sábado, 23 de diciembre de 2017

Canfora Luciano.-El mundo de Atenas: XXII. EL JUICIO A ANTIFONTE

 

Bajo el arconte Teopompo [411/410 a. C.]. Decreto del Consejo. Vigésimo primer día de la pritanía. Demónico de Alopece era el secretario. Filóstrato de Palene, el presidente. Propuesta de Andrón a propósito de los hombres que, según la denuncia de los estrategos, han acudido en embajada a Esparta para perjudicar a Atenas y al ejército,[738] embarcándose en una nave enemiga y pasando a través de Decelea: Arqueptólemo, Onomacles, Antifonte. Son arrestados y llevados ante el tribunal, para recibir su castigo. Los estrategos y los componentes del consejo que los estrategos querían elegir (hasta un máximo de diez) los entregan a la justicia para que el juicio se desarrolle en presencia de los imputados. Los tesmotetes[739] los citarán a comparecer en juicio mañana y, transcurrido el intervalo de tiempo regular,[740] los conducirán frente al tribunal con la acusación de traición. La acusación debe ser sostenida por abogados públicos, por los estrategos y por quien quiera. Quienes sean declarados culpables serán tratados de conformidad con la ley vigente para los traidores.
La condena fue expresada en los términos siguientes:
Han sido declarados culpables de traición: Arqueptólemo, hijo de Hipodamo, del demos de Agryle, presente en el juicio; Antifonte, hijo de Sófilo, del demo de Ramunte, presente en el juicio. Las penas previstas son las siguientes: sean entregados a los Once;[741] sus bienes sean confiscados y la décima parte versada en el tesoro de la Diosa; sus casas sean destruidas y en el suelo donde se erigían sean colocadas lápidas con la inscripción de Arqueptólemo y de Antifonte, traidores. Los dos demarcos leerán la lista de sus bienes. No sea consentido sepultar a Arqueptólemo ni a Antifonte en tierra ática o en tierras bajo mando ateniense. Arqueptólemo y Antifonte sean declarados atimoi, así como su descendencia legítima y también los bastardos. Si alguien adoptara uno de los descendientes de Arqueptólemo o de Antifonte, la condena de la atimia se extienda también sobre él. Esta sentencia sea inscrita en una plancha de bronce y sea colocada donde están los decretos referidos a Frínico.
¿Quién era Andrón? Platón habla de él en el Gorgias[742] y en el Protágoras.[743] Era hijo de un Androción y padre del Androción discípulo de Isócrates y atidógrafo, que ha dejado huella en la historiografía sobre Atenas, en tendencias por así decir «teramenianas».[744] En el Protágoras, Andrón es representado mientras escucha, en respetuoso silencio, junto con otros, un discurso de Hipias de Elides. En el Gorgias, Platón atribuye a Sócrates un gracioso y singular retrato de Andrón, empeñado en discutir con Cálicles, Tisandro y otros en torno al tema: «¿Hasta qué punto se debe practicar el conocimiento?»[745] «Sé que prevaleció entre vosotros», continuaba Sócrates, «una opinión similar a la de afanarse en filosofar hasta la perfección, sino que os recomendasteis mutuamente precaución para que, al volveros más sabios de lo debido, no fuerais pervertidos subrepticiamente.»[746] El hecho de que Andrón se haya prestado como longa manus de Terámenes en el juicio contra Antifonte, es decir, contra el sector más importante de los Cuatrocientos (así como Critias en el juicio-farsa contra Frínico) resulta comprensible a la luz de los vínculos familiares y de clan representados por Androción. Su Historia ática (Tais) es considerada una de las fuentes que tiene en cuenta Aristóteles en la Constitución de los atenienses. Lo cual justifica la enfática apología de Terámenes como prototipo del «buen ciudadano» que leemos en el opúsculo aristotélico.[747]

