sábado, 23 de diciembre de 2017

Canfora Luciano.-El mundo de Atenas:XXVIII. TERÁMENES UNO Y DOS

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En este punto comienza a ser evidente al lector que en torno a la figura de Terámenes se ha abierto una batalla, política y después historiográfica, que comenzó cuando él aún vivía, y que siguió al menos hasta la «codificación» aristotélica de la historia constitucional de Atenas, donde destaca el inquietante capítulo 28, que culmina con una especie de plaidoyer de Aristóteles en defensa de Terámenes, «modelo del buen ciudadano». Resulta inquietante el capítulo por varios motivos, y entre ellos no es el último la exclusión de Pericles del grupo de los «buenos políticos» y la inclusión, en cambio, de Tucídides, hijo de Melesia, su desafortunado adversario, entre los tres mejores de todos (βέλτιστοι) junto a Nicias y Terámenes. En parte habrá pesado en esta decisión el influjo de la dura valoración platónica en lo que respecta a Pericles. Pero esto no basta para explicar la singularidad de ese capítulo. Entre otras cosas Terámenes está del todo ausente del «mundo de Platón» y nos sorprendería encontrárnoslo, dado el vínculo nunca renegado —declarado y exaltado en un diálogo que lleva su nombre— de Platón con Critias.
El hecho es que Aristóteles mira a Atenas, a su historia política, desde el exterior, como no ateniense. Se siente próximo a la ciudad pero se reserva un juicio nada condicionado por pasiones «ciudadanas». Aristóteles se pone como un «entomólogo» frente a sus insectos en lo que respecta a la realidad de las πόλεις griegas, y de Atenas en particular. Son preciosos objetos de análisis, sobre todo por la tipología constitucional, analizada en la Política. Ni más ni menos. El súbdito del rey de Macedonia e hijo de su médico adopta el propósito de fundar su análisis sobre la más extensa base documental. Sólo estudiando la lucha política de las πόλεις griegas puede obtener material suficiente para su tipología.[974] Si contáramos con sus muchas otras πολιτεῖαι, además de la ateniense, veríamos a Aristóteles dedicar tanto interés, atención y energía exegéticas a tantas otras «constituciones» (de Cartago a Siracusa, Esparta, Beocia, Argos, etc.). Por eso es justo hablar de actitud de «entomólogo». Una vez comprendido esto, es evidente que no se puede acercar el caso del Aristóteles analista de la política ateniense al del Platón inmerso en el conflicto por razones personales, afectivas (relación con Sócrates), familiares (clan de Critias, etc.). La visión de Platón enraíza en el conflicto y persigue objetivos utopistas (como, por otra parte, a su modo, lo hizo Critias durante su breve gobierno). La visión de Aristóteles, muy crítica hacia el maestro sobre todo en el ámbito político, está a tal punto exenta de inclinaciones y pasiones que por momentos roza la incomprensión. Esto explica quizá también el éxito de la medietas aristotélica en otros observadores externos, como fueron los pensadores y politólogos romanos (Cicerón) o que habían asumido como propio el punto de vista de los romanos (Polibio).

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Pero volvamos al capítulo 28 de la Constitución de los atenienses y a su plaidoyer de Terámenes. Escribe entonces Aristóteles que mientras el juicio respecto al primado de Nicias y de Tucídides hijo de Melesia es «casi universalmente compartido»,[975] sobre Terámenes hay discusión porque los acontecimientos políticos en los que operó fueron «turbulentos» (ταραχώδεις): de ahí «la controversia en el juicio sobre él». Aquí Aristóteles se expresa con fuerza en primera persona, algo que no le gusta hacer cuando narra los acontecimientos atenienses:
Los que emiten un juicio no sin fundamentos consideran que Terámenes no intentaba disolver todos los gobiernos [ya sean democráticos u oligárquicos], acusación que con frecuencia le era dirigida, sino que impulsaba a todos en tanto no obraban contra la ley, como hombre capaz de gobernar con todos, hecho que precisamente es propio de un buen ciudadano; pero si se apartaban de la ley no los consentía, aun a costa de hacerse odioso.[976]
Esta página bien meditada contiene, obviamente, alguna grieta: las palabras «acusación que con frecuencia le era dirigida»[977] hacen comprender que las voces contrarias, o críticas, hacia Terámenes estaban en realidad muy difundidas; y que en la discusión (ἀμφισβήτησις) —viva, por lo que parece, incluso setenta años después de los hechos— era cualquier cosa menos predominante la posición de los filoteramenianos. Pero Aristóteles —quien evita, cuando se trata del juicio de los estrategos, señalar las responsabilidades de Terámenes en la condena—[978] va mucho más allá en el empeño apologético y llega a adoptar una reconstrucción de los hechos que trastoca en sentido indebidamente «patriótico» la acción de Terámenes en el momento de la capitulación de Atenas y de la formación del colegio de los Treinta. Por otra parte, su dependencia de fuentes abiertamente manipuladoras se deduce además de la inclusión, que él da por cierta, de la patrios politeia entre las cláusulas de la capitulación.[979] Pero no se trata de una manipulación propia de un político. Es la premisa para sacar a la luz positiva la decisión de Terámenes de entrar a formar parte de los Treinta. Llega incluso, siempre en la estela de sus fuentes, a imaginar un «partido» de la patrios politeia encabezado por el propio Terámenes e ilustrado por la presencia de Anito (quien más tarde será el acusador de Sócrates) y Arquino (el «moderado» por excelencia), y a sostener que la oligarquía, desviación ilícita respecto de la patrios politeia, había sido una distorsión impuesta por Lisandro.[980] Naturalmente se cuida bien de recodar que, en complicidad con Lisandro, Terámenes había doblegado las reticencias atenienses durante el terrible asedio espartano, que duró meses, y lo había hecho mediante el hambre.[981]
Un relato semejante emerge también de las páginas en las que Diodoro Sículo —siguiendo a Éforo de Cumas— narra estos acontecimientos.[982] También aquí encontramos la cláusula inverosímil de la capitulación que hubiera comportado la adopción de la patrios politeia, además de toda una página (de pura fantasía) en la que Terámenes se bate como un león, en una asamblea reunida bajo la amenaza de las tropas espartanas de ocupación y de Lisandro directamente presente y hablando, en defensa de la patrios politeia y de la «libertad» y contra la instauración de la oligarquía: a la que, aterrorizado, se ve obligado a resignarse, bajo la admonición de las amenazadoras y extorsivas palabras de Lisandro.
