sábado, 23 de diciembre de 2017

Canfora Luciano.-El mundo de Atenas: XXVII. EL JUICIO DE LOS ESTRATEGOS

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Alcibíades había conseguido su objetivo: no volvió por concesión de Terámenes sino sobre la base de un pleno resarcimiento de la humillación y de la derrota sufridas a su tiempo. No falta, como se ha visto —en el marco del regreso triunfal—, una denuncia pública, por parte de Alcibíades, de sus propios «enemigos» (Terámenes, sin duda) como artífices del golpe de Estado.
Hay entre ambos, también, un choque en el plano político. Alcibíades apunta siempre a la victoria militar —de allí su compleja relación con Tisafernes, por la intención de alejar a Persia de Esparta—, y apunta a la victoria en cuanto ella coincide con su interés personal (de modo que resulte claro su mérito como artífice de la positiva solución militar del conflicto), dado que el eslogan sobre cuya base acontece su regreso es precisamente el de que él era el único en condiciones de restablecer la fortuna de la ciudad. Terámenes en cambio apunta a la paz de compromiso, concebible —desde su punto de vista— sólo en el marco de una consolidación, en Atenas, de un poder moderado del que él hubiera sido, como es obvio, el epicentro. También a este respecto el regreso de Alcibíades, tal como tuvo lugar, se hizo «contra» Terámenes. Sin embargo, cuatro meses después del regreso triunfal, Alcibíades se vio asociado, aunque fuera como «estratego de tierra», a Aristócrates,[943] fiel secuaz de Terámenes, un personaje activo en la escena política desde los tiempos de la paz de Nicias (421), de la que había sido signatario, un personaje que le había manifestado hostilidad ya desde el momento en que los Cuatrocientos declinaban y Aristócrates se asociaba con Terámenes en la solicitud de la efectiva instauración de los Cinco Mil.[944] Ni siquiera la designación del otro estratego próximo a Alcibíades —Adimanto— parece carecer de significado. Se trata, en efecto, de uno de los procesados y exiliados en los tiempos de la profanación de los misterios;[945] si se tiene en cuenta el clima de recíprocas delaciones instaurado en esa circunstancia, podría hacer pensar en un personaje que no agradaba a Alcibíades. Es evidente entonces que la tensión permaneció incluso después del regreso triunfal de Alcibíades, y que cada uno de los grupos siguió instalando a sus propios hombres en el colegio de los estrategos.
Precisamente esta larga tensión explica por qué el incidente de Noto —modesto en términos militares y debido en todo caso a la imprudencia de Antioco, oficial de segunda línea— fue explotado por los grupos hostiles a Alcibíades con el fin de removerlo del mando.[946]
No reelegido estratego, asediado por una campaña hostil, decide retirarse a Quersoneso, «a una fortaleza particular».[947] Lo que no quita que en el nuevo colegio de los estrategos su clan esté fuertemente representado. Ello resulta de analizar la composición de ese colegio. Ante todo, tres nombres son significativos: Pericles el joven, hijo de Pericles y de Aspasia; Diomedonte y Arquéstrato.[948] En cuanto a este último, es «amigo íntimo» (συμβιωτής) de Pericles el joven, en base a una noticia del malicioso Antístenes, retomada por Ateneo.[949]
Pero incluso sin Alcibíades, los atenienses consiguieron, gracias también al nuevo colegio de los estrategos, una de las más brillantes y contrastadas victorias navales de su historia: cerca de las islas Arginusas, entre Lesbos y la costa asiática vecina (406). La descripción muy cuidada de la batalla es uno de los pasajes más elaborados de los llamados «paralipómenos».[950] Fue la más comprometida de las batallas navales de todo el conflicto, signada por pérdidas importantes, también por parte ateniense. Pero una tormenta después de la batalla hizo imposible a los responsables de la flota ateniense la recuperación de los náufragos y de los cadáveres de los marinos. Esa recuperación no cumplida se convirtió en la causa de una controversia que iba a concluir de manera dramática. Las versiones contratantes se enfrentaron en un juicio desarrollado frente a la asamblea popular, en razón de la gravedad del delito comprobado. La recuperación hubiera debido esperar a los trierarcas, entre quienes estaban Terámenes y Trasíbulo. Pero los estrategos no consideraron necesario comunicar por escrito a la ciudad que los trierarcas habían fallado en la empresa, y tal ingenuidad iba a costarles la vida. Formulada una denuncia por «omisión de socorro», en el inevitable juicio los estrategos vencedores se encontraron en el banquillo de los acusados, mientras Terámenes, hábil director del interrogatorio popular, aunque responsable de la fallida recuperación, se encontró del lado de los acusadores.



