sábado, 23 de diciembre de 2017

Canfora Luciano.-El mundo de Atenas: XIX. FRÍNICO EL REVOLUCIONARIO


En 412 Frínico, hijo de Estratónides, del demo ático de Diriadites, era estratego. Había atacado con éxito inicial la flota espartana atrincherada en Mileto, pero después había tenido que retirarse «dejando su victoria inacabada», como dice Tucídides.[633] Eran los meses en los que se estaba incubando la crisis política más grave de Atenas. Los oligarcas salían a la luz y, tras décadas de abstinencia política, pensaban que había llegado por fin su momento. Sus clubs secretos (las «heterías») se habían puesto en movimiento, no ya como lugares de estériles lamentos privados sino como posibles núcleos de acción; empezaban a comunicarse entre ellos con vistas a una acción unitaria dirigida al derrocamiento del sistema democrático.[634] En los albores de la conjura se pensaba que Alcibíades había podido desarrollar un papel, por ejemplo poner al rey de Persia, a través de la ayuda del sátrapa Tisafernes, de parte de Atenas. El regreso de Alcibíades a la ciudad y el derrocamiento de la democracia parecían etapas necesarias de un mismo proyecto.
Frínico participaba de las reuniones secretas.[635] Sin embargo, se murmuraba acerca de sus orígenes sociales. Si damos crédito al hostil orador del discurso judicial «En defensa de Polístrato» (que se conservó gracias a quedar incluido en el corpus de Lisias), Frínico, de niño, había sido «guardián de manadas»;[636] más tarde, ya en la ciudad, habría vivido de la política, frecuentando los tribunales y formándose como «sicofante»; lo cual, si tomamos literalmente aquello que con frecuencia es una injuria genérica, debería significar que se ganaba la vida con acusaciones discutibles, quizá falsas, pero en todo caso rentables.[637] Este defensor de Polístrato está muy interesado en presentar a Frínico bajo una luz negativa. Tratándose de un muerto, podría incluso jugar sucio, frente a los juicios, precisamente en el punto delicado del presunto origen social bajo (lo llama incluso pobre [πένης]) de un personaje tan notable. El hecho de que haya sido estratego nos hace comprender que, de todos modos, Frínico no debía de estar en mala posición social. Merece atención la definición con la que Lisias engloba a Pisandro y Frínico: «demagogos».[638] Es obvio que Tucídides, que dedica mucha atención a Frínico, registra los movimientos, refiere sus pensamientos e incluso los pareceres expresados en círculos restringidos, pero no hace nunca alusión a esos orígenes humildes ni a un pasado «infamante». En Las avispas (422 a. C.), Aristófanes habla de Frínico como del jefe de un grupo presumiblemente político, designado con el nombre de «los de Frínico» (v. 1302), aunque en un contexto grotesco, el de la juerga final en la que Filocleón, superados sus caprichos, se enfurece. Para Tucídides, Frínico no sólo es hombre muy juicioso sino que además se ha revelado como tal «en todos los proyectos en los que intervino»;[639] por tanto claramente también en el más importante de todos, el golpe de Estado contra la democracia. Tucídides refiere también una verdadera «lección sobre las relaciones de fuerza», impartida por Frínico a los demás comandantes atenienses:[640] una lección en la que resuenan algunos motivos que los delegados atenienses habían expresado con dureza en el diálogo con los melios; en particular, una desmitificadora impugnación del «sentido del honor», que puede llevar a decisiones ruinosas.[641]
Las palabras decisivas, que constituyen asimismo un diagnóstico sobre el funcionamiento del imperio ateniense y sobre su base social, las pronuncia Frínico —y Tucídides las refiere puntualmente— cuando, poco después, comienzan en Samos las reuniones secretas de los conjurados. Entonces Tucídides parece casi levantar el «acta» de una sesión de hetería.[642]
