1
Si es verdad que «la historia
verdadera es la historia secreta», como escribió acertadamente Ronald Syme,[605]
más que nunca lo es en el caso de una conjura; más en general, allí donde la
acción política es desarrollada o promovida por sociedades secretas. Las
«heterías» atenienses lo eran sin duda, aun cuando, como sucede con frecuencia
en organizaciones de ese tipo, algo se filtrara al exterior. Existía un nivel
más abierto, que se manifestaba y se expresaba en el contexto lúdico del
banquete. Pero existía también otro nivel, mucho más delicado y menos abierto,
en el que se hacían proyectos, se intrigaba, se rivalizaba y, llegado el caso,
se traicionaba, como sucedió en las convulsas jornadas de las delaciones y
contradelaciones sucesivas a los escándalos «sacramentales», en realidad
escándalos políticos, de 415. No se nos debe escapar la precisión terminológica
de Tucídides: por un lado habla de «heterios» cuando, por ejemplo, se refiere a
la reunión de los conjurados en la que Frínico expone sus dudas a
contracorriente;[606] por otra parte, cuando habla de Pisandro en
plena acción, lanzado a la organización concreta de la trama, dice que éste se
puso en contacto, en Atenas, una por una, «con las conjuras entonces
existentes».[607]
En general, debe decirse que es
característica de los grupos políticos de todos los tiempos la organización en
círculos concéntricos; de tal modo que las decisiones más importantes parten
del nivel más restringido, donde tiene lugar, en el mayor secreto
(especialmente cuando se trata de heterías), la discusión que lleva a las
opciones operativas. Es bien conocida la preciosa información que a este propósito
nos aporta Séneca sobre Cayo Graco y Livio Druso, y sobre la estructura de los
círculos concéntricos de sus grupos políticos. La expresión que adopta Séneca
es «dividir en grupos» (segregare):
«alios in secretum recipere, alios cum pluribus, alios universos».[608]
El aspecto más fascinante y más
significativo del relato de Tucídides sobre la crisis política ateniense,
aunque sistemáticamente ignorado por los estudiosos modernos, consiste en el
perfecto conocimiento que demuestra poseer el historiador acerca de cuanto se
decía en los diversos niveles de la
conjura, e incluso en el más alto de todos: del que proviene la revelación
del verdadero artífice e impulsor de la conjura, es decir Antifonte. (Si hace
tal revelación es porque, cuando escribe, su «héroe» ya está muerto, por obra
de Terámenes). Conoce la comunicación de los oligarcas con el exterior, conoce
la discusión en el círculo más restringido, conoce y señala los tres «distintos
jefes», y revela, en fin, que Antifonte, y no Pisandro, a pesar de su
exposición en la gestión del golpe, era «quien había organizado todo el asunto
de modo que alcanzara este resultado y quien se había cuidado de ello más que
nadie».[609] A continuación, y según un grado decreciente de peso
específico, señala a Frínico (también él ya muerto cuando Tucídides le atribuye
ese papel principal)[610] y, en fin, Terámenes. Sobre Frínico se
expresa Tucídides, no sin cierta sorpresa para el lector distraído, de modo muy
comprometedor: «una vez comprometido, demostró que era el hombre con el que más se podía contar».[611] La
traducción más acertada de esta frase se debe a Denis Roussel [1964]: «Une
fois qu’il fut associé au mouvement, il apparut qu’on pouvait, devant le
danger, compter absolument sur lui.»[612] Si se considera que la
acusación tópica contra Frínico era que se trataba de un «intrigante»,[613]
queda claro que la definición de él como «más leal que ningún otro» es el
mentís más contundente, por parte de Tucídides, de tal cliché. Tucídides —como
veremos— se hace intérprete profundo y plenamente partidario del pensamiento
expresado por Frínico en la crucial reunión preparatoria de los conjurados
celebrada en Samos.[614] Tucídides es además la única fuente fiable
acerca del oscuro episodio del atentado mortal contra Frínico. Aquí —en el
capítulo-revelación (VIII, 68)— aparece como vindicador del honor de Frínico,
definido como un conjurado «profundamente leal», en evidente antítesis respecto
del tercer personaje principal de la conjura, mencionado inmediatamente
después, es decir, de Terámenes. A éste Tucídides le reserva un tratamiento
bien distinto, a pesar de reconocerle el papel protagonista, que ciertamente
Terámenes había intentado hacer que se olvidara. Si es el único del que aporta
el patronímico («hijo de Hagnón»), quizá no se trate de una casualidad, dado
que Hagnón había sido, como Próbulo, uno de los «padres inspiradores» de las
operaciones ideadas y realizadas por los conjurados. Equivale a decir que
Terámenes estaba allí —y había subido directamente a la «cima»— también en
virtud de la autoridad paterna en el mundo de los oligarcas, del mismo modo que
Critias se encontró naturaliter entre
los Cuatrocientos por el hecho mismo de ser el hijo de Calescro, uno de los
líderes, bien visible en la escena, del nuevo régimen.
