sábado, 23 de diciembre de 2017

Canfora Luciano.-El mundo de Atenas: XXI. MUERTE DE FRÍNICO Y JUICIO A UN CADÁVER

1

¿Quién había matado a Frínico?
Tucídides describe la escena del crimen como testigo ocular: «Frínico, que había regresado de la misión en Esparta, fue atacado a traición por un hombre de la guardia de frontera, a la hora en que el ágora está llena de gente. El crimen era fruto de un complot. Frínico pudo dar algunos pasos alejándose de la sede del Consejo,[705] pero enseguida cayó al suelo».
La dinámica del ataque está descrita con extrema precisión, así como las escenas dramáticas que siguieron: «el asesino huyó, y su cómplice, un argivo, apresado y sometido a tormento por los Cuatrocientos, no dijo el nombre del que había dado la orden ni ninguna otra cosa, salvo que sabía que muchas personas se reunían en casa del comandante de los guardias de frontera y también en otras casas».[706] Tucídides no descuida ningún detalle: el increíble acontecimiento de un gobierno oligárquico en Atenas era el hecho más impredecible y más importante al que se podía asistir, tanto político como histórico. Por eso dedica un espacio muy extenso al asunto, sin cuidar de los así llamados equilibrios narrativos. Por eso, también, «explota» en exclamaciones según las cuales sólo hombres de gran capacidad podrían realizar una empresa semejante.[707] Es curiosa la obstinación en negar valor al testimonio de Aristóteles,[708] según el cual Tucídides asistió personalmente al juicio contra Antifonte celebrado algunas semanas más tarde, bajo el gobierno «de los Cinco Mil».
Tucídides es la principal fuente sobre el crimen que costó la vida al personaje a quien él tenía en alta consideración y estima, y a quien siguió muy de cerca en el curso de estos acontecimientos.
Pero la verdad oficial, consagrada como tal más de un año después, fue otra. El asesino era Trasíbulo de Calidón.[709] Bajo propuesta de Erasínides,[710] le fue concedida a Trasíbulo la ciudadanía ateniense, un bien escaso y celosamente escanciado. El decreto se conserva[711] y está datado en 409, es decir, en la inminencia de la formal y solemne proclamación del retorno a la democracia. El año 409 es el de la restauración, del solemne juramento colectivo de fidelidad a la democracia, de las Grandes Dionisias en las que ganó el Filoctetes de Sófocles, que era también una apelación indirecta al regreso del gran exiliado considerado más que nunca la única y verdadera carta triunfadora a la que apostar. El decreto, propuesto por Erasínides, preveía que precisamente con ocasión de esas Dionisias le fuese concedida a Trasíbulo de Calidón una corona de oro por valor de 1000 dracmas.
Ese decreto, bastante bien conservado,[712] resulta muy instructivo. En la tercera y última parte (líneas 38-47) se lee que un tal Eudico puso en marcha una comisión de investigación para averiguar si en verdad había habido corrupción en el origen del decreto que había rendido honores a un tal Apolodoro, como partícipe también él del asesinato de Frínico. Efectivamente el nombre de este Apolodoro (un Apolodoro de Megara, del que, en 399, habla Lisias en el discurso «Contra Agorato») en el decreto no es incluido entre los conjurados del crimen: son citados como «benefactores del pueblo», por haber contribuido a organizar el asesinato, Agorato (el personaje contra el que se despacha Lisias), Comón, Simos y Filino. (En las líneas 26 y 27 hay sitio para otros dos nombres, pero en todo caso el espacio disponible excluye que se pueda tratar de Apolodoro). El hecho de que Lisias, diez años más tarde, en el duro discurso «Contra Agorato», dé por sentado que los autores del asesinato han sido Trasíbulo de Calidón y Apolodoro de Megara significa sólo que la comisión de investigación había archivado la grave acusación de atribución comprada del mérito del asesinato por parte de Apolodoro.
