sábado, 23 de diciembre de 2017

Canfora Luciano.-El mundo de Atenas:XXIV. LA COMEDIA FRENTE A 411

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El Platón cómico —que consiguió su primera victoria en las Dionisias después de 414— definía a Diítrefes, en la comedia titulada Fiestas, como «extranjero, cretense, difícilmente ático».[848] «Rapaz, malvado, mequetrefe», lo definían los cómicos, según un escolio a Las aves de Aristófanes. En Las aves (de 414) Aristófanes hace decir al coro que Diítrefes «desde la nada se ha convertido en un peso pesado» porque «los atenienses lo han puesto al frente de la caballería».[849] No es improbable que también las Fiestas del Platón cómico reflejen, como Las aves, la incomodidad de la ciudad, trastornada por la crisis de los Hermocópidas.[850] Diítrefes irrumpe en la política y se abre camino rápidamente en aquel terrible momento. La comedia no le quita ojo. Por el poco material que se ha conservado no estamos en condiciones de saber si su espectacular travesía a través del golpe de Estado y la restauración democrática también fue objeto de ataques en la escena cómica. No sabemos mucho tampoco acerca de la relación de la comedia con el rápido colapso de la oligarquía ante la ráfaga de juicios fratricidas entre oligarcas de diversas filiaciones desencadenada por la victoria política de Terámenes.
Un par de fragmentos del Fallo triple (Triphales) de Aristófanes[851] parecen pertenecer a un contexto en el que se apuntaba a la fuga de Aristarco junto con su séquito de arqueros «de los más bárbaros». Lo que tenemos es demasiado escaso como para formular hipótesis certeras, pero la sugerencia no parece despreciable. «Sabiendo que los íberos, los que desde hacía tiempo (estaban) con Aristarco»; y, quizá, poco después: «Los íberos de que me provees[852] deben venir a toda prisa.»[853] La cercanía con la descripción aportada por Tucídides de la fuga de Aristarco es evidente: «tomó consigo apresuradamente algunos arqueros, los más bárbaros, y se dirigió a Énoe».[854] Parece razonable pensar que el Triphales presupone el episodio clamoroso de la fuga de Aristarco, que había causado impacto por la entrega de Énoe al enemigo, y probablemente también por su juicio. Es ésta, entonces, otra huella del interés que Aristófanes prestó a «la crónica», y cómo dio su versión de la larga crisis que desemboca en el golpe de Estado y en sus prolongadas consecuencias.



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Acerca de ello tenemos un documento decisivo, que se remonta a las semanas inmediatamente anteriores al cambio de la situación: la Lisístrata, en escena en marzo-abril de 411.[855] Lisístrata no es sino la casi «profética» puesta en escena de un golpe de Estado. Es poco antes de mayo de 411,[856] cuando los Cuatrocientos asumen el poder y ponen en marcha su plan, que ya estaba en el aire desde hacía tiempo, al menos desde que el sistema político había sido puesto bajo la tutela de los diez próbulos —entre los que figuraban Sófocles y Hagnón, padre de Terámenes—, quienes la asumieron al día siguiente del desastre en Sicilia y de la llegada a Atenas de la terrible noticia sobre las acciones del «comité de salud pública».[857] El «Próbulo» aparece en Lisístrata (desde el v. 387) y tiene una áspera discusión con la protagonista, que es la ideóloga y artífice del golpe de Estado. Por otra parte, el coro de los viejos lanza la alarma de un inminente intento de subvertir la democracia (vv. 618619: «¡Siento olor de Hipias!»). Se podría observar también que Lisístrata ejecuta el golpe de Estado en complicidad con mujeres espartanas; ocupa la Acrópolis e impone la conclusión de la paz. Es exactamente eso lo que el grupo más selecto y decidido de los Cuatrocientos pretendía hacer para dar el golpe de Estado. Más allá de las promesas de «victoria posible sólo con la ayuda de Alcibíades y de Persia», proferidas con el fin de obtener el consenso de la asamblea,[858] el verdadero propósito de los jefes de la oligarquía era la paz rápida con Esparta. (Sobre este punto quedan todavía cabos sueltos).
Es interesante el hecho de que Aristófanes «prevea» una escena tan precisamente coincidente con la realidad de los hechos inminentes. Nunca será posible comprender cómo, en qué ambientes, a través de qué canales, circulan los humores del cambio en la inminencia del golpe de Estado, pero hay que tener en cuenta las redes de vínculos personales en el interior de la élite ateniense. Sófocles, que por entonces tenía ochenta y cinco años, sigue siendo uno de los próbulos en esa fase preparatoria.
Más allá del tema de la paz inmediata y a cualquier coste, los jefes de la oligarquía apuntaban desde muy pronto a la reforma que, por sí sola, hubiera podido vaciar de sentido a la democracia incluso antes de suprimirla formalmente: la abolición del salario (μισθός). Merece atención el modo en que Tucídides representa el surgimiento —por parte de los conjurados— de este punto programático vinculante, significativo y, para ellos, irrenunciable: «Y entonces[859] se propuso abiertamente[860] que no se siguiera ejerciendo ningún cargo público de acuerdo con el ordenamiento vigente, ni se pagara sueldo alguno». Se decía ya «abiertamente» lo que de modo evidente venía circulando como instancia que se hace aflorar para que la opinión pública —atormentada por los atentados impunes,[861] la censura preventiva sobre los acontecimientos asamblearios[862] y el monopolio de las intervenciones en la asamblea por parte de los afiliados a la conjura— estuviera dispuesta a asumir el golpe más duro. Por otra parte, es el mismo Tucídides —consciente de la importancia crucial de tal procedimiento— quien revela que la abolición del «salario» (μισθός) era el argumento que las heterías, incluso antes de que Pisandro desembarcara en Atenas, habían hecho circular.[863] Es decir, mucho antes de que se proclamara en la asamblea de Colono, donde la decisión fue formalizada. En definitiva, los viejos del coro de Lisístrata que declaman «temo que algunos espartanos, reunidos en casa de Clístenes, instiguen a estas mujeres enemigas de los dioses a quedarse con nuestro dinero, el salario que es mi vida»[864] no hablan en vano: hacen una referencia precisa a una amenaza que ya se está insinuando.
Son ridiculizados por Aristófanes, que les hace decir con efecto cómico (dado el tipo de golpe que se desarrolla en la escena): «Pues es indigno que éstas ahora se pongan a reprender a los ciudadanos; que parloteen y que se dispongan a reconciliarnos a nosotros con los espartanos, en los que se puede confiar tanto como en un lobo con la boca abierta. Esto lo han tramado, compañeros, con vistas a una tiranía. ¡Pero lo que es a mí, no van a tiranizarme, porque estaré alerta y llevaré mi espada en lo sucesivo en una rama de mirto, y pasearé por la plaza con mis armas cerca de la estatua de Aristogitón!»[865]
La aceleración con vistas a un acuerdo con Esparta no es una invención suya. En cambio, es presentada como un aspecto de la insensata «complotmanía» de la democracia.
Al contrario que muchos críticos modernos que tienden a perderse detrás de la trama «feminista» de Lisístrata, Johann Gustav Droysen vio enseguida lo esencial y en su admirable introducción a las comedias de Aristófanes (1835-1838) observó frente a este explícito parlamento del coro de los viejos: «Este pasaje y el tono completo de la comedia parecen demostrar que la puesta en escena haya sucedido en medio de aquel periodo convulso, pocas semanas antes del colapso de la constitución, en las Dionisias.»[866]
Droysen capta con precisión los diversos aspectos y efectos de la comedia:
El insensato plan de las mujeres, que proyectan conseguir la paz mediante el rechazo del deber conyugal, y el júbilo final cuando la reconciliación es completa, podrían hacer olvidar por un momento al pueblo las angustias del presente. Pero la comedia refleja también la opresión sofocante que caracterizaba el estado de ánimo de la ciudad. El poeta evita con cautela casi ansiosa el acostumbrado exceso de irrisión y de sarcasmo contra la personalidad destacada. Incluso las situaciones francamente ridículas apenas arañan la superficie.[867]
Sin duda está en lo cierto. El guiño a Pisandro («Pues Pisandro y los que andan detrás de los puestos públicos, para poder robar, arman siempre algún alboroto»)[868] queda diluido en una mofa genérica dirigida contra todos los políticos; y por añadidura la acusación de «robar» es a tal punto genérica y generalizada en la usual antipolítica, muy difundida en la escena cómica como hábil cobertura para ahorrar a la concurrencia ataques más profundos y precisos, que las elucubraciones basadas en este verso (que serían demasiado audaces si Pisandro estuviera ya «en el poder»)[869] pierden significado. Más allá de todo estaba claro que Pisandro era el hombre de paja enviado al frente por ser un demagogo de largo recorrido (el primer apunte sobre su avidez de dinero está ya en Los babilonios) y por tanto adecuado para hacerles tragar, a las reiteradas asambleas, el cambio inminente.
Por otra parte, no se nos escapa que en la discusión Próbulo-Lisístrata aflora la cuestión del tesoro público para gastar (o no gastar) en la guerra (vv. 493-500): es un problema que desde el verano de 412 se había convertido en lacerante, porque se había echado mano a esos miles de talentos que hubieran debido permanecer intactos durante toda la duración del conflicto.