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Estos dos documentos, de importancia fundamental, habían sido incluidos por Crátero el Macedonio[748] en su Recopilación de decretos áticos;[749] y el anónimo autor del tratado con igual título que acabó en el mare magnum de los Moralia de Plutarco los copió, como él mismo dice, de Cecilio.[750] Así fue como se conservaron.
Nos aportan informaciones de todo género. En primer lugar, que entre los acusadores estaban «los estrategos». Así como el arconte señalado al principio del decreto es Teopompo, es decir el arconte de 411/410, sustituido en Mnesíloco, epónimo bajo los Cuatrocientos y depuesto junto con ellos,[751] es evidente que el estratego efectivamente operante era Terámenes (que ya era estratego, por otra parte, bajo los Cuatrocientos, aunque fue principal artífice de su caída)[752] probablemente junto con Timócares, también éste fungible tanto con los Cuatrocientos[753] como después de su caída.[754] Los demás —Trasíbulo, Alcibíades, Trasilo, Conón— estaban en Samos, mientras lentamente se remediaba la duplicidad de poderes creada con la rebelión de la flota hacia el gobierno oligárquico instalado en Atenas. Alguna anomalía, como suele pasar en tiempos de revoluciones, complicaba el cuadro: la elección de los estrategos «de la flota» no tenía todos los requerimientos de legalidad, a la vista del modo en que se había producido;[755] para no hablar del «caso» Alcibíades, elegido estratego de la flota pero exiliado a todos los efectos, y todavía condenado por delitos de la mayor gravedad. Pero en ese momento las cartas ganadoras estaban en manos de Terámenes. Fue éste quien sostuvo más encarnizadamente que nadie la acusación contra Antifonte y los demás.[756] Onomacles se había sustraído al fugarse. También él había formado parte de la embajada de alto nivel enviada a Esparta y guiada por Antifonte y Frínico. Eran doce en total,[757] pero la acusación formalizada con el decreto de Andrón se refería a estos tres. También había sido «procesado» el difunto Frínico, con Critias como acusador; es obvio que para Frínico se requería un procedimiento aparte, por varias razones, entre ellas, y no la última, la cláusula que reclamaba, en perjuicio de Antifonte, Onomacles y Arqueptólemo, la «presencia de los imputados».[758] Cuando fue emitida la sentencia de condena contra Antifonte y Arqueptólemo, el juicio a Frínico ya había terminado; en efecto, la disposición final de la sentencia prevé que la placa que contenga el texto de la condena sea colocada «donde están los decretos referidos a Frínico».[759] Al contrario que Aristarco, que volvió y fue sometido a juicio, Onomacles se guardó bien de volver a Atenas, y por eso fue incluido, en 404, en el colegio de los Treinta, como también Aristóteles, a quien por primera vez —en 411se le había encargado una misión en Esparta.
El decreto de Andrón y la consiguiente sentencia sirven para precisar la cronología. La burda puesta en escena judicial contra el difunto Frínico ya había tenido lugar; cuando Andrón presenta el decreto, estamos en la parte restante de 411/410 («bajo el arconte Teopompo»); éste confirma, entre otras cosas, que la identificación de Trasíbulo de Calidón y Apolodoro de Megara como asesinos-tiranicidas de Frínico aconteció (409)[760] bastante después del juicio a Frínico. Éste había sido procesado como miembro de esa embajada, independientemente de cualquier verificación sobre la matriz del ataque mortal del que fue víctima. En los prescritos del decreto de Andrón sólo se habla de una «decisión del Consejo»,[761] mientras que en el decreto de Trasíbulo de Calidón es ya «decisión del Consejo y de la asamblea popular».[762]

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La acusación era de traición, y por eso la condena fue la forma más grave y arcaica de atimia: no limitada a la privación de los derechos políticos, como se hizo con quienes, en diverso modo, habían «colaborado» con los Cuatrocientos.[763] Es lo que tanto excitaba a los oradores del siglo siguiente cuando señalaban al público el epígrafe que contenía el decreto contra Artmio de Celea, presunto agente del rey de Persia en el Peloponeso, detenido y condenado en Atenas,[764] condenado precisamente a la atimia: «no lo que comúnmente se entiende por atimia», precisa Demóstenes, «sino aquella por la cual es sancionado, en las leyes sobre delitos de sangre E muoia atimos, lo que significa que no es culpable quien mata a uno de éstos».[765] Por tanto, la acusación fue de traición y de acuerdo con el enemigo (como había sido, en su momento, para Artmio); no de «derrocamiento de la democracia» (δήμου καταλύσεως): Antifonte y los otros se habían dirigido a Esparta «para hacer daño a la ciudad» (es decir, para ofrecer una hipótesis de paz perjudicial para la ciudad) y encima «en naves enemigas» y «atravesando territorio enemigo» (Decelea). No caben dudas acerca de la naturaleza de la acusación: el decreto de Andrón es claro, detallado e inequívoco. Como consecuencia de ello, es fácil imaginar que la apología pronunciada por Antifonte debió de centrarse en la reconstrucción de aquella embajada y en la puntual impugnación de la acusación de «traición». Antifonte debió de ser diestro al rememorar a sus acusadores, in primis a Terámenes, que desde el primer momento, y habiéndose puesto de acuerdo el conjunto de los Cuatrocientos, Terámenes incluido, habían apuntado a un rápido acuerdo de paz con Esparta.[766] Pero la cuestión del muelle de Eetionea debió de pesar como una losa. Antifonte no pudo eludir el argumento.
En cambio, lo que Antifonte difícilmente pudo hacer, entre otras cosas porque se habría ganado la fama (desaconsejable ante el tribunal) de hablar «fuera del tema» (ἔξω τοῦ πράγματος), es ponerse a argumentar acerca de su propia inclinación a la democracia. En un momento en que la democracia no había sido restaurada y existía en cambio ese «mejor gobierno» de tipo mixto que se ganaba el desmesurado elogio de Tucídides[767] y finalmente gobernaban los «Cinco Mil» (y en las prescripciones de los actos públicos no existía aún la detestada fórmula καὶ τῷ δήμῳ, sino que se escribía solamente ἔδοξε τῇ βουλῇ),[768] no habría tenido sentido, por parte de Terámenes o de los acusadores, denunciar a Antifonte por «atentado contra la democracia» ni, por parte de Antifonte, defenderse (con un efecto seguramente cómico) de tal acusación. Precisamente como una alternativa necesaria a la democracia se había hecho tragar al demo, muy a regañadientes, un régimen basado en la limitación de la ciudadanía a cinco mil acomodados.[769] La contraposición entre democracia y «régimen de los Cinco Mil» había estado continuamente presente en todas las fases del golpe. Por tanto, es ridículo pensar que, una vez concretado al fin ese régimen de los Cinco Mil, que anulaba los vicios radicales de la democracia (y que los más extremistas de los Cuatrocientos habían rechazado por distintos motivos), los líderes de tal régimen hablaran de éste como de una democracia restaurada o, aún peor, acusaran a su adversario Antifonte de haber atentado contra la democracia.
Estas consideraciones palmarias hacen improbable la conjetural, y con frecuencia machacona, atribución del llamado «papiro Nicole» a la apología de Antifonte sólo porque quien habla en ese fragmento dice que su acusador es Terámenes. Quien habla en ese fragmento no sólo declara reiteradamente la propia inclinación por la democracia (adopta varias veces este término notoriamente aborrecido por los oligarcas y entendido como violencia, atropello popular), sino que además sostiene: «¡Es impensable que yo deseara un gobierno oligárquico!».
Las razones por las que el papiro ginebrino editado por J. Nicole le ha sido endilgado a la apología de Antifonte carecen de fundamento. Responde a esta cadena de deducciones:
a) se trata de un discurso ático;
b) quien habla ha sido acusado por Terámenes de haber colaborado a derrocar la democracia;
c) en el fragmento es mencionado Frínico;
d) entonces, ¡quien habla tiene que ser Antifonte!
Si esta tontería no se hubiera convertido casi en lugar común, ni siquiera valdría la pena discutirla. Quizá bastaría simplemente con observar que los mismos argumentos que el presunto Antifonte desarrolla al principio del fragmento que se ha conservado («¿Acaso he cometido alguna malversación? ¿Fui acaso atimos? ¿Se preparaba un gran juicio en mi contra? Éstas son las razones por las que se aspira a un cambio de régimen») son las mismas que desarrolla el defensor de Polístrato (Lisias, XX), procesado por ser miembro también él de los Cuatrocientos, al principio del discurso: «¿Por qué razones debía desear la oligarquía? ¿Acaso la edad no le permitía tener éxito como orador? […] ¿Acaso era atimos? ¿Había cometido algún crimen? Sin duda son los que están en tal situación quienes desean un cambio de régimen.»[770]

