Habiéndose refugiado en Esparta
tras fugarse de Siracusa (415
a . C.), condenado en rebeldía, empeñado en combatir
sin miramientos a su propia ciudad, Alcibíades sugiere a sus nuevos protectores
espartanos la más mortal de las acciones bélicas: la ocupación estable del demo
ático de Decelea, como base para una presión constante sobre Atenas. Es uno de
los mayores daños que, devenido enemigo como exiliado, Alcibíades ha dirigido a
su propia ciudad. La proximidad y presencia constante de los espartanos en
suelo ático, unido a la consternación por la derrota en Sicilia (413 a . C.), fue un
factor no secundario de la crisis desencadenada poco más tarde en Atenas: los
oligarcas tomaron aliento porque sabían además que tenían a sus aliados
espartanos a dos pasos de distancia. Pero precisamente en el momento de la
crisis constitucional (411 a . C.)
Alcibíades —que en el ínterin había chocado con los espartanos y se había
refugiado en la corte del sátrapa persa Tisafernes— se encontró en la ribera
opuesta al grupo que derrocó la democracia. Curiosamente, el alcmeónida víctima
del alarmismo democrático (el exilio por los presuntos delitos sacramentales se
explica precisamente con el «pánico al tirano») se acercó, y después se unió, a
la flota ateniense de Samos, guiada por los campeones de la reconquista
democrática de los Cuatrocientos.
Tras la caída de los
Cuatrocientos, de inmediato se votó el regreso de Alcibíades, pero el exiliado
prefirió no regresar. Sólo en 408, después de muchas dudas y sobre todo después
de haber llevado a la victoria a la flota ateniense, Alcibíades se decidió a
volver a Atenas. Su regreso es presentado por las tradiciones historiográficas
novelescas (por ejemplo por Duris, quien pretendía ser descendiente de
Alcibíades) como una auténtica apoteosis.[927]
El retorno de Alcibíades fue
preparado con extrema cautela. Desde la caída de los Cuatrocientos ese regreso
era posible. La promulgación de un decreto para reclamar su regreso (mientras
tanto Alcibíades había sido elegido estratego de la flota en Samos) es una de
las primeras actuaciones del nuevo régimen, si bien Alcibíades no quiso
aprovecharlo de inmediato: no consideró prudente volver gracias a una
«concesión» de Terámenes en una Atenas dominada por éste. Prefirió postergar la
cuestión de su propio regreso para después de haber conseguido una serie de
brillantes éxitos militares en la guerra naval y cuando los equilibrios
políticos se hubieran modificado en su favor. Quiso volver como triunfador y
dentro de un contexto político que le fuera favorable. No le bastó la garantía
de su elección como estratego in absentia.[928]
Sin embargo, tras esa decisión comenzó una cauta «marcha de aproximación»; para
llegar al Ática, desde Samos se desplazó primero —con algunos tirremes— a
Paros, después se dirigió a Gitión (en Laconia) para espiar los movimientos de
la flota espartana pero también «para comprender mejor cómo se preparaba la
ciudad ante su regreso».[929] Por fin desembarca en El Pireo;
encuentra el terreno propicio, la acogida es triunfal y masiva, aunque no
carente de voces de desacuerdo. A pesar de todo, aún ante la inminencia del
desembarco, Alcibíades duda: se detiene sobre el puente de la nave «para ver si
sus parientes y amigos vienen a recibirlo».[930] Sólo después de
haber escoltado a Euriptolemo, pariente suyo, y a los otros «amigos y
parientes», descendió a tierra, y se adentró hacia la ciudad acompañado por una
escolta preparada para la ocasión, pronta a intervenir en caso de atentados.[931]
La ceremonia prosiguió con una doble «apología» —primero frente a la asamblea,
después frente a la Boulé—: resarcimiento completo de la condena en rebeldía
que se le había aplicado en su tiempo, sin que, obviamente, hubiera podido
defenderse.
En estos dos discursos Alcibíades
denuncia ya como enemigos personales a quienes, poco después de haberlo
exiliado, habían derrocado la democracia en 411. Al menos según los relatos que
se han conservado,[932] Alcibíades no pronuncia nombres, pero su
gesto involucra a Terámenes, que había sido protagonista de aquel infausto
experimento oligárquico. Creo incluso que en las palabras de Alcibíades se
puede percibir una referencia punzante hacia Terámenes allí donde aquél dice
acerca de sus enemigos, artífices del golpe de Estado: «cuando pudieron
aniquilar a los mejores y quedarse ellos solos, eran estimados por los
ciudadanos por eso mismo, porque no podían tratar con otros mejores».[933]
2
El relato de lo que dijo
Alcibíades a su regreso, tal como se ha conservado,[934] presenta
algunas dificultades. Hay ante todo, visiblemente, una evidente desproporción
entre lo que debería ser el pensamiento de los partidarios de
Alcibíades (13-16) y el de sus críticos (dos líneas del párrafo 17). Pero
para que el amplio desarrollo favorable pueda ser entendido precisamente como
pensamiento de otros sobre Alcibíades, fue necesario poner en marcha una serie
de intervenciones, por otra parte no resolutivas ni satisfactorias:
a) la expurgación de las palabras
«se defendió», ἀπελογήθη ὡς, en 13 (palabras que ya algunos códices remiendan
de diversas maneras);
b) la modificación del término
conservado ἑαυτῷ, en 16, en αὐτῷ, precisamente en reconocimiento a la opinión
según la cual aquí son otros quienes hablan de Alcibíades.
A pesar de todo eso, la sintaxis
y la sucesión de los pensamientos siguen siendo insatisfactorios. Es
sintomático que las dos correcciones presenten una orientación precisa:
eliminan un indicio presente en el texto —es decir, que alguien (precisamente
Alcibíades) está hablando en primera persona y defendiéndose a sí mismo: un
discurso referido en oratio obliqua e
introducido por las palabras «se defendió», ἀπελογήθη ὡς, de las cuales no
tiene sentido liberarse. Palabras dirigidas a introducir un discurso
apologético: la apología pronunciada por Alcibíades, a su regreso, frente al
Consejo y frente a la asamblea popular, según las modalidades y los contenidos brevemente
citados, poco después, en 20: «se defendió frente a la Boulé y frente a la
asamblea, sosteniendo no haber cometido sacrilegio y haber sido objeto de una
injusticia».
En este punto de las Helénicas nos encontramos frente a la
siguiente situación textual: un marco narrativo en el que se refieren de manera
muy breve las posiciones favorables y contrarias a Alcibíades, la noticia de su
desembarco en Atenas y la noticia de dos discursos pronunciados por él frente
al Consejo y la asamblea (13 hasta καὶ μόνος + 17-20); encajado a duras penas
en este marco hay un pasaje (de 13 ἀπελογήθη ὡς hasta el final de 16 οὐκ εἶχον
χρῆσθαι, que constituye en realidad un discurso apologético referido en forma
de oratio obliqua. Por tanto, la
«ficha» que contiene el desarrollo del discurso en forma de oratio obliqua (discurso del que se da
noticia en 20) fue colocada aquí de modo bastante torpe por parte de los
editores póstumos. Una situación textual como ésta impone ciertas deducciones:
que el manuscrito de esta parte de las Helénicas
se presentaba del todo inacabado (coexistían en él un texto-esbozo y una ficha
que representaba el desarrollo, todavía no fundido con el contexto, de un
discurso del que el contexto apenas aportaba la noticia), además de que se
representaba todavía bajo la forma de fichas a ordenar. En definitiva, una
condición textual que nos lleva a aquellos papeles de Tucídides inéditos y
todavía un poco informes de los que Jenofonte debió disponer para esta parte de
su trabajo. Precisamente a partir de un caso como éste se afirma la tesis según
la cual las Helénicas I-II, 3, 10 son
en realidad parte de aquellos Paralipómenos
tucidídeos que Jenofonte publicó al pergeñar la edición «completa» de la obra
incompleta de su predecesor.
Si esta hipótesis es correcta,
estamos no sólo en presencia de un ejemplo concreto de cómo se presentaban los
«papeles inéditos» de Tucídides, sino también de su modo de trabajar: se trata
del registro objetivo de una fase de
elaboración previa al nivel de elaboración de, por ejemplo, el libro VIII.
Tucídides partía de la trama del
relato; aparte, en fichas autónomas, elaboraba algunos discursos, de los que el
relato de base daba sólo una noticia sumaria: es el caso de I, 4, 13-20;
donde coexisten la sumaria noticia de 20 (ἀπολογησάμενος ὡς οὐκ ἠσεβήκει) y el
desarrollo de tal discurso (13: ἀπελογήθη ὡς…, hasta el fin de 16); después
metía estos discursos, elaborados todavía en oratio obliqua, en la trama narrativa: es precisamente lo que
sucede en el libro VIII. Naturalmente, todo hace pensar —y con frecuencia
se ha puesto en evidencia— que también este libro VIII presenta un nivel
provisional de redacción, cuyo perfeccionamiento posterior no podía constituir
sino la elaboración de modo directo de algunos de estos discursos todavía
sintetizados de forma indirecta. El discurso apologético que Alcibíades recita
al regreso de Atenas —uno de los principales puntos de inflexión de su carrera
y de toda la guerra— debía estar, presumiblemente, destinado a esa elaboración
posterior.
Todo esto se nos hace evidente en
virtud de la identificación de esta ficha, que fue compuesta aparte del texto.
La clave de bóveda está precisamente en las palabras ἀπελογήθη ὡς, verdadera
«cruz» de los críticos. Han sido vanos los intentos de salvar el texto tal como
está, y de darle un sentido. Es imposible de entender: «unos decían que eran el
mejor ciudadano y que alegó únicamente en su defensa que no fue desterrado con
justicia»: no sólo porque sería una afirmación bastante ridícula y del todo
falsa, sino además porque Alcibíades no se había podido defender de ninguna
manera, ni en el tribunal ni en la asamblea, dado que había sido condenado en
rebeldía. Lo que viene a continuación de ἀπελογήθη ὡς sólo puede tener sentido
como apología dicha por el mismo Alcibíades (por ejemplo, el recuerdo de los
peligros personales corridos durante los difíciles años del exilio, la
imposibilidad de contar con el consejo de los amigos, ni siquiera de los más
cercanos, etc.). Inversamente, si se asume que tenemos aquí la apología
pronunciada por Alcibíades como justificación propia y aclaración de la propia
aventura personal, todo el texto resulta aceptable y ya no parece necesaria
ninguna de las hipótesis de los modernos. Es la puntuación lo que cambia: la
frase inicial del 16 (οὐκ ἔφασαν… μεταστάσεως) es una pregunta, que Alcibíades
formula, y en la que retoma (e inmediatamente impugna) la más grave e
insistente de las acusaciones dirigidas en tiempos de los sucesos de los
hermocópidas, la de haber querido preparar un violento golpe de Estado (cfr.
Tucídides, VI, 27: νεωτέρων πραγμάτων: 28, y 60-61). Aquí Alcibíades retoma una
acusación, muy grave —y que ahora más que nunca, recién regresado y a punto de
asumir nuevas responsabilidades políticas oficiales y de primer nivel, era
necesario borrar por completo—, y replica observando que, al contrario, era el
pueblo mismo quien le había concedido una condición de prestigio particular.
Así quedaría, entonces, la traducción del discurso apologético de
Alcibíades (13-16):
[13] Se defendió sosteniendo que
había sido injustamente enviado al exilio, acosado por gente que valía menos
que él, que sólo hacía discursos reprobables, cuya acción política buscaba el
beneficio personal, mientras él en cambio siempre había favorecido a la comunidad
con sus propios medios y con los de la ciudad. [14] Cuando en su momento él
había querido ser juzgado de inmediato, apenas formulada la acusación de
impiedad hacia los misterios, sus enemigos —con la táctica de la dilación— lo
habían privado, en ausencia, de la patria: [15] durante ese periodo había sido
obligado, en una situación sin salida posible, a granjearse los peores enemigos
[Esparta], arriesgándose cada día a ser expulsado, y, a pesar de ver cómo se
equivocaba la ciudad, incluyendo a los ciudadanos y amigos más cercanos, no le
había sido posible ayudarlos, impedido por su condición de exiliado. [16]
¿Acaso no habían dicho que era típico de gente como él desear la revolución
mucho más que los cambios políticos? Pero el pueblo le había concedido a él un
papel más importante que el de sus coetáneos y no menor que el de los más
ancianos [y por tanto «alguien como él» no tenía necesidad de καινὰ πράγματα].
Sus enemigos, en cambio, debieron aparecer como aquellos que habían sido
capaces de liquidar a los mejores y —quedando como únicos supervivientes—
fueron aceptados por sus conciudadanos por la única razón de que no había
otros, mejores, de los que beneficiarse.[935]
3
«La asamblea tomó una serie de
medidas extraordinarias en favor de Alcibíades, que borraban el pasado y
adoptaban compromisos para el futuro. La estela de atimia en la que se inscribía el nombre de Alcibíades fue
solemnemente arrojada al mar, según una antigua costumbre que, a través de este
gesto, sancionaba la anulación religiosa de un dato de hecho (καταποντισμός).
Los colegios sacerdotales de los Eumólpidas y de los Kerukes debieron pronunciar una fórmula que anulaba la maldición
lanzada contra él [Diodoro XIII, 69]. En fin, la asamblea quiso refrendar
de manera formal el voto con el que las tripulaciones de la flota de Samos
habían electo estratego a Alcibíades. Con la precisión de que se trataba de un
cargo extraordinario, de plenos poderes,
ἁπάντων ἡγεμὼν αὐτοκράτωρ [Helénicas,
I, 4, 20].»[936] Se trató, entonces, de un procedimiento
absolutamente inaudito: plenos poderes que consentían al magistrado investido
el tomar en todos los ámbitos las medidas que considerara indispensables para
la seguridad, sin la obligación de recurrir a la asamblea ni a la Boulé. La
noticia que leemos en las Helénicas
es cierta y confirmada por fuentes que tienen orígenes independientes: Diodoro,
es decir Éforo, y Plutarco.[937] Entre las primeras medidas tomadas
por Alcibíades, ya investido de plenos poderes, estuvo el equipamiento de cien
trirremes y una leva de otros quinientos hoplitas. Para demostrar la fuerza
renovada de Atenas, además de su pietas
personal, de la que los colegios sacerdotales no estaban del todo convencidos,
organizó solemnemente la procesión de los «Misterios», desafiando la presencia
espartana en el suelo ático y evitando cualquier incidente con las tropas que
ocupaban Decelea. Desde que los espartanos se habían establecido en Ática de
manera estable la procesión se realizaba por mar; Alcibíades demostró que la
situación había cambiado, haciendo que se desarrollara por tierra y escoltada
por el ejército al completo.[938]
El retorno de la democracia dio
nuevo impulso a la ciudad, y señaló el reencuentro de la flota —ya bajo las
órdenes de Alcibíades— con los ciudadanos, después del divorcio que había
seguido a la toma del poder por parte de los Cuatrocientos. Alcibíades había
vuelto, por tanto, con la convicción general de que era el único restaurador
posible de la potencia ateniense. En las fuentes que hablan de estos
acontecimientos aparece con frecuencia la expresión «el único» (μόνος).[939]
Pero, como veremos, la armonía entre Alcibíades y sus conciudadanos no iba a
durar mucho.
4
Al principio se produjo un
fenómeno inaudito: la atribución de plenos poderes a Alcibíades. La gente
humilde, «los pobres» —refiere Plutarco—, se dirigían con insistencia a la
residencia de Alcibíades y le pedían que asumiera «la tiranía». Plutarco, que
nos aporta esta importante noticia —ausente, como es obvio, en los apuntes de
Tucídides ordenados por Jenofonte—, dice exactamente que esta masa de pobres
«era presa del deseo increíble (ἐρᾶν ἔρωτα θαυμαστόν) de ponerse bajo su
tiranía».[940] No sólo eso: lo incitaban a derogar leyes y decretos,
y a políticos profesionales (a quienes definían como «los charlatanes»)
responsables de «causar la ruina de la ciudad». Ésta es una parte de la realidad
que, sin la capacidad de Plutarco para dar cuenta de sus inmensas lecturas, se
hubiera perdido. Resulta sumamente instructivo: demuestra una vez más, casi en
perfecta coincidencia con la experiencia de Pisístrato,[941] la
proximidad, al menos desde el punto de vista de la base social, entre
democracia y tiranía. Pero hay algo más: este ataque a los «charlatanes»
ruinosos para la ciudad indica que, a veinte años de la muerte de Pericles (princeps según Tucídides y «tirano»
según los cómicos), la confianza en la clase política había caído en desgracia.
Por lo menos entre las capas más pobres, persuadidos del «engaño» democrático,
de su propia insignificancia a pesar del mecanismo aparentemente igualitario de
la asamblea, querían eliminar la mediación de la clase política que los había
decepcionado, y apuntaban a un nuevo «tirano» de su confianza.
Un ciclo de la historia política
ateniense se estaba cerrando. Plutarco comenta justamente (35, 1) que no
conseguimos entender «cuál hubiese sido su modo de pensar acerca de esta
propuesta de tiranía». Se limita a notar la parálisis de los otros políticos
frente a ese peligroso triunfo, cuya única intención es liberarse de él: «que
volviera al mar lo antes posible»; y le concedieron también, cosa inaudita
aunque incluida en los «plenos poderes», «escoger los compañeros que deseaba».
Por eso, poco más tarde, el fracaso en Noto de un subordinado suyo impedirá su
reelección e impondrá su nueva retirada de la escena.
No se había atrevido a dar ese
paso audaz, quizá demasiado arriesgado, que se le había propuesto; había
pensado que era mejor confiarse al «método» de Pericles y apuntar a la
reelección anual; por eso pudo ser golpeado al primer fracaso. Sin embargo, por
un momento no breve la posición adquirida le había parecido que no exigía la
explícita asunción de la tiranía. Un gran polígrafo del siglo XIX, que
dedica una admirable y apasionada biografía a Alcibíades, Henry Houssaye,
describió bien esta perplejidad: «nombrado general con plenos poderes para todo
el ejército, tanto marítimo como terrestre, jefe de la política interna y de la
externa, aclamado en la asamblea cada vez que aparecía en ella, idolatrado por
el pueblo, temido en toda Grecia no menos que por el rey de Persia, ¿no tenía
acaso ya en su mano poderes soberanos? Consagrado dictador (αὐτοκράτωρ) de la voluntad popular, ¿por qué hubiera
debido traicionarla para hacerse tirano? Investido por las leyes de plenos
poderes, ¿por qué iba a violarlas?».[942]
[927]
FGrHist, 76 F 76. <<
[928] Helénicas, I, 4, 10. <<
[929] I, 4, 11. <<
[930] I, 4, 18. <<
[931] I, 4, 19. <<
[932] Cfr. Isócrates, Sobre la biga, 4 y 19-20; Helénicas,
I, 4, 16. <<
[933] Helénicas, I, 4, 16. <<
[934] Helénicas, I, 4, 13-20. Transcribimos aquí el
confuso exordio del pasaje: καταπλέοντος δ᾿ αὐτοῦ ὅ τε ἐκ τοῦ Πειραιῶς καὶ ὁ ἐκ
τοῦ ἄστεως ὄχλος ἡθροίσθη πρὸς τὰς ναῦς, θαυμάζοντες καὶ ἰδεῖν βουλόμενοι τὸν Ἀλκιβιάδην,
λέγοντες [ὅτι] οἱ μὲν ὡς κράτιστος εἴη τῶν πολιτῶν καὶ μόνος [ἀπελογήθη ὡς] οὐ
δικαίως φύγοι, ἐπιβουλευθεὶς δὲ ὑπὸ τῶν ἔλαττον ἐκείνου δυναμένων μοχθηρότερά
τε λεγόντων καὶ πρὸς τὸ αὑτῶν ἴδιον κέρδος πολιτευόντων. Damos la traducción en
las páginas siguientes. <<
[935] Una justificación más analítica de esta restauración
textual, en Revue des Études grecques, 95, 1982, pp. 140-144. <<
[936] Hatzfeld, Alcibiades, op. cit., p. 297. <<
[937] Diodoro, XIII, 69; Plutarco, Alcibíades, 33 (que
quizá depende de las Helénicas de Teopompo). Ambos hablan de στρατηγὸς αὐτοκράτωρ.
<<
[938] Helénicas, I, 4, 20. <<
[939] Helénicas, I, 4, 13 y 17; véase también Tucídides,
VIII, 53, 3. <<
[940] Alcibíades, 34, 7. Recordemos que Tucídides (VII,
1) hablaba de eros que impulsaba a la masa de los atenienses a
desear la guerra contra Siracusa. <<
[941] Aristóteles, Constitución de los atenienses, 22,
3: «Pisístrato, siendo jefe popular, se hizo tirano». <<
[942] H. Houssaye, Histoire d’Alcibiade et de la République
Athénienne, II, Didier, París, 18944, pp. 336-337. Fritz
Taeger, en la revisión (Múnich, 1943) de su Alkibiades de 1925,
piensa que las invocaciones de Alcibíades para hacerse «Herrscher» estaban
orquestadas provocativamente por sus adversarios «aristócratas» (p. 215). No se
entiende por qué. Pero Taeger está fuertemente influido, en la reconstrucción
histórica, por los fantasmas del presente. <<
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