1
En el verano de 416, cuando
acababa de decidirse el envío de una flota contra Milo, o bien la flota recién
había desembarcado en la isla, Eurípides solicitó el coro para una tetralogía
dedicada al ciclo troyano: Alejandro,
Palamedes, Las troyanas y el drama satírico Sísifo. Fue representada en las Dionisias de 415 (marzo), cuando
Milo ya había sido conquistada, estableciendo en ella una cleruquía ateniense;
los habitantes fueron exterminados, las mujeres reducidas a esclavitud. Hasta
ese momento la gran expedición contra Siracusa no había sido sometida a
discusión en la asamblea.
El hecho de que la tetralogía
cuya cumbre es el drama (Las troyanas)
consagrado al duro destino de las prisioneras troyanas se haya concebido en la
estela de la campaña contra Milo —como se ha intentado demostrar en alguna
ocasión— es una hipótesis más que legítima. Puede parecer problemática la
conexión que alguien ha establecido entre Las
troyanas y el surgimiento en Atenas de una psicosis de masa favorable a la
expedición contra Siracusa: Tucídides data, de manera demasiado sumaria por
otra parte, tal «voluntad difusa» en el invierno de 416/5 (VI, 1, 1), cuando la
tetralogía ya había sido representada.
La conexión entre Las troyanas y la sorprendente campaña
ateniense contra Milo ha aparecido siempre como una evidente posibilidad a
grandes conocedores del corpus
conservado de Eurípides, tales como Gilbert Murray[426] y Gilbert
Norwood;[427] éste escribió, con gran sensatez: «No spectator could
doubt that “Troy” is Milo» (p. 244). Objetar que los espectadores, en las
Dionisias de 415, es decir, algunas semanas más tarde de la caída de Milo,
encontraban las conexiones, pero el autor en cambio no había pensado[428]
en ellas, resulta pueril. O, mejor, se puede vincular con el fenómeno más
general de la fabricación de una tesis a contracorriente, con el fin de
imponerse a la atención del público erudito.
En realidad, el razonamiento
adoptado para poner en tela de juicio el nexo entre Las troyanas y el sometimiento de Milo se basó en una cronología
dilatada por los sucesos derivados del asedio y de la capitulación de Milo,
además de asentarse sobre una interpretación incorrecta del capítulo de
Tucídides (V, 116) que narra la conclusión del episodio. La cronología dilatada
consiste en prolongar los tiempos del acontecimiento llenando el «vacío» (que
no es tal) del relato tucidídeo. Se trata, para ser exactos, del supuesto vacío
narrativo ente «los melios tomaron de nuevo, por otro punto, una parte del muro
de asedio ateniense, donde no había mucha guardia» y el inmediato «cuando, a
causa de estos hechos, llegó de Atenas un nuevo cuerpo expedicionario» (116,
2-3). La imaginación de Van Erp Taalman se ha regodeado en la postulación (p.