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Se puede observar que, antes del descubrimiento del papiro ginebrino llamado Apología de Antifonte (1907),[771] el mayor conocedor de la historia antigua, Friedrich Blass, tanto en la primera como en la segunda edición del Attische Beredsamkeit, había señalado con lucidez el posible contenido del discurso apologético de Antifonte.[772] Se basaba ante todo en el auto de acusación y, marginalmente, en dos fragmentos citados por el lexicógrafo Harpocración: uno, sarcástico, en el que Antifonte replica a Apolexis, y otro, aún más despreciativo, en el que le tomaba el pelo a quien había puesto en guardia a los jueces para que no se dejaran conmover por las (eventuales) lágrimas del imputado.[773] Argüía Blass: Antifonte «habrá hablado de Eetionea, y del pasado de su familia [en respuesta a la insinuación de Apolexis]; y tiene que haberse apoyado sobre todo en el hecho de que él no había actuado en ningún aspecto de modo diverso a como lo habían hecho todos los otros miembros del colegio de los Cuatrocientos, en particular de sus acusadores. Había rechazado decididamente, según parece, la eventualidad misma de abrir brecha en el sentimiento (de los jueces) con plegarias y lágrimas».
Una vez aparecido el papiro comprado en El Cairo por Jules Nicole (1907), su atribución a la Apología de Antifonte, apresurada e ingenuamente argumentada, fue casi unánime. La cuestión se explica, al menos en parte, con el deseo ardiente de los estudiosos de la Antigüedad de poder declarar el hallazgo de aquello que la destrucción humana y la rapacidad del tiempo se habían llevado consigo. Es casi increíble que hasta Wilamowitz haya caído en la trampa,[774] aunque sea con un guiño crítico en un rápido comentario desilusionado: «No es regocijante constatar, en base al único fragmento de sentido completo [el papiro Nicole], que Antifonte no tuvo el valor de proclamar las propias ideas sino que más bien intentó arreglárselas con sofismas». Las palabras a las que se refiere Wilamowitz son aquellas en que el hablante, después de haber hecho la lista de las situaciones incómodas que podrían inducir al complot (haber ocupado una magistratura y temer la rendición de cuentas; ser atimos; haber hecho un mal servicio de la ciudad; temer un proceso inminente) y después de proclamar que no se encontraba en ninguna de tales condiciones, pasa a definir cuáles serían los impulsos que pueden inducir a auspiciar un cambio de régimen: habiendo cometido delitos, no querer someterse a la maquinaria judicial o bien querer vengar una injusticia sufrida sin por ello exponerse a un nuevo ajuste de cuentas. Y agrega: «tampoco éste era mi caso, yo no me encontraba en ninguna de tales situaciones». Entonces observa: «mis acusadores, sin embargo, sostienen que yo preparaba comparecencias defensivas en favor de otros y que obtenía beneficios de esa actividad. La verdad es que bajo un régimen oligárquico (ἐν μὲν τῇ ὀλιγαρχίᾳ) esto no me hubiera resultado posible. Por el contrario, bajo un régimen democrático (ἐν δὲ τῇ δημοκρατίᾳ), yo dispongo de mí sin ataduras (?) (ὁ κρ[ατῶν?] εἰμι ἐγώ)». A continuación hay una declaración aún más desconcertante: «bajo un régimen oligárquico yo no hubiera sido digno de ninguna consideración; en democracia gozaba, en cambio, de mucha». Conclusión: «En definitiva, ¿cómo puede pensarse que yo deseara un régimen oligárquico? ¿Acaso no puedo rendir cuentas? ¿Sería yo el único de los atenienses en no saber calcular su ganancia?».
¡Hace falta cierto coraje para imaginar que Antifonte pudiera haber dicho semejantes tonterías y que, después de todo, pueda haber tenido la esperanza de que se iba a dar crédito, en presencia de sus compañeros de aventura, a su afirmación de «no haber auspiciado un régimen oligárquico»! Lo que parece legítimo, en todo caso, es suponer que este incómodo e inverosímil desarrollo podría ser una amplificación algo grotesca[775] de la única noticia biográfica que da Tucídides cuando esboza la figura de Antifonte: era extraordinario en concebir y dar forma a su pensamiento; aunque en primera persona no se presentaba ni en la tribuna ni en el tribunal, «sin embargo, para quienes intervenían en los debates ante los tribunales o en la Asamblea, no tenía igual a la hora de prestar ayuda a quien le pedía consejo».[776]
Hay también otro elemento que debería mover a la reflexión. La acusación consolidada contra Antifonte, surgida de los escarnios de la comedia, era su avidez de dinero. El Platón cómico lo atacaba por eso en Pisandro,[777] y Filóstrato en la Vida de Antifonte dice: «La comedia lo atacaba por ser excelente (δεινοῦ)[778] en materia judicial y porque a cambio de mucho dinero componía discursos que predisponían a la justicia a favor de clientes envueltos en causas complejas.»[779] Éste era un cliché hostil que lo acompañaba.[780] Queda excluido el hecho de que Antifonte, a pesar de ser consciente, como es obvio, de tales rumores lanzados públicamente en su contra, se jactase, en la situación extrema en que pronunció la apología, de haber ganado, gracias a la democracia, una buena cantidad de dinero como logógrafo, ¡y de estar por ello libre de sospecha de aspirar a la oligarquía! Todo ello para ganarse la simpatía de un jurado que no pretendía en absoluto restaurar la democracia y que además no lo acusaba de eso. ¡Quien habla en el «papiro Nicole» parece poner juntas las noticias conocidas de sus fuentes y hacer propio (en contra de sus intereses) el cliché del logógrafo ávido de dinero!

