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La asamblea, que había vuelto a
existir por un breve plazo, aunque diezmada y confusa, no era ya la combativa,
omnipresente y temible asamblea del pueblo soberano. Era un instrumento dócil
en manos de Terámenes, y de quienes habían preferido alinearse con él (quizá
para salvar la propia cabeza). Funcionaba una Boulé: probablemente lo que
quedaba de la Boulé de los Quinientos, que había sido brutalmente enviada a
casa cuatro meses antes,[813] dado que la de los Cuatrocientos había
sido disuelta. Obedecía también ésta a Terámenes, como se deduce, por ejemplo,
del decreto de Andrón, emanado precisamente de una Boulé.
Del decreto de Andrón se deduce
claramente que Terámenes había iniciado una ráfaga de juicios y que la
intención era cazar a quienes estaban
efectivamente presentes en Atenas.[814] El decreto habla de tres imputados: Onomacles, Antifonte,
Arqueptólemo; pero la condena se refiere sólo a dos: Onomacles y Antifonte.
Onomacles había conseguido huir y probablemente fue condenado en rebeldía.
Onomacles se mantuvo lejos del
Ática y de los territorios controlados por Atenas hasta el colapso de 404,
cuando volvió al séquito de los espartanos. Lo reencontramos en la lista de los
Treinta,[815] en representación de la tribu Cecrópida. Aristarco,
Alexicles y Pisandro habían huido a Decelea, hacia el campo espartano del rey
Agis, cuando apenas se había verificado el «giro», el «cambio»[816]
del que Terámenes había sido el gran director: revivificación de la asamblea,
derrocamiento de los Cuatrocientos, efectiva toma de posesión de los Cinco Mil,
drástica confirmación de la prohibición de salario para los cargos públicos,
nombramiento de una nueva comisión legislativa y llamada a algunos exiliados,
Alcibíades entre ellos.[817] El «cambio» no significaba en absoluto
un retorno a la democracia; incluso se puede decir que los dos puntos fuertes
de la nueva situación eran los antípodas de la democracia (sólo cinco mil
ciudadanos de pleno iure y
prohibición categórica, con penas severas para los transgresores, del
«salario»). El «salario» era el símbolo mismo, el baluarte de la democracia,
que los viejos, caricaturescos, del coro de Lisístrata
juran estar dispuestos a defender hasta con las armas.[818] Por
tanto, era una frontera absoluta contra el retorno del «viejo régimen»
democrático. Sin embargo, para los jefes del grupo hasta entonces dominante
—Antifonte, Pisandro, Arqueptólemo, Onomacles, Aristarco, Alexicles— la única
solución era huir a Esparta. Es evidente que temían un ajuste de cuentas en el
que, como siempre en la lucha política ateniense, no habría medias tintas: o
matar o morir.
Aristarco hizo algo más. Quiso
dañar lo máximo posible a Atenas mientras se daba a la fuga; él, que era
estratego en activo. Seguido de una guardia de corps compuesta de los elementos
«más bárbaros»,[819] arqueros íberos del Cáucaso, como se sabe por
un fragmento del Triphales de
Aristófanes,[820] se detuvo en Énoe, un fortín ateniense en la
frontera con Beocia. Desde Énoe, los atenienses tenían eficaces salidas, pero
ahora el fortín estaba sitiado por tropas corintias y beocias arribadas en
socorro. En complicidad con los asediadores, Aristarco engañó a la guarnición
ateniense: dijo que la paz con Esparta estaba ya firmada y que los acuerdos
preveían la cesión del fuerte a los beocios. De este modo, éstos se rindieron
al enemigo y cedieron el fortín, que pasó a manos de los beocios.[821]
Sin embargo, Aristarco y
Alexicles enseguida retrocedieron.[822] Si son exactas las noticias
de Licurgo cuando evoca el juicio contra Frínico, ambos testimoniaron a favor
del difunto líder.[823] Dado que la sentencia contra Antifonte y
Onomacles hace referencia a la condena a Frínico, se debe concluir que
Aristarco y Alexicles regresaron a Atenas incluso antes de que se celebrara el
juicio a Antifonte. Euriptólemo, en el curso de su intervención en favor de los
estrategos vencedores en las Arginusas, dice que Aristarco había vuelto y había
sido procesado y condenado, y lo describe con gran detalle.[824]
Una noticia que debemos a
Aristóteles[825] parece indicar inequívocamente que también Pisandro
había vuelto. Fue sometido a juicio, no sabemos con qué resultado, e intentó
involucrar en el proceso también al viejo ex próbulo Sófocles. Aristóteles parece
depender de una fuente que conocía el proceso verbal del interrogatorio:
Sófocles, a la pregunta de
Pisandro de si hubiera estado de acuerdo también él, como otros próbulos, con
la instauración de los Cuatrocientos, reconoció que sí. Entonces Pisandro
preguntó: ¿Cómo? ¿No te parecía algo muy malo? Sófocles admitió también esto.
