1
¿Quién había matado a Frínico?
Tucídides describe la escena del
crimen como testigo ocular: «Frínico, que había regresado de la misión en
Esparta, fue atacado a traición por un hombre de la guardia de frontera, a la
hora en que el ágora está llena de gente. El crimen era fruto de un complot.
Frínico pudo dar algunos pasos alejándose de la sede del Consejo,[705]
pero enseguida cayó al suelo».
La dinámica del ataque está
descrita con extrema precisión, así como las escenas dramáticas que siguieron:
«el asesino huyó, y su cómplice, un argivo, apresado y sometido a tormento por
los Cuatrocientos, no dijo el nombre del que había dado la orden ni ninguna
otra cosa, salvo que sabía que muchas personas se reunían en casa del
comandante de los guardias de frontera y también en otras casas».[706]
Tucídides no descuida ningún detalle: el increíble acontecimiento de un
gobierno oligárquico en Atenas era el hecho más impredecible y más importante
al que se podía asistir, tanto político como histórico. Por eso dedica un
espacio muy extenso al asunto, sin cuidar de los así llamados equilibrios
narrativos. Por eso, también, «explota» en exclamaciones según las cuales sólo
hombres de gran capacidad podrían realizar una empresa semejante.[707]
Es curiosa la obstinación en negar valor al testimonio de Aristóteles,[708]
según el cual Tucídides asistió personalmente al juicio contra Antifonte
celebrado algunas semanas más tarde, bajo el gobierno «de los Cinco Mil».
Tucídides es la principal fuente
sobre el crimen que costó la vida al personaje a quien él tenía en alta
consideración y estima, y a quien siguió muy de cerca en el curso de estos
acontecimientos.
Pero la verdad oficial,
consagrada como tal más de un año después, fue otra. El asesino era Trasíbulo
de Calidón.[709] Bajo propuesta de Erasínides,[710] le
fue concedida a Trasíbulo la ciudadanía ateniense, un bien escaso y celosamente
escanciado. El decreto se conserva[711] y está datado en 409, es
decir, en la inminencia de la formal y solemne proclamación del retorno a la
democracia. El año 409 es el de la restauración, del solemne juramento
colectivo de fidelidad a la democracia, de las Grandes Dionisias en las que
ganó el Filoctetes de Sófocles, que
era también una apelación indirecta al regreso del gran exiliado considerado
más que nunca la única y verdadera carta triunfadora a la que apostar. El
decreto, propuesto por Erasínides, preveía que precisamente con ocasión de esas
Dionisias le fuese concedida a Trasíbulo de Calidón una corona de oro por valor
de 1000 dracmas.
Ese decreto, bastante bien
conservado,[712] resulta muy instructivo. En la tercera y última
parte (líneas 38-47) se lee que un tal Eudico puso en marcha una comisión de
investigación para averiguar si en verdad había habido corrupción en el origen
del decreto que había rendido honores a un tal Apolodoro, como partícipe
también él del asesinato de Frínico. Efectivamente el nombre de este Apolodoro
(un Apolodoro de Megara, del que, en 399, habla Lisias en el discurso «Contra
Agorato») en el decreto no es incluido entre los conjurados del crimen: son
citados como «benefactores del pueblo», por haber contribuido a organizar el
asesinato, Agorato (el personaje contra el que se despacha Lisias), Comón,
Simos y Filino. (En las líneas 26 y 27 hay sitio para otros dos nombres, pero
en todo caso el espacio disponible excluye que se pueda tratar de Apolodoro). El hecho de que Lisias, diez
años más tarde, en el duro discurso «Contra Agorato», dé por sentado que los
autores del asesinato han sido Trasíbulo de Calidón y Apolodoro de Megara
significa sólo que la comisión de investigación había archivado la grave
acusación de atribución comprada del
mérito del asesinato por parte de Apolodoro.