Los temas en discusión parecen ser dos: si anclar la fortuna de la inminente acción subversiva a la demanda de Alcibíades, reservando y reconociendo entonces al exigente exiliado el papel protagonista; y si contar con el automatismo del cambio de régimen incluso en las ciudades aliadas, una vez tomado el poder en Atenas. Sobre ambos puntos —anota Tucídides con admiración y consentimiento— Frínico veía más lejos que los demás. Hablaba claro (como es comprensible, por otra parte, entre los oligarcas, cuando no hace falta poner en funcionamiento la retórica demagógica). A los otros les parecía plausible, y aceptable, el ofrecimiento de Alcibíades: un acuerdo con Persia a cambio de regresar a Atenas, que ya no estaba en democracia.[643] Frínico, en cambio, lanzaba advertencias. Decía —según refiere Tucídides,[644] como alguien que ha estado presente—: a mí, Alcibíades no me parece en absoluto favorable a un régimen más que a otro, lo único que le importa es poder regresar, de una manera o de otra, «llamado por su hetería (ὑπὸ τῶν ἑταίρων παρακληθείς) tras haber subvertido el orden establecido en la ciudad». Aquí Tucídides inserta un comentario: «estaba en lo cierto». Agregaba Frínico que también el argumento relativo a las intenciones del Gran Rey le parecía equivocado: «Pensaban asimismo que no resultaba interesante para el Gran Rey —en un momento en que los peloponesios habían igualado a los atenienses en el mar y tenían en su poder ciudades que no eran las menos importantes de su imperio— meterse en problemas poniéndose de lado de los atenienses, en los que no tenía confianza, cuando le era posible conseguir la amistad de los peloponesios, de quienes no había recibido hasta entonces ningún daño». Palabras muy significativas, que evocan el rencor nunca relajado en Persia respecto de Atenas por el papel asumido en la revuelta de Jonia, noventa años atrás. Frínico pasaba así a explicar —y Tucídides asegura que ésas fueron exactamente sus palabras—[645] que las ciudades aliadas, oprimidas por el gobierno popular ateniense, no hubieran elegido permanecer de buen grado con Atenas después del golpe de mano y la instauración de un gobierno oligárquico: no querrán «ser esclavas, ni en un régimen democrático ni en uno oligárquico (δουλεύειν μετ᾿ὀλιγαρχίας)», quieren liberarse, simplemente. Aquí agrega lo que Moses Finley habría de definir como «la paradoja de Frínico»:[646] «no olvidemos», dice, «que el imperio nos conviene también a nosotros y que gran parte de nuestras ventajas materiales vienen precisamente del imperio». Dice también algo más punzante, vistas las circunstancias y el ambiente en que hablaba: que la desafección de los aliados-súbditos no se modificaría ni siquiera después del cambio de régimen, ya que los aliados-súbditos sabían bien que los propios «señores» (los kalokagathoi)[647] habían sido los responsables y promotores de los crímenes cometidos contra ellos por el régimen democrático.
Esta discusión, en la que los participantes no tienen ninguna necesidad de practicar la seducción oratoria (no teniendo delante materia prima humana a la que destinarla), sino que miran a la realidad a la cara, quizá con una división de los roles que se forma en el curso mismo de la discusión, es muy semejante a la que se desarrolla en el recordado diálogo Sobre el sistema político ateniense. Reproduzcamos algunas intervenciones del final del diálogo:
—Uno podría observar que nadie en Atenas ha sido sometido a atimia[648] injustamente.
—Digo en cambio que hay quienes han sido sometidos a atimia injustamente, aunque son pocos, y para derrocar la democracia en Atenas hacen falta más de unos pocos.[649]
Poco después, la conclusión acontece, por obra, se diría, del interlocutor que ha abierto la cuestión («¿con cuántos atimoi podemos contar?»): «A la luz de este cálculo (ταῦτα λογιζόμενον) es inevitable concluir que los atimoi no constituyen una seria amenaza para el régimen democrático.»[650] Es el mismo procedimiento racional que precede a la discusión entre Frínico y los otros conjurados sobre las dos cuestiones cruciales: qué hará Alcibíades, qué harán los aliados. Es el tono de los diálogos escenificados por Platón (donde se busca la verdad, no se intenta arrancar el consentimiento); es el tono de las discusiones en la hetería cuando se debe pasar a la acción y no simplemente excitar a los «heterios» al odio contra el poder popular, quizá inventando detalles históricos falsos, como había hecho Andócides en el «Discurso a su hetería».[651]