No era ésa la verdad necesariamente. También Agorato pretendía haber matado a Frínico. Lisias se esfuerza en negarlo, aportando una reconstrucción del delito en la que no puede haber espacio para Agorato. Éste se jactaba de tal mérito «democrático» —probablemente inventado, o hinchado— para ocultar los crímenes cometidos por él bajo los Treinta, por los que Lisias lo ataca. Pero Agorato tenía cierto apoyo, dado que su nombre había conseguido entrar en el decreto de 409 (línea 26) entre aquellos que «habían hecho un bien al pueblo de Atenas» (donde pueblo vale, obviamente, por democracia). Sin embargo, sabemos bien que esta «verdad» se había ido formando en el curso de los once/doce meses transcurridos entre el asesinato de Frínico y el decreto, y que el informe de un testigo ocular como Tucídides dice otra cosa distinta. Tucídides habla de un asesino (ὁ πατάξας, el que había atacado a la víctima) que era guardia de fronteras (por tanto, un ateniense) y de su cómplice (συνεργός), que era de Argos. En cambio Lisias lo cuenta de este modo: «¡Jueces! La emboscada a Frínico la prepararon juntos Trasíbulo de Calidón y Apolodoro de Megara. Abalanzándose sobre él mientras paseaba, Trasíbulo lo atacó y lo tiró al suelo, en cambio Apolodoro no lo tocó en absoluto.[713] Al instante estallaron gritos y ambos atacantes consiguieron huir. Como veis, Agorato no sólo no participó del complot sino que ni siquiera estaba presente y no vio absolutamente nada.»[714]
Aquí hay dos puntos débiles: 1) el ataque sucede casi por casualidad, mientras Frínico «paseaba» (βαδίζοντι); 2) desconcertante noticia, ambos atacantes consiguieron huir. Difícil tomar por buena esta versión: de otro modo el argivo capturado, torturado y reo confeso, de quien Tucídides sabe incluso lo que dijo bajo tormento, se vuelve un fantasma. Acerca del primer punto, el relato o, mejor dicho, la película del atentado referida por Tucídides es muy preferible, más ajustado a una situación concreta y dotado de la indicación exacta del lugar del atentado. En cuanto al segundo punto, es evidente que alguien había sido capturado en el momento mismo del ataque, o en los instantes inmediatamente posteriores, y había hablado y había señalado, bajo tormento, una pista precisa: el jefe de los guardias de frontera (un cuerpo militar no combatiente y por tanto secundario, sobre el que evidentemente los Cuatrocientos no habían podido ejercer la necesaria «depuración» cuando tomaron el poder). El arrestado era un argivo, y no había podido demostrar su no vinculación con los hechos; la presencia misma de un argivo en Atenas, en ese momento, dado que Argos era la aliada democrática de Atenas en el Peloponeso, es destacable y pone al arrestado bajo una luz que a los investigadores debe de haberles parecido más sospechosa.
Plutarco confirma el relato tucidídeo, y también señala el nombre del guardia que había atacado a Frínico «en el ágora»: Hermón.[715] Evidentemente lo saca de una fuente que a su vez se basaba en algún documento. En esta fuente encontró (cabe presumir) que Hermón (y no Trasíbulo de Calidón) y sus cómplices habían sido premiados con una corona por haber matado al traidor Frínico: «Habiéndose puesto en marcha un juicio, condenaron al difunto Frínico por traición y premiaron con una corona a Hermón y a sus cómplices.»[716] Lo cual nos hace preguntarnos si no habrían también otros decretos, quizá surgidos con el correr del tiempo.[717] En todo caso, este elemento cuestiona la versión de los hechos presentada por Lisias. Debe observarse, por otra parte, que el decreto de honores y ciudadanía a Trasíbulo de Calidón, que es completo, no dice nunca que él haya matado a Frínico: dice que «ha beneficiado al pueblo de Atenas». Es Lisias quien lo presenta como «quien asestó el golpe». Adopta además como «prueba» precisamente el decreto de Erasínides. En efecto, para impugnar la pretensión de Agorato de haber sido él quien mató a Frínico, le objeta que eso no puede ser, en cuanto el decreto[718] dice: «Trasíbulo y Apolodoro son ciudadanos atenienses», y no que «Agorato sea ciudadano ateniense».[719] Razonamiento muy singular, dado que, después de todo, Agorato en el decreto es citado como «benefactor del pueblo de Atenas». En realidad Lisias no encuentra en el decreto la noticia de que sea Trasíbulo quien ha matado a Frínico, lo deduce del hecho de que le ha sido concedida la ciudadanía. De otro modo, para impugnar la pretensión de Agorato hubiera podido hacerle notar que otro y no él estaba señalado en el decreto como autor del ataque (¡pero el decreto no dice esto!). En todo caso, comete una notable distorsión cuando cita a su modo el decreto y mete el nombre de Apolodoro, quien sin embargo en el decreto aparece por otras causas, y menos honorables. Pero Lisias no está para sutilezas. Su objetivo es demostrar de un modo u otro que el asesino no había sido Agorato.

