1.
Esparta
Las fuentes para conocer el origen del Estado espartano son muy
escasas y extraordinariamente inseguras. La historia de Esparta aparece
expuesta tendenciosamente ya por los escritores de la antigua Grecia, por los
ideólogos de la oligarquía que veían en Esparta la encarnación de sus ideales
político-sociales. En las obras de esos escritores el régimen espartano era
manifiestamente idealizado. En la literatura social y filosófica de la antigua
Grecia se había creado toda una corriente que ya antiguamente cobró la
denominación de «laconófila». Esta orientación laconófila había encontrado su
expresión en las obras de Jenofonte, de Platón y en algunas de Aristóteles. Las
obras de sus demás representantes no han llegado hasta nuestros tiempos, salvo
pequeños fragmentos, generalmente de escaso contenido.
No obstante, disponemos de datos más objetivos sobre la antigua
Esparta que se encuentran en las obras de Herodoto y Tucídides. Estos
historiadores, los más grandes de la Grecia antigua, no eran laconófilos, por
lo cual las nociones que nos suministran acerca de Esparta merecen mucha
confianza. También resultan valiosas las expresiones de los poetas líricos de
los siglos vii y vi a. C., que en sus versos,
llegados parcialmente hasta nuestros tiempos, reflejaban la actualidad
político-social de su época. Tales son los fragmentos de las obras de Tirteo y
Alcman. Datos muy importantes, esenciales, encontramos también en la obra de
Pausanias Descripción de la Hélade (siglo ii de nuestra era). Finalmente, se hallan en estado de
conservación unas cuantas inscripciones espartanas, sumamente antiguas.
Las condiciones geográficas de Esparta
El territorio sobre el cual había surgido el Estado espartano era el
valle del río Eurotas, que había recibido el nombre de Laconia o Lacedemonia.
En la parte occidental se eleva sobre ese valle, en terrazas abruptas, la
cordillera del Taigeto, que alcanza una altura de 3.000 metros; en el lado
oriental se extiende una cadena montañosa más baja y de más suave declive, el
Parnón. Estas dos cordilleras terminan en dos largas penínsulas, no muy anchas,
que limitan el golfo Lacónico; el Taigeto queda cortado por el mar en el
promontorio Tenaro, y el Parnón en el cabo Maleo. Por el lado septentrional, el
valle de la Laconia queda cerrado por las alturas del Peloponeso central. La
cordillera del Parnón desciende suavemente, mediante sus estribaciones
orientales, hacia el mar, formando en algunos sitios cómodas bahías y dejando
una franja costanera apta para ser poblada. Los declives occidentales del
Taigeto bajan abruptamente hacia una depresión amplia y feraz, la de Mesenia,
la que, hacia el oeste, se transforma en una altura litoral de poca elevación,
bañada al sur por el golfo Mesénico. Al noreste, la Mesenia está cerrada por
las alturas de Arcadia.
Así, pues, el Estado espartano, dentro de sus fronteras, delimitadas
de forma definitiva en la segunda mitad del siglo vii a. C., ocupa la parte meridional del Peloponeso, en
el litoral del golfo, y sólo la frontera norte, que separaba a Laconia de Elide
al noroeste y de Arcadia al noreste, era terrestre.
Las fronteras terrestres del territorio espartano pasaban por lugares
montañosos de difícil acceso. El litoral tampoco favorecía las relaciones
marítimas. Sólo en el sudeste y en el sur había puntos adecuados para servir de
amarraderos. El aislamiento geográfico de la Laconia fue en parte causa de
demora y hasta de estancamiento en el desarrollo político-social, tan
característico de la historia de Esparta.
El valle lacónico, igual que el mesénico, está regado por una serie de
corrientes de agua y es sumamente fértil. Mas en la Laconia, el área de las
tierras fértiles es limitada, consistiendo en una franja bastante angosta a lo
largo del curso medio del Eurotas, y cuya anchura máxima alcanza a unos diez
kilómetros. Precisamente en este lugar fue donde surgió el centro
político-militar del Estado espartano: la ciudad de Esparta.
Laconia y Mesenia en las épocas micénica y
homérica
Las investigaciones arqueológicas realizadas en el valle de
Laconia han permitido descubrir restos
de edificios antiquísimos. Entre ellos merece citarse el denominado Menelaión
(siglos xiv-xi a. C.), que representa los
restos de una maciza construcción de piedras talladas, compuesto de cuatro o
cinco locales, con un pasillo, siendo el área general de la excavación de unos
300 metros cuadrados. El Menelaión se hallaba no lejos del que luego habría de
ser territorio de Esparta, en los declives hacia el valle, y no estaba
fortificado.
A ese mismo período pertenece también otro centro de la Laconia
predórica, descubierto en el sitio sobre el cual posteriormente estuvo la
población espartana de Amiclea. El poblado anterior, del período micénico, fue,
al parecer, un centro de culto. Las otras poblaciones del período micénico en
el valle de Laconia casi no se han conservado.
Mesenia, el territorio de la antigua Pilos, en la época micénica, a
juzgar por los datos arqueológicos, estaba poblada más densamente que la
Laconia. A finales del siglo xiii
y en el xii, Pilos, Micenas y
otras poblaciones micénicas en Laconia y Mesenia quedaron destruidas y fueron
abandonadas. Termina la época micénica. Sobreviene una época nueva, la
homérica, vinculada ya en forma directa e inmediata con la ulterior historia
general de la Hélade. El comienzo de esta época coincide con la última gran
migración de las agrupaciones tribales en la península balcánica. La memoria de
tales migraciones se ha conservado en la literatura griega posterior en forma
de tradición sobre la lucha del héroe Heracles por la posesión del Peloponeso y
de la ocupación violenta de la península por los descendientes de Heracles, los
heráclidas, y éstos, como ya ha sido mencionado, se pusieron a la cabeza de las
agrupaciones de tribus griegas que habían invadido el Peloponeso y que llevaban
el nombre de dorios. En esa tradición aparece mencionada por vez primera la
división del pueblo griego antiguo en agrupaciones lingüísticas y tribales, de
dorios, jonios, eolios y otros, subdivisión que subsistió en tiempos
posteriores.
Pero esta subdivisión posterior de las tribus helénicas casi
no es mencionada en los poemas de Homero, lo mismo que la invasión de los
dorios en el Peloponeso.
Los mismos nombres de Esparta y de Lacedemonia, si bien aparecen tanto
en la Ilíada como en la Odisea, lo hacen como denominaciones no
de la ciudad ni de la región, sino solamente del legendario palacio del rey
Menelao, cuya descripción se encuentra en el canto IV de la Odisea. No
hay en ella noción alguna acerca de poblaciones que circundaran tal palacio,
aun cuando, por lo general, en los relatos referentes a otras residencias de basileis
(por ejemplo de Pilos, de Itaca, del palacio de Alcinoo en Esqueria), las
mismas son representadas como centros de tal o cual región. Resulta así que las
menciones sobre Esparta que se hacen en la Odisea son irreales. Esta
impresión cobra más vigor si se presta atención al viaje de Telémaco de Pilos a
Esparta; tampoco su descripción acusa realidad: un camino llano y recto conduce
a los viajeros hasta Esparta, sin la menor mención de los macizos montañosos
del Taigeto y sus estribaciones, que la separaban de la «arenosa» Pilos; a la
vez, no se advierte que el camino de Telémaco dé un rodeo por los pasos
montañosos, a lo largo de la costa marítima; más incluso, en este último caso
es harto difícil suponer que los grandiosos paisajes montañosos no atrajeran la
atención del poeta. De esta manera, la Esparta de los poemas de Homero carece
por completo de realidad y no tiene ninguna semejanza con la Esparta posterior,
la históricamente conocida, acerca de la cual nos transmiten tradiciones
Herodoto y otros historiadores de la antigua Grecia. ¿Querrá decir esto que en
la época homérica no existió una Esparta? Las excavaciones realizadas en el
sitio de la Esparta posterior han hecho ver que las poblaciones habían surgido
allí en el siglo ix a. C.;
los objetos de cerámica encontrados durante las excavaciones (principalmente en
fragmentos) y los adornos (especialmente las figurillas de marfil) son
característicos de la época homérica también en otras regiones de la Hélade. Es
de particular interés la gran afinidad de la llamada cerámica geométrica de
Esparta con la vajilla hallada durante las excavaciones de Delfos, el más
antiguo centro de culto panhelénico, que desempeñó gran papel en la vida
religiosa y política de Grecia. Llama la atención el hecho de que Delfos
estuviera más tarde muy vinculada con la Esparta posterior, la conocida
históricamente. Así y todo, las excavaciones no han descubierto ningún rastro más
o menos grande de edificios de características palaciegas, de manera que los
datos arqueológicos, muy incompletos aún, no dan base para suponer que el mismo
centro del Estado espartano hubiera surgido en la tardía época homérica, y que
no tenía nada de común con la Esparta representada en los poemas de Homero.
