1.
REYES Y TIRANOS
Una noche del verano de 264 antes de Cristo un niño de siete años
corría despavorido por las calles de la ciudad griega de Sición. En el
transcurso de un golpe de estado su casa había sido asaltada y su padre,
Clinias, el principal magistrado de la ciudad, asesinado. El pequeño, llamado
Arato, había conseguido huir, y en su aturdimiento sólo acertó a dirigirse a
otra casa que conocía bien, la de su tía Soso, hermana del dirigente de la
revuelta, Abántidas. La mujer se compadeció de su sobrino y decidió,
anteponiendo los lazos familiares a los políticos, ponerlo a salvo. Esa misma
noche, y amparada en su relación con el nuevo tirano, sustrajo a Arato de las
violencias de los nuevos dirigentes y lo sacó subrepticiamente de la ciudad,
para enviarlo a la cercana Argos.
Sición era por entonces un núcleo urbano de primer orden,
importante desde época arcaica, reconocido por ser en el periodo clásico un
foco cultural y artístico de gran renombre, del que salieron talentos como
Polícleto, Lisipo y Apeles. En la época que tratamos estaba considerada como el
principal centro pictórico de Grecia. Con la disolución del imperio de
Alejandro Magno, tras su muerte en 323, Sición sufrió las conmociones de las
guerras que entablaron sus sucesores, los Diácodos. Fue saqueada y destruida
por Demetrio Poliorcetes en 303. La ciudad fue reconstruida a poca distancia,
pero las luchas internas se agravaron desde entonces, y las principales
familias comenzaron a competir violentamente por el acceso al poder. Tras la
muerte hacia 270 del tirano Cleón, fueron nombrados magistrados supremos
Timóclides y Clinias, el padre de Arato. Muerto Timóclides, Clinias quedó como
magistrado principal, quizás tirano él mismo, con el apoyo del rey de Egipto
Ptolomeo II Filadelfo, enfrentado a los reyes de Macedonia por la hegemonía en
Grecia. Fue en ese marco de luchas en el que Abántidas dio su golpe de estado
en 264, probablemente con el apoyo activo del rey Antígono Gonatas desde
Macedonia.
En Argos Arato fue puesto bajo la tutela de unos amigos de su
padre. Se educó en un círculo aristocrático de exiliados de distintas
procedencias, ocupados en rocambolescas conspiraciones para lograr el retorno a
sus ciudades. Heredero de una de las principales familias de Sición pasó a ser,
apenas un adolescente, el líder de la oposición a la tiranía, el jefe de una
facción, en un mundo donde el linaje familiar era el elemento esencial del
destino de un hombre. Plutarco en su biografía lo caracteriza como demasiado
interesado en los ejercicios atléticos.
Recibió en Argos de los
huéspedes y amigos de su padre una educación liberal, y viendo él mismo que su
cuerpo adquiría altura y fuerza, se dedicó al deporte, y así, compitiendo en el
pentatlón, alcanzó las cinco coronas. Se le ve en sus retratos un aire
atlético, y lo perspicaz y majestuoso de su semblante no oculta cierta
tosquedad y corpulencia. Quizás por eso dedicó al estudio de la elocuencia
menos de lo que convenía a un hombre de estado. Plutarco, Arato 3
Hay que decir, contradiciendo la opinión de Plutarco, –en cuyo
mundo, tres siglos posterior, la guerra no era ya una actividad cotidiana–, que
eran precisamente el coraje y la presencia física las cualidades necesarias
para un exiliado, líder de un partido dispuesto a recuperar por la fuerza el
poder en su ciudad. Además el deporte había alcanzado en el mundo griego un
papel primordial. El antiguo espíritu de sacrificio por la patria, la polis,
había sido sustituido por la búsqueda del éxito individual, en el campo
político, intelectual o económico. Y el deporte fue uno de esos campos. Atrajo
a las multitudes a los estadios, hacia un espectáculo cada vez más
profesionalizado, y daba a los individuos una forma de alcanzar el
reconocimiento público, el éxito. Los grandes juegos atléticos, como los
Olímpicos, los Nemeos, los Píticos o los Ístmicos, a los que luego se sumaron
otros fundados por los monarcas helenísticos, adquirieron una enorme relevancia
pública que sobrepasó sus valores competitivos o religiosos, como en nuestros
días las grandes competiciones deportivas televisadas a todo el mundo. Cuando
Arato se dedicó al deporte, por tanto, no hacía más que seguir la tendencia de
su época.
