1
Gillaume Guizot, astuto ministro
de Luis Felipe, definía al marqués de Lafayette como el «adorno de todas las
conspiraciones», ya que durante casi medio siglo su nombre se mencionaba
puntualmente en todas las conspiraciones; incluso durante la Restauración,
cuando la inquietud pululaba en los ambientes militares tras el regreso del
Borbón al trono de Francia.
Alcibíades, respecto de la crisis
crónica y de las convulsiones de la política, desde la paz de Nicias (421)
hasta el gobierno de los Treinta (404), podría ser el Lafayette de la
República ateniense. En 421, cuando apenas tenía treinta años, era el
hombre que conspiraba para hacer saltar la paz apenas firmada; dos años más
tarde es el gran urdidor de la fallida coalición derrotada en Mantinea; en 415
es el principal sospechoso en la tormenta de los escándalos sacramentales, a
los que sin duda no era ajeno, y que, a pesar del sarcasmo tucidídeo acerca del
alarmismo patológico de la mentalidad democrática, escondían una trama
política. En el periodo transcurrido en Esparta, y después en el entourage del sátrapa Tisafernes,
consiguió despertar sospechas en todos. En 411 aparece en el centro, como
potencial o hipotético cómplice más que como promotor, de todas las maniobras
en curso. Pasa por ser el hombre sin el cual no se puede ganar, sin el cual
Persia seguiría siendo hostil; y que sin embargo sólo volvería a la ciudad
después de un cambio de régimen, o sea —como mandó a decir a los conjurados—
«no bajo la democracia, culpable de haberme desterrado».[661]
Para los más activos entre los
conjurados —pero no para Frínico—, Alcibíades era el eje sobre el que giraba
toda la acción. Por eso enviaron a Pisandro a Atenas, con el fin de que
preparase el terreno para el regreso de Alcibíades y el cambio de régimen.[662]
Pero habían subestimado a Frínico.
El movimiento que Frínico puso en
marcha fue mortífero. Informó al navarca espartano Astíoco, que se encontraba
en Mileto,[663] del inminente cambio de bando de Alcibíades; éste
—escribe Frínico a Astíocose dispone a golpearos propiciando la alianza de
Tisafernes con los atenienses. Agregaba, para explicar su gesto a los ojos del
enemigo, que debía intentar causar perjuicio a un adversario personal, y que
además era dañino para la ciudad.[664] Astíoco informó de inmediato
a Alcibíades y éste a su vez informó diligentemente a los comandantes
atenienses estacionados en Samos. Frínico, en graves dificultades, escribe
nuevamente a Astíoco lamentándose mucho del secreto tan clamorosamente violado,
pero no se rindió; al contrario, subió la apuesta. Se declara dispuesto a
traicionar a la flota de Samos, incluso le da detalles militares precisos para
un eventual ataque por sorpresa contra Samos, «en ese momento completamente
indefensa (ἀτείχιστος)»; y también en esta ocasión dice que no puede aceptar
(si Alcibíades ganara la partida) caer en manos de sus peores enemigos. También
esta vez Astíoco se lo cuenta todo a Alcibíades. Pero Frínico consigue
averiguar a tiempo que Alcibíades se aprestaba a revelarle todo a los
atenienses; por eso, en un golpe sorpresa, se anticipó y se precipitó a Samos,
anunciando con las máximas alarmas que los espartanos se aprestaban a atacar
aprovechando la falta de defensas, y sugiriendo a grandes voces la necesidad de
construir a toda prisa una muralla defensiva. En efecto, los atenienses procedieron