La invasión doria y el surgimiento del Estado
espartano
Como ya hemos dicho, el surgimiento del Estado espartano se halla
estrechamente vinculado con la migración de las tribus dorias. Los datos
referentes al desarrollo del idioma griego hacen ver que los aqueos eran los
más antiguos y ampliamente difundidos pobladores entre las tribus griegas. En
el Peloponeso, particularmente en el territorio sobre el que luego se asentaría
el Estado espartano, se habla, antes de que éste surgiera, la lengua aquea,
emparentada con la jónica. Las tribus dorias que se habían apoderado del
Peloponeso exterminaron parcialmente a la población aquea local, sometieron otra
parte de la misma y se asimilaron con la restante.
Las referencias de las que disponemos en las obras de los autores
antiguos referentes al origen del Estado espartano, como ya se ha señalado, son
muy parcas y, además, fragmentarias.
Los datos de más valor los suministra Herodoto, quien proporciona una
larga lista nominal de reyes espartanos, a partir de su antepasado mitológico,
el semidiós Heracles y su hijo Hilos, hasta sus contemporáneos (siglo v a. C.). Hay fundamentos para
pensar que una parte de esta lista de reyes espartanos, desde el siglo ix-viii
hasta el v a. C., se basó en
una tradición histórica más o menos fidedigna. La lista proporciona cierta
posibilidad de establecer un ordenamiento de los acontecimientos en la historia
espartana. Para ello es necesario echar mano también a los informes extraídos
de otras fuentes, dadas por los posteriores historiadores griegos, por cuanto
los mismos pueden transmitir algunas tradiciones históricas no incluidas por
Herodoto en su obra. Así, por ejemplo, Eforo, de la segunda mitad del siglo iv a. C., que dio en su Historia
Universal la primera historia coherente de la Esparta más antigua,
legendaria desde luego, comunica que los dorios se habían fortificado
inicialmente en la parte superior del valle del Eurotas, en el distrito que más
tarde se llamó Aygitis. Fundándose en esta noción, es posible formarse una idea
general acerca de la dirección tomada por los dorios en su migración, al
invadir la Laconia; evidentemente, lo hicieron de Norte a Sur. Moviéndose en forma
masiva, los dorios fueron ocupando gradualmente el valle del Eurotas: la
Laconia y los territorios adyacentes a la misma por el Este. A juzgar por los
datos diseminados en la literatura antigua, ese proceso migratorio no fue
acompañado de una subyugación general de la población local. Es significativo
en este sentido el hecho, confirmado por el material arqueológico, de que el
propio centro político de Esparta surgió a comienzos del siglo ix a. C., mientras que la invasión
doria en el Peloponeso había comenzado como mínimo en el siglo viii. Herodoto y Tucídides, los que
suministran datos más fehacientes sobre Esparta, escriben acerca de un
prolongado período de lucha interior y exterior, que acompañó la ocupación
violenta de la Laconia por los dorios. Según Tucídides, desde la invasión de
los dorios en el Peloponeso, y hasta la formación de un sólido régimen estatal
en Esparta, habían transcurrido no menos de cien años. Fue precisamente durante
el desarrollo de esa prolongada lucha cuando se operó en la Laconia la
transición hacia una sociedad clasista, formándose el aparato de la clase
dominante, el Estado espartano.
En el siglo ix
a. C., los conquistadores dorios, que ya controlaban todo el territorio
laconio, se concentraron en un lugar estratégicamente adecuado del valle del
Eurotas y se establecieron allí en cinco poblaciones. Estas aldeas fueron las
que formaron precisamente el centro principal que tomó el nombre de Esparta.
La solidez de los pilares de la familia patriarcal en la vida
político-social de los conquistadores dorios se manifiesta, con toda claridad,
en este peculiar modo de formación de un centro político.
Una vez asentados en Esparta, los dorios, que ya estaban divididos en
tres fíleas —pánfilos, híleos y dímanos—, volvieron a subdividirse
complementariamente en cinco grupos que recibieron estas denominaciones:
Pitana, Mesoa, Dimna, Cinosura y Limnai. Estrechamente vinculada con esta
subdivisión se hallaba la distribución del territorio de la Laconia según
distritos (obas) cuya cantidad y organización no se conocen. Esta nueva
subdivisión no estaba basada en las relaciones gentilicias, sino que estaba
determinada por la organización político-militar, por la subyugación de la
población agrícola aquea y por el surgimiento del Estado.
La invasión doria debió agudizar bruscamente el ulterior proceso de la
diferenciación social en la sociedad aquea, cuya nobleza es muy probable que
parcialmente entrara a formar parte de la clase dominante de los conquistadores
dorios, que acababa de componerse. Herodoto, que conocía bien las tradiciones
históricas, relata cómo el rey espartano Cleomenes I, al ser interrogado sobre
quién era él, respondió a la sacerdotisa de la diosa Atenea que era aqueo, y no
dorio. Por consiguiente, para Herodoto una de las dos dinastías de los reyes
espartanos era de estirpe aquea. En otro lugar (IV, 145-150), Herodoto expone
detalladamente la tradición sobre los minios, que se habían trasladado desde la
isla de Lemnos a la Laconia entrando a formar parte de la ciudadanía espartana.
Este acontecimiento provocaría posteriormente en Esparta una lucha
político-social que habría de terminar con el desalojo de los vencidos a la
isla de Tera. Confrontando el relato de Herodoto con los datos de Pausanias, es
factible deducir que los acontecimientos considerados tuvieron lugar unas ocho
generaciones antes de la guerra de Mesenia, es decir, a finales del siglo xi a. C. Cabe pensar que la
tradición que se refiere a los minios caracteriza el antiquísimo período de la
lucha de los dorios por la posesión de la Laconia. De esta manera, la
procedencia mixta de la clase dominante en Esparta era reconocida aún en los
tiempos de Herodoto. La certeza histórica de tal informe de Herodoto es
confirmada en cierta medida por los mencionados datos de Pausanias, como
también por dos arcaicas inscripciones de la isla de Tera.
No es menos esencial la cuestión de cuándo, en medio de qué
circunstancias y en qué forma se había producido la subyugación de las amplias
capas de la población laconia por la clase dominante. La situación especial de
los ilotas interesaba ya a los historiadores de la antigüedad. A juzgar por sus
datos, en particular por los de Eforo, los ilotas al comienzo no estaban
esclavizados. La esclavización se consumó durante el reinado de Agis,
correspondiente a la segunda generación de las que siguieron a la invasión de
los dorios en la Laconia. Según las referencias de otros historiadores, los
ilotas fueron esclavizados durante la tercera generación de los reyes.
Las tradiciones históricas vinculan la esclavización de los ilotas con
el período de la agudización de la lucha social, que se había extendido a lo
largo de cinco generaciones. De ahí se desprende con claridad que el
sojuzgamiento de la población agrícola requirió a los subyugadores una tensión
máxima de sus fuerzas. Cabe pensar que precisamente en tales condiciones se
había producido el acercamiento de la nobleza aquea a los dorios. La parte
sobreviviente de la nobleza aquea fue, al parecer, incluida en las filas
dorias: de esta manera los vencedores se habían unificado con una parte de la
capa dominante de los vencidos, formando juntos una única organización
político-militar. A juzgar por los datos obtenidos por las últimas
investigaciones arqueológicas, Esparta, antes de la segunda guerra mesenia,
difería muy poco de las otras comunidades griegas que eran sus contemporáneas.
Las particularidades que le eran propias y la distinguían de las comunidades
circundantes han de haber surgido más tarde. Al parecer, sólo posteriormente la
unificación de la clase dominante habría tomado el nombre de «comunidades de
iguales», o comunidades de espartanos. Fue precisamente esa colectividad
organizada militarmente la que distribuyó las tierras del valle del Eurotas en
parcelas iguales, cleros, que pasaron a ser explotadas hereditariamente por
cada una de las familias a las que se adjudicaron. La propiedad jurídica de la
tierra fue, sin embargo, conservada en manos de la comunidad de espartanos, que
ejercía el control permanente y real sobre los propietarios de los cleros.
La población agrícola conquistada y subyugada por los espartanos, y
que había tomado la denominación de ilotas, fue fijada a los cleros, cuyas
tierras debían trabajar y hacer producir, bajo el control de personas
especialmente designadas por el Estado. A los mismos espartanos les estaba
prohibido permanecer largo tiempo en los cleros.
En cuanto a la situación inicial de los ilotas, conocemos muy poco. Al
parecer, ya en el siglo vii la
situación de los ilotas subyugados se había acercado a la de esclavos. Sin
embargo, se pueden notar diferencias radicales con respecto a la esclavitud.
Los ilotas no sólo no representaban una propiedad privada de los espartanos,
sino que tampoco eran explotados por éstos en forma directa, por cuanto los espartanos
no podían residir en sus cleros y, en consecuencia, no podían atender directa y
personalmente la explotación y la hacienda de los mismos; de esta manera, los
ilotas trabajaban en los cleros y tenían autonomía en su trabajo, teniendo la
obligación de entregar a los espartanos una determinada parte de su cosecha.
Sólo el Estado tenía derechos sobre la vida y la muerte de los ilotas. Esto
tenía su expresión en la existencia de una costumbre del Estado, la de las
criptias (ver más adelante), y también en el hecho de que los éforos, al asumir
su cargo, ejecutaban el rito de «la declaración de guerra» a los ilotas.