No era ésa la verdad
necesariamente. También Agorato pretendía haber matado a Frínico. Lisias se
esfuerza en negarlo, aportando una reconstrucción del delito en la que no puede
haber espacio para Agorato. Éste se jactaba de tal mérito «democrático»
—probablemente inventado, o hinchado— para ocultar los crímenes cometidos por
él bajo los Treinta, por los que Lisias lo ataca. Pero Agorato tenía cierto
apoyo, dado que su nombre había conseguido entrar en el decreto de 409 (línea
26) entre aquellos que «habían hecho un bien al pueblo de Atenas» (donde pueblo vale, obviamente, por democracia). Sin embargo, sabemos bien
que esta «verdad» se había ido formando en el curso de los once/doce meses
transcurridos entre el asesinato de Frínico y el decreto, y que el informe de
un testigo ocular como Tucídides dice otra cosa distinta. Tucídides habla de un asesino (ὁ πατάξας, el que había
atacado a la víctima) que era guardia de fronteras (por tanto, un ateniense) y
de su cómplice (συνεργός), que era de Argos. En cambio Lisias lo cuenta de este
modo: «¡Jueces! La emboscada a Frínico la prepararon juntos Trasíbulo de
Calidón y Apolodoro de Megara. Abalanzándose sobre él mientras paseaba,
Trasíbulo lo atacó y lo tiró al suelo, en cambio Apolodoro no lo tocó en
absoluto.[713] Al instante estallaron gritos y ambos atacantes consiguieron huir. Como veis, Agorato no sólo no
participó del complot sino que ni siquiera estaba presente y no vio
absolutamente nada.»[714]
Aquí hay dos puntos débiles: 1)
el ataque sucede casi por casualidad, mientras Frínico «paseaba» (βαδίζοντι);
2) desconcertante noticia, ambos
atacantes consiguieron huir. Difícil tomar por buena esta versión: de otro modo
el argivo capturado, torturado y reo confeso, de quien Tucídides sabe incluso
lo que dijo bajo tormento, se vuelve un fantasma. Acerca del primer punto, el
relato o, mejor dicho, la película
del atentado referida por Tucídides es muy preferible, más ajustado a una
situación concreta y dotado de la indicación exacta del lugar del atentado. En
cuanto al segundo punto, es evidente que alguien había sido capturado en el
momento mismo del ataque, o en los instantes inmediatamente posteriores, y
había hablado y había señalado, bajo tormento, una pista precisa: el jefe de
los guardias de frontera (un cuerpo militar no combatiente y por tanto
secundario, sobre el que evidentemente los Cuatrocientos no habían podido
ejercer la necesaria «depuración» cuando tomaron el poder). El arrestado era un
argivo, y no había podido demostrar su no vinculación con los hechos; la presencia
misma de un argivo en Atenas, en ese momento, dado que Argos era la aliada
democrática de Atenas en el Peloponeso, es destacable y pone al arrestado bajo
una luz que a los investigadores debe de haberles parecido más sospechosa.
Plutarco confirma el relato
tucidídeo, y también señala el nombre del guardia que había atacado a Frínico
«en el ágora»: Hermón.[715] Evidentemente lo saca de una fuente que
a su vez se basaba en algún documento. En esta fuente encontró (cabe presumir)
que Hermón (y no Trasíbulo de Calidón) y sus cómplices habían sido premiados
con una corona por haber matado al traidor Frínico: «Habiéndose puesto en
marcha un juicio, condenaron al difunto Frínico por traición y premiaron con
una corona a Hermón y a sus cómplices.»[716] Lo cual nos hace
preguntarnos si no habrían también otros decretos, quizá surgidos con el correr
del tiempo.[717] En todo caso, este elemento cuestiona la versión de
los hechos presentada por Lisias. Debe observarse, por otra parte, que el
decreto de honores y ciudadanía a Trasíbulo de Calidón, que es completo, no
dice nunca que él haya matado a Frínico: dice que «ha beneficiado al pueblo de
Atenas». Es Lisias quien lo presenta como «quien asestó el golpe». Adopta
además como «prueba» precisamente el decreto de Erasínides. En efecto, para
impugnar la pretensión de Agorato de haber sido él quien mató a Frínico, le objeta que eso no puede ser, en cuanto el
decreto[718] dice: «Trasíbulo y Apolodoro son ciudadanos
atenienses», y no que «Agorato sea ciudadano ateniense».[719]
Razonamiento muy singular, dado que, después de todo, Agorato en el decreto es
citado como «benefactor del pueblo de Atenas». En realidad Lisias no encuentra en el decreto la noticia de
que sea Trasíbulo quien ha matado a
Frínico, lo deduce del hecho de que le ha sido concedida la ciudadanía. De otro
modo, para impugnar la pretensión de Agorato hubiera podido hacerle notar que otro y no él estaba señalado en el
decreto como autor del ataque (¡pero el decreto no dice esto!). En todo caso,
comete una notable distorsión cuando cita a su modo el decreto y mete el nombre
de Apolodoro, quien sin embargo en el decreto aparece por otras causas, y menos
honorables. Pero Lisias no está para sutilezas. Su objetivo es demostrar de un
modo u otro que el asesino no había sido Agorato.
