En 412 Frínico, hijo de
Estratónides, del demo ático de Diriadites, era estratego. Había atacado con
éxito inicial la flota espartana atrincherada en Mileto, pero después había
tenido que retirarse «dejando su victoria inacabada», como dice Tucídides.[633]
Eran los meses en los que se estaba incubando la crisis política más grave de
Atenas. Los oligarcas salían a la luz y, tras décadas de abstinencia política,
pensaban que había llegado por fin su momento. Sus clubs secretos (las «heterías») se habían puesto en movimiento, no
ya como lugares de estériles lamentos privados sino como posibles núcleos de
acción; empezaban a comunicarse entre ellos con vistas a una acción unitaria
dirigida al derrocamiento del sistema democrático.[634] En los
albores de la conjura se pensaba que Alcibíades había podido desarrollar un
papel, por ejemplo poner al rey de Persia, a través de la ayuda del sátrapa
Tisafernes, de parte de Atenas. El regreso de Alcibíades a la ciudad y el
derrocamiento de la democracia parecían etapas necesarias de un mismo proyecto.
Frínico participaba de las
reuniones secretas.[635] Sin embargo, se murmuraba acerca de sus
orígenes sociales. Si damos crédito al hostil orador del discurso judicial «En
defensa de Polístrato» (que se conservó gracias a quedar incluido en el corpus de Lisias), Frínico, de niño,
había sido «guardián de manadas»;[636] más tarde, ya en la ciudad,
habría vivido de la política, frecuentando los tribunales y formándose como
«sicofante»; lo cual, si tomamos literalmente aquello que con frecuencia es una
injuria genérica, debería significar que se ganaba la vida con acusaciones
discutibles, quizá falsas, pero en todo caso rentables.[637] Este
defensor de Polístrato está muy interesado en presentar a Frínico bajo una luz
negativa. Tratándose de un muerto, podría incluso jugar sucio, frente a los
juicios, precisamente en el punto delicado del presunto origen social bajo (lo
llama incluso pobre [πένης]) de un
personaje tan notable. El hecho de que haya sido estratego nos hace comprender
que, de todos modos, Frínico no debía de estar en mala posición social. Merece
atención la definición con la que Lisias engloba a Pisandro y Frínico:
«demagogos».[638] Es obvio que Tucídides, que dedica mucha atención
a Frínico, registra los movimientos, refiere sus pensamientos e incluso los
pareceres expresados en círculos restringidos, pero no hace nunca alusión a
esos orígenes humildes ni a un pasado «infamante». En Las avispas (422 a . C.),
Aristófanes habla de Frínico como del jefe de un grupo presumiblemente
político, designado con el nombre de «los de Frínico» (v. 1302), aunque en un
contexto grotesco, el de la juerga final en la que Filocleón, superados sus
caprichos, se enfurece. Para Tucídides, Frínico no sólo es hombre muy juicioso
sino que además se ha revelado como tal «en todos los proyectos en los que
intervino»;[639] por tanto claramente también en el más importante
de todos, el golpe de Estado contra la democracia. Tucídides refiere también
una verdadera «lección sobre las relaciones de fuerza», impartida por Frínico a
los demás comandantes atenienses:[640] una lección en la que
resuenan algunos motivos que los delegados atenienses habían expresado con
dureza en el diálogo con los melios; en particular, una desmitificadora
impugnación del «sentido del honor», que puede llevar a decisiones ruinosas.[641]
Las palabras decisivas, que
constituyen asimismo un diagnóstico sobre el funcionamiento del imperio
ateniense y sobre su base social, las pronuncia Frínico —y Tucídides las
refiere puntualmente— cuando, poco después, comienzan en Samos las reuniones
secretas de los conjurados. Entonces Tucídides parece casi levantar el «acta»
de una sesión de hetería.[642]
Los temas en discusión parecen
ser dos: si anclar la fortuna de la inminente acción subversiva a la demanda de
Alcibíades, reservando y reconociendo entonces al exigente exiliado el papel
protagonista; y si contar con el automatismo del cambio de régimen incluso en
las ciudades aliadas, una vez tomado el poder en Atenas. Sobre ambos puntos
—anota Tucídides con admiración y consentimiento— Frínico veía más lejos que
los demás. Hablaba claro (como es comprensible, por otra parte, entre los
oligarcas, cuando no hace falta poner en funcionamiento la retórica
demagógica). A los otros les parecía plausible, y aceptable, el ofrecimiento de
Alcibíades: un acuerdo con Persia a cambio de regresar a Atenas, que ya no
estaba en democracia.[643] Frínico, en cambio, lanzaba advertencias.
