1
El Platón cómico —que consiguió
su primera victoria en las Dionisias después de 414— definía a Diítrefes, en la
comedia titulada Fiestas, como
«extranjero, cretense, difícilmente ático».[848] «Rapaz, malvado,
mequetrefe», lo definían los cómicos, según un escolio a Las aves de Aristófanes. En Las
aves (de 414) Aristófanes hace decir al coro que Diítrefes «desde la nada
se ha convertido en un peso pesado» porque «los atenienses lo han puesto al
frente de la caballería».[849] No es improbable que también las Fiestas del Platón cómico reflejen, como
Las aves, la incomodidad de la
ciudad, trastornada por la crisis de los Hermocópidas.[850]
Diítrefes irrumpe en la política y se abre camino rápidamente en aquel terrible
momento. La comedia no le quita ojo. Por el poco material que se ha conservado
no estamos en condiciones de saber si su espectacular travesía a través del
golpe de Estado y la restauración democrática también fue objeto de ataques en
la escena cómica. No sabemos mucho tampoco acerca de la relación de la comedia
con el rápido colapso de la oligarquía ante la ráfaga de juicios fratricidas
entre oligarcas de diversas filiaciones desencadenada por la victoria política
de Terámenes.
Un par de fragmentos del Fallo triple (Triphales) de Aristófanes[851]
parecen pertenecer a un contexto en el que se apuntaba a la fuga de Aristarco
junto con su séquito de arqueros «de los más bárbaros». Lo que tenemos es
demasiado escaso como para formular hipótesis certeras, pero la sugerencia no
parece despreciable. «Sabiendo que los íberos, los que desde hacía tiempo
(estaban) con Aristarco»; y, quizá, poco después: «Los íberos de que me provees[852]
deben venir a toda prisa.»[853] La cercanía con la descripción
aportada por Tucídides de la fuga de Aristarco es evidente: «tomó consigo
apresuradamente algunos arqueros, los más bárbaros, y se dirigió a Énoe».[854]
Parece razonable pensar que el Triphales
presupone el episodio clamoroso de la fuga de Aristarco, que había causado
impacto por la entrega de Énoe al enemigo, y probablemente también por su
juicio. Es ésta, entonces, otra huella del interés que Aristófanes prestó a «la
crónica», y cómo dio su versión de la larga crisis que desemboca en el golpe de
Estado y en sus prolongadas consecuencias.
2
Acerca de ello tenemos un
documento decisivo, que se remonta a las semanas inmediatamente anteriores al
cambio de la situación: la Lisístrata,
en escena en marzo-abril de 411.[855] Lisístrata no es sino la casi «profética» puesta en escena de un
golpe de Estado. Es poco antes de mayo de 411,[856] cuando los
Cuatrocientos asumen el poder y ponen en marcha su plan, que ya estaba en el
aire desde hacía tiempo, al menos desde que el sistema político había sido
puesto bajo la tutela de los diez próbulos —entre los que figuraban Sófocles y
Hagnón, padre de Terámenes—, quienes la asumieron al día siguiente del desastre
en Sicilia y de la llegada a Atenas de la terrible noticia sobre las acciones
del «comité de salud pública».[857] El «Próbulo» aparece en Lisístrata (desde el v. 387) y tiene una
áspera discusión con la protagonista, que es la ideóloga y artífice del golpe
de Estado. Por otra parte, el coro de los viejos lanza la alarma de un
inminente intento de subvertir la democracia (vv. 618619: «¡Siento olor de
Hipias!»). Se podría observar también que Lisístrata ejecuta el golpe de Estado
en complicidad con mujeres espartanas; ocupa la Acrópolis e impone la
conclusión de la paz. Es exactamente eso
lo que el grupo más selecto y decidido de los Cuatrocientos pretendía hacer para
dar el golpe de Estado. Más allá de las promesas de «victoria posible sólo
con la ayuda de Alcibíades y de Persia», proferidas con el fin de obtener el
consenso de la asamblea,[858] el verdadero propósito de los jefes de
la oligarquía era la paz rápida con Esparta. (Sobre este punto quedan todavía
cabos sueltos).
Es interesante el hecho de que
Aristófanes «prevea» una escena tan precisamente coincidente con la realidad de
los hechos inminentes. Nunca será posible comprender cómo, en qué ambientes, a
través de qué canales, circulan los humores del cambio en la inminencia del
golpe de Estado, pero hay que tener en cuenta las redes de vínculos personales
en el interior de la élite ateniense. Sófocles, que por entonces tenía ochenta
y cinco años, sigue siendo uno de los próbulos en esa fase preparatoria.
Más allá del tema de la paz
inmediata y a cualquier coste, los jefes de la oligarquía apuntaban desde muy
pronto a la reforma que, por sí sola, hubiera podido vaciar de sentido a la
democracia incluso antes de suprimirla formalmente: la abolición del salario
(μισθός). Merece atención el modo en que Tucídides representa el surgimiento
—por parte de los conjurados— de este punto programático vinculante,
significativo y, para ellos, irrenunciable: «Y entonces[859] se
propuso abiertamente[860]
que no se siguiera ejerciendo ningún cargo público de acuerdo con el
ordenamiento vigente, ni se pagara sueldo alguno». Se decía ya «abiertamente»
lo que de modo evidente venía circulando como instancia que se hace aflorar para
que la opinión pública —atormentada por los atentados impunes,[861]
la censura preventiva sobre los acontecimientos asamblearios[862] y
el monopolio de las intervenciones en la asamblea por parte de los afiliados a
la conjura— estuviera dispuesta a asumir el golpe más duro. Por otra parte, es
el mismo Tucídides —consciente de la importancia crucial de tal procedimiento—
quien revela que la abolición del «salario» (μισθός) era el argumento que las heterías, incluso antes de que Pisandro
desembarcara en Atenas, habían hecho circular.[863] Es decir,
mucho antes de que se proclamara en la asamblea de Colono, donde la decisión
fue formalizada. En definitiva, los viejos del coro de Lisístrata que declaman «temo que algunos espartanos, reunidos en
casa de Clístenes, instiguen a estas mujeres enemigas de los dioses a quedarse
con nuestro dinero, el salario que es
mi vida»[864] no hablan en vano: hacen una referencia precisa a una
amenaza que ya se está insinuando.