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Harpocración leyó, en la segunda mitad del siglo II d. C., en su colección de discursos de Antifonte, un escrito titulado Sobre la revolución (Περὶ τῆς μεταστάσεως). Son fragmentos muy sugerentes: aparece la palabra «Eetionea»,[781] y es obvio que Antifonte hablaba de ello; la palabra «Cuatrocientos»;[782] está la réplica al insulto lanzado por Apolexis («faccioso, tú igual que tu abuelo», a lo que Antifonte habría respondido asumiendo el término en su valor de «doríforo» (los guardias de corps de los tiranos atenienses: «es imposible», hubiera rebatido Antifonte, «que nuestros antepasados hayan podido castigar a los tiranos y en cambio no hayan estado en condiciones de hacer lo mismo con los doríforos»).[783]
Sin embargo, no hay razón para suponer que el texto contenido en el «papiro Nicole» y el que figura en la recopilación de Antifonte[784] conocida por Harpocración fueran el mismo.
Por otra parte, habría que hacerse preguntas fundamentales en el caso del discurso pronunciado por Antifonte poco antes de su ejecución. ¿Preparó por escrito su propia defensa y el manuscrito se salvó milagrosamente a pesar de la confiscación de todos sus bienes e incluso de la destrucción de su casa dispuesta en la sentencia condenatoria? ¿A pesar de las graves amenazas a los eventuales secuaces que pretendieran ayudar a sus herederos? Si, por el contrario, no había hecho una completa redacción escrita de la apología para recitarla frente a los jueces, difícilmente hubiera podido hacerlo mientras los Once se «hacían cargo» de él. La cuestión no se le escapó a algún perspicaz moderno. Michael Gagarin ha conjeturado esta solución combinatoria: «Si bien Antifonte pronunció oralmente el discurso,[785] lo confió también a la escritura, realizando así el primer texto (hasta donde alcanza nuestro conocimiento) escrito de un discurso compuesto por la misma persona que lo pronunciaba»[786] (es como decir que Antifonte llevó a cabo, a punto de morir, casi una revolución mediática). El hecho de que las versiones escritas de muchos discursos redactados por Antifonte se hubieran conservado era consecuencia, obviamente, de que se trataba de discursos escritos para otros. Sabemos poco sobre la forma de trabajar de Antifonte en relación con la escritura y a la improvisación; mientras que, en cambio, sabemos mucho en lo que respecta a Demóstenes, de quien ya sus contemporáneos y, más tarde, los críticos de las sucesivas generaciones señalan como una anómala peculiaridad la tendencia a poner por escrito los discursos que pretendía pronunciar. Con excepción del imponente y magmático campo de la logografía, la norma no parece que haya sido la redacción por escrito (a juzgar por un célebre pasaje del Fedro de Platón,[787] entre otros).
Un dato certero es que el corpus de los escritos atribuidos a Antifonte se había ido incubando con aportes auténticos (cerca de la mitad de la recopilación). Nada más obvio que el anhelo de «completar» la recopilación haya llevado, en un determinado momento, a la incorporación en el corpus de un subrogado del último y memorable[788] discurso suyo: su apología. Volveremos un poco más abajo sobre esta eventualidad.