415) de embajadas, deliberaciones, alistamiento de una nueva flota, un nuevo
viaje, nuevo desembarco en Milo, etc., a fin de postergar lo máximo posible la
caída de Milo y permitir a Eurípides la conclusión de la escritura de Las troyanas antes de la caída de Milo y
de la consiguiente masacre y sometimiento de sus habitantes. Para completar su
empeño dilatorio, la estudiosa se libera, a escondidas por así decir, de las
palabras que vienen justo después, ὡς ταῦτα ἐγίγνετο, con el argumento de que
muchos editores, a partir de Ernst Friedrich Poppo, las han considerado
sospechosas (a causa del imperfecto ἐγίγνετο). Pero el sentido de ellas no es «apenas sucedió esto» (en cuyo caso se
necesitaría el aoristo ἐγένετο), sino, más probablemente, «mientras sucedía esto». Los ejemplos de ὡς con ese sentido están en
Juan y en la Epístola a los gálatas (Liddell-Scott, s.v. ὡς, A.d.). Nada excluye a
priori que se trate de una glosa, pero el sentido sería entonces (y en tal
caso se trataría de la observación de un lector antiguo): «mientras sucedía
esto». Cosa que señalaría —o bien como anotación del mismo Tucídides o bien
como observación de un lector cuyas palabras han tenido la posibilidad de
penetrar en el texto en el lugar preciso— que la llegada de los refuerzos,
destinados evidentemente a cerrar enseguida la incómoda prolongación del
asedio, sucede mientras los atenienses sufrían por parte melia el chasco de una
exitosa salida de los sitiados. Para decirlo brevemente: la razón por la que
los refuerzos (ἄλλη στρατιά) partieron de Atenas no debe necesariamente
vincularse con un denso (y lento, por añadidura) trajín de embajadores y una
serie de asambleas que se integran en una fantasiosa lectura del texto de
Tucídides, sino más simplemente con la necesidad de cerrar rápidamente una
campaña que de simple «expedición punitiva» de éxito seguro se estaba
transformando en un embarazoso asedio sin fin. Para una decisión de ese tipo no
era necesario ese trajín encaminado, sobre todo, a dejar que Eurípides
trabajara sin molestias… Después de todo, la idea de que las comunicaciones
navales entre Atenas y Milo se produjeran con una lentitud exasperante es fruto
de la mera desinformación. Basta con mirar la carta geográfica del Egeo: si
entre Taso y la desembocadura del Estrimón hay media jornada de navegación,[429]
desde El Pireo a Milo hay poco más de una jornada. Por otra parte, quien haya
leído la crónica del ir y venir entre Atenas y Milo en los días de las
dramáticas decisiones dirigidas a castigar o bien a ahorrar las
responsabilidades de la deserción,[430] o de la solicitud a Atenas
del envío de nuevas naves en el curso
de la batalla naval de las Arginusas,[431] puede tener una idea
mucho más concreta y precisa de los tiempos de las operaciones de ese tipo.
En definitiva, los argumentos
pseudotécnicos de este tipo carecen de valor, o bien conducen a conclusiones
opuestas. El problema serio, y que merece atención, es el hecho mismo del
ataque a Milo en pleno periodo de paz
(primavera de 416). Volveremos más abajo sobre los efectos de esta decisión
político-militar de Atenas. Aquí diremos enseguida que, en todo caso, el drama
de Eurípides rebela de forma evidente una puesta al día de último momento
influida por la brutal conclusión del sitio de Milo.[432] Hay, en
efecto, una escena, al principio de Las
troyanas —el diálogo entre Poseidón y Atenea (vv. 48-97), inmediatamente
después de las palabras prologales de Poseidón (vv. 1-47)— que puede con razón
considerarse un añadido de último momento: extraño al desarrollo del drama y a
sus alternativas, superflua y casi obstaculizadora entre el anuncio de la
presencia en escena de Hécuba (v. 37: πάρεστιν Ἑκάβη), es decir, del personaje
con el que la acción toma impulso, y las palabras de ésta. El diálogo entre
Poseidón y Atenea es completamente superfluo respecto del posterior desarrollo
del drama; éste versa sobre la futura venganza que se abatirá sobre los aqueos
vencedores, sobre su trabajoso y trágico «regreso». Por él sabemos que Atenea
está airada contra sus propios protegidos (los aqueos), y que Poseidón, ya
rival, se complace en secundar a Atenea en su nueva orientación. Pero nada de
lo que está preanunciado en tal diálogo sucederá en el curso del drama: la
escena sirve únicamente —al parecer— para que Poseidón pronuncie la sentencia
más general según la cual «necio es cualquier mortal que conquista una ciudad»
ya que inevitablemente prepara «su propia ruina», «él mismo es obligado a
morir» (vv. 95-97). Una «profecía» que los melios pronuncian, en las primeras
réplicas del diálogo con los generales atenienses que Tucídides relata, cuando
prevén, después de la eventual derrota de los atenienses, que su gran castigo
sería tomado como modelo y admonición para todos (V, 90). Lo más probable es
que circulara un discurso semejante; que, por ejemplo, aquellos que no
aprobaron el ataque contra Milo y la posterior represión de los vencidos
crearan este tipo de consideraciones: que en un futuro Atenas pagaría duramente
ese acto de fuerza desproporcionada. Es difícil descartar la hipótesis de que
fuera precisamente el tratamiento despiadado infligido a los melios lo que
indujo a Eurípides a insertar, al principio de un drama que sin duda se
prestaba a ello por el tema, la inequívoca referencia y admonición.
