sábado, 13 de enero de 2018

Augusto Progo de Lis Grecia Frente a Roma Historia de la Liga Aquea Libro II  Filopmen de Megalópolis 11. EL ÚLTIMO DE LOS GRIEGOS

11.
 EL ÚLTIMO DE LOS GRIEGOS
  
 Cuando el general tebano Epaminondas dirigió, en 370, el sinecismo de los pueblos arcadios del valle del Alfeo, con el objetivo último de oponer un freno a Esparta en la región, no pudo sospechar el enorme éxito futuro de su acción. El enfrentamiento entre Esparta y la nueva ciudad, Megalópolis, creció rápidamente, hasta llegar a convertirse en la mayor rivalidad del Peloponeso. Desde mediados del siglo IV antes de Cristo cualquier poder enemigo de Esparta pudo contar con Megalópolis como base de sus operaciones, puesto que el estado de guerra entre ambas se hizo crónico.
 Sobre el papel, las disputas se centraban en el control de la divisoria entre los valles de los ríos Eurotas y Alfeo. Se sucedían rutinarias cabalgadas contra las comarcas fronterizas del territorio enemigo, en busca de parcos botines en alquerías y aldeas, mas la base real de la lucha era la desconfianza entre las dos urbes, muy cercanas entre sí, y siempre recelosas de que la rival pudiera en algún momento lanzar un ataque decisivo que significara el desastre para la propia ciudad. En el curso de esa guerra permanente de baja intensidad los megapolitanos desarrollaron una tradición guerrera, centrada en un cuerpo de caballería muy experimentado de propietarios agrícolas. Cuando Megalópolis se unió a la Liga Aquea, en 234, tanto su tradición militar como la rivalidad con Esparta fueron asumidas como propias por la federación, lo que la empujó a la guerra con los espartanos, con consecuencias catastróficas, como vimos más arriba, en la Guerra Cleoménida. En todos esos acontecimientos participó, con total seguridad, un joven megapolitano, Filopemen, que más tarde, a su muerte, sería conocido como “el último de los griegos”.
 Filopemen de Megalópolis nació en 253, en el momento en el que Arato se disponía a recuperar para su familia el control de Sición. De una estirpe aristocrática de propietarios de tierra, su padre, Craugis, murió al poco tiempo de nacer, y se encargó su tutela a Cleandro, un exiliado de Mantinea que, tras perder fortuna y posición familiar en el conflicto por el que Mantinea se independizó de la Liga Arcadia y se alió con Esparta, había encontrado refugio en la casa de Craugis. En la adolescencia su mentor fue Ecdelo, filósofo platónico al que ya vimos como compañero de Arato en la toma de Sición en 251. Filopemen se educó, por tanto, en el mismo ambiente aristocrático y cosmopolita en el que Arato había sido formado, con sus ideas de unificación nacional de las ciudades griegas en torno a principios aristocráticos, como forma de enfrentarse a las grandes monarquías macedonias. Se le animó a dedicarse al deporte como forma de conseguir fama y prestigio, siguiendo los pasos de Arato, pero Filopemen, heredero de una de las principales familias megapolitanas, desechó esos consejos y se mostró interesado en la vida militar.
 Muy joven participaría en las incursiones contra los espartanos en las fronteras, destacando por su valentía y empuje. Abandonó pronto la formación escolar y comenzó a vivir como un rico propietario agrícola, acostumbrándose a las tareas y rigores del campo, al mismo tiempo que seguía un irregular adiestramiento militar, basado en la lectura de los tratados de táctica de la época, así como de las biografías de Epaminondas y Alejandro Magno, que pronto se convirtieron en sus modelos. Terminó por despreciar cualquier otro tipo de forma de vida, centrándose, casi hasta la obsesión, en la milicia.