Tampoco se puede llamar a los ilotas esclavos del Estado en la acepción
completa de la palabra, puesto que la venta de ilotas por el Estado era, de
hecho, absolutamente imposible. Al mismo tiempo que los ilotas, existían en
Esparta también esclavos en el sentido literal del término. Un escritor de la
Grecia tardía, Pólux (Julio), autor de una especie de diccionario, define a los
ilotas de la siguiente manera: «Una posición intermedia entre esclavos y
ciudadanos libres ocupaban los ilotas lacedemonios, los penestas tesaliotas y
los clarotes y miontes cretenses.»
El tercer elemento que completaba la estructura social espartana lo
constituían las comunidades autónomas de los periecos, que habitaban en grandes
poblados, de carácter artesanal y comercial primordialmente, en el litoral
marítimo, en las estribaciones occidentales del Parnón y en la región de la
Escirítida, en la parte septentrional del valle lacónico. Las tierras de los
periecos estaban marcadamente separadas de las ocupadas por los espartanos y
pobladas por los ilotas. Eforo escribe que originariamente los periecos tenían
igualdad de derechos con los espartanos y que el rey Agis les había convertido
en tributarios de Esparta y los había privado de los derechos políticos. Cuenta
más adelante Eforo que no eran los aqueos —desiguales en cuanto a derechos a
los espartanos— los que se habían convertido en periecos, sino los forasteros
que se habían instalado en los sitios abandonados por los aqueos. En base a
tales datos, es lícito creer que los periecos no fueron incluidos de golpe en
el Estado espartano, sino que, al comienzo, sus comunidades, especialmente las
costeras, tenían la condición de aliadas de la comunidad militar espartana, la
que más tarde las subyugó. Geógrafos e historiadores griegos posteriores
comunican que en Esparta existían cien poblados de periecos, muchos de los
cuales eran muy antiguos. Resulta así que la región ocupada por los periecos
estaba densamente poblada y tuvo significado importante en el desarrollo
ulterior del Estado espartano.
El Estado espartano de los siglos ix-viii a. C. representaba en primer
lugar, como ya hemos dicho, una organización militar. La misma era encabezada
por dos reyes, basileis de las dinastías de los Agíadas y los
Euripóntidas. Estos dos basileis se hallaban a la cabeza de la comunidad
espartana en calidad de jefes militares supremos. Su poder, empero, era real
sólo durante las campañas bélicas contra un enemigo exterior. En la vida
interna del Estado, el papel que desempeñaban era de muy poca importancia. Los
dos formaban parte de la gerusía, o sea, del consejo de los ancianos (gerontes).
A la vez, eran sacerdotes de los diferentes cultos rendidos a Zeus.
Entraba también en las obligaciones del basileus la inspección
de la justa distribución y utilización de las parcelas dentro de la
colectividad espartana. Esta función fluía naturalmente de la situación de los basileis,
que encabezaban esa colectividad organizada militarmente. En tiempos algo
posteriores, como lo informa Herodoto, los basileis espartanos ordenaban
también los matrimonios de las doncellas herederas de los cleros familiares.
Como ya hemos anotado, el poder de los basileis estaba
estrechamente ligado a la gerusía, compuesta de 28 ancianos no menores de
sesenta años y que, en los tiempos históricamente conocidos, eran elegibles. En
conjunto con los basileis que formaban parte de ella, la gerusía
entendía en los asuntos de la comunidad espartana. Constituía el juzgado
supremo y el consejo militar. En este último papel, la gerusía era sólo un
órgano de consulta. Según el concepto de los historiadores griegos posteriores,
la gerusía era una parte integrante e inseparable del régimen espartano creado
por el legendario Licurgo, lo cual indica la antigüedad de su procedencia.
El órgano supremo del Estado espartano era la asamblea popular, apela,
que se componía de todos los espartanos que gozaban de plenos derechos y eran
mayores de edad. El papel efectivo de la apela en la vida política de Esparta
no era grande, puesto que la misma no gozaba del derecho de iniciativa para
legislar. Intervenían en sus sesiones tan sólo los basileis y los
funcionarios más altos. La reunión reaccionaba frente a esas intervenciones con
gritos, y la mayoría se reconocía para la parte cuyos gritos eran más altos y
más fuertes. Inclusive Aristóteles, gran simpatizante del régimen estatal de
Esparta, calificaba de «pueril» esta manera de conducir las reuniones. Hay que
considerar que la apela en los siglos ix-viii a. C. apenas era un órgano más
perfecto y desarrollado que en los tiempos de Aristóteles. Es muy probable,
empero, que durante el período en que iba formándose en Estado espartano, la
apela desempeñara un papel mucho más significativo que en tiempos posteriores.
Una de las particularidades del régimen estatal espartano consistía en
la existencia del colegio de los cinco éforos. Los historiadores griegos
titubearon muchísimo en la apreciación de dicho órgano y en la determinación de
su origen. Algunos lo consideraban como pilar del régimen espartano; otros, por
el contrario, consideraban la introducción del colegio de los éforos como un
agregado posterior a la organización estatal formada inicialmente. Dentro de
esta posición, en opinión de algunos autores, dicho colegio era un órgano
salvador del Estado, mientras otros lo consideraron como una institución dañina
e inadecuada para los principios fundamentales del régimen. Esta polémica
entablada en la antigua literatura histórica y política estuvo muy lejos de
acusar índole académica; fue originada por la encarnizada lucha entre los
partidarios de la oligarquía y los de la democracia en la Grecia de los siglos iv-iii
a. C.
De por sí, esta misma postura respecto al eforado permite pensar que
el mismo desempeñaba un papel esencial en la vida política de Esparta. Sin
embargo, al parecer, fue progresivamente cuando esta institución adquirió
influencia en el Estado espartano. En las más antiguas tradiciones históricas
espartanas, figuran en el primer plano no los éforos, sino los basileis. Evidentemente,
el eforado había surgido en calidad de órgano de representantes de las cinco
aldeas en las cuales se hallaba dividida Esparta.
Ulteriormente, el colegio de los éforos fue independiente, tanto de la
gerusía como de los basileis. Más aún: los éforos estaban incluso
contrapuestos a esos poderes; al asumir el cargo, firmaban una especie de
tratado con los basileis garantizándoles el poder, siempre que los
nombrados observasen las leyes. Ya Aristóteles había llamado la atención sobre
la particularidad de la organización estatal espartana, que se caracterizaba,
según él, por una cierta dualidad. En su Política, dice Aristóteles:
«... el poder de los reyes estaba allí repartido entre dos personas...
Teopompo, a su vez, había reducido las prerrogativas del poder real recurriendo
a diferentes medidas, entre ellas, la instalación del eforado».
El colegio de los éforos constituía así uno de los fundamentales
órganos del Estado espartano. Al lado de las funciones de control, el problema
principal del eforado residía en mantener en obediencia para con la comunidad
espartana a la masa sujeta a ella y a los periecos que no gozaban de plenos
derechos. Con este fin, se practicaban en Esparta medidas tales como la
proclamación regular de criptias, durante las cuales los guerreros espartanos
se dispersaban por las regiones rurales para atacar por la noche los villorrios
de los ilotas. En los mismos, según un autor antiguo, «mataban a los más
fuertes entre los últimos». Con estos métodos bestiales el Estado espartano
trataba de prevenir las sublevaciones de los ilotas. A pesar de todo, las
sublevaciones no dejaban de estallar, adquiriendo a veces dimensiones tales que
la comunidad espartana no estaba en condiciones de aplastarlas sin la ayuda de
otras ciudades peloponesíacas, aliadas suyas.
La reducida comunidad de espartanos resolvía el problema de la
dominación sobre la aplastante mayoría de la población laconia (sobre los
ilotas privados de derechos y sobre los periecos que no gozaban de la plenitud
de los mismos), al precio de una constante tensión bélica, de un permanente
estado de preparación militar y disposición para el combate. Esta circunstancia
había impuesto su cuño y sello sobre todo el modo de vida de la comunidad
espartana, completamente apartada de la actividad económica y transformada,
también por completo, en una dominante clase militar.
De esta manera, en el siglo viii
a. C. se había formado el Estado esclavista espartano sobre la base de
formas muy primitivas de explotación de la sojuzgada población agrícola. El
régimen político, como vemos, era en muchos sentidos bastante primitivo. En su
base se hallaba el aprovechamiento, con fines de dominio clasista, de toda una
serie de instituciones surgidas todavía en la época de la descomposición del
regimen comunal. Los órganos aparecidos más tarde, por ejemplo el eforado,
habían constituido ya un engendro de condiciones nuevas que no se hallaban
ligadas al régimen de gens.