 2

Frínico va aún más allá en este «juego de la verdad» que es la discusión entre los oligarcas. Llega a decir que estaba seguro de que la opinión dominante en las ciudades súbditas era: «Si sólo dependiera de los “señores” se podrían esperar violencia y condenas sumarias sin juicios regulares»; mientras, en cambio, el demo ateniense, al menos, constituía un freno frente a los señores (ἐκείνων σωφρονιστήν) e (incluso) un «refugio protector» (καταφυγήν).[652] Concluía garantizando a los presentes, después de una declaración tan impactante: «me parece que los aliados piensan de este modo porque la experiencia concreta los ha llevado a la lúcida comprensión de este estado de cosas».[653] Difícil imaginar una discusión más desinhibida, en la que se nos pueden decir incluso las verdades más desagradables. En el diálogo Sobre el sistema político ateniense el interlocutor principal (en última instancia, el propio Critias) sostenía otra tesis: que el «pueblo soberano» reinante en Atenas es el principal explotador y maltratador de los aliados-súbditos. El autor de ese diálogo se concede la libertad intelectual de reconocer la coherencia aunque sea perversa del poder popular, pero no puede desviar su visión esquemática y facciosa según la cual sólo los «señores» encarnar la eunomia, el «buen gobierno». Frínico es mucho más profundo e incide sin miramientos en el punto más sensible y embarazoso: el imperio y la explotación de los aliados nos resultan cómodos también a nosotros. Es un diagnóstico que, desvelando la comunidad de intereses imperiales entre señores y pueblo, despliega también los motivos por los que ese compromiso ha durado tanto.
Tucídides está plenamente de acuerdo con esa valoración que, sin embargo, en la discusión entre los conjurados, había salido derrotada. Por eso, algunas páginas después, en su cuidadosa crónica del golpe de Estado, da relieve a un episodio aparentemente marginal pero que le sirve como prueba de lo acertado del análisis de Frínico. Cuando los conjurados, antes incluso de pasar a la acción directamente en Atenas, derrocan los regímenes democráticos en algunas ciudades aliadas, el efecto que se produce, poco más tarde, es el de una pura y simple deserción. Vale el ejemplo de Tasos, donde, tan sólo dos meses después del cambio de régimen, la ciudad se pasa al bando enemigo. Tucídides comenta: «Así pues, en lo que respecta a Tasos, ocurrió lo contrario de lo que esperaban los atenienses que implantaron la oligarquía, y me parece que pasó lo mismo en el caso de otros muchos pueblos sometidos a Atenas; pues, una vez que las ciudades recuperaron la cordura [fórmula oligárquica para decir: derrocaron la democracia][654] y la libertad de actuar sin miedo a represalias, escogieron la senda de la auténtica libertad que tenían a su alcance, sin preferir la ambigua eunomia ofrecida por Atenas.»[655]
Este pasaje de Tucídides tiene una extraordinaria importancia. Es uno de los lugares en los que expresa de forma directa su punto de vista político; cosa que, por otra parte, le sucede con mayor frecuencia de lo habitual en este largo diario de la crisis de 411. (Piénsese en la clara valoración positiva, como «primer auténtico buen gobierno de Atenas», del gobierno de Terámenes y los Cinco Mil). Pero este pasaje también es extraordinario en un plano más profundo, inherente a la concepción misma de la historiografía que Tucídides practica en su escritura. El estudio de la política viva es para él la única forma verdadera de conocimiento histórico: de ahí el acento que se pone en el valor ejemplar de los acontecimientos considerados en su propio desarrollo respecto de los diagnósticos y pronósticos, de las que el verdadero político, necesariamente previsor, se demuestra capaz. Frínico ha visto lo que los otros no han querido entender aunque hayan sido puestos sobre aviso. Por eso van al encuentro del fracaso: la experiencia de un gobierno finalmente no dominado por los humores populares y por la necesidad de secundarlos (es decir, la democracia) fracasará cuando Eubea se desprenda del imperio, y entonces se intentará remediarlo liquidando el gobierno de Antifonte, Aristarco y compañía. Esta salida representa una gran —aunque estéril— victoria póstuma para Frínico (quien mientras tanto ha sido asesinado en circunstancias nunca aclaradas del todo).
Tucídides fue partícipe directo de esa discusión en la que Frínico había dicho la verdad y sin embargo resultó perdedor. No se comprendería de otro modo por qué, de todo el debate y de las opiniones expresadas en esa decisiva sesión en la que se decidieron las operaciones que, poco más tarde, llevarían a los oligarcas al poder, Tucídides da espacio casi únicamente al discurso de Frínico, con el que se identifica. Una selección semejante es decisión enteramente suya, original y significativa. Frente a un fenómeno como ése parece en cambio ingenua la invención, a la que algunos se creen obligados, de un diligente «informador», una especie de «doble», al que Tucídides debería todo lo que sabe sobre la crisis de 411.[656] (Invención que desciende del prejuicio de un aislamiento del historiador, en un exilio que duró veinte años, de 424 a 404, alejado en tales condiciones de los lugares y de las circunstancias decisivas del acontecimiento que relata tan abiertamente de primera mano). Habría que imaginar algo que va mucho más allá de un «doble»: un «informador» dotado de las mismas preferencias intelectuales y políticas, de la misma sensibilidad que Tucídides. En definitiva, de una «sombra», de un segundo Tucídides no exiliado y por tanto dueño de absoluta libertad en el corazón del imperio ateniense (en este caso, cerca de la flota de Samos). O, peor aún, deberemos imaginar que el Tucídides «visible» que nosotros conocemos era en realidad, en algunas de las páginas más relevantes de su obra, tan sólo un subalterno que repetía lo que ese doble le decía, además —a falta de conocimientos directos— de necesariamente alineado con las opciones, opiniones políticas, juicios y preferencias de éste. En definitiva, Tucídides, maestro de historiografía política desde hace dos mil años, no sería sino el firmante de la obra que nos ha llegado, pero el verdadero autor habría sido un desconocido (su «doble», precisamente), cuyo pensamiento histórico-político frente al gigantesco hecho de la crisis de la democracia ateniense, «después de cien años ininterrumpidos de poder popular»,[657] fue —por suerte para nosotros— tomada muy en serio por el Tucídides «visible» y que nosotros conocemos, meritorio en todo caso por haber sabido escoger a sus colaboradores. Este formidable desconocido nos hace recordar aquel partenopeo «don Michele» —del que habla Benedetto Croce— quien pretendía haber sido el verdadero artífice del plan de batalla, y por tanto de la victoria, de Austerlitz: «¡el verdadero genio de Napoleón!».[658]