Pero es el juicio acerca de la
persona de Terámenes lo que merece atención. Éste es formulado por Tucídides de
modo que se entienda que le es bien conocido su papel principal, pero también
de modo que aparezca clara la lejanía del historiador respecto de él y de su
persona: «Terámenes, hijo de Hagnón, asimismo tuvo un papel principal entre los
que se unieron para derrocar el gobierno popular.»[615] Con πρῶτος
ἦν quiere decir, sin duda, «el más tenaz». A lo que agrega: «persona no
incapacitada ni para hablar ni para juzgar».[616] Un juicio mucho
más frío y reductivo respecto a lo dicho poco antes sobre Antifonte: «quien
había organizado todo el asunto de modo que alcanzara este resultado y quien se
había cuidado de ello más que nadie era Antifonte, un hombre que por su
capacidad no era inferior a ninguno de los atenienses de su época en el campo
de la areté [virtud como cualidad moral] y sí el mejor dotado para pensar y
expresar sus ideas».[617]
Terámenes no es entonces una
pálida copia del gran Antifonte. Tucídides, que los pone tan abiertamente en
contraposición, sabe —porque acaba de hablar del proceso en el que Antifonte
fue condenado y se defendió con insuperada maestría— que fue precisamente
Terámenes quien acusó a Antifonte y lo quiso condenar ejemplarmente a muerte,
con el fin de salvarse a sí mismo.
2
La página sobre Antifonte es,
quizá —junto con aquella en la que se hace la valoración de Pericles (II, 65)—,
una de las más importantes de toda la obra tucidídea. Una página fundamental,
sobre la que han meditado tanto Platón[618] como Aristóteles,[619]
así como, en esa estela, Cicerón,[620] pero que no atrajo a los
modernos, quienes incluso la desprecian[621] porque revela, por si
aún hiciera falta, que Tucídides fue testigo del proceso contra Antifonte,
además de partícipe de todo el episodio del gobierno oligárquico.
Esta página es crucial por la
revelación con la que se abre, pero lo es también, y no en menor grado, por el retrato moral de Antifonte.
Quien tenga sensibilidad para la
lengua griega o para el estilo no puede dejar de pensar —frente a las palabras,
con valor de verdadero y propio epitafio, «no era inferior a ninguno de los atenienses
de su época en el campo de la areté»,
y a las que siguen (κράτιστος ἐνθυμηθῆναι)— en el epitafio con el que se
concluye el Fedón platónico: «Éste
fue el fin que tuvo nuestro amigo, el mejor hombre (ἀρίστου),[622]
podemos decir nosotros, de los que entonces conocimos y sin duda el más
inteligente y el más justo.»[623] Es probable que este epitafio sea
también una réplica del que escribe Tucídides sobre Antifonte; es decir, que
también en el Fedón Platón sigue
desarrollando su contraposición a las valoraciones de Tucídides, como se
advierte en varios diálogos, desde el Gorgias
(515e) —donde son «condenados» los dos grandes del «Panteón» tucidídeo,
Temístocles y Pericles— al Menéxeno.
En el ya lejano 1846 Franz
Wolfgang Ullrich, el fundador, en la estela de Karl Wilhelm Krüger, de la
«cuestión tucidídea», lanzó una hipótesis. Especuló con la posibilidad de que
el juicio de Tucídides, que figura en ese mismo pasaje, sobre la apología
pronunciada por Antifonte en el proceso en su contra por alta traición («el
mejor discurso de defensa en una causa semejante hasta el tiempo presente»)
aludiese polémicamente a la apología de Sócrates.[624] Se comprende
que, contra la opinión dominante, Ullrich asumía como cierto que Tucídides
hubiera muerto en 399 (el mismo año del juicio y muerte de Sócrates). Por otra
parte, el tono con el que, en el libro II, Tucídides describe la obra
civilizadora del soberano de Macedonia, Arquelao (muerto también en 399),
parece un balance póstumo de la obra
de aquel gran soberano. Quien crea en cambio en la «leyenda tucidídea» (es
decir, en su muerte violenta en el momento de volver a Atenas, en 404 o 403)[625]
no puede acogerse a la sugerencia de Ullrich.