Para su tiempo, el régimen estatal espartano constituyó un definido
paso hacia adelante en el nacimiento del Estado en la antigua Grecia como
aparato de opresión de la clase dominante. El lugar principal en tal
organización lo ocupaba la educación político-militar de los ciudadanos. Tal
rasgo del régimen espartano atraía la atención de los ideólogos de la nobleza
esclavista. La vida de todo espartano, desde el momento mismo en que nacía, se
hallaba bajo la constante e incansable observación del Estado. Hasta la edad de
los ocho años, los varones vivían con sus familias. Luego, eran reunidos en
grupos —agelas (literalmente rebaños)— que estaban a cargo de altos
funcionarios del Estado —paidónomos, o sea, educadores fiscales—, los que,
mediante un rigurosísimo adiestramiento, trataban de hacer de los niños buenos
guerreros. Además del entrenamiento gimnástico-militar, los niños eran
sometidos a privaciones e inclemencias (hambre, frío), estimulando que
intentaran proveerse de alimentos recurriendo a cualquier medio, sin que con
ello se violara la disciplina formal. A partir de los doce años, el rigor en la
educación era reforzado: se desarrollaba la habilidad de expresar los
pensamientos de la forma más breve posible (se iba creando así la oración
«lacónica», término que se ha convertido en adjetivo genérico); se sometía a
los niños a diferentes clases de torturas para acostumbrarlos a soportar
fácilmente los sufrimientos físicos. A los dieciocho años, la educación de los
espartanos se daba por terminada. A los veintiuno, el adolescente era nombrado
guerrero espartano, a partir de lo cual ya él mismo debía participar en el
entrenamiento de las generaciones más jóvenes. En este sistema educacional, la
instrucción común ocupaba un lugar insignificante; los espartanos no sólo
ignoraban las conquistas de la antigua cultura griega, sino que, en general,
eran semianalfabetos. En este punto coinciden todos los escritores de la
antigua Grecia. Sin embargo, según los laconófilos, la preparación militar de
los espartanos y de su ejército era preferible a todos estos logros de la
civilización.
El descrito régimen del Estado espartano fue creado, de acuerdo con
tradiciones bastante contradictorias, por un gran legislador, el sabio Licurgo.
El habría sido quien apaciguara a una Esparta desgarrada por luchas intestinas,
introduciendo un régimen «ideal» para el Estado que se conservó posteriormente
durante toda la existencia de Esparta. ¿Hasta qué punto es verídica tal
tradición referente a Licurgo? Plutarco, que ha escrito una biografía muy
amplia de Licurgo, reconoce empero, no obstante su poquísima inclinación a la
crítica histórica, que la tradición de Licurgo es sumamente enrevesada y
oscura. Para la ciencia historiográfica actual, queda fuera de duda que la
efigie de Licurgo es algo legendaria, carente de realidad histórica. Así y
todo, no está excluido que medidas tales como la repartición en cleros del
territorio conquistado por los espartanos, la reorganización del antiguo
Consejo de Ancianos, transformándolo en gerusía, la institución del eforado,
fueron introducidos simultáneamente. Todas estas leyes fundamentales del Estado
espartano pueden haber sido el resultado de la actividad de un gran
organizador, posteriormente deificado: existía en Esparta un culto especial de
Licurgo, como deidad de la luz.
En la vida cotidiana de los espartanos se conservaban muchos hábitos
que databan de la más remota antigüedad, por ejemplo, las agrupaciones según
las edades que, probablemente, representaban un tipo de destacamentos sui
géneris. Estas agrupaciones tenían lugares para reunirse (lesquias), en los
que se realizaban ágapes comunes y se organizaban diversiones, y donde la
juventud y los guerreros adultos pasaban la mayor parte de su tiempo, no sólo
de día, sino también de noche. Las mujeres no eran admitidas en esas
organizaciones, pero, al mismo tiempo, eran ellas dueñas absolutas en la vida
de familia, la que, en contraposición a la forma de vida de los varones,
organizada sobre principios comunales, era sumamente cerrada.
De las supervivencias preclasistas hablan también muchas costumbres de
la vida familiar de los espartanos: el rito con que se celebraba el matrimonio
consistía en el rapto de la doncella novia; la familia era monógama, pero al
mismo tiempo era admitida la libertad de la relación sexual extramatrimonial,
tanto para el marido como para la mujer.
Como ya hemos señalado, fue el período de tensa lucha por el dominio
del territorio ocupado, cuando se formó el régimen militar espartano. Todos los
espartanos, en la edad comprendida entre los veinte y los sesenta años, eran
guerreros. El ejército estaba subdividido en cinco agrupaciones combativas
—lochas—, una por cada una de las cinco aldeas en que se hallaba dividido el
centro del Estado espartano. Cada locha se componía de "destacamentos
unidos por un juramento", los llamados enomotias, cuyos participantes
llevaban, incluso en tiempos de paz, un modo de vida en común, formando una
especie de «fraternidad» llamada sisitias. Este régimen militar distaba mucho
aún de esa esbeltez y perfección de la cual escribe Tucídides a finales del
siglo v. Las supervivencias de las
relaciones tribales y de gens, que hemos anotado, repercutieron sobre el
carácter de la organización militar espartana. Las enomotias podía manifestar
una excesiva independencia dentro de las circunstancias de combate, lo cual
amenazaba la unidad de la disciplina. Un caso es el mencionado por Herodoto en
la descripción de la batalla de Platea en el año 749 a. C. Es debido a
ello que en las luchas contra sus vecinos, entre los siglos ix y vii,
Esparta sufría descalabros con cierta frecuencia.
Apoyado en una base económica-social primitiva, desgarrado por una
permanente lucha interna, el Estado espartano se vio obligado desde muy
temprano a enviar colonos al exterior. En la tradición que transmite Herodoto
acerca de los minios y de la colonización de la isla de Tera por los
espartanos, aparece nítidamente pintada la configuración de circunstancias que
acompañaban a esos sucesos. Las nociones traídas por Herodoto han encontrado en
la actualidad nuevas confirmaciones arqueológicas y epigráficas.
Tucídides da nociones de la colonización de Citera por los espartanos,
al igual que de los choques entre Esparta y otras ciudades. En este sentido, ofrece
muchísimo interés el relato de Herodoto sobre la prolongada guerra perdida por
Esparta contra Tegea, una de las ciudades de la Arcadia.
Otro adversario, más peligroso aún, de Esparta, era Argos, principal
centro político de la Argólida, que había conservado en forma más completa la
herencia cultural de la época micénica. Argos había alcanzado el cénit de su
poderío durante el reinado del tirano Fidón, el que, según la tradición, había
sometido a su influencia y poder toda la parte noreste del Peloponeso.
El tercer y principal adversario de Esparta era Mesenia, en cuyas
regiones costeras, durante la época micénica, especialmente en la costa
occidental —según lo establecido por los descubrimientos arqueológicos—, se
hallaban situados muchos centros estrechamente vinculados con Creta. Las
regiones interiores, las de la llanura de Mesenia, estaban en este sentido
mucho menos desarrolladas.
De acuerdo con las tradiciones históricas ampliamente aprovechadas por
la literatura griega, la Mesenia, al igual que la Laconia, fueron invadidas por
los dorios; Cresfonte, un descendiente directo de Heracles, consanguíneo de los
reyes espartanos, había fundado en Mesenia la dinastía de los reyes que fue
denominada según el nombre de su hijo Epites: la de los Epítidas. Al echar
mano, para la interpretación de estas tradiciones, al material arqueológico,
como también a los datos de la historia y la dialectología de la lengua griega,
se puede llegar a la deducción de que la invasión doria había también llegado a
Mesenia, donde si bien fueron destruidos grandes centros de la cultura
micénica, la población aquea al parecer no fue sojuzgada. Es cierto también que
en el territorio mesenio, célebre por su fertilidad, se fusionaron parcialmente
los aqueos y los dorios, y se deslindaron las tierras con mojones. Los poemas
homéricos hacen mención de la Mesenia como de un territorio unificado
políticamente. Lo mismo se dice de Mesenia en las tradiciones históricas
utilizadas y transformadas por Pausanias. Las listas de los vencedores en los
juegos olímpicos, conservadas en los fragmentos de Hipías de Elis, contienen
nombres de mesenios hasta la mitad misma del siglo viii a. C., lo cual da testimonio no sólo de la
independencia política de Mesenia, sino también del nivel relativamente elevado
del desarrollo de su cultura. Finalmente
Eurípides, en su tragedia Cresfonte, que nos ha llegado sólo
fragmentariamente, escribe sobre Mesenia como de un país libre e independiente.
Pero en Mesenia no había surgido ninguna formación estatal, ni aquea
ni doria, que fuera capaz de defender su ulterior existencia independiente. Sus
posibilidades eran inferiores a las de Esparta, del mismo modo que ocurría en
las restantes regiones del Peloponeso.
En la segunda mitad del siglo viii,
Esparta emprendió la conquista de Mesenia. Pausanias suministra nociones
detalladas pero legendarias de esa guerra. Material más fidedigno,
reminiscencias de encarnizadas batallas durante la guerra de los veinte años,
halló su reflejo en los versos del poeta griego Tirteo (de los cuales se han
conservado sólo unos fragmentos), del siglo vii
a. C., quien vivió dos generaciones más tarde. Como informa otra fuente,
al finalizar esa guerra entre Mesenia y Esparta, se sublevaron los llamados
partenios —hijos ilegítimos—, pertenecientes al sector de la población privado
de derechos civiles. La sublevación fue aplastada y los sublevados se vieron
obligados a abandonar Esparta y emigrar hacia el litoral meridional de Italia,
donde fundaron la colonia de Tarento.