2
El ataque contra la isla de Milo
se desencadenó, como apuntábamos antes, en
tiempos de paz, en tanto estaba en vigor la paz estipulada en 421, que se
suele definir como «paz de Nicias», ya que fue éste quien la impulsó y la
rubricó. Este elemento suele quedar en la sombra en las consideraciones
modernas sobre aquel episodio, gracias a la andadura misma del relato de
Tucídides, que enumera como «años de guerra» incluso los que son de paz.
Añádase a ello la tendencia del relato tucidídeo a redimensionar esa paz como
«tregua poco fiable» y también que de la posición de Tucídides, originalmente
suya, según la cual entre 431 y 404 no hubo más que una sola guerra principal,
se derivó la idea de una ininterrumpida guerra de veintisiete años de duración,
que se convirtió en idea establecida. Ello llevó a ver el acontecimiento de
Milo como un episodio de la guerra,
lo que ha restado mucha importancia a la gravedad de la iniciativa ateniense,
que en cambio recibe nueva luz y se confirma además en el tenaz y prolongado
debate acerca de las responsabilidades atenienses en aquel acontecimiento, que
reaparece cíclicamente en la reflexión política ateniense (dentro de los
límites en que la conocemos) hasta la vigilia de Queronea, casi a finales del
siglo siguiente.
La visión unitaria de la guerra
espartano-ateniense considerada un conflicto único, aunque legítima y audaz al
mismo tiempo, no fue hecha ni por los contemporáneos a los acontecimientos ni
en el siglo siguiente, por pensadores o por oradores políticos atenienses. Esto
ha sido observado en diversas ocasiones, pero no está de más repetirlo aquí. El
hecho de que los contemporáneos (o por lo menos una parte de ellos) sintieran,
después de 421, que habían vuelto a una condición de paz y a las ventajas que
de ella se derivaban se deduce por ejemplo de las argumentaciones, en absoluto
ineficaces sobre el público de la asamblea, desarrolladas por Nicias en el
debate asambleario en torno a la propuesta de Alcibíades acerca de una
intervención a gran escala en Sicilia.[433] El reflorecimiento de
Atenas «como consecuencia de la paz de Nicias» es descrito con tonos muy
nítidos y con todo lujo de detalles por Andócides, cuando evoca aquellos años
en su discurso Sobre la paz con Esparta
(§ 8) de 392/391. Un agudo lector renacentista de este emblemático
acontecimiento —Maquiavelo— había llegado, sin equivocarse, a la conclusión de
que Atenas habría ganado la guerra que duró diez años (431-421).[434]
En consecuencia, en aquel momento, y durante mucho tiempo después, había otra
visión de la historia de la guerra, que llevaba a colocar la intervención
contra Milo bajo una luz —si es posible— todavía más negativa y, por lo menos
para los contemporáneos, también más verídica.
Como se ha mostrado en el
capítulo anterior, Tucídides escamotea varios datos: a) que Milo había
desertado de la alianza con Atenas, de la que formaba parte desde el principio
(y todavía en 425), dejando de pagar el tributo mientras la guerra aún estaba
en curso; b) que muy probablemente había ayudado a Esparta (véase IG, V, 1); c) que la propuesta de
infligir a los vencidos melios el más feroz tratamiento había sido apoyada por
Alcibíades.[435] Tucídides, cuya actitud respecto a Alcibíades es
tan favorable como para esconder todo lo posible su responsabilidad en los
escándalos de 415, «transfigura» el episodio de Milo; lo transforma en el
ataque de la gran potencia al pequeño Estado que quiere mantenerse neutral mientras está en curso la guerra (V, 98:
«reforzáis a vuestros enemigos actuales e incitáis a convertirse en enemigos a
los que ni siquiera tenían intención de serlo»): un Estado neutral que ofrece
en vano a los agresores la propuesta de compromiso de quedar fuera de ambas
alianzas enfrentadas (V, 94).