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Es sabia la parodia, en realidad muy próxima al original, del lenguaje político del momento. Se deduce de la discusión Próbulo-Lisístrata sobre la administración del tesoro y se capta en el ataque mismo con que los viejos lanzan su grito de alarma: «¡Quien sea un hombre libre no puede quedarse dormido!»[870] No es en absoluto casual que el coro de los viejos adopte un léxico político en el que oligarquía y tiranía valen como sinónimos. Éste es un aspecto central del lenguaje por parte democrática, del que Tucídides nos da dos veces —en pasajes cruciales de su relato— un testimonio capital, y que tiene que ver con la construcción ideológica más fuerte de la democracia ateniense: la autorrepresentación de la democracia como antítesis popular de la tiranía. Cosa que no está del todo desvinculada de la dinámica real de la lucha política. Tucídides mismo sabe (y Aristóteles repite) que entre los oligarcas estalla enseguida la carrera ya que «todos quieren ser el primero»;[871] y el oligarca tipo del célebre y muy agudo retrato delineado por Teofrasto en los Caracteres bromea repitiendo continuamente el verso homérico «¡que uno sea el jefe!»; del mismo modo que —como consigna de la misma política— repite el estribillo: «¡En la ciudad, o nosotros o ellos!».
En las ocasiones en que Tucídides habla de golpes de Estado en Atenas —el que se temía (y quizá fue abortado) en 415 y el llevado a efecto en 411— atribuye a la conciencia popular («El demo, pensando que etc.», «el demo, recordando lo que sabía por tradición oral, etc.») el temor de una «conjura», así se expresa, «oligárquica y tiránica».[872] En este caso se refiere a pensamientos corrientes en el demo. Comentando sin embargo el exploit de los tres artífices de la revolución oligárquica —y dando en este caso la idea de hablar en primera persona— observa que era una gran empresa el «quitar la libertad al demo después de casi cien años de la caída de los tiranos».[873] En este segundo caso parece que haga propia esa identificación oligarquía/tiranía que es la ideología de base del demo ateniense, confirmada y ratificada año tras año por los epitafios. En realidad, la frase es deliberadamente ambigua. Hay en efecto otra manera de utilizar el concepto «libertad del pueblo»: es el modo sumamente hostil del opúsculo dialógico Sobre el sistema político ateniense que denuncia como elemento central del régimen democrático el hecho de que «el pueblo quiere ser libre, no subyugarse a la eunomia».[874] Resulta evidente, a la luz de los otros, explícitos, juicios de Tucídides sobre la irresponsabilidad con la que el pueblo hace uso de la propia ilimitada libertad de acción en democracia (ποιεῖν ὅ τι βούλεται), que es precisamente de esto de lo que Tucídides quiere hablar. La libertad que «parecía imposible quitarle al demo después de un siglo» es precisamente ese ποιεῖν ὅ τι ἂν δοκῇ, ese ponerse por encima de las leyes que connota el «poder popular».[875] Por eso, completando el pensamiento acerca de la libertad/arbitrio que los conjurados habían finalmente consumado, Tucídides prosigue observando que esa «libertad» del pueblo ateniense había consistido esencialmente en el dominio sobre los demás;[876] porque la libertad del pueblo ateniense se sustenta en la tiranía que éste ejerce sobre los demás.
El coro de los viejos, a su vez, enciende las alarmas con un extraordinario ataque oratorio que apela a «quien quiera ser libre»[877] y a continuación declara temer la tiranía («olor de Hipias», «puñal de mirto», «estatua de Aristogitón»), para pasar a identificar concretamente la libertad con el μισθός, que la tiranía precisamente pondría en peligro. Es una muestra perfecta de la jerga democrática. Queda sin respuesta la pregunta, legítima, acerca de si Aristófanes está simplemente describiendo el alarmismo democrático o está aprovechando la escena cómica para encender una alarma.



 4

 

 

