Los atenienses, sitiados por
tierra y por mar, no sabían qué hacer, pues no tenían naves, aliados ni
alimentos; pensaban que no había salvación posible, salvo sufrir lo que ellos
hicieron, no por vengarse, pues habían maltratado a hombres de pequeñas
ciudades por insolencia y no por otra causa más que porque eran aliados de los
espartanos.[449]
1
Este pasaje de las Helénicas resulta muy relevante. Es la
tercera referencia al «remordimiento» de los atenienses por lo que habían hecho
a los melios (además de a Escione) en el giro de unas pocas líneas. Aquí Milo
no es nombrada abiertamente pero se identifica con facilidad detrás de la
fórmula más ampliamente abarcadora «hombres de pequeñas ciudades» (ἀνθρώπους
μικροπολίτας).
Si hiciera falta una confirmación
ulterior la encontramos en la insistente y apologéticamente antitucidídea[450]
referencia de Isócrates a los acontecimientos de Milo y a las instrumentales
polémicas antiatenienses que derivan de ellas: en el Panegírico [392-380
a . C.] nombra explícitamente a los melios y los
incluye entre «aquellos que han combatido en nuestra contra»;[451]
en el Panatenaico [342-339 a . C.], después de
haber mencionado nuevamente a Milo, Escione y Torón, habla de «pequeñas islas»
(νησύδρια),[452] y poco después de «Milo y parecidas ciudadelas».[453]
Queda claro, entonces, que los μικροπολίται de Helénicas II, 2, 10 son los melios; por otra parte, Isócrates
polemiza con dureza precisamente contra la instrumental y constante reapertura
del caso Milo (debida, entre otras cosas, a la difusión por parte de Jenofonte
de la obra tucidídea completa de estas páginas sobre la capitulación de
Atenas). Utiliza verbos inequívocos en lo que respecta a los adversarios a los
que contrapone la correcta versión de los hechos («combatían contra nosotros»,
«nos habían traicionado»);[454] «algunos de nosotros [τινὲς ἡμῶν:
por tanto se trata de autores atenienses] nos acusan (κατηγοροῦσι), […] nos
reprochan (προφέρουσι)»;[455] o bien: «quisieron poner a nuestra
ciudad bajo acusación», «insistirán (διατρίψειν) masivamente sobre los
sufrimientos de los melios»; «aquellos que nos reprochan las desventuras de los
melios», etc.[456] No está polemizando con un ignoto panfletista,
como imaginaba Wilamowitz.[457] El blanco es Tucídides (amplificado,
si así se puede decir, por la edición completa realizada por Jenofonte), como
se comprende por un guiño sarcástico a un célebre parlamento dentro del diálogo
melio-ateniense. Allí Tucídides hacía decir a los embajadores atenienses, dados
a justificar los abusos que estaban a punto de cometer, que la ley del más
fuerte, por lo que parece, rige incluso entre los dioses.[458]
Isócrates, con sarcasmo eficaz, precisamente en este contexto en que justifica
el castigo infligido a los melios y subraya que Esparta ha cometido crímenes
mucho mayores, alude con destreza a ese infeliz parlamento: «Hay gente que
piensa que ni siquiera los dioses, desde
este punto de vista, están libres de pecado [esto es lo que afirman los
atenienses en el diálogo, para justificarse]; yo, más modestamente, intentaré
demostrar que en ninguna circunstancia nuestra comunidad política ha cometido
abusos.»[459] Por no hablar de la estocada que reserva a los
«cireos» (los mercenarios que actuaban a sueldo de Ciro el joven), y en primer
lugar a Jenofonte, en el Panegírico
(146: «gentuza incapaz de vivir en su propio país») y directamente a Jenofonte,
cuando dice alto y claro que aquellos que blanden la cuestión de Milo no han
dudado en «llamar benefactores a los traidores», y en «hacerse esclavos de un
ilota» (Panegírico, 111): donde la
referencia es al caballero Jenofonte que ha servido bajo las órdenes de
Lisandro (brutalmente definido como «ilota» a causa de su origen poco
espartano) cuando Lisandro se ha hecho nombrar directamente harmosta de Atenas.[460]
Werner Jaeger supo entender la
trama profunda que liga la colosal ficción de Tucídides sobre los
acontecimientos de Milo con este «fin de partida» de las Helénicas, que lo apuesta todo al remordimiento por Milo. Escribió,
en un veloz e inteligente apunte escondido en un rincón de un libro no del todo
logrado como Demosthenes, que
Jenofonte buscó «la unidad intrínseca (Einheit
der inneren Haltung)» en Tucídides.[461] Más razonable es pensar
que, simplemente, se trata de Tucídides tanto en un caso como en el otro.