Es evidente, por tanto, que Éforo está en la base de la reconstrucción de los hechos que Aristóteles hace propia. La obra historiográfica de Éforo —con permiso de los hipercríticos— reenvía directamente a Isócrates, su maestro, como bien sabía Cicerón.[983] Por tanto no sorprenderá encontrar en el último Isócrates, ya nonagenario y particularmente explícito en sus juicios históricos y políticos, es decir, en el Panatenaico, un pronunciamiento sobre la perfecta adaptación del buen ciudadano a todo sistema político con tal de que no consienta desvíos,[984] análoga a la que Aristóteles adopta para apuntalar su Rettung de Terámenes.
Isócrates, ya muy anciano y dado a buscar la solución de la crisis política endémica de las ciudades griegas fuera de Atenas, y con una mirada de favor hacia el soberano macedonio que había confiado a Aristóteles la educación de su heredero, parece acercarse a esa mirada de «entomólogo» de la política que permite a Aristóteles expresarse atenuando y casi velando las lacerantes comparaciones entre los sistemas políticos.

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El hecho de que Terámenes haya estado en el centro de una discusión política historiográfica de gran relieve —que investía los momentos decisivos del drama ateniense (la paz coactiva convertida en capitulación incondicionada; la segunda oligarquía y la guerra civil)— queda demostrado por la diametral oposición entre los dos retratos de Terámenes que emergen de las fuentes, además de la violencia polémica de los impulsores de esos perfiles opuestos. Violento es, en efecto, el detallado retrato que inserta Lisias en el Contra Eratóstenes; apasionada, y bien lejana de la habitual frialdad, es la apología que hace de él Aristóteles (y antes Éforo). Fuentes reaparecidas por casualidad del naufragio de las literaturas antiguas, por ejemplo el llamado «Papiro Michigan de Terámenes», nos permiten constatar que motivos de ardiente polémica presentes en las palabras de un testigo ocular como Lisias («los otros usan el secreto contra el enemigo, Terámenes lo ha adoptado en contra de vosotros»)[985] eran recurrentes en la historiografía; de hecho, proviene de una obra de historia ese fragmento de papiro.[986] Allí se le daba la palabra a Terámenes, quien con argumentos eficaces defendía su línea: conducir unas negociaciones escondiendo los contenidos a sus conciudadanos. Era difícil para él sustraerse a la reputación de haber pretendido la confianza incondicional[987] para después enviar a la ruina a la ciudad que se había puesto, desesperadamente, en sus manos.[988] Lisias es perentorio acerca de este punto, pero aún más duro —aunque sin cargar las tintas, incluso en un estilo seco y objetivo— es el resumen de la conducta de Terámenes en aquellos meses, incluido en el segundo libro de las Helénicas.

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El punto de partida de esa narración es la desastrosa batalla de Egospótamos (verano de 405); el punto de llegada es la capitulación de Atenas y la destrucción de la muralla (abril de 404): en medio, el asedio y la agónica resistencia de Atenas —que se extendió durante casi nueve meses— al bloqueo espartano después de la pérdida de la última flota.
El clima de feroz rendición de cuentas que se vivió al final de la guerra queda claro ya en el modo en que Lisandro, vencedor de Egospótamos quizá gracias a la traición, trata a los vencidos: con excepción de Adimanto, el general felón, único prisionero que Lisandro salva, todos fueron pasados por las armas. La traición es, como se sabe, parte esencial de la guerra. Sólo las «almas bellas» se estremecen frente al inevitable carácter sospechoso de los grandes líderes que han debido saldar cuentas con la obsesiva sospecha de traición. «No hay asunto que no requiera la utilización de espías», enseña el maestro Sun Tzu en el capítulo XIII de El arte de la guerra.
«Algunos» sostuvieron que Adimanto había querido «entregar las naves».[989] El autor de la «Acusación contra el hijo de Alcibíades»[990] —que quizá no es Lisias— da por demostrado que Adimanto «traicionó las naves» y de modo tendencioso le atribuye como cómplice[991] a Alcibíades (padre del acusado).