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Terámenes pretendía liquidar, mediante un sabio uso de la emotividad popular, a los amigos de Alcibíades, presentes en buen número entre los estrategos de ese año. Entre los condenados a muerte estaba Trasilo, el restaurador de la democracia contra el efímero experimento terameniano del gobierno de los Cinco Mil, y el hijo de Pericles. El principal sostenedor de Alcibíades, Euriptólemo, intentó en vano oponer una hábil defensa a las tramas y a la puesta en escena de Terámenes. Todas las excepciones jurídicas a las que se apeló para evitar el juicio de condena sumaria y colectiva —cosa que constituía una ilegalidad— fueron rechazadas. Solamente Sócrates, que por entonces era uno de los pritanos, se opuso: poco faltó para que lo humillaran arrastrándolo fuera de su asiento.[951] El triunfo del insuperable «coturno» fue completo.
Una consideración aparte merece el caso de Erasínides, quien es llamado a declarar en primer término, por iniciativa de Arquedemo, «que era por entonces el líder popular más prominente». Arquedemo acusaba a Erasínides de haberse «apropiado de dinero que correspondía al demo, procedente del Helesponto». Lo acusaba además «por su gestión como estratego».[952] De estas palabras se deduce que la acusación de enriquecimiento indebido no se refería a la actividad de Erasínides como estratego, sino a su —quizá anterior— actividad en el Helesponto. Si se considera que la instalación en Crisópolis, por parte ateniense y tras la victoria de Cícico, de un puesto de aduana para recaudar el diezmo de las naves que salían del Ponto fue —como sabemos por Polibio—[953] una iniciativa de Alcibíades, se puede pensar que esta presunta apropiación de «ingresos estatales en el Helesponto» pone a Erasínides (promotor desde 409 de honores para los asesinos de Frínico)[954] en relación precisamente con Alcibíades y con la organización económico-militar impuesta por él en el Helesponto después de Cícico.[955] Debe decirse también, entonces, que la acción promovida contra Erasínedes parece distinta de la más general contra los estrategos; se debe pensar, en definitiva, en dos acciones distintas que inmediatamente convergieron, la primera promovida por Arquedemo en el tribunal y dirigida contra Erasínides, y la otra inspirada por Terámenes referida a la espinosa cuestión del fallido socorro a los náufragos.
Acerca del acontecimiento que fue objeto del juicio, el relato de las Helénicas no es, al principio, del todo claro.[956] Se menciona enseguida el derrocamiento de los estrategos —que acaso es mejor entender como una prórroga fallida—, sin aclarar el motivo. Por tanto, se nos da la noticia de un informe de los estrategos frente a la Boulé «respecto de la batalla y de la tempestad», sin que se nos diga la causa por la que los estrategos se vieron obligados a hablar acerca de este punto: la acusación de omisión de socorro a los náufragos queda sobrentendida. Hay sin embargo un hiato narrativo entre el elaborado y tenso relato de la batalla y el no menos elaborado y dramático relato del juicio: es como si nos encontráramos frente a una composición en bloques (que quizá deberían estar mejor encadenados). Una duda surge del enfrentamiento con el relato de Diodoro: si el ataque partió de los estrategos o del tetrarca Terámenes. Según Diodoro, los estrategos se habrían hecho preceder de un mensaje al pueblo en el que acusaban abiertamente a Terámenes y Trasíbulo de la omisión de socorro. Esto se explica porque Diodoro sigue a Éforo, el cual fue filoteraminiano, y tiende por tanto a exonerar a Terámenes de la acusación de haber promovido el proceso.