 3

Las propuestas, los análisis, las sugerencias de Frínico salieron derrotadas de esa discusión secreta. Pero, como observa Tucídides, habiendo tenido la fortuna de ver de cerca la obra de ese puñado de hombres «inteligentes» (tal como los define),[659] los oligarcas tienen un punto débil: son incapaces de ponerse de acuerdo, especialmente cuando toman el poder sobre las ruinas de un régimen democrático.[660] Explotó entre ellos una rivalidad que se tradujo en una grave discordia operativa.

Quizá Frínico había, además, subestimado la activa y hábil presencia, en el grupo central de la conspiración, de un exlíder democrático que, cínicamente, se había pasado a la parte opuesta: Pisandro, del demo de Acarne. Sin duda, un adiestramiento tan riguroso rinde sus frutos. Pisandro hizo jaque mate a Frínico.

 [633] Tucídides, VIII, 27. <<
[634] Tucídides, VIII, 54, 4: un pasaje de gran importancia para comprender cómo funcionaba este mundo casi invisible. <<
[635] Tucídides, VIII, 48. <<
[636] [Lisias], XX, 11. <<
[637] [Lisias], XX, 12: ἐσυκοφάντει. <<
[638] Lisias, XXV, 9. <<
[639] Tucídides, VIII, 27, 5. <<
[640] Tucídides, VIII, 27, 1-3. <<
[641] Cfr. las palabras de los delegados atenienses en Tucídides, V, 111, 3. <<
[642] Tucídides, VIII, 48, 4-7. <<
[643] Tucídides, VIII, 47, 2. <<
[644] VIII, 48. <<
[645] VIII, 48, 5: e? εὖ εἰδέναι, ἔφη, κτλ. <<
[646] «The Fifth-Century Athenian Empire: a Balance Sheet», en el volumen editado por P. D. A. Garnsey, C. R. Whittaker, Imperialism in the Ancient World, Cambridge University Press, Cambridge, 1978, p. 123. <<
[647] Tucídides, VIII, 48, 6: τούς τε καλοὺς κἀγαθοὺς ὀνομαζομένους […] ποριστὰς καὶ ἐσηγητάς. <<
[648] Privación de los derechos políticos. <<
[649] [Jenofonte], Sobre el sistema político ateniense, III, 12, Cfr., más arriba, Primera parte, cap. IV. <<
[650] También Frínico incita a calcular la relación de fuerzas cuando hace que se detengan los otros comandantes después del semifallido ataque ateniense a Mileto (Tucídides, VIII, 27, 2). <<
[651] Se inventó que los atenienses habían profanado la tumba de Temístocles, que en verdad estaba enterrado en Asia. Plutarco, «Vida de Temístocles», 32, comenta: «miente con el fin de excitar a los oligarcas contra el demo». <<
[652] Tucídides, VIII, 48, 6. <<
[653] Tucídides, VIII, 48, 7. <<
[654] σωφροσύνην λαβοῦσαι. Para σωφροσύνη = gobierno no democrático, y por tanto buen gobierno, cfr. Platón, Gorgias, 519a. <<
[655] Tucídides, VIII, 64, 5. <<
[656] Así Dover en A. W. Gomme, A. Andrewes, K. J. Dover, A Historical Commentary on Thucydides, V (libro VIII); Clarendon Press, Oxford, 1981, p. 310: «Thucydides’ informant left Athens at the fall of the Four Hundred». En verdad, fue el propio Tucídides quien abandonó Atenas después de haberse expuesto demasiado directamente en esa aventura, que lo exaltó en un determinado momento (cfr. VIII, 88, 4). <<
[657] Tucídides, VIII, 68, 4. <<
[658] En Curiosità storiche, Ricciardi, Nápoles, 1921, p. 204. <<
[659] Tucídides, VIII, 68, 4: ἀπ᾿ἀνδρῶν πολλῶν καὶ ξυνετῶν πραχθὲν τὸ ἔργον οὐκ ἀπεικότως καίπερ μέγα ὂν προυχώρησεν. <<
[660] Tucídides, VIII, 89, 3: un pensamiento que agradó, como ya se ha observado, a Aristóteles, Política, V, 1305b 22-30. <<

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