a ello con la máxima diligencia. En este punto llegó la carta de Alcibíades
denunciando a Frínico, que decía textualmente: «Frínico está traicionando al
ejército y los enemigos se disponen a atacar». Pero entonces la carta de
Alcibíades pareció sospechosa: ¿por qué —se preguntaban— Alcibíades conocía por
anticipado los planes de los enemigos? Evidentemente —se dijeron— por pura
enemistad estaba inventando que Frínico era cómplice de los espartanos (¡justo
cuando tenía, al menos, el mérito de haber conocido oportunamente el plan del
enemigo[665] y se había apresurado a dar la alarma!). Por tanto
—concluye Tucídides, quien conoce hasta los mínimos detalles de los
pensamientos y movimientos de Frínico, y de los comandantes atenienses en
Samos— la carta de Alcibíades fue un fracaso: no dañó en absoluto a Frínico,
sino que sirvió más bien para confirmar la veracidad de las alarmas lanzadas
por él. En definitiva, fue Alcibíades quien resultó «no ser digno de crédito».[666]
2
Mientras Alcibíades, que ignoraba
el fracaso de su contramaniobra, se afanaba en agrietar la confianza de
Tisafernes en los espartanos,[667] Pisandro desembarcaba con sus
hombres en Atenas. Se presentó como mensajero de la flota de Samos y habló
frente a la asamblea popular; sin embargo seguía siendo, en la consideración
general, un «demagogo» de largo recorrido. En síntesis, su discurso fue: se os
ofrece la posibilidad de tener al Gran Rey como aliado y por tanto de derrotar
a los espartanos; las condiciones son: a) hacer que vuelva Alcibíades, b) por
eso mismo, «adoptar otra forma de
democracia».[668] Esta fórmula es una joya, una veta de la
mistificación lingüística de la palabra política. Pisandro está preparando la
trama que tiene como objetivo el derrocamiento del régimen democrático, pero
debe conseguir consenso, y entonces inventa la fórmula «otra forma de democracia», porque «no podemos seguir practicando la
democracia de la misma manera» si queremos que «Alcibíades vuelva y nos
conduzca a una alianza con Persia».
Tucídides refiere con gran
precisión los detalles de la andadura de esa asamblea y los esfuerzos de
astucia y de dialéctica que Pisandro siguió desarrollando en el curso de la
misma, bastante agitado. Es curioso, dicho sea de paso, que, al contrario de lo
que es habitual en él, Tucídides, cuando hace entrar en escena a Pisandro,
describe con viveza su acción y comportamiento, pero no lo «presenta» al
lector: no habla de sus precedentes, el más importante de los cuales era su
papel, en 416/15, como líder democrático-radical en la comisión de
investigación sobre los escándalos sacramentales. Él había sido, en sustancia,
uno de los principales acusadores de Alcibíades, por cuyo regreso ahora se
batía encarnizadamente. Quizá se trata de la conocida reticencia de Tucídides a
hablar claro sobre aquellos acontecimientos.[669] Pero es más
probable que se trate de un rasgo compositivo. Estas páginas[670]
constituyen, en efecto, su «diario» del golpe de Estado, escrito día a día, al
calor de los hechos; de aquí la inmediatez con la que los personajes entran en
escena, sin la perspectiva con la que el historiador, en la redacción
definitiva, asume el punto de vista del
lector y, en consecuencia, la distancia cronológica de los hechos (como
queda claro en las fórmulas del tipo «el cual en aquel tiempo era, etc.»). Pero
volvamos a la asamblea de Pisandro.