Hay además un nombre muy significativo: Trasilo, quien era además el «presidente» del colegio de los estrategos el día de la batalla, según la deducción de Beloch.[957] Trasilo es un personaje de gran relieve, si no por otra cosa al menos por el papel desempeñado en Samos como exponente preponderante de la flota, junto a Trasíbulo. Trasilo siempre sostuvo con firmeza, y tanto más tras la caída de los Cuatrocientos, la idea de la continuación a ultranza de la guerra.[958] La línea política de Trasilo era, por tanto, doblemente opuesta a Terámenes, ya sea por lo que respecta a la liquidación de los Cinco Mil como a la restauración, propugnada por Trasilo, de la democracia radical, ya sea por lo que respecta a la prosecución a ultranza de la guerra. Golpear a Trasilo, involucrándolo en la condena en bloque de los estrategos, es para Terámenes un movimiento no sólo hábil, sino incluso necesario: así consigue, con un único golpe, arrastrar a la ruina política tanto al clan de Alcibíades como al principal exponente de la democracia radical.
Trasíbulo en cambio se encontró en el bando opuesto: junto a Terámenes, contra Trasilo. La posición asumida por Trasíbulo exige una aclaración. En este juicio él, que había capitaneado junto con Trasilo la resistencia antioligárquica en Samos, actúa a remolque de Terámenes: ambos tetrarcas habían desatendido la orden de los estrategos de poner a salvo a los náufragos. De este modo, Trasíbulo queda implicado en el juego de Terámenes e involucrado también él en el dilema: o salvarse hundiendo a los estrategos o salir malparado en el caso de que éstos sean absueltos.
Una vez más (como en el momento del regreso de Alcibíades), la figura clave es precisamente Euriptólemo, el protector de Alcibíades, su lugarteniente en la paz de Calcedonia.[959] Euriptólemo es quien asume el papel principal en la defensa de los estrategos. Naturalmente, se siente próximo a Pericles y Diomedonte, como explica desde las primeras palabras. Su insistencia en pedir un juicio «individual» para los estrategos se comprende por el propósito de luchar sistemáticamente por la salvación de cada uno de ellos. Nos sólo se empeña a fondo sino que asume en primera persona unos riesgos notables, ante todo el de oponer al proboulema de Calixeno (que proponía un juicio sumario de todos los estrategos en bloque) el arma más eficaz y peligrosa que ofrecía la legislación ateniense, la «excepción de ilegalidad».[960] Arma peligrosa porque, en caso de perder, podía volverse contra quien la esgrimía: es raro que el jefe de un bando se alce elevando tal excepción en primera persona, en general un arma que adoptan los gregarios. Es por tanto sintomático, de por sí, que Euriptólemo adoptara por sí mismo esta arma (evidentemente se exponía al riesgo de darle peso y máximo relieve a un movimiento semejante), aunque más tarde decidió renunciar a ella,[961] probablemente por el temor de perderlo todo en el caso de una derrota en tal marco procesal. Retirada la excepción de ilegalidad, al revelarse estéril también la oposición de Sócrates en el seno del colegio de los pritanos,[962] Euriptólemo intenta, con un largo y complejo discurso, dirigir el proceso hacia una vía más favorable.[963]
Del choque salió vencedor Terámenes, quien decapitó el «partido de la guerra» golpeando ambas almas: la democrática radical representada por Trasilo, y la alcibídea. La derrota del clan de Alcibíades es claro, no sólo porque son enviados a la muerte Diodemonte y el hijo de Pericles, sino también porque el hábil y siempre activo Euriptólemo queda en una situación ruinosa.
En el nuevo colegio de los estrategos, que reemplaza al derrocado[964] y sometido a juicio, destaca un personaje como Adimanto, a quien ya hemos visto cerca de Alcibíades. Sobre Adimanto —prisionero inopinadamente perdonado por Lisandro— pesaba la sospecha de haber «traicionado a la flota» (septiembre de 405) en Egospótamos.[965] Esta sospecha es presentada por Lisias[966] como un dato de hecho, y que parece encontrar confirmación en un pasaje de Demóstenes.[967] Se comprende así el pleno significado del diagnóstico tucidídeo según el cual las destructivas «rivalidades internas» habían hecho perder la guerra.[968] La traición de Adimanto se encuadra en la lucha de facciones y podría haber sido un movimiento extremo del partido de la paz a toda costa.
En cuanto a los estrategos del colegio que reemplaza a los desventurados vencedores de las Arginusas, es sintomático el episodio que se verifica precisamente en la inminencia de los Egospótamos. Alarmado por la conducción de la guerra diseñada por los nuevos estrategos, Alcibíades deja temporalmente sus «fortificaciones» y se presenta en el campo ateniense para emplazar a los estrategos a establecer el campamento en las cercanías de Sesto; pero Tideo y Menandro —dos estrategos particularmente hostiles a él— lo echan proclamando que «ahora comandaban ellos y ya no él».[969] Tideo y Menandro mostraron entonces tener plena conciencia del cambio que se había producido con la liquidación del colegio anterior. Sus ásperas palabras dirigidas a Alcibíades en sustancia significan no lo obvio, es decir, que Alcibíades ya no es estratego, sino que ya no son sus hombres los que están en el poder.
Es una victoria completa, por tanto, la que Terámenes consigue con el procesamiento de los estrategos. Incluso en el momento del «arrepentimiento», cuando el demo decida castigar a quienes lo habían «engañado» durante el juicio, será Calíxeno el objeto del resentimiento popular y no Terámenes.[970] En el curso del proceso Terámenes supo guiar la indignación popular en favor de sus propios objetivos políticos, quedando protegido de los contragolpes del mutable clima político (si se exceptúa la apodokimasía —de incierta datación— que bloqueará, en el tribunal, su reelección como estratego).

Es controvertida la identidad política de Calíxeno. Tanto Diodoro (XIII, 103, 2) como las Helénicas (I, 7, 35) nos dan, en fiel paráfrasis, el texto del decreto que golpeó a «Calíxeno y a los otros que habían engañado al pueblo». En cambio, hay divergencia en lo que respecta a la suerte que correspondió a Calíxeno. Según las Helénicas, Calíxeno, encarcelado, consiguió huir en el curso de los altercados en que murió Cleofonte; regresó «cuando volvieron los del Pireo» (es decir, Trasíbulo y los suyos); entonces murió «odiado por todos». Diodoro en cambio conoce únicamente su arresto y su fuga «junto a los enemigos, en Decelea». A partir de esta noticia no faltó quien se viera inducido a pensar que Calíxeno era un hombre de las heterías oligárquicas.[971] En realidad, quien huía de Atenas durante la ocupación de Decelea (y de la Eubea) difícilmente habría tenido otra opción.[972] En el pasaje ahora evocado de las Helénicas, en que Calíxeno vuelve a Atenas «cuando volvieron los del Pireo», ¿autoriza a pensar que éstos habían combatido junto a Trasíbulo por la restauración democrática? ¿Y que se lo pueda definir como «un jefe de la mayoría radical» de la Boulé?[973] Quizá, más sencillamente, Calíxeno se aprovechó del clima de reconciliación propiciado por la amnistía de 403. La parquedad de los datos ha determinado dos imágenes opuestas: la de Calíxeno hombre de las heterías y la de Calíxeno secuaz de Trasíbulo. Quizá, simplemente, fue hombre de Terámenes.