Después de todo, la historia editorial del legado tucidídeo se comprende mejor
si se considera la proximidad política entre Tucídides y Jenofonte,[462]
cimentada, podríamos decir, en la experiencia de ambos en las dos oligarquías.
2
En la base del énfasis de
Tucídides sobre los acontecimientos de Milo, deformados en los presupuestos a
fin de representarlos como la injustificable agresión ateniense contra un
neutral, y del énfasis con el que, en las Helénicas,
los atenienses, bajo asedio después de Egospótamos y privados de la última
flota, son presentados como obsesionados por el recuerdo candente de «lo que
habían hecho a los melios», está la misma premisa. La unidad de inspiración es
segura, visto que —después de todo— a los atenienses, presas del remordimiento,
se les atribuye, en las Helénicas,
una visión del problema Milo (neutrales injustificadamente agredidos) del todo
conforme a esa visión errónea, o mejor dicho parcial, avalada por Tucídides. Si
no se tratase de una deformación intencionada dirigida a dar una imagen
particularmente violenta del imperio ateniense («el imperio es tiranía», hace
decir Tucídides a Pericles[463] y lo hace repetir ad abundantiam también a Cleón)[464]
se podría hablar eufemísticamente de «coincidencia en el error»; pero se trata
de un error intencionado, es decir de una deformación de los términos de un
problema dirigido a sustentar un determinado juicio histórico-político.
Por todo ello es sensato argüir
que el autor del relato en muchos aspectos fragmentario e incompleto, o mejor
dicho accidentado, de los últimos años de la guerra, contenido en los primeros
dos libros de las Helénicas,[465]
es el propio Tucídides. Lo que, por otra parte, era notorio para toda una
corriente de la erudición antigua, de Cicerón[466] a Diógenes
Laercio,[467] y ha sido razonable oponio communis entre los modernos hasta que empezó a afirmarse
cierta incredulidad esnob y preconcebida que retrocede, perpleja, incluso
frente a los datos de hecho.
3
La formulación más elegante del
obvio concepto de que Tucídides dejó un desarrollo incompleto de los años
411-404, y que éste, más o menos retocado, es lo que leemos en los dos primeros
libros de las Helénicas, se debe a
Christoph Friedrich Ferdinand Haacke: «res maxime memorabiles ad illud bellum
pertinentes, atque ab ipso Thucydide, ut videtur, in commentariis (ὑπομνήμασι)
adumbratas, aut ipse [= Jenofonte] leviter concinnavit, aut commentarios illos,
quales ab auctoris familia acceperat, paucis adiectis vel mutatis, in fronte
Historiae Graecae collocavit».[468] Más tarde Franz Wolfgang Ullrich[469]
argumentó que el legado de Tucídides comprendía precisamente los esbozos
relativos a los años 411-404. También él habló de ὑπομνήματα (commentarii). La hipótesis le pareció
también «veri simillima» a Ludwig Breitenbach: «… praesertium cum in scriniis
Thucydidis collectam reliquorum, quae hic sripturus erat, materiam illum [=
Jenofonte] invenisse veri sit simillimum».[470] Después de la
intervención precursora de Haacke había tenido lugar la importante toma de
posición de Niebuhr, centrada en la justa intuición de la estructural
diversidad, también política, de los dos primeros libros respecto de los cinco
restantes.[471] El efecto y el peso de esta intervención en el
desarrollo posterior de los estudios sobre las Helénicas queda bien aclarado por Breitenbach en la primera página
de su Praefatio de 1853.
El honesto, aunque no siempre
brillante, Ludwig Dindorf, que publicó en Oxford, en el mismo año que
Breitenbach, una Xenophontis Historia
Graeca en segunda edición «auctior et emendiator», no comprendió la
importancia de la intuición de Niebuhr. Creyó, en cambio, que el genial
artículo de George Cornewall Lewis,[472] centrado en la justa visión
de la edición antigua como «work in progress», había «quitado de en medio» las
cuestiones planteadas por Niebuhr. Dindorf no se daba cuenta de que la
concreta, verídica e históricamente fundada visión de Lewis de la «edición»
arcaica permitía perfeccionar, no arrinconar, la cuestión de la progresiva
formación de las Helénicas de
Jenofonte a partir de un núcleo básico: el legado de Tucídides (I-II, 2, 23).