Un documento muestra que después
de 398 Tucídides continuaba con vida,[626] y por tanto no hay
impedimentos cronológicos insuperables a la propuesta formulada por Ullrich, y
acogida con incomodidad prejuiciosa por algunos modernos, de una polémica
alusión, por parte de Tucídides, a la apología de Sócrates. Pero si esta
hipótesis, tomada en sí misma, no puede sino quedar como tal (y es sin embargo
muy atractiva y persuasiva, si se tiene en mente la oposición entre Sócrates y
Antifonte testimoniada por Jenofonte en los Memorables),[627]
ella toma fuerza a la luz de la observación inversa, es decir, que el final del
Fedón («el mejor hombre, el más
inteligente y más justo») estuviera dirigido, y quisiera rebatir, la drástica
afirmación tucidídea sobre el primado moral de Antifonte («no era inferior a
ninguno en cuanto a virtud») respecto de
todos los atenienses de su tiempo.
3
En el discurso «Contra
Eratóstenes, el que fue de los Treinta», que puede fecharse entre 403 y 401,
Lisias define a Terámenes como «el principal
responsable (αἰτιώτατος) de la primera oligarquía».[628] Ahora
bien, ¿en qué sentido fue Terámenes el motor principal del golpe de Estado?
Un juicio tal, sin duda
enfatizado por Lisias con fines judiciales, no mancha al de Tucídides sobre el
papel de Antifonte. El mismo Tucídides dice que Terámenes era «el primero»
entre quienes se empleaban en derrocar el régimen democrático. No pretende, sin
duda, desmentir lo que acaba de decir en la misma página acerca del
indiscutible predominio de Antifonte en la concepción y dirección de la
memorable empresa. En todo caso, esa expresión tiene, por parte de Tucídides,
otro sentido: es una réplica a la engañosa reconstrucción de los hechos que
Terámenes debía avalar y sostener en el periodo de su poder en Atenas, entre el
final de los Cuatrocientos y el regreso de Alcibíades. Se trata de una polémica
confutación (¡«él estaba en primera fila»!) de cuanto Terámenes deseaba que
pareciese en relación con su aporte al golpe de Estado: que, en el fondo, él
había sido sobre todo el opositor interno y, poco más tarde, el que la había
demolido. Tucídides no niega que, a partir de un determinado momento, las cosas
fueron así, e incluso en este aspecto es para nosotros la fuente principal,
pero no pretende que pase inadvertida la manipulación de la verdad. Quiere que
quede claro que al principio, y en la primera fase, Terámenes estaba «en
primera línea» y fue uno de los tres principales artífices de la revolución
oligárquica. Si, por tanto, a la luz de todo ello, se relee el elogio dedicado,
justo antes, a la «lealtad» de Frínico, se comprende bien que remachar —como
hace Tucídides— el hecho de que Terámenes haya estado «en primera fila» en la
operación orientada a socavar la democracia significa estigmatizar su astucia,
y confirmar todo lo que, por motivos opuestos, los adversarios de Terámenes
echaban en cara al demasiado atrevido hijo de Hagón: un oportuno cambio de
chaqueta de consecuencias mortales para sus compañeros de aventura política.
Tucídides, Lisias y Critias
dicen, en momentos no demasiado lejanos entre sí, lo mismo. Lisias inserta en
el discurso de acusación contra Eratóstenes —uno de los Treinta, que había
matado a su hermano Polemarco cuando los Treinta decidieron expulsar a parte de
los metecos ricos— una digresión meridiana sobre el comportamiento efectivo de
Terámenes en los meses cruciales del final de la guerra y de la inmediata
posguerra. Lo hace porque su adversario (y no era el único) buscaba la
salvación proclamándose «terameniano». Con análoga dureza se expresa Critias en
el discurso que Jenofonte le atribuye al principio del relato de la guerra
civil ateniense. Es el momento de la rendición de cuentas entre ambos, después
de pocas semanas de gobierno común, siendo ambos exponentes destacados del
colegio de los Treinta. Estamos en 404. Critias ataca al rival por sorpresa e
inmediatamente lo hace arrestar y asesinar. El acta de acusación se centra en
la traición perpetrada, en perjuicio de los amigos, por Terámenes en 411, siete
años antes: «Fue el primero de ellos»: ἐπρώτευεν ἐν ἐκείνοις.[629]
Son las mismas palabras de Tucídides, en el capítulo-revelación (VIII, 68):
«Estaba entre los primeros» (πρῶτος ἦν). «Pero cuando», prosigue Critias en la
transcripción de Jenofonte, «vio que se había constituido un partido contrario
a la oligarquía, de nuevo se convirtió en el primer (πρῶτος) guía del pueblo
contra ellos. De aquí le viene, sin duda, el sobrenombre de coturno, etc.».
