11.
EL ÚLTIMO DE LOS GRIEGOS
Cuando el general tebano Epaminondas dirigió, en 370, el sinecismo
de los pueblos arcadios del valle del Alfeo, con el objetivo último de oponer
un freno a Esparta en la región, no pudo sospechar el enorme éxito futuro de su
acción. El enfrentamiento entre Esparta y la nueva ciudad, Megalópolis, creció
rápidamente, hasta llegar a convertirse en la mayor rivalidad del Peloponeso.
Desde mediados del siglo IV antes de Cristo cualquier poder enemigo de Esparta
pudo contar con Megalópolis como base de sus operaciones, puesto que el estado
de guerra entre ambas se hizo crónico.
Sobre el papel, las disputas se centraban en el control de la
divisoria entre los valles de los ríos Eurotas y Alfeo. Se sucedían rutinarias
cabalgadas contra las comarcas fronterizas del territorio enemigo, en busca de
parcos botines en alquerías y aldeas, mas la base real de la lucha era la
desconfianza entre las dos urbes, muy cercanas entre sí, y siempre recelosas de
que la rival pudiera en algún momento lanzar un ataque decisivo que significara
el desastre para la propia ciudad. En el curso de esa guerra permanente de baja
intensidad los megapolitanos desarrollaron una tradición guerrera, centrada en
un cuerpo de caballería muy experimentado de propietarios agrícolas. Cuando
Megalópolis se unió a la Liga Aquea, en 234, tanto su tradición militar como la
rivalidad con Esparta fueron asumidas como propias por la federación, lo que la
empujó a la guerra con los espartanos, con consecuencias catastróficas, como
vimos más arriba, en la Guerra Cleoménida. En todos esos acontecimientos
participó, con total seguridad, un joven megapolitano, Filopemen, que más
tarde, a su muerte, sería conocido como “el último de los griegos”.
Filopemen de Megalópolis nació en 253, en el momento en el que
Arato se disponía a recuperar para su familia el control de Sición. De una
estirpe aristocrática de propietarios de tierra, su padre, Craugis, murió al
poco tiempo de nacer, y se encargó su tutela a Cleandro, un exiliado de
Mantinea que, tras perder fortuna y posición familiar en el conflicto por el
que Mantinea se independizó de la Liga Arcadia y se alió con Esparta, había
encontrado refugio en la casa de Craugis. En la adolescencia su mentor fue
Ecdelo, filósofo platónico al que ya vimos como compañero de Arato en la toma
de Sición en 251. Filopemen se educó, por tanto, en el mismo ambiente
aristocrático y cosmopolita en el que Arato había sido formado, con sus ideas
de unificación nacional de las ciudades griegas en torno a principios
aristocráticos, como forma de enfrentarse a las grandes monarquías macedonias.
Se le animó a dedicarse al deporte como forma de conseguir fama y prestigio,
siguiendo los pasos de Arato, pero Filopemen, heredero de una de las
principales familias megapolitanas, desechó esos consejos y se mostró
interesado en la vida militar.
Muy joven participaría en las incursiones contra los espartanos en
las fronteras, destacando por su valentía y empuje. Abandonó pronto la
formación escolar y comenzó a vivir como un rico propietario agrícola,
acostumbrándose a las tareas y rigores del campo, al mismo tiempo que seguía un
irregular adiestramiento militar, basado en la lectura de los tratados de
táctica de la época, así como de las biografías de Epaminondas y Alejandro
Magno, que pronto se convirtieron en sus modelos. Terminó por despreciar
cualquier otro tipo de forma de vida, centrándose, casi hasta la obsesión, en
la milicia.
La ocupación militar, siempre presente en la vida cotidiana del
mundo antiguo, –todo ciudadano podía verse obligado a participar personalmente
en varias batallas a lo largo de su vida–, había alcanzado un elevado grado de
sofisticación en el siglo III antes de Cristo, con una acusada tendencia a la
formación de ejércitos permanentes, encuadrados por un cuerpo de oficiales y
suboficiales cada vez más profesionalizado. En el siglo III antes de Cristo los
mercenarios habían tomado un papel predominante en las batallas, en las que
todavía se mantenían las tradicionales formaciones de ciudadanos en armas. Pero
esas falanges ciudadanas de hoplitas habían perdido la mayor parte de su
efectividad, superadas por la experiencia de los soldados profesionales y
minadas por la deserción y el desinterés de una ciudadanía para la que los
viejos eslóganes de sacrificio por la patria habían perdido todo su sentido.