En realidad, como bien sabemos, Alcibíades, a pesar de autoexiliarse por segunda vez y estar por tanto fuera de juego en sentido político, había intentado advertir a Adimanto, Filocles y los demás estrategos del error táctico que estaban cometiendo al aceptar combatir en Egospótamos, pero había sido rechazado con desprecio.[992] En sustancia, Alcibíades había identificado en ellos esa suerte de voluntad de perder que en la guerra raya en la traición: la de lanzarse a la palestra aceptando presentar batalla en una posición muy desfavorable. Por parte de Adimanto había algo más que una mera irresponsabilidad. En efecto, años después Conón lo llevaría ante el tribunal para rendir cuenta de aquellos acontecimientos.[993] De todos modos, Lisandro, en Egopóstamos, venció sin grandes esfuerzos y liquidó la última flota de la que Atenas podía disponer. Adimanto sería el único ateniense al que le fue perdonada la vida en la feroz hecatombe, llevada a cabo como represalia, de millares de prisioneros.[994]
En Atenas se anunció de noche la desgracia, cuando llegó la Páralos,[995] y un gemido se extendió desde El Pireo a la capital a través de los Muros Largos, al comunicarlo unos a otros, de modo que nadie se acostó aquella noche,[996] pues no lloraban sólo a los desaparecidos,[997] sino mucho más aún por sí mismos, pensando que iban a sufrir lo que ellos hicieron a los melios, que eran colonos de los espartanos,[998] cuando los vencieron en el asedio y también a los histieos, a los esciones, a los toroneos, a los eginetas y a muchos helenos más. Al día siguiente tuvieron una asamblea en la que se decidió cerrar los puertos, salvo uno, reparar las murallas, poner en ellas centinelas y todo lo demás para preparar la ciudad para el asedio.[999]
Lisandro, sin embargo, no atacó enseguida, sino que se dedicó a la metódica demolición de cuanto quedaba en pie del imperio: intervino personalmente en Lesbos y en Mitilene, y envió a Eteonico a Tracia con la misión de hacer desertar a cuantos estaban todavía con Atenas. «También el resto de la Hélade se había separado de los atenienses inmediatamente después de la batalla naval, salvo los samios. Éstos degollaron a los ilustres y dominaban la ciudad.»[1000] En este punto, recibidos los mensajeros de Lisandro (que Agis lleva a Decelia y Pausanias a Esparta), los espartanos lanzaron la movilización general de todos los peloponesios para invadir el Ática. Sólo los argivos se mantuvieron al margen. «El ejército peloponesio acampó junto a la ciudad, fuera de la muralla, donde había un gimnasio llamado Academia». Mientras tanto, el cerco se cierra. «Lisandro,[1001] cuando llegó a Egina, devolvió la ciudad a los eginetas, tras reunir al mayor número de ellos que pudo. Lo mismo hizo con los melios y otros que estaban privados de sus ciudades. Luego, tras saquear Salamina, ancló cerca del Pireo con ciento cincuenta naves e impedía la entrada a los barcos de carga.»[1002]
Los atenienses, asediados por tierra y por mar, no sabían qué hacer: no tenían más naves, aliados, ni grano. Pensaban que no había salvación ninguna, salvo sufrir lo que ellos hicieron, por vengarse, pues habían maltratado a hombres de pequeñas ciudades por insolencia y no por otra causa más que porque eran aliados de los espartanos.[1003]
Por eso tomaron la decisión de restituir los derechos políticos a los atimoi, y la llevaron hasta las últimas consecuencias. Mucha gente en la ciudad moría de hambre, pero ellos no pretendían abrir negociaciones de paz con el enemigo. Sin embargo, cuando las reservas de grano se acabaron del todo,[1004] mandaron embajadores a Ágidas.[1005] La propuesta era que Atenas quería ser aliada [sic] de los espartanos conservando sin embargo las murallas del Pireo; en estas condiciones estaban dispuestos a suscribir un tratado de paz. Ágidas les respondió que fueran a Esparta, que él no tenía el poder para tomar esa decisión. Los embajadores refirieron la respuesta a Atenas, y entonces los atenienses invadieron Esparta. Cuando llegaron a Selasia, en el límite con Laconia, y los éforos tuvieron conocimiento del hecho de que éstos llevaban las mismas propuestas que habían presentado a Ágidas, recibieron la orden de largarse con esta puntualización: si en verdad queréis la paz, volved después de haber tomado mejores decisiones. Ellos, una vez regresados, refirieron la respuesta a la ciudad. Todos fueron presa del abatimiento. Pensaban, ahora, que serían reducidos a esclavitud; hasta que no enviaran nuevos embajadores muchos morirían de hambre. Pero nadie quería sugerir que se discutiese la cuestión de la demolición de las murallas, puesto que Arquestrato había sido arrestado tras una sesión de la Boulé en la que había dicho que lo mejor sería aceptar la paz en las condiciones propuestas.[1006] La propuesta era derrocar un tramo de diez estadios de las largas murallas, en cualquiera de sus vertientes.[1007] Entonces fue aprobado un decreto que prohibía llevar a debate el asunto de las murallas.