2
En este punto surge otra voz que
pone seriamente en duda lo afirmado por Lisias. Es el orador ateniense Licurgo,
sesenta años más tarde. Licurgo, en la acusación «Contra Leócrates»,
pronunciada tras el desastre de Queronea (338 a . C.) contra un tal
Leócrates acusado de deserción, no es, bien entendido, testimonio ni fuente;
evoca, en todo caso, tradiciones patrióticas. Lo hace de este modo: «Como
sabéis, Frínico fue asesinado en plena noche [sic] cerca de la fuente de los mimbres[720] por
Apolodoro y Trasíbulo. Éstos fueron apresados y enviados a la cárcel por los
amigos de Frínico. Pero el pueblo, habiéndose enterado de lo sucedido, hizo
liberar a los arrestados. Después de lo cual hizo abrir una investigación y
examinar los acontecimientos incluso con recurso a la tortura,[721]
y, al cabo de la investigación, se encontró con que Frínico había traicionado a
la ciudad y que quienes lo habían asesinado habían sido encarcelados
injustamente. En ese punto el pueblo hizo emanar un decreto, a propuesta de
Critias, etc.»[722] (Veremos enseguida de qué decreto se trata).
Es evidente en esta evocación el
considerable desvío de los hechos. Lo que no ha impedido a los modernos,
obviamente, hacer toda clase de conjeturas, ubicando la desconocida fuente en
cierto punto del ágora, dado que Tucídides (¡a pesar de ser considerado fuente
degradada por hallarse ausente!)[723] localiza en el ágora el
atentado, concretamente en las cercanías del Bouleuterion. La noche y la fuente hacen buena pareja, por lo menos
en el ámbito paisajístico, y Licurgo no tiene ningún prurito en inventar tal
ambientación. No parece tener idea de si Apolodoro y Trasíbulo eran o no
atenienses y prudentemente no especifica ni qué eran ni de dónde venían, pero
arma una especie de pareja Harmodio-Aristogitón. Tampoco tiene idea de la
situación concreta en la que se produjo el asesinato, e imagina un pueblo
vigilante que hace excarcelar a ambos (que por otra parte no habían sido nunca
encarcelados, si en verdad hablamos de Trasíbulo de Calidón y Apolodoro de
Megara) después de haberse «enterado» del arresto (¡sucedido en secreto!). La
tortura entra en juego como una parte de la información conservada respecto del
verdadero devenir de los acontecimientos; pero en el relato amasado por Licurgo
no se comprende quién fue el torturado. Se puede temer además que Licurgo
sobrentienda, si lo tomamos en serio, que Apolodoro y Trasíbulo, sometidos a
tortura, finalmente confesaron que Frínico era un traidor. (¿Pero no lo habían
matado por eso? ¿Había necesidad de torturarlos para que declararan eso?).
En suma, es evidente que la
tradición acerca del oscuro asesinato de Frínico se empezó a complicar desde el
principio, y las deformaciones han crecido como una bola de nieve hasta el
nivel casi aberrante del informe de Licurgo. El único relato con fundamento es
obviamente el de Tucídides; todo el resto es como mínimo opinable.
El fenómeno, no muy distinto, por
otra parte, de la nebulosa que envuelve otros varios asesinatos políticos y
análogos «misterios de la República», puede compararse con la leyenda creada en
torno al ataque contra Hiparco (514 a . C.), que, casi un siglo antes,
había dado inicio a la caída de la tiranía. Un episodio acerca del cual el
propio Tucídides había llevado a cabo investigaciones rigurosas y apremiantes,
que lo habían conducido a una reescritura netamente revisionista de la Vulgata en torno al llamado acto
fundacional de la democracia ateniense.
El nexo entre ambos
«tiranicidios» formaba parte ya de la retórica pública ateniense. Por el
decreto de Erasínides sabemos[724] que, en las vísperas de las
Grandes Dionisias de 409 —en las que iba a producirse la solemne ceremonia de
juramento colectivo de fidelidad a la democracia, expresada en la forma
sanguinariamente antitiránica que conocemos por el decreto de Demofanto—,[725]
«habrían sido públicamente proclamadas las razones por las que el demo había
decidido entregar una corona a Trasíbulo».[726]
Éste es el motivo por el cual la
solución menos aconsejable es la que ha dominado la crítica histórica moderna.