Sólo allí donde un rey interesado en una política de expansión o un estado
militarizado centraron sus recursos en el desarrollo de sus milicias –como fueron
los casos de Macedonia y Roma–, esas formaciones llegaron a alcanzar el rango
de fuerza semi permanente con un alto nivel de operatividad. El resto de las
ciudades y reinos terminaron por depender de fuerzas mercenarias procedentes de
las márgenes del mundo griego, que flanquearan unas tropas urbanas
progresivamente inoperantes.
Filopemen participó personalmente, con casi total seguridad, en la
carga que en la batalla de Ladocea, en 227, causó la muerte del líder
megapolitano Lidíades y el comienzo de las victorias de Esparta en la Guerra de
Cleómenes. Cuatro años más tarde, con treinta de edad, Filopemen se había
convertido en un personaje importante en Megalópolis. Dirigió la inútil
resistencia frente al asalto de los espartanos en 223 y, cuando Cleómenes
ofreció devolver la ciudad a cambio de un armisticio, encabezó la oposición a
cualquier tipo de conversación o acuerdo con el enemigo tradicional. Al año
siguiente, en la batalla de Selasia, Filopemen tuvo un papel esencial en la
victoria definitiva de Antígono Dosón sobre el rey Cleómenes de Esparta. Al
mando de la caballería megapolitana, en el flanco derecho del despliegue
aliado, observó que las maniobras espartanas ofrecían la posibilidad de
desbaratar el ala izquierda enemiga. Los oficiales macedonios, que habían
recibido la orden de permanecer en reserva, rechazaron con aspereza sus
requerimientos de lanzar una carga y, ante la negativa, lanzó el ataque por su
cuenta al mando de su contingente ciudadano, movimiento que fue seguido por el
resto de la caballería federal aquea. A continuación, herido gravemente en la
acción, rechazó los cuidados médicos y permaneció en la línea de batalla hasta
el final. Los espartanos fueron desorganizados, y el ataque final de la falange
macedonia completó la victoria. Tras ella, el rey Antígono le elogió ante las
tropas, y le ofreció incorporarse como alto oficial en su ejército, pero
Filopemen no aceptó.
Su impetuoso carácter, poco dado a aceptar órdenes o seguir las
indicaciones de otros, no encuadraba bien con el papel de subordinado de un
soberano. Además, es muy posible que sintiera algún tipo de resentimiento hacia
Arato y Antigono Dosón, por la falta de ayuda cuando Cleómenes conquistó y
saqueó Megalópolis, aunque no podamos estar seguros. Buscó su propio camino,
manteniendo su independencia personal, y se encaminó a la región en la que se
encontraban los soldados más experimentados de Grecia en ese momento, Creta,
donde se alistó como mercenario. No vuelve a reaparecer en los textos hasta
diez años después. Sobre dónde estuvo en ese tiempo sólo podemos hacer
conjeturas, aunque en esa época, hacia 220, no escaseaban las guerras en las
que un mercenario cualificado pudiera medrar. Cabe la posibilidad de que
sirviera en Egipto, en la guerra contra Antioco de Siria, en la cual están
atestiguados otros aqueos en puestos de mando. Los reyes de Egipto disponían de
grandes recursos económicos, y su ejército siempre estaba necesitado de
soldados experimentados. Quizás se alistó en algún ejército importante, y es
seguro que participó en las duras guerras que enfrentaban entre sí a las
ciudades cretenses. Terminó por adquirir una gran experiencia en el mando de
tropas y en capacidad táctica, que más adelante aplicó con éxito en el
Peloponeso.
Su momento llegó cuando Roma y la Liga Etolia firmaron su tratado
contra Macedonia en 211. La Liga Aquea, como aliada del rey Filipo V, se vio
enfrentada a una guerra difícil e incierta, y fue obligada a movilizar toda su
capacidad militar. La posición de la Liga era muy débil. En 210, ocupadas sus
tropas en contener a eleos y espartanos, que presionaban en las fronteras oeste
y sur respectivamente, la presencia de la flota romana, unida a la armada de
Atalo de Pérgamo, permitió a los etolios lanzar ataques por mar desde el norte,
ante los que la federación fue incapaz de poner ningún impedimento. Los etolios
asolaron sin oposición el territorio del norte del Peloponeso y, lo que era más
grave, la flota romana atacó, tomó y saqueó dos ciudades aqueas, Egina, en el
golfo Sarónico, y sobre todo Dime, una de las ciudades fundadoras de la Liga.