En esta situación, Terámenes declaró ante la asamblea que si los atenienses estaban de acuerdo con mandarlo a ver a Lisandro, él volvería tras haber averiguado si la intención espartana era la de reducir a Atenas a la esclavitud y por eso insistían en la cuestión de las murallas o si en cambio lo hacían sólo para obtener una garantía fiable. Fue enviado.[1008] Se dirigió hacia Lisandro por más de tres meses, a la espera del momento en que los atenienses estuvieran dispuestos a aceptar cualquier propuesta a medida que se terminaban sus reservas de trigo.
En el cuarto mes volvió a Ateneas y declaró que había sido Lisandro quien lo había entretenido y que de todos modos lo emplazaba a dirigirse directamente a Esparta, con plenos poderes, con otros nueve embajadores. Mientras tanto Lisandro mandó a Esparta, a toda prisa, a Aristóteles, un desertor ateniense,[1009] para que informase a los éforos de lo que le había respondido Terámenes: que eran ellos quienes debían decidir acerca de la paz o de la guerra.
Terámenes y los demás, una vez llegados a Selasia, fueron interrogados por los éforos: «¿con qué logos habéis venido aquí?», y respondieron que apenas tenían poder en materia de acuerdos de paz.
Sólo entonces los éforos ordenaron que fueran convocados.
Cuando estuvieron presentes, los éforos convocaron una asamblea en la que corintios y tebanos sobre todo, pero también muchos otros griegos, solicitaban no aceptar ninguna propuesta para llegar a un acuerdo con los atenienses, sino extirparlos. Los espartanos replicaron que no reducirían a esclavitud a una ciudad griega que había sido de gran ayuda en el momento de los mayores peligros corridos por Grecia. Por eso estipularon un acuerdo sobre la base de las siguientes cláusulas: derrocar las Grandes Murallas y El Pireo; entregar todas las naves, con excepción de doce; hacer que volvieran los exiliados; tener los mismos amigos y los mismos enemigos que los espartanos; aceptar su guía por tierra y por mar allí donde ellos decidan guiarlos.
Terámenes y los otros nueve embajadores llevaron este oráculo a Atenas. Mientras entraban en la ciudad una gran masa popular se agrupaba a su alrededor: ¡temían que hubieran regresado con las manos vacías! Y es que ya no se podía dilatar la situación debido a la gran masa de muertos por el hambre.
El día después los embajadores anunciaron las condiciones de paz dictadas por los espartanos. El primero en hablar fue Terámenes. Dijo: hay que obedecer a los espartanos y destruir las murallas. Algunos se levantaron para hablar en contra pero fue muy superior el número de quienes se pronunciaron a favor. Se votó aprobar las condiciones de paz.
Después de lo cual Lisandro desembarcaba en El Pireo y los exiliados volvieron y (ellos) derrumbaron las murallas al son de los flautistas, con gran celo y mucho tesón, considerando que de ese modo se daba inicio a la libertad de Grecia.[1010]

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El Terámenes de las páginas finales sobre el asedio y la rendición de Atenas es un frío intrigante, bien relacionado con el poder espartano, que decide servirse del crecimiento exponencial de las muertes por hambre en Atenas a fin de consumir una democracia imperial que de otro modo, y a pesar de todo, permanecía indómita. Por eso, conscientemente, permanece cerca de Lisandro, y durante tres meses no hace nada; sólo después de esa feroz tardanza decide moverse, de acuerdo con Lisandro, para llevar a la ciudad renuente a la capitulación y sobre todo a la destrucción de las murallas, que era el máximo objetivo espartano. No debe olvidarse que Terámenes confía a la asamblea el objetivo de sondear a los espartanos acerca de la cuestión crucial: es decir, si pretendían tratar a Atenas de modo destructivo hasta el sometimiento total o si la destrucción de las murallas era solicitada como imprescindible condición con el único fin de tener una garantía (πίστις) contra toda veleidad de recuperación por parte ateniense.
Este Terámenes es coherente con el Terámenes manipulador de la asamblea y pérfido director de la liquidación física de los generales vencedores en las Arginusas, tal como se presenta, con lujo de detalles, en el capítulo 7 del libro I de las Helénicas. Si todas estas páginas son el legado tucidídeo que Jenofonte ha simplemente «montado» para la circulación en libro, éste es, entonces, el Terámenes de Tucídides: el mismo que aparece en el capítulo-revelación del libro VIII, puesto en antítesis con la lealtad de Frínico, y después descrito en su hábil cambio de chaqueta frente a los más cercanos compañeros de aventura de la primera oligarquía, la de 411. El Terámenes del libro VIII y el Terámenes de legado tucidídeo incluido en las Helénicas[1011] son equivalentes. No puede decirse que Tucídides atenuara el tono en la descripción de su acción insidiosa y exclusivamente dirigida a su propia afirmación.
Muy distinto es el Terámenes convertido en héroe y libertatis vindex del Diario jenofónteo de la guerra civil.
