sábado, 23 de diciembre de 2017

Canfora Luciano.-El mundo de Atenas:XIV. INTERNACIONALISMO ANTIGUO

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¿Por qué Atenágoras consideraba inverosímil un ataque ateniense contra Siracusa? Sus motivaciones (o, mejor dicho, las que le presta Tucídides) están expresadas únicamente en términos de utilidad militar: «no es verosímil (εἰκός) que ellos dejen a sus espaldas a los peloponesios y, sin haber concluido de forma segura la guerra allí, vengan aquí por voluntad propia para emprender una guerra no menos importante» (VI, 36, 4: palabras que casi coinciden con las de Nicias, que intenta desaconsejar la expedición en VI, 10, 1). Atenágoras, jefe democrático, está en ese momento en el poder; pero no se le ocurre argumentar en términos de inclinación política. Se cuida mucho de decir: ¿por qué el Estado-guía de la democracia, Atenas, debería atacar a la potencia democrática occidental (Siracusa)?
Toda la historia reciente y menos reciente de las relaciones de Atenas con Occidente (ya Pericles había proyectado un ataque a Occidente) está caracterizada por la pura política de potencia. Todavía pocos años antes del ataque a gran escala de 415, Atenas había buscado, con la misión de Féax (422/421), crear una coalición de pequeñas potencias contra Siracusa, independientemente de los regímenes políticos. Los mismos siracusanos no se habían andado con sutilezas en su disputa con Leontino, dividida por importantes conflictos civiles. Después de que los atenienses se hubieran retirado de Sicilia como consecuencia de los acuerdos de 426, los leontinos —según cuenta Tucídides— habían inscrito a muchos nuevos ciudadanos y el demo proyectaba una redistribución de la tierra. Los ricos reaccionaron pidiendo ayuda a Siracusa, que intervino en su favor, dispersando a la parte popular. Pero a continuación los ricos de Leontino, o al menos una parte de ellos, rompieron con los siracusanos. Volvió a encenderse un conflicto en Leontino y los atenienses intentaron entonces volver a inmiscuirse en las cuestiones sicilianas con la misión de Féax en contra de Siracusa, que sin embargo fracasó (V, 4).
Es casi superfluo recordar, entonces, que, una vez derrotada la gran armada (con la ayuda decisiva de los corintios y de los espartanos), los siracusanos exacerbaron en sentido democrático su sistema. Es el momento de la hegemonía política de Diocles (Diodoro, XIII, 34-35) y de sus reformas, que impusieron el sorteo para todas las magistraturas y potenciaron el papel de la asamblea popular contra el de los estrategos. Aristóteles, en el libro V de la Política, describe lo acontecido con sintética eficacia: «En Siracusa, el demo, habiendo sido el principal artífice de la victoria contra los atenienses, transformó el régimen político de la politeia en demokratia» (1304a 25-29). En términos de politología aristotélica la definición es plenamente comprensible: en lugar de la democracia equilibrada por contrapesos constitucionales, Diocles favoreció el predominio incontrolado del demo (demokratia). Ésa fue la consecuencia de la victoria contra los atenienses. En esa página Aristóteles aduce otros ejemplos: su tesis general, en la que se encuadra el caso de Siracusa, es que la clase (o el grupo de poder enrocado en la magistratura) que lleva una ciudad a una importante victoria militar acrecienta su propio poder como consecuencia de tal victoria. Así, ejemplifica, el Areópago acrecentó su poder por el papel decisivo desarrollado durante las guerras persas, y así «la masa de los marinos, que tenía el mérito de la victoria de Salamina y por tanto de la hegemonía marítima de Atenas, potenció la demokratia». El caso de Siracusa se explica análogamente: el hecho de que dos «demos» (siracusano y ateniense) se hubieran encontrado, en ese caso, y combatido mortalmente no suscita en él ningún estupor.
El cuadro resultante queda entonces bien articulado y la Realpolitik demuestra su fuerza predominante respecto a la ideología y a los teoremas fundados en la ideología. Es un cuadro más convincente y realista que el esquemáticamente ideológico que encontramos en la última parte del diálogo Sobre el sistema político ateniense, que gira en torno a la «ley general» que el autor cree haber descubierto, basado en el automatismo de las alianzas: «Siempre que el demo ateniense decidió inclinarse por los buenos, interviniendo en conflictos externos, le ha ido mal» (III, 11).



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Pero en la reseña que Aristóteles desarrolla en esa página del libro V de la Política figura un caso, evocado de modo muy sumario, que revela otra faceta de la cuestión. «En Argos», escribe, «los señores (gnòrimoi), habiendo asumido mayor peso después de la batalla de Mantinea contra los espartanos, intentaron derrocar la democracia». La batalla a la que se refiere es la de 418, en la que la coalición creada por Alcibíades, que giraba sobre la alianza entre Atenas y Argos (única potencia «democrática» del Peloponeso), fue derrotada por los hoplitas espartanos en un memorable choque terrestre. Los «señores» de Argos (los llamados «mil») adquirieron el predominio de la ciudad porque los espartanos, su punto de referencia, habían vencido, y así pudieron —con admirable automatismo— derrocar el poder popular y gobernar durante algunos meses. El ejemplo se adapta, en definitiva, a la tesis general que Aristóteles expone, aunque sea como contraprueba negativa: el demo —con sus decisiones— ha llevado a Argos a la derrota, y por eso perdió el poder interno.
El episodio tiene importancia, además, por el aspecto relativo al automatismo de las alianzas: los señores, apenas la ciudad cae derrotada, someten al demo gracias a la victoria espartana contra la propia ciudad. En el caso de los «señores», este automatismo ha funcionado sin sobresaltos ni incertidumbres.
Como consecuencia de su política como potencia (que es su principal objetivo), Atenas puede verse enfrentada incluso con ciudades que no son regidas por oligarquías. Esparta, desde que se desencadenó el conflicto con Atenas por la hegemonía, nunca apoyó un régimen popular. La ayuda a Siracusa se dio en nombre del común origen «dórico», pero, obviamente, tiene su razón de ser en la política de potencia. Se puede arriesgar, por tanto, un diagnóstico de carácter general: en el mundo griego, en la era de los conflictos por la hegemonía, son los oligarcas los verdaderos «internacionalistas».


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