La reacción a sus astutas
propuestas fue, al principio, áspera y muy negativa. No gustaba en absoluto esa
alusión, dejada caer hábilmente, a «otra forma de democracia». «Se manifestaba
una gran oposición a que se reformara la democracia»,[671] que
evidentemente podía dejar de ser democracia, una vez que se impusiera la
condición de «gobernarla de otro modo». Estaban además los numerosos enemigos
personales de Alcibíades, quienes «gritaban» (διαβοώντων) que no se podía
tolerar que éste volviera a la ciudad después de haber «violado las leyes»
(βιασάμενος τοὺς νόμους). También estaban los grupos sacerdotales, los
eumólpidas y cérices, quienes relataron con pelos y señales en qué consistieron
los crímenes contra la religión por los cuales Alcibíades había decidido
autoexiliarse. Entonces Pisandro, experto manipulador de asambleas, subió de
nuevo a la tribuna y, frente a esta acumulación de objeciones y rechazos,
adoptó una táctica insólita en un líder pero típica de los grandes
encubridores: hizo que se acercaran, uno por uno —llamándolos por su nombre— a
los opositores[672] y a cada uno individualmente le hacía la
pregunta: «Si tenían alguna esperanza de salvar la ciudad cuando los peloponesios
tenían en el mar, prestas al combate, un número de naves no inferior al suyo y
contaban con más ciudades aliadas, y cuando el Gran Rey y Tisafernes les
procuraban dinero, cosa que ellos ya no tenían, a no ser que alguien lograra
persuadir al Gran Rey de pasarse del lado de Atenas.»[673] El
interlocutor no sabía qué responder a la cuestión de si habría alguna otra forma de salvación. En ese punto
Pisandro acosaba: «Pues bien, eso no es posible conseguirlo si no nos
gobernamos con mayor moderación y no
confiamos el poder a unos pocos ciudadanos[674] con el fin de que el
Gran Rey se fíe de nosotros, y si en las presentes circunstancias no
deliberamos menos sobre el régimen (pues más adelante también nos será posible
cambiar nuestra constitución en caso de que algún punto no sea de nuestro
agrado) que sobre nuestra salvación y, en fin, si no hacemos volver del exilio
a Alcibíades, que hoy por hoy es el único hombre capaz de alcanzar este
objetivo.»[675]
Maestro en el trato cercano y en
la promesa engañosa con tal de alcanzar sus resultados, Pisandro es ideal en el
papel de exdemagogo pasado al servicio de los oligarcas y, por eso, precioso
para éstos, por su capacidad de hacerse escuchar por el pueblo y de tocar las
cuerdas justas. Hace deslizar la palabra más significativa («de los pocos») e,
inmediatamente después, la más indigesta a la mentalidad democrática: «un
sistema político más moderado
(σωφρονέστερον)». Conocemos este uso de σωφροσύνη.[676] Pero
enseguida concede, consciente de que miente: «más adelante también nos será
posible cambiar nuestra constitución en caso de que algún punto no sea de
nuestro agrado». De este modo rompe la resistencia. Al principio, el pueblo
toleraba mal «la referencia a la oligarquía» (Pisandro había pronunciado la
palabra más odiada: «los pocos»), pero persuadidos por Pisandro de que no había
otra vía de salvación, «teme y espera al mismo tiempo». Así se expresa
Tucídides, buen conocedor de la psicología de masas.[677] El pueblo
está temeroso porque entrevé la derrota militar y no puede más que temerla,
pero también porque conoce el espíritu de abuso y de venganza de los oligarcas.
Pero tiene también la autoilusión a la que agarrarse (se la ha regalado
Pisandro con su taimado «más adelante también nos será posible cambiar»): por
eso Tucídides no dice «esperaban» (ἤλπιζον) sino que adopta ἐπελπίζω, que
quiere decir exactamente «mantenerse a flote con una esperanza». Por eso
—concluye— el pueblo «cedió» (ἐνέδωκεν).
Es hábil la construcción de esta
frase, que se cierra con la declaración de una caída de las resistencias que constituían para el demo un reflejo
condicionado: rechazo del predominio de los «pocos», rechazo de aquel que es
siempre sospechoso de aspirar a la
tiranía, es decir, Alcibíades. Aquí Tucídides registra la primera capitulación de la asamblea a la presión
de la oligarquía; seguirán otras en las semanas sucesivas hasta la liquidación,
por obra de la propia asamblea popular ya debilitada, de los pilares que
garantizan el mecanismo democrático. Mientras tanto votaron un decreto que
dejaba todo en manos de Pisandro (¿acaso no había sido hasta hacía unos pocos
años el favorito del pueblo?), que lo emplazaba a tratar en una comisión de
diez miembros las dos cuestiones que, en el fondo, se reducían a una sola,
Tisafernes y Alcibíades.
Obtenido este éxito, Pisandro
—auténtico político que no olvida nada— quiso liquidar a Frínico. Antes de
dejar la asamblea, fortalecido por el éxito que acababa de obtener, pidió y se
le concedió la destitución de Frínico del cargo de estratego bajo la acusación
(inventada) de traición: había —sostuvo— entregado Yaso al enemigo. (Era una
semiverdad: Tisafernes pudo tomar por sorpresa Yaso porque Frínico había
sugerido a los otros comandantes atenienses que no se enfrentaran a las fuerzas
debilitadas de los espartanos en Mileto.[678] Pero Frínico, según su
admirador Tucídides, no se había equivocado al dar ese consejo, ya que las
relaciones de fuerza eran efectivamente desfavorables). ¿Por qué esta rendición
de cuentas entre oligarcas? Tucídides lo explica con su habitual lucidez:
porque Frínico era —según Pisandro— un serio obstáculo en la maniobra en curso
de aproximación a Alcibíades.