Pero para los contemporáneos la
agresión aparece bajo una luz bien distinta: como un arreglo de cuentas, en un
periodo de paz, por parte de Atenas hacia un antiguo aliado que se había
desligado de la alianza aprovechando el compromiso bélico de la gran potencia,
y que ahora, en frío, era obligado a retomar sus compromisos, bajo la amenaza
de un castigo ejemplar. Castigo que, después de un asedio más largo de lo
previsto, efectivamente no dejó de abatirse sobre los melios, y de la forma más
dura. Este «escándalo» fue el primum
movens que impulsó a Tucídides a componer una obra insólita, el diálogo
melio-ateniense, es decir, el diálogo entre el verdugo y la víctima; y que
impulsó a Eurípides a insertar, justo al principio de Las troyanas, estrenado poco después de la masacre de los melios y
el sometimiento de sus mujeres, ese breve diálogo entre Atenea y Poseidón
acerca del castigo que se abatirá sobre los aqueos vencedores, que culmina con
la sentencia de Posidón: μῶρος δὲ θνητῶν ὅστις ἐκπορθεῖ πόλεις / […] / αὐτὸς
ὤλεθ᾿ ὕστερον (vv. 95-97). Sobre todo, cuando se piensa en el enorme eco que el
episodio tuvo en Atenas, no puede descuidarse el hecho de que el hombre más
destacado y más influyente en aquel momento, Alcibíades, había querido, en su
ostentoso e irritante inmoralismo, comprar una mujer de Milo recién esclavizada
y tener un hijo de ella.[436] Es exactamente lo mismo que sucede en Las troyanas, entre Neoptólemo, hijo de
Aquiles y destructor de Troya, y Andrómaca, viuda de Héctor y sometida a
esclavitud por el joven conquistador: «porque después de cautivarme ha querido
casarse conmigo el hijo de Aquiles, y así serviré en el palacio de los que
mataron a mi marido» (vv. 658-660).
3
El drama de las prisioneras
troyanas sometidas a esclavitud y subyugadas, por el derecho del vencedor, a
nuevos vínculos es un motivo recurrente en la dramaturgia de Eurípides (Hécuba, Andrómaca). En Andrómaca, de la que no conocemos la
fecha de estreno, Hermíone, celosa de la fortuna sexual de Andrómaca, esclava y
rival respecto de Neoptólemo, acusa crudamente: «Has llegado a tal punto de
inconsciencia, desdichada de ti, que te atreves a acostarte con el hijo de
quien mató a tu esposo y a parir hijos de su asesino» (170-173). En Las troyanas, Andrómaca —después de
haber lamentado que «ha querido casarse conmigo el hijo de Aquiles, y así
serviré en el palacio de los que mataron a mi marido»— reflexiona, en un cruce
de curiosidad y repulsión, en torno a «lo que dicen» (a fin de inducir a la
sumisión): «Dicen que una sola noche hace ceder la aversión de una mujer hacia el
lecho de un hombre» (vv. 665-666). En una sociedad esclavista, empeñada en una
guerra destructiva y productora de esclavos a gran escala, el problema está a
la orden del día: Eurípides fija la mirada, sin dilaciones, en la ambigüedad de
la condición de la esclavitud cuando ésta es a la vez subordinación entre los
sexos. El público reaccionaba. Lo sabemos por el Contra Alcibíades —de autor desconocido, pero transmitido como de
Andócides—, que denuncia la enormidad de la prevaricación cometida por
Alcibíades (Contra Alcibíades, 22-23)
y relaciona este comportamiento con «las
tragedias» que el público conoce bien (piénsese, obviamente, en el ciclo
troyano, y en particular en el de Eurípides). «Vosotros», dice, dirigiéndose a
los jueces y más en general al público, «al ver estas cosas en las tragedias,
las estimáis terribles, pero al verlas verificarse en la realidad, en una
ciudad, ni siquiera les prestáis atención».