Son ridiculizados por
Aristófanes, que les hace decir con efecto cómico (dado el tipo de golpe que se
desarrolla en la escena): «Pues es indigno que éstas ahora se pongan a
reprender a los ciudadanos; que parloteen y que se dispongan a reconciliarnos a
nosotros con los espartanos, en los que se puede confiar tanto como en un lobo
con la boca abierta. Esto lo han tramado, compañeros, con vistas a una tiranía.
¡Pero lo que es a mí, no van a tiranizarme, porque estaré alerta y llevaré mi espada en lo sucesivo en una rama de mirto,
y pasearé por la plaza con mis armas cerca de la estatua de Aristogitón!»[865]
La aceleración con vistas a un
acuerdo con Esparta no es una invención suya. En cambio, es presentada como un
aspecto de la insensata «complotmanía» de la democracia.
Al contrario que muchos críticos
modernos que tienden a perderse detrás de la trama «feminista» de Lisístrata, Johann Gustav Droysen vio
enseguida lo esencial y en su admirable introducción a las comedias de
Aristófanes (1835-1838) observó frente a este explícito parlamento del
coro de los viejos: «Este pasaje y el
tono completo de la comedia parecen demostrar que la puesta en escena haya
sucedido en medio de aquel periodo convulso, pocas semanas antes del colapso de
la constitución, en las Dionisias.»[866]
Droysen capta con precisión los
diversos aspectos y efectos de la comedia:
El insensato plan de las mujeres,
que proyectan conseguir la paz mediante el rechazo del deber conyugal, y el
júbilo final cuando la reconciliación es completa, podrían hacer olvidar por un
momento al pueblo las angustias del presente. Pero la comedia refleja también
la opresión sofocante que caracterizaba el estado de ánimo de la ciudad. El
poeta evita con cautela casi ansiosa el acostumbrado exceso de irrisión y de
sarcasmo contra la personalidad destacada. Incluso las situaciones francamente
ridículas apenas arañan la superficie.[867]
Sin duda está en lo cierto. El
guiño a Pisandro («Pues Pisandro y los que andan detrás de los puestos
públicos, para poder robar, arman siempre algún alboroto»)[868]
queda diluido en una mofa genérica dirigida contra todos los políticos; y por
añadidura la acusación de «robar» es a tal punto genérica y generalizada en la
usual antipolítica, muy difundida en la escena cómica como hábil cobertura para
ahorrar a la concurrencia ataques más profundos y precisos, que las
elucubraciones basadas en este verso (que serían demasiado audaces si Pisandro
estuviera ya «en el poder»)[869] pierden significado. Más allá de
todo estaba claro que Pisandro era el hombre de paja enviado al frente por ser
un demagogo de largo recorrido (el primer apunte sobre su avidez de dinero está
ya en Los babilonios) y por tanto
adecuado para hacerles tragar, a las reiteradas asambleas, el cambio inminente.
Por otra parte, no se nos escapa
que en la discusión Próbulo-Lisístrata aflora la cuestión del tesoro público
para gastar (o no gastar) en la guerra (vv. 493-500): es un problema que desde
el verano de 412 se había convertido en lacerante, porque se había echado mano
a esos miles de talentos que hubieran debido permanecer intactos durante toda
la duración del conflicto.
3
Es sabia la parodia, en realidad
muy próxima al original, del lenguaje político del momento. Se deduce de la
discusión Próbulo-Lisístrata sobre la administración del tesoro y se capta en
el ataque mismo con que los viejos lanzan su grito de alarma: «¡Quien sea un
hombre libre no puede quedarse dormido!»[870] No es en absoluto
casual que el coro de los viejos adopte un léxico político en el que oligarquía y tiranía valen como sinónimos. Éste es un aspecto central del
lenguaje por parte democrática, del que Tucídides nos da dos veces —en pasajes
cruciales de su relato— un testimonio capital, y que tiene que ver con la
construcción ideológica más fuerte de la democracia ateniense: la
autorrepresentación de la democracia como antítesis popular de la tiranía. Cosa
que no está del todo desvinculada de la dinámica real de la lucha política.
Tucídides mismo sabe (y Aristóteles repite) que entre los oligarcas estalla
enseguida la carrera ya que «todos quieren ser el primero»;[871] y
el oligarca tipo del célebre y muy agudo retrato delineado por Teofrasto en los
Caracteres bromea repitiendo
continuamente el verso homérico «¡que uno sea el jefe!»; del mismo modo que
—como consigna de la misma política— repite el estribillo: «¡En la ciudad, o
nosotros o ellos!».