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En este punto, es oportuno realizar una distinción. Nos encontramos, en efecto, frente a dos títulos diferentes.
Harpocración, como sabemos, cita un escrito de Antifonte titulado «Sobre la revolución» (Περὶ τῆς μεταστάσεως). En cambio, el anónimo autor de las Vidas de los diez oradores, quien dice claramente que se refiere a la apología, adopta otro título: «Sobre la acusación» (Περὶ τῆς εἰσαγγελίας), «que compuso en defensa propia».[789] Leonhard Spengel, el Néstor de los estudios decimonónicos sobre la oratoria griega, consideraba que los fragmentos del discurso «Sobre la revolución» no se referían a la apología y se apoyaba en la diversidad de los acusadores: Terámenes en un caso, Apolexis en el otro.[790]
Si está claro que, por lo general, el título de los discursos no judiciales no son puestos por el autor, ¿por qué la apología en un juicio por traición habría sido titulada[791] «Sobre la revolución» (Περὶ τῆς μεταστάσεως)? En cambio, el eje del discurso apologético de Antifonte debe consistir en la demolición de la acusación de traición, y en el restablecimiento de la verdad a propósito de la embajada a Esparta. De esto hablaba exclusivamente la acusación, como queda claro por el decreto de Andrón. El juicio no giraba en torno a la mayor o menor oportunidad de la «revolución» (de cuyos efectos positivos estaban igualmente persuadidos, y se beneficiaban, tanto los acusadores como el acusado), sino sobre el contenido de las negociaciones sostenidas por Antifonte en Esparta.
Los escasos fragmentos de los que disponemos gracias a Harpocración deben examinarse a la luz del único dato seguro: que el discurso de los que provienen se refería a la revolución oligárquica y fue por eso titulado «Sobre la revolución». Baiter y Sauppe, quienes sin embargo no compartían las observaciones de Spengel, escriben que esos fragmentos pueden pertenecer a un discurso compuesto «imperio Quadringentorum vel durante vel everso».[792]
De hecho, nada excluye que Antifonte, durante los meses del gobierno comandado por él y desgarrado por fuertes rivalidades personales,[793] pueda haber compuesto un escrito «Sobre la revolución», es decir, sobre lo que había sucedido y estaba sucediendo. No sorprendería que en un escrito semejante fuera mencionada Eetionea. La frase «habéis echado a quienes se ponían en medio»[794] parece no sólo adecuada, sino sugestiva en diversas direcciones. Incluso la réplica a Apolexis, que acusaba a Antifonte de ser por tradición familiar un «revolucionario» (στασιώτης), podría en rigor referirse a cualquier otro momento del juicio. Apolexis era uno de los «legisladores» (συγγραφεῖς) que habían puesto en movimiento el episodio que desembocó en la «revolución».[795] Convertirlo sin más en uno de los acusadores del juicio constituye una petitio principii. Sería necesario haber demostrado antes que Περὶ τῆς μεταστάσεως era la apología pronunciada por Antifonte durante el juicio. Apolexis podría haber sido uno de los diez próbulos (otro fue Sófocles) que después confluyeron en el colegio de los treinta συγγραφεῖς. Los próbulos eran una magistratura de emergencia, pero no del todo subversiva, pues surgían aún de un marco de legalidad. No se debe olvidar la incomodidad de Sófocles cuando le fue reprochado el haber abierto el camino a la oligarquía.[796] Por tanto, los roces entre Apolexis y Antifonte podrían referirse a otras fases del episodio, y no es inevitable hacer de Apolexis un acusador en el proceso en el que fue condenado Antifonte.
Hay, en definitiva, tres entidades distintas:
a) el escrito «Sobre la revolución», conocido por Harpocración;
b) el discurso «Sobre la acusación», es decir, la apología mencionada en la Vida del Pseudo-Plutarco.
c) el «papiro Nicole».
No hay ninguna razón que obligue a relacionar el texto contenido en ese papiro (c) con (a) o con (b). Podemos incluso preguntarnos por qué el acusado que habla en ese papiro debe ser necesariamente Antifonte. La colección de discursos que circulan bajo el nombre de Lisias (por ejemplo, los discursos XX a XXV) demuestra que los procesos en los que un imputado comprometido políticamente debía explicar, aclarar o justificar qué había hecho durante las dos oligarquías en Atenas fueron numerosos y produjeron los más oscuros razonamientos autoabsolutorios. El «papiro Nicole» podría en rigor entrar en este muestrario de casos humanos. Haber mezclado lo que Harpocración nos da del Περὶ τῆς μεταστάσεως que encontraba en la recopilación de Antifonte con el «papiro Nicole» sólo ha creado confusión.[797]

 5 bis

 

Si, en cambio, ponemos de relieve el hecho de que quien habla en el «papiro Nicole» parece presuponer (y usar de modo paradójicamente apologético) el cliché cómico de la venalidad de Antifonte mezclándolo con el célebre retrato de Tucídides, entonces no se puede excluir otra eventualidad: que el papiro provenga de una obra historiográfica. Parece, aunque la noticia es confusa, que Teopompo habló de la condena a muerte de Antifonte en el libro XV de las Historias filípicas.[798] Es verdad que para Teopompo —célebre por su menosprecio de los políticos atenienses, a quienes dedicó el letal libro X de las Filípicas— hacer hablar de ese modo a Antifonte, lanzado, a punto de morir, a exaltar lo que ganaba de la floreciente actividad judicial en tiempos de la democracia, era algo muy atractivo. Pero podría tratarse de otro Antifonte, hijo de Lisónides, a quien[799] Cratino —en 423 a. C.— había atacado en la comedia La botella. El otro Antifonte habría sido asesinado «bajo los Treinta». Pero no se puede excluir una confusión entre «tiranos», dado que Filóstrato, en la Vida de los sofistas, dice acerca de Antifonte que «impuso a los atenienses un pueblo de cuatrocientos tiranos».[800]
Si se quisiera permanecer fiel a la idea recibida de que el papiro Nicole sea el Περὶ τῆς μεταστάσεως conocido por Harpocración, se debería tener en cuenta un fenómeno del que sabemos que ha resultado cierto en otros casos: la «transmigración» de un discurso de origen historiográfico al corpus de un orador. Eso ha sucedido en la recopilación demosténica antes incluso de Dídimo (siglo I a. C.).[801] Fenómenos de ese tipo deben haber sido más frecuentes de lo que pensamos, a juzgar por la sistemática presencia, desde la Antigüedad, de consistentes spuria en las recopilaciones de los oradores.[802] En la recopilación de Antifonte, según dice la Vida anónima, al menos veinticinco fragmentos de los sesenta eran sospechosos.

