sábado, 23 de diciembre de 2017

Canfora Luciano.-El mundo de Atenas:XXVI. EL RETORNO DE ALCIBÍADES

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Habiéndose refugiado en Esparta tras fugarse de Siracusa (415 a. C.), condenado en rebeldía, empeñado en combatir sin miramientos a su propia ciudad, Alcibíades sugiere a sus nuevos protectores espartanos la más mortal de las acciones bélicas: la ocupación estable del demo ático de Decelea, como base para una presión constante sobre Atenas. Es uno de los mayores daños que, devenido enemigo como exiliado, Alcibíades ha dirigido a su propia ciudad. La proximidad y presencia constante de los espartanos en suelo ático, unido a la consternación por la derrota en Sicilia (413 a. C.), fue un factor no secundario de la crisis desencadenada poco más tarde en Atenas: los oligarcas tomaron aliento porque sabían además que tenían a sus aliados espartanos a dos pasos de distancia. Pero precisamente en el momento de la crisis constitucional (411 a. C.) Alcibíades —que en el ínterin había chocado con los espartanos y se había refugiado en la corte del sátrapa persa Tisafernes— se encontró en la ribera opuesta al grupo que derrocó la democracia. Curiosamente, el alcmeónida víctima del alarmismo democrático (el exilio por los presuntos delitos sacramentales se explica precisamente con el «pánico al tirano») se acercó, y después se unió, a la flota ateniense de Samos, guiada por los campeones de la reconquista democrática de los Cuatrocientos.
Tras la caída de los Cuatrocientos, de inmediato se votó el regreso de Alcibíades, pero el exiliado prefirió no regresar. Sólo en 408, después de muchas dudas y sobre todo después de haber llevado a la victoria a la flota ateniense, Alcibíades se decidió a volver a Atenas. Su regreso es presentado por las tradiciones historiográficas novelescas (por ejemplo por Duris, quien pretendía ser descendiente de Alcibíades) como una auténtica apoteosis.[927]
El retorno de Alcibíades fue preparado con extrema cautela. Desde la caída de los Cuatrocientos ese regreso era posible. La promulgación de un decreto para reclamar su regreso (mientras tanto Alcibíades había sido elegido estratego de la flota en Samos) es una de las primeras actuaciones del nuevo régimen, si bien Alcibíades no quiso aprovecharlo de inmediato: no consideró prudente volver gracias a una «concesión» de Terámenes en una Atenas dominada por éste. Prefirió postergar la cuestión de su propio regreso para después de haber conseguido una serie de brillantes éxitos militares en la guerra naval y cuando los equilibrios políticos se hubieran modificado en su favor. Quiso volver como triunfador y dentro de un contexto político que le fuera favorable. No le bastó la garantía de su elección como estratego in absentia.[928] Sin embargo, tras esa decisión comenzó una cauta «marcha de aproximación»; para llegar al Ática, desde Samos se desplazó primero —con algunos tirremes— a Paros, después se dirigió a Gitión (en Laconia) para espiar los movimientos de la flota espartana pero también «para comprender mejor cómo se preparaba la ciudad ante su regreso».[929] Por fin desembarca en El Pireo; encuentra el terreno propicio, la acogida es triunfal y masiva, aunque no carente de voces de desacuerdo. A pesar de todo, aún ante la inminencia del desembarco, Alcibíades duda: se detiene sobre el puente de la nave «para ver si sus parientes y amigos vienen a recibirlo».[930] Sólo después de haber escoltado a Euriptolemo, pariente suyo, y a los otros «amigos y parientes», descendió a tierra, y se adentró hacia la ciudad acompañado por una escolta preparada para la ocasión, pronta a intervenir en caso de atentados.[931] La ceremonia prosiguió con una doble «apología» —primero frente a la asamblea, después frente a la Boulé—: resarcimiento completo de la condena en rebeldía que se le había aplicado en su tiempo, sin que, obviamente, hubiera podido defenderse.

En estos dos discursos Alcibíades denuncia ya como enemigos personales a quienes, poco después de haberlo exiliado, habían derrocado la democracia en 411. Al menos según los relatos que se han conservado,[932] Alcibíades no pronuncia nombres, pero su gesto involucra a Terámenes, que había sido protagonista de aquel infausto experimento oligárquico. Creo incluso que en las palabras de Alcibíades se puede percibir una referencia punzante hacia Terámenes allí donde aquél dice acerca de sus enemigos, artífices del golpe de Estado: «cuando pudieron aniquilar a los mejores y quedarse ellos solos, eran estimados por los ciudadanos por eso mismo, porque no podían tratar con otros mejores».[933]

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El relato de lo que dijo Alcibíades a su regreso, tal como se ha conservado,[934] presenta algunas dificultades. Hay ante todo, visiblemente, una evidente desproporción entre lo que debería ser el pensamiento de los partidarios de Alcibíades (13-16) y el de sus críticos (dos líneas del párrafo 17). Pero para que el amplio desarrollo favorable pueda ser entendido precisamente como pensamiento de otros sobre Alcibíades, fue necesario poner en marcha una serie de intervenciones, por otra parte no resolutivas ni satisfactorias:
a) la expurgación de las palabras «se defendió», ἀπελογήθη ὡς, en 13 (palabras que ya algunos códices remiendan de diversas maneras);
b) la modificación del término conservado ἑαυτῷ, en 16, en αὐτῷ, precisamente en reconocimiento a la opinión según la cual aquí son otros quienes hablan de Alcibíades.
A pesar de todo eso, la sintaxis y la sucesión de los pensamientos siguen siendo insatisfactorios. Es sintomático que las dos correcciones presenten una orientación precisa: eliminan un indicio presente en el texto —es decir, que alguien (precisamente Alcibíades) está hablando en primera persona y defendiéndose a sí mismo: un discurso referido en oratio obliqua e introducido por las palabras «se defendió», ἀπελογήθη ὡς, de las cuales no tiene sentido liberarse. Palabras dirigidas a introducir un discurso apologético: la apología pronunciada por Alcibíades, a su regreso, frente al Consejo y frente a la asamblea popular, según las modalidades y los contenidos brevemente citados, poco después, en 20: «se defendió frente a la Boulé y frente a la asamblea, sosteniendo no haber cometido sacrilegio y haber sido objeto de una injusticia».
En este punto de las Helénicas nos encontramos frente a la siguiente situación textual: un marco narrativo en el que se refieren de manera muy breve las posiciones favorables y contrarias a Alcibíades, la noticia de su desembarco en Atenas y la noticia de dos discursos pronunciados por él frente al Consejo y la asamblea (13 hasta καὶ μόνος + 17-20); encajado a duras penas en este marco hay un pasaje (de 13 ἀπελογήθη ὡς hasta el final de 16 οὐκ εἶχον χρῆσθαι, que constituye en realidad un discurso apologético referido en forma de oratio obliqua. Por tanto, la «ficha» que contiene el desarrollo del discurso en forma de oratio obliqua (discurso del que se da noticia en 20) fue colocada aquí de modo bastante torpe por parte de los editores póstumos. Una situación textual como ésta impone ciertas deducciones: que el manuscrito de esta parte de las Helénicas se presentaba del todo inacabado (coexistían en él un texto-esbozo y una ficha que representaba el desarrollo, todavía no fundido con el contexto, de un discurso del que el contexto apenas aportaba la noticia), además de que se representaba todavía bajo la forma de fichas a ordenar. En definitiva, una condición textual que nos lleva a aquellos papeles de Tucídides inéditos y todavía un poco informes de los que Jenofonte debió disponer para esta parte de su trabajo. Precisamente a partir de un caso como éste se afirma la tesis según la cual las Helénicas I-II, 3, 10 son en realidad parte de aquellos Paralipómenos tucidídeos que Jenofonte publicó al pergeñar la edición «completa» de la obra incompleta de su predecesor.
Si esta hipótesis es correcta, estamos no sólo en presencia de un ejemplo concreto de cómo se presentaban los «papeles inéditos» de Tucídides, sino también de su modo de trabajar: se trata del registro objetivo de una fase de elaboración previa al nivel de elaboración de, por ejemplo, el libro VIII.
Tucídides partía de la trama del relato; aparte, en fichas autónomas, elaboraba algunos discursos, de los que el relato de base daba sólo una noticia sumaria: es el caso de I, 4, 13-20; donde coexisten la sumaria noticia de 20 (ἀπολογησάμενος ὡς οὐκ ἠσεβήκει) y el desarrollo de tal discurso (13: ἀπελογήθη ὡς…, hasta el fin de 16); después metía estos discursos, elaborados todavía en oratio obliqua, en la trama narrativa: es precisamente lo que sucede en el libro VIII. Naturalmente, todo hace pensar —y con frecuencia se ha puesto en evidencia— que también este libro VIII presenta un nivel provisional de redacción, cuyo perfeccionamiento posterior no podía constituir sino la elaboración de modo directo de algunos de estos discursos todavía sintetizados de forma indirecta. El discurso apologético que Alcibíades recita al regreso de Atenas —uno de los principales puntos de inflexión de su carrera y de toda la guerra— debía estar, presumiblemente, destinado a esa elaboración posterior.
Todo esto se nos hace evidente en virtud de la identificación de esta ficha, que fue compuesta aparte del texto. La clave de bóveda está precisamente en las palabras ἀπελογήθη ὡς, verdadera «cruz» de los críticos. Han sido vanos los intentos de salvar el texto tal como está, y de darle un sentido. Es imposible de entender: «unos decían que eran el mejor ciudadano y que alegó únicamente en su defensa que no fue desterrado con justicia»: no sólo porque sería una afirmación bastante ridícula y del todo falsa, sino además porque Alcibíades no se había podido defender de ninguna manera, ni en el tribunal ni en la asamblea, dado que había sido condenado en rebeldía. Lo que viene a continuación de ἀπελογήθη ὡς sólo puede tener sentido como apología dicha por el mismo Alcibíades (por ejemplo, el recuerdo de los peligros personales corridos durante los difíciles años del exilio, la imposibilidad de contar con el consejo de los amigos, ni siquiera de los más cercanos, etc.). Inversamente, si se asume que tenemos aquí la apología pronunciada por Alcibíades como justificación propia y aclaración de la propia aventura personal, todo el texto resulta aceptable y ya no parece necesaria ninguna de las hipótesis de los modernos. Es la puntuación lo que cambia: la frase inicial del 16 (οὐκ ἔφασαν… μεταστάσεως) es una pregunta, que Alcibíades formula, y en la que retoma (e inmediatamente impugna) la más grave e insistente de las acusaciones dirigidas en tiempos de los sucesos de los hermocópidas, la de haber querido preparar un violento golpe de Estado (cfr. Tucídides, VI, 27: νεωτέρων πραγμάτων: 28, y 60-61). Aquí Alcibíades retoma una acusación, muy grave —y que ahora más que nunca, recién regresado y a punto de asumir nuevas responsabilidades políticas oficiales y de primer nivel, era necesario borrar por completo—, y replica observando que, al contrario, era el pueblo mismo quien le había concedido una condición de prestigio particular. Así quedaría, entonces, la traducción del discurso apologético de Alcibíades (13-16):
[13] Se defendió sosteniendo que había sido injustamente enviado al exilio, acosado por gente que valía menos que él, que sólo hacía discursos reprobables, cuya acción política buscaba el beneficio personal, mientras él en cambio siempre había favorecido a la comunidad con sus propios medios y con los de la ciudad. [14] Cuando en su momento él había querido ser juzgado de inmediato, apenas formulada la acusación de impiedad hacia los misterios, sus enemigos —con la táctica de la dilación— lo habían privado, en ausencia, de la patria: [15] durante ese periodo había sido obligado, en una situación sin salida posible, a granjearse los peores enemigos [Esparta], arriesgándose cada día a ser expulsado, y, a pesar de ver cómo se equivocaba la ciudad, incluyendo a los ciudadanos y amigos más cercanos, no le había sido posible ayudarlos, impedido por su condición de exiliado. [16] ¿Acaso no habían dicho que era típico de gente como él desear la revolución mucho más que los cambios políticos? Pero el pueblo le había concedido a él un papel más importante que el de sus coetáneos y no menor que el de los más ancianos [y por tanto «alguien como él» no tenía necesidad de καινὰ πράγματα]. Sus enemigos, en cambio, debieron aparecer como aquellos que habían sido capaces de liquidar a los mejores y —quedando como únicos supervivientes— fueron aceptados por sus conciudadanos por la única razón de que no había otros, mejores, de los que beneficiarse.[935]

3

 

 

«La asamblea tomó una serie de medidas extraordinarias en favor de Alcibíades, que borraban el pasado y adoptaban compromisos para el futuro. La estela de atimia en la que se inscribía el nombre de Alcibíades fue solemnemente arrojada al mar, según una antigua costumbre que, a través de este gesto, sancionaba la anulación religiosa de un dato de hecho (καταποντισμός). Los colegios sacerdotales de los Eumólpidas y de los Kerukes debieron pronunciar una fórmula que anulaba la maldición lanzada contra él [Diodoro XIII, 69]. En fin, la asamblea quiso refrendar de manera formal el voto con el que las tripulaciones de la flota de Samos habían electo estratego a Alcibíades. Con la precisión de que se trataba de un cargo extraordinario, de plenos poderes, ἁπάντων ἡγεμὼν αὐτοκράτωρ [Helénicas, I, 4, 20].»[936] Se trató, entonces, de un procedimiento absolutamente inaudito: plenos poderes que consentían al magistrado investido el tomar en todos los ámbitos las medidas que considerara indispensables para la seguridad, sin la obligación de recurrir a la asamblea ni a la Boulé. La noticia que leemos en las Helénicas es cierta y confirmada por fuentes que tienen orígenes independientes: Diodoro, es decir Éforo, y Plutarco.[937] Entre las primeras medidas tomadas por Alcibíades, ya investido de plenos poderes, estuvo el equipamiento de cien trirremes y una leva de otros quinientos hoplitas. Para demostrar la fuerza renovada de Atenas, además de su pietas personal, de la que los colegios sacerdotales no estaban del todo convencidos, organizó solemnemente la procesión de los «Misterios», desafiando la presencia espartana en el suelo ático y evitando cualquier incidente con las tropas que ocupaban Decelea. Desde que los espartanos se habían establecido en Ática de manera estable la procesión se realizaba por mar; Alcibíades demostró que la situación había cambiado, haciendo que se desarrollara por tierra y escoltada por el ejército al completo.[938]
El retorno de la democracia dio nuevo impulso a la ciudad, y señaló el reencuentro de la flota —ya bajo las órdenes de Alcibíades— con los ciudadanos, después del divorcio que había seguido a la toma del poder por parte de los Cuatrocientos. Alcibíades había vuelto, por tanto, con la convicción general de que era el único restaurador posible de la potencia ateniense. En las fuentes que hablan de estos acontecimientos aparece con frecuencia la expresión «el único» (μόνος).[939] Pero, como veremos, la armonía entre Alcibíades y sus conciudadanos no iba a durar mucho.

4

 

 

Al principio se produjo un fenómeno inaudito: la atribución de plenos poderes a Alcibíades. La gente humilde, «los pobres» —refiere Plutarco—, se dirigían con insistencia a la residencia de Alcibíades y le pedían que asumiera «la tiranía». Plutarco, que nos aporta esta importante noticia —ausente, como es obvio, en los apuntes de Tucídides ordenados por Jenofonte—, dice exactamente que esta masa de pobres «era presa del deseo increíble (ἐρᾶν ἔρωτα θαυμαστόν) de ponerse bajo su tiranía».[940] No sólo eso: lo incitaban a derogar leyes y decretos, y a políticos profesionales (a quienes definían como «los charlatanes») responsables de «causar la ruina de la ciudad». Ésta es una parte de la realidad que, sin la capacidad de Plutarco para dar cuenta de sus inmensas lecturas, se hubiera perdido. Resulta sumamente instructivo: demuestra una vez más, casi en perfecta coincidencia con la experiencia de Pisístrato,[941] la proximidad, al menos desde el punto de vista de la base social, entre democracia y tiranía. Pero hay algo más: este ataque a los «charlatanes» ruinosos para la ciudad indica que, a veinte años de la muerte de Pericles (princeps según Tucídides y «tirano» según los cómicos), la confianza en la clase política había caído en desgracia. Por lo menos entre las capas más pobres, persuadidos del «engaño» democrático, de su propia insignificancia a pesar del mecanismo aparentemente igualitario de la asamblea, querían eliminar la mediación de la clase política que los había decepcionado, y apuntaban a un nuevo «tirano» de su confianza.
Un ciclo de la historia política ateniense se estaba cerrando. Plutarco comenta justamente (35, 1) que no conseguimos entender «cuál hubiese sido su modo de pensar acerca de esta propuesta de tiranía». Se limita a notar la parálisis de los otros políticos frente a ese peligroso triunfo, cuya única intención es liberarse de él: «que volviera al mar lo antes posible»; y le concedieron también, cosa inaudita aunque incluida en los «plenos poderes», «escoger los compañeros que deseaba». Por eso, poco más tarde, el fracaso en Noto de un subordinado suyo impedirá su reelección e impondrá su nueva retirada de la escena.
No se había atrevido a dar ese paso audaz, quizá demasiado arriesgado, que se le había propuesto; había pensado que era mejor confiarse al «método» de Pericles y apuntar a la reelección anual; por eso pudo ser golpeado al primer fracaso. Sin embargo, por un momento no breve la posición adquirida le había parecido que no exigía la explícita asunción de la tiranía. Un gran polígrafo del siglo XIX, que dedica una admirable y apasionada biografía a Alcibíades, Henry Houssaye, describió bien esta perplejidad: «nombrado general con plenos poderes para todo el ejército, tanto marítimo como terrestre, jefe de la política interna y de la externa, aclamado en la asamblea cada vez que aparecía en ella, idolatrado por el pueblo, temido en toda Grecia no menos que por el rey de Persia, ¿no tenía acaso ya en su mano poderes soberanos? Consagrado dictador (αὐτοκράτωρ) de la voluntad popular, ¿por qué hubiera debido traicionarla para hacerse tirano? Investido por las leyes de plenos poderes, ¿por qué iba a violarlas?».[942]
 [927] FGrHist, 76 F 76. <<
[928] Helénicas, I, 4, 10. <<
[929] I, 4, 11. <<
[930] I, 4, 18. <<
[931] I, 4, 19. <<
[932] Cfr. Isócrates, Sobre la biga, 4 y 19-20; Helénicas, I, 4, 16. <<
[933] Helénicas, I, 4, 16. <<
[934] Helénicas, I, 4, 13-20. Transcribimos aquí el confuso exordio del pasaje: καταπλέοντος δ᾿ αὐτοῦ ὅ τε ἐκ τοῦ Πειραιῶς καὶ ὁ ἐκ τοῦ ἄστεως ὄχλος ἡθροίσθη πρὸς τὰς ναῦς, θαυμάζοντες καὶ ἰδεῖν βουλόμενοι τὸν Ἀλκιβιάδην, λέγοντες [ὅτι] οἱ μὲν ὡς κράτιστος εἴη τῶν πολιτῶν καὶ μόνος [ἀπελογήθη ὡς] οὐ δικαίως φύγοι, ἐπιβουλευθεὶς δὲ ὑπὸ τῶν ἔλαττον ἐκείνου δυναμένων μοχθηρότερά τε λεγόντων καὶ πρὸς τὸ αὑτῶν ἴδιον κέρδος πολιτευόντων. Damos la traducción en las páginas siguientes. <<
[935] Una justificación más analítica de esta restauración textual, en Revue des Études grecques, 95, 1982, pp. 140-144. <<
[936] Hatzfeld, Alcibiades, op. cit., p. 297. <<
[937] Diodoro, XIII, 69; Plutarco, Alcibíades, 33 (que quizá depende de las Helénicas de Teopompo). Ambos hablan de στρατηγὸς αὐτοκράτωρ. <<
[938] Helénicas, I, 4, 20. <<
[939] Helénicas, I, 4, 13 y 17; véase también Tucídides, VIII, 53, 3. <<
[940] Alcibíades, 34, 7. Recordemos que Tucídides (VII, 1) hablaba de eros que impulsaba a la masa de los atenienses a desear la guerra contra Siracusa. <<
[941] Aristóteles, Constitución de los atenienses, 22, 3: «Pisístrato, siendo jefe popular, se hizo tirano». <<
[942] H. Houssaye, Histoire d’Alcibiade et de la République Athénienne, II, Didier, París, 18944, pp. 336-337. Fritz Taeger, en la revisión (Múnich, 1943) de su Alkibiades de 1925, piensa que las invocaciones de Alcibíades para hacerse «Herrscher» estaban orquestadas provocativamente por sus adversarios «aristócratas» (p. 215). No se entiende por qué. Pero Taeger está fuertemente influido, en la reconstrucción histórica, por los fantasmas del presente. <<

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