El comportamiento de Alcibíades
es definido como temerario. Quiso tener un hijo de una mujer a la que ha
privado de la libertad, a cuyo padre y familiares ha matado y cuya ciudad ha
destruido. Así, ha hecho de modo que el hijo nacido de ella sea enemigo de él y
de la ciudad: ya que —tal como prosigue la invectiva— todo impulsaba al odio a
este hijo. El parlamento culmina en la descripción de Alcibíades como aspirante
a la tiranía (§ 24). Plutarco, que evoca el acontecimiento, deja entrever una
discusión acerca de la dimensión del compromiso de Alcibíades en la represión
en Milo y dice que «tuvo la máxima responsabilidad en la masacre de los
melios», precisando que se expuso en primera persona al hablar a la asamblea
para apoyar el decreto que había establecido el más feroz de los tratamientos
hacia Milo.[437]
Es sintomático que, a ojos de los
acusadores de Alcibíades, el crimen (moral) cometido por él, consistiese no en
el haber infligido un tratamiento tan severo a los vencidos, sino en el haber
obrado después, en el plano privado, de ese modo reprobable. La represión
contra Milo está por tanto fuera de discusión: precisamente porque se configura
—para el acusador de Alcibíades, como después para Isócrates en el Panegírico como «castigo». También esta
fuente contemporánea considera obvio que a los melios les estaba reservado el
tratamiento habitualmente infligido a los aliados «desertores». Así se
considera a los melios también en la tradición, con toda probabilidad
atidográfica, conocida por los antiguos comentaristas de Aristófanes (véase el
escolio a Los pájaros, 186).
Destacan, en cambio, aislados respecto de las restantes tradiciones, Tucídides
y Jenofonte (Helénicas, II, 2, 3:
«los atenienses temían sufrir lo mismo que habían infligido a los melios»),
artífices —sobre todo Tucídides con la creación del «terrible diálogo», como lo
define Nietzsche— del «mito» de Milo, y Eurípides con Las troyanas.
4
No parece equivocado, ahora que
se ha generalizado una datación más alta de la tragedia, la evocación, en este
contexto, de Andrómaca, como ya hemos
señalado sumariamente. Los elementos sobre la base de los cuales se adoptan,
para Andrómaca, fechas que oscilan
entre 432 y 424 son frágiles: de la conexión con Argos (a la que hizo justicia
Wilamowitz)[438] a la identificación de Δημοκράτης, que Calímaco
(fr. 451 Pfeiffer) creía encontrar en las didascalias atribuidas a la tragedia,
con el poeta argivo Timócrates (hipótesis rechazada por P. Tebt. 695,
col. II, que propone en cambio al tragediógrafo Demócrates de Sición). El
hecho mismo de que el escolio a Andrómaca,
445 registrase con prudencia (φαίνεται) una datación genérica («en los primeros
tiempos de la guerra peloponésica»: ἐν ἀρχαῖς τοῦ Πελοποννησιακοῦ πολέμου)
demuestra sólo que no se disponía[439]
de ninguna datación en los documentos
relativos al teatro ático. En esta materia —didascalias de las representaciones
teatrales— o existe una fecha exacta o no hay más que conjeturas incontrolables
(y con frecuencia formuladas sobre la base de criterios y razonamientos
demasiado hipotéticos). El único dato cierto lo aportaba Calímaco en los Pinakes (fr. 451): la tragedia figuraba
bajo el nombre de Demócrates (ἐπιγραφῆναί φησι τῇ τραγῳδίᾳ Δημοκράτην). Eso
sólo puede significar —como observó Wilamowitz— «que Eurípides había entregado
el drama, para ser puesto en escena, a un tal Demócrates».[440] Cosa