 La ocupación militar, siempre presente en la vida cotidiana del mundo antiguo, –todo ciudadano podía verse obligado a participar personalmente en varias batallas a lo largo de su vida–, había alcanzado un elevado grado de sofisticación en el siglo III antes de Cristo, con una acusada tendencia a la formación de ejércitos permanentes, encuadrados por un cuerpo de oficiales y suboficiales cada vez más profesionalizado. En el siglo III antes de Cristo los mercenarios habían tomado un papel predominante en las batallas, en las que todavía se mantenían las tradicionales formaciones de ciudadanos en armas. Pero esas falanges ciudadanas de hoplitas habían perdido la mayor parte de su efectividad, superadas por la experiencia de los soldados profesionales y minadas por la deserción y el desinterés de una ciudadanía para la que los viejos eslóganes de sacrificio por la patria habían perdido todo su sentido. Sólo allí donde un rey interesado en una política de expansión o un estado militarizado centraron sus recursos en el desarrollo de sus milicias –como fueron los casos de Macedonia y Roma–, esas formaciones llegaron a alcanzar el rango de fuerza semi permanente con un alto nivel de operatividad. El resto de las ciudades y reinos terminaron por depender de fuerzas mercenarias procedentes de las márgenes del mundo griego, que flanquearan unas tropas urbanas progresivamente inoperantes.
 Filopemen participó personalmente, con casi total seguridad, en la carga que en la batalla de Ladocea, en 227, causó la muerte del líder megapolitano Lidíades y el comienzo de las victorias de Esparta en la Guerra de Cleómenes. Cuatro años más tarde, con treinta de edad, Filopemen se había convertido en un personaje importante en Megalópolis. Dirigió la inútil resistencia frente al asalto de los espartanos en 223 y, cuando Cleómenes ofreció devolver la ciudad a cambio de un armisticio, encabezó la oposición a cualquier tipo de conversación o acuerdo con el enemigo tradicional. Al año siguiente, en la batalla de Selasia, Filopemen tuvo un papel esencial en la victoria definitiva de Antígono Dosón sobre el rey Cleómenes de Esparta. Al mando de la caballería megapolitana, en el flanco derecho del despliegue aliado, observó que las maniobras espartanas ofrecían la posibilidad de desbaratar el ala izquierda enemiga. Los oficiales macedonios, que habían recibido la orden de permanecer en reserva, rechazaron con aspereza sus requerimientos de lanzar una carga y, ante la negativa, lanzó el ataque por su cuenta al mando de su contingente ciudadano, movimiento que fue seguido por el resto de la caballería federal aquea. A continuación, herido gravemente en la acción, rechazó los cuidados médicos y permaneció en la línea de batalla hasta el final. Los espartanos fueron desorganizados, y el ataque final de la falange macedonia completó la victoria. Tras ella, el rey Antígono le elogió ante las tropas, y le ofreció incorporarse como alto oficial en su ejército, pero Filopemen no aceptó.
 Su impetuoso carácter, poco dado a aceptar órdenes o seguir las indicaciones de otros, no encuadraba bien con el papel de subordinado de un soberano. Además, es muy posible que sintiera algún tipo de resentimiento hacia Arato y Antigono Dosón, por la falta de ayuda cuando Cleómenes conquistó y saqueó Megalópolis, aunque no podamos estar seguros. Buscó su propio camino, manteniendo su independencia personal, y se encaminó a la región en la que se encontraban los soldados más experimentados de Grecia en ese momento, Creta, donde se alistó como mercenario. No vuelve a reaparecer en los textos hasta diez años después. Sobre dónde estuvo en ese tiempo sólo podemos hacer conjeturas, aunque en esa época, hacia 220, no escaseaban las guerras en las que un mercenario cualificado pudiera medrar. Cabe la posibilidad de que sirviera en Egipto, en la guerra contra Antioco de Siria, en la cual están atestiguados otros aqueos en puestos de mando. Los reyes de Egipto disponían de grandes recursos económicos, y su ejército siempre estaba necesitado de soldados experimentados. Quizás se alistó en algún ejército importante, y es seguro que participó en las duras guerras que enfrentaban entre sí a las ciudades cretenses. Terminó por adquirir una gran experiencia en el mando de tropas y en capacidad táctica, que más adelante aplicó con éxito en el Peloponeso.