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Lo cierto es que el Περὶ τῆς μεταστάσεως lo cita únicamente Harpocración (siglo II d. C.). El Περὶ τῆς εἰσαγγελίας, únicamente el PseudoPlutarco. Nadie más los cita ni demuestra conocerlos.
Quienes se refieren a la Apología de Antifonte, como Aristóteles, no parecen haberla leído: éste no expresa en efecto una valoración propia acerca de ella sino que se remite al juicio de Tucídides, testigo ocular.[803] Lo testimonia Cicerón, que traduce así las palabras del filósofo: «… quo [de Antifonte] neminem umquam melius ullam oravisse capitis causam, cum se ipse defenderet, se audiente locuples auctor scripsit Thucydides».[804] Estas palabras fueron atacadas y maltratadas de distintas maneras por parte de los modernos. Significan, muy sencillamente, que Aristóteles no leía una «Apología de Antifonte», sino que imitaba a los contemporáneos de Antifonte que lo habían oído hablar en aquella memorable batalla judicial. En efecto, también cuando se apunta a la Ética Eufemia se vuelve sobre el juicio de los otros: esta vez el juicio de Agatón.[805] Allí cuenta Aristóteles, para apoyar la tesis de que «un juicio competente vale mucho más que muchos juicios cualesquiera», que «exactamente estas palabras dijo Antifonte, ya condenado, a Agatón, que lo había elogiado en su apología».
Cicerón —como hemos visto— hace propio el juicio de Aristóteles, quien a su vez se refería al juicio de Tucídides. Quintiliano (siglo I d. C.), en la Institutio, cuando habla de la Ars rhetorica (Τέχνη) de Antifonte, recuerda que éste fue el primero en instaurar la práctica del discurso escrito («orationem primus omnium scripsit») y agrega: «y se considera que ha pronunciado también un excelente discurso en defensa propia» («et pro se dixisse optime est creditus»).[806] Parece, por tanto —para concluir—, que, también para Quintiliano, y no sólo para Cicerón, la apología de Antifonte no era un texto disponible, sino un discurso del que se transmitía la idea de que había sido particularmente eficaz.[807] Sobre la base, evidentemente, del célebre juicio tucidídeo y de las ocasiones en que, a partir de Aristóteles, se había vuelto a ese juicio. También hay que tener en cuenta la posibilidad de que el papiro Nicole, si en verdad se refiere a Antifonte, sea sencillamente una declamatio, es decir, un discurso ficticio, nacido posteriormente, como sucedía en compensación de los célebres ἐλλείποντα.

7

En 1908, poco después de la publicación del «papiro Nicole», Giorgio Pasquali levantó fuertes y fundadas dudas acerca de la atribución a Antifonte de las infaustas frases contenidas en el papiro.[808] Sus perplejidades convencieron a historiadores y helenistas de valía, como Karl Julius Beloch[809] y Pierre Roussel, el gran editor de los epígrafes de Delos.[810] Ambos convencieron a Julius Steup, quien en 1919, y más tarde en la reedición de 1922 de su insuperado comentario del libro VIII de Tucídides, dio fe de que Pasquali había acertado en su juicio. Por eso causa perplejidad el hecho de que el artículo de Pasquali sobre el «papiro Nicole» haya sido excluido, en 1986, por los editores de sus Escritos filológicos, con el argumento apodíctico de que allí Pasquali «sostiene tesis completa o casi completamente superadas» [p. V]. Sería como reeditar la Historia de la tradición y crítica del texto quitando el capítulo sobre las variantes de autor, con el argumento de que muchos mediocres lo han juzgado «audaz». Es una renuncia a pensar atrincherándose detrás del tranquilizador adverbio «generalmente». El «principio de mayoría», ya de por sí carente de fundamento lógico, no debería tener ningún valor al menos en el campo de los estudios y de las investigaciones científicas. Sorprende observar cómo actúa siempre una especie de «servicio de orden del opinio comunis», que entra en juego cuando las certezas (erróneamente) consolidadas corren el riesgo de vacilar.
Así, para volver al asunto, crucial, del peso a atribuir al relato que hace Tucídides de la crisis ateniense de 411, sorprende cómo los testimonios externos (Aristóteles, etc.) e internos (el tipo de informaciones que tenía Tucídides) que imponen considerar que Tucídides estaba presente en Atenas durante aquella memorable crisis son tratadas brutalmente: incluso al precio de tachar a Aristóteles o a Cicerón, o a ambos a la vez, de fantasiosos. Al precio, también, de inventarse un «doble» (un clon) de Tucídides —¡por suerte para él, no un exiliado vitalicio!— como fuente de todo lo que Tucídides sabe y revela. Como la bien atestada presencia de Tucídides en Atenas ha inducido a un crítico discreto y prudente como G. B. Alberti a considerar «suspectum» el dato del exilio ininterrumpido de veinte años (424-404 a. C.) que se lee en el llamado «segundo proemio» (V, 26),[811] es curioso observar cómo, a lo largo de las meditaciones sobre la obvia deducción de que aquellos años no pueden ser veinte si en 411 Tucídides estaba en Atenas, críticos inmovilistas, como el voluntarioso Simon Hornblower, en su neocomentario a Tucídides, ¡prefieren —en lugar de esforzarse por comprender— reprender a Alberti por lo que ha osado decir![812]
Es una verdad indiscutible que en nuestra disciplina, más que en ninguna otra, siempre hay espacio para dar pasos atrás.