En su hábil reconstrucción de los acontecimientos de los Treinta, Jenofonte afirma desde un principio la legitimidad de su ascenso al poder. Están ausentes de su relato, por tanto, los detalles embarazosos acerca de la distorsión de que había nacido ese régimen, así como sobre la incómoda presencia de Lisandro y del ejército espartano, que en cambio Plutarco saca claramente a la luz en la «Vida de Lisandro». Al mismo tiempo, Jenofonte intenta distinguir, desde las primeras fases, entre la conducta correcta de Terámenes y el estilo de gobierno de Critias. El programa de gobierno era bueno —éste es el planteamiento de Jenofontes—, pero la actuación pronto encalló y fue desviada: «elegidos para redactar leyes con las que pudieran gobernarse, aplazaban continuamente el redactarlas y promulgarlas».[1012]
Otro pasaje típico de este relato jenofónteo (que influyó también sobre la historiografía romana) es el juicio sobre los bona initia[1013] del gobierno oligárquico: «a todos los que habían vivido, durante el régimen democrático, de la actividad de los sicofantes, o que se cernían amenazadores sobre los señores, los hicieron arrestar y los condenaron a muerte. La Boulé los condenaba de buen grado, y los otros, que sabían que no serían perseguidos, no encontraban nada que alegar». Enseguida se deriva hacia comportamientos abusivos. Sin embargo, también en este punto Jenofonte distingue responsabilidades: desde el momento en que los hombres en el poder empiezan a proponerse la disposición a su placer de la ciudad, mandan una delegación a Esparta, encabezada por aquel Aristóteles que ya se había destacado bajo la oligarquía anterior, para pedir el envío de una guarnición y de un harmosta.[1014]
Aquí, repentinamente, Jenofonte pone en escena el creciente desacuerdo entre Critias y Terámenes. Análoga fórmula adopta Jenofonte en el libro I de los Memorables para sacar a la luz la discrepancia que se manifestó casi de inmediato entre Critias y Sócrates.[1015] Tampoco en aquel caso se trataba de reivindicar el buen nombre del filósofo (quizá dejando en la sombra el hecho de que éste había sido uno de quienes «se quedaron en la ciudad»), sino de salvarse a sí mismo en cuanto partícipe de ese círculo.
Una vez que la guarnición espartana había tomado posesión de sus funciones comenzaron los arrestos ilegales. Terámenes se separa de los otros,[1016] y Jenofonte registra, paso a paso, todas sus polémicas tomas de posición, incluso frases aisladas o réplicas; lo que significa implícitamente su constante proximidad con aquellos que poco más tarde —en el gran duelo oratorio con Critias y en la inmediata precipitación de los acontecimientos— se convierten en héroes verdaderos de todo el asunto. Es evidente que la reconstrucción de los intrincados acontecimientos y de los roles respectivos se vuelve ardua debido a la espesa capa de manipulaciones y supresiones. Por un lado, Critias es damnatus y por tanto la verdad acerca de él es negada: salvo Platón, los otros no hablan de ello. Por otro lado, Terámenes es ascendido a la categoría de héroe (por las razones ya expuestas) y por tanto igualmente la tradición respectiva no es digna de atención.
La impresión que queda es, en todo caso, que al regreso de Critias, junto con los exiliados que volvieron a la ciudad gracias a las cláusulas de la capitulación, Terámenes debió constatar que no tenía ya frente a sí el dócil instrumento que en 411/410 había actuado bajo sus directrices,[1017] sino a un líder —endurecido por el exilio y por la experiencia en Tesalia— que no tenía intenciones de ceder el mando, esta vez, al viejo y consumado politicastro. Es sintomática la frase de Terámenes dirigida a Critias, que registra Jenofonte como testigo ocular: «puesto que tú y yo dijimos e hicimos muchas cosas con intenciones demagógicas».[1018] Evidente alusión a su colaboración durante el denominado periodo de los Cinco Mil. Pero ahora Critias le hacía frente y no dudaba en ostentar su método realpolítico: «Quien quiera vencer no puede ceder ante los que deseaban tener más, de modo que no impidiese quitar de en medio a los más capaces.»[1019] Una referencia dirigida precisamente a Terámenes.
Mientras tanto mucha gente era injustamente condenada a muerte.[1020] Estaba claro que muchos se organizaban y se preguntaban: ¿adónde iría a parar la politeia? Por su parte, Terámenes manifestaba su desacuerdo afirmando: «Si no implicamos en nuestro régimen a un número suficiente de personas el régimen no podrá durar». Premisa seguida por la impugnación de la lista de los Tres Mil ciudadanos de pleno iure preparada por Critias. También sobre este punto Jenofonte sigue largamente el dicta Theramenis. Decía: «Terámenes, por su parte, alegaba respecto a este punto que le parecía ridículo, primero porque querían hacer partícipes a los mejores ciudadanos, tres mil, como si este número tuviese necesariamente por lógica que ser el de los perfectos y no fuera posible encontrar personas competentes fuera de ésos y depravados (ponerós) dentro de ellos». Y agregaba: «Me parece que estamos haciendo dos cosas muy contradictorias, preparando un gobierno fuerte y a la vez inferior a los gobernados.»[1021] Si esta información es verdadera, se debería argüir que la decisión de limitar la ciudadanía a tres mil se manifestó con el correr del tiempo, no desde el principio; y que Terámenes impugnaba los presupuestos mismos sobre los que se apoyaba el experimento oligárquico. La oposición de Terámenes iba a exacerbarse poco después, cuando comienzan los arrestos arbitrarios de personas ricas: «Mas no me parece justo que nosotros», diría, «que nos proclamamos los mejores cometamos mayores injusticias que los sicofantes. Pues aquellos dejaban vivir a quienes desposeían de sus bienes; ¿mataremos nosotros a personas que no tienen ninguna culpa solamente para apoderarnos de sus bienes?»[1022]
En este punto, tras la proclamación de tan radical desacuerdo, empezó la persecución. Primero lo desacreditaron frente a cada uno de los buleutas, sosteniendo que su intención era derrocar al gobierno. Después formaron un grupo de esbirros preparados para intervenir en el transcurso de la reunión de la Boulé, en la que Critias iba a desencadenar el ataque. El ataque de Critias[1023] no deja espacio a los compromisos: la orden es la eliminación física del potencial traidor. Quizá en esta laboriosa reescritura tenemos al Critias sustancialmente auténtico: no se puede decir lo mismo de la réplica de Terámenes,[1024] en la que algunos pasajes tienden abiertamente a dibujar un retrato de «mártir» y a remodelar el entero perfil de su carrera.