Sus habitantes fueron apresados y vendidos como esclavos. Sólo la intervención
de Filipo V de Macedonia, que ordenó rescatar a esos ciudadanos a su propia
costa, salvó de la desaparición a las dos ciudades.
La Liga Aquea en 209
El futuro de la
confederación aquea se presentaba muy sombrío. Eleos y espartanos continuaban
amenazando las fronteras, mientras la flota de Sulpicio Galba acechaba la costa
desde Naupacto. Todo parece indicar que en ese momento se produjo un cambio
fundamental en la dirección política de la Liga. En la primavera de 209 fue
elegido como estratego Ciclíadas, posiblemente originario de Megalópolis, con
el apoyo de los ciudadanos de su ciudad. Era el principio del predominio de
Megalópolis en la dirección interna de la Liga Aquea, basado en su importancia
demográfica y en su fuerza militar, forjada tras más de un siglo de luchas con
Esparta.
Filopemen fue llamado para ocupar el cargo de hiparchos, general de la caballería. Ante el peligro se buscó al
soldado más experimentado, y realmente lo era. Filopemen comenzó su cargo con
un programa intensivo de instrucción de las indisciplinadas y poco
experimentadas unidades locales de caballería, formadas sobre todo por
ciudadanos adinerados, poco dispuestos a obedecer órdenes. A través de la
persuasión y, cuando fue necesario, con multas y castigos, consiguió crear un
cuerpo de caballería cohesionado, al que sometió a un estricto entrenamiento en
las tácticas básicas de la caballería mercenaria que había aplicado en sus años
anteriores, sobre todo la capacidad de mantener la cohesión de las unidades y
maniobrar conjuntamente.
En el verano de 209 se hicieron desesperadas llamadas al rey
Filipo para que acudiera al Peloponeso, que fueron atendidas. Filipo no podía
permitirse que la Liga Aquea quedara a merced de los romanos, si no quería
limitarse a defender las fronteras de su reino mientras sus aliados iban siendo
destruidos uno a uno. Tras derrotar la resistencia etolia en Lamia, al sur de
Tesalia, se abrió paso hacia Grecia. Durante el trayecto recibió embajadores de
Egipto, Rodas, Atenas y Quíos, preocupados por continuación de la lucha en
Grecia en un momento de máxima tensión internacional. Filipo no hizo demasiado
caso, pero aceptó un armisticio. Las conversaciones con los etolios tuvieron
lugar en Egio, ante la asamblea aquea. Los aqueos trataron de persuadir a la
delegación etolia de que aceptara la paz, mostrándoles las consecuencias
previsibles de la intervención romana en Grecia.
...los etolios y sus aliados
del Peloponeso afrontan el primer riesgo, y los romanos hacen el oficio de la
falange: se limitan a espiar. Si los etolios son derrotados y aniquilados, los
romanos se retirarán y esta guerra no les habrá dañado en absoluto. En cambio,
si los etolios vencen ¡no lo permitan los dioses!, los romanos nos someterán a
todos, sin perdonarles a ellos: sojuzgarán a todos los griegos. Polibio,
10. 25
Empezamos a ver aquí los esbozos de una idea estratégica tendente
al establecimiento de un contrapeso entre las dos grandes potencias, Roma y
Macedonia, que permitiera a las ciudades y ligas griegas mantener su
independencia diplomática maniobrando en los conflictos entre ellas. Estados
como Rodas o Quíos lo habían hacho así desde inicios del siglo III antes de
Cristo en la compleja política de las guerras de los sucesores de Alejandro
Magno, y otras ciudades veían ahora la posibilidad de que una situación de
equilibrio entre Roma y Macedonia permitiera a los griegos convertirse en el fiel
de la balanza de la estrategia mediterránea.
