1
El relato tucidídeo de la toma
del poder por parte de los Cuatrocientos, de su breve gobierno y de su caída
está lleno de revelaciones de arcana.
No sólo revela quién fue el verdadero ideólogo de la extraordinaria empresa,[560]
sino también las auténticas dimensiones de la conjura,[561] además
de la identidad (sólo por alusiones) de los asesinos de Androcles,[562]
los contactos secretos de Frínico con Astíoco[563] y así
sucesivamente. Es razonable pensar que todo este juego de revelaciones
sabiamente dosificadas, hecha precisamente de manera de no «descubrir» a quien
estuviera vivo, queda claro y comprensible si se proyecta la posibilidad de que
Tucídides fuera, en realidad, uno de los Cuatrocientos. Sólo de ese modo se
comprende cómo podía estar en condiciones de referir no sólo los detalles
cotidianos, impresiones, estados de ánimo de los individuos y de las masas,
sino —y especialmente— las discusiones que se desarrollaban día a día dentro de
la sala del consejo (Bouleuterion).
Hasta el caso límite, en verdad admirable, de la descripción minuciosa y
dramática de la jornada de los choques en El Pireo, comandados (y todavía nos
preguntamos con qué autoridad) por el próxeno Tucídides de Farsalo,[564]
o bien de la larga jornada que se abre con la sesión en el Bouleuterion al día siguiente del desenmascaramiento de las
operaciones en Eetionea,[565] o bien de esa mucho más dramática que
comienza con la asamblea «sobre la concordia» reunida en el teatro de Dioniso
en el fallido intento de proteger a Eubea del ataque espartano.[566]
No puede ser subestimada la precisión con la que se refieren las puntuales
respuestas pronunciadas en el Bouleuterion:
por ejemplo cuando Terámenes hace notar que «no era normal que una flota que
navegaba rumbo a Eubea penetrara en el golfo de Egina».[567] Son
detalles minúsculos, momentos mínimos de un tejido de acontecimientos,
iniciativas, intervenciones que sólo la anotación directa y diaria puede haber
conservado.
En el relato del desarrollo
cotidiano de los acontecimientos, Tucídides señala además un pasaje crucial.
Tras el atentado mortal contra Frínico, Terámenes y sus acólitos se
convencieron de la debilidad de la parte adversaria porque no veían perfilarse ninguna relación: «al no producirse a
raíz de ello ningún cambio en la situación, Terámenes ya pasó a la acción con mayor audacia, y lo mismo podemos decir de
Aristócratas y de todos los otros que compartían las mismas ideas, estuvieran
dentro o fuera del grupo de los Cuatrocientos».[568] ¡Pasan a la acción porque el atentado contra
Frínico tuvo éxito! Quien se expresa de este modo oculta que Terámenes
podría no haber sido ajeno al atentado y que, visto el inesperado éxito —la
eliminación de Frínico, que no desencadena contraataques de ningún género—, se
vuelve «cada vez más audaz» y, con sus estrechos camaradas, decide dar otro
paso adelante, pasando a la acción.[569]
No falta una intuición narrativa:
es el largo periodo, conscientemente construido, que conecta y liga en
concatenación lógica el atentado con la decisión de Terámenes de «pasar a la
acción». Tampoco esquivará, en ese relato tan elaborado, el detalle, del que
asimismo Tucídides se muestra informado, relativo a los elementos exteriores a la Boulé, que estaban en relación con
aquellos de los Cuatrocientos que eran seguidores de Terámenes y Aristócrates.
Dicho siempre de manera prudente (καὶ τῶν ἔξωθεν).