Se sabe que la fecha de representación de Las tesmoforiantes es, según algunos, 411; según otros, 410. La datación en 411 pende de un hilo: 1) en el v. 1060 Eco dice haber colaborado «el año pasado en este mismo lugar» (en el teatro de Dioniso) con Eurípides; 2) inmediatamente después del «pariente de Eurípides» se pone a recitar la Andrómeda de éste en la que figuraba Eco como personaje; 3) un escolio al v. 53 de Las ranas sostenía haber estado inmerso en la lectura de la Andrómeda (cuando estaba en la victoriosa nave que había hundido a doce de las enemigas) y no en cambio en la lectura de tragedias representadas en los tiempos más cercanos, por eso precisa que «la Andrómeda era ocho años anterior» (referencia que, en un cálculo preciso, debería llevar a 412).
Pero este tenue hilo (todo depende de la exactitud de esa cifra «ocho») puede ser puesto en duda por las referencias explícitas contenidas en la comedia, todas ellas vinculadas, de un modo u otro, a los acontecimientos de la oligarquía en 411.
En su gran libro The Athenian Boule (Oxford, 1985), P. J. Rhodes muestra que esas referencias de la comedia a los poderes de la Boulé (ante todo, el de imponer penas capitales [vv. 943-944, pero también 76-80]) se explican en función de la Boulé de los Cuatrocientos, que efectivamente, después de haber expulsado a la legítima Boulé de los Quinientos, se arrogó tal poder y lo ejerció duramente (Tucídides, VIII, 67, 3 y 70, 2). Se podría agregar un dato, bastante fuerte, también relativo a la Boulé.
En la parábasis, cuando la corifea se pone a hacer la lista razonada que lleva a afirmar la superioridad de las mujeres sobre los hombres, su comicidad consiste en el recurso a nombres femeninos expresivos a los que contraponer défaillances masculinas en el ámbito evocado sucesivamente por esos nombres. Así, el nombre de Nausímaca sirve para proclamar la inferioridad de Carmino, estratego superviviente de una derrota naval (v. 805); el nombre de Eubule (v. 808) sirve para ridiculizar a «uno cualquiera de los buleutas del año pasado que han delegado en otros su función (τὴν βουλείαν)». El escolio declara aquí no comprender («no está claro lo que significa»). Es evidente, sin embargo, la referencia a la Boulé «desahuciada» de los Cuatrocientos, como comprendieron Le Paulmier, Rogers y Van Leeuwen, entre otros.
No tiene mucho sentido suponer (como hizo Enger, aprobado por Blaydes) que la referencia sea a un solo buleuta holgazán. Para salvar la datación en 411 Colin Austin (comentario a las Tesmoforiantes, Oxford, 2004, p. 269) piensa en una referencia indirecta a los próbulos nombrados en 413; imagina acaso que las palabras con las que Tucídides (VIII, 1, 3) indica sus cuentas (οἵτινες περὶ τῶν παρόντων προβουλεύσουσιν) significan que los próbulos habrían sustraído tales cuentas a la Boulé. Pero justamente Hornblower (III, p. 752) advierte contra la posibilidad de dar un valor técnico a esa expresión. Como mucho, los próbulos quitaban espacio a helenotamias y estrategos. Pero en 413 no se trató de una «ruindad» de la Boulé sino de una decisión acordada con la asamblea popular y por tanto precedida de un proboulema de la Boulé misma. La increíble sumisión y aquiescencia frente al atropello de los Cuatrocientos hace que se destaque la ruindad de los buleutas.
Tucídides (VIII, 69) describe la escena y, como acostumbra, conoce todos los detalles preparatorios del episodio (incluidos la procedencia y el tipo de armamento de los conjurados que debían estar preparados ante la eventualidad de que los buleutas opusieran resistencia). Este hecho aún no había tenido lugar cuando se celebraron las Dionisias de 411, y por tanto deberíamos inclinarnos por 410. Se puede añadir que en esta comedia se habla con frecuencia de la Boulé —de la depuesta y de los poderes de la nueva—, lo cual se entiende si se considera el efecto que debió de causar la liquidación indolora del órgano más representativo de la democracia: precisamente, la Boulé clisténica.
Debe destacarse ante todo el tono desdeñoso de Aristófanes hacia la temerosa Boulé democrática, que se dejó derrocar y desalojar sin oponer resistencia. Ni siquiera los oligarcas esperaban que todo fuera tan rodado. Por eso, como informa Tucídides (VIII, 69), habían alertado a una importante fuerza de choque, bien armada, para que estuviera preparada: unos trescientos hombres oriundos de Andros, Tinos y Caristo, además de un grupo de Egina y unos ciento veinte jóvenes con puñales, «de los que se servían regularmente, cuando se pasaba a los hechos», precisa Tucídides; además, los propios Cuatrocientos iban armados con puñales escondidos en sus vestimentas. La Boulé en funciones no opuso ninguna resistencia, y Aristófanes, con sarcasmo, hace decir a la corifea que los «buleutas del año pasado […] habían entregado la βουλεία a otros».
Poco después de la disolución de la Boulé clisténica tuvo lugar en Samos un golpe de mano oligárquico (que iba a tener vida efímera), sincronizado con el perpetrado en Atenas. También aquí Pisandro tiene un papel importante. Los conjurados oligarcas, para rubricar el pacto de fidelidad entre ellos, decidieron cometer el delito al mismo tiempo, como recíproco pacto de sangre. Mataron a Hipérbolo, el líder popular que había sido condenado al ostracismo gracias a la improvisada e instrumental alianza entre Nicias y Alcibíades pocos años antes (Tucídides, VIII, 73, 2-3). Sabemos con cuánto desprecio Tucídides habla de Hipérbolo cuando cuenta su asesinato a sangre fría a manos de los conjurados. Pero aquí debemos notar el tono también displicente, e irrisorio, que adopta Aristófanes hacia Hipérbolo, asesinado poco antes, por boca de la corifea, unos versos más abajo: «¿Cómo se puede admitir», despotrica la corifea, «que la madre de Hipérbolo, vestida de blanco y con la cabellera suelta, esté junto a la de Lámaco?» (vv. 839-841).
Parece claro que la comparación que la corifea, es decir Aristófanes, quiere instituir es entre dos madres de luto: la de Lámaco y la del héroe muerto en Sicilia: la madre de Hipérbolo y la madre del pícaro; por tanto, no es justo que la segunda aparezca en público con la misma digna actitud que la primera (en Atenas el luto duraba treinta días —Lisias, I, 14—; transcurrido ese lapso las mujeres usaban vestidos claros y se dejaban suelta la melena).
Pero si éste es —tal como le pareció a Rogers, Van Leeuwen y otros respetables intérpretes— el sentido del iracundo parangón entre ambas madres, es evidente que esta parte de la parábasis presupone que Hipérbolo ya ha sido asesinado. Esta referencia también nos lleva, entonces, mucho más allá de las Dionisias de 411. Se trata de un pasaje particularmente complaciente hacia los nuevos dominadores de la escena política: arrojar desdeñoso descrédito sobre Hipérbolo, ya asesinado, significa avalar el fundamento sustancial de esa ejecución. (Hasta se conocía el nombre de los autores materiales del asesinato; al menos Tucídides [73, 3] lo revela: uno era el estratego Carmino, que de este modo había tratado de congraciarse con los nuevos jefes, mencionado irónicamente por la propia corifea algunos versos antes).
Ese pasaje, en la parábasis de los Tesmofiorantes, es una clara toma de posición que contribuye a poner bajo una luz positiva la liquidación física de Hipérbolo por parte de los oligarcas.