Un legado enriquecido casi contextualmente por el relato diario de la guerra civil (II, 3, 10-II, 4, 43) y después acrecido
(no sin una laguna cronológica sumariamente cubierta con el reenvío a la Anábasis: III, 1, 1-2) con el relato del
esplendor y decadencia de la hegemonía espartana hasta la «paz del Rey» (III,
1, 3-V, 1, 36); para después remontar el vuelo con el inesperado acontecimiento
del conflicto espartano-tebano, de la así llamada hegemonía tebana a partir de
la Leuctra (371) y de la inédita alianza espartano-ateniense, hasta la no
definitiva batalla de Mantinea (362), con lo que Jenofonte declara no sólo
su decepción frente al perdurable desorden de la escena política griega, sino
también su firme decisión de no seguir adelante, de desentenderse de proseguir
el relato de la historia contemporánea, como había hecho a partir de la
meritoria iniciativa de poner a salvo y difundir el legado de Tucídides. Los
demasiado sutiles cultores decimonónicos del agnosticismo creyeron perdido ese
legado, olvidándose del rápido aunque pertinente juicio de Eduard Schwartz[473]
según el cual una desaparición semejante sería en realidad «ein Rätsel»: ¡un
«enigma»!
[450] Cfr. L. Canfora, Tucidide e l’impero, Laterza, Roma-Bari, 1992, pp. 19, n.º 5; 80-82 y 130-132. <<
[451] Isócrates, Panegírico, 100-101. <<
[452] Panatenaico, 70. <<
[453] Panatenaico, 89. <<
[454] Panegírico, 101-102. <<
[455] Panegírico, 100. <<
[456] Panatenaico, 62; 63; 89 (ὀνειδίζουσι). <<
[457] Aristoteles und Athen, Weidmann, Berlín, 1893, II, pp. 380-390. <<
[458] Tucídides, V, 105. <<
[459] Panatenaico, 64. En el mismo contexto (63) Isócrates replica abiertamente a [Critias], Sobre el sistema político ateniense, I, 14-16 (los aliados obligados a ir a Atenas para los juicios). <<
[460] Helénicas, II, 4, 18. Sobre este punto Wilamowitz, Aristoteles und Athen, II, Weidmann, Berlín, 1893, p. 389, se equivoca cuando escribe que sólo Calibio fue harmosta en Atenas. <<
[461] W. Jaeger, Demosthenes, De Gruyter, Berlín, 1939, p. 204, n.º 12. <<
[462] Lo había señalado sumariamente E. Delebecque, Essai sur la vie de Xénophn, Les Belles Lettres, París, 1957, pp. 40-41. <<
[463] II, 63, 2. <<
[464] III, 37, 2. <<
[465] I-II, 37, 2. <<
[466] Brutus, 29 («el modo en que hablaba Terámenes se puede saber por Tucídides»). Queda claro que tiene en cuenta también el relato de la guerra civil (único texto que contiene un discurso de Terámenes) obra de Tucídides. <<
[467] Vida de los filósofos, II, 57 (τὰ Θουκυδίδου βιβλία λανθάνοντα […] αὐτὸς εἰς δόξαν ἤγαγεν). Pero ya Dionisio de Halicarnaso transmitía la misma noticia cuando escribía que Jenofonte había compuesto la «historia helénica (τὴν ἑλληνικὴν, scilicet ἱστορίαν) y la que Tucídides había dejado inacabada (= sin pulir, sin redactar completamente) καὶ ἣν ἀπέλιπεν ἀτελῆ Θουκυδίδης» («Carta a Pompeo Gémino», 4). Es muy interesante el hecho de que, para Dionisio, esta parte definida «Tucídides imperfecto (ἀτελής)» comprendía también la guerra civil ateniense: lo que coincide con el testimonio recordado por Cicerón en el Brutus (29). Tampoco debe olvidarse esa parte de la tradición manuscrita que titula las Helénicas con el término Paralipómenos de la historia de Tucídides. Acerca de esto, cfr. Quaderni di storia, 6, 1977, p. 35, n.º 12. <<
[468] Dissertatio chronologica de postremis belli Peloponnesiaci annis secundum Xenophontis historiam Graecam digerendis, Stendal, 1822, p. 3. <<
[469] Beiträge zur Erklärung des Thukydides, Hamburgo, 1846, pp. 132-133. <<
[470] Xenophontis Opera omnia, IV, sec. III, continens Xenophontis Hellenica, Gotha, 1853, p. X. <<
[471] «Über Xenophons Hellenika», Rhenisches Museum, 1, 1827, pp. 194-198. <<
[472] «The Hellenics of Xenophon and their division into books», Classical Museum, 2, 1833. <<
[473] Charakterköpfe aus der antiken Literatur, Teubner, Leipzig, 19062, p. 28. <<
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