Al día siguiente de los
incidentes, cerca del muro de Eetionea, se reúne nuevamente el Consejo de los
Cuatrocientos en el Bouleuterion,
«aunque estuvieran desolados»:[570] otra noticia desde el interior
del consejo. A lo que se agregan los otros movimientos decididos en el consejo,
incluido el de mandar a personas escogidas para que hablaran con los hoplitas,
lanzados ya a la reconquista (acababan de arrestar a Alexicles y de «encerrarlo
en una casa»),[571] «dirigiéndose a cada uno personalmente» (ad hominem).[572] Prometen,
en estas conversaciones individuales, que «sacarán a la luz la lista de los
Cinco Mil».[573]
2
Terámenes habla siempre que entra
en escena, y sus palabras siempre son referidas con puntales paráfrasis.[574]
Cuando Terámenes hace su primera aparición, tras haber sido «presentado» varias
páginas antes (68, 4), sus palabras son tajantemente desenmascaradas por
Tucídides: «Pero eso era sólo un pretexto político esgrimido de palabra»[575]
en el intento de ocultar sustanciosas ambiciones. Terámenes «iba repitiendo»
que hacía falta hacer un gobierno «más igualitario» y nombrar de hecho, no sólo
de palabras, a los Cinco Mil. (En las semanas siguientes, Terámenes intentará
llegar a un acuerdo con la flota de Samos y de promover un decreto para el
regreso de Alcibíades y de otros exiliados). Pero, para Tucídides, es precisamente
este posicionamiento del versátil «coturno» la ocasión de describir la que a él
le parece la dinámica característica que determina la derrota «de una
oligarquía nacida de la caída de un régimen democrático»:[576]
«secundando sus ambiciones privadas
(κατ’ἰδίας φιλοτιμίας) la mayoría de ellos [de los Cuatrocientos] eran
favorables a perseguir los objetivos que constituyen la principal causa de
ruina de una oligarquía nacida de la democracia». Palabras que denotan un conocimiento cercano y profundo de esas
«ambiciones privadas», más allá del ruinoso despliegue de sus efectos.
Surge entonces la pregunta acerca
de qué otras experiencias refieren a esta regla general de la política que es
formulada y sancionada casi como de pasada. Sabemos tan poco acerca de la verdadera biografía de Tucídides que
esta rendija sobre su experiencia política concreta debe necesariamente quedar
como tal. Él pretende decir, probablemente, que en el seno de un grupo de
oligarcas que ha conseguido tomar el poder liquidando un régimen democrático se
libera tal espíritu antiigualitario que inmediatamente se desencadena entre
ellos la rivalidad para conquistar la supremacía.[577] Este tema de
la competencia en el interior del grupo dirigente es desarrollado por Tucídides
también en el balance de la completa evolución del conflicto que él agrega —por
contraste— a su comentario sobre el perfil de Pericles.[578] Pero el
motivo relativo al daño derivado del impulso de todo político por conquistar el
poder asume un valor general, no es
ya referido al caso específico de los oligarcas llegados finalmente al poder e
incapaces de mantenerse recíprocamente en un plano de igualdad. Allí se vuelve
un criterio general, válido para todo sistema político (no monárquico), y es
señalado como causa principal de la derrota de Atenas y de la pérdida del
imperio.[579] Si se considera que tal dilatación del diagnóstico es
puesta por el autor, como contraste, inmediatamente después de la exaltación de
Pericles como princeps,[580]
felizmente capaz de reducir la democracia a mero nombre, a pura fachada (λόγῳ),
entonces es evidente que no era audacia intelectual sino juicio penetrante el
de Thomas Hobbes, quien en su fundamental Introducción
a Tucídides (1648) deduce, de ésta y de otras páginas del historiador, que
el ideal político al que, al fin, llega Tucídides es el «monárquico».
Se puede sacar de todo ello una
línea de análisis: precisamente el hecho de que en la página sobre el periodo
posterior a la muerte de Pericles (II, 65) la crítica del carácter ruinoso de
la rivalidad insurgente en el interior de una élite política asuma, respecto a
VIII, 89 (la rivalidad que estalla en una oligarquía nacida de una democracia),
un carácter general demuestra que estamos
en presencia de la maduración de un pensamiento. Mientras está inmerso en
la excitante e inesperada experiencia de la oligarquía en Atenas, Tucídides
llega a una consideración que está, también, inmediatamente centrada sobre esa
experiencia. Por otra parte, su crónica desde el interior del golpe de Estado
está escrita al calor de los hechos, día
por día y refleja de modo inmediato esa
experiencia. Pero el Tucídides que considera ya de forma retrospectiva la
completa andadura de la guerra y el resultado final de la derrota (II, 65) ha
dado ya un gran paso adelante: ha llegado a la visión sustancialmente negativa
de la disputa política en cuanto tal, irremediablemente alimentada por la
ambición individual. Por eso se repliega, matizándola, sobre la solución
períclea como única alternativa al problema político: sobre la hipótesis del princeps incorruptible y antidemagógico
y por eso mismo imbuido de un gran prestigio, dominador y no subalterno de la
democracia.
Por sus propios derroteros,
también Platón, unos veinticinco o treinta años más joven que Tucídides, teniendo
conocimiento directo de los regímenes políticos que se sucedieron en la
ciudad-laboratorio por excelencia, Atenas, rechazó tanto la experiencia
democrática en cualquiera de sus formas (la del último periodo de la guerra y
la restaurada) como la oligárquica. Aunque atraído en un primer momento por el
gobierno de los pocos que se proclamaban como «los mejores», luego se retractó;
buscó fuera —cerca del poder de tipo monárquico reinante en Siracusa— otra vía;
a partir de esa desilusión llega finalmente a la compleja y exigente utopía de
los «reyes filósofos». Una meta proyectada sobre un futuro problemático, no
menos utópico que el de Tucídides cuando proyecta hacia el pasado, hacia la
idolatría del modelo perícleo; un modelo manipulado —como Platón no dejó de
reprocharle en el Gorgias— respecto
de lo que efectivamente había sido el largo gobierno de Pericles. Cuál de los
dos grandes pensadores —Tucídides o Platón— merecería, entonces, la noble
calificación de «realista político» es algo difícil de responder.
Uno se había formado con
Sócrates; el otro con Antifonte.
3
También en el caso de Frínico,
cada aparición suya en el relato tucidídeo está signada por la anotación de sus palabras.[581]
Es obvio que Frínico no habla en el momento del atentado[582] ni
tampoco cuando Tucídides expone el rol decisivo en el capítulo-revelación sobre
las informaciones más reservadas, donde señala los tres verdaderos líderes.[583]
Parece evidente que Tucídides ha
ido tomando nota de los momentos en los que —en secreto o en público— han
intervenido los dos máximos líderes, Frínico y Terámenes, y ha registrado lo
esencial del contenido de esas intervenciones. No necesariamente todos estos
bocetos iban a transformarse en discursos cumplidamente elaborados; quizá sólo
aquel, ampliamente citado, de Frínico al principio de los acontecimientos.[584]
Sin duda es difícil imaginar, frente a estos materiales, que todo dependa de la
obra de un reporter intermediario,
del que Tucídides habría transcrito o pasado en limpio los apuntes.
Tucídides se refiere sólo en dos
ocasiones al tercer líder, el «supremo», es decir Antifonte. La primera vez,
para revelar que había sido éste el verdadero ideólogo de toda la
extraordinaria empresa, y para rendir homenaje a la grandeza y el coraje de su
apología frente a sus jueces.[585] La segunda, para hacer notar que
Antifonte (no habiendo creído nunca, como es obvio, que el cambio de régimen
sirviese para ganar la guerra) promovía continuas misiones diplomáticas a
Esparta con el fin de obtener, en todo caso, una conclusión al conflicto; cosa
que lo indujo, más tarde, cuando la situación —tras la ruptura con Samos— se
había vuelto insostenible, a trasladarse él mismo a Esparta con una delegación
muy calificada.[586] Eso fue el principio del fin. Alguien organizó
y realizó el atentado contra Frínico. Después del cual, como evidente resultado
de la debilidad del polo oligárquico, la oposición, que estaba oculta, se pone
cada vez más al descubierto. En el momento de rendir cuentas, la embajada
enviada a Esparta bajo el mando de Antifonte en persona se convierte en la base
judicial para un proceso a gran escala «por alta traición». (Terámenes era un
maestro en este ámbito: también con los estrategos de las Arginusas conseguirá,
de modo brillante, la eliminación por vía judicial de los adversarios
políticos).
Ambas menciones de Antifonte, muy
significativas y, como queda claro, estrechamente ligadas entre sí, permiten a
Tucídides revelar —a posteriori de
los acontecimientos— su estrecha relación con el gran viejo, que ya había
superado los setenta años cuando fue condenado a muerte. Las palabras que
adopta contienen, en efecto, un perfil que se proyecta muy atrás en el tiempo:
él está en condiciones de precisar no sólo que Antifonte era el artífice de «todo el asunto»,[587] sino
que «desde hacía mucho tiempo»[588] esperaba el momento. Con esas
palabras (ἐκ πλείστου) Tucídides revela haber formado parte de los proyectos
secretos de Antifonte desde mucho antes
de 411; así como, casi per incidens,
hace la misma revelación luminosa sobre sus relaciones con Aristarco, cuando lo
define como «hombre sumamente enemigo de la democracia desde hace mucho tiempo» (ἐκ πλείστου también aquí).[589]
Todo lo cual hace evidente que ése era el ambiente en el que se movía. Son
ellos los personajes con los que ha tenido mayor contacto. No de otro modo se
explican las precisiones, y la seguridad, con las que indica al lector las
verdaderas razones que habían inducido a Antifonte, durante buena parte de su vida, a mantenerse alejado de la tribuna
pero sin dejar de prestar la ayuda de sus capacidades a los amigos en
dificultad. Una política bien calculada, entonces, que apostaba principalmente por
la trinchera de los tribunales, porque un compromiso más directo hubiera
resultado contraproducente: «Resultaba sospechoso a las masas por su fama de
habilidad oratoria (δεινότητος)».[590] Lorenzo Valla traducía
«Procter opinionem facultatis in dicendo». Es verdad que la forma exterior y
visible de la «habilidad oratoria» de Antifonte era precisamente su palabra, el
dominio de la palabra y la fuerza del razonamiento. Pero en esa δεινότης, en
esa «fama de ser δεινός (capaz, temible)» y por tanto «sospechoso a las masas»
hay mucho más que la capacidad de hablar, de razonar. Está la idea,
confusamente percibida por el πλῆθος, de que esa palabra pudiera convertirse en
acción; mucho más que la vanidosa palabra autócrata y demagógica de Alcibíades.
Tucídides permanece muy atento al
modo en que hablan los políticos que pone en escena. No sólo hace hablar en
numerosas ocasiones a Pericles,[591] sino que además se detiene
mucho en describir cómo hablaba, y
los efectos de sus palabras. También
los comediógrafos contemporáneos[592] decían, entre el escarnio y la
admiración, que era «tonante» como Zeus Olimpo. Tucídides dice que era capaz
tanto de «aterrorizar» como de «alentar» al pueblo reunido en la asamblea.[593]
De Cleón, cuando está por darle
la palabra, dice que era «tan violento como los demás» y añade: «en ese momento
era con mucha diferencia aquel que gozaba de mayor credibilidad frente al
pueblo (πιθανώτατος)».[594] Posteriormente este retrato, también por
los efectos de la violenta caricatura de Aristófanes, se volvería más grave.
Desde entonces la voz petulante y violenta del demagogo fue puesta en evidencia
por Aristófanes como el requisito principal para llegar a ser un jefe popular:
«voz repugnante».[595] Aristóteles dirá, en su historia
institucional de Atenas, que Cleón fue el máximo «corruptor del pueblo» con sus
«arrebatos»,[596] y fue el primero que, desde la tribuna, «gritó e
injurió».[597] Tucídides hablaba principalmente de «violencia» y de
«plena confianza» del pueblo en él. No menos hábil que Lisias en hacer hablar a
cada uno a su manera, Tucídides pone en evidencia el distinto tipo de oratoria
de Nicias y de Alcibíades, y en particular la arrogancia sardónica de este
último, resentido por la referencia oblicua de Nicias a su «juventud» (como sinónimo
de imprudencia).[598] Cuando aparece Brásidas en Acanto, al
principio de su afortunada campaña en Tracia, habla breve y eficazmente;
Tucídides lo presenta diciendo que Brásidas «para ser espartano, tampoco estaba
falto de talento oratorio».[599]
El control, y la eficacia, de la
palabra están por tanto en el centro de la atención de Tucídides; no sólo por
la profunda convicción personal, suya y del mundo clásico en su conjunto, de
que en general la palabra política no es vano sonido sino acción,[600] en el mismo plano que las batallas o los
crímenes, sino también porque tiene muy presente que el delicado y decisivo orador-público es el vehículo principal
del consenso, así como del rechazo y de la confrontación. Se trata de un
circuito del que el propio Tucídides conoce bien los límites y las trampas.
Un circuito en el cual no basta
la excelencia, sino que además es necesaria esa parte de demagogia que es
indisoluble del consenso. Admira a Antifonte por no subir a la tribuna, porque
su palabra era demasiado eficaz como para no resultar sospechosa. Antifonte,
por tanto, no ha concedido su palabra a la «masa», hostil y sospechosa, del
mismo modo que Tucídides se vanagloria de su decisión de no componer una
historia para la lectura pública, donde se compite por el éxito. Le basta, como
destinataria, una élite política a la que no debe desagradarle la búsqueda de
la verdad;[601] así como a Antifonte le bastó, durante la larga
espera que precedió a la imprevista ocasión de 411, reservar su palabra a los
«heterios», en espera de que esa palabra, verídica aunque impopular, pudiera
convertirse en acción.
Hay un nexo profundo entre
Tucídides y Antifonte (no siempre los modernos alcanzan a ver la envergadura):
Tucídides lo sugiere y hasta lo declara, en la página en la que aparece
Antifonte por primera vez. Pero quizá este nexo se expresa aún de modo más
refinado en el paralelismo entre la renuncia de Antifonte al éxito en la
asamblea y la renuncia de Tucídides al éxito agonal-popular.
4
Tucídides va dando con precisión
los nombres de los estrategos nombrados por los Treinta.[602]
En VIII, 92, 6 menciona otro estratego, curiosamente sin dar el nombre, y
lo define como «uno que estaba de acuerdo con Terámenes [scil. en querer ir a liberar a Alexicles, el estratego secuestrado
por la guardia de frontera]: “Y haciéndose acompañar por un estratego que compartía sus ideas, se fue al Pireo». El
consejo estaba en plena sesión cuando cayó sobre los presentes la noticia del
secuestro de Alexicles. Tucídides describe las amenazas que, en esa sesión, son
dirigidas a Terámenes, claramente por parte de la «facción» de Aristarco y los
suyos; da la noticia de la iniciativa de Terámenes que, para detener el ataque,
promete precipitarse hacia El Pireo para liberar a Alexicles, llevando consigo
a otro estratego de quien cree poder fiarse o que, al menos, ha manifestado el
mismo propósito. Después de lo cual el relato de Tucídides sigue paso a paso a
Terámenes en ese movimiento temerario, y describe minuciosamente los incidentes
que se verificaron a la salida de ambos del Bouleuterion.
Recoge, además, la intervención de Tucídides de Farsalo, quien se interpone
cuando las dos partes están a punto de chocar físicamente y grita (ἐπιβοωμένου)
«no debemos destruir la patria cuando el enemigo está a las puertas». La
crónica sigue a Terámenes hasta El Pireo, y cuenta cómo éste finge reconvenir a
los hoplitas mientras Aristarco y los suyos se vuelven cada vez más
amenazadores. Llega a referir el escueto diálogo entre Terámenes y los
hoplitas, que desembocó en la adopción de parte de ambos de la consigna: «quien
quisiera que gobernaran los Cinco Mil en lugar de los Cuatrocientos tiene que
ponerse manos a la obra» (VIII, 92, 10-11). ¿Cómo habrá conocido Tucídides
estos detalles? ¿Quién habrá sido el «informador» que le ha aportado la crónica
minuto a minuto de la jornada y de los incidentes? El otro estratego que siguió
a Terámenes en aquel momento, ¿no sería el propio Tucídides? Es legítimo
sospecharlo. La singularidad de este silencio acerca del nombre del «otro»
estratego fue destacada ya en su momento por Gomme-Andrewes-Dover,[603]
así como en el más reciente y aún más explícito comentario de Hornblower,[604]
quien precisamente observa que «Tucídides conocía sin duda el nombre» de este
personaje innominado.
¿Tucídides tuvo la prudencia de
dudar ante la posibilidad de declarar abiertamente su participación en el
asunto? ¿Y, más precisamente, de reconocer que estuvo, en el momento clave en
que el grupo recién llegado al poder se resquebraja, de parte de Terámenes,
acerca de quien su juicio de conjunto es decididamente negativo?
Un caso en parte análogo podría
ser el del relato de Jenofonte sobre la guerra civil, en el que la guerra es
relatada casi exclusivamente desde el punto de vista de la caballería y sin
embargo de los dos hiparcos sólo es citado uno, Lisímaco, para cargarle sólo a
él las vilezas cometidas por los miembros de la caballería. Surge la pregunta
acerca de por qué Jenofonte calla rigurosamente el nombre del otro hiparco.
Tratándose —en ambos casos— de relatos de protagonistas de los hechos, estos
silencios no son casuales y deben ser como mínimo puestos de relieve.
5
Densidad narrativa. Éste es el elemento
distintivo de ese unicum que es la
crónica de los menos de cuatro meses del gobierno oligárquico de 411, que
leemos en el libro VIII de Tucídides, del cual ocupa la mitad. Ningún
episodio tiene, en la obra, un espacio semejante. Quizá sólo Esfacteria (más de
dos meses), y Tucídides probablemente estaba allí y vio de cerca el asedio.
No basta con decir que «se
informaba». Ninguna información recavada interrogando a testigos puede producir
una narración prácticamente diaria,
capaz de reflejar el desarrollo cotidiano de los acontecimientos. Una
confrontación obligada e iluminadora es Heródoto. Éste narra hechos que sin
duda no ha visto (las guerras persas)
con una densidad narrativa ilusoria: la densidad
de su relato, también en la segunda guerra persa, es mucho más laxa. He
afrontado la cuestión del carácter aparentemente total (sin «vacíos») pero en
realidad selectivo de la narración historiográfica en general, y antigua sobre
todo, hace casi cuarenta años en Totalità
e selezione nella storiografia classica (Laterza). Sigo siendo del parecer
que ese criterio es válido: la «densidad narrativa» como instrumento que nos
puede orientar en la evaluación de la génesis de lo que leemos en las obras
historiográficas de los antiguos. El punto de partida sigue siendo la intuición
de Eduard Schwartz en las primeras páginas de su ensayo sobre las Helénicas de Jenofonte.
[561] VIII, 66, 5. <<
[562] VIII, 65, 2. <<
[563] VIII, 50-53. <<
[564] VIII, 92. <<
[565] VIII, 93. <<
[566] VIII, 94-95. <<
[567] VIII, 92, 3. <<
[568] VIII, 92, 2: ᾖσαν ἐπὶ τὰ πράγματα! <<
[569] ἰέναι ἐπὶ τὰ πράγματα. <<
[570] VIII, 93, 1: τεθορυβημένοι. <<
[571] VIII, 92, 4. <<
[572] ἀνὴρ ἀνδρί. <<
[573] VIII, 93, 2. <<
[574] VIII, 89, 2; 90, 3; 91, 1-2; 92, 2-3 y 6-9; 94, 1.
<<
[575] VIII, 89, 3: σχῆμα πολιτικὸν τοῦ λόγου. Para el apodo
«coturno» aplicado a Terámenes, cfr., más abajo, cap. XXI, n.º 28.