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De acuerdo con el relato de Jenofonte, Terámenes, en un determinado momento de su apología, replicando el ataque lanzado por Critias, habría dicho: «Por otra parte, sobre lo que dijo, que yo soy capaz de cambiar en cualquier ocasión, considerad lo que voy a deciros: efectivamente el gobierno de los Cuatrocientos lo votó el mismo partido popular (ὁ δῆμος), informado de que los espartanos darían más fe a cualquier gobierno antes que a la democracia. Pero cuando aquéllos no aflojaron nada y el grupo de estrategos de Aristóteles, Melantio y Aristarco fueron descubiertos mientras construían un parapeto en el dique, por el que querían recibir a los enemigos y someter la ciudad a sí mismos y a su grupo; si yo al advertirlo lo impedí, ¿es esto ser un traidor de los amigos?»[1025]
En estas palabras que Jenofonte atribuye a Terámenes hay un elemento de evidente inverosimilitud. Terámenes, acusado por Critias de haber traicionado a los «amigos» (los heterios) en la época de la primera oligarquía, se defendería confirmando la acusación frente a un consejo que condenaba la acción con la que a su vez Terámenes había propiciado la caída de los Cuatrocientos. Lo haría, por añadidura, acusando a Aristóteles, uno de los Treinta, presente allí para escuchar la apología del acusado. Además, haría responsable a Aristóteles y a los otros (Melancio y Aristarco) de haber construido ese muelle con el propósito de facilitar la entrada en la ciudad del «enemigo». Es decir, de los espartanos, que en ese momento son los aliados de Atenas y los protectores de los Treinta (además de interlocutores del propio Terámenes, hasta hacía unas pocas semanas). Por otra parte, subrayaría la acusación precisando que Aristóteles (allí presente) y Melancio y los demás pretendían, una vez introducidos en la ciudad los «enemigos», imponer en la ciudad el dominio de los «heterios»; es decir, de aquellos a quienes el propio Terámenes había llevado al poder siete años antes y que ahora habían vuelto a él con su complicidad directa.
En definitiva —como ya hemos visto por otros indicios— es evidente que el discurso (jenofónteo) de Terámenes no tiene ninguna posibilidad de ser una paráfrasis plausible de las palabras dichas efectivamente por Terámenes; quien, como es obvio, jugaba a ganar, no a perder. Por lo tanto, no puede haber hablado con la intención de estimular en su contra la hostilidad de los presentes, en particular de los más influyentes. (Como mucho, puede considerarse plausible esa parte en que el ataque se concentra sobre Critias e intenta denunciar los comportamientos filo«populares» en Tesalia, no necesariamente conocidos por los otros, y por tanto capaces de molestar y de levantar sospechas entre los oligarcas más rigurosos).
Por tanto, el problema es el siguiente: ¿por qué Jenofonte lo hace hablar de ese modo? Porque así contribuye a la creación de una imagen positiva de Terámenes, del Terámenes destinado, poco más tarde, a un final socrático y a ser el intrépido asertor de la verdad, aunque fuera ante la presencia de un auditorio adverso. A Jenofonte, se podría decir, le salió mal la apología de Sócrates, pero en compensación le salió bien esta (inverosímil) apología de Terámenes. Apología que le importaba mucho más que la otra, porque la recuperación bajo una luz heroica-positiva del intrépido Terámenes reverberaba indirectamente también sobre su persona, así como sobre todos aquellos que a posteriori, a toro pasado, querían hacer hincapié en la distinción entre distintas líneas políticas (una, derrotada pero noble, cuya cabeza visible era Terámenes) en el interior del gobierno de los Treinta.

