirtieron a Atenas en inexpugnable.
Pero Atenas estaba pecando de hybris, y pronto empezaron los reveses. En el año 454, el rey rebelde Ínaro fue traicionado y cayó en manos de los persas, que lo empalaron. La flota ateniense que sitiaba Menfis fue atacada por el general Megabizo, quien consiguió bloquearlos en la isla Prosopítida, situada en la parte oriental del delta. Después de año y medio de asedio, Megabizo desecó el canal del río para unir la isla con la tierra firme y, de este modo, pudo atacar a su enemigo sin mojarse los pies. Tan sólo se salvaron unos cuantos atenienses que cruzaron el desierto para llegar hasta la lejana ciudad de Cirene, a más de 1.000 kilómetros. La rebelión egipcia no quedó del todo aplastada, pues lo que Tucídides llama «zonas pantanosas» siguió en manos de un tal Amirteo (Tucídides 1, 110), y diez años más tarde la gobernaba Psamético, descendiente o familiar de Ínaro, que envió un gran cargamento de trigo a Atenas.
Pero los atenienses habían perdido una flota entera. Algunos autores hablan de 200 barcos y 35.000 hombres. Como ya he dicho antes, se trata de una exageración: ni en los peores momentos de la Guerra del Peloponeso Atenas sufrió pérdidas tan brutales. Aun así, el desastre de Egipto afectó mucho a los atenienses, tanto en sus recursos como en su confianza. No obstante, extrajeron alguna consecuencia positiva, ya que les sirvió de excusa para trasladar el tesoro de la Liga a la ciudad de Atenas, y luego utilizaron parte de esos fondos para reconstruir la Acrópolis.
En aquel momento, aprovechando la momentánea debilidad ateniense, se produjeron ciertas disensiones en la Liga de Delos, en concreto en Eritras y en Mileto, que se negaron a pagar sus cuotas anuales. De modo que Atenas se vio peleando a la vez contra los persas en Chipre -Egipto, como vemos, ya se había perdido-, contra algunos aliados morosos en el Egeo y contra Esparta en el Peloponeso y en Grecia central. La situa ción era tan complicada que los atenienses llamaron de vuelta al veterano Cimón, cuyo ostracismo, por otra parte, debía de estar a punto de concluir. Cimón consiguió que se firmara una tregua de cinco años con los espartanos10 y comandó una flota que se dirigió hacia Chipre, donde falleció, no se sabe si de enfermedad o por heridas recibidas en combate. Sin duda, él habría preferido lo segundo, y en cualquier caso supo demostrar con su final que amaba sinceramente a su ciudad y no le guardaba rencor.
En el año 449, atenienses y persas firmaron la Paz de Callas, llamada así por el acaudalado cuñado de Cimón que sirvió de intermediario en ella. La misma existencia de esta tregua ha sido puesta en duda, ya que la menciona Diodoro de Sicilia (12, 4), pero no así Tucídides, mucho más cercano en el tiempo. Lo cierto es que las hostilidades entre atenienses y persas cesaron a partir de ese momento. El Imperio aqueménida prácticamente renunció a la franja costera de Asia Menor: sus tropas no podían acercarse a menos de tres días a pie o uno a caballo del mar Egeo.
Gracias al cese de las hostilidades con Persia, Atenas volvió a tenerlas manos libres para sujetar las riendas de sus aliados de la Liga, como se comprueba por las listas de tributos anuales que se han encontrado grabadas en grandes estelas de piedra. Pero la ciudad se había empeñado en tantas empresas a la vez que no le dejaban de surgir vías de agua por todas partes. En el año 446 los atenienses se vieron sorprendidos por un ejército beocio en Coronea y sufrieron grandes pérdidas. Como resultado de esta derrota, Atenas no tuvo más remedio que abandonar el efimero imperio que había conseguido en Grecia central.
Era evidente que la ciudad no tenía suficiente población para embarcarse a la vez en tantas empresas y mantener vigilada la Liga de Delos.Así que, en 445, los atenienses decidieron prorrogar su tregua con Esparta firmando una paz de treinta años. La situación volvió al statu quo anterior al conflicto entre Mégara y Corinto, y la Liga del Peloponeso y la de Delos se reconocieron mutuamente. Aun así, Atenas se quedó con una base en el golfo de Corinto, la ciudad de Naupacto donde había instalado a los refugiados mesenios.