Es la táctica que De Gaulle aplicó con cierto éxito en la Europa
de los años sesenta del siglo XX, y que actualmente es defendida en muchos
círculos políticos europeos: convertir a la Unión Europea en un contrapeso
entre los intereses de Estados Unidos y Rusia. Pero en el siglo III antes de
Cristo los etolios, confiados en el apoyo de Roma, exigieron compensaciones
territoriales que les permitieran recuperarse de las pérdidas sufridas durante
la Guerra de los Aliados de 220-217, algo radicalmente rechazado por aqueos y
macedonios. El conflicto continuó. Filipo llegó a Argos, donde el pueblo le
ofreció un recibimiento entusiástico. Encargado de presidir los juegos Nemeos,
su comportamiento escandalizó a muchos, por sus excesos báquicos y sexuales.
...Demostró gran locura e
insolencia. Por sus alardes de excesiva licencia durante su estancia en la
región, molestó sin tregua a muchos aqueos, en su mayoría hombres modestos.
Constreñidos por la guerra que los amenazaba por todas partes, los aqueos se
veían forzados a aguantarse y a soportar aquello tan antinatural... Polibio
10, 26.
Justo en ese momento, en medio de las celebraciones, la armada de
Galba, zarpando desde Naupacto, desembarcó en el territorio entre Sición y
Corinto. Avisado el rey, interrumpió sus orgías y dirigió una veloz carga de
caballería que, tras sorprender las dispersas fuerzas romanas, las forzó a
reembarcar con importantes pérdidas. Animado por esa victoria, y una vez
terminados los juegos, Filipo y su ejército se dirigieron a Dime, con la idea
de hostigar las fuerzas eleas y etolias establecidas en las fronteras, y
aumentar la confianza aquea con una campaña en una comarca muy expuesta, como
se vio el año anterior, a los ataques. Atravesó el río Lariso, la frontera
entre Acaya y Élide, acompañado por las fuerzas aqueas, encabezadas por
Ciclíadas. Al día siguiente entabló combate con el ejército eleo, reforzado por
contingentes etolios y, lo que no esperaba Filipo, por una importante fuerza romana,
casi una legión, desembarcada durante la noche.
No sabían que Sulpicio había
pasado con quince naves desde Naupacto hasta Cilene, y que, tras desembarcar en
tierra cuatro mil soldados, durante el silencio de la noche a fin de que la
columna no pudiera ser divisada, había entrado en Élide. En consecuencia, la
imprevista maniobra produjo el pánico una vez que en medio de etolios y eleos
reconocieron las enseñas y armas romanas. En un principio el rey había
pretendido replegar sus tropas; luego, entablada ya la refriega entre los
etolios y los tralos, que es un pueblo ilirio, viendo que los suyos eran
acosados también, el rey en persona arremetió con la caballería contra la
cohorte romana... Tito Livio, 27. 32.
A duras penas Filipo, que se vio personalmente envuelto en el
combate y llegó a perder su cabalgadura, muerta por una lanza romana, pudo
organizar una retirada ordenada, incapaz su caballería de sostener la acometida
de los romanos. De regreso a territorio aqueo llegó la noticia de ataques
ilirios sobre Macedonia, e inmediatamente, tras dejar una importante fuerza en
el Peloponeso para apoyar a los aqueos, se retiró a su reino. La retirada del
rey fue seguida por el traslado de la flota romana hacia el Egeo. Los aqueos,
animados por la intervención de Filipo, combatieron con cierto éxito el resto
del verano contra Macánidas de Esparta, nuevo tirano de la ciudad tras la
muerte de Licurgo, pero sin resultados significativos.
El año 208 el porvenir seguía sombrío para Filipo y los aqueos. La
flota romana, unida a la de Pérgamo, dominaba el Egeo, y atacó sin oposición la
isla de Eubea, clave en la estrategia macedonia, tras lo que saqueó Oreo y
amenazó, aunque sin resultados, la propia Calcis, la principal plaza fuerte de
Filipo en Grecia. Mientras, tracios, ilirios y etolios presionaban en las
fronteras, obligando al grueso del ejército macedonio a mantenerse a la
expectativa en Tesalia. Los aqueos, a su vez, se vieron hostigados por eleos y
mesenios, que ocuparon Trifilia, y sobre todo por Macánidas y los espartanos,
que penetraron profundamente en el territorio federal, y tomaron la ciudad de
Herea. Pero en ese momento la presión a la que Filipo estaba sometido aflojó un
tanto. Prusias, el rey de Bitinia, sin duda incitado por Macedonia, invadió
Pérgamo, lo que obligó a Atalo a regresar a su reino.