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Otro elemento que parecer vincular idealmente a Terámenes con Sócrates, ambos en la diana de los Treinta, es la referencia circunstancial, por parte de Terámenes, a la muerte de León de Salamina;[1026] episodio al que está ligado la clamorosa «desobediencia» de Sócrates a los Treinta.[1027]
También en este caso Jenofonte parece haber querido embellecer la figura de Terámenes con otro elemento socrático, probablemente ausente en el «verdadero» discurso de Terámenes. Deriva de allí un anacronismo. Terámenes habla de la muerte de León como si se tratara de un acontecimiento pasado, ubicándolo como el primero de los episodios que habían creado las bases para la formación de una oposición; después se habían producido los casos de Nicerato, hijo de Nicias, y de un tal Antifonte, y más tarde el ataque a los metecos. En cambio Sócrates, en la Apología, dice que por suerte para él los Treinta habían caído poco después de su desobediencia; de otro modo, se lo hubieran hecho pagar. No parece que se puedan conciliar ambas cronologías. La de Sócrates parece la más plausible. El Terámenes de Jenofonte en cambio está cometiendo un acto de acusación en el que pone juntos una serie de episodios sin darle demasiada importancia a la cronología. Es otro indicio de cuál es el fin que persigue Jenofonte en su formulación del discurso de Terámenes.

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La operación de recuperación de Terámenes culmina en la serie de anécdotas sobre las intervenciones en su favor en el momento en que está por ser condenado. En Éforo (es decir, Diodoro, XIV, 4-5) eran «Sócrates el filósofo con dos de sus amigos» quienes trataron de arrancar a Terámenes de las manos de los servidores de los Once.[1028] En la tradición biográfica sobre Isócrates, en cambio, es Isócrates quien salva a Terámenes (Vida de los diez oradores, 836f-837a).[1029] El resto de la tradición acerca de Sócrates ignora el episodio. Es difícil seguir o imaginar las deformaciones gracias a las cuales esta tradición abiertamente fantasiosa se bifurcó (Sócrates-Isócrates), quizá por «culpa» de una variante gráfica.

 [974] Así como ha recogido masas de oraciones antiguas para dar vida a la Retórica y de tragedias para dar vida a la Poética. <<
[975] Constitución de los atenienses, 28, 5: πάντες σχεδὸν ὁμολογοῦσιν. <<
[976] Constitución de los atenienses 28, 5 [basado en la trad. de Manuela García Valdés, Gredos, Madrid, 1982, p. 124]. <<
[977] ὡς αὐτὸν διαβάλλουσι: que sea una acusación corriente se deduce precisamente de la expresión ὡς διαβάλλουσι (no ὡς ἔνιοι διαβάλλουσι). <<
[978] Aristóteles, Constitución de los atenienses, 34, 1: los estrategos fueron condenados a muerte por culpa de unos imprecisos «instigadores del pueblo». <<
[979] Constitución de los atenienses, 34, 3. <<
[980] Ibídem. <<
[981] Helénicas, II, 2, 16. <<
[982] Biblioteca histórica, XIV, 3. <<
[983] Brutus, 204, etc. <<
[984] Panatenaico, 132. <<
[985] Lisias, XII, 69. <<
[986] Quizá las Helénicas de Teopompo, quien sabía mucho acerca de aquellos acontecimientos, a través de su maestro Isócrates. <<
[987] Lisias, XII, 68: ἐκέλευσε αὑτῷ πιστεύειν. <<
[988] Ibídem: ἐπαγγειλάμενος σώσειν τὴν πόλιν αὐτὸς ἀπώλεσε. <<
[989] Helénicas, II, 1, 32. <<
[990] Es el XIV de los discursos del corpus lisíaco. <<
[991] Lisias, XIV, 38. <<
[992] Helénicas, II, 1, 26. <<
[993] Demóstenes, XIX, 191. A. Kirchhoff en Jahrbücher für classische Philologie 6.1, 1860, p. 240, sugirió que Conón no llevó a Adimanto ante el tribunal sino que simplemente lo acusó en un documento. <<
[994] Helénicas, II, 1, 32: Filocles había hecho arrojar a un precipicio (una fosa común, diríamos hoy) a los prisioneros de una nave corintia. Existe además una tradición sobre Filocles, que se remonta a Teofrasto y está registrada por Plutarco (Lisandro, 13, 2), que tiende a presentarlo bajo una luz heroica. Lisandro, antes de pasar por la espada a los tres mil prisioneros atenienses capturados después de Egispóstamos, «llamó al estratego Filocles y le preguntó a qué castigo se hubiera condenado él mismo […]. Filocles, no dejándose llevar en absoluto por la adversidad, le dijo que no adoptara el papel de acusador en ausencia de un juez. Dado que era el vencedor, no debía hacer otra cosa que infligir a los vencidos el tratamiento que habría sufrido si hubiese sido él el derrotado. Después de eso, habiéndose lavado y vestido una capa suntuosa, se puso a la cabeza de los otros prisioneros y fue a hacerse degollar, tal como lo cuenta Teofrasto». <<
[995] La nave sagrada, portadora de las noticias oficiales. <<
[996] César (De bello civili, I, 21, 5-6) quiso parafrasear estas célebres palabras a propósito de la angustia de los habitantes de Corfinio la noche primera de la rendición. Lo cual es un buen indicio de la autoestima del dictador. <<