 2

En este punto surge otra voz que pone seriamente en duda lo afirmado por Lisias. Es el orador ateniense Licurgo, sesenta años más tarde. Licurgo, en la acusación «Contra Leócrates», pronunciada tras el desastre de Queronea (338 a. C.) contra un tal Leócrates acusado de deserción, no es, bien entendido, testimonio ni fuente; evoca, en todo caso, tradiciones patrióticas. Lo hace de este modo: «Como sabéis, Frínico fue asesinado en plena noche [sic] cerca de la fuente de los mimbres[720] por Apolodoro y Trasíbulo. Éstos fueron apresados y enviados a la cárcel por los amigos de Frínico. Pero el pueblo, habiéndose enterado de lo sucedido, hizo liberar a los arrestados. Después de lo cual hizo abrir una investigación y examinar los acontecimientos incluso con recurso a la tortura,[721] y, al cabo de la investigación, se encontró con que Frínico había traicionado a la ciudad y que quienes lo habían asesinado habían sido encarcelados injustamente. En ese punto el pueblo hizo emanar un decreto, a propuesta de Critias, etc.»[722] (Veremos enseguida de qué decreto se trata).
Es evidente en esta evocación el considerable desvío de los hechos. Lo que no ha impedido a los modernos, obviamente, hacer toda clase de conjeturas, ubicando la desconocida fuente en cierto punto del ágora, dado que Tucídides (¡a pesar de ser considerado fuente degradada por hallarse ausente!)[723] localiza en el ágora el atentado, concretamente en las cercanías del Bouleuterion. La noche y la fuente hacen buena pareja, por lo menos en el ámbito paisajístico, y Licurgo no tiene ningún prurito en inventar tal ambientación. No parece tener idea de si Apolodoro y Trasíbulo eran o no atenienses y prudentemente no especifica ni qué eran ni de dónde venían, pero arma una especie de pareja Harmodio-Aristogitón. Tampoco tiene idea de la situación concreta en la que se produjo el asesinato, e imagina un pueblo vigilante que hace excarcelar a ambos (que por otra parte no habían sido nunca encarcelados, si en verdad hablamos de Trasíbulo de Calidón y Apolodoro de Megara) después de haberse «enterado» del arresto (¡sucedido en secreto!). La tortura entra en juego como una parte de la información conservada respecto del verdadero devenir de los acontecimientos; pero en el relato amasado por Licurgo no se comprende quién fue el torturado. Se puede temer además que Licurgo sobrentienda, si lo tomamos en serio, que Apolodoro y Trasíbulo, sometidos a tortura, finalmente confesaron que Frínico era un traidor. (¿Pero no lo habían matado por eso? ¿Había necesidad de torturarlos para que declararan eso?).
En suma, es evidente que la tradición acerca del oscuro asesinato de Frínico se empezó a complicar desde el principio, y las deformaciones han crecido como una bola de nieve hasta el nivel casi aberrante del informe de Licurgo. El único relato con fundamento es obviamente el de Tucídides; todo el resto es como mínimo opinable.
El fenómeno, no muy distinto, por otra parte, de la nebulosa que envuelve otros varios asesinatos políticos y análogos «misterios de la República», puede compararse con la leyenda creada en torno al ataque contra Hiparco (514 a. C.), que, casi un siglo antes, había dado inicio a la caída de la tiranía. Un episodio acerca del cual el propio Tucídides había llevado a cabo investigaciones rigurosas y apremiantes, que lo habían conducido a una reescritura netamente revisionista de la Vulgata en torno al llamado acto fundacional de la democracia ateniense.