 Su momento llegó cuando Roma y la Liga Etolia firmaron su tratado contra Macedonia en 211. La Liga Aquea, como aliada del rey Filipo V, se vio enfrentada a una guerra difícil e incierta, y fue obligada a movilizar toda su capacidad militar. La posición de la Liga era muy débil. En 210, ocupadas sus tropas en contener a eleos y espartanos, que presionaban en las fronteras oeste y sur respectivamente, la presencia de la flota romana, unida a la armada de Atalo de Pérgamo, permitió a los etolios lanzar ataques por mar desde el norte, ante los que la federación fue incapaz de poner ningún impedimento. Los etolios asolaron sin oposición el territorio del norte del Peloponeso y, lo que era más grave, la flota romana atacó, tomó y saqueó dos ciudades aqueas, Egina, en el golfo Sarónico, y sobre todo Dime, una de las ciudades fundadoras de la Liga. Sus habitantes fueron apresados y vendidos como esclavos. Sólo la intervención de Filipo V de Macedonia, que ordenó rescatar a esos ciudadanos a su propia costa, salvó de la desaparición a las dos ciudades.
 La Liga Aquea en 209
 El futuro de la confederación aquea se presentaba muy sombrío. Eleos y espartanos continuaban amenazando las fronteras, mientras la flota de Sulpicio Galba acechaba la costa desde Naupacto. Todo parece indicar que en ese momento se produjo un cambio fundamental en la dirección política de la Liga. En la primavera de 209 fue elegido como estratego Ciclíadas, posiblemente originario de Megalópolis, con el apoyo de los ciudadanos de su ciudad. Era el principio del predominio de Megalópolis en la dirección interna de la Liga Aquea, basado en su importancia demográfica y en su fuerza militar, forjada tras más de un siglo de luchas con Esparta.
 Filopemen fue llamado para ocupar el cargo de hiparchos, general de la caballería. Ante el peligro se buscó al soldado más experimentado, y realmente lo era. Filopemen comenzó su cargo con un programa intensivo de instrucción de las indisciplinadas y poco experimentadas unidades locales de caballería, formadas sobre todo por ciudadanos adinerados, poco dispuestos a obedecer órdenes. A través de la persuasión y, cuando fue necesario, con multas y castigos, consiguió crear un cuerpo de caballería cohesionado, al que sometió a un estricto entrenamiento en las tácticas básicas de la caballería mercenaria que había aplicado en sus años anteriores, sobre todo la capacidad de mantener la cohesión de las unidades y maniobrar conjuntamente.
 En el verano de 209 se hicieron desesperadas llamadas al rey Filipo para que acudiera al Peloponeso, que fueron atendidas. Filipo no podía permitirse que la Liga Aquea quedara a merced de los romanos, si no quería limitarse a defender las fronteras de su reino mientras sus aliados iban siendo destruidos uno a uno. Tras derrotar la resistencia etolia en Lamia, al sur de Tesalia, se abrió paso hacia Grecia. Durante el trayecto recibió embajadores de Egipto, Rodas, Atenas y Quíos, preocupados por continuación de la lucha en Grecia en un momento de máxima tensión internacional. Filipo no hizo demasiado caso, pero aceptó un armisticio. Las conversaciones con los etolios tuvieron lugar en Egio, ante la asamblea aquea. Los aqueos trataron de persuadir a la delegación etolia de que aceptara la paz, mostrándoles las consecuencias previsibles de la intervención romana en Grecia.
 ...los etolios y sus aliados del Peloponeso afrontan el primer riesgo, y los romanos hacen el oficio de la falange: se limitan a espiar. Si los etolios son derrotados y aniquilados, los romanos se retirarán y esta guerra no les habrá dañado en absoluto. En cambio, si los etolios vencen ¡no lo permitan los dioses!, los romanos nos someterán a todos, sin perdonarles a ellos: sojuzgarán a todos los griegos. Polibio, 10. 25
 Empezamos a ver aquí los esbozos de una idea estratégica tendente al establecimiento de un contrapeso entre las dos grandes potencias, Roma y Macedonia, que permitiera a las ciudades y ligas griegas mantener su independencia diplomática maniobrando en los conflictos entre ellas. Estados como Rodas o Quíos lo habían hacho así desde inicios del siglo III antes de Cristo en la compleja política de las guerras de los sucesores de Alejandro Magno, y otras ciudades veían ahora la posibilidad de que una situación de equilibrio entre Roma y Macedonia permitiera a los griegos convertirse en el fiel de la balanza de la estrategia mediterránea.