En las ocasiones en que Tucídides
habla de golpes de Estado en Atenas —el que se temía (y quizá fue abortado) en
415 y el llevado a efecto en 411— atribuye a la conciencia popular («El demo, pensando que etc.», «el demo,
recordando lo que sabía por tradición oral, etc.») el temor de una «conjura»,
así se expresa, «oligárquica y tiránica».[872] En este caso se
refiere a pensamientos corrientes en el demo. Comentando sin embargo el exploit de los tres artífices de la
revolución oligárquica —y dando en este caso la idea de hablar en primera
persona— observa que era una gran empresa el «quitar la libertad al demo
después de casi cien años de la caída de los tiranos».[873] En este
segundo caso parece que haga propia esa identificación oligarquía/tiranía que
es la ideología de base del demo ateniense, confirmada y ratificada año tras
año por los epitafios. En realidad, la frase es deliberadamente ambigua. Hay en
efecto otra manera de utilizar el concepto «libertad del pueblo»: es el modo
sumamente hostil del opúsculo dialógico Sobre
el sistema político ateniense que denuncia como elemento central del
régimen democrático el hecho de que «el pueblo quiere ser libre, no subyugarse a la eunomia».[874] Resulta evidente, a la luz de los otros,
explícitos, juicios de Tucídides sobre la irresponsabilidad con la que el
pueblo hace uso de la propia ilimitada libertad de acción en democracia (ποιεῖν
ὅ τι βούλεται), que es precisamente de esto de lo que Tucídides quiere hablar.
La libertad que «parecía imposible quitarle al demo después de un siglo» es
precisamente ese ποιεῖν ὅ τι ἂν δοκῇ, ese ponerse por encima de las leyes que connota el «poder popular».[875]
Por eso, completando el pensamiento acerca de la libertad/arbitrio que los
conjurados habían finalmente consumado, Tucídides prosigue observando que esa
«libertad» del pueblo ateniense había consistido esencialmente en el dominio
sobre los demás;[876] porque la libertad del pueblo ateniense se
sustenta en la tiranía que éste ejerce sobre los demás.
El coro de los viejos, a su vez,
enciende las alarmas con un extraordinario ataque oratorio que apela a «quien
quiera ser libre»[877] y a
continuación declara temer la tiranía («olor de Hipias», «puñal de mirto»,
«estatua de Aristogitón»), para pasar a identificar concretamente la libertad
con el μισθός, que la tiranía precisamente pondría en peligro. Es una muestra
perfecta de la jerga democrática. Queda sin respuesta la pregunta, legítima,
acerca de si Aristófanes está simplemente describiendo el alarmismo democrático
o está aprovechando la escena cómica para encender una alarma.
4
Se sabe que la fecha de
representación de Las tesmoforiantes
es, según algunos, 411; según otros, 410. La datación en 411 pende de un hilo:
1) en el v. 1060 Eco dice haber colaborado «el año pasado en este mismo lugar»
(en el teatro de Dioniso) con Eurípides; 2) inmediatamente después del
«pariente de Eurípides» se pone a recitar la Andrómeda de éste en la que figuraba Eco como personaje; 3) un escolio
al v. 53 de Las ranas sostenía haber
estado inmerso en la lectura de la Andrómeda
(cuando estaba en la victoriosa nave que había hundido a doce de las enemigas)
y no en cambio en la lectura de tragedias representadas en los tiempos más
cercanos, por eso precisa que «la Andrómeda
era ocho años anterior» (referencia que, en un cálculo preciso, debería llevar
a 412).
Pero este tenue hilo (todo
depende de la exactitud de esa cifra «ocho») puede ser puesto en duda por las
referencias explícitas contenidas en la comedia, todas ellas vinculadas, de un
modo u otro, a los acontecimientos de la oligarquía en 411.
En su gran libro The Athenian Boule (Oxford, 1985),
P. J. Rhodes muestra que esas referencias de la comedia a los poderes
de la Boulé (ante todo, el de imponer penas capitales [vv. 943-944, pero
también 76-80]) se explican en función de la Boulé de los Cuatrocientos, que
efectivamente, después de haber expulsado a la legítima Boulé de los
Quinientos, se arrogó tal poder y lo ejerció duramente (Tucídides, VIII, 67, 3
y 70, 2). Se podría agregar un dato, bastante fuerte, también relativo a la
Boulé.
En la parábasis, cuando la
corifea se pone a hacer la lista razonada que lleva a afirmar la superioridad
de las mujeres sobre los hombres, su comicidad consiste en el recurso a nombres
femeninos expresivos a los que contraponer défaillances
masculinas en el ámbito evocado sucesivamente por esos nombres. Así, el nombre
de Nausímaca sirve para proclamar la inferioridad de Carmino, estratego
superviviente de una derrota naval (v. 805); el nombre de Eubule (v. 808) sirve
para ridiculizar a «uno cualquiera de los buleutas
del año pasado que han delegado en otros su función (τὴν βουλείαν)». El
escolio declara aquí no comprender («no está claro lo que significa»). Es evidente,
sin embargo, la referencia a la Boulé «desahuciada» de los Cuatrocientos, como
comprendieron Le Paulmier, Rogers y Van Leeuwen, entre otros.
No tiene mucho sentido suponer
(como hizo Enger, aprobado por Blaydes) que la referencia sea a un solo buleuta
holgazán. Para salvar la datación en 411 Colin Austin (comentario a las Tesmoforiantes, Oxford, 2004, p.