 8


Recapitulemos. El punto de partida debe ser lo que escribe Tucídides sobre aquel memorable proceso, cuyo veredicto ya estaba escrito de entrada. Antifonte era el primero en ser consciente de ello. ¿Cómo pensar que desmintiese puerilmente sus propias ideas, que eran bien conocidas para sus acusadores y visibles por su comportamiento? ¿Cómo pensar que Tucídides, si en verdad tenía frente a sí una apología en la que Antifonte se sacude de encima toda responsabilidad en el golpe de Estado y todo cargo de sentimientos antidemocráticos, se lanzase, en el mismo contexto, a señalar a Antifonte como el verdadero artífice del golpe de Estado y a exaltar su apología como «excelente» y hasta insuperada?
Esa página de Tucídides está quizá, junto con su larga reflexión sobre el estilo de gobierno de Pericles y el fracaso de sus sucesores (II, 65), entre las más importantes de toda la obra, y sin duda entre las más significativas, incluso desde el punto de vista de la biografía del historiador.

 [738] Prefiero leer, con Reiske, καὶ τοῦ στρατοπέδου, no καὶ ἐκ τοῦ στρατοπέδου. <<
[739] Los seis arcontes más jóvenes, encargados de las tareas judiciales. <<
[740] Cuatro días. <<
[741] Encargados de las ejecuciones capitales. <<
[742] Gorgias, 487c. <<
[743] Protágoras, 315c. <<
[744] Cfr., más abajo, cap. XXVIII. <<
[745] Pero σοφία es «sabiduría», y a la vez «destreza», así como, también, es un sinónimo de filosofía (como queda claro, por otra parte, del conjunto de las palabras de Sócrates). <<
[746] Platón, Protágoras, Gorgias, Carta Séptima, trad. de Javier Martínez García, Alianza, Madrid, 1998, p. 191. (N. del T.). <<
[747] Constitución de los atenienses, 28 (sobre esto, véase más abajo). <<


