sábado, 23 de diciembre de 2017

Canfora Luciano.-El mundo de Atenas: XXIX. LOS ESPARTANOS NO EXPORTARON LA LIBERTAD: ISÓCRATES CONTRA TUCÍDIDES

Creían que aquel día comenzaba la libertad para Grecia.
Helénicas, II, 2, 23

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Esta frase epigráficamente concluyente es contestada frontal y duramente por Isócrates en el Panegírico, que es, como se ha dicho, una réplica a la por entonces reciente difusión, por mano de Jenofonte, de Tucídides completo. (Isócrates empezó a trabajar en el Panegírico alrededor de 392 y lo terminó hacia 380 a. C.) Isócrates dice con toda claridad (§ 119) que «el fin del imperio de Atenas fue la causa de todos los males de los griegos», y poco antes: «¡en absoluto libertad ni autonomía!» (§ 117). La polémica es evidente tanto más si se considera el énfasis extremo de esta frase final del relato tucidídeo de la guerra.[1030] Debe decirse aquí que la relevancia de ese final, contra el cual Isócrates se lanza vigorosamente, resulta aún más evidente si se considera la más antigua división en libros de las Helénicas (libro I hasta I, 5, 7;[1031] libro II hasta II, 2, 23 pero comprendiendo la serie de notas en bruto, no desarrolladas, hasta II, 3, 9;[1032] libro III desde II, 3, 10 hasta II, 4, 43).[1033] De estos tres libros (equivalentes a los libros I-II de la división que se haría definitiva), los primeros dos son el legado tucidídeo (lo que demuestra que Tucídides registró incluso el ascenso al poder de los Treinta, mientras que en Samos continuaba durante seis meses más la desesperada resistencia de los demócratas en el poder convertidos en bloque, por extraordinaria concesión de una Atenas ya languideciente, en ciudadanos atenienses) y el tercero es el «Diario de la guerra civil» de Jenofonte.

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La frase final de Helénicas, II, 2, 23, muy leída y muy admirada, es asimismo muy oscura. Es un apunte braquilógico, a menos que no se trate de una ambigüedad intencional y particularmente pérfida. Los propios atenienses fueron obligados a derrocar las murallas, como se deduce claramente de Plutarco («Vida de Lisandro», 15). Plutarco refiere, en efecto, que, como arma de coacción contra los atenienses para imponerles también a ellos el cambio de régimen político, Lisandro desenfundó una acusación mortal: «Los atenienses habían violado los acuerdos de capitulación porque no habían procedido aún al derrocamiento de las murallas aunque ya había transcurrido el plazo en el que debían hacerlo». Finalmente, bajo la amenaza de una completa reducción a esclavitud como represalia, los atenienses procedieron a la destrucción de las murallas. Lisandro «hizo venir de la ciudad a muchas flautistas y, reunidas también todas las que estaban en su campamento, al sonido de la flauta hacía derrocar las murallas». Κατέσκαπτε: a la luz de lo relatado justo antes, el verbo no puede significar otra cosa que hacer derrocar. La duda de los modernos frente a τὰ τείχη κατέσκαπτον sin un explícito y claro sujeto, en el final de Helénicas, II, 2, 23, es comprensible. Busolt dice que «die Verbündeten», los aliados de Esparta y los propios espartanos, pusieron manos a la obra en la destrucción de las murallas.[1034] Otros también lo entienden así. Más prudente es Jean Hatzfeld, quien prefiere una forma impersonal: «et l’on commença à démolir les murailles».[1035] Ludwig Breitenbach, en su comentario alemán (1884), se decanta por un misterioso «ellos comenzaron a destruir las murallas».[1036]
Aclarado que los propios atenienses fueron obligados a cumplir la humillante operación, el problema de la frase final sobre la que estamos conjeturando nace de la fórmula «pensando que aquel día comenzaba la paz para Grecia». Es decir: aquellos que derrocaban pensaban esto. La ambigüedad del que así escribe sería máxima si pretendiese decir que los atenienses pensaban eso de verdad —preocupándose afectuosamente de los otros griegos, al fin libres— mientras destruían, bajo apremiante extorsión, las propias murallas, tan denodadamente defendidas hasta el último minuto. Está claro que quienes pensaron que «aquel día comenzaba la libertad para Grecia» habrán sido en todo caso los exaliados y exsúbditos de Atenas, que asistían a la demolición del instrumento que había hecho temible y prácticamente imbatible a Atenas durante más de sesenta años: las murallas, precisamente.
Pero quizá esa frase final es sólo otro indicio de la extensión incompleta, de la naturaleza de apuntes no siempre completados o redactados, que tienen las páginas de las Helénicas acerca de los últimos años de la guerra

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Este memorable final se relaciona claramente, por otra parte, con el ultimátum espartano comunicado de manera solemne a Atenas al principio del conflicto (si no «dejáis libres a los griegos» tendréis guerra). Tucídides lo destaca al principio de su relato,[1037] y lo retoma poco después de manera aún más enfática con la profecía de Melesipo, el encargado de lanzar ese ultimátum.[1038] No cabe duda de que entre ambos textos —el ultimátum y la glosa con la que termina el relato de la guerra— hay un nexo intencional. Cosa que vuelve aún más comprensible la áspera réplica por parte de Isócrates.

 [1030] Acerca de esto cfr., más arriba, cap. X. <<
[1031] Cfr. P. Vindob, Gr. 24568 (Papiro Rainer). <<
[1032] Cfr. Harpocración, s.v. Θέογνις. <<
[1033] Cfr. Harpocración, s.v. Πενέσται. Acerca de todo esto, cfr. la concluyente reconstrucción de R. Otranto, «La più antica edizione superstite delle Elleniche», Quaderni di storia, 62, 2005, pp. 167-191. <<
[1034] Griechische Geschichte, III, 2, Perthes, Gothaz, 1904, p. 1638. <<
[1035] Xénophon, Helléniques, Collection Budé, París, 1949, I, p. 82. <<
[1036] Xenophons, Hellenizka, I, Weidemann, Berlín, 18842, p. 185: «Sie fingen an, etc.». <<
[1037] Tucídides, I, 139, 3. <<

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