269) piensa en una referencia indirecta a los próbulos nombrados en 413;
imagina acaso que las palabras con las que Tucídides (VIII, 1, 3) indica sus cuentas
(οἵτινες περὶ τῶν παρόντων προβουλεύσουσιν) significan que los próbulos habrían
sustraído tales cuentas a la Boulé. Pero justamente Hornblower (III, p. 752)
advierte contra la posibilidad de dar un valor técnico a esa expresión. Como
mucho, los próbulos quitaban espacio a helenotamias y estrategos. Pero en 413
no se trató de una «ruindad» de la Boulé sino de una decisión acordada con la
asamblea popular y por tanto precedida de un proboulema de la Boulé misma. La increíble sumisión y aquiescencia
frente al atropello de los Cuatrocientos hace que se destaque la ruindad de los
buleutas.
Tucídides (VIII, 69) describe la
escena y, como acostumbra, conoce todos los detalles preparatorios del episodio
(incluidos la procedencia y el tipo de armamento de los conjurados que debían
estar preparados ante la eventualidad de que los buleutas opusieran
resistencia). Este hecho aún no había tenido lugar cuando se celebraron las
Dionisias de 411, y por tanto deberíamos inclinarnos por 410. Se puede añadir
que en esta comedia se habla con frecuencia de la Boulé —de la depuesta y de
los poderes de la nueva—, lo cual se entiende si se considera el efecto que
debió de causar la liquidación indolora del órgano más representativo de la
democracia: precisamente, la Boulé clisténica.
Debe destacarse ante todo el tono
desdeñoso de Aristófanes hacia la temerosa Boulé democrática, que se dejó
derrocar y desalojar sin oponer resistencia. Ni siquiera los oligarcas
esperaban que todo fuera tan rodado. Por eso, como informa Tucídides (VIII,
69), habían alertado a una importante fuerza de choque, bien armada, para que
estuviera preparada: unos trescientos hombres oriundos de Andros, Tinos y
Caristo, además de un grupo de Egina y unos ciento veinte jóvenes con puñales,
«de los que se servían regularmente, cuando se pasaba a los hechos», precisa
Tucídides; además, los propios Cuatrocientos iban armados con puñales
escondidos en sus vestimentas. La Boulé en funciones no opuso ninguna
resistencia, y Aristófanes, con sarcasmo, hace decir a la corifea que los
«buleutas del año pasado […] habían entregado la βουλεία a otros».
Poco después de la disolución de
la Boulé clisténica tuvo lugar en Samos un golpe de mano oligárquico (que iba a
tener vida efímera), sincronizado con el perpetrado en Atenas. También aquí
Pisandro tiene un papel importante. Los conjurados oligarcas, para rubricar el
pacto de fidelidad entre ellos, decidieron cometer el delito al mismo tiempo,
como recíproco pacto de sangre. Mataron a Hipérbolo, el líder popular que había
sido condenado al ostracismo gracias a la improvisada e instrumental alianza
entre Nicias y Alcibíades pocos años antes (Tucídides, VIII, 73, 2-3). Sabemos
con cuánto desprecio Tucídides habla de Hipérbolo cuando cuenta su asesinato a
sangre fría a manos de los conjurados. Pero aquí debemos notar el tono también
displicente, e irrisorio, que adopta Aristófanes hacia Hipérbolo, asesinado
poco antes, por boca de la corifea, unos versos más abajo: «¿Cómo se puede
admitir», despotrica la corifea, «que la madre de Hipérbolo, vestida de blanco
y con la cabellera suelta, esté junto a la de Lámaco?» (vv. 839-841).
Parece claro que la comparación
que la corifea, es decir Aristófanes, quiere instituir es entre dos madres de
luto: la de Lámaco y la del héroe muerto en Sicilia: la madre de Hipérbolo y la
madre del pícaro; por tanto, no es justo que la segunda aparezca en público con
la misma digna actitud que la primera (en Atenas el luto duraba treinta días
—Lisias, I, 14—; transcurrido ese lapso las mujeres usaban vestidos claros y se
dejaban suelta la melena).
Pero si éste es —tal como le
pareció a Rogers, Van Leeuwen y otros respetables intérpretes— el sentido del
iracundo parangón entre ambas madres, es evidente que esta parte de la
parábasis presupone que Hipérbolo ya ha sido asesinado. Esta referencia también
nos lleva, entonces, mucho más allá de las Dionisias de 411. Se trata de un
pasaje particularmente complaciente hacia los nuevos dominadores de la escena
política: arrojar desdeñoso descrédito sobre Hipérbolo, ya asesinado, significa
avalar el fundamento sustancial de esa ejecución. (Hasta se conocía el nombre
de los autores materiales del asesinato; al menos Tucídides [73, 3] lo
revela: uno era el estratego Carmino, que de este modo había tratado de congraciarse
con los nuevos jefes, mencionado irónicamente por la propia corifea algunos
versos antes).
Ese pasaje, en la parábasis de
los Tesmofiorantes, es una clara toma
de posición que contribuye a poner bajo una luz positiva la liquidación física
de Hipérbolo por parte de los oligarcas.