Decía —según refiere Tucídides,[644] como alguien que ha estado
presente—: a mí, Alcibíades no me parece en absoluto favorable a un régimen más
que a otro, lo único que le importa es poder regresar, de una manera o de otra,
«llamado por su hetería (ὑπὸ τῶν ἑταίρων παρακληθείς) tras haber subvertido el
orden establecido en la ciudad». Aquí Tucídides inserta un comentario: «estaba
en lo cierto». Agregaba Frínico que también el argumento relativo a las
intenciones del Gran Rey le parecía equivocado: «Pensaban asimismo que no
resultaba interesante para el Gran Rey —en un momento en que los peloponesios
habían igualado a los atenienses en el mar y tenían en su poder ciudades que no
eran las menos importantes de su imperio— meterse en problemas poniéndose de
lado de los atenienses, en los que no tenía confianza, cuando le era posible
conseguir la amistad de los peloponesios, de quienes no había recibido hasta
entonces ningún daño». Palabras muy significativas, que evocan el rencor nunca
relajado en Persia respecto de Atenas por el papel asumido en la revuelta de
Jonia, noventa años atrás. Frínico pasaba así a explicar —y Tucídides asegura
que ésas fueron exactamente sus palabras—[645] que las ciudades
aliadas, oprimidas por el gobierno popular ateniense, no hubieran elegido
permanecer de buen grado con Atenas después del golpe de mano y la instauración
de un gobierno oligárquico: no querrán «ser esclavas, ni en un régimen
democrático ni en uno oligárquico (δουλεύειν μετ᾿ὀλιγαρχίας)», quieren
liberarse, simplemente. Aquí agrega lo que Moses Finley habría de definir como
«la paradoja de Frínico»:[646] «no olvidemos», dice, «que el imperio
nos conviene también a nosotros y que gran parte de nuestras ventajas
materiales vienen precisamente del imperio». Dice también algo más punzante,
vistas las circunstancias y el ambiente en que hablaba: que la desafección de
los aliados-súbditos no se modificaría ni siquiera después del cambio de
régimen, ya que los aliados-súbditos sabían bien que los propios «señores» (los
kalokagathoi)[647] habían
sido los responsables y promotores de los crímenes cometidos contra ellos por
el régimen democrático.
Esta discusión, en la que los
participantes no tienen ninguna necesidad de practicar la seducción oratoria
(no teniendo delante materia prima humana a la que destinarla), sino que miran
a la realidad a la cara, quizá con una división de los roles que se forma en el
curso mismo de la discusión, es muy semejante a la que se desarrolla en el
recordado diálogo Sobre el sistema
político ateniense. Reproduzcamos algunas intervenciones del final del
diálogo:
—Uno podría observar que nadie en
Atenas ha sido sometido a atimia[648]
injustamente.