 5

 

 

Seis años más tarde, en una situación política y militar completamente distinta, en la parábasis de Las ranas (marzo-abril de 405), Aristófanes vuelve una vez más sobre los prolongados efectos de la crisis de 411. En el ínterin Alcibíades había vuelto (408) y caído de nuevo (407); se perdió en Noto, pero se ganó con graves pérdidas la mayor batalla naval de toda la guerra en las islas Arginusas (406), y los estrategos vencedores fueron liquidados por Terámenes. Aunque en Las ranas se bromea sobre las Arginusas[878] no se hace ni la menor mención al alucinante juicio,[879] es decir, al más grave hecho político de aquellos años. Se vuelve, al final, a hablar de Alcibíades, y Aristófanes le hace decir tortuosamente a Esquilo, el triunfador moral además de artístico en la lucha puesta en escena en la comedia, que es mejor dejar que vuelva el «cachorro del león» resignándose a sus costumbres; pero el verdadero mitin, confiado a la parábasis, se refiere una vez más a «aquellos que cayeron en la trampa de los engaños de Frínico».[880] Se vuelve, una vez más, a 411. ¿Por qué? Para formular una propuesta que acaso determinó también el éxito estruendoso de la comedia, dado que una noticia verdadera, debida a Dicearco —quien había estudiado «antigüedad» teatral en la escuela de Aristóteles—, nos deja saber que se ordenó hacer una réplica de la comedia «a causa de la parábasis».[881] Por tanto Aristófanes había dicho las palabras precisas, las que muchos esperaban: amnistiar a quien aún sufría las consecuencias de los compromisos con el gobierno de 411. El «mitin» está sabiamente construido y se abre, como es preciso y habitual en la oratoria parlamentaria, con el anuncio de que quien se apresta a hablar dirá «cosas útiles para la ciudad». Se lanza enseguida a la cuestión que más le importa y lo hace con un argumento que sabe seguramente eficaz, en nombre de un valor bien aceptado por el demo: la «igualdad». «Hay que tratar con igualdad a los ciudadanos»;[882] pero lo dice de manera aún más radical: «Hay que hacer iguales a los ciudadanos» (hacer de manera que sean iguales). Ison significa igual y justo, y éste es uno de los puntos esenciales de la democracia antigua. Prosigue: «Nuestra primera atención debe ser establecer la igualdad entre los ciudadanos y librarlos de temores; después, si alguno faltó, engañado por los artificios de Frínico, creo que debe permitírsele defenderse y justificarse.»[883] Es curioso que sólo se mencione el nombre de Frínico como responsable-símbolo de ese acontecimiento. «Defenderse y justificarse» significa sin duda que los juicios están aún en curso (es el caso por ejemplo del segundo juicio contra Polístrato) y que, en general, no terminan bien para los imputados. La petición formal que aquí se adelanta —en la pausa muy seria de una comedia— es anular la atmia[884] infligida en su momento a todos los que de diverso modo se habían «comprometido» con el gobierno oligárquico. No debían ser pocos. Algunos meses más tarde, bajo el efecto de la inesperada derrota de Egospótamos, cuando ya había comenzado el sitio, la misma propuesta será hecha por un político como Patrocleides, y la propuesta pasará a la asamblea[885] como procedimiento extraordinario y presumiblemente útil para contrarrestar el desastre inminente.[886] La propuesta tenía sentido sólo si afectaba a una parte importante de la ciudadanía, así como su valor como medida defensiva en el momento de peligro. Esto ayuda a comprender las que podríamos definir como dimensión del consenso de la oligarquía. Está claro, por otra parte, que la medida punitiva habrá sido adecuada al espíritu del decreto de Demofranto y del juramento prestado por los ciudadanos en las Dionisias de 409.[887]
Después de las grandes victorias navales debidas esencialmente a Alcibíades en 411/410 (Abidos y Cícico), cuando Esparta pide la paz sin obtenerla,[888] el clima en la democracia restaurada empezaba a ser el de rendición de cuentas.
En su hábil y certero «mitin» Aristófanes explota además otro argumento, de eso que siempre producen un efecto seguro sobre el demo celoso de su bien principal: la ciudadanía. Sería en verdad vergonzoso —dice— que los esclavos que habían participado en las Arginusas obtuviesen la ius civitatis, equiparable a la que se les había concedido a quienes lucharon en Platea,[889] y así «de sirvientes pasen a patrones»,[890] y en cambio no perdonar «esta única desventura» (μίαν συμφοράν: ya no dice «culpa») a quien ha combatido por vosotros en tantas ocasiones, ellos y sus padres, y que son vuestros parientes. El golpe es magistral, porque al buen demócrata ateniense no le gusta que el bien de la ciudadanía quede diluido; y Aristófanes lo sabe perfectamente. Por eso arenga a su público insinuando que estos exesclavos que acaban de convertirse en ciudadanos ya se dan aires de patrones. Critias, en el diálogo Sobre el sistema político ateniense, llega incluso a hacer decir a uno de los participantes del diálogo que en Atenas se corre el riesgo, por culpa de la democracia, de convertirse en «esclavos de los esclavos».[891] El muy serio Aristófanes sin duda no ignoraba el lenguaje político al uso. Por eso no duda en concluir con una perorata seductora: «vosotros, atenienses, que sois sabios por naturaleza,[892] ¡aplacad vuestra indignación!». Además, lanza una advertencia que sólo a una mirada superficial puede resultarle desproporcionada después de las Arginusas: «sobre todo ahora que estamos a merced de la tormenta;[893] si no somos sabios ahora en un futuro nos tendrán por locos».