5
Seis años más tarde, en una
situación política y militar completamente distinta, en la parábasis de Las ranas (marzo-abril de 405),
Aristófanes vuelve una vez más sobre los prolongados efectos de la crisis de
411. En el ínterin Alcibíades había vuelto (408) y caído de nuevo (407); se
perdió en Noto, pero se ganó con graves pérdidas la mayor batalla naval de toda
la guerra en las islas Arginusas (406), y los estrategos vencedores fueron
liquidados por Terámenes. Aunque en Las
ranas se bromea sobre las Arginusas[878] no se hace ni la menor
mención al alucinante juicio,[879] es decir, al más grave hecho
político de aquellos años. Se vuelve, al final, a hablar de Alcibíades, y
Aristófanes le hace decir tortuosamente a Esquilo, el triunfador moral además
de artístico en la lucha puesta en escena en la comedia, que es mejor dejar que
vuelva el «cachorro del león» resignándose a sus costumbres; pero el verdadero mitin, confiado a la parábasis, se
refiere una vez más a «aquellos que cayeron en la trampa de los engaños de
Frínico».[880] Se vuelve, una vez más, a 411. ¿Por qué? Para
formular una propuesta que acaso determinó también el éxito estruendoso de la
comedia, dado que una noticia verdadera, debida a Dicearco —quien había estudiado
«antigüedad» teatral en la escuela de Aristóteles—, nos deja saber que se
ordenó hacer una réplica de la comedia «a causa de la parábasis».[881]
Por tanto Aristófanes había dicho las palabras precisas, las que muchos
esperaban: amnistiar a quien aún sufría las consecuencias de los compromisos
con el gobierno de 411. El «mitin» está sabiamente construido y se abre, como
es preciso y habitual en la oratoria parlamentaria, con el anuncio de que quien
se apresta a hablar dirá «cosas útiles para la ciudad». Se lanza enseguida a la
cuestión que más le importa y lo hace con un argumento que sabe seguramente
eficaz, en nombre de un valor bien aceptado por el demo: la «igualdad». «Hay
que tratar con igualdad a los ciudadanos»;[882] pero lo dice de
manera aún más radical: «Hay que hacer iguales a los ciudadanos» (hacer de
manera que sean iguales). Ison
significa igual y justo, y éste es uno de los puntos esenciales de la
democracia antigua. Prosigue: «Nuestra primera atención debe ser establecer la
igualdad entre los ciudadanos y librarlos de temores; después, si alguno faltó,
engañado por los artificios de Frínico, creo que debe permitírsele defenderse y
justificarse.»[883] Es curioso que sólo se mencione el nombre de
Frínico como responsable-símbolo de ese acontecimiento. «Defenderse y
justificarse» significa sin duda que los juicios están aún en curso (es el caso
por ejemplo del segundo juicio contra Polístrato) y que, en general, no
terminan bien para los imputados. La petición formal que aquí se adelanta —en
la pausa muy seria de una comedia— es anular
la atmia[884] infligida en
su momento a todos los que de diverso modo se habían «comprometido» con el
gobierno oligárquico. No debían ser pocos. Algunos meses más tarde, bajo el
efecto de la inesperada derrota de Egospótamos, cuando ya había comenzado el
sitio, la misma propuesta será hecha por un político como Patrocleides, y la
propuesta pasará a la asamblea[885] como procedimiento
extraordinario y presumiblemente útil para contrarrestar el desastre inminente.[886]
La propuesta tenía sentido sólo si afectaba a una parte importante de la
ciudadanía, así como su valor como medida defensiva en el momento de peligro.
Esto ayuda a comprender las que podríamos definir como dimensión del consenso
de la oligarquía. Está claro, por otra parte, que la medida punitiva habrá sido
adecuada al espíritu del decreto de Demofranto y del juramento prestado por los
ciudadanos en las Dionisias de 409.[887]
Después de las grandes victorias
navales debidas esencialmente a Alcibíades en 411/410 (Abidos y Cícico), cuando
Esparta pide la paz sin obtenerla,[888] el clima en la democracia
restaurada empezaba a ser el de rendición de cuentas.
En su hábil y certero «mitin»
Aristófanes explota además otro argumento, de eso que siempre producen un efecto
seguro sobre el demo celoso de su bien principal: la ciudadanía. Sería en
verdad vergonzoso —dice— que los esclavos que habían participado en las
Arginusas obtuviesen la ius civitatis,
equiparable a la que se les había concedido a quienes lucharon en Platea,[889]
y así «de sirvientes pasen a patrones»,[890] y en cambio no perdonar
«esta única desventura» (μίαν συμφοράν: ya no dice «culpa») a quien ha
combatido por vosotros en tantas ocasiones, ellos y sus padres, y que son
vuestros parientes. El golpe es magistral, porque al buen demócrata ateniense
no le gusta que el bien de la ciudadanía quede diluido; y Aristófanes lo sabe
perfectamente. Por eso arenga a su público insinuando que estos exesclavos que
acaban de convertirse en ciudadanos ya se dan aires de patrones. Critias, en el
diálogo Sobre el sistema político
ateniense, llega incluso a hacer decir a uno de los participantes del
diálogo que en Atenas se corre el riesgo, por culpa de la democracia, de
convertirse en «esclavos de los esclavos».[891] El muy serio
Aristófanes sin duda no ignoraba el lenguaje político al uso. Por eso no duda
en concluir con una perorata seductora: «vosotros, atenienses, que sois sabios
por naturaleza,[892] ¡aplacad vuestra indignación!». Además, lanza
una advertencia que sólo a una mirada superficial puede resultarle
desproporcionada después de las Arginusas: «sobre todo ahora que estamos a merced de la tormenta;[893]
si no somos sabios ahora en un futuro nos tendrán por locos».
6
Pero esta «cólera» no se aplacó
tan rápidamente. Está claro que después del juramento público requerido por el
decreto de Demofanto el clima en la ciudad había cambiado. No debe
sorprendernos, por tanto, que precisamente a partir de ese momento empezara el
éxodo de personalidades, del que ha quedado noticia en las fuentes conservadas.