El nexo entre ambos «tiranicidios» formaba parte ya de la retórica pública ateniense. Por el decreto de Erasínides sabemos[724] que, en las vísperas de las Grandes Dionisias de 409 —en las que iba a producirse la solemne ceremonia de juramento colectivo de fidelidad a la democracia, expresada en la forma sanguinariamente antitiránica que conocemos por el decreto de Demofanto—,[725] «habrían sido públicamente proclamadas las razones por las que el demo había decidido entregar una corona a Trasíbulo».[726]
Éste es el motivo por el cual la solución menos aconsejable es la que ha dominado la crítica histórica moderna. Ésta consiste en deshacerse de Tucídides, tal vez reduciéndolo al lugar de exiliado mal informado, tomar como eje la frágil y en el fondo arbitraria combinación del parcial «discurso» de Lisias con el decreto de Erasínides, dejando, obviamente, en la sombra los detalles que no cuadran,[727] e ignorando de hecho todas las otras fuentes cuyas contradicciones son como mínimo instructivas. Para reconstruir los acontecimientos no basta combinar, o incluso hacer desaparecer, los fragmentos disponibles, sino que deben identificarse los estratos, las progresivas deformaciones, en una palabra la historia de un proceso tradicional: de los posibles núcleos de verdad a las deformaciones extremas, que sólo sabremos tratar si intentamos comprender su sentido.
Esto significa, para volver al caso controvertido del asesinato de Frínico, que conviene recurrir a Tucídides antes que a las «verdades» que se fueron construyendo en los meses y en los años posteriores.
No debe olvidarse que el decreto de Erasínides, que hemos mencionado en varias ocasiones, «certificaba», aunque fuera de modo genérico, los méritos de Trasíbulo de Calidón frente al «pueblo de Atenas» (no los especifica, los sobrentiende); pero parece presuponer, antes de tal deliberación pública, una larga gestación: los hechos ocurren en el verano de 411 y el decreto es de febrero-marzo de 409 (en las vísperas de las Grandes Dionisias). Además, en su parte final, el decreto demuestra que sigue abierta la discusión acerca del papel efectivamente desarrollado por Apolodoro y sobre sus méritos, y las dudas son tales que se vuelve necesaria una comisión de investigación. Pero la leyenda patriótica de un nuevo tiranicidio como sello de la nueva restauración democrática parecía necesaria. La retórica cívica necesita de los mitos, de símbolos, de certezas, y a veces hasta de monumentos, aunque sean falsos, con tal de que resulten políticamente productivos.[728]
Quién y por qué asesinó a Frínico en los convulsos meses del pendenciero poder oligárquico de los Cuatrocientos no era asunto del todo claro ni siquiera para los protagonistas directos de los acontecimientos. Es notorio que Pisandro los odiaba y buscaba su ruina de todas las maneras posibles; también, que el choque por el predominio explotó enseguida entre los jefes de la oligarquía.[729] El hecho de que entre quienes podían jactarse de haber ayudado a realizar el atentado se encontrara una figura de oscuro origen como Agorato —quien había concluido su carrera como killer a cuenta de los Treinta—[730] arroja una luz inquietante acerca de los acontecimientos del atentado contra Frínico. En el codicilo de Diocles al decreto de Erasínides,[731] Agorato es reconocido, junto a otros, como «benefactor del pueblo de Atenas», y recibe importantes privilegios.
El problema verdadero es que Frínico, ya muerto, quienquiera que hubiera tomado la iniciativa de asesinarlo, se convertía en un excelente chivo expiatorio para el grupo oligárquico dispuesto a reciclarse y a ponerse de acuerdo con la armada democrática de Samos. Fue Terámenes el gran director de escena del anhelado cambio indoloro que, en las intenciones del ambidiestro «coturno»,[732] hubiera debido ser prácticamente sólo aparente.

 3

La serie de evocaciones a las que se lanza Licurgo en «Contra Leócrates» es asimismo desconcertante. En primer lugar, nos da una noticia: fue Critias quien fungió como acusador del monstruoso juicio puesto en marcha contra el cadáver de Frínico, exhumado y procesado por «traición». Sabemos que había sido Pisandro quien martilló la consigna «Frínico es un traidor». Pero Frínico había parado hábilmente el golpe y había conseguido revertir la situación. Después, todos juntos tomaron el poder. Además se produjo la ruptura con la armada de Samos, las derrotas sobre el terreno, el intento de ser escuchados por Esparta; y Frínico y Antifonte habían sido enviados a Esparta con la esperanza de conseguir al menos el resultado de una paz mínimamente honrosa. Pero apenas regresado de esa misión Frínico, como sabemos, fue asesinado. ¿En qué consistía, entonces, la «traición»? Sobre todo: ¿en qué preciso momento fue puesto en marcha el grotesco guión del proceso póstumo? Licurgo aporta esta noticia:
[Una vez demostrado que Frínico era un traidor y que quienes atentaron contra él habían sido arrestados injustamente] el pueblo decretó,[733] a instancias de Critias, acusar de traición al muerto[734] y si le parecía que había sido enterrado en su tierra mientras era traidor, desenterrar sus huesos y arrojarlos fuera de los confines del Ática, para que no reposen en nuestra tierra ni siquiera los huesos del que traicionaba a su tierra y a su ciudad.