6

 

 

Pero esta «cólera» no se aplacó tan rápidamente. Está claro que después del juramento público requerido por el decreto de Demofanto el clima en la ciudad había cambiado. No debe sorprendernos, por tanto, que precisamente a partir de ese momento empezara el éxodo de personalidades, del que ha quedado noticia en las fuentes conservadas.
Hubo quien supo sobrevivir políticamente por más tiempo, como Critias, que, mientras parecía velarse la estrella de Terámenes,[894] trató de acercarse al nuevo dueño de la escena política, Alcibíades.[895] Hubo más de uno que decidió irse a la corte de Arquelao, el «Pedro el Grande» de Macedonia, a cuya obra de modernizador erige —porque la había visto con sus propios ojos— un monumento sólo aparentemente inmotivado, y se diría que póstumo, Tucídides cuando habla de él, aunque sea incidentalmente, al final del tercer año de la guerra.[896]
Agatón, que había felicitado a Antifonte por su magnífica, aunque desafortunada, apología, se va a Macedonia.[897] Cuando es evocado su nombre, al principio de Las ranas, en el hilarante diálogo entre Heracles y Dionisos, el dios del teatro dice que Agatón, «buen poeta y amigo querido,»[898] se fue «al banquete de los bienaventurados».[899] El escolio[900] plantea dos explicaciones para «el banquete de los bienaventurados»: que sea una paráfrasis para aludir a la muerte (pero no tendría sentido dada la impostación misma de la comedia puesta en marcha por la muerte de Eurípides en Macedonia y por la oportunidad de un encuentro en ultratumba con Esquilo) o que sea un modo elusivo para hablar de su autoexilio en Macedonia. Otro escolio se expresa de manera más específica: «fue acusado de haber huido con el rey de los macedonios, Arquelao».[901] De esta clase de léxico se debería argüir algo más que un autoexilio salido de factores poéticos o personales que no son fáciles de identificar. Aquí se habla de una fuga y de un juicio (quizá en rebeldía) en el que la acusación era formulada. En la misma época que Agatón, también Eurípides se va a Macedonia; y se conoce la frágil leyenda biográfica antigua según la cual Eurípides se había ido porque estaba amargado.[902]
En la misma época, o poco después, probablemente acosado por un juicio iniciado por Cleofonte[903] —figura emergente de la política democrática—, Critias huye a Tesalia. Cuando se celebraba el juicio contra los estrategos vencedores de las Arginusas (406), Critias no estaba ya en Atenas, sino en Tesalia, y le daba su apoyo a un tal «Prometeo» —quizá un apodo de Jasón de Feres— en su hostigamiento, como años antes había hecho Aminias,[904] a los penestas (es decir, los ilotas de Tesalia) «contra los patrones».[905] La alianza con Alcibíades no se sostuvo o quizá ni siquiera llegó a ponerse en marcha.
No debe descuidarse el hecho de que Cleofonte fue, en ese mismo momento, el acusador de Alcibíades después del desafortunado enfrentamiento de Noto (sólo indirectamente imputable a Alcibíades).[906]
Por la misma época también se mudaba Tucídides a la corte de Arquelao. Probablemente esto sucedió después de los juicios a los jefes de los Cuatrocientos. El testimonio de Praxífanes a este respecto está fuera de toda duda.[907]
En este punto debe tomarse en consideración el importante testimonio del tratado (dialógico) Sobre la historia del peripatético Praxífanes, el discípulo más joven y amigo de Teofrasto (autor también él de un tratado de idéntico título). Praxífanes, quien hablaba de Tucídides en relación con Arquelao («mientras vivió Arquelao casi no tuvo fama»), testimoniaba un sincronismo entre Tucídides, de una parte, y, de la otra, los siguientes poetas representantes de los diversos géneros literarios: Platón cómico; Agatón, Nicerato y Querilo, poetas épicos; y Melanípides músico y ditirambógrafo. Parece obvio que el diálogo de Praxífenes Sobre la historia versa sobre el asunto típicamente aristotélico de la relación historia/poesía, y que por eso Tucídides discute allí con los representantes de los diversos géneros poéticos, con una peculiaridad: que Agatón, Nicerato, Querilo y Melanípides (además del propio Tucídides) estaban, en un determinado momento, en la corte de Arquelao. A esta especie de «escuela de Atenas en el exilio» alude Aristófanes cuando dice que Agatón no está porque se ha marchado al «banquete de los bienaventurados».[908] En particular Querilo de Samos y Nicerato de Heraclea se habían exhibido servilmente con Lisandro vencedor y, en su infinita vanidad, promotor de los Λυσάνδρεια.[909] Después se marcharon a la corte de Arquelao.
Todo hace pensar que Praxífanes, quien escribía un siglo más tarde aunque su erudición literaria era tributaria del primer Peripato, había puesto a dialogar, en la corte de los reyes de Macedonia, a autores que efectivamente habían estado allí (aunque quizá no todos en el mismo momento). En todo caso es difícil no pensar que, si ha incluido a Platón cómico, Platón también haya tenido un periodo macedonio, aunque lógicamente no estamos en condiciones de ubicarlo con exactitud en el tiempo. Cabe pensar, en todo caso, que en la Atenas de 407-405, dominada por Cleofonte, el autor de una comedia titulada Cleofonte[910] —en la que se decía, en un determinado momento, «liberémonos de la gran codicia de este hombre»— pudo tener algunos problemas.
Al mismo tiempo —después de la representación de Orestes (408)— se va Eurípides, acerca de cuya colaboración dramatúrgica con Critias ya hemos hablado.[911] Es obvio que no podemos pretender leer entre líneas en una tradición biográfica tan contaminada como la que se sedimenta en torno a la figura de Eurípides. Respecto de tal tradición es de por sí muy significativo el hecho de que Aristófanes lo tuviera más en la mira que el propio Sócrates. Es un inútil derroche de energía el intento de encasillar a Eurípides dentro de alguna de las corrientes democráticas atenienses; tiene más sentido, en cambio, constatar que el radicalismo de su crítica de las costumbres lo ubica en esa zona intelectual de los críticos radicales de las convenciones sobre las que se apoya la ciudad democrática, que podía ver en la toma del poder por parte de doctrinarios como Antifonte o Critias, o de incrédulos de la democracia como Terámenes, un hecho positivo. Expuestos a quedar desilusionados, como dice Platón de sí mismo al principio de la Carta séptima. No puede ser casualidad que en Las ranas, al querer señalar a los «discípulos» de Eurípides, Aristófanes haya indicado a Terámenes y Clitofonte.[912] Éste —¡cuyo nombre es el título de un diálogo platónico que tiene como asunto la justicia!— es aquel que, en 411, había apoyado el decreto de Pitodoro que puso en movimiento el procedimiento para nombrar a los Cuatrocientos, mediante un decreto que ordenaba volver a examinar las leyes conocidas como de Clístenes, por cuanto la «verdadera» constitución de Clístenes no era democrática sino, en todo caso, soloniana.[913]
Critias, Terámenes, Clitofonte (que reaparecerá puntualmente en 404):[914] si éste es el milieu intelectual-político de Eurípides, no es difícil comprender por qué la atmósfera de la agresiva restauración democrática de 409 le podía resultar irrespirable.