Ésta consiste en deshacerse de Tucídides, tal vez reduciéndolo al lugar de
exiliado mal informado, tomar como eje la frágil y en el fondo arbitraria combinación del parcial «discurso» de
Lisias con el decreto de Erasínides, dejando, obviamente, en la sombra los
detalles que no cuadran,[727] e ignorando de hecho todas las otras
fuentes cuyas contradicciones son como mínimo instructivas. Para reconstruir
los acontecimientos no basta combinar, o incluso hacer desaparecer, los fragmentos
disponibles, sino que deben identificarse los estratos, las progresivas
deformaciones, en una palabra la historia de un proceso tradicional: de los
posibles núcleos de verdad a las deformaciones extremas, que sólo sabremos
tratar si intentamos comprender su sentido.
Esto significa, para volver al
caso controvertido del asesinato de Frínico, que conviene recurrir a Tucídides
antes que a las «verdades» que se fueron construyendo en los meses y en los
años posteriores.
No debe olvidarse que el decreto
de Erasínides, que hemos mencionado en varias ocasiones, «certificaba», aunque
fuera de modo genérico, los méritos de Trasíbulo de Calidón frente al «pueblo
de Atenas» (no los especifica, los sobrentiende); pero parece presuponer, antes
de tal deliberación pública, una larga gestación: los hechos ocurren en el
verano de 411 y el decreto es de febrero-marzo de 409 (en las vísperas de las
Grandes Dionisias). Además, en su parte final, el decreto demuestra que sigue
abierta la discusión acerca del papel efectivamente desarrollado por Apolodoro
y sobre sus méritos, y las dudas son tales que se vuelve necesaria una comisión
de investigación. Pero la leyenda patriótica de un nuevo tiranicidio como sello
de la nueva restauración democrática parecía necesaria. La retórica cívica
necesita de los mitos, de símbolos, de certezas, y a veces hasta de monumentos,
aunque sean falsos, con tal de que resulten políticamente productivos.[728]
Quién y por qué asesinó a Frínico
en los convulsos meses del pendenciero poder oligárquico de los Cuatrocientos
no era asunto del todo claro ni siquiera para los protagonistas directos de los
acontecimientos. Es notorio que Pisandro los odiaba y buscaba su ruina de todas
las maneras posibles; también, que el choque por el predominio explotó
enseguida entre los jefes de la oligarquía.[729] El hecho de que
entre quienes podían jactarse de haber ayudado a realizar el atentado se
encontrara una figura de oscuro origen como Agorato —quien había concluido su
carrera como killer a cuenta de los Treinta—[730]
arroja una luz inquietante acerca de los acontecimientos del atentado contra
Frínico. En el codicilo de Diocles al decreto de Erasínides,[731]
Agorato es reconocido, junto a otros, como «benefactor del pueblo de Atenas», y
recibe importantes privilegios.
El problema verdadero es que
Frínico, ya muerto, quienquiera que hubiera tomado la iniciativa de asesinarlo,
se convertía en un excelente chivo expiatorio para el grupo oligárquico
dispuesto a reciclarse y a ponerse de acuerdo con la armada democrática de
Samos. Fue Terámenes el gran director de escena del anhelado cambio indoloro
que, en las intenciones del ambidiestro «coturno»,[732] hubiera
debido ser prácticamente sólo aparente.
3
La serie de evocaciones a las que
se lanza Licurgo en «Contra Leócrates» es asimismo desconcertante. En primer
lugar, nos da una noticia: fue Critias quien fungió como acusador del
monstruoso juicio puesto en marcha contra el cadáver de Frínico, exhumado y
procesado por «traición». Sabemos que había sido Pisandro quien martilló la
consigna «Frínico es un traidor». Pero Frínico había parado hábilmente el golpe
y había conseguido revertir la situación. Después, todos juntos tomaron el
poder. Además se produjo la ruptura con la armada de Samos, las derrotas sobre
el terreno, el intento de ser escuchados por Esparta; y Frínico y Antifonte
habían sido enviados a Esparta con la esperanza de conseguir al menos el
resultado de una paz mínimamente honrosa. Pero apenas regresado de esa misión
Frínico, como sabemos, fue asesinado. ¿En qué consistía, entonces, la
«traición»? Sobre todo: ¿en qué preciso momento fue puesto en marcha el
grotesco guión del proceso póstumo? Licurgo aporta esta noticia:
[Una vez demostrado que Frínico
era un traidor y que quienes atentaron contra él habían sido arrestados
injustamente] el pueblo decretó,[733]
a instancias de Critias, acusar de traición al muerto[734] y si le
parecía que había sido enterrado en su tierra mientras era traidor, desenterrar
sus huesos y arrojarlos fuera de los confines del Ática, para que no reposen en
nuestra tierra ni siquiera los huesos del que traicionaba a su tierra y a su
ciudad.