Galba, reducida la flota a sus 25 navíos, se retiró a Egina,
paralizando sus operaciones. Eso permitió a Filipo romper su bloqueo, atacando
a los etolios y abriéndose de nuevo paso a través de las Termópilas. Una vez en
Elatea convocó a los embajadores egipcios y rodios, que continuaban con sus
esfuerzos de mediación, con vistas a alcanzar un nuevo armisticio que abriera
el camino a un tratado de paz. Filipo se mostró dispuesto a terminar la guerra.
...si los etolios se
decidían por la paz, él la aceptaba gustoso; de lo contrario, ponía por
testigos a los dioses y a los embajadores de toda Grecia, allí presentes, de
que no Filipo, sino los etolios iban a ser culpables de lo que en adelante
sucediera a los griegos. Polibio, 11. 6.
Los embajadores se trasladaron a Etolia, donde de nuevo los
etolios fueron urgidos, esta vez por el embajador egipcio, a poner fin a la
guerra.
Afirmáis que lucháis contra
Filipo en pro de Grecia entera, la cual, una vez liberada, no deberá obedecer
las órdenes de aquél. La verdad es, sin embargo, que combatís para arruinar y
esclavizar a todos los griegos. Esto es lo que dice vuestro pacto con los
romanos... Si los romanos se desembarazan de la guerra de Italia, cosa que
sucederá de inmediato, porque Aníbal se encuentra acorralado en una región muy
pequeña de los Abruzos, lo lógico será que ataquen con todas sus fuerzas las
tierras de Grecia; aparentemente ayudarán a los etolios contra Filipo, pero en
realidad nos someterán a todos. Polibio, 11. 5-6.
Estas palabras causaron una impresión profunda en la asamblea
etolia, pero no se llegó a un acuerdo. La rivalidad entre etolios y macedonios
era todavía demasiado aguda. Fracasada su tentativa de paz, Filipo se trasladó
al Peloponeso en socorro de los aqueos, incapaces de hacer retroceder a
Macánidas. La noticia de la llegada del ejército macedonio forzó la retirada de
los espartanos, y Filipo recuperó con facilidad Herea y Trifilia. Para el rey
macedonio la Liga Aquea era un aliado esencial en su red diplomática, y estaba
sinceramente dispuesto a apoyarla siempre que fuera necesario. Filipo creía
realmente estar luchando en defensa de la libertad de Grecia, ser el bastión de
su independencia. En ese sentido, personal y propagandístico, sus relaciones
con la Liga, la gran liga democrática griega, eran esenciales para justificar
su política. La defensa de Grecia, de su cultura, pasaba por el sostenimiento
de la Liga Aquea frente a sus enemigos, presentados siempre como bárbaros,
tiranos o piratas.
Estabilizada la situación en el Peloponeso, y aprovechando que la
flota romana permanecía anclada en Egina, Filipo lanzó junto a los aqueos, sin
mucha energía, un ataque a las costas etolias que no obtuvo ningún provecho.
Tras esta infructuosa operación se retiró de nuevo a su reino, pensando en
continuar la guerra al año siguiente. Pero en 207 la guerra comenzaba a
languidecer. Atalo de Pérgamo seguía centrado en su guerra con Prusias de
Bitinia, mientras que Roma, cada vez más absorta en los planes de invasión de
África, dejó de prestar interés a los asuntos griegos. La armada de Galba
permaneció inactiva, lo que hizo que, a su vez, etolios y eleos permanecieron a
la defensiva, mientras Filipo, liberado de gran parte de sus preocupaciones,
dedicó el año a combatir en el norte, contra tracios e ilirios.
La única disputa que se mantuvo viva fue la que enfrentaba a la
Liga Aquea con Esparta. Macánidas, confiado en la lejanía de Filipo, contaba
con seguir manteniendo la ventaja en su lucha con los aqueos, pero las cosas
estaban cambiando dentro de la federación. Filopemen, que había sido nombrado
nuevo estratego en mayo de 208, estaba aplicando sus conocimientos, adquiridos
tras toda una vida dedicada a la milicia, en reforzar el ejército federal con vistas
a la lucha con los espartanos. No tardaría mucho tiempo en utilizar esas
fuerzas renovadas para desafiar la tradicional superioridad militar de los
ejércitos espartanos.
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