3
Esto hizo Pisandro a plena luz
del día. Pero había además otra realidad sumergida, invisible, de la que
Tucídides estaba, sin embargo, al corriente.[679] Antes de abandonar
Atenas para ejecutar la misión que el pueblo le había confiado, Pisandro «se
puso en contacto con todas las asociaciones secretas, que ya antes existían en
la ciudad para ejercer su influencia en los procesos y en las elecciones de los
cargos».[680] Se puso en contacto con todas y las «exhortó a unirse y a concertar sus esfuerzos con
vistas a derrocar la democracia».[681] La trama oligárquica es
doble: por una parte los conjurados que se han reunidos en Samos y que creen
tener a Alcibíades como carta principal, por otra parte las heterías, «las numerosas sociedades
secretas que operaban en la ciudad desde siempre». En efecto, cuando Pisandro
regrese a Atenas para la etapa final, se encontrará con que la mayor parte del
«trabajo» ya está hecho. Tucídides lo dice clara y repetidamente: «Por esa
misma época, e incluso antes, la democracia había sido derrocada en Atenas»;[682]
«allí se encontraron con que la mayor
parte del trabajo ya había sido llevado a cabo por las heterías».[683]
Lenguaje cómplice: «la mayor parte del trabajo» (τὰ πλεῖστα προειργασμένα). A
continuación explica de qué trabajo se trata: habían matado a Androcles, uno de
los jefes populares que más se había empeñado en la expulsión de Alcibíades.
Los heterios habían sido instruidos por Pisandro en la anterior incursión en
Atenas, y por tanto habían comprendido que era necesario propiciar el regreso
de Alcibíades. De aquí la decisión de quitar de en medio a ese obstinado
defensor de la legalidad, público acusador de Alcibíades. No sabían que
entretanto la posición respecto de Alcibíades había cambiado; de todos modos,
con su terrorismo descaradamente impune habían conseguido paralizar al pueblo,
o a la parte más activa de éste, y desgastar los intentos de reacción. Pero no
nos anticipemos a los acontecimientos.
Pisandro conoce esta estructura
secreta fragmentada en muchas asociaciones que tenían, en su mayoría, el fin de
hacer ganar las elecciones a sus amigos y parar, hasta donde fuera posible, los
eventuales golpes de los tribunales, rigurosos en general cuando se trataba de
ricos. Incluso Platón, sobrino de Critias, conocía bien esta realidad. En el Teeteto apunta a la influencia de las
«heterías» sobre las elecciones (173d) —además de a su costumbre de hacer
jolgorio en alegres banquetes con las flautistas— y en la República se refiere a las heterías como organizaciones secretas
(365d). Un discurso judicial recopilado con los de Demóstenes se detiene en
detalle sobre los mecanismos de fabricación de los falsos testimonios,
implementado por las heterías para salvar a sus adeptos en dificultades frente
al tribunal.[684]
4
Hasta aquí la partida parece
ganada por Pisandro en toda regla: Alcibíades volverá; la asamblea, aunque a
regañadientes, se lo ha tragado; Frínico está acabado; las heterías están
alertadas y dispuestas a la unidad de acción; y él, el exdemagogo, pasará a la
historia como artífice del más impensable de los cambios.
Sin embargo, no todo sucederá
como estaba previsto. La alta política reserva sorpresas. Alcibíades era un
elemento impredecible. Para Tisafernes, el objetivo era desgastar a ambos bandos;
para Alcibíades, era guiar él mismo la partida, no ya ser usado por los
oligarcas que ahora mostraban esforzarse para su regreso. Para indicar su
cambio de posición, Tucídides adopta una expresión que hace referencia a la
modificación del aspecto físico: «Adopta esta otra cara.»[685] Pero
quiere lanzarse más en profundidad en la comprensión de las dinámicas mentales
de estos inquietantes protagonistas de la nueva e inédita partida a tres (no
sólo Atenas-Esparta-Persia, sino también oligarcas-Alcibíades-Tisafernes).