Si este lenguaje no es
aproximativo sino técnicamente correcto, se deduce de este pasaje que fue la
asamblea popular la que decidió reabrir el caso de Frínico. Estamos, por tanto,
en 410/409, y ya se ha restablecido el marco y la praxis democrática.
Licurgo prosigue: «Decretaron
también que, si el muerto era convicto de culpa, los que por ventura asumieran
la defensa del finado, fueran también reos de las mismas penas.»[735]
El inflexible acusador de
Leócrates añade en este punto: ¡consideraban igualmente traidor a quien ayudara
a un traidor! Tras la lectura del decreto de Critias,[736] comenta,
aportando otras informaciones sobre el resultado del juicio: «Así pues,
aquéllos desenterraron los huesos del traidor y los arrojaron fuera del Ática,
y a sus defensores, Aristarco y Alexicles, les dieron muerte y ni siquiera
permitieron que fueran enterrados en el Ática.»[737]
En el capítulo siguiente veremos
frente a qué público y en qué situación política se desarrollaron estos
juicios. Es verdad que la puesta en escena del juicio al muerto («tirano» y
«traidor»), con la consiguiente ceremonia tétrica de los huesos desenterrados y
dispersados, intentaba causar impresión en una masa popular no sólo susceptible
de movilizarse si era manipulada por el discurso de los políticos, sino incluso
sensible al aspecto sagrado y macabro de la sepultura negada.
4
La reconstrucción
patriótico-democrática había sido la siguiente: 1) se abre una investigación
sobre el asesinato de Frínico; 2) sale a la luz que Frínico estaba a punto de
traicionar a Atenas; 3) sus asesinos son liberados y cubiertos de honores; 4)
vuelve la democracia.
La reconstrucción aportada por
Tucídides es: 1) uno de los atacantes (un argivo) revela que hay «reuniones en
la ciudad» en los ambientes de la oposición; 2) Terámenes y Aristócrates ven
que Antifonte y los suyos no ponen en marcha una reacción seria y efectiva al
asesinato de Frínico; 3) por eso «pasan a la acción» abiertamente; 4) buscan
sorprender con ello a quienes construían el muelle de Eetionea; 5) siguen
enfrentamientos de preguerra civil; 6) en este clima cae como un rayo la
noticia de la deserción de Eubea; 7) Terámenes hace «derrocar a los
Cuatrocientos» (o, mejor dicho, decapita la Boulé oligárquica y restablece a
los Cinco Mil). En estas circunstancias, Critias se salva poniéndose al
servicio de Terámenes, prestándose cínicamente al juicio póstumo contra Frínico
y a la invención de «verdaderos» asesinos tiranicidas.
Es obvio que esta segunda
secuencia de hechos es la verdadera, mientras que la patriótica —que predominó
en el siglo IV—, reconstruida por Trasíbulo de Calidón a partir de los
decretos, es insostenible, incompleta, inconsistente y «manipulada».
Los oradores (y quizá la
historiografía se atiene a Diodoro en este punto) siguen la versión
«patriótica». La reconstrucción de Tucídides permanece aislada y derrotada (no
creída) también en razón de la desconfianza hacia un autor (Tucídides)
abiertamente no «patriótico», que fue difundido por otro (Jenofonte) que, por
su parte, se había tenido que exiliar por culpa de su grave compromiso
político.
[705]
Las traducciones corrientes suelen mezclar ambos momentos (el golpe de puñal y
los pasos posteriores que Frínico da antes de caer): pero la sintaxis es
inequívoca. La traducción
más apropiada es la de Charles Forster Smith («Loeb Library»): «[Frinico] was
stabbed in full market […] and before he had gone far from the Senate-chamber
suddenly died». Por otra parte es preferible la
variante προελθών registrada por el ilustre Additional 11727: Frínico, ya
apuñalado, consigue dar todavía unos pasos, después cae. Está claro que el
atentado ha sucedido cerca del Bouleuterion, del que Frínico consigue
alejarse poco antes de caer. <<
[706] Tucídides, VIII, 92, 2: ¡conocía hasta el contenido del
interrogatorio de este argivo! <<
[707] Tucídides, VIII, 68, 4. <<
[708] Fr. 137 Rose (= Cicerón, Brutus, 47). <<
[709] Ciudad de Etolia. <<
[710] Quien poco después sería condenado a muerte en el juicio
contra los generales vencedores en las Arginusas, cfr., más abajo,
cap. XXVII. <<
[711] IG, I2 110 = ML, 85 = IG,
I3 102. <<
[712] Se puede reconstruir casi por completo. Son 47
líneas, y sólo en las líneas 2628 hay algunas lagunas. <<
[713] Es razonable que surgieran impugnaciones de esta frágil
premisa. <<
[714] «Contra Agorato», 71. <<
[715] Plutarco, «Vida de Alcibíades», 25, 14. En ese capítulo
Plutarco explota largamente cuanto Tucídides había escrito sobre Frínico (VIII,
48-54), pero este detalle lo saca de otra fuente. <<
[716] Plutarco, «Vida de Alcibíades», 25, 14. <<
[717] Pseudoepigrafía de la que Atenas no estuvo a salvo.