Como es natural, Critias se cuida
bien de mencionar el hecho de que él mismo (¡para salvarse!) había apoyado a
Terámenes en la obra de demoler la primera oligarquía, prestándose a fungir de
acusador del difunto Frínico, y por tanto también de Aristarco y de Alexicles
(testigos a su favor), y sobre todo a hacerse promotor, suffragante Theramene,[630] del regreso de Alcibíades.
Pero no es esto lo que sorprende. Cada político se inventa habitualmente su
propia coherencia, con un trabajo —habría dicho Lucrecio— semejante al de
Sísifo. En la situación de mayor fuerza y de choque definitivo, y sin exclusión
de los golpes a vida o muerte, Critias no puede ni quiere salirse por la
tangente. Se puede notar, en cambio, con cierta sorpresa, que en la réplica que
Jenofonte le hace pronunciar a Terámenes[631] esa obvia e incómoda
demanda no aparece en absoluto. Terámenes, en el discurso que le atribuye
Jenofonte, contraataca desenfundando una página «negra» de Critias, que se
remonta a los años 407-404, en la que se había refugiado en Tesalia porque ya
no era tolerado en la Atenas que había recuperado la democracia; le reprocha el
tener «sucias las manos» por fraternizar con ciertos grupos de esclavos o de
siervos agrícolas rebeldes a sus patrones. Pero no dice lo más obvio y que
Terámenes sí dirá: que precisamente Critias había estado a su lado en la
pirueta mortal de 411, cuando se había intentado liquidar a los oligarcas mejor
preparados para salvarse.
¿Por qué Jenofonte, que ha
parafraseado las palabras de Critias con bastante fidelidad, recrea aquí con
mayor libertad las palabras de Terámenes, concediéndose una singular omisión
que debilita el contraataque de éste? Se puede arriesgar una explicación.
Jenofonte está relatando aquí hechos en los que está directamente involucrado y
comprometido.
Sabe bien que sus lectores lo
saben. También él, entonces, a la manera del Eratóstenes contra el que se lanza
Lisias, se quiere «salvar» poniéndose en el cono de luz de Terámenes. Es verdad
que lo hace de modo indirecto,
contando esos acontecimientos y, en tal relato, construyendo un Terámenes
heroico y víctima, modelo de rectitud y amigo exclusivamente de la verdad y de
la justicia, incluso a costa de su propia vida. Por eso su Terámenes, cuyo
final en el relato jenofónteo es casi socrático, no puede desencadenarse en una
acusación de complicidad frente a Critias, no pude decirle: ¡esa traición de
los amigos para salvar la piel la hemos cometido juntos y tú has sido mi
instrumento! Si dijera esto la imagen del valiente abanderado de la justicia y
la verdad quedaría destruida. Por eso, el Terámenes de Jenofonte desmonta las
acusaciones que se le dirigen, contraataca hablando de lo que Critias hizo en
Tasalia pero no hace alusión a lo que ambos hicieron juntos en ese turbio
episodio que los ha visto muy unidos y dispuestos a salvarse liquidando a los
demás. Para salvarse a sí mismo, Critias favorece a Terámenes y perjudica a
Critias.
Imita a Tucídides en el esfuerzo
por hacer hablar verídicamente a los protagonistas de su historia; aquí el
esfuerzo no es grande porque él está allí, miembro de la caballería con los
Treinta, presente en el consejo[632] guarnecido de soldados fieles y
amenazadores mientras se desarrolla el duelo oratorio. Pero si se ha elaborado
una buena paráfrasis de las palabras de Critias (que podría casi insertarse
entre los fragmentos de él mismo), con las palabras de Terámenes ha hecho
trampa, o mejor dicho ha pecado por omisión.