Hubo quien supo sobrevivir
políticamente por más tiempo, como Critias, que, mientras parecía velarse la
estrella de Terámenes,[894] trató de acercarse al nuevo dueño de la
escena política, Alcibíades.[895] Hubo más de uno que decidió irse a
la corte de Arquelao, el «Pedro el Grande» de Macedonia, a cuya obra de
modernizador erige —porque la había visto con sus propios ojos— un monumento
sólo aparentemente inmotivado, y se diría que póstumo, Tucídides cuando habla de
él, aunque sea incidentalmente, al final del tercer año de la guerra.[896]
Agatón, que había felicitado a
Antifonte por su magnífica, aunque desafortunada, apología, se va a Macedonia.[897]
Cuando es evocado su nombre, al principio de Las ranas, en el hilarante diálogo entre Heracles y Dionisos, el
dios del teatro dice que Agatón, «buen poeta y amigo querido,»[898]
se fue «al banquete de los bienaventurados».[899] El escolio[900]
plantea dos explicaciones para «el banquete de los bienaventurados»: que sea
una paráfrasis para aludir a la muerte (pero no tendría sentido dada la
impostación misma de la comedia puesta en marcha por la muerte de Eurípides en
Macedonia y por la oportunidad de un encuentro en ultratumba con Esquilo) o que
sea un modo elusivo para hablar de su autoexilio en Macedonia. Otro escolio se
expresa de manera más específica: «fue acusado
de haber huido con el rey de los
macedonios, Arquelao».[901] De esta clase de léxico se debería
argüir algo más que un autoexilio salido de factores poéticos o personales que
no son fáciles de identificar. Aquí se habla de una fuga y de un juicio
(quizá en rebeldía) en el que la acusación
era formulada. En la misma época que Agatón, también Eurípides se va a
Macedonia; y se conoce la frágil leyenda biográfica antigua según la cual
Eurípides se había ido porque estaba amargado.[902]
En la misma época, o poco
después, probablemente acosado por un juicio iniciado por Cleofonte[903]
—figura emergente de la política democrática—, Critias huye a Tesalia. Cuando
se celebraba el juicio contra los estrategos vencedores de las
Arginusas (406), Critias no estaba ya en Atenas, sino en Tesalia, y le
daba su apoyo a un tal «Prometeo» —quizá un apodo de Jasón de Feres— en su
hostigamiento, como años antes había hecho Aminias,[904] a los
penestas (es decir, los ilotas de Tesalia) «contra los patrones».[905]
La alianza con Alcibíades no se sostuvo o quizá ni siquiera llegó a ponerse en
marcha.
No debe descuidarse el hecho de
que Cleofonte fue, en ese mismo momento, el acusador de Alcibíades después del
desafortunado enfrentamiento de Noto (sólo indirectamente imputable a
Alcibíades).[906]
Por la misma época también se
mudaba Tucídides a la corte de Arquelao. Probablemente esto sucedió después de
los juicios a los jefes de los Cuatrocientos. El testimonio de Praxífanes a
este respecto está fuera de toda duda.[907]
En este punto debe tomarse en
consideración el importante testimonio del tratado (dialógico) Sobre la historia del peripatético
Praxífanes, el discípulo más joven y amigo de Teofrasto (autor también él de un
tratado de idéntico título). Praxífanes, quien hablaba de Tucídides en relación
con Arquelao («mientras vivió Arquelao casi no tuvo fama»), testimoniaba un
sincronismo entre Tucídides, de una parte, y, de la otra, los siguientes poetas
representantes de los diversos géneros literarios: Platón cómico; Agatón,
Nicerato y Querilo, poetas épicos; y Melanípides músico y ditirambógrafo.
Parece obvio que el diálogo de Praxífenes Sobre
la historia versa sobre el asunto típicamente aristotélico de la relación
historia/poesía, y que por eso Tucídides discute allí con los representantes de
los diversos géneros poéticos, con una peculiaridad: que Agatón, Nicerato,
Querilo y Melanípides (además del propio Tucídides) estaban, en un determinado
momento, en la corte de Arquelao. A esta especie de «escuela de Atenas en el
exilio» alude Aristófanes cuando dice que Agatón no está porque se ha marchado
al «banquete de los bienaventurados».[908] En particular Querilo de
Samos y Nicerato de Heraclea se habían exhibido servilmente con Lisandro
vencedor y, en su infinita vanidad, promotor de los Λυσάνδρεια.[909]
Después se marcharon a la corte de Arquelao.
Todo hace pensar que Praxífanes,
quien escribía un siglo más tarde aunque su erudición literaria era tributaria
del primer Peripato, había puesto a dialogar, en la corte de los reyes de
Macedonia, a autores que efectivamente habían estado allí (aunque quizá no
todos en el mismo momento). En todo caso es difícil no pensar que, si ha
incluido a Platón cómico, Platón también haya tenido un periodo macedonio,
aunque lógicamente no estamos en condiciones de ubicarlo con exactitud en el
tiempo. Cabe pensar, en todo caso, que en la Atenas de 407-405, dominada por
Cleofonte, el autor de una comedia titulada Cleofonte[910]
—en la que se decía, en un determinado momento, «liberémonos de la gran codicia
de este hombre»— pudo tener algunos problemas.
Al mismo tiempo —después de la
representación de Orestes (408)— se
va Eurípides, acerca de cuya colaboración dramatúrgica con Critias ya hemos
hablado.[911] Es obvio que no podemos pretender leer entre líneas en
una tradición biográfica tan contaminada como la que se sedimenta en torno a la
figura de Eurípides. Respecto de tal tradición es de por sí muy significativo
el hecho de que Aristófanes lo tuviera más en la mira que el propio Sócrates.