 Es la táctica que De Gaulle aplicó con cierto éxito en la Europa de los años sesenta del siglo XX, y que actualmente es defendida en muchos círculos políticos europeos: convertir a la Unión Europea en un contrapeso entre los intereses de Estados Unidos y Rusia. Pero en el siglo III antes de Cristo los etolios, confiados en el apoyo de Roma, exigieron compensaciones territoriales que les permitieran recuperarse de las pérdidas sufridas durante la Guerra de los Aliados de 220-217, algo radicalmente rechazado por aqueos y macedonios. El conflicto continuó. Filipo llegó a Argos, donde el pueblo le ofreció un recibimiento entusiástico. Encargado de presidir los juegos Nemeos, su comportamiento escandalizó a muchos, por sus excesos báquicos y sexuales.
 ...Demostró gran locura e insolencia. Por sus alardes de excesiva licencia durante su estancia en la región, molestó sin tregua a muchos aqueos, en su mayoría hombres modestos. Constreñidos por la guerra que los amenazaba por todas partes, los aqueos se veían forzados a aguantarse y a soportar aquello tan antinatural... Polibio 10, 26.
 Justo en ese momento, en medio de las celebraciones, la armada de Galba, zarpando desde Naupacto, desembarcó en el territorio entre Sición y Corinto. Avisado el rey, interrumpió sus orgías y dirigió una veloz carga de caballería que, tras sorprender las dispersas fuerzas romanas, las forzó a reembarcar con importantes pérdidas. Animado por esa victoria, y una vez terminados los juegos, Filipo y su ejército se dirigieron a Dime, con la idea de hostigar las fuerzas eleas y etolias establecidas en las fronteras, y aumentar la confianza aquea con una campaña en una comarca muy expuesta, como se vio el año anterior, a los ataques. Atravesó el río Lariso, la frontera entre Acaya y Élide, acompañado por las fuerzas aqueas, encabezadas por Ciclíadas. Al día siguiente entabló combate con el ejército eleo, reforzado por contingentes etolios y, lo que no esperaba Filipo, por una importante fuerza romana, casi una legión, desembarcada durante la noche.
 No sabían que Sulpicio había pasado con quince naves desde Naupacto hasta Cilene, y que, tras desembarcar en tierra cuatro mil soldados, durante el silencio de la noche a fin de que la columna no pudiera ser divisada, había entrado en Élide. En consecuencia, la imprevista maniobra produjo el pánico una vez que en medio de etolios y eleos reconocieron las enseñas y armas romanas. En un principio el rey había pretendido replegar sus tropas; luego, entablada ya la refriega entre los etolios y los tralos, que es un pueblo ilirio, viendo que los suyos eran acosados también, el rey en persona arremetió con la caballería contra la cohorte romana... Tito Livio, 27. 32.
 A duras penas Filipo, que se vio personalmente envuelto en el combate y llegó a perder su cabalgadura, muerta por una lanza romana, pudo organizar una retirada ordenada, incapaz su caballería de sostener la acometida de los romanos. De regreso a territorio aqueo llegó la noticia de ataques ilirios sobre Macedonia, e inmediatamente, tras dejar una importante fuerza en el Peloponeso para apoyar a los aqueos, se retiró a su reino. La retirada del rey fue seguida por el traslado de la flota romana hacia el Egeo. Los aqueos, animados por la intervención de Filipo, combatieron con cierto éxito el resto del verano contra Macánidas de Esparta, nuevo tirano de la ciudad tras la muerte de Licurgo, pero sin resultados significativos.
 El año 208 el porvenir seguía sombrío para Filipo y los aqueos. La flota romana, unida a la de Pérgamo, dominaba el Egeo, y atacó sin oposición la isla de Eubea, clave en la estrategia macedonia, tras lo que saqueó Oreo y amenazó, aunque sin resultados, la propia Calcis, la principal plaza fuerte de Filipo en Grecia. Mientras, tracios, ilirios y etolios presionaban en las fronteras, obligando al grueso del ejército macedonio a mantenerse a la expectativa en Tesalia. Los aqueos, a su vez, se vieron hostigados por eleos y mesenios, que ocuparon Trifilia, y sobre todo por Macánidas y los espartanos, que penetraron profundamente en el territorio federal, y tomaron la ciudad de Herea. Pero en ese momento la presión a la que Filipo estaba sometido aflojó un tanto. Prusias, el rey de Bitinia, sin duda incitado por Macedonia, invadió Pérgamo, lo que obligó a Atalo a regresar a su reino.