[605] «Livy and
Augustus», Harvard Studies in Classical Philology, 64, 1959, p. 69. <<
[606] Tucídides, VIII, 48, 3: «una vez que informaron a la
tropa (τῷ πλήθει) se reunieron a considerar la situación en sesión restringida
(ἐν σφίσιν αὐτοῖς) y con gran parte de los miembros de la hetería (τοῦ ἑταιρικοῦ
τῷ πλέονι)». <<
[607] Tucídides, VIII, 54, 4: τάς τε ξυνωμοσίας αἵπερ ἐτύγχανον
πρότερον ἐν τῇ πόλει οὖσαι. <<
[608] Séneca, De beneficiis, VI, 34, 2. <<
[609] Tucídides, VIII, 68, 1. <<
[610] Un eco de tal papel está en la expresión del corifeo en Las
ranas de Aristófanes (v. 689: «Si alguien ha pecado, corrompido por las
intrigas de Frínico»). <<
[611] Tucídides, VIII, 68, 3: φερεγγυώτατος ἐφάνη. La
apreciación no se le escapa a Hornblower (p. 958). <<
[612] Cfr. Thucydide. La guerre du Péloponnèse, pref. de
P. Vidal Naquet, Gallimard, Folio-classique, París, 2000, p. 642. Es
asimismo acertada la anotación del viejo comentario de Ammendola (Lofredo,
Nápoles 1928, p. 175): «Es φερέγγυος precisamente lo que da plena
confianza, garantía (ἐγγύη): el muy fiel». <<
[613] Tejedor de παλαίσματα, según Aristófanes. <<
[614] Tucídides, VIII, 48. <<
[615] Tucídides, VIII, 68, 4: ἐν τοῖς ξυγκαταλύουσι τὸν δῆμον
πρῶτος ἦν. <<
[616] οὔτε εἰπεῖν οὔτε γνῶναι ἀδύνατος. <<
[617] Tucídides, VIII, 68, 1: ἀνὴρ Ἀθηναίων τῶν καθ᾿ἑαυτὸν ἀρετῇ
τε οὐδενὸς ὕστερος καὶ κράτιστος ἐνθυμηθῆναι γενόμενος καὶ ἃ γνοίη εἰπεῖν.
<<
[618] Fedón, 118a. <<
[619] Fr. 137 Rose (= 125 Gigon). <<
[620] Brutus, 47. <<
[621] Hornblower, por ejemplo: A Comentary on Thucydides,
III, op. cit., pp. 50-53. <<
[622] Es decir, en la areté. <<
[623] Fedón,
118a. <<
[624] Beiträge
zur Erklärung des Thukydides, Perthes-Besser & Maule,
Hamburgo, 1846, p. 137, n.º 160. <<
[625] Es la conclusión, aunque del todo conjetural, de la
biografía antigua. <<
[626] J. Pouilloux, F. Salviat, «Lichas, Lacédémonien, archonte
à Thasos et le livre VIII de Thucydide», Comptes rendus de l’Académie
des Incriptions et Belles-Lettres, 1983, pp. 376-403. Contra,
erróneamente, J. y L. Robert, Revue des Études Grecques, 97, 1984, pp.
468-470. <<
[627] I, 6. <<
[628] Lisias, XII, 65. <<
[629] Jenofonte, Helénicas, II, 3, 30. <<
[630] Cornelio Nepote, Vida de Alcibíades, 5, 4.
<<
[631] Helénicas, II, 3, 35-49. <<
[632] S. Usher, «Xenophon, Critias and Theramenes», Journal
of Hellenic Studies, 88, 1968, pp. 128-135, admite que Jenofonte refiere
fielmente el discurso de Critias, pero recurre a la hipótesis superflua de que
el texto se lo habría facilitado uno de los presentes, ya que Jenofonte, que
tenía entonces poco menos de treinta años, no podía formar parte de la Boulé.
Sobre este punto remite a. C. Hignett, A History of the Athenian
Constitution, Oxford, 1952, p. 224, lo que no es procedente, porque
Hignett se refiere a la Boulé clisténica, no a la revolucionaria de los
Treinta, cuya selección hará con desenvoltura. Por otra parte, Jenofonte tenía
probablemente ya treinta años (como aparece en la biografía antigua), dado que
inmediatamente después de Cunaxa fue elegido estratego junto al nuevo jefe de
los Diez Mil (Anábasis, III, 1, 47). <<
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