Aventura que Alcibíades eligió la línea de sugerir a Tisafernes exigencias cada
vez más inaceptables para hacer fracasar las negociaciones entre los
atenienses, porque en el fondo no estaba en absoluto persuadido de poder poner
a Tisafernes de su lado; y que, por su parte, Tisafernes tenía el mismo
objetivo que Alcibíades, aunque por razones diversas.[686] Está
claro que las pretensiones de Tisafernes —en el coloquio con los atenienses, en
el que estuvo presente Alcibíades— se volvieron tan exorbitantes que los
delegados atenienses encabezados por Pisandro abandonaron las negociaciones
presos de la ira.[687] Tisafernes, entonces, pudo establecer el
tercer acuerdo con los espartanos.[688] Con ello la maniobra que
vinculaba regreso de Alcibíades/cambio de régimen en Atenas/pasaje de Persia al
bando de Atenas (elemento principal de la trama) fracasaba definitivamente.
De este modo, Alcibíades evitaba in extremis el error de volver a Atenas
en la estela de un golpe oligárquico; Frínico volvía a escena a lo grande, como
quien había comprendido todo desde el principio; y la maquinaria del golpe de
Estado, puesta en funcionamiento, avanzaba ya imparable (quizá imparable,
precisamente, gracias al desgaste de las resistencias internas de Atenas), pero
con un equilibrio distinto de las fuerzas en el mando de la conjura. Tucídides
lo señala una vez más mostrándose perfectamente al día de los secretos
propósitos, temores y proyectos de Frínico. Pisandro es una vez más el hombre
que aparece en primer plano: es él quien regresa a Atenas después del fracaso
de la embajada enviada a Tisafernes y Alcibíades, y encuentra que «la mayor
parte del trabajo ya había sido llevado a cabo por las heterías» a las que él
mismo, en la primera estancia, había dado las órdenes operativas; es él quien
«se ocupa de completar el trabajo»;[689] es él quien, en la asamblea
reunida en Colono (lugar insólito), presenta y hace aprobar las propuestas que
anulan los dos fundamentos de la democracia (las acusaciones por ilegalidad y
el salario para los cargos públicos) de las que salen los Cuatrocientos y que
se hace conceder plenos poderes, incluido el debilitamiento del Consejo de los
Quinientos, puntal y símbolo de la democracia clisténica.
Tucídides revela que Pisandro era
quien obraba públicamente[690] (y era muy útil a la hora de afrontar
y dirigir una asamblea), pero el verdadero ideólogo y estratego de toda la
trama era Antifonte, desde hacía largo tiempo.[691] Tucídides dedica
a Antifonte —como se sabe— el más admirado retrato que se lee en toda su obra
(aparte del de Pericles).[692] Completa el retrato de los verdaderos jefes y completa el tríptico
Antifonte, Frínico, Terámenes concluyendo con el célebre comentario: «Así pues,
al ser dirigida por muchos hombres inteligentes, nada tiene de extraño que esta
empresa tuviera éxito, a pesar de que se trataba de un asunto de mucha
envergadura, pues era difícil, casi exactamente a los cien años del
derrocamiento de los tiranos, privar de su libertad al pueblo ateniense, un
pueblo que no sólo no se había visto sometido, sino que durante más de la mitad
de aquel siglo se había acostumbrado a dominar sobre otros.»[693]
(Un auténtico condensado de fraseología oligárquica: «privar [παῦσαι] de su
libertad al pueblo ateniense»). De Terámenes, hijo de Hagnón[694]
—nombrado aquí por primera vez—, dice sin medias tintas que «era el primero[695] entre
quienes derrocaron la democracia».[696] En cuanto a su valor, es muy
preciso: «no era en absoluto incapaz ni de hablar ni de realizar proyectos».
Pero lo incluye entre los tres máximos
responsables de la empresa.