Aristófanes, en cambio, y a pesar de todo, hasta donde sabemos, se quedó. Sentía antipatía por los líderes democráticos; estos doctrinarios, cuya «coherencia» podía volverse homicida, no eran precisamente de su agrado. Alguien que, después del año terrible de los escándalos sacramentales, de las persecuciones judiciales y de las traiciones de todos hacia todos, escribe Las aves (414), evidentemente no confía ni en unos ni en otros.[915]
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 [848] Fr. 30 Kassel-Austin. Para los exordios de Platón cómico, cfr. S. Pirrotta, Plato comicus, Verlag Antike, Berlín, 2009, p. 22. <<
[849] Aristófanes, Las aves, 798-800. Aquí el escolio citado arriba. <<
[850] El fragmento 33 Kassel-Austin en el que se hace referencia a «la cama con dos almohadas» (uno de los objetos confiscados a Alcibíades después de la condena en rebeldía) así lo deja entender. <<
[851] Fr. 564 Kassel-Austin. Éstos se transmitieron en el cap. 23 del De administrando imperio de Constantino VII (siglo X d. C.). Doy las gracias a Antonietta Russo —quien prepara un comentario a ese arduo texto— por haber llamado mi atención sobre este pasaje. <<
[852] Οὓς χορηγεῖς. O quizá: «que guías». <<
[853] Βοηθῆσαι δρόμῳ. <<
[854] Tucídides, VIII, 98, 1: Λαβὼν κατὰ τάχος τοξότας τινὰς βαρβαρωτάτους. <<
[855] Son muchos los que han argumentado de manera convincente que Lisístrata subió a escena en las Dionisias y no en las Leneas: de Droysen a. C. F. Russo y T. Gelzer. Los argumentos en favor de las Leneas adoptados por Dover en el volumen V del Historical Commentary on Thucydides (1981), pp. 184-193, son densos pero no persuasivos. El ataque explícito a Pisandro (v. 490) implica a «todos los que aspiran a los cargos». Es un parlamento bueno en cualquier estación. <<
[856] El cálculo exacto es posible gracias a Aristóteles, Constitución de los atenienses, 33. 1. <<
[857] Tucídides, VIII, 1, 3: οἵτινες περὶ τῶν παρόντων […] προβουλεύσουσιν. <<
[858] Tucídides, VIII, 53 (Pisandro es quien más insiste en este argumento). <<
[859] Es decir, a la asamblea de Colono convocada conjuntamente por próbulos y syngrapheis (VIII, 67, 3). <<
[860] λαμπρῶς ἐλέγετο ἤδη. <<
[861] Tucídides, VIII, 66, 2. <<
[862] Tucídides, VIII, 66, 1. <<
[863] Tucídides, VIII, 65, 3. <<
[864] Lisístrata, 620-625. <<
[865] Lisístrata, 626-635. <<
[866] J. G. Droysen, Aristofane. Introduzione alle commedie, Sellerio, Palermo, 1998, p. 212. <<
[867] Droysen, Aristofane, trad. cit., p. 213. <<
[868] Lisístrata, 490. <<
[869] Sobre esto, Bonacina en la edición de Droysen, Aristofane, trad. cit., p. 211, n.º 116. <<
[870] Lisístrata, 614: ὅστις ἔστ᾿ ἐλεύθερος. <<
[871] Tucídides, VIII, 89, 2. <<
[872] VI, 60, 1. <<
[873] VIII, 68, 4. <<
[874] [Jenofonte], Sobre el sistema político de los atenienses, I, 8: ἀλλ᾿ἐλεύθερος εἶναι. <<
[875] Lo explica Pericles al joven Alcibíades en Jenofonte, Los memorables, I, 2, 44. <<
[876] Αὐτὸν ἄλλων ἄρχειν εἰωθότα. <<
[877] Lisístrata, 614. <<
[878] Las ranas, 191 (cfr. 693). <<
[879] No lo es ciertamente el epíteto κομψός (hábil, sutil, respetable) que Aristófanes dirige a Terámenes a través del parlamento de Eurípides (Las ranas, 967). Jacques Le Paulmier, en las Exercitationes in optimos fere auctores [1668], en la edición de Gronovio, 1687, pp. 774-775, reconocía aquí una alusión al juicio: no hay razón para ello. <<
[880] Las ranas, 689. <<
[881] Son las últimas palabras del Argumento Primero, conservado tanto en el manuscrito al que debemos cuanto se ha salvado de Aristófanes (el Ravenés 137) como en el Marciano griego 474. <<
[882] Las ranas, 688: ἐξισῶσαι τοὺς πολίτας. <<
[883] Las ranas, 689-691. <<
[884] Las ranas, 692: ἄτιμόν φημι χρῆναι μηδέν᾿ εἶν᾿ ἐν τῇ πόλει. <<
[885] Andócides, I, 80. <<