 Galba, reducida la flota a sus 25 navíos, se retiró a Egina, paralizando sus operaciones. Eso permitió a Filipo romper su bloqueo, atacando a los etolios y abriéndose de nuevo paso a través de las Termópilas. Una vez en Elatea convocó a los embajadores egipcios y rodios, que continuaban con sus esfuerzos de mediación, con vistas a alcanzar un nuevo armisticio que abriera el camino a un tratado de paz. Filipo se mostró dispuesto a terminar la guerra.
 ...si los etolios se decidían por la paz, él la aceptaba gustoso; de lo contrario, ponía por testigos a los dioses y a los embajadores de toda Grecia, allí presentes, de que no Filipo, sino los etolios iban a ser culpables de lo que en adelante sucediera a los griegos. Polibio, 11. 6.
 Los embajadores se trasladaron a Etolia, donde de nuevo los etolios fueron urgidos, esta vez por el embajador egipcio, a poner fin a la guerra.
 Afirmáis que lucháis contra Filipo en pro de Grecia entera, la cual, una vez liberada, no deberá obedecer las órdenes de aquél. La verdad es, sin embargo, que combatís para arruinar y esclavizar a todos los griegos. Esto es lo que dice vuestro pacto con los romanos... Si los romanos se desembarazan de la guerra de Italia, cosa que sucederá de inmediato, porque Aníbal se encuentra acorralado en una región muy pequeña de los Abruzos, lo lógico será que ataquen con todas sus fuerzas las tierras de Grecia; aparentemente ayudarán a los etolios contra Filipo, pero en realidad nos someterán a todos. Polibio, 11. 5-6.
 Estas palabras causaron una impresión profunda en la asamblea etolia, pero no se llegó a un acuerdo. La rivalidad entre etolios y macedonios era todavía demasiado aguda. Fracasada su tentativa de paz, Filipo se trasladó al Peloponeso en socorro de los aqueos, incapaces de hacer retroceder a Macánidas. La noticia de la llegada del ejército macedonio forzó la retirada de los espartanos, y Filipo recuperó con facilidad Herea y Trifilia. Para el rey macedonio la Liga Aquea era un aliado esencial en su red diplomática, y estaba sinceramente dispuesto a apoyarla siempre que fuera necesario. Filipo creía realmente estar luchando en defensa de la libertad de Grecia, ser el bastión de su independencia. En ese sentido, personal y propagandístico, sus relaciones con la Liga, la gran liga democrática griega, eran esenciales para justificar su política. La defensa de Grecia, de su cultura, pasaba por el sostenimiento de la Liga Aquea frente a sus enemigos, presentados siempre como bárbaros, tiranos o piratas.
 Estabilizada la situación en el Peloponeso, y aprovechando que la flota romana permanecía anclada en Egina, Filipo lanzó junto a los aqueos, sin mucha energía, un ataque a las costas etolias que no obtuvo ningún provecho. Tras esta infructuosa operación se retiró de nuevo a su reino, pensando en continuar la guerra al año siguiente. Pero en 207 la guerra comenzaba a languidecer. Atalo de Pérgamo seguía centrado en su guerra con Prusias de Bitinia, mientras que Roma, cada vez más absorta en los planes de invasión de África, dejó de prestar interés a los asuntos griegos. La armada de Galba permaneció inactiva, lo que hizo que, a su vez, etolios y eleos permanecieron a la defensiva, mientras Filipo, liberado de gran parte de sus preocupaciones, dedicó el año a combatir en el norte, contra tracios e ilirios.
 La única disputa que se mantuvo viva fue la que enfrentaba a la Liga Aquea con Esparta. Macánidas, confiado en la lejanía de Filipo, contaba con seguir manteniendo la ventaja en su lucha con los aqueos, pero las cosas estaban cambiando dentro de la federación. Filopemen, que había sido nombrado nuevo estratego en mayo de 208, estaba aplicando sus conocimientos, adquiridos tras toda una vida dedicada a la milicia, en reforzar el ejército federal con vistas a la lucha con los espartanos. No tardaría mucho tiempo en utilizar esas fuerzas renovadas para desafiar la tradicional superioridad militar de los ejércitos espartanos.

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