<<
[576] VIII, 89, 3. <<
[577] VIII, 89: οὐχ ὅπως ἴσοι ἀλλὰ καὶ πολὺ πρῶτος αὐτὸς ἕκαστος
εἶναι. Aristóteles, Política, V, 1305a 20-30, ha meditado sobre esta
página. <<
[578] II, 65, 10-12. <<
[579] II, 65, 13: κατὰ τὰς ἰδίας διαφορὰς […] ἐσφάλησαν.
<<
[580] τοῦ πρώτου ἀνδρὸς ἀρχή. <<
[581] VIII, 25, 1; 27, 1 y 5; 48, 4; 50-51; 54, 3; 90, 1-2.
<<
[582] VIII, 92, 2. <<
[583] VIII, 68. <<
[584] VIII, 48, acerca del cual, más abajo, cap. XIX.
<<
[585] VIII, 68, 1. <<
[586] VIII, 90, 1-2. <<
[587] ἅπαν τὸ πρᾶγμα. <<
[588] ἐκ πλείστου. <<
[589] VIII, 90, ἀνὴρ ἐν τοῖς μάλιστα καὶ ἐκ πλείστου ἐναντίος τῷ
δήμῳ. <<
[590] VIII, 68, 1: ὑπόπτως τῷ πλήθει διὰ δόξαν δεινότητος διακείμενος.
Puesto que Antifonte ha actuado siempre a un nivel reservado y en
una posición de superioridad respecto de los otros líderes, esto da mayor
importancia a la revelación de VIII, 68, 1 sobre el verdadero papel de
Antifonte. <<
[591] Más que a ningún otro, a pesar de haber visto a Pericles
sólo durante un año de la larga guerra. <<
[592] Plutarco, «Pericles», 8, 4: «Tronaba y relampagueaba,
tenía un rayo en la lengua». La caricatura de esta connotación de la oratoria
períclea está en Acarnesios, 531 de la que Cicerón (Oratoria, 29)
comprendió perfectamente el valor de juicio técnico sobre esa oratoria.
<<
[593] II, 65, 9. <<
[594] III, 36, 6: καὶ ἐς τὰ ἄλλα βιαιότατος τῶν πολιτῶν τῷ τε δήμῳ
πιθανώτατος. <<
[595] Caballeros, 213-219. <<
[596] ὁρμαῖς. <<
[597] Athenaion Politeia, 28, 3: πρῶτος ἀνέκραγε καὶ ἐλοιδορήσατο.
<<
[598] VI, 12, 2; 17, 1. En actitud esnobista, Alcibíades, en un
debate de política, empieza por enumerar sus propias victorias deportivas (VI,
16, 2). <<
[599] IV, 84, 2. <<
[600] Hegel, en las páginas introductorias a las Lecciones
sobre la filosofía de la historia universal, observó: «Los discursos que
leemos en Tucídides […] nunca fueron pronunciados de esa forma. Pero entre los
hombres los discursos son acciones; y, a decir verdad, acciones por demás
eficaces»; y también: «Aun cuando los discursos como el de Pericles […] sean
sólo obra de Tucídides, no son ajenos a Pericles». Wilhelm Roscher, en su
ensayo primerizo sobre Leben, Werk und Zeitalter des Thukydides
(Gotinga, 1842, p. 149), ridiculizaba a aquellos que se tomaban en serio a
«gratipo» y su teoría sobre Dionisio de Halicarnaso (Sobre Tucídides,
16), según la cual Tucídides habría descartado incluir discursos en su obra por
la creciente desaprobación del público. «¡Vaya motivos elegía este discípulo de
Tucídides!», comenta. <<
[601] I, 22, 4. <<
[602] VIII, 89, 2; 92, 4 y 9; 98, 3. <<
[603] A
Historical Commentary on Thucydides, V, Clarendon Press, Oxford, 1981,
p. 312: «But is curious that the majority allowed him to take a sympathetic
colleague, with no safeguard but Aristarchos and his cavalrymen, who proved
insufficient». <<
[604] A Commentary on Thucydides, III, University
Press, Oxford, 2008, p. 1021: «Thucydides, who surely know the name of the
like-minded general, keeps him anonymous, thus maintaining the primary focus on
Theramenes». Classen y Steup ignoran el problema. <<
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