 [943] Helénicas, I, 4, 21. <<
[944] Tucídides, VIII, 89, 2. <<
[945] Andócides, I, 16: «Agarista, esposa de Alcmeónides, denunció que en casa de Cármides veneraban los misterios Alcibíades, Axíoco y Adimanto». <<
[946] Helénicas, I, 5, 16. <<
[947] Helénicas, I, 5, 17. <<
[948] De los dos primeros, en el discurso en defensa de los estrategos, Euriptólemo —un pariente cuya sola vista había bastado para asegurar a Alcibíades el regreso— definirá al primero como «partidario mío» y al segundo como «amigo» (Helénicas, I, 7, 16). <<
[949] V, 220d. Para la identificación de este Arquestrato con el estratego de las Arginusas, cfr. Wilamowitz, Aristoteles und Athen, Berlín, 1893, p. 69, n.º 40. Arquestrato muere durante el bloqueo espartano de Mitilene, por tanto no vio la conclusión de la batalla; lo sustituyó un tal Lisias (Helénicas, I, 6, 30). <<
[950] Se trata del sexto capítulo completo del libro I de las Helénicas. <<
[951] Helénicas, I, 7, 15; Platón, Apología de Sócrates, 32b, describe la escena, particularmente colorida, en la que algunos políticos gritan a favor de arrojar a Sócrates de su escaño; en la Apología Sócrates argumenta que la ilegalidad del proceso consistió en juzgar a los imputados en conjunto (ἁθρόους κρίνειν). <<
[952] Helénicas, I, 7, 2. <<
[953] IV, 44, 4. Cfr. Helénicas, I, 1, 22. <<
[954] IG, I2 110 = 13 102 = ML 85. <<
[955] Demetrio de Falero (FGrHist 228 F 31 ter = III B, p. 744) hablaba directamente de una acusación de hurto contra Erasínides. <<
[956] Helénicas, I, 7, 1-3. <<
[957] A partir de Lisias, XXI, 7. <<
[958] Walther Schwahn relaciona la estancia de Trasilo en Atenas en el invierno de 411 con el rechazo, en la primavera de 410, de las propuestas espartanas de paz después de Cícico: RE, s.v. Thrasyllos (1936), col. 579, 15-29. <<
[959] Helénicas, I, 3, 12. <<
[960] Helénicas, I, 7, 12. <<
[961] I, 7, 13. <<
[962] I, 7, 15. También Sócrates, «padre espiritual» de Alcibíades, descendió al campo en defensa de estos estrategos. <<
[963] No carece de relevancia el hecho de que, en el relato del juicio que hace Diodoro (un relato sin duda independiente del de las Helénicas, I, 7), precisamente a Diomedonte se le confía un papel central en la autodefensa de los estrategos. <<
[964] Helénicas, I, 7, 1. <<
[965] Helénicas, II, 1, 32. <<
[966] XIV, 38. <<
[967] Cfr., más abajo, cap. XXVIII, § 4. <<
[968] Tucídides, II, 65, 12. <<
[969] Helénicas, II, 1, 25-26. <<
[970] Helénicas, I, 7, 35; Diodoro, XIII, 103, 2; cfr. Aristóteles, Constitución de los atenienses, 34, 1. <<
[971] P. Cloché, «L’affaire des Arginuses», Revue Historique, 130, 1919, pp. 50-51. <<
[972] Incluidos los veinte mil esclavos de Tucídides, VII, 27, 5 que se refugiaron en Decelia. <<
[973] Así J. Beloch, Die Attische Politik seit Pericles, Teubner, Leipzig, 1884, p. 88, n.º 4, quien se ve obligado a sostener sin embargo que la siguiente noticia «murió de hambre» no debe ser tomada al pie de la letra. <<

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