Inmediatamente por detrás de
Antifonte coloca a Frínico. Frínico había sido liquidado; o mejor dicho
Pisandro se había hecho la ilusión de haberlo liquidado, lo había hecho
destituir del cargo de estratego bajo la acusación de traición, por haber
cedido Yaso al enemigo. De este modo —pensaba Pisandro— su ascenso, en el
momento en que se instalaba un nuevo régimen, quedaba bloqueado
definitivamente. Pero ese cálculo había saltado por los aires como consecuencia
del cambio de bando de Alcibíades. Está claro que, en este punto, Frínico
volvía a la escena; era él quien había pronosticado de improviso y ante la
general incredulidad que Alcibíades no tendría ningún interés en regresar
gracias a su ayuda. Así como no se había dado por vencido tras el golpe que le
infringió Pisandro, ahora podía recobrar su posición en el primer plano que
—según Tucídides— había tenido desde el primer momento: «Ostentaba más que ninguno de los otros su celo por la instauración
de una oligarquía». Era el camino más directo para recobrar protagonismo. Temía
sobre todo a Alcibíades, «sabedor de que éste estaba al corriente de todo lo que
había tramado con Astíoco cuando se encontraba en Samos»,[697] pero
era verdad que no iba a entrar en el régimen oligárquico.
Paradójico cruce de verdadero y
falso. La acusación contra Frínico, lanzada abiertamente por Pisandro, había
sido de traición. Pero era una
acusación falsa, porque Frínico no había «cedido Yaso al enemigo» en absoluto,
sino que, en todo caso, había demostrado a los otros comandantes que aceptar de
nuevo una batalla en Mileto no era prudente y eso tuvo como consecuencia la
pérdida de Yaso. Sin embargo, Frínico había cometido en efecto traición; pero
no entonces, sino cuando había revelado a Astíoco los planes atenienses, y
además le había sugerido atacar Samos, que estaba desguarnecida todavía. Se
había salvado adelantándose a Alcibíades, que estaba a punto de
desenmascararlo; y había conseguido presentarse como quien había llegado a
tiempo de salvar Samos del inminente ataque enemigo. Por tanto, en el fondo,
había cometido traición, pero no por las falsas razones adoptadas por Pisandro;
en todo caso, sólo Astíoco y Alcibíades estaban al tanto de esos
acontecimientos. Por otra parte, había puesto oportunos reparos a las posibles
consecuencias de su traición incompleta.
Para quien está en la cúspide, la
traición está siempre al alcance de la mano. Alcibíades mismo había estado en
esa situación y seguía siendo un ejemplo imponente e indescifrable; aún no se
entendía del todo de qué parte estaba en aquel momento. Si a esto se agrega el
espíritu de facción, toda rémora ética queda anulada. ¿No es acaso Critias
quien conjetura que por suerte Atenas no es una isla, porque en ese caso «sería
imposible abrir las puertas al enemigo»?[698]
5
La andadura fugaz (menos de
cuatro meses)[699] de los Cuatrocientos desembocó en la «traición»,
aunque fallida. Se habían puesto en marcha bajo la consigna, que parecía
definitiva: «Sólo si nosotros estamos en el gobierno Alcibíades volverá y
ganaremos la guerra». Éste había sido el argumento con el que Pisandro había
vencido las resistencias de la asamblea durante su primera misión en Atenas; y
era lo que había seguido repitiendo. Pero en el momento decisivo Alcibíades
cambió de idea y ellos, en cambio, habían seguido adelante. Los verdaderos
ideólogos de la trama no querían ganar la
guerra, querían en todo caso cerrar el conflicto alcanzando con Esparta una
paz honrosa. Como buenos ideólogos, estaban convencidos de que en Esparta
serían escuchados, ahora que ellos
estaban en el poder, ellos que siempre habían idolatrado el modelo espartano,
aunque desde lejos. De hecho, lo primero que hicieron cuando tomaron el poder
fue enviar una embajada a Agis, el rey de Esparta, que estaba en ese momento en
Decelia, su suelo ático, convertida desde hacía un par de años, por sugerencia
de Alcibíades, en permanente plaza fuerte espartana en tierra ática. El mensaje
que le hicieron llegar era el siguiente: pretendemos alcanzar un acuerdo de paz
y estamos convencidos de que querrás ponerte de acuerdo con nosotros y no ya
con la poco fiable democracia, que acaba de abandonar la escena.[700]
El desenlace fue desastroso.