Es un inútil derroche de energía el intento de encasillar a Eurípides dentro de
alguna de las corrientes democráticas atenienses; tiene más sentido, en cambio,
constatar que el radicalismo de su crítica de las costumbres lo ubica en esa
zona intelectual de los críticos radicales de las convenciones sobre las que se
apoya la ciudad democrática, que podía ver en la toma del poder por parte de
doctrinarios como Antifonte o Critias, o de incrédulos de la democracia como
Terámenes, un hecho positivo. Expuestos a quedar desilusionados, como dice
Platón de sí mismo al principio de la Carta
séptima. No puede ser casualidad que en Las
ranas, al querer señalar a los «discípulos» de Eurípides, Aristófanes haya
indicado a Terámenes y Clitofonte.[912] Éste —¡cuyo nombre es el
título de un diálogo platónico que tiene como asunto la justicia!— es aquel
que, en 411, había apoyado el decreto de Pitodoro que puso en movimiento el
procedimiento para nombrar a los Cuatrocientos, mediante un decreto que
ordenaba volver a examinar las leyes conocidas como de Clístenes, por cuanto la
«verdadera» constitución de Clístenes no era democrática sino, en todo caso,
soloniana.[913]
Critias, Terámenes, Clitofonte
(que reaparecerá puntualmente en 404):[914] si éste es el milieu intelectual-político de
Eurípides, no es difícil comprender por qué la atmósfera de la agresiva
restauración democrática de 409 le podía resultar irrespirable.
Aristófanes, en cambio, y a pesar
de todo, hasta donde sabemos, se quedó. Sentía antipatía por los líderes
democráticos; estos doctrinarios, cuya «coherencia» podía volverse homicida, no
eran precisamente de su agrado. Alguien que, después del año terrible de los
escándalos sacramentales, de las persecuciones judiciales y de las traiciones
de todos hacia todos, escribe Las aves
(414), evidentemente no confía ni en unos ni en otros.[915]
<<
[848]
Fr. 30 Kassel-Austin. Para los exordios de Platón cómico, cfr. S. Pirrotta, Plato
comicus, Verlag Antike, Berlín, 2009, p. 22. <<
[849] Aristófanes, Las aves, 798-800. Aquí el escolio
citado arriba. <<
[850] El fragmento 33 Kassel-Austin en el que se hace
referencia a «la cama con dos almohadas» (uno de los objetos confiscados a
Alcibíades después de la condena en rebeldía) así lo deja entender. <<
[851] Fr. 564 Kassel-Austin. Éstos se transmitieron en el cap.
23 del De administrando imperio de Constantino VII (siglo X
d. C.). Doy las gracias a Antonietta Russo —quien prepara un comentario a
ese arduo texto— por haber llamado mi atención sobre este pasaje. <<
[852] Οὓς χορηγεῖς. O quizá: «que guías». <<
[853] Βοηθῆσαι δρόμῳ. <<
[854] Tucídides, VIII, 98, 1: Λαβὼν κατὰ τάχος τοξότας τινὰς
βαρβαρωτάτους. <<
[855] Son muchos los que han argumentado de manera convincente
que Lisístrata subió a escena en las Dionisias y no en las Leneas: de
Droysen a. C. F. Russo y T. Gelzer. Los argumentos en favor de las Leneas
adoptados por Dover en el volumen V del Historical Commentary on
Thucydides (1981), pp. 184-193, son densos pero no persuasivos. El ataque
explícito a Pisandro (v. 490) implica a «todos los que aspiran a los cargos».
Es un parlamento bueno en cualquier estación. <<
[856] El cálculo exacto es posible gracias a Aristóteles, Constitución
de los atenienses, 33. 1. <<
[857] Tucídides, VIII, 1, 3: οἵτινες περὶ τῶν παρόντων […]
προβουλεύσουσιν. <<
[858] Tucídides, VIII, 53 (Pisandro es quien más insiste en
este argumento). <<
[859] Es decir, a la asamblea de Colono convocada conjuntamente
por próbulos y syngrapheis (VIII, 67, 3). <<
[860] λαμπρῶς ἐλέγετο ἤδη. <<
[861] Tucídides, VIII, 66, 2. <<
[862] Tucídides, VIII, 66, 1. <<
[863] Tucídides, VIII, 65, 3. <<
[864] Lisístrata, 620-625. <<
[865] Lisístrata, 626-635. <<
[866] J. G. Droysen, Aristofane. Introduzione alle commedie,
Sellerio, Palermo, 1998, p. 212. <<
[867] Droysen, Aristofane, trad. cit., p. 213. <<
[868] Lisístrata, 490. <<
[869] Sobre esto, Bonacina en la edición de Droysen, Aristofane,
trad. cit., p. 211, n.º 116. <<
[870] Lisístrata, 614: ὅστις ἔστ᾿ ἐλεύθερος. <<
[871] Tucídides, VIII, 89, 2. <<
[872] VI, 60, 1. <<
[873] VIII, 68, 4. <<
[874] [Jenofonte], Sobre el sistema político de los
atenienses, I, 8: ἀλλ᾿ἐλεύθερος εἶναι. <<
[875] Lo explica Pericles al joven Alcibíades en Jenofonte, Los
memorables, I, 2, 44. <<
[876] Αὐτὸν ἄλλων ἄρχειν εἰωθότα. <<
[877] Lisístrata, 614. <<
[878] Las ranas, 191 (cfr. 693). <<
[879] No lo es ciertamente el epíteto κομψός (hábil, sutil,
respetable) que Aristófanes dirige a Terámenes a través del parlamento de
Eurípides (Las ranas, 967). Jacques Le Paulmier, en las Exercitationes
in optimos fere auctores [1668], en la edición de Gronovio, 1687, pp.