Pisandro: ¡Entonces admites el haber sido partícipe también tú de esta pésima
empresa! Sí —respondió Sófocles—, porque en ese momento no había alternativas
mejores.
Pensar en otro Sófocles o en otro
Pisandro no tiene mucho sentido. Poner en duda el testimonio de Aristóteles lo
tiene aún menos.[826] El contexto en el que se desarrolla el
coloquio, tan dramático, entre Pisandro y Sófocles no puede ser sino judicial.
Resulta bastante sencillo reconstruir el sentido. Pisandro intentó apoyarse en
el hecho de que los próbulos —y por tanto también el muy popular Sófocles—
habían contribuido al nacimiento de la oligarquía, y más específicamente a la
construcción del Consejo de los Cuatrocientos.[827] Implicar a
Sófocles para salvarse: ésta había sido la táctica de Pisandro en el juicio. De
lo que refiere Aristóteles se deduce claramente que Sófocles no tuvo más
remedio que admitir la sustancial fundamentación del planteamiento de Pisandro,
lanzándose a una admisión muy comprometedora: «en ese momento no había
alternativas mejores». Es impensable que esta escena sucediera después de 409 y
del solemne juramento colectivo de «echar físicamente a cualquiera que haya
atentado o pretenda atentar contra la democracia y a quien ha ostentado cargos[828]
después del derrocamiento de la democracia».
Con semejante premisa el juicio
no hubiera ni siquiera comenzado y Pisandro simplemente habría sido expulsado.
Por tanto, también el juicio en el curso del cual Pisandro trató de «meter» a
Sófocles para salvarse a sí mismo[829] debe ubicarse en el mismo
periodo de tiempo en el que fueron procesados Frínico (y quienes atestiguaron a
su favor, Aristarco y Alexicles), Antifonte y Arqueptólemo: entre la caída de
los Cuatrocientos y las Grandes Dionisias de 409. Se deberá suponer que la
sentencia fue condenatoria.
La pregunta, entonces, es: ¿por
qué Aristarco, que había seguido siendo un «traidor» hasta el final, entregando
Énoe al enemigo; por qué Alexicles y también Pisandro habían vuelto? Dos
factores habían pesado: a) no había vuelto la democracia tradicional (como se
podía temer cuando Terámenes la puso temporalmente en funcionamiento, al
convocar a la asamblea para liquidar el Consejo de los Cuatrocientos); b) los
juicios contra Frínico y contra Antifonte (Arqueptólemo y Onomacles) eran «por
traición», es decir, por la embajada en Esparta «en una nave espartana» y «a
través de Decelea»: por tanto, quien no había formado parte de la embajada[830]
podía considerar que no tenía por qué temer lo peor.