—Digo en cambio que hay quienes
han sido sometidos a atimia
injustamente, aunque son pocos, y para derrocar la democracia en Atenas hacen
falta más de unos pocos.[649]
Poco después, la conclusión
acontece, por obra, se diría, del interlocutor que ha abierto la cuestión
(«¿con cuántos atimoi podemos
contar?»): «A la luz de este cálculo
(ταῦτα λογιζόμενον) es inevitable concluir que los atimoi no constituyen una seria amenaza para el régimen
democrático.»[650] Es el mismo procedimiento racional que precede a
la discusión entre Frínico y los otros conjurados sobre las dos cuestiones
cruciales: qué hará Alcibíades, qué harán los aliados. Es el tono de los
diálogos escenificados por Platón (donde se busca la verdad, no se intenta
arrancar el consentimiento); es el tono de las discusiones en la hetería cuando
se debe pasar a la acción y no simplemente excitar a los «heterios» al odio
contra el poder popular, quizá inventando detalles históricos falsos, como
había hecho Andócides en el «Discurso a su hetería».[651]
2
Frínico va aún más allá en este
«juego de la verdad» que es la discusión entre los oligarcas. Llega a decir que
estaba seguro de que la opinión dominante en las ciudades súbditas era: «Si
sólo dependiera de los “señores” se podrían esperar violencia y condenas
sumarias sin juicios regulares»; mientras, en cambio, el demo ateniense, al
menos, constituía un freno frente a los señores (ἐκείνων σωφρονιστήν) e
(incluso) un «refugio protector» (καταφυγήν).[652] Concluía
garantizando a los presentes, después de una declaración tan impactante: «me
parece que los aliados piensan de este modo porque la experiencia concreta los
ha llevado a la lúcida comprensión de este estado de cosas».[653]
Difícil imaginar una discusión más desinhibida, en la que se nos pueden decir
incluso las verdades más
desagradables. En el diálogo Sobre el
sistema político ateniense el interlocutor principal (en última instancia,
el propio Critias) sostenía otra tesis: que el «pueblo soberano» reinante en
Atenas es el principal explotador y maltratador de los aliados-súbditos. El
autor de ese diálogo se concede la libertad intelectual de reconocer la
coherencia aunque sea perversa del poder popular, pero no puede desviar su
visión esquemática y facciosa según la cual sólo los «señores» encarnar la eunomia, el «buen gobierno». Frínico es
mucho más profundo e incide sin miramientos en el punto más sensible y
embarazoso: el imperio y la explotación de los aliados nos resultan cómodos
también a nosotros. Es un diagnóstico que, desvelando la comunidad de intereses
imperiales entre señores y pueblo, despliega también los motivos por los que
ese compromiso ha durado tanto.
Tucídides está plenamente de
acuerdo con esa valoración que, sin embargo, en la discusión entre los
conjurados, había salido derrotada. Por eso, algunas páginas después, en su
cuidadosa crónica del golpe de Estado, da relieve a un episodio aparentemente
marginal pero que le sirve como prueba de lo acertado del análisis de Frínico.
Cuando los conjurados, antes incluso de pasar a la acción directamente en
Atenas, derrocan los regímenes democráticos en algunas ciudades aliadas, el
efecto que se produce, poco más tarde, es el de una pura y simple deserción.
Vale el ejemplo de Tasos, donde, tan sólo dos meses después del cambio de
régimen, la ciudad se pasa al bando enemigo. Tucídides comenta: «Así pues, en
lo que respecta a Tasos, ocurrió lo contrario de lo que esperaban los
atenienses que implantaron la oligarquía, y me parece que pasó lo mismo en el
caso de otros muchos pueblos sometidos a Atenas; pues, una vez que las ciudades
recuperaron la cordura [fórmula oligárquica para decir: derrocaron la democracia][654] y la libertad de actuar
sin miedo a represalias, escogieron la senda de la auténtica libertad que
tenían a su alcance, sin preferir la ambigua eunomia ofrecida por Atenas.»[655]
Este pasaje de Tucídides tiene
una extraordinaria importancia. Es uno de los lugares en los que expresa de
forma directa su punto de vista político; cosa que, por otra parte, le sucede
con mayor frecuencia de lo habitual en este largo diario de la crisis de 411.