Agis, lejos de aceptar la propuesta, intensificó la guerra. No se fiaba de la
estabilidad del nuevo gobierno oligárquico y además pensaba que el pueblo «no
renunciaría tan fácilmente a su antigua libertad».[701] Agis tenía
una visión más clara y realista que los ideólogos atenienses recién llegados al
poder. Sabía que el modelo democrático-asambleario estaba demasiado arraigado
en la mentalidad de los atenienses para desaparecer como por encanto. Además,
la larga guerra era ya una apuesta demasiado alta, sanguinariamente seguida por
años y años: no podía terminarse in
piscem con un acuerdo de compromiso.
Para los oligarcas recién
llegados al poder en Atenas era un asunto grave: estaban obligado a proseguir
la guerra contra su adorada Esparta, a conducirla hacia una probable derrota, y
sin Alcibíades. La sucesión de fracasos, la abierta deserción de la flota en
Samos, que se les enfrentó como un contrapoder, como una suerte de «ciudad en
el exilio», impulsaron rápidamente a los jefes más coherentes (Antifonte,
Aristarco) o a aquellos que en una vuelta a la democracia no hubieran tenido
salvación (Pisandro) a dar rápidamente con el camino inevitable: abrir las
puertas al enemigo. A tal fin emprendieron con gran diligencia la construcción
de un muro en el muelle de Eetionea (en El Pireo), con el propósito de hacer
desembarcar allí, a escondidas, una flota espartana.[702]
Para acortar los tiempos de esta
desesperada y arriesgada solución enviaron a Esparta una embajada altamente
calificada, incluyendo a los dos jefes máximos, Antifonte y Frínico,[703]
para establecer las modalidades concretas de la entrada espartana en la ciudad.
Pero entonces se produjo la secesión de Terámenes e hizo fracasar el plan.
Terámenes denunció abiertamente la maniobra, apeló a numerosas personalidades,
incluso de la «base política» de la oligarquía, que no habrían aceptado esa
solución extremista y, por así decir, genuinamente «internacionalista», y sobre
todo supo sacar rédito de la exclusión de hecho de los Cinco Mil, a quienes los
Cuatrocientos habían evocado pero dejándolos fuera del gobierno.[704]
En la lucha que estalló en la ciudad cuando Terámenes y Aristócratas quisieron
bloquear los trabajos en curso en Eetionea, los jefes radicales cobraron
conciencia de que tenían las de perder.
Por otra parte, Antifonte y
Frínico habían regresado de Esparta sin resultados visibles: la motivación
aparente con la que habían conseguido el encargo de la misión era un nuevo
intento de estipular un acuerdo de paz que, en los hechos, no se verificó. Al
regreso de Esparta, Frínico fue apuñalado mortalmente en plena ágora.
Poco después, bajo el acoso de la
flota espartana, no interesada en una paz improvisada, Eubea desertó. Para los
jefes de los Cuatrocientos fue el final. Para Terámenes, el triunfo. Ahora él
era el dueño de la situación.
[661]
Tucídides, VIII, 47, 2. <<
[662] Tucídides, VIII, 49. <<
[663] Pocas semanas antes había combatido contra ellos precisamente
en Mileto. <<
[664] Tucídides, VIII, 50, 2. <<
[665] El espionaje fue instrumento permanente a lo largo del
conflicto. <<
[666] Tucídides, VIII, 51. <<
[667] Tucídides, VIII, 52: προθύμως τὸν Τισσαφέρνην θεραπεύων
προσέκειτο. <<
[668] Tucídides, VIII, 53, 1: μὴ τὸν αὐτὸν τρόπον δημοκρατουμένοις.
<<
[669] Cfr., más arriba, cap. XII. <<
[670] Tucídides, VIII, 45-98. <<
[671] Tucídides, VIII, 53, 2: περὶ τῆς δημοκρατίας. <<
[672] Ibídem: ἠρώτα ἕνα ἕκαστον παράγων τῶν ἀντιλεγόντων.