Es probable que Terámenes los
hubiera incitado a volver: debe haberles hecho llegar algún tipo de mensaje
tranquilizador. Una vez regresados, cayeron en la trampa: se iniciaron los
juicios que determinaron su fin. Es difícil dictaminar cómo pudo suceder que
Aristarco y Alexicles fueran inducidos a testimoniar por Frínico (si las
noticias de Licurgo en la Leocratea
son exactas). El balance para Terámenes fue positivo: eliminó por vía judicial
a una serie de adversarios y de potenciales rivales.
Es evidente que, frente a estos
resultados, Alcibíades decidió no valerse, de momento, de la posibilidad de
regresar a Atenas. Estos precedentes no eran, en verdad, alentadores. No podía
dejarse coger sin más por Terámenes, después de todas las insidias de que había
sido objeto por parte de Esparta y de Tisafernes. Sobre todo, pesaba sobre él
la condena (imposible de anular) por delitos sagrados, que podía recobrar
vigencia a pesar del permiso para volver a la ciudad, como le sucedería algunos
años más tarde a Andócides. ¿Quién podía garantizarle la «lealtad» de
Terámenes, que estaba llevando a cabo una sistemática masacre judicial de sus
compañeros de aventura? Era obvio que debía postergar su regreso para un
momento en que su fuerza política fuera mayor y más débil la de Terámenes. De
hecho, ese regreso sólo será efectivo tras la restauración de la democracia en
409 y las grandes victorias navales que invirtieron, por un largo periodo, la
suerte de la guerra.
2
Hubo entonces una oleada de
juicios, además de aquellos de los que quedó huella específica en las fuentes.
Un pasaje deteriorado del precioso capítulo-revelación de Tucídides dice que
«las cosas de los Cuatrocientos, tras su caída, terminaron en juicios».[831] La fórmula allí adoptada
deja entender que varios otros componentes de esa Boulé con mala fama debieron
afrontar un ajuste de cuentas judicial. Terámenes fue público acusador en el
proceso contra Antifonte y Arqueptólemo; Critias lo fue en el juicio-farsa
contra Frínico, pero seguramente también contra los dos caídos en la trampa
como testigos (Aristarco y Alexicles). En cuanto a los otros, no sabemos nada
preciso; es evidente, en todo caso, que al menos los otros diez que, con
Frínico y Antifonte, habían ido a toda prisa a Esparta[832] «en una
nave espartana» para sellar una paz in
extremis serán llevados a juicio con análoga imputación. Serán otros los
acusadores, dado que Lisias parece señalar específicamente a Antifonte y
Arqueptólemo «a pesar de ser muy amigos» como víctimas del cambio de bando de
Terámenes, quien pasó de amigo a acusador público.[833]
Conocemos bien el caso de un tal
Polístrato porque el discurso que un logógrafo preparó en su defensa terminó en
el corpus de los discursos de Lisias.[834]
Es un discurso de extraordinario interés como ejemplo concreto de los métodos y
de los argumentos encaminados a la salvación individual después de un cambio de
régimen y cuando llega el momento de la rendición de cuentas. Polístrato había
sido uno de los Cuatrocientos y por añadidura el encargado de recopilar, junto
a otros, la lista de los Cinco Mil. Además, era del mismo demo que Frínico, lo
cual debía tener importancia dado que su defensor se refiere enérgicamente a
ello. (Había sido elegido por el propio Frínico, aunque no le gustara
admitirlo; por eso se explaya en un ejercicio de «vidas paralelas», la suya y
la del líder asesinado). Como mérito de Polístrato, su defensor destaca el
hecho de que hubiera compilado una lista de nueve mil, mientras la tarea era la
de identificar cinco mil ciudadanos de pleno derecho.[835] No son
afirmaciones para ser tomadas muy en serio: ¿cómo hubiera podido un único
«encargado del catálogo» permitirse duplicar casi la medida prevista por los
jefes? Estas cifras lanzadas a la ligera y la confusión que se entrevé detrás
de estas palabras (como mucho, Polístrato habrá suscitado el interrogante de si
la cifra prevista no era demasiado restringida) parecen en todo caso confirmar
la «revelación» de Tucídides de que la lista de la que tanto se hablaba, en
efecto, no existía.[836]
Polístrato sostenía haber pasado
enseguida a Eubea para las operaciones militares, en las que se habría además