Piénsese en el caso más famoso: el llamado «decreto de Temístocles», estudiado
críticamente por C. Habicht («Falsche Urkunden zur Geschichte Athens
im Zeitalter der Perserkriege», Hermes, 89, 1961, pp. 1-35). Sin pruebas
convincentes, en cambio, se ha establecido entre los modernos una certeza que,
como máximo, podría ser una conjetura: que Plutarco, encontrando en el relato
de Tucídides el nombre de Ἕρμων, se haya persuadido o haya incurrido en el
error de creer que ha sido éste el atacante. Faltaría explicar, en ese caso,
cómo sabía que a Ἕρμων le había sido entregada una corona. <<
[718] Del que exige la lectura, pero que obviamente no es
transmitido en el cuerpo de la oración. <<
[719] «Contra
Agorato», 72. <<
[720] (κρήνη) ἐν τοῖς οἰσύοις, «in the
basket-market» LSJ, s.v. οἴσυον. <<
[721] A estas alturas ya no se entiende quién fue
torturado. <<
[722] Licurgo, «Contra Leócrates», 112. <<
[723] Al contrario que Licurgo, quien en 411 ni siquiera había
nacido. <<
[724] IG, I2 110 (= I3 102), ll.
12-14. <<
[725] Andócides, I, 98: «Si uno mata a quien atenta contra la
democracia lo honraré y favoreceré, a él y a sus hijos, como Harmodio y
Aristogitón y a sus descendientes». <<
[726] El nexo, intencional, entre ambos «trianicidios» a través
de la ceremonia de las Grandes Dionisias de 409 es sacado a la luz por B.
Bleckmann, Athens Weg in die Niederlage, Teuber,
Stuttgart-Leipzig, 1998, p. 380. <<
[727] Ejemplo insigne es el artículo de I. M. J. Valeton,
«De inscriptionis Phrynicheae partis ultimae lacunis explendis», Hermes,
43, 1908, pp. 483-510, en el que se establece la hipótesis de que Tucídides
recibiera prontamente la información «exprimida» al argivo torturado, pero
después no tuvo modo de ponerse al día de los hechos relacionados con todo el
asunto tras la caída de los Cuatrocientos. <<
[728] Un refinado ejemplo literario aparece en el cuento de G.
de Bruyn «Un héroe de Brandeburgo» (1978). <<
[729] Tucídides, VIII, 89, 3. <<
[730] El discurso XIII de Lisias versa precisamente sobre eso.
<<
[731] Inscrito en el mismo documento (IG, I2
110, 16-38). <<
[732] Sobrenombre con el que Terámenes, como sabemos, era
llamado normalmente: cfr. Aristófanes, Las ranas, 967-970, y Jenofonte, Helénicas,
II, 3, 31 (discurso de acusación a Critias contra él). El coturno es un calzado
que se adapta a ambos pies. <<
[733] «Contra Leócrates», 113: ψηφίζεται ὁ δῆμος. [Se toma aquí
como referencia la edición y traducción del discurso de Licurgo a cargo de José
Miguel García Ruiz, Oradores menores; discursos y fragmentos, Madrid,
Biblioteca Clásica Gredos, 2000. (N. del T.)]. <<
[734] No dice τὸν τεθνεῶτα sino τὸν νεκρόν (= el cadáver), pero
la exhumación de los huesos debería haber tenido lugar tras el veredicto de
culpabilidad. <<
[735] «Contra Leócrates», 114. <<
[736] El hecho de que se trate de Critias no le crea ninguna
incomodidad. <<
[737] «Contra Leócrates», 115. <<
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