(Piénsese en la clara valoración positiva, como «primer auténtico buen gobierno
de Atenas», del gobierno de Terámenes y los Cinco Mil). Pero este pasaje
también es extraordinario en un plano más profundo, inherente a la concepción
misma de la historiografía que Tucídides practica en su escritura. El estudio
de la política viva es para él la
única forma verdadera de conocimiento histórico: de ahí el acento que se pone
en el valor ejemplar de los acontecimientos considerados en su propio
desarrollo respecto de los diagnósticos y pronósticos, de las que el verdadero
político, necesariamente previsor, se demuestra capaz. Frínico ha visto lo que
los otros no han querido entender aunque hayan sido puestos sobre aviso. Por
eso van al encuentro del fracaso: la experiencia de un gobierno finalmente no
dominado por los humores populares y por la necesidad de secundarlos (es decir,
la democracia) fracasará cuando Eubea se desprenda del imperio, y entonces se
intentará remediarlo liquidando el gobierno de Antifonte, Aristarco y compañía.
Esta salida representa una gran —aunque estéril— victoria póstuma para Frínico
(quien mientras tanto ha sido asesinado en circunstancias nunca aclaradas del
todo).
Tucídides fue partícipe directo
de esa discusión en la que Frínico había dicho la verdad y sin embargo resultó
perdedor. No se comprendería de otro modo por qué, de todo el debate y de las
opiniones expresadas en esa decisiva sesión en la que se decidieron las
operaciones que, poco más tarde, llevarían a los oligarcas al poder, Tucídides
da espacio casi únicamente al discurso de Frínico, con el que se identifica.
Una selección semejante es decisión enteramente suya, original y significativa.
Frente a un fenómeno como ése parece en cambio ingenua la invención, a la que
algunos se creen obligados, de un diligente «informador», una especie de
«doble», al que Tucídides debería todo lo que sabe sobre la crisis de 411.[656]
(Invención que desciende del prejuicio de un aislamiento del historiador, en un
exilio que duró veinte años, de 424
a 404, alejado en tales condiciones de los lugares y de
las circunstancias decisivas del acontecimiento que relata tan abiertamente de
primera mano). Habría que imaginar algo que va mucho más allá de un «doble»: un
«informador» dotado de las mismas preferencias intelectuales y políticas, de la
misma sensibilidad que Tucídides. En definitiva, de una «sombra», de un segundo
Tucídides no exiliado y por tanto dueño de absoluta libertad en el corazón del
imperio ateniense (en este caso, cerca de la flota de Samos). O, peor aún,
deberemos imaginar que el Tucídides «visible» que nosotros conocemos era en
realidad, en algunas de las páginas más relevantes de su obra, tan sólo un
subalterno que repetía lo que ese doble le decía, además —a falta de
conocimientos directos— de necesariamente alineado con las opciones, opiniones
políticas, juicios y preferencias de éste. En definitiva, Tucídides, maestro de
historiografía política desde hace dos mil años, no sería sino el firmante de
la obra que nos ha llegado, pero el verdadero autor habría sido un desconocido
(su «doble», precisamente), cuyo pensamiento histórico-político frente al
gigantesco hecho de la crisis de la democracia ateniense, «después de cien años
ininterrumpidos de poder popular»,[657] fue —por suerte para
nosotros— tomada muy en serio por el Tucídides «visible» y que nosotros conocemos,
meritorio en todo caso por haber sabido escoger a sus colaboradores. Este
formidable desconocido nos hace recordar aquel partenopeo «don Michele» —del
que habla Benedetto Croce— quien pretendía haber sido el verdadero artífice del
plan de batalla, y por tanto de la victoria, de Austerlitz: «¡el verdadero
genio de Napoleón!».[658]
3
Las propuestas, los análisis, las
sugerencias de Frínico salieron derrotadas de esa discusión secreta. Pero, como
observa Tucídides, habiendo tenido la fortuna de ver de cerca la obra de ese
puñado de hombres «inteligentes» (tal como los define),[659] los
oligarcas tienen un punto débil: son incapaces de ponerse de acuerdo,
especialmente cuando toman el poder sobre las ruinas de un régimen democrático.[660]
Explotó entre ellos una rivalidad que se tradujo en una grave discordia
operativa.