cubierto de gloria y de heridas, y por tanto haber permanecido en el Consejo
durante sólo ocho días.[837] (Lo cual ayuda a comprender cuán poco
seria era su reivindicación de haber sido atacado por realizar el «catálogo» de
los nueve mil). Está claro que, a su regreso a Eubea, hubo un primer proceso en
su contra, en la época de los juicios contra Antifonte y los otros líderes. La
pena que se le impuso fue una fuerte multa.[838] Pero el defensor
—que habla en un segundo juicio, que se desarrolla cuando ya los Cinco Mil
están fuera del gobierno y ha regresado la democracia— aporta importantes
detalles sobre la primera oleada de juicios a los Cuatrocientos. Habla de
numerosas absoluciones. También aquí se generan sospechas sobre su
credibilidad, dado que, más allá de todo, habla de un régimen caído; pero los
detalles que aporta parecen en todo caso inquietantes. «Aquellos que parecían
haber cometido injusticia fueron salvados por las plegarias de algunos
políticos que habían sido celosos seguidores vuestros.»[839] Frase
sibilina, pero sin duda fácilmente descifrable para los presentes.
Probablemente alude a Terámenes, de quien habla bien y mal al mismo tiempo (ha
salvado a quien no se lo merecía, pero había sido un guía voluntarioso), y sin
duda se refiere a alguien que en aquel momento tenía suficiente fuerza política
para influir en el veredicto. Terámenes conserva poder incluso después de la
liquidación del régimen liderado por él, el de los Cinco Mil; conservó su
posición después del solemne y amenazador juramento colectivo impuesto por el
decreto de Demofanto; rigió también bajo la breve «dictadura de Alcibíades»
(ocupándose poco después de disolver su clan).[840] Por tanto, no
parece prudente atacarlo pronunciando su nombre abiertamente. Está claro que
Polístrato no era un temerario.
Más grave es la otra información
que nos aporta acerca de esos juicios:[841] «Quien se había manchado
de injusticia compró a los acusadores y así resultó inocente». La acusación es
grave. No sabemos quiénes eran estos acusadores venales ni quiénes los
salvados. Pero sin duda aquí Polístrato es hábil al referirse a juicios que tuvieron
lugar bajo el régimen oligárquico (o semioligárquico, si se prefiere), la
típica acusación de venalidad dirigida a los adversarios en los tribunales que
trabajaban, a tiempo completo, durante la democracia. También éste es un óptimo
movimiento por parte de la defensa de Polístrato, cualquiera que sea la parte
de verdad contenida en su grave denuncia. Por eso es magistral el pasaje
siguiente: «La verdad es que los culpables no son ellos sino aquellos que los
han engañado»,[842] y el orador, en este momento, se permite incluso
recriminar a la corte (un tribunal popular, en este segundo proceso contra
Polístrato): ¡no debe olvidarse que sois vosotros quienes entregasteis (con
decisión tomada en asamblea) el poder a los Cinco Mil! (Se puede hablar —ahora—
contra los Cinco Mil, pero no contra Terámenes).
3
¿Qué pasó con los estrategos de
la oligarquía? No sólo habían sido designados
directamente por los Cuatrocientos, y por tanto no electos como estipulaba la práctica democrática, sino que además habían
sido dotados de poderes extraordinarios.[843] Eso los convertía en
los principales responsables de las acciones cumplidas en los cuatro meses de
gobierno. (No casualmente, cada vez que nombra uno de ellos, Tucídides —en su
admirable relato de esos meses— precisa que cumplían esas determinadas acciones
«siendo estrategos».)[844]
Si entonces consideramos los ocho
nombres conocidos de los estrategos de la oligarquía —Terámenes, Diítrefes,
Aristarco, Aristóteles, Alexicles, Timócrates, Melancio y Aristócrates—[845]
podemos observar que, de ellos, sin duda fueron condenados Aristarco y
Alexicles. Terámenes y Aristócrates fueron los promotores del vuelco y seguirán
en posiciones de mando en diversos ámbitos (hasta que Terámenes deje caer a
Aristócrates durante el juicio a los estrategos de las Arginusas). Timócares
permanece activo al mando de la flota incluso después de la caída de los
Cuatrocientos. No sabemos qué pasó finalmente con Melancio (que, junto con
Aristóteles y Aristarco, era impulsor de la construcción del muro de Eetionea).