[748] Con frecuencia identificado con el hijo del homónimo general de Alejandro. <<
[749] Cfr. Harpocración, Léxico de los diez oradores, en la voz Ἄνδρων. <<
[750] [Plutarco], Vidas de los diez oradores, 833E-834B. <<
[751] Aristóteles, Constitución de los atenienses, 33, 1. <<
[752] Tucídides, VIII, 92, 9. <<
[753] Tucídides, VIII, 95, 2. <<
[754] Helénicas, I, 1, 1. <<
[755] Pero queda implícita una convalidación en lo que escribe Tucídides, VIII, 97, 3: los nuevos jefes en Atenas mandaron medios a la flota de Samos con la invitación a «operar activamente» (ἀνθάπτεσθαι τῶν πραγμάτων). <<
[756] Lisias, XII, 67: Ἀντιφῶντα καὶ Ἀρχεπτόλεμον φιλτάτους ὄντας αὑτῷ κατηγορῶν ἀπέκτεινεν. <<
[757] Tucídides, VIII, 90, 2: «enviaron a toda prisa a Antifonte, Frínico y otros diez embajadores». <<
[758] περὶ παρόντων (833F). <<
[759] 834B. <<
[760] IG, II2 110. <<
[761] Ἔδοξε τῇ βουλῇ. La pertenencia del presidente y el secretario a la misma tribu confirma que estamos aún bajo los Cinco Mil y no bajo la democracia restaurada, cuando tal coincidencia sería intolerable (cfr. C. Hignett, A History of the Athenian Constitution, Oxford, 1952, p. 376). <<
[762] Ἔδοξε τῇ βουλῇ καὶ τῷ δήμῳ. <<
[763] En defensa de estos atimoi habla, exitosamente, Aristófanes en Las ranas, 689692 (marzo-abril de 405). La situación de los atimoi sería subsanada con el decreto de Patrocleides (Andócides, I, 80), al principio del sitio espartano (¿septiembre de 405?). <<
[764] Demóstenes, IX, 41-44; XIX, 271; Esquines, III, 258; Dinarco, Contra Aristigitón, 24. Pero el decreto era falso y había sido elaborado en el siglo IV: cfr. C. Habicht, en Hermes, 89, 1961, pp. 23-25. <<
[765] Demóstenes, IX, 44. <<
[766] Tucídides, VIII, 70, 2. Pero son instructivas, en este punto, las palabras del mismo Terámenes (Jenofonte, Helénicas, II, 3, 45): «el demo fue emplazado a renunciar a la democracia, con el argumento de que sólo de ese modo los espartanos habrían aceptado los tratados de paz». <<
[767] Tucídides, VIII, 97, 2. <<
[768] Es el caso, precisamente, del decreto de Andrón. <<
[769] Tucídides, VIII, 53, 1-2; 67, 3; 72, 1. <<
[770] La proximidad entre ambos fragmentos fue sugerida por G. Pasquali, «Antifonte?», Revista storica per l’antichità, 1, 1908, pp. 46-57; pp. 51-52. Cfr., más abajo, § 7. <<
[771] J. Nicole, L’apologie d’Antiphon, Librairie Georg, Ginebra-Basilea, 1907: P. Genève inv. 264bis+267. <<
[772] Die attische Beredsameit, I, Leipzig, 1873, p. 89; I, Leipzig, 18872, pp. 100-101. <<
[773] Suidas, s.v. ἰκετεύω: pero no se dice a qué discurso pertenecen estas palabras. <<
[774] Deutsche Literaturzeitung, 3 de octubre de 1907, col. 2521. <<
[775] Se podría decir también: groseramente cómica… <<
[776] Tucídides, VIII, 68, 1. <<
[777] Fr. 110 Kassel-Austin. <<
[778] Es en malam partem la misma δεινότης exaltada por Tucídides (VIII, 68, 1). <<
[779] Vida de los sofistas, I, 15, 2. <<
[780] Tucídides deja entender, sin embargo, que se trataba de una ayuda desinteresada a los amigos políticos con problemas. <<
[781] Harpocración, s.v. <<
[782] Harpocración, s.v. τετρακόσιοι. <<
[783] Harpocración, s.v. στασιώτης («faccioso»). El sentido exacto de este parlamento se nos escapa: cfr. al respecto los intentos de Nicole, L’apologie d’Antiphon, op. cit., p. 37. <<
[784] Unos sesenta discursos, según el Pseudo-Plutarco, de los que al menos veinticinco son falsos. <<
[785] ¿Cómo podría haber sido de otro modo? <<
[786] Antiphon. The speeches, Cambridge University Press, Cambridge, 1977, p. 248. Este «pensamiento» desaparece sin embargo en la edición más popular del mismo Gagarin: Antiphon and Andocides, University of Texas Press, Austin, 1998, p. 90. <<
[787] Platón, Fedro, 257d. Por eso, como observó agudamente Émile Egger, hay tal penuria de discursos asamblearios atenienses (Des documents qui ont servi aux anciens historiens grecs, Typographie Georges Chamerot, París, 1875). <<
[788] Tucídides, VIII, 68, 2. <<
[789] Vidas de los diez oradores, 833D. <<
[790] L. Spengel, Synagogè technôn, J. G. Cotta, Stuttgart, 1828, pp. 113-114. <<
[791] Por Calímaco o por otros antes o después de él. <<
[792] Oratores Attici, II, Zúrich, 1850, p. 138. <<
[793] Tucídides, VIII, 89, 3. <<
[794] Harpocración, s.v. ἐμποδών: καὶ τοὺς ἐμποδὼν ἐκολάσατε. <<
[795] Harpocración, s.v. στασιώτης, cfr. Tucídides, VIII, 67, 1. <<
[796] Aristóteles, Retórica, 1419a 25-29. <<
[797] Se ha aducido en favor de la atribución del papiro Nicole a Antifonte una apariencia de argumento «filosófico»: a) el argumento fundado en εἰκός «tantas veces explotada en su [de Antifonte] carrera de logógrafo»; b) «desde el punto de vista conceptual se apeló a aquello que él había indicado, en la Verdad, como causa fundamental de las acciones humanas: la búsqueda de lo útil» (F. Decleva Caizzi, CPF, I.1, Olschki, Florencia, 1989, p. 230). Ambos son elementos inconsistentes. Por (a) concurren Esquilo, Agamenón, 915; Las suplicantes, 403, etc., además de los numerosos ejemplos de εἰκός y de εἰκότως en Demóstenes, la cincuentena larga de εἰκός en Tucídides, por no hablar de numerosos casos de εἰκός en un corpusculum como el de Andócides y del flujo de εἰκότως en Isócrates (pero se podría seguir hasta Procopio de Gaza, y aún más allá). Por (b) es algo embarazoso tener que señalar las infinitas controversias sobre lo útil y lo justo que abunda en toda la producción literaria griega (a partir como mínimo del diálogo melio-ateniense). <<
[798] [Plutarco], Vidas de los diez oradores, 833A-B, Cfr. FGrHist 115 F 120. <<
[799] Si era exacta la identificación propuesta en las listas de κωμῳδούμενοι. <<
[800] Vida de los sofistas, I, 15. <<
[801] Cfr. P. Berol, 9780, col. XI. <<
[802] Harían falta nuevas investigaciones en esta materia. <<
[803] Fr. 137 Rose = 125 Gigon. <<
[804] Brtutus, 47. <<
[805] 1232b 7-8. <<
[806] Institutio oratoria, III, 1, 11. <<
[807] Quintiliano sabía bien (Institutio oratoria, II, 4, 41-42) que, a partir de la época y del ambiente de Demetrio de Falero, se había producido «apud Graecos» mucha oratoria ficticia ambientada en situaciones históricas. <<
[808] «Antifonte?», art. cit., más arriba, n.º 33. <<
[809] Griechische Geschichte, II, 1, Trübner, Estrasburgo, 19142, p. 392, n.º 1. <<
[810] «La prétendue défense d’Antiphon», Revue des études anciennes, 27, 1925, pp. 5-10. <<
[811] Thucydidis Historiae, Istituto Poligrafico dello Stato, II, Roma, 1992, p. 246. 

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