[997] En la matanza de los prisioneros impulsada por Lisandro (Helénicas, II, 1, 32). <<
[998] Hay que señalar que aquí se retoman, como epíteto, las palabras con las que Tucídides «presenta» a los melios en el preámbulo del diálogo (V, 84, 2). Sobre esto cfr., más arriba, capítulo X. <<
[999] Helénicas, II, 2, 3-4 [trad. de Orlando Guntiñas Tuñón, Gredos, Madrid, 2000]. <<
[1000] Helénicas, II, 2, 5-6. <<
[1001] Quien capitaneaba una flota de doscientas naves (Helénicas, II, 2, 7). <<
[1002] Helénicas, II, 2, 8-9. <<
[1003] Helénicas, II, 2, 10. Para la integración, paleográficamente obvia y no problemática, de un <no> (οὐ) antes de συνεμάχουν, cfr. L. Canfora, «Per una storia del dialogo dei Melii e degli Ateniesi», Belfagor, 26, 1971, p. 426. Para ἐκείνοις con valor reflexivo (ἑαυτοῖς), cfr. R. Kühner, B. Gerth, Satzlehre, I, p. 649. <<
[1004] Helénicas, II, 2, 11: παντελῶς ἐπελελοίπει. Aquí se aprecia muy bien el carácter de apuntes no revisados de estas páginas. En efecto, poco después (II, 2, 16) se dice que Terámenes hizo que pasaran otros tres meses «a la espera de que se acabaran las reservas de trigo». Por tanto, παντελῶς ἐπελελοίπει quedaba modificado. <<
[1005] El rey de Esparta al mando de las tropas que ocupaban Decelea. <<
[1006] Nótese la gravedad del procedimiento: Arquestrato fue arrestado por haber dicho algo en una sesión del Consejo, no por una propuesta formalizada como decreto ni por haber señalado un probuleuma. <<
[1007] Esta noticia es cuanto menos sorprendente: no se ve, en base al relato contenido en las Helénicas, cuándo habían tomado forma estas propuestas espartanas, visto que los delegados atenienses enviados a Esparta, de los que se habla poco antes, no habían sido ni siquiera recibidos por el rey. Buena parte de esta narración discontinua —poco más que un acopio de apuntes— se comprende si se la vincula a la reconstrucción de los hechos contenidos en el Contra Agorato de Lisias (5-10). Allí se habla de los delegados espartanos que llevaron a Atenas la exigencia a la que hace referencia Arquestrato. <<
[1008] Debe notarse que Terámenes se empeña en determinar, apelando directamente a las fuentes, si los espartanos pretendían proceder a la andrapodismòs de Atenas. Andrapodismòs significa destrucción de la ciudad y reducción a la esclavitud de sus habitantes. Tal era, por otra parte, el temor principal de los atenienses desde el principio, desde que se había recibido la noticia del desastre de Egospótamos («temían sufrir lo que ellos mismos hicieron a los melios»: II, 2, 3). Cómo sería posible una solución tan extrema se explica indirectamente: Atenas ha infringido ese tratamiento feroz a ciudades griegas (Melo, Espión, etc.) y además ha adoptado en la guerra comportamientos inaceptables hacia prisioneros griegos. En II, 1, 32 leemos con cierta incomodidad que el estratego ateniense Filocles, hecho prisionero, fue decapitado en el mismo lugar, inmediatamente después de Egospótamos, porque «había empezado a adoptar comportamientos ilegales respecto de los griegos», como le reprocha Lisandro en el interrogatorio que precede a la ejecución. Tucídides (I, 23, 2) señala la extrema ferocidad de la destrucción de las ciudades griegas sucedida en el curso de la guerra. <<
[1009] Este oligarca ateniense al que Lisandro da refugio es sin duda el Aristóteles que figura en II, 3, 2 en la lista de los Treinta. Es también el Aristóteles que junto a Melancio y Aristarco, componentes de la Boulé de los Cuatrocientos, se había empeñado, en 411, en la construcción del muelle de Eetionea. Es asimismo el mismo Aristóteles que los Treinta mandarán a Esparta para convencer a Lisandro de instalar una guarnición espartana en Atenas para proteger mejor a los Treinta (II, 3, 13). <<
[1010] Helénicas, II, 2, 1-23. <<
[1011] Helénicas, I-II, 2, 23 (es decir, I-II, 3, 10). <<
[1012] Helénicas, II, 3, 11. <<
[1013] Cfr. la forma en que Salustio (Catilina, 51, 29) retoma estas palabras. <<
[1014] Helénicas, II, 3, 13. <<
[1015] Memorables, I, 2. Las dos Rettungen quedan rigurosamente separadas: Terámenes en las Helénicas, Sócrates en los Memorables. <<
[1016] Helénicas, II, 3, 15. <<
[1017] Juicio póstumo a Frínico, llamada a Alcibíades. <<
[1018] Helénicas, II, 3, 15: τοῦ ἀρέσκειν ἕνεκα τῇ πόλει. <<
[1019] Helénicas, II, 3, 16. <<
[1020] Helénicas, II, 3, 17. <<
[1021] Helénicas, II, 3, 19. <<
[1022] Helénicas, II, 3, 22. <<
[1023] Helénicas, II, 3, 24-34. <<
[1024] Helénicas, II, 3, 25-49. <<
[1025] Helénicas, II, 3, 45-46. <<
[1026] Helénicas, II, 3, 39. <<
[1027] Platón, Apología, 32c. Querían comprometerlo encargándole el arresto de León, pero él se negó. Cfr. también la Séptima carta, 324e; 325c. <<
[1028] Encargados de las penas capitales. <<
[1029] También aparece así en la Vida anónima (p. XXXIV, ed. Mathieu-Brémond). <<

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