Pronto se fue aglutinando a su alrededor un grupo variopinto de
personajes –exiliados, aventureros o mercenarios– dispuestos a colaborar con
él. Conocemos a Aristómaco y Xenocles, sicionios exiliados como él, a Ecdelo,
un megapolitano dedicado a la filosofía que volveremos a encontrar, a Eufranor,
un artesano, a Xenófilo, el jefe de una cuadrilla de bandoleros. Se formó así
una partida, reducida y heterogénea pero fiel, dispuesta a actuar para devolver
a Arato su posición en Sición.
Antes de iniciar su aventura, Arato trató de buscar apoyos allí
donde otros pretendientes lo habían hecho antes. Sabemos que intentó contactar
con Antígono Gonatas, el rey de Macedonia, y con Ptolomeo II Filadelfo, el rey
macedonio de Egipto. En ninguna de las dos cortes encontró algo más que una
amable simpatía. Podía despertar compasión o curiosidad, como joven jefe de una
familia en desgracia, pero los reyes tenían sus propios peones en la partida
política griega. Antígono quizás le dio esperanzas, pero luego, en buenas
relaciones con Abántidas, el tirano que había ocupado el poder en Sición, le
fue dando largas. Arato decidió entonces actuar por su cuenta, fiado de su
ardor y confianza juvenil.
El Peloponeso
La oportunidad se le
presentó en 251. Abántidas, tras 13 años de dominio en Sición, se confió en su
poder, y mientras asistía a unas clases de filosofía fue víctima de una
conspiración urdida por sus propios maestros, contrarios a la tiranía. Paseas,
el padre de Abántidas, se hizo cargo del poder, pero fue a su vez asesinado al
poco tiempo por Niocles, que impuso una violenta dictadura durante cuatro
meses. Sición se encontró inmersa en una guerra civil, que a punto estuvo de costarle
ser ocupada por los etolios. Arato, con apenas veinte años de edad, vio la
posibilidad de actuar. Informado por un huido de la existencia de un tramo de
muralla accesible desde el exterior armó su partida, preparó unas escalas, y
sin mucho más preparativo se encaminó hacia su ciudad natal tras burlar a los
espías de Niocles.
La aventura estuvo a punto de fracasar antes de ser iniciada.
Llegados a las murallas de la ciudad en medio de la noche, los perros de un
campesino, que vivía en el punto escogido para saltar el muro, comenzaron a
ladrar estrepitosamente. Tras unos instantes de angustia la guardia de la
muralla pasó de largo, e ignorando los ladridos los conjurados comenzaron a
subir. La operación fue lenta y Arato, impaciente ante la cercanía del alba,
decidió subir y, acompañado de unos pocos, dirigirse directamente al palacio de
Niocles. Tomada la guardia de éste por sorpresa se extendió el rumor por la
ciudad, y muy pronto empezaron a llegar ciudadanos dispuestos a derrocar al
tirano. Al fin, cuando tomó cuerpo la noticia de que Arato, el hijo de Clínias,
estaba en Sición, una muchedumbre se encaminó a la casa de Niocles y le prendió
fuego. Éste pudo huir a duras penas por unas galerías ocultas.
Dueño ahora del poder, Arato convocó a la patria a los
desterrados, dispersos por toda Grecia. Algunos de ellos habían sufrido casi
cincuenta años de exilio, desde la reconstrucción de la ciudad en el año 300.
Arato creyó que podía con su gesto dejar atrás varias décadas de luchas
internas, pero su impulsividad juvenil le traicionó. No sólo los
enfrentamientos personales entre las diferentes facciones eran muy exaltados.
Los desterrados, al llegar, exigieron la restitución de sus propiedades, algo
que los poseedores no estaban en absoluto dispuestos a aceptar. Había
conseguido vengar a su padre y recuperar el poder para su familia, pero se
encontró enfrentado, con una absoluta inexperiencia política, al incontrolable
recrudecimiento de los conflictos por el poder dentro de su ciudad.
Arato necesitaba, urgentemente, un apoyo exterior que le diera más
firmeza a su frágil autoridad en Sición. Además, debía enfrentarse a la amenaza
de Antígono Gonatas, el rey macedonio, nada dispuesto a perder influencia sobre
una ciudad importante. El joven Arato, impetuoso y poco experimentado, no
parecía ser un líder capaz de afrontar las violentas pasiones desatadas por el
retorno de los exiliados. En ese entorno tan delicado tomó entonces una
resolución que en ese momento debió parecer extravagante: solicitar el ingreso
de Sición en la Liga Aquea, una pequeña federación de ciudades que estaba
creciendo en el norte del Peloponeso. Esto nos obliga a remontarnos hacia atrás
en el tiempo para referirnos a sus orígenes y desarrollo.
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