Si este lenguaje no es aproximativo sino técnicamente correcto, se deduce de este pasaje que fue la asamblea popular la que decidió reabrir el caso de Frínico. Estamos, por tanto, en 410/409, y ya se ha restablecido el marco y la praxis democrática.
Licurgo prosigue: «Decretaron también que, si el muerto era convicto de culpa, los que por ventura asumieran la defensa del finado, fueran también reos de las mismas penas.»[735]
El inflexible acusador de Leócrates añade en este punto: ¡consideraban igualmente traidor a quien ayudara a un traidor! Tras la lectura del decreto de Critias,[736] comenta, aportando otras informaciones sobre el resultado del juicio: «Así pues, aquéllos desenterraron los huesos del traidor y los arrojaron fuera del Ática, y a sus defensores, Aristarco y Alexicles, les dieron muerte y ni siquiera permitieron que fueran enterrados en el Ática.»[737]
En el capítulo siguiente veremos frente a qué público y en qué situación política se desarrollaron estos juicios. Es verdad que la puesta en escena del juicio al muerto («tirano» y «traidor»), con la consiguiente ceremonia tétrica de los huesos desenterrados y dispersados, intentaba causar impresión en una masa popular no sólo susceptible de movilizarse si era manipulada por el discurso de los políticos, sino incluso sensible al aspecto sagrado y macabro de la sepultura negada.

 4

La reconstrucción patriótico-democrática había sido la siguiente: 1) se abre una investigación sobre el asesinato de Frínico; 2) sale a la luz que Frínico estaba a punto de traicionar a Atenas; 3) sus asesinos son liberados y cubiertos de honores; 4) vuelve la democracia.
La reconstrucción aportada por Tucídides es: 1) uno de los atacantes (un argivo) revela que hay «reuniones en la ciudad» en los ambientes de la oposición; 2) Terámenes y Aristócrates ven que Antifonte y los suyos no ponen en marcha una reacción seria y efectiva al asesinato de Frínico; 3) por eso «pasan a la acción» abiertamente; 4) buscan sorprender con ello a quienes construían el muelle de Eetionea; 5) siguen enfrentamientos de preguerra civil; 6) en este clima cae como un rayo la noticia de la deserción de Eubea; 7) Terámenes hace «derrocar a los Cuatrocientos» (o, mejor dicho, decapita la Boulé oligárquica y restablece a los Cinco Mil). En estas circunstancias, Critias se salva poniéndose al servicio de Terámenes, prestándose cínicamente al juicio póstumo contra Frínico y a la invención de «verdaderos» asesinos tiranicidas.
Es obvio que esta segunda secuencia de hechos es la verdadera, mientras que la patriótica —que predominó en el siglo IV—, reconstruida por Trasíbulo de Calidón a partir de los decretos, es insostenible, incompleta, inconsistente y «manipulada».
Los oradores (y quizá la historiografía se atiene a Diodoro en este punto) siguen la versión «patriótica». La reconstrucción de Tucídides permanece aislada y derrotada (no creída) también en razón de la desconfianza hacia un autor (Tucídides) abiertamente no «patriótico», que fue difundido por otro (Jenofonte) que, por su parte, se había tenido que exiliar por culpa de su grave compromiso político.