Aunque resulte increíble, Atenas no sólo no perdió población durante estos años de campañas en tantos escenarios -lo que demuestra que el desastre de Egipto no debió de ser tan grave-, sino que aumentó, hasta alcanzar en el año 431 un máximo de unos 40.000 ciudadanos, más que ninguna otra polis griega. Por aquel entonces, había en el Ática un gran número de metecos, «los que viven con», literalmente. Obsérvese la diferencia con los periecos de Esparta, «los que viven alrededor». El matiz es importante: estos últimos eran habitantes de las polis que rodeaban Esparta, y estaban subordinados a los lacedemonios. En Esparta apenas se permitían extranjeros y, los expulsaban de la ciudad periódicamente. En cambio, en Atenas los forasteros eran bienvenidos. Tan sólo tenían que pagar un impuesto de residencia, y llegado el momento de defender la ciudad también les correspondía embrazar el escudo.
Poco después de firmarse la llamada Paz de los Treinta Años, un personaje llamado Tucídides, hijo de Melesias -no hay que confundirlo con el historiador-, resultó «agraciado» en la votación del ostracismo y tuvo que abandonar Atenas. Este hombre representaba a la facción aristocrática y era el orador más destacado entre los que se oponían al llamado partido del démos. Con el destierro de Tucídides, el panorama quedó completamente despejado para un político cuya influencia había ido aumentando año tras año. En 443 los atenienses votaron como general a Pericles, que ya había conseguido este puesto varias veces. Pero a partir de aquel año, fue reelegido sistemáticamente hasta su muerte en el año 429. Ha llegado el momento de conocerle.

  1  parecido a lo que les pasaba a los funcionarios soviéticos en Ninotchka de Lubitsch, que se dejaban corromper alegremente por el decadente capitalismo occidental.
2 Polieno, Estratagemas, 8, 51. También en Diodoro, 11, 45, pero sin dar el nombre de la madre.
a En Esparta se producían periódicamente expulsiones de extranjeros, conocidas como xenelasías, para evitar que los lacedemonios se dejaran corromper por el contacto con los foráneos.
 cual significaba que entre los hoplitas había cada vez más ciudadanos partidarios de la democracia, y eso por dos motivos: primero, porque estos tetes ascendidos a zeugitas provenían del demos, el pueblo llano; segundo, porque le debían su mejora económica al imperialismo ateniense, que todos identificaban con la democracia.
5 Tucídides, 1, 137; Bryant, 2002, 563.
 en Plutarco, Temístocles, 32.Todos los detalles finales de su vida están extraídos de la biografia de Plutarco, con algún añadido de Tucídides. Muchos expertos, como A.J. Podlecki (Podlecki, 1975, p. 43), creen que hay bastante de novelesco en todo este relato. Es posible, pero ya en tiempos de Tucídides había corrido el rumor de que se dio muerte porque no podía servir al Gran Rey tal como le había prometido (Tucídides, 1, 138).
Plutarco, como tantos otros autores antiguos, mostraba tendencias aristocráticas. Por eso, entre el demócrata Temístocles y los nobles Arístides y Cimón, sus simpatías se decantaban por estos últimos. Aunque hay que reconocer que siempre intentaba ser justo con sus personajes.
8 Como en tantos casos, el uso de una palabra griega otorga más prestigio a lo que se dice. Es la venganza póstuma de los griegos sobre sus conquistadores romanos: un helenismo siempre parece más técnico que la correspondiente palabra con raíz latina. ¿A que pagaremos más a un asesor que nos proponga «sin-ergias» en lugar de «co-laboraciones»? Pues ambas palabras significan exactamente lo mismo: trabajar juntos. Si el médico me ve hecho un trapo y lo achaca a una «caquexia» o «astenia», pienso que se ha ganado su sueldo, mientras que si me dice que tengo «malestar» o «debilidad» sospecho que para oír eso no tenía que haber esperado en la consulta. Si además la palabra griega es esdrújula, miel sobre hojuelas. ¡Perdón! ¿He dicho «esdrújula»? Quería decir «proparoxítona».
9 La batalla de Maratón, que se venció sin más ayuda que la de los plateos, fue cada vez más mitificada por las tres primeras clases que servían como hoplitas. Probablemente entre el pueblo, en su conjunto, la victoria de Salamina era más valorada, pero la mayoría de los testimonios literarios pertenecen siempre a las capas altas de la sociedad.
iu Casi al mismo tiempo que Esparta pactaba con Argos una paz de treinta años que los argivos respetaron escrupulosamente. Algo tan raro en aquellos tiempos como ahora.

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