no insólita para él.[441] August Boeckh[442] había
pensado en 418/417. No ha faltado quien ha sugerido 411.[443]
Por su parte Méridier no
descartaría la posibilidad de relacionar el arduo parlamento de Andrómaca
contra la pérfida e hipócrita deslealtad espartana (vv. 445 ss.) con el
incumplimiento por parte de Esparta de la cláusula de la paz de Nicias,
relativa a la restitución de Anfípolis (421/420).[444]
Merece atención, por otra parte,
un dato macroscópico. Mientras la incumplida restitución de Anfípolis sólo
encaja hasta cierto punto, dado que fueron los anfipolitanos in primis quienes se negaron a volver a
ponerse bajo control ateniense, es la falta de ayuda a los melios —que en el
diálogo tucidídeo se declaran en cambio completamente persuadidos de la
intervención de Esparta en su ayuda— la gran traición espartana: justificada
hipócritamente (es fácil suponerlo) con el argumento de que el estatus de
guerra con Atenas concluyó en 421, y que desde ese año Atenas y Esparta son aliadas. Si, en Andrómaca, la situación escénica de Andrómaca respecto a Neoptólemo
es la de la mujer melia reducida a esclavitud y, convertida en propiedad de
Alcibíades, obligada a darle un hijo, el parlamento de ella (troyana y «melia»
al mismo tiempo) contra la hipócrita deslealtad se convierte en una alusión
pertinente y acuciante. «¡Oh los más odiosos de los mortales para todos los
hombres, habitantes de Esparta, consejeros falsos, señores de mentiras,
urdidores de males, que pensáis de modo tortuoso y dándole la vuelta a todo!
Injustamente tenéis fortuna en toda Grecia (ἀδίκως εὐτυχεῖτ᾿ ἀν᾿ Ἑλλάδα)» (vv.
445-449). Éste es el desahogo de Andrómaca. La pertinencia se trasluce
abiertamente allí, como lo demuestra el último verso: «Injustamente tenéis
fortuna en toda Grecia». ¿Por qué Andrómaca, en la situación en la que se encuentra
en el drama homónimo, es decir, años después de la guerra troyana y tras los
desastrosos nostoi de los vencedores
(Agamenón in premis) hablaría de una
posición hegemónica de Esparta sobre Grecia, y por añadidura usurpada con el
engaño y la hipocresía? Está claro que Andrómaca habla del presente.
Quien considere el sarcasmo con
el que los atenienses, en el diálogo de Tucídides, hacen pedazos la fe de los
melios en una salvífica intervención espartana (V, 105), no puede no reconocer
una coherencia en la situación, la motivación y las emociones. Los melios
habían afirmado: «confiamos en la alianza con Esparta, que no puede dejar de manifestarse». Replican los atenienses: «En
cuanto a vuestra opinión acerca de los espartanos, es decir que ellos, esquivando
la vergüenza,[445] correrían a ayudaros, nos congratulamos por
vuestra ingenuidad, pero no os envidiamos la locura». Aquí se añade un detalle
y un juicio letal sobre la hipocresía espartana: «En general los espartanos
practican la virtud sólo en su casa; acerca de su modo de comportarse respecto
de los otros habría mucho que decir. En dos palabras nos limitaremos a decir
esto: los espartanos son quienes, según nuestro conocimiento, de manera más
descarada que nadie, estiman bello aquello que les gusta a ellos y justo lo que
mejor les conviene». Concluyen el largo y áspero parlamento, que ocupa el
corazón del diálogo, definiendo como «puro desvarío» la fe nutrida por los
melios de ser salvados por los espartanos, en el nombre de una afinidad de
estirpe.