 [705] Las traducciones corrientes suelen mezclar ambos momentos (el golpe de puñal y los pasos posteriores que Frínico da antes de caer): pero la sintaxis es inequívoca. La traducción más apropiada es la de Charles Forster Smith («Loeb Library»): «[Frinico] was stabbed in full market […] and before he had gone far from the Senate-chamber suddenly died». Por otra parte es preferible la variante προελθών registrada por el ilustre Additional 11727: Frínico, ya apuñalado, consigue dar todavía unos pasos, después cae. Está claro que el atentado ha sucedido cerca del Bouleuterion, del que Frínico consigue alejarse poco antes de caer. <<
[706] Tucídides, VIII, 92, 2: ¡conocía hasta el contenido del interrogatorio de este argivo! <<
[707] Tucídides, VIII, 68, 4. <<
[708] Fr. 137 Rose (= Cicerón, Brutus, 47). <<
[709] Ciudad de Etolia. <<
[710] Quien poco después sería condenado a muerte en el juicio contra los generales vencedores en las Arginusas, cfr., más abajo, cap. XXVII. <<
[711] IG, I2 110 = ML, 85 = IG, I3 102. <<
[712] Se puede reconstruir casi por completo. Son 47 líneas, y sólo en las líneas 2628 hay algunas lagunas. <<
[713] Es razonable que surgieran impugnaciones de esta frágil premisa. <<
[714] «Contra Agorato», 71. <<
[715] Plutarco, «Vida de Alcibíades», 25, 14. En ese capítulo Plutarco explota largamente cuanto Tucídides había escrito sobre Frínico (VIII, 48-54), pero este detalle lo saca de otra fuente. <<
[716] Plutarco, «Vida de Alcibíades», 25, 14. <<
[717] Pseudoepigrafía de la que Atenas no estuvo a salvo. Piénsese en el caso más famoso: el llamado «decreto de Temístocles», estudiado críticamente por C. Habicht («Falsche Urkunden zur Geschichte Athens im Zeitalter der Perserkriege», Hermes, 89, 1961, pp. 1-35). Sin pruebas convincentes, en cambio, se ha establecido entre los modernos una certeza que, como máximo, podría ser una conjetura: que Plutarco, encontrando en el relato de Tucídides el nombre de Ἕρμων, se haya persuadido o haya incurrido en el error de creer que ha sido éste el atacante. Faltaría explicar, en ese caso, cómo sabía que a Ἕρμων le había sido entregada una corona. <<
[718] Del que exige la lectura, pero que obviamente no es transmitido en el cuerpo de la oración. <<
[719] «Contra Agorato», 72. <<
[720] (κρήνη) ἐν τοῖς οἰσύοις, «in the basket-market» LSJ, s.v. οἴσυον. <<
[721] A estas alturas ya no se entiende quién fue torturado. <<
[722] Licurgo, «Contra Leócrates», 112. <<
[723] Al contrario que Licurgo, quien en 411 ni siquiera había nacido. <<
[724] IG, I2 110 (= I3 102), ll. 12-14. <<
[725] Andócides, I, 98: «Si uno mata a quien atenta contra la democracia lo honraré y favoreceré, a él y a sus hijos, como Harmodio y Aristogitón y a sus descendientes». <<
[726] El nexo, intencional, entre ambos «trianicidios» a través de la ceremonia de las Grandes Dionisias de 409 es sacado a la luz por B. Bleckmann, Athens Weg in die Niederlage, Teuber, Stuttgart-Leipzig, 1998, p. 380. <<
[727] Ejemplo insigne es el artículo de I. M. J. Valeton, «De inscriptionis Phrynicheae partis ultimae lacunis explendis», Hermes, 43, 1908, pp. 483-510, en el que se establece la hipótesis de que Tucídides recibiera prontamente la información «exprimida» al argivo torturado, pero después no tuvo modo de ponerse al día de los hechos relacionados con todo el asunto tras la caída de los Cuatrocientos. <<
[728] Un refinado ejemplo literario aparece en el cuento de G. de Bruyn «Un héroe de Brandeburgo» (1978). <<
[729] Tucídides, VIII, 89, 3. <<
[730] El discurso XIII de Lisias versa precisamente sobre eso. <<
[731] Inscrito en el mismo documento (IG, I2 110, 16-38). <<
[732] Sobrenombre con el que Terámenes, como sabemos, era llamado normalmente: cfr. Aristófanes, Las ranas, 967-970, y Jenofonte, Helénicas, II, 3, 31 (discurso de acusación a Critias contra él). El coturno es un calzado que se adapta a ambos pies. <<
[733] «Contra Leócrates», 113: ψηφίζεται ὁ δῆμος. [Se toma aquí como referencia la edición y traducción del discurso de Licurgo a cargo de José Miguel García Ruiz, Oradores menores; discursos y fragmentos, Madrid, Biblioteca Clásica Gredos, 2000. (N. del T.)]. <<
[734] No dice τὸν τεθνεῶτα sino τὸν νεκρόν (= el cadáver), pero la exhumación de los huesos debería haber tenido lugar tras el veredicto de culpabilidad. <<
[735] «Contra Leócrates», 114. <<
[736] El hecho de que se trate de Critias no le crea ninguna incomodidad. <<
[737] «Contra Leócrates», 115. <<



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