Tras una serie de derrotas, la resistencia de los mesenios se había
concentrado en la región montañosa limítrofe con la Arcadia; allí fueron
derrotados y Mesenia se sometió a Esparta con la condición de pagar un tributo
consistente en la mitad de cada cosecha anual. Al parecer, los mesenios
quedaron en una situación similar a la que entonces tenían en Esparta los
ilotas. La victoria sobre Mesenia, empero, no mejoró esencialmente la situación
de Esparta. Los espartanos tenían que emplear enormes fuerzas para mantener a
Mesenia en la obediencia. Al mismo tiempo, las relaciones entre Esparta y
Argos, en la que en ese tiempo se había afianzado la tiranía de Fidón, habían
empeorado bruscamente, e iba creándose también la amenaza de un serio choque
militar con Tegea y otras ciudades peloponesíacas.
En medio de tales condiciones se compuso definitivamente el régimen
político-social espartano. Al parecer, fue precisamente entonces cuando se
promulgó la reforma que consolidaba la igualdad de bienes de los espartanos.
Para ello, el Estado espartano tuvo que librarse dentro de lo posible de la
influencia de las relaciones mercantiles y monetarias que iban desarrollándose
rápidamente, recurriendo a varias medidas: la prohibición de guardar metales
preciosos; la prohibición a los forasteros de aparecer en el territorio de la
ciudad de Esparta, y quizás en el de todo el Estado espartano. Es probable que
fuera entonces cuando se legitimara el uso exclusivo de la arcaica moneda de
hierro, acerca de lo cual Plutarco transmite un relato anecdótico a su célebre
biografía de Licurgo. Es curioso que el sistema de pesas y medidas de Fidón de
Argos, difundido en todo el Peloponeso, no fuera aceptado en Esparta. Las
tierras de los periecos fueron consideradas como tierras estatales y divididas
en cleros entre los ciudadanos. Tales medidas tenían por objeto detener el
desarrollo de la producción, acerca de la cual dan testimonio millares de
hallazgos arqueológicos en el antiquísimo territorio del santuario de Esparta
—el templo de Artemisa Ortia— y en otras partes de la ciudad.
Muy pronto, el Estado espartano se vio en la necesidad de sostener
otra pesada guerra contra Mesenia, que se sublevó en la segunda mitad del siglo
vii a. C. La sublevación
estalló en la parte nórdica de la llanura mesénica, en la región de Andania.
Los sublevados, encabezados por el rey Aristómenes, de la estirpe de los
epítidas, estaban aliados con Arcadia, Elida y Argos.
Durante los primeros años de la guerra, los espartanos sufrieron una
derrota tras otra. Los versos de Tirteo, que tomó parte en dicha guerra, hablan
de la extrema tensión de fuerzas por parte de Esparta. El conflicto repercutió
también sobre la creación de los mesenios, que precisamente en ese tiempo
compusieron unas canciones épicas, aprovechadas posteriormente por los autores
que imitaban a Homero. Los mesenios se sostuvieron heroicamente, mas sus
aliados, especialmente el rey arcadio Aristócrates, los traicionaron, y los
espartanos comenzaron a superarlos. En una batalla decisiva, junto al «gran
foso», al décimo año de la guerra, los mesenios fueron derrotados. Pero su
resistencia continuaba; se habían fortificado en el monte Ira, en los límites
de la Arcadia, donde se sostuvieron a lo largo de once años. Capitularon bajo
la condición de poder trasladarse libremente a Arcadia y otras regiones de la
Hélade. Los que se quedaron fueron convertidos en ilotas y, junto con sus
respectivas parcelas, distribuidos entre los espartanos. Resulta así que a
finales del siglo vii a. C.,
el sistema de explotación de los ilotas ya estaba formado en lo fundamental.
Evidentemente, entonces fue cuando se introdujo la ya mencionada costumbre
bestial de las criptias. Tal como escribe Tucídides, toda la atención de los
poderes espartanos estaba dirigida ahora al aplastamiento de los ilotas. De vez
en cuando las rebeliones de los ilotas estallaban con tanta violencia y fuerza,
que el Estado espartano no estaba en condiciones de reprimirlas por sus propios
medios. En tales ocasiones, Esparta pedía ayuda en las comunidades vecinas del
Peloponeso, surgiendo sobre esta base la tendencia a estrechar relaciones con
una serie de ciudades de alrededor. A su vez, estas mismas ciudades también
estaban interesadas en un acercamiento con Esparta, por cuanto en aquel tiempo
ésta gozaba ya de la fama de ser uno de los Estados militarmente más poderosos
de toda la Hélade. Como resultado, a mediados del siglo vi a. C., se forjaba en el Peloponeso una unión que
entró en la historia con el nombre de Liga o Confederación del Peloponeso. Aun
cuando Esparta la encabezaba, los demás miembros continuaron conservando su
independencia; Esparta se inmiscuía muy poco en los asuntos internos de los
mismos.
2.
Creta
Cuenta la leyenda que, antes de formular y publicar las leyes que han
quedado vinculadas a su nombre, Licurgo habría visitado también a Creta durante
los viajes que hiciera con el fin de estudiar las constituciones de otros
países. Sin duda, esta leyenda se apoya en el hecho histórico de que entre las
organizaciones estatales de Esparta y de Creta se observan muchos rasgos
similares. Dichos rasgos se explican históricamente por el hecho de que, tanto
en Esparta como en Creta, en el primer milenio anterior a nuestra era, la
población dominante fue la doria, que sometió a los pobladores de la isla;
entre ellos a los aqueos, eteocretes (cretenses autóctonos) y otros.
Sin embargo, la similitud entre Esparta y Creta se observa más bien en
sus instituciones sociales que en las estatales. Para conocer a unas y otras es
especialmente importante, aparte de una reducida cantidad de fuentes
literarias, una gran inscripción encontrada en una ciudad de la costa
meridional de Creta: Gortis, la que, junto a Cnosos, desempeñó gran papel en la
historia de esa isla. Aun cuando esta inscripción, a la que a veces se denomina
«la verdad gortinense», fue grabada en la pared de un edificio público ya a
mediados del siglo v a. C.,
ella representa la codificación de la legislación cretense perteneciente a una
época muy anterior.
Las fuentes mencionadas permiten formarse cierta idea acerca del
régimen social de la sociedad cretense. La población de esta isla estaba
formada por dos grupos fundamentales: libres y dependientes. Los tributos eran
los ciudadanos, pertenecientes a las tribus dorias, que gozaban de plenos
derechos; los llamados «súbditos», equivalentes a los periecos espartanos, que
conservaban la libertad personal, pero carecían de la plenitud de los derechos
civiles; los manumitidos, a los que de acuerdo con las leyes nadie podía privar
de la libertad; y los extranjeros que moraban en la isla. Los ciudadanos era
reunidos en hetairías (sociedades). Además de esto, junto a las tres filai en
que se dividía la población doria, en algunas ciudades cretenses en las que la
población estaba mezclada, había otras filai más (por ejemplo, la de los
aitaleos). Cada una de ellas no era más que una gens o una familia ampliada.
Semejantes filai existían también en el seno de la sociedad de los
"súbditos". Las hetairías estaban formadas por compañías de jóvenes
amigos (agelas) pertenecientes a la clase dominante (en consecuencia, no podían
ingresar a las mismas los «súbditos», los manumitidos y los extranjeros, todos
los cuales se consideraban como «fuera de las hetairías»). A la cabeza de cada
hetairía había un arconte. Para la vista de las causas o procesos que surgían
entre los que se hallaban «fuera de las hetairías» (athetairíos) y los miembros
de las mismas, se nombraban jueces especiales. Y dado que los miembros de las
familias nobles, al ser distribuidos según las hetairías, trataban de conservar
los vínculos con su gens, las hetairías coincidían mayormente con las filai.
Una subdivisión de la filai era el claros. Del seno de la file emanaba el
claros militar que soportaba obligaciones especiales; entre sus miembros se
elegía los cosmos (estrategas), que tenían en sus manos el supremo poder
militar del Estado. Los "súbditos", agrupados en comunidades rurales,
también estaban divididos en filai. Junto con la agricultura estaban desarrollados
los oficios y el comercio. Para los manumitidos, o libertos, se destinaban en
las ciudades cretenses barrios especiales. Finalmente, para la administración y
para la vigilancia de los extranjeros que moraban en la isla existía un
funcionario ad hoc.
A semejanza de las comidas en común de Esparta ("Syssitia"),
en Creta se efectuaban también banquetes públicos, conocidos como "comidas
de varones" (andreiai). Según algunas fuentes, estas comidas eran
organizadas por los aportes efectuados por los miembros del claros. Según otras
fuentes, era el propio Estado quien destinaba a las mismas una parte de los
ingresos del fisco. Cada una de estas andreias estaba bajo la vigilancia de un
llamado paidónomo. En las andreias se hallan presentes los niños varones, que
recibían la mitad de la ración. Al cumplir los diecisiete años, el joven era
registrado y anotado en una agela, teniendo que frecuentar los gimnasios, en
los que se prestaba principal atención al entrenamiento físico y una atención
mucho menor a la instrucción intelectual; un lugar esencial era destinado al
aprendizaje de memoria de las leyes, redactadas en verso. Al terminar la agela,
en la que probablemente permanecían unos diez años, los jóvenes ingresaban en
la hetairías. Los miembros de cada promoción estaban obligados a contraer
simultáneamente matrimonio, pero la esposa entraba en la casa del marido sólo
cuando estaba en condiciones de manejar la economía de la misma. El matrimonio
era considerado sagrado, y toda violación del mismo era severamente castigada.
La población no libre, o dependiente, de Creta se componía de mnoitas
y de esclavos. Los mnoitas eran agricultores, cargados de gravosas
obligaciones, que habitaban las tierras del Estado. Quizás en éstos ha de verse
a los descendientes de la antigua población de la Creta minoica. En cuanto a
los esclavos, pertenecientes a particulares, se los puede subdividir en dos
categorías. Unos, cuya situación correspondía a la de los ilotas espartanos,
labraban las parcelas (cleros) de sus amos, a los que debían entregar una parte
de los productos que obtenían; estaban fijados inseparablemente a los cleros, y
recibían la denominación de afamiotas o clerotes. Podían formar familias e
inclusive contraer matrimonio con mujeres libres; tenían su hacienda doméstica
y podían adquirir bienes domésticos también. Otros, utilizados para los
trabajos y quehaceres de las casas, eran esclavos comprados.
Las particularidades de la sociedad en Creta habían condicionado la
singularidad del régimen estatal de las cuarenta y seis polis cretenses. Las
constituciones de las mismas tenían un rasgo común: cada una de ellas era
regida por los ya mencionados cosmos. Aristóteles desaprueba este orden estatal
considerándolo la peor clase de oligarquía: el caso es que dichos cosmos estaban
investidos entre los cretenses del supremo poder tan sólo formalmente, pues en
la realidad se encontraban supeditados a la tiranía de los representantes de
las familias nobles, que tenían el derecho de reemplazarlos durante el
ejercicio del poder. Escribe Aristóteles: "Tal preponderancia de la
nobleza y, en general, de los hombres del poder que no desean someterse a un
veredicto de los cosmos, lleva a la anarquía, a constantes disensiones y a una
lucha intestina, de manera que el régimen cretense tiene tan sólo alguna que
otra similitud con un régimen estatal". Al colegio o senado de los cosmos
estaban adscriptos un secretario y otros funcionarios, entre ellos los que
entendían de las finanzas.
El poder judicial también se hallaba bajo la jurisdicción de los
cosmos, a los cuales estaban sometidos los jueces. Debajo de los cosmos se
encontraba el Consejo de ancianos; eran sus miembros los mismos cosmos una vez
que habían cumplido el término reglamentario de su función; eran integrantes
vitalicios de este Consejo, que representaba la suprema instancia gubernamental
y judicial, poseía plenipotencias casi ilimitadas y gobernaba el demos a su
albedrío (al decir de Aristóteles, "arbitrariamente, y no sobre la base de
las leyes escritas"). El número de miembros de este Consejo llegaba a
veintiocho o treinta.
La asamblea popular ocupaba un lugar secundario, puesto que sólo
poseía el derecho formal de confirmar las resoluciones tomadas por el Consejo o
por el Cosmos. Hacia mediados del siglo iii
a. C., la Asamblea popular adquirió gran significado y valor. Dada la
democratización del régimen estatal realizada entonces en Creta, al lado del
Consejo de ancianos se formó incluso un consejo de «jóvenes», investidos de
poderes especiales, y que también cumplía funciones judiciales.
Las sesiones de la Asamblea popular tenían lugar en la plaza pública
(ágora), donde había una piedra especial desde la cual los oradores
pronunciaban sus discursos y arengas. La Asamblea popular estaba autorizada
para tomar resoluciones sólo con la presencia de no menos de quinientos
miembros.
La «verdad gortinense» contiene también una serie de artículos
vinculados con asuntos de herencia, deudas, violaciones de reglas sociales,
etc. Los procesos en Creta eran orales, en presencia de testigos, los que
hacían sus declaraciones bajo juramento.
En cuanto a la historia de Creta durante el período prehelénico, de la
misma se han conservado tan sólo hechos aislados carentes de valor para la
historia griega general. Así, se sabe que durante las guerras greco-persas, los
ciudadanos cretenses despacharon una embajada a Delfos, pero no tomaron parte
alguna en dichas guerras. Tampoco tomaron parte alguna las ciudades cretenses
en la primera Liga marítima ateniense, aparecida en el siglo v a. C.
3.
Tesalia
Las relaciones sociales y el régimen estatal de Tesalia ofrecen un
interés particular debido a que allí se conservó sin mayores variantes un
régimen social que hace recordar, hasta cierto grado, a la Grecia homérica.
Tesalia representa una llanura baja, la más grande de toda la Hélade,
limitada por todos los lados por colinas y cordilleras: al norte, por el
Olimpo; al oeste, por la cordillera de Pindo; al este, por las de Osa y Pelión,
y al sur, por la cordillera de Acaya y, tras ésta, el monte Eta, paralelo a la
anterior. La llanura tesalia es regada por el río más grande de la Hélade, el
Peneo. Dicha llanura es muy feraz, apta tanto para la agricultura como para la
ganadería (hasta el mismo período helénico, Tesalia poseía la mejor caballería
de Grecia).
Desde Tesalia se exportaban en gran cantidad carnes y cereales. Una
parte de la llanura tesalia estaba cubierta, en tiempos más remotos, de espesos
bosques; es característico que, aún en el siglo v,
los antiguos funcionarios, que ya habían perdido el poder y se habían
convertido en epónimos (los años se denominaban con los apelativos de dichos
funcionarios), eran apodados «inspectores silvestres». Entre la cordillera de
Acaya y el monte Eta se extendía otra llanura, no muy grande ni tan feraz,
regada por el río Esperquio. En el sur del país, en el golfo de Pagaso,
estaban, bien ubicados y protegidos contra los vientos, los puertos de Iolcos y
de Pagaso.
La lengua de los tesalios, al igual que la de los beocios, era, en la
época clásica, una mezcla de dos elementos dialectales: el dórico y el eólico.
La naturaleza mixta del idioma confirma la tradición histórica según la cual
Tesalia, durante la época micénica, se hallaba poblada de tribus eolias. Era,
en aquel entonces, uno de los países cultos, guías de la Grecia europea, como
lo hacen ver tanto los datos obtenidos en las excavaciones, como el papel que
desempeña el héroe tesalio Aquiles en la Ilíada.
En la época de las invasiones dorias, los emigrados se apoderaron,
como en todas partes, de las llanuras más fértiles. La anterior población eolia
—"los penestai"—, aun cuando conservaron parcialmente sus territorios
y sus regímenes tribales, se vieron privados de la libertad, pasando a depender
del vencedor, proveyendo a éste de guerreros y pagando un tributo.
Los pobladores de Tesalia propiamente dichos se dividían en cuatro
grupos. El primero lo componían los dinastas, miembros de las pocas gens
nobles, poseedores de grandes latifundios, los cuales, de hecho, habían
concentrado en sus manos todo el poder. Al segundo grupo pertenecían los
medianos y pequeños agricultores libres, algo así como arrendatarios de los
dinastas, a los cuales también prestaban servicio en el ejército en función de
escuderos y guerreros, ecuestres e infantes. Este grupo no debía ocuparse en
oficios artesanales y de comercio, bajo la amenaza de ser despojado de sus
derechos civiles. Inclusive, para asistir a la Asamblea popular, no se reunían
en la plaza del mercado, como en las otras polis griegas, reservada en este
caso a los nobles tesaliotas, sino en una plaza especial, el ágora «libre», en
la que estaba prohibido toda clase de comercio. El tercer grupo lo componían
los artesanos y los mercaderes, personalmente libres pero carentes de derechos
políticos. La situación de la masa fundamental de los productores, "los
penestai", que formaban el cuarto grupo, difería poco de la de los ilotas
espartanos en los siglos vii-vi a. C. Los "penestai",
al igual que los ilotas, estaban vinculados a la parcela que se les había
adjudicado y entregado, y poseían casas y bienes muebles; no podían abandonar
su parcela y estaban obligados a entregar una parte determinada de la cosecha a
su dinasta terrateniente y a obedecer sus órdenes, pero el dinasta no podía
matar a los "penestai". Las rebeliones de los "penestai",
al igual que las de los ilotas, eran un fenómeno ordinario.
Todas estas particularidades de la estructura social de Tesalia
recuerdan a la estructura social de la Grecia homérica. La tierra estaba
subdividida en parcelas (cleros). Sin embargo, estos cleros no tenían nada de
común con las pequeñas parcelas de los campesinos que recibían la misma
denominación en el Ática y en Beocia. En caso de guerra, todo clero debía
proveer cuarenta guerreros ecuestres y ochenta hoplitas. Para suministrar
semejante milicia, un clero tenía que ocupar un área de más o menos unas 1.600
a 1.800 hectáreas; es lógico suponer que tales cleros pertenecían sólo a los
grandes terratenientes, de los cuales en toda la Tesalia podría haber cerca de
doscientos. Con respecto a los terratenientes, todo el resto de la población
libre se encontraba en situación de dependencia, recibiendo de aquéllos
parcelas para ser labradas. En los tiempos de paz, cada familia noble (las más
poderosas eran la de los Aléuadas en Larisa y la de los Escópadas en Farsalia),
junto con sus «arrendatarios», constituía una aislada unidad política.