[886] Helénicas, II, 2, 11. <<
[887] No se nos debe escapar la importancia de lo que se dice en el teatro si se considera que el juramento de fidelidad a la democracia fue hecho en ese contexto. <<
[888] Diodoro, XII, 52-53; Aristóteles, Constitución de los atenienses, 34, 1 ubica la petición espartana después de las Arginusas; quizá se trataba de la misma propuesta. <<
[889] En 427 a. C., tras el exterminio de Platea a manos de Esparta. <<
[890] Las ranas, 694; estocada de maestro. <<
[891] [Jenofonte], Sobre el sistema político ateniense, I, 10-11. <<
[892] Las ranas, 700: ὦ σοφώτατοι φύσει! <<
[893] Las ranas, 704: κυμάτων ἐν ἀγκάλαις (que es cita de Arquíloco). <<
[894] Quien, sin embargo, es trierarco en las Arginusas, igual que Trasíbulo. <<
[895] Véase, más abajo, cap. XXV. <<
[896] II, 100, 1-2. Arquelao murió en 399 a. C., y Tucídides dice de él que construyó calles y baluartes «que todavía están allí». Por tanto escribe cuando Arquelao ya ha muerto. También esta palmaria deducción hace sufrir a algunos modernos, demasiado aficionados a las fábulas de la tradición biográfica sobre Tucídides (Thukydideslegende, tal como, a sus veintiocho años, la definió con precisión Wilamowitz). <<
[897] Eliano, Varia historia, XIII, 4; escolio a Las ranas, 83-84. <<
[898] Las ranas, 84, ποθεινὸς τοῖς φίλοις: «objeto de deseo» es el pleno valor del término. <<
[899] εἰς μακάρων εὐωχίαν. <<
[900] Que está incluido también en Suidas (α 124). <<
[901] Scholia in Aristophanem, ed. Dübner (Didor), p. 516, col. I ( Ἀγάθων οὗτος ποιητὴς ἦν κωμῳδίας δεξιὸς, καὶ τὸν τρόπον ἀγαθός. Κατηγορήθη δὲ ὅτι ἀπέδρασε πρὸς τὸν βασιλέα τῶν Μακεδόνων Ἀρχέλαον). <<
[902] Vida de Eurípides, en TrGF V.1, T1, IB, 3. <<
[903] Aristóteles, Retórica, 1375b 32. <<
[904] Aristófanes, Las avispas, 1270-1275. <<
[905] Terámenes, en 404, en el choque oratorio mortal con Critias, da esta detallada noticia: Jenofonte, Helénicas, II, 3, 36. <<
[906] Swoboda, RE, XI.1, 1921, s.v. Kleopho, col. 793, lanza la hipótesis de que se tratase de una «denuncia por traición» (γραφὴ προδοσίας). La fuente es Imerio (Declamaciones, 36, 15) citado por Focio, Biblioteca, cap. 243, 377a 18. Cfr. G. Gilbert, Beiträge zur innern Geschichte Athens, Teubner, Leipzig, 1877, p. 366. Buena discusión de las aspectos formales de la denuncia en J. Hatzfeld, Alcibiade, PUF, París, 1940, p. 316 y n.º 2. W. Schmid (Griechische Literatur, Beck, Múnich, 1940, I.3, p. 171, n.º 11) tiende a vincular la segunda caída de Alcibíades y el exilio de Critias. Es justo preguntarse si Cleofonte tenía ya la fuerza política para liquidarlos a ambos, o se debe en cambio suponer que habría podido contar con una alianza política más amplia: por ejemplo con Terámenes, quien poco después se dedicará a liquidar a los amigos de Alcibíades. Cfr., más abajo, cap. XXVII. <<
[907] Paraxífanes (fr. 18 Wehrli = fr. 10 Brink) según Marcelino, Vida de Tucídides, 29-30. <<
[908] Las ranas, 85. <<
[909] Cfr. Plutarco, «Vida de Lisandro», 18, además de W. Schmid, Griechische Literatur, I.2, p. 542, y E. Diehl, RE, XVII, 1936, col. 313 (la mejor traducción de Nicerato). <<
[910] Platón cómico, fr. 58 Kassel-Austin. Platón había escrito también un Pisandro y un Hipérbolo; no se puede decir que sus simpatías se dirigieran hacia los jefes populares. <<
[911] Cfr., más arriba, Primera parte, cap. II. <<
[912] Las ranas, 967. <<
[913] Aristóteles, Constitución de los atenienses, 29, 3 (cfr. 34, 3). <<
[914] Ibídem, 34, 3. <<
[915] Escribe Droysen, a propósito de Los pájaros, que la comprensión de esta comedia «depende, en lo esencial, del conocimiento exacto de los hechos bien determinados, que sin embargo nunca son mencionados». <<

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