Esparta, obviamente, no
intervino, cosa que por otra parte hubiera sido muy sorprendente en un momento
en el que, a pesar de todo, Esparta y Atenas estaban vinculadas por el tratado
de alianza estipulado en 421,
inmediatamente después de la firma de la paz.[446]
Para los melios fue fatal la
decisión de confiar en la gran potencia espartana. Pero en 404 Lisandro, por
orden de los éforos, llevó a los supervivientes melios (muy pocos, por otra
parte) hacia su isla,[447] quizá todavía ocupada por los quinientos clerucos
atenienses instalados allí después de la masacre.[448] Así Esparta,
lugar privilegiado de la eunomia,
pudo cuadrar una vez más las cuentas del poder y de la virtud. Andrómaca no
estaba equivocada.
[427] Greek Tragedy, Londres, 19484. <<
[428] Así A. M. van Erp Taalman Kip, «Euripides and Milo», Mnemosyne, 40, 1987, p. 415. <<
[429] Para la flotilla capitaneada por Tucídides: IV, 104, 4. <<
[430] Tucídides, III, 31-50. <<
[431] Jenofonte, Helénicas, I, 6, 21-22. <<
[432] La solución quirúrgica —expurgar los vv. 48-97— adoptada por J. R. Wilson («An Interpolations in the Prologue of Euripides’ Troades», Greek Roman and Byzantine Studies, 8, 1967, pp. 205-223) tal vez no merece ni siquiera ser mencionada. <<
[433] Tucídides, VI, 12. <<
[434] Discursos sobre la primera década de Tito Livio, III, 16, 1. <<
[435] Plutarco, Alcibíades, 16, 6; [Andócides], IV, 22-23. <<
[436] [Andócides], IV, 22. <<
[437] Debe observarse aquí per incidens que la dureza del tratamiento infligido a los melios no se explica como el efecto de un ataque de sadismo por parte de la asamblea popular ateniense. Fue, en cambio, la confirmación más clara de lo que Isócrates (Panegírico, 100-114) afirma con puntillosa precisión: que Milo fue tratada según la modalidad adoptada frente a los aliados que han desertado. No fue distinta la propuesta de Cleón a propósito de Mitilena. El tema de la ferocidad con la que Atenas sostuvo el control del imperio es central en la reflexión de Tucídides y la réplica de Isócrates sólo es impecable en el plano formal. Es obvio que Isócrates no cita explícitamente a Tucídides (ni, después, a Jenofonte) pero lo evoca, no sin aversión, con las palabras «lo que algunos de nosotros nos deben» (100). Cfr., más abajo, cap. X. <<
[438] «Göttingische Gelehrte Anzeigen», 1906, p. 628 [= Kleine Schriften, V.1, p. 394]. <<
[439] Ni el escolio ni sus fuentes. <<
[440] Wilamowitz no conocía aún P. Tebt. 695, publicado en 1930. <<
[441] Para el Piritoo, cfr. Ateneo, XI, 469b («ya sea que se trate de Critias el tirano, ya sea que se trate de Eurípides»). Para el Sísifo, Sexto Empírico lo cita como de Critias (IX, 54); Aecio (I, 7, 2) como de Eurípides. El hecho de que Tenes, Radamanto y Piritoo constituyeran una trilogía queda claro en la Vita Euripides (ll. 28-29: TrGF V.1, T 1, I A). Para el intercambio de tragedias entre Critias y Eurípides, cfr. Wilamowitz, Einleitung in die griechische Tragödie, Weidmann, Berlín, 1921, p. 15, n.º 22. <<
[442] Graecae Tragoediae principium… num ea quae supersunt et genuina omnia sint et forma primitiva servata, Heidelberg, 1808, pp. 189-190. <<
[443] Lo registra L. Méridier, Euripide [«Collection Budé»], II, París, 1927, p. 101. <<
[444] Pero después de muchas «vueltas» de pensamiento vuelve a la fecha «alta» (427/425). <<
[445] Es decir, de no correr en vuestra ayuda. <<
[446] Tucídides, V, 23-24. <<
[447] Jenofonte, Helénicas, II, 2, 9. <<
[448] Tucídides, V, 116. <<
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