La nobleza tesaliota erigía fortificaciones para defender sus
posesiones. Sin embargo, el peligro de rebeliones de las tribus sojuzgadas, y
también el de invasiones enemigas, habían forzado a los dinastas tesaliotas a
crear, ya en tiempos muy tempranos, una organización militar pantesalia. Así
como los basileus griegos durante la campaña contra Troya habían formado un
ejército común bajo el mando del basileus micenio Agamenón, así también los
tagos (equivalentes al basileus en el lenguaje de los tesaliotas) elegían, en
caso de guerra, un tago pantesalio. En tales oportunidades entraba en funciones
(tanto para la elección de un tago, como también para otras necesidades), la
Asamblea popular pantesalia, compuesta por todos los tesaliotas libres; mas en
tiempos de paz dicha asamblea casi no se reunía y el país se disgregaba en
uniones separadas entre sí, de gens o grandes familias.
La unión de tres o cuatro filai representaba en los Estados griegos
primitivos, no sólo una agrupación gentilicia, sino también territorial: todos
los ciudadanos de una filé, y la filé misma, se establecían juntos, tenían su
basileus y en el ejército constituían un destacamento autónomo propio. Así
ocurría en el Ática y, a juzgar por las palabras de Néstor, uno de los héroes
de la Iliada, también en el ejército homérico. Así era en Tesalia.
Aparte de ello, Tesalia estaba dividida en tetrarquías; los nombres de las
cuatro eran: Tesaliótida, Pelasgiótida, Hestiótida y Ftiótida. A la cabeza de
cada una de estas tetrarquías se hallaba un polemarca (jefe militar), lo cual
indica que las tetrarquías eran unidades no sólo administrativas, sino también
militares.
La historia de Tesalia de comienzos del primer milenio anterior a
nuestra era no es conocida. Entre las tradiciones griegas se ha conservado una
leyenda según la cual los tesaliotas habían intentado apoderarse de las tierras
situadas al sur de su propio territorio; pero los focidios obstruyeron con un
muro de piedra el paso de las Termópilas, impidiendo así el ulterior avance de
los tesaliotas. Los restos que de dicho muro se han conservado corresponden, a
criterio de los hombres de ciencia, a tiempos posteriores (a los siglos vii-vi
a. C.).
En el siglo vi, los
tesaliotas constituían una de las tribus más poderosas y desempeñaban gran
papel en la política panhelénica. Ello se había manifestado en la guerra por el
santuario de Apolo en Delfos, que en aquel entonces pertenecía a la Fócida. Los
focidios habían resuelto cobrar derechos de entrada a los peregrinos que
arribaban a Crisa, puerto de Delfos. El hecho provocó una protesta de los
Estados griegos; dio comienzo la llamada «guerra sagrada», en la que tomaron
parte los sicionios, los atenienses y otros, correspondiendo el papel conductor
a los tesaliotas. Como resultado de esa guerra, el santuario de Delfos fue
arrebatado a los focidios, Crisa fue arrasada y los tesaliotas, junto con las
tribus bajo su mando, obtuvieron la mayoría de votos en el Consejo de la
afictionía de Delfos.
De la misma manera, los tesaliotas desempeñaron el papel decisivo en
la guerra llamada de Lelante, entablada entre dos coaliciones mercantiles: de
un lado se hallaban Samos y Calcis, y de otro Mileo y Eretria. Los tesaliotas
se plegaron a Calcis, que, gracias a la caballería tesaliota, obtuvo la
victoria sobre el enemigo. Muy pronto, empero, los tesaliotas fueron derrotados
por los beocios y los focidios. A comienzos del siglo v los tesaliotas combatieron al lado de los persas. Debido a
ello no tuvieron durante todo ese siglo influencia política considerable. El
nuevo ascenso de Tesalia comenzó a principios del siglo iv a. C.
4.
Beocia
En el curso de las investigaciones arqueológicas en el territorio de
Beocia, especialmente en la región del lago Copais y en el sitio de la antigua
ciudad de Orcómeno, se descubrió una gran cantidad de monumentos de la cultura
micénica, y debajo de los mismos apareció una capa neolítica, perteneciente al
tercer milenio a. C. Los mitos vinculados con Beocia mencionan, entre las
antiquísimas tribus que la poblaban, a los minios. En el siglo viii aparecen ya los beocios en calidad
de un solo pueblo que hablaba el dialecto beocio.
Entre los poblados, los más importantes en los primeros tiempos fueron
Orcómeno, en el cual la tradición ubica a los mencionados minios, y Tebas, del
cual se habla en los poemas homéricos como de un considerable centro que
posteriormente sometió a Orcómeno.
Según el testimonio de Tucídides, la población de Beocia había llegado
desde Tesalia; empero, el mismo autor hace la salvedad de que una parte de los
beocios ya habitaba anteriormente en esta región. Evidentemente, la migración
desde Tesalia, si es que tuvo lugar en la realidad histórica, repercutió muy
poco sobre el desarrollo interno de Beocia.
El Régimen económico-social de Beocia
En Beocia no hubo revueltas sociales, tan características de las
ciudades griegas desarrolladas de los siglos vii-vi a. C. La causa, desde luego, no
fue «la estupidez de los cerdos beocios», como decían despectivamente sus
vecinos, los atenienses, sino las características particulares del desarrollo
económico de la región. En la fértil Beocia, incluso en la época en la que la
producción de la mayor parte del mundo griego ha sufrido grandes cambios, la
economía siguió siendo fundamentalmente agraria, con predominio de los cultivos
gramíneos. En Beocia, un agricultor que poseyera aunque fuera una pequeña
parcela, con una forma relativamente intensiva de efectuar su labor, podía
subsistir. También estaba desarrollada en Beocia la ganadería, especialmente la
cría de caballos. Sobre el lago Copais y en el litoral marítimo estaba
desarrollada bastante considerablemente la pesca. Puesto que la producción
artesanal estaba escasamente desarrollada, sólo los excedentes agrícolas
estaban comercializados.
Pero cierto que también en Beocia repercutieron gravemente sobre la
economía de los campesinos la estratificación en el interior de la comunidad y
el crecimiento de la desigualdad de recursos y bienes. Para la conservación de
las parcelas de los campesinos, las legislaciones antiguas prevenían y
anticipaban medidas extraordinarias. Como informa Aristóteles, un legislador
tebano de comienzos del siglo vii,
Filolao, había establecido que si en una familia nacían más hijos que cantidad
de tierra tenía la misma a su disposición, el padre estaba obligado, bajo
amenaza de pena de muerte, a no educar él mismo a la criatura, sino a
entregarla a otros, al que diera por ella una paga, por pequeña que fuese; esta
paga simbólica era un resabio de la venta (para la esclavitud) que otrora existiera.
Conocemos, por Tucídides, que anteriormente a las guerras
greco-persas, el poder en las ciudades beocias se hallaba en manos de un
pequeño grupo de aristócratas pertenecientes a cinco estirpes: los antepasados
de cuatro de ellas se llamaban Espartos (literalmente, «sembrados»), porque, de
acuerdo con la tradición referente al mitológico fundador de Tebas, el héroe
semidiós Cadmo, aquellos crecieron de los dientes de un dragón sembrados por
Cadmo; el antepasado de la quinta estirpe era considerado pariente por afinidad
con los Espartos. A consecuencia del desarrollo gradual, aun cuando tardío, del
intercambio de productos, en el Estado beocio comenzaron a adquirir valor y
significación los hombres adinerados aun cuando no pertenecieran a la
aristocracia de abolengo. Además, al lado de los aristócratas terratenientes
aparecieron también campesinos acaudalados, que habían pasado por una severa
escuela de la vida y habían sabido enriquecerse merced a la manera más
intensiva de conducir sus haciendas. El desarrollo del comercio marítimo,
característico para toda la Grecia de los siglos viii-vii
a. C., no pudo dejar de ejercer cierto efecto sobre la economía de Beocia.
El poeta beocio Hesíodo, cuyo poema "los trabajos y los
días" se puede datar entre los siglos viii-vii a. C., condena la ocupación en
el comercio marítimo, cuyo entusiasmo, dice, se había apoderado de todos. No
obstante, aconseja sobre las condiciones en que sería lícito y conveniente
ocuparse del mismo, sin someterse a gran riesgo. Todo esto se halla expuesto en
forma de consejos que Hesíodo da a su hermano Perses; allí mismo, el poeta hace
conocer interesantes hechos de la vida de su padre, quien había intentado
enriquecerse ocupándose del comercio en cuestión. El padre de Hesíodo había
vivido anteriormente en la ciudad eolia de Cumé y trasladado luego a Beocia.
Aquí, "habiendo huido de la perversa miseria'', sólo pudo adquirir una
pequeña parcela "en el mísero poblado de Ascra". No obstante, se convenció
muy pronto de que, aun esta pequeña parcela en la fértil Beocia le
proporcionaba una existencia más segura que el comercio marítimo. Para aumentar
la rentabilidad de una economía campesina, Hesíodo recomienda los siguientes
medios: labrar la tierra con las manos de los miembros de la familia, disminuir
la procreación de hijos, trabajar sin descanso desde la mañana hasta la noche,
etc.
El poema de Hesíodo constituye así una fuente muy importante que
refleja la vida social y económica de la Beocia de su tiempo. La masa básica de
pobladores de esa región se componía de agricultores que, en parte
considerable, dependían de la aristocracia terrateniente de abolengo. Hesíodo
representa simbólicamente esa dependencia de la arbitrariedad de los
aristócratas, en una fábula en la cual un gavilán dice al ruiseñor que tiene
entre sus garras:
«Por qué, infeliz, estás piando? ¡Yo soy más fuerte que tú!
Por más que cantes, he de llevarte adonde yo quiera.
Puedo comerte o dejarte en libertad.
No tiene juicio aquel que quiere medirse con el más fuerte:
No lo vencerá, ¡y sólo agregará humillación a sus penas!»
Por más que cantes, he de llevarte adonde yo quiera.
Puedo comerte o dejarte en libertad.
No tiene juicio aquel que quiere medirse con el más fuerte:
No lo vencerá, ¡y sólo agregará humillación a sus penas!»
La aristocracia terrateniente conservó en Beocia su
predominio durante mucho más tiempo que en otras regiones de Grecia, por
ejemplo, en la vecina Ática. Los rasgos del atraso se exteriorizaron en las
leyes beocias. En este sentido son muy características las que tratan de los
deudores: cuando el deudor no pagaba su deuda era llevado a la plaza del
mercado y sentado en un lugar preestablecido para ello, colocándose ante él un
canasto, y el hombre tenía que permanecer en esta posición hasta que las
limosnas que se arrojaban al interior del canasto resultaran suficientes para
amansar la ira de los acreedores. Los ciudadanos que sufrían semejante castigo perdían
sus derechos civiles. No podemos determinar, por falta de datos fehacientes, si
en Beocia el endeudamiento moroso llevaba hacia la servidumbre o hacia la
esclavitud.
La alianza beoda
La vida política de Beocia se caracterizaba por la existencia de una
alianza entre sus polis, en la cual el papel predominante lo desempeñaba Tebas,
la ciudad más grande de Beocia. Tucídides caracteriza por boca de los tebanos
el régimen estatal de Tebas al comienzo de las guerras médicas, de la siguiente
manera: «En aquel entonces nuestro régimen de Estado no era oligárquico,
apoyado en leyes iguales para todos, ni tampoco democrático. El poder, en el
Estado, se hallaba en las manos de unas pocas personas, lo cual es adverso a
las leyes y más que a un régimen estatal racional se acerca a una tiranía». Por
lo demás, y tal como hace constar Herodoto, ese poder chocaba ya con una
resistencia organizada cuando comenzaron las guerras greco-persas. Esto se
explica no tanto con las contradicciones político-sociales, como mediante los
fracasos exteriores de la alianza beocia.
La existencia esta alianza, ya en el siglo vi a. C., constituye un factor importante en la
historia de Grecia, en general. Existía allí una anfictionía, es decir, una
unión de polis vecinas para la protección y defensa de los santuarios comunes
que se agrupó en torno al templo de Poseidón primero y del de Atenea Itonia
después. Las funciones fundamentales de tal anfictionía era la preocupación y
cuidado respecto de los santuarios, de los festejos que tenían lugar en los
mismos, de las ferias que estos festejos representaban en aquel tiempo y en las
que podían tener cita, sin temor alguno, los mercaderes de las más diversas
partes de Beocia, y donde, finalmente, se llevaba a cabo la solución de las
disputas (especialmente las concernientes a las fronteras) entre las polis
beocias. Los órganos de las anfictionías poseían funciones punitivas sobre los
miembros que se apropiaban de tierras del templo, que violaban y perturbaban la
seguridad de los oficios religiosos y, con ello, la libertad del comercio, o
los que, en general, no se sometían a las resoluciones del consejo de la
anfictionía. Todas estas funciones fueron durante largo tiempo funciones
principales de la alianza de Beocia y de sus órganos, los que, además, tenían
aún otras obligaciones más. El fértil suelo de Beocia fue constantemente
codiciado por sus vecinos y objetó de constantes ataques desde todos los
costados. Probablemente, ya a mediados del siglo vi a. C. los vecinos septentrionales de Beocia, los
tesaliotas, intentaron someterla y la invadieron, mas fueron derrotados
cabalmente en la batalla entablada. En el mismo tiempo, la alianza beocia tuvo
que sostener una lucha difícil y prolongada contra Orcómeno, que en aquel
entonces era uno de los más poderosos Estados de la Grecia central y poseía
también un suelo fértil y un fuerte ejército. La alianza beocia logró quitarle
a Orcómeno, una tras otra, las ciudades que poseía, y a comienzos del siglo vi la forzó a adherirse a ella,
habiéndose asegurado ciertos privilegios. Menos feliz fue la prolongada lucha
contra el vecino del sur, Atenas. Los beocios perdieron, al comienzo, la ciudad
de Eleusis con el antiguo santuario de Dionisos, y luego toda la región del sur
del río Asopos, incluyendo la ciudad de Platea y la de Oropos en la costa.
Conducir todas estas guerras sólo era posible disponiendo de
un ejército unificado, de un fuerte comando y de la posibilidad de exigir de
modo coercitivo a los aliados que enviasen contingentes de guerreros al
ejército aliado. Problemas y plenipotencias de tal amplitud, ajenos a las
anfictionías comunes, habían condicionado la transformación de la alianza
beocia en el más antiguo Estado aliado, ya centralizado en grado bastante
considerable. El miembro más fuerte de esa alianza era Tebas, que, como es
natural, desempeñaba el papel dirigente en las guerras. Esta circunstancia, que
la había convertido también en dirigente político de la alianza, dio a Tebas la
hegemonía financiera y, al mismo tiempo, fue en detrimento de la independencia
de las polis pequeñas. De todos modos, en Beocia no se había dado el sinoicismo
del caso ateniense ni había surgido ningún Estado tebano centralizado. Esto se
explica en parte por el hecho de que la anfictionía impedía a Tebas establecer
su hegemonía sobre las demás ciudades que formaban la alianza beocia, y en
parte por el estado de atraso de Beocia.
Todos los miembros de la alianza beocia estaban obligados a proveer
contingentes de guerreros para el ejército aliado. La importancia de estos
contingentes solía ser establecida por los órganos de la alianza según una
distribución especial, en correspondencia con las fuerzas de cada polis.
Pertenecer a la alianza no era ya cuestión voluntaria de cada uno de sus
miembros: por la violación de la obligación guerrera y, con más razón, por la
defección o por el abandono de la alianza, los órganos de ésta dictaban
severos castigos, quitando territorios, desalojando a los habitantes, etc. Dado
que no existían propiedades pertenecientes a la alianza en general, las tierras
quitadas se adjudicaban al territorio tebano, en virtud de lo cual Tebas llegó
a ser cada vez más poderosa.
También fue quitado a los distintos Estados beocios el derecho a
mantener relaciones con los países no beocios, y toda la política internacional
se concentró en las manos de la alianza. El derecho a acuñar monedas fue
conservado por cada Estado beocio por separado hasta el tiempo de las guerras
médicas, pero con la obligación de hacer figurar en el dorso de sus monedas el
blasón panbeocio: el escudo de la diosa Atenea Itonia; solamente Orcómeno
conservó el derecho a acuñar monedas con el blasón propio: una espiga de
cereal.
Hasta las guerras greco-persas, cada Estado beocio conservó sus instituciones;
en la mayoría de ellos se hallaba a la cabeza un arconte; a la cabeza de
Tespias se encontraba un antiguo colegio aristocrático formado por siete
demucos, o basileus, elegidos del seno de unas cuantas familias nobles; a la
cabeza de Oropos había un sacerdote del dios Anfiaraos. Sólo después del año
446, los regímenes estatales de las aisladas polis beocias fueron sometidos
coercitivamente a una nivelación.
La organización de las instituciones sociales es bastante conocida
merced al fragmento del tratado de un autor desconocido, que ha pasado a la
historia bajo la denominación de papiro de Oxirrinco. En este fragmento
aparece descrito el régimen que existió en Beocia a partir del año 446
a. C. Existen todas las bases para suponer que la constitución del año 446
a. C. consistió, en lo fundamental, en el restablecimiento de la
constitución vigente antes de las guerras médicas. La esencia de la misma es la
siguiente: a la cabeza se hallaban los beotarcas, esto es, los miembros del
gobierno de la alianza. Eran (al menos, desde el año 446) once; los miembros
más considerables de la alianza elegían a dos de ellos; las elecciones tenían
lugar cada tres años. Al lado de los beotarcas funcionaba un consejo aliado;
cada Estado beocio elegía sesenta diputados por cada beotarca y pagaba el
mantenimiento de los mismos. De acuerdo con el mismo principio, se integraba
también el juzgado de la alianza, así como el ejército (mil hoplitas y mil
jinetes por cada beotarca).
La nobleza que a finales del siglo vi
se hallaba a la cabeza de Tebas, no sólo oprimía a las masas populares de su
Estado, sino también vejaba a las demás polis beocias. Esto provocó la
defección de Eleusis y de Platea, que se pasaron a Atenas. El tribunal
espartano de arbitraje que juzgó este conflicto reconoció la independencia de
Platea, debido a que Esparta trataba de impedir toda unificación. La política
de Tebas provocaba en Beocia una fuerte oposición al dominio de la nobleza
tebana, lo cual excitaba a ésta a buscar el apoyo incluso de los persas. Tal
era la situación de Beocia hacia comienzos del siglo v a. C.
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