Quizá Frínico había, además,
subestimado la activa y hábil presencia, en el grupo central de la
conspiración, de un exlíder democrático que, cínicamente, se había pasado a la
parte opuesta: Pisandro, del demo de Acarne. Sin duda, un adiestramiento tan
riguroso rinde sus frutos. Pisandro hizo jaque mate a Frínico.
[633]
Tucídides, VIII, 27. <<
[634] Tucídides, VIII, 54, 4: un pasaje de gran importancia
para comprender cómo funcionaba este mundo casi invisible. <<
[635] Tucídides, VIII, 48. <<
[636] [Lisias], XX, 11. <<
[637] [Lisias], XX, 12: ἐσυκοφάντει. <<
[638] Lisias, XXV, 9. <<
[639] Tucídides, VIII, 27, 5. <<
[640] Tucídides, VIII, 27, 1-3. <<
[641] Cfr. las palabras de los delegados atenienses en
Tucídides, V, 111, 3. <<
[642] Tucídides, VIII, 48, 4-7. <<
[643] Tucídides, VIII, 47, 2. <<
[644] VIII, 48. <<
[645] VIII, 48, 5: e? εὖ εἰδέναι, ἔφη, κτλ. <<
[646] «The
Fifth-Century Athenian Empire: a Balance Sheet», en el volumen editado por P.
D. A. Garnsey, C. R. Whittaker, Imperialism in the Ancient World,
Cambridge University Press, Cambridge, 1978, p. 123. <<
[647] Tucídides,
VIII, 48, 6: τούς τε καλοὺς κἀγαθοὺς ὀνομαζομένους […] ποριστὰς καὶ ἐσηγητάς. <<
[648] Privación de los derechos políticos. <<
[649] [Jenofonte], Sobre el sistema político ateniense,
III, 12, Cfr., más arriba, Primera parte, cap. IV. <<
[650] También Frínico incita a calcular la relación de
fuerzas cuando hace que se detengan los otros comandantes después del
semifallido ataque ateniense a Mileto (Tucídides, VIII, 27, 2). <<
[651] Se inventó que los atenienses habían profanado la tumba
de Temístocles, que en verdad estaba enterrado en Asia. Plutarco, «Vida de
Temístocles», 32, comenta: «miente con el fin de excitar a los oligarcas contra
el demo». <<
[652] Tucídides, VIII, 48, 6. <<
[653] Tucídides, VIII, 48, 7. <<
[654] σωφροσύνην λαβοῦσαι. Para σωφροσύνη = gobierno no
democrático, y por tanto buen gobierno, cfr. Platón, Gorgias, 519a. <<
[655] Tucídides,
VIII, 64, 5. <<
[656] Así Dover en
A. W. Gomme, A. Andrewes, K. J. Dover, A Historical Commentary on
Thucydides, V (libro VIII); Clarendon Press, Oxford, 1981, p.
310: «Thucydides’ informant left Athens at the fall of the Four Hundred». En verdad, fue el propio Tucídides quien abandonó Atenas
después de haberse expuesto demasiado directamente en esa aventura, que lo
exaltó en un determinado momento (cfr. VIII, 88, 4). <<
[657] Tucídides, VIII, 68, 4. <<
[658] En Curiosità storiche, Ricciardi,
Nápoles, 1921, p. 204. <<
[659] Tucídides, VIII, 68, 4: ἀπ᾿ἀνδρῶν πολλῶν καὶ ξυνετῶν
πραχθὲν τὸ ἔργον οὐκ ἀπεικότως καίπερ μέγα ὂν προυχώρησεν. <<
[660] Tucídides, VIII, 89, 3: un pensamiento que agradó, como
ya se ha observado, a Aristóteles, Política, V, 1305b 22-30. <<
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