A Aristóteles volvemos a encontrarlo en 404, en el colegio de los Treinta; lo
que significa que podría haber huido a tiempo, sin caer en la trampa de
Terámenes, y por tanto cometer el error de volver y hacerse juzgar. Menos probable
es que se haya quedado en Atenas, salvándose (quizá por las razones indicadas
por Polístrato) de un veredicto condenatorio; en todo caso difícilmente hubiera
conseguido eludir los efectos del decreto de Demofanto.
Podría considerarse el de
Diítrefes, participante en la masacre (413 a . C.) de Micaleso,[846]
como un caso límite: se trató de una masacre horrenda, de la que Tucídides
aporta todos los detalles, incluido la matanza de todos los niños en una
escuela. Aquél, después de haber apoyado desde el primer momento[847]
la conjura oligárquica, asumió la estrategia con los Cuatrocientos, y compartió
la andadura entera. Pero en 408/407 —gracias a una lápida muy bien conservada—
lo encontramos en Atenas promoviendo un decreto honorífico para un tal Eniades
de Palaiskiathos. Pausanias describe una estatua de Diítrefes, colocada en la
Acrópolis. En definitiva, es evidente que Diítrefes ejemplifica a la perfección
esos casos que Polístrato estigmatiza duramente en su apología.
[812] A
Commentary on Thucydides, III, Clarendon Press, Oxford, 2008, p. 50.
<<
[813] Tucídides,
VIII, 69, 4-70, 1. <<
[814] «Que el juicio se desarrolle en presencia de los
imputados», dice el decreto. <<
[815] Jenofonte, Helénicas, II, 3, 2. <<
[816] ἐν τῇ μεταβολῇ dice Tucídides, VIII, 98, 1. <<
[817] Tucídides, VIII, 97. <<
[818] Aristófanes, Lisístrata, 618-625. <<
[819] Tucídides, VIII, 98, 1: τοξότας βαρβαρωτάτους. Había
guardias armados al servicio de los Cuatrocientos: cfr. Tucídides, VIII, 69, 4.
<<
[820] Fr. 564 Kassel-Austin. <<
[821] Tucídides, VIII, 98, 2-4. <<
[822] W. Schmid (Geschichte der griechischen Literatur,
I.3, Múnich, 1940, p. 171) piensa que la «teatral» iniciativa de Critias
de hacer desenterrar el cadáver de Frínico se explica en el clima de momentánea
«Erregung des Volkes», es decir inmediatamente después del atentado. Se
equivoca. El hecho de que Aristarco y Alexicles hayan sido testigos pro
Frínico y a su turno sometidos a juicio y condenados a muerte demuestra que
todo se desarrolló cuando Aristarco, después de haber huido, volvió a Atenas;
por tanto, bastante después del atentado contra Frínico. <<
[823] «Contra Leócrates», 115. <<
[824] Helénicas, I, 7, 28. Cfr., más abajo,
cap. XXVII. <<
[825] Retórica, 1419a 25-29. <<
[826] Cfr. TrGF, IV: Sophocles, p. 46 (n.º 27 y
aparato). <<
[827] Los diez próbulos, junto a los veinte syngrapheis,
habían convocado la asamblea de Colono teniendo como objeto el cambio radical
del régimen político. En esa asamblea se habían realizado los pasos decisivos
(Tucídides, VIII, 67). <<
[828] Decreto de Demofanto (Andócides, I, 96-98). <<
[829] Pero ¿dónde podría haber encontrado Aristóteles un
documento que recogía las huellas de ese diálogo en el tribunal? ¿Acaso fueron
los cómicos quienes conservaron esas huellas? Pero entonces Aristóteles no lo
habría presentado como un diálogo que efectivamente tuvo lugar. <<
[830] Evidentemente ni Aristarco ni Pisandro habían formado
parte de ella. <<
[831] VIII, 68, 2: ἐς ἀγῶνας κατέστη. Las palabras «eran
maltratados por el pueblo» (ὑπὸ τοῦ δήμου ἐκακοῦτο) son probablemente una glosa
mal hecha: el ajuste de cuentas con los jefes de los Cuatrocientos sucedió antes
de la restauración democrática. Acierta, a este respecto, Hornblower (III, p.
957). Justo antes, el insostenible ἡ δημοκρατία es un error precisamente por su
contrario ἡ ὀλιγαρχία. Es la oligarquía que «se transforma» con el
acontecimiento de los Cinco Mil. <<
[832] VIII, 90, 2 καὶ ἄλλους δέκα. <<
[833] Lisias, XII, 67. <<
[834] [Lisias], XX. Lisias comenzó más tarde la carrera de
logógrafo, por eso sin duda el discurso no es suyo. <<
[835] [Lisias], XX, 13. <<
[836] VIII, 92, 11. <<
[837] [Lisias], XX, 14. <<
[838] Ibídem. <<
[839] [Lisias], XX, 15 ὑπὸ τῶν ὑμῖν προθύμων ἐν τοῖς πράγμασι
γενομένων. <<
[840] Cfr., más abajo, cap. XXVII. <<
[841] En un determinado punto de [Lisias], XX (desde § 11) el
imputado habla en primera persona. Wilamowitz, Aristoteles und Athen,
II, 1893, pp. 357-367, ha demostrado que se trata de dos discursos fundidos en
uno solo en la tradición manuscrita. Un caso análogo es el de
Lisias XXXIV, sobre el que cfr., más abajo, cap. XXXII. <<
[842] Cito de la óptima traducción de Umberto Albini, Lisia,
I Discorsi, Sansoni, Florencia, 1955, p. 381. Albini, que fue un
gran conocedor e intérprete de la oratoria y del teatro de Atenas, es decir de
las dos formas cardinales de la comunicación colectiva en la conflictiva ciudad
democrática, ha escrito además libros importantes sobre Atenas (como por
ejemplo el más reciente, Atene segreta, Garzanti, Milán, 2002), en
los que, entre otras cosas, acierta acerca del asesinato de Frínico («eliminado
por sicarios identificados y condenados; pero el nombre de quien los mandó no
saldrá nunca a la luz»: p. 90). Aquí la traducción exacta del «ataque» Ἀλλ’οὐχ
οὗτοι ἀδικοῦσι, etc., es precisamente «la verdad es que…». <<
[843] Lo que se deduce del documento citado por Aristóteles, Constitución
de los atenienses, 31, 2, cualquiera que sea el juicio que se haga de esa
particular «constitución»; sobre esto es exhaustivo C. Hignett, A
History of the Athenian Constitution to the End of the Fifth Century BC,
Clarendon Press, Oxford, 1952, pp. 367-378. <<
[844] VIII, 89, 2; 92, 4 y 9; 98, 3. <<
[845] No hay motivo para expurgar la palabra στρατηγῶν en
Tucídides, VIII, 89, 2. Al contrario, Tucídides está en condiciones de indicar
incluso quiénes eran «los estrategos más visibles» de los mencionados entre los
Cuatrocientos. <<
[846] VII, 29. <<
[847] VIII, 64, 2. Es él quien derroca el gobierno popular en
Tasos y determina de hecho la deserción. En ese momento era estratego τῶν ἐπὶ
Θρᾴκης. <<
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