<<
[673] Ibídem. Frente a este informe, resulta difícil creer en
la existencia de un «informador» como fuente de todo esto para un Tucídides
exiliado. <<
[674] ἐς ὀλίγους μᾶλλον τὰς ἀρχὰς ποιήσομεν. <<
[675] Tucídides, VIII, 53, 3 dice sin circunlocuciones, cuando
habla del golpe oligárquico en Tasos, «recuperada la moderación». Cfr., más
arriba, cap. XIX. <<
[676] VIII, 64, 5. <<
[677] Siempre que no se tengan que remitir también estas
cualidades al «informante»… <<
[678] Tucídides, VIII, 27-28 (especialmente 28, 2-3). <<
[679] VIII, 54, 4. <<
[680] […] τάς τε ξυνωμοσίας αἵπερ ἐτύγχανον πρότερον ἐν τῇ πόλει
οὖσαι ἐπὶ δίκαις καὶ ἀρχαῖς (VIII, 54, 4). <<
[681] […] ξυστραφέντες καὶ κοινῇ βουλευσάμενoι καταλύσουσι τὸν
δῆμον (VIII, 54, 4). <<
[682] Tucídides, VIII, 63, 3. Esto es lo que significa κατελέλυτο.
El relato sigue, en paralelo, diversos teatros de operaciones. Cuando el relato
se desplaza, la cronología vuelve atrás. <<
[683] VIII, 65, 2: καταλαμβάνουσι τὰ πλεῖστα τοῖς ἑταίροις
προειργασμένα. <<
[684] [Demóstenes], LIV, 31-37. <<
[685] Tucídides, VIII, 56, 2: τρέπεται ἐπὶ τοιόνδε εἶδος. La
expresión, con análogos matices, recorre también el discurso de Hermócrates en
Camarina (Tucídides, VI, 77, 2). <<
[686] Tucídides, VIII, 56, 3. <<
[687] Tucídides, VIII, 56, 4: δι᾿ὀργῆς. <<
[688] Tucídides, VIII, 58 aporta el texto integral, en ático.
<<
[689] Tucídides, VIII, 67, 1: τῶν λοιπῶν εἴχοντο. <<
[690] Tucídides, VIII, 68, 1: ἐκ τοῦ προφανοῦς. <<
[691] Ibídem: ἐκ πλείστου. <<
[692] Tucídides, II, 65. <<
[693] Tucídides, VIII, 68, 4. <<
[694] El fundador de Antípolis, sin duda bien conocido por
Tucídides también por ello. <<
[695] πρῶτος ἦν. <<
[696] Sobre esto, cfr., más arriba, cap. XVIII, § 3.
<<
[697] Tucídides, VIII, 68, 3. <<
[698] [Jenofonte], Sobre el sistema político ateniense,
II, 15. Para ser precisos, dice: «Sólo una cosa les falta a los atenienses. Si,
dueños como son del mar, habitaran una isla, tendrían la posibilidad de atacar
sin recibir daño […] además de eso estarían libres también de todo temor, si
habitaran una isla: la ciudad nunca podría ser traicionada por los oligarcas (ὑπ᾿ὀλίγων)
ni se podrían abrir las puertas al enemigo para dejarlo entrar. Ya que ¿cómo
podría suceder algo así si habitaran una isla? No se podría tampoco provocar
una revolución contra la democracia si habitaran una isla». Teniendo en cuenta
que quien escribe está inequívocamente de parte de los oligarcas y que
considera el poder popular como algo nefasto, es evidente que estamos en
presencia de una lúcida e insistente exaltación de la traición como recurso
político. <<
[699] Aristóteles, Constitución de los atenienses, 33,
1. <<
[700] Tucídides, VIII, 70, 2. <<
[701] Tucídides, VIII, 71, 1. <<
[702] Tucídides, VIII, 90, 3. <<
[703] Tucídides, VIII, 90, 2. <<
[704] Tucídides, VIII, 92, 11: quizá la lista de los Cinco Mil
ni siquiera existía. <<
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