774-775, reconocía aquí una alusión al juicio: no hay razón para ello. <<
[880] Las ranas, 689. <<
[881] Son las últimas palabras del Argumento Primero,
conservado tanto en el manuscrito al que debemos cuanto se ha salvado de
Aristófanes (el Ravenés 137) como en el Marciano griego 474. <<
[882] Las ranas, 688: ἐξισῶσαι τοὺς πολίτας. <<
[883] Las ranas, 689-691. <<
[884] Las ranas, 692: ἄτιμόν φημι χρῆναι μηδέν᾿ εἶν᾿ ἐν
τῇ πόλει. <<
[885] Andócides, I, 80. <<
[886] Helénicas, II, 2, 11. <<
[887] No se nos debe escapar la importancia de lo que se dice
en el teatro si se considera que el juramento de fidelidad a la democracia fue
hecho en ese contexto. <<
[888] Diodoro, XII, 52-53; Aristóteles, Constitución de los
atenienses, 34, 1 ubica la petición espartana después de las Arginusas;
quizá se trataba de la misma propuesta. <<
[889] En 427 a. C., tras el exterminio de Platea a manos de
Esparta. <<
[890] Las ranas, 694; estocada de maestro. <<
[891] [Jenofonte], Sobre el sistema político ateniense,
I, 10-11. <<
[892] Las ranas, 700: ὦ σοφώτατοι φύσει! <<
[893] Las ranas, 704: κυμάτων ἐν ἀγκάλαις (que es cita
de Arquíloco). <<
[894] Quien, sin embargo, es trierarco en las Arginusas, igual
que Trasíbulo. <<
[895] Véase, más abajo, cap. XXV. <<
[896] II, 100, 1-2. Arquelao murió en 399 a. C., y
Tucídides dice de él que construyó calles y baluartes «que todavía están allí».
Por tanto escribe cuando Arquelao ya ha muerto. También esta palmaria deducción
hace sufrir a algunos modernos, demasiado aficionados a las fábulas de la
tradición biográfica sobre Tucídides (Thukydideslegende, tal como, a sus
veintiocho años, la definió con precisión Wilamowitz). <<
[897] Eliano, Varia historia, XIII, 4; escolio a Las
ranas, 83-84. <<
[898] Las ranas, 84, ποθεινὸς τοῖς φίλοις: «objeto de
deseo» es el pleno valor del término. <<
[899] εἰς μακάρων εὐωχίαν. <<
[900] Que está incluido también en Suidas (α 124). <<
[901] Scholia
in Aristophanem, ed. Dübner (Didor), p. 516, col. I (Ὁ Ἀγάθων οὗτος ποιητὴς ἦν κωμῳδίας δεξιὸς, καὶ τὸν τρόπον ἀγαθός. Κατηγορήθη δὲ ὅτι ἀπέδρασε πρὸς τὸν βασιλέα τῶν Μακεδόνων Ἀρχέλαον). <<
[902] Vida de Eurípides, en TrGF V.1, T1,
IB, 3. <<
[903] Aristóteles, Retórica, 1375b 32. <<
[904] Aristófanes, Las avispas, 1270-1275. <<
[905] Terámenes, en 404, en el choque oratorio mortal con
Critias, da esta detallada noticia: Jenofonte, Helénicas, II, 3, 36.
<<
[906] Swoboda, RE, XI.1, 1921, s.v. Kleopho, col.
793, lanza la hipótesis de que se tratase de una «denuncia por traición» (γραφὴ
προδοσίας). La fuente es Imerio (Declamaciones, 36, 15) citado por
Focio, Biblioteca, cap. 243, 377a 18. Cfr. G. Gilbert, Beiträge zur
innern Geschichte Athens, Teubner, Leipzig, 1877, p. 366. Buena discusión de las aspectos formales de la denuncia en
J. Hatzfeld, Alcibiade, PUF, París, 1940, p. 316 y n.º 2. W. Schmid
(Griechische Literatur, Beck, Múnich, 1940, I.3, p. 171, n.º 11)
tiende a vincular la segunda caída de Alcibíades y el exilio de Critias. Es
justo preguntarse si Cleofonte tenía ya la fuerza política para liquidarlos a
ambos, o se debe en cambio suponer que habría podido contar con una alianza
política más amplia: por ejemplo con Terámenes, quien poco después se dedicará
a liquidar a los amigos de Alcibíades. Cfr., más abajo, cap. XXVII.
<<
[907] Paraxífanes (fr. 18 Wehrli = fr. 10 Brink) según
Marcelino, Vida de Tucídides, 29-30. <<
[908] Las ranas, 85. <<
[909] Cfr. Plutarco, «Vida de Lisandro», 18, además de W.
Schmid, Griechische Literatur, I.2, p. 542, y E. Diehl, RE, XVII,
1936, col. 313 (la mejor traducción de Nicerato). <<
[910] Platón cómico, fr. 58 Kassel-Austin. Platón había escrito
también un Pisandro y un Hipérbolo; no se puede decir que sus
simpatías se dirigieran hacia los jefes populares. <<
[911] Cfr., más arriba, Primera parte, cap. II. <<
[912] Las ranas, 967. <<
[913] Aristóteles, Constitución de los atenienses, 29, 3
(cfr. 34, 3). <<
[914] Ibídem, 34, 3. <<
[915] Escribe Droysen, a propósito de Los pájaros, que
la comprensión de esta comedia «depende, en lo esencial, del conocimiento
exacto de los hechos bien determinados, que sin embargo nunca son mencionados».
<<
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