1
Poco antes del parto, Agarista,
la madre de Pericles, «tuvo un sueño: le pareció que daba a luz un león»; pocos
días después nació Pericles, según cuenta Heródoto.[286] La mención
de este animal, el león, es rica en significados: es el animal de referencia de
la tiranía.
La fuente que habla de él,
Heródoto, no podría ser más favorable a Pericles; sin embargo registra, casi
como una señal de la historia posterior de este personaje extraordinario,
aquella escena arquetípica. Pericles muere en pleno estallido de la peste en
Atenas, en 429 a . C.
Era ya anciano (había nacido, probablemente, poco después de 500 a . C.). Su vida
ocupa el siglo V, uno de los periodos decisivos de la historia antigua,
casi por entero: se abre bajo el signo de ese león y se cierra con una escena
de tragedia, la de la ciudad que él ha arrastrado a la guerra y que lo ve
abandonar la escena cuando la guerra acaba de comenzar.
El contagio de la peste fue tan
desolador para la ciudad que el historiador que ha contado los acontecimientos,
Tucídides, dedica páginas y páginas a la descripción de la peste y de los
síntomas del contagio, «para que, si se repitiera el día de mañana, se sepa
cómo se presenta esta desgracia»;[287] y describe la ciudad presa de
la devastación moral y material: montones de cadáveres quemados en las calles,
degradación moral, superación de los límites que regulan la convivencia.
En esta tremenda escena, Pericles
desaparece. Ha llevado a la ciudad a la guerra, y la guerra ha potenciado el
contagio, porque la táctica sugerida por él era la de encerrarse dentro de los
muros: que los espartanos arrasen el campo —decía—, después se irán; Atenas
domina el mar y por tanto es invencible.[288] En eso consiste la
clave de su estrategia, impopular sobre todo para los campesinos, que veían sus
bienes en peligro constante.
Acerca de él, recién
desaparecido, Tucídides formula este juicio, que ha marcado el desarrollo de la
historiografía:
En efecto, durante todo el tiempo
que estuvo al frente de la ciudad en época de paz la gobernó con moderación y
veló por ella con seguridad, y durante su mandato Atenas llegó a ser la ciudad
más poderosa; y una vez que la guerra estalló, también en aquellas
circunstancias quedó claro que había previsto su potencia. Sobrevivió dos años
y seis meses al inicio del conflicto, y después de su muerte se reconoció aún
más la clarividencia de sus previsiones respecto a la guerra. Sostenía, en
efecto, que los atenienses vencerían si permanecían tranquilos y se cuidaban de
su flota sin tratar de acrecentar su imperio durante la guerra y sin poner la
ciudad en peligro. Pero ellos hicieron todo lo contrario, y, con miras a sus
ambiciones particulares y a su particular beneficio, emprendieron una política
diferente que parecía no tener nada que ver con la guerra y que resultaba
perjudicial para sus intereses y los de sus aliados.[289]
Continúa explicando por qué
Pericles conseguía guiar a la ciudad mientras los otros, los que vinieron
después de él, no fueron capaces:
La causa era que Pericles, que
gozaba de autoridad gracias a su prestigio y a su talento, y resultaba además
manifiestamente insobornable, tenía a la multitud en su mano, aun en libertad,
y no se dejaba conducir por ella, sino que era él quien la conducía; y esto era
así porque, al no haber adquirido el poder por medios ilícitos, no pretendía
halagarla en sus discursos, sino que se atrevía incluso, merced a su prestigio,
a enfrentarse a su enojo. Así, siempre que los veía confiados de modo insolente
e inoportuno, los espantaba con sus palabras hasta que conseguía atemorizarlos,
y, al contrario, cuando los veía dominados por un miedo irracional, los hacía
retornar a la confianza. En estas condiciones, aquello era de nombre una
democracia, en realidad un gobierno del primer ciudadano.[290]
Dice: archè tou pròtou andròs, «del primer». También en otro pasaje,
cuando habla de él, dice: en esa época Pericles «era el primero».[291]
Uno de los creadores de la
ciencia política, Thomas Hobbes, quien sólo empezó a escribir tardíamente, y
cuando lo hizo comenzó por traducir al inglés a Tucídides, acompañándolo de una
admirable introducción, observa al respecto que Tucídides tuvo una visión
política profundamente monárquica; de hecho, los dos personajes positivos de la
historia son Pisístrato —el llamado tirano— y Pericles, el monarca. Esta imagen
de la «democracia de nombre, en realidad un gobierno del príncipe», ha tenido
una muy larga descendencia. Se podría decir que la idea misma del princeps en la realidad política de la
Roma tardorrepublicana toma sus rasgos de Pericles. Es preciso mencionar aquí
el nombre de Cicerón, quien —teórico de la política, crítico de la decadencia
de la república romana, cuatro siglos después de Pericles— sueña con el princeps: piensa que la dificultad estructural
de la república sólo se superará a través de un princeps, y así lo expresa en De
Republica, a juzgar por los fragmentos que se conservaron, exactamente con
las palabras con que Tucídides describe el poder de Pericles: «Pericles ille,
et auctoritate et eloquentia et consilio, princeps civitatis suae.»[292]
Princeps por auctoritas, por su capacidad para hablar y hacerse escuchar y por
el consilium, es decir por la gnome, por la inteligencia política. En
definitiva, Tucídides fundó, describiendo a Pericles y su poder, la noción de principado, enmascarando, por así decir,
el contexto democrático en el que Pericles se coloca; de ahí esa brutal
expresión («democracia de nombre»: cuando se dice de algo que es λόγῳ («de
nombre») se llama de un modo pero ἔργῳ, de hecho, es otra cosa, se quiere enmascarar aquello que está detrás de
las palabras.
No es la única imagen de Pericles
que tenemos. Del lado opuesto se ubica la más célebre representación de él, que
se encuentra en el Gorgias de Platón.
Pericles nació en torno al año 500
a . C., su admirador e historiador Tucídides nació
aproximadamente en 454 a . C.,
Platón nació unos treinta años más tarde. Las generaciones se cruzan: Platón
desciende de una familia en cuyo eje está Critias. De Critias, remontando las
ramas del árbol genealógico, se llega hasta Critias el Mayor, quien estaba
emparentado con Solón. Solón fue quien se opuso, en la medida de lo posible, a
Pisístrato. Pisístrato fue expulsado por los Alcmeónidas, de los que Pericles
desciende; estas grandes familias atenienses se entrelazan, se combaten y se
vuelven a encontrar.
En el Gorgias es Sócrates quien habla, quien describe a los grandes
corruptores de la política. A su juicio, en la historia ateniense éstos son
cuatro: Milcíades, Temístocles, Pericles y Cimón. Platón es despiadado, como
siempre, en su crítica radical del sistema político ateniense. Los personajes
que aquí condena en bloque habían sido rivales entre sí; sin embargo, los
condena a todos por igual en cuanto corruptores del pueblo. Porque hicieron
aquello que Tucídides niega que Pericles haya hecho: hablar pros hedonèn, «para complacer» al
pueblo. Reprocha a Pericles precisamente la oratoria demagógica, el estar a
favor de la asamblea, y por eso dice el Sócrates del Gorgias: «hizo a los atenienses peores de lo que eran». No sólo lo
condena por esta oratoria demagógica, por este secundar al pueblo, sino también
porque por primera vez introdujo un salario para los oficios públicos.[293]
El salario para remunerar un cargo, que es la clave del mecanismo democrático
ateniense.
2
El ordenamiento ateniense, como
todas las democracias antiguas, tiene su fundamento en la asamblea popular.
Pero ¿qué es exactamente esa asamblea de todos? Cuando Heródoto contó que a la
muerte de Cambises alguien había proyectado instaurar la democracia en Persia,
«algunos griegos» no le creyeron. «No me creyeron», dice Heródoto, «pero es
así.»[294] Decir, por ejemplo en Atenas, que en el imperio persa,
inmensa realidad geográfica, alguien quería instaurar la democracia significa
sugerir una asamblea de todos en un gran Estado territorial: algo imposible.
Pero también en Atenas la asamblea de
todos era una idea-fuerza. Cuando, muchos años después, los oligarcas
derroquen el sistema político ateniense y abroguen el salario para los oficios
públicos, declararán —como bien sabemos— que en el fondo, incluso en el régimen
asambleario, cinco mil personas como máximo iban a la asamblea. A mediados del
siglo V Atenas tiene treinta mil ciudadanos hombres adultos en edad militar.
La realidad concreta de la democracia asamblearia es una realidad móvil, en la
que el cuerpo cívico activo puede cambiar, como veremos, en razón de las
relaciones de fuerza.
3
Pericles, dice Plutarco,
permaneció largo tiempo indeciso acerca de hacia qué bando inclinarse.
Pertenecía a una familia importante, muy rica, era un gran propietario de
tierras. Sobre todo los mayores, cuando lo veían, siendo él joven, lo
encontraban parecido a Pisístrato,[295] y esto era una desventaja,
porque el tirano era visto siempre como la pesadilla de la democracia.
Pericles, entonces, tuvo dudas acerca de hacia qué lado inclinarse, hasta que
finalmente, «forzando su propia naturaleza», eligió el pueblo, dice Plutarco.[296]
Sustancialmente, entre las dos opciones posibles, la de aceptar el sistema
político democrático asambleario, apoyándolo y guiándolo, o bien la de
rechazarlo, la segunda le pareció, por un momento, la preferible.
En 462 a . C. —año crucial en la
historia de Atenas— hubo una conmoción. Cimón es quien guía la ciudad, o por lo
menos es un líder reconocido. Su padre era Milcíades, el vencedor de Maratón.
Cimón es un ciudadano leal que acepta el sistema; también él pertenece a una
gran familia: la de Milcíades tenía incluso orígenes regios. Cimón se empeñaba,
a petición de Esparta, en una campaña en el Peloponeso contra los ilotas, que
se habían revelado. Es la tercera guerra mesenia. Cimón es amigo de Esparta, y
ha llamado a sus hijos conforme a ello: a uno lo llamó Lacedemonio (es decir,
espartano), y al otro Tésalo, por lo que Pericles, su enemigo, decía: «Ni
siquiera son atenienses.»[297] Se compromete en esta campaña y lleva
consigo a cuatro mil hoplitas, un cuerpo de expedición muy notable. Los
hoplitas son además un grupo social, se podría decir, y son la base de la
democracia hoplítica: son quienes van a la asamblea y aplauden a Cimón. Pero en
el ínterin, a partir de 478, Atenas ha creado un imperio marítimo, los marinos
se han vuelto esenciales para el funcionamiento del imperio y, como dice un enemigo
de la democracia, son ellos quienes «mueven las naves», y por eso «mandan». Los
hoplitas fuera, ocupados en Mesenia, y los marineros a la asamblea. La asamblea
decide, bajo el impulso de dos líderes Efialtes y Pericles, quitar al consejo
hasta entonces dominante, el Areópago, poderes decisivos. En la Constitución de los atenienses
Aristóteles dice que Efialtes quitó al Areópago «los poderes sobrantes», los
que se habían «agregado» después de las guerras persas (los llama epiteta), que eran, en sustancia, la
mayor parte de los poderes judiciales.[298] Así, esos poderes pasan
del Areópago a los tribunales populares. El Areópago es un órgano de
cooptación, como el Senado romano. Aquellos que han formado parte del arcontado
entran por derecho en el Areópago, órgano vitalicio. Destronar al Areópago
significaba romper el dominio de un alto grupo social, que regula el elemento
más importante de la ciudad, los tribunales: al tribunal irán a parar toda
clase de conflictos, sobre todo los que respectan a la riqueza. Tribunal
popular, en cambio, significa que cada año se sortean, de entre seis mil
ciudadanos, los quinientos nombres que constituyen la Elièa y los otros tribunales. Estos «ciudadanos cualesquiera»
—entre ellos, miembros de la clase popular, marineros, tetes (indigentes),
etc.—, según el sorteo, deciden. Por eso Aristófanes, crítico agudo,
representa, en Las avispas, la manía
ateniense del tribunal. Nosotros nos reímos leyendo Las avispas, pero la comedia es seria: el tribunal es el núcleo en
torno al cual se desarrolla la lucha de clases. Desplazar el poder desde el
Areópago a los tribunales populares significaba desplazar el peso decisivo
hacia otra clase social. Ésta es la reforma de 462. Tuvo lugar gracias a que en
la asamblea había otros. Cuatro mil hoplitas
estaban en Mesenia combatiendo a las órdenes de Cimón, y Efialtes y Pericles
realizaron, con el apoyo de otra masa ciudadana, una reforma que marcó una
época.
Para mayor claridad arriesgamos
una comparación. Se trata de una realidad muy similar —en varios aspectos— a la
de la Atenas de la democracia directa: el París del año II de la República, el
París de las Secciones. En las Secciones hay sectionnaires, es decir, los habituales, los sansculottes. Asesinado Robespierre, los sansculottes abandonan las Secciones y entonces llegan los
burgueses. Las Secciones siguen funcionando, es decir, formalmente el mecanismo
es el mismo, pero es como si en las venas corriese una sangre distinta. Es lo
mismo que sucede en 462; ausentes los hoplitas, deciden los tetes, los
indigentes. Entre Salamina y la tercera guerra mesenia, Atenas se ha convertido
en una gran potencia marítima, cuya fuerza está en las naves; entonces el sujeto social decisivo es ahora el que
está ligado al poder naval, y Pericles está obligado a entenderse con los
tetes.
Efialtes es asesinado poco
después de la reforma. No se puede decir que se haya aclarado nunca quién lo
mandó matar. Plutarco, en su inmensa doctrina, apunta, entre otros, a Idomeneo
de Lámpsaco, amigo de Epicuro, quien decía saber que había sido el propio
Pericles el que había dado la orden.[299] Plutarco vivió cinco
siglos después, pero había leído tanto sobre esa época remota que en algunos
aspectos sabe más que Tucídides. Es verdad que Lámpsaco es una de las ciudades
del imperio y los intelectuales, las personalidades destacadas de las ciudades
del imperio, no querían a Atenas y sobre todo no querían a los jefes
atenienses. Podemos enumerarlos: Estesímbroto de Tasos, Ión de Quíos, Idomeneo
de Lámpsaco. Tasos, Quíos, Lámpsaco: todas ciudades «súbditas». Sus obras no se
han conservado, pero Plutarco las leyó por nosotros; así nos damos cuenta de
que todos ellos querían poner bajo una luz siniestra a los líderes de la ciudad
«tirana». Tomemos con cautela esta noticia de la eliminación de Efialtes como
obra del mismo Pericles. Efialtes era de todos modos como un cuerpo extraño,
era un pobre: esto lo dicen
claramente las fuentes. «Pobre»: cosa rara en el plantel político ateniense.
¿Por cuánto tiempo iba a resignarse a ser su «segundo»? (Sobre este punto
véase, más abajo, Epimetron).
En la Constitución de los atenienses, Aristóteles da otra visión, repleta
de anacronismos, según la cual Efialtes fue asesinado por un tal Aristódico de
Tanagra (Beocia):[300]
Queriendo Temístocles que el
Consejo fuera disuelto, dijo a Efialtes que el Consejo iba a arrestarlo, y a
los Areopagitas que iba a denunciar a ciertos ciudadanos que se habían
conjurado para derribar la constitución. Y llevando a los designados por el
Consejo donde se encontraba Efialtes, con la intención de mostrarles a los
conjurados, se puso a hablar con ellos agitadamente. Efialtes, al ver esto,
reprendido, se refugió con sólo la túnica en el altar. Admirados todos de lo
sucedido, se reunió después de esto el Consejo de los Quinientos, y Efialtes y
Temístocles acusaron a los Areopagitas, y de nuevo ante el pueblo dijeron lo
mismo, hasta que les arrebataron el poder. Y Efialtes fue muerto a traición, no
mucho después, por Aristódico de Tanagra. De este modo el Consejo de los Areopagitas
fue privado de sus responsabilidades. Después de esto, sucedió que la
constitución se hizo más relajada, debido al apasionamiento de los demagogos.
Merecen señalarse, también, los
datos que se recaban de otra fuente, extraordinariamente importante: Antifonte
fue el «cerebro» del golpe de Estado de 411. Antifonte había nacido en 480, por
tanto, tenía unos quince años menos que Pericles; en definitiva, eran casi
coetáneos.
Antifonte era abogado, escribía
discursos para amigos que iban al tribunal por los problemas más variados, tal
vez incluso cobrando (de hecho, no desdeñaba el dinero). Uno de esos discursos,
«Sobre el asesinato de Herodes», escrito para un cliente, se ha conservado; el
cliente estaba acusado de haber matado a un cleruco ateniense, propietario de
tierras en Mitilene (Lesbos). El problema consistía en que no se encontraba el
cuerpo de la víctima. En cierto punto del discurso Antifonte evoca el asesinato
de Efialtes y dice: «Muchos, acusados de crímenes cometidos por otros, han
muerto antes de que se aclarara el asunto (πρὶν τὸ σαφὲς αὐτῶν γνωσθῆναι). Por
ejemplo, en el caso de Efialtes, vuestro conciudadano, nunca se ha sabido quién
lo mató. Ahora bien, si alguien hubiese pedido a sus compañeros de facción que
averiguaran, tal vez formulando hipótesis, quién había matado a Efialtes, so
pena de ser implicados en la resolución del asesinato, sin duda no hubiera sido
agradable para ellos.»[301] Argumentación cargada de alusiones; aun
cuando, como es obvio, Antifonte tenga a la vista el juicio del que se está
ocupando. Sorprende esa insistencia sobre qué habría sucedido si se hubiera
buscado a quienes encargaron (o ejecutaron) el asesinato de Efialtes en el
ámbito mismo de su facción. Antifonte sabe bastante porque continúa recordando
que, entonces, los asesinos de Efialtes «no habrían tenido éxito en el intento
de hacer desaparecer su cuerpo». No sabemos el año exacto en que habla
Antifonte, pero ciertamente estamos en torno a la década de 420. Efialtes había
sido asesinado cuarenta años antes, por tanto habla de cosas sucedidas cuando
él tenía veinte años y apela a la memoria de los más ancianos. Este testimonio
vale acaso más que el de Aristóteles, y es un síntoma del hecho de que ese
episodio constituía una especie de agujero negro, un episodio oscuro. Del mismo
modo considera no resuelto el enigma del asesinato de Efialtes el historiador
de la época cesariana Diodoro Sículo (quizá en la estela de Éforo):[302]
la fuente de Diodoro es particularmente hostil a Efialtes y ve en su asesinato
el justo castigo por lo que había hecho. No olvidemos que Efialtes no sólo
había transferido a la Boulé, a la Elièa
y a la misma asamblea popular poderes que estaban concentrados en manos del
Areópago, sino que además había hecho transportar las tablas de madera en las
que estaban escritos los textos de las leyes de la sede del Areópago a la sede
de la Boulé.[303] Gesto simbólico, de gran eficacia. Diodoro
insiste, en epítetos bastante ásperos, sobre el justo castigo caído sobre
Efialtes, y sin embargo concluye que su muerte permanece sin aclarar.[304]
Aristóteles seguramente tendría como referencia algún documento. Lo cual,
lamentablemente, no basta para considerar prevaleciente su información,
aportada ciento treinta años después de los hechos, y frente a la declaración
de Antifonte que, cuarenta años después de los hechos, afirmaba claramente que
el misterio en torno al nombre de quién encargó y quién ejecutó el asesinato no
se había desvelado aún. Se ha llegado a tomar en consideración, a este
respecto, el bien conocido fenómeno de la fabricación de los falsos documentos
de argumento histórico, floreciente en el siglo IV.[305] Que
quede claro que esto no significa que el delito se atribuya a Pericles, que él
haya resuelto de este modo su rivalidad con un político de más edad, como
Efialtes. Pero es demasiado expeditivo liberarse de esta noticia tachándola
sencillamente de «mentira estúpida» (Busolt).
4
Lo cierto es que, desaparecido
Efialtes, Pericles protèuei, pasa a
ser la figura principal; siguió una política que Tucídides admira, centrada en
dos direcciones: los trabajos públicos y la agresividad imperial.
Cuando se dice la Atenas de Pericles se piensa en esa
gran política urbanística: el Partenón, la Atenas Parthènos obviamente son signos perdurables. Fue una extraordinaria
política de trabajos públicos, consistente en utilizar masas de trabajadores
pagados a dos óbolos la jornada, que no es un precio demasiado elevado para una
política urbanística que cambió la cara de Atenas. Cratino, el gran «maestro»
de Aristófanes, hace decir a un personaje en la escena: «Están construyendo el
Partenón y no lo terminan nunca.»[306] Quiere decir que se prolongan
los trabajo ad infinitum, para seguir
suscitando consenso a través de la indefinida prolongación de los trabajos
públicos. Una política que al mismo tiempo da prestigio y es socialmente
admirada. El hombre que guía toda esa operación es Fidias, el gran arquitecto.
Dice Plutarco en la «Vida de Pericles» que Fidias era el cerebro de todos los
trabajos públicos que se desarrollaban en Atenas, no sólo el controvertido
artífice de la Atenas Parthènos.
Ictino de Mileto, famoso arquitecto, proyectó el Partenón, pero el jefe de todo
era Fidias. Muy cercano a Pericles, pertenecía a su círculo más íntimo: el
círculo que giraba en torno a él y a Aspasia.
Figura extraordinaria es Aspasia,
de Mileto: no se trata de una ateniense mojigata encerrada en su casa, que no
sabe leer, que no es una «persona». Aspasia era una persona, y lo era al más
alto nivel, una hetera. Pericles tenía
una esposa anterior, de la que se separó con elegancia y firmeza, podríamos
decir: la pasó a otro marido, que quizá era Clinias, el padre de Alcibíades.
Aspasia fue una mujer culta y de grandes amistades: entre sus amigos estaba
Anaxágoras, por ejemplo, el blanco de los cómicos. Hermipo, cómico, le arrojó
la acusación de impiedad, condimentada con las acusaciones más infamantes:
criar prostitutas en casa, etc. Pero en torno a Pericles había también hombres
como Heródoto, Hipodamo de Mileto, Protágoras…
5
Cuando Pericles crea, mirando
hacia Occidente —y con esto pasamos a la política imperial— la colonia
panhelénica de Turios, pone en juego un equipo formidable: Protágoras como
legislador, Hipodamo como urbanista, Heródoto.
Atenas no era una ciudad fácil.
Esa frase mesurada de Tucídides, «él los conducía en lugar de ser conducido por
ellos», debe ser leída en su verdad literal, es decir, como la focalización de
un punto de equilibrio. Platón puede desahogarse al decir «al secundarlos, los
corrompió». Probablemente Tucídides acierta al individualizar un punto de
equilibrio difícil entre el conducir y el ser conducido. Pero entre conducir y
ser conducido está el azar de un proceso y la voluntad de perjudicarlo, de lo
que Pericles consigue siempre salir airoso, oponiendo a los ataques de los
adversarios la capacidad de crear consenso. De otro modo no se explicaría el
hecho de que fuera reelegido durante treinta años en la estrategia, que es el máximo cargo electivo.[307] Eduard
Meyer escribió: «hallazgo genial el de hacerse elegir cada año, porque esto
imposibilitaba la exigencia de rendir cuentas». Al término de la magistratura,
en efecto, había que enfrentarse a un proceso, la rendición de cuentas; pero él
había sido ya elegido magistrado para el siguiente año, y la rendición de
cuentas quedaba así permanentemente postergada.
Pero para obtener un consenso no
coactivo era necesario contemporizar dos elementos: el salario para todos y el
impulso continuo de ampliar el imperio, que significaba la guerra. Se podría
decir que Pericles no tuvo un talento militar extraordinario. La única guerra
que ganó fue contra Samos, un aliado rebelde: guerra feroz, que duró dos años,
con un imponente despliegue de fuerzas. Samos, tras aquella tremenda represión,
se volvió el aliado más fiel de Atenas.
Después tuvo otros varios
intentos, y es sintomático el modo en que Tucídides redimensiona las derrotas,
los errores. Es paradojal el casi ocultamiento de la más catastrófica de las
empresas de Pericles, el ataque a Egipto. Es una guerra que duró seis años
(459-454), y que terminó con la pérdida de doscientas naves y de miles de
hombres.[308] Egipto había sido conquistado por el imperio persa
bajo el reino del «loco» Cambises. Cambises, el rey loco —así es como lo
presenta Heródoto—, conquista Egipto interrumpiendo la última de las dinastías
faraónicas, la saíta. Pero Egipto se rebeló en varias ocasiones: la primera
vez, a la muerte de Darío; la segunda, cuando murió Jerjes. Entonces un
personaje notable, quizá uno de los últimos de la dinastía saíta, Inaro,
conduce la rebelión y pide la ayuda de Atenas. Pericles desvía las naves que
están ocupadas en la guerra con Chipre, y envía este cuerpo de expedición a
Egipto. La empresa acaba en catástrofe. La aventura imperial hacia el sur
fracasa, como fracasará la dirigida hacia occidente por Alcibíades, en Sicilia.
Antes de su definitiva salida de la escena, el Pericles tucidídeo dice:
«tenemos una flota que puede hacer mucho más de lo que hemos hecho hasta
ahora»; dominamos el imperio, pero podríamos dominar Etruria, Cartago, Sicilia,[309]
empuñamos un arma imbatible para dominar el Mediterráneo. Pero ¿cuