Creían que aquel día comenzaba la
libertad para Grecia.
Helénicas, II, 2, 23
1
Esta frase epigráficamente
concluyente es contestada frontal y duramente por Isócrates en el Panegírico, que es, como se ha dicho,
una réplica a la por entonces reciente difusión, por mano de Jenofonte, de
Tucídides completo. (Isócrates empezó a trabajar en el Panegírico alrededor de 392 y lo terminó hacia 380 a . C.) Isócrates
dice con toda claridad (§ 119) que «el fin del imperio de Atenas fue la causa de todos los males de los
griegos», y poco antes: «¡en absoluto libertad ni autonomía!» (§ 117). La
polémica es evidente tanto más si se considera el énfasis extremo de esta frase
final del relato tucidídeo de la guerra.[1030] Debe decirse aquí que
la relevancia de ese final, contra el cual Isócrates se lanza vigorosamente,
resulta aún más evidente si se considera la más antigua división en libros de
las Helénicas (libro I
hasta I, 5, 7;[1031] libro II hasta II, 2, 23 pero
comprendiendo la serie de notas en bruto, no desarrolladas, hasta II, 3,
9;[1032] libro III desde II, 3, 10 hasta II, 4, 43).[1033]
De estos tres libros (equivalentes a los libros I-II de la división que se
haría definitiva), los primeros dos son el legado tucidídeo (lo que demuestra
que Tucídides registró incluso el ascenso
al poder de los Treinta, mientras que en Samos continuaba durante seis
meses más la desesperada resistencia de los demócratas en el poder convertidos
en bloque, por extraordinaria concesión de una Atenas ya languideciente, en
ciudadanos atenienses) y el tercero es el «Diario de la guerra civil» de
Jenofonte.
2
La frase final de Helénicas, II, 2, 23, muy leída y muy
admirada, es asimismo muy oscura. Es un apunte braquilógico, a menos que no se trate
de una ambigüedad intencional y particularmente pérfida. Los propios atenienses
fueron obligados a derrocar las murallas, como se deduce claramente de Plutarco
(«Vida de Lisandro», 15). Plutarco refiere, en efecto, que, como arma de
coacción contra los atenienses para imponerles también a ellos el cambio de
régimen político, Lisandro desenfundó una acusación mortal: «Los atenienses
habían violado los acuerdos de capitulación porque no habían procedido aún al
derrocamiento de las murallas aunque ya había transcurrido el plazo en el que
debían hacerlo». Finalmente, bajo la amenaza de una completa reducción a
esclavitud como represalia, los atenienses procedieron a la destrucción de las
murallas. Lisandro «hizo venir de la ciudad a muchas flautistas y, reunidas
también todas las que estaban en su campamento, al sonido de la flauta hacía derrocar las murallas».
Κατέσκαπτε: a la luz de lo relatado justo antes, el verbo no puede significar
otra cosa que hacer derrocar. La duda
de los modernos frente a τὰ τείχη κατέσκαπτον sin un explícito y claro sujeto,
en el final de Helénicas, II, 2, 23,
es comprensible. Busolt dice que «die Verbündeten», los aliados de Esparta y
los propios espartanos, pusieron manos a la obra en la destrucción de las
murallas.[1034] Otros también lo entienden así. Más prudente es Jean
Hatzfeld, quien prefiere una forma impersonal: «et l’on commença à démolir les
murailles».[1035] Ludwig Breitenbach, en su comentario alemán
(1884), se decanta por un misterioso «ellos comenzaron a destruir las
murallas».[1036]
Aclarado que los propios
atenienses fueron obligados a cumplir la humillante operación, el problema de
la frase final sobre la que estamos conjeturando nace de la fórmula «pensando que aquel día comenzaba la paz
para Grecia». Es decir: aquellos que derrocaban
pensaban esto. La ambigüedad del que así escribe sería máxima si pretendiese
decir que los atenienses pensaban eso de verdad —preocupándose afectuosamente
de los otros griegos, al fin libres— mientras destruían, bajo apremiante
extorsión, las propias murallas, tan denodadamente defendidas hasta el último
minuto. Está claro que quienes pensaron
que «aquel día comenzaba la libertad para Grecia» habrán sido en todo caso los
exaliados y exsúbditos de Atenas, que asistían a la demolición del instrumento
que había hecho temible y prácticamente imbatible a Atenas durante más de sesenta
años: las murallas, precisamente.
Pero quizá esa frase final es
sólo otro indicio de la extensión incompleta, de la naturaleza de apuntes no
siempre completados o redactados, que tienen las páginas de las Helénicas acerca de los últimos años de
la guerra
3
Este memorable final se relaciona
claramente, por otra parte, con el ultimátum espartano comunicado de manera
solemne a Atenas al principio del conflicto (si no «dejáis libres a los
griegos» tendréis guerra). Tucídides lo destaca al principio de su relato,[1037]
y lo retoma poco después de manera aún más enfática con la profecía de
Melesipo, el encargado de lanzar ese ultimátum.[1038] No cabe duda
de que entre ambos textos —el ultimátum y la glosa con la que termina el relato
de la guerra— hay un nexo intencional. Cosa que vuelve aún más comprensible la
áspera réplica por parte de Isócrates.
[1030]
Acerca de esto cfr., más arriba, cap. X. <<
[1031] Cfr. P.
Vindob, Gr. 24568 (Papiro Rainer). <<
[1032] Cfr. Harpocración, s.v. Θέογνις. <<
[1033] Cfr. Harpocración, s.v. Πενέσται. Acerca de todo
esto, cfr. la concluyente reconstrucción de R. Otranto, «La più antica edizione
superstite delle Elleniche», Quaderni di storia, 62, 2005, pp. 167-191. <<
[1034] Griechische
Geschichte, III, 2, Perthes, Gothaz, 1904, p. 1638. <<
[1035] Xénophon,
Helléniques, Collection Budé, París, 1949, I, p. 82. <<
[1036] Xenophons,
Hellenizka, I, Weidemann, Berlín, 18842, p. 185: «Sie
fingen an, etc.». <<
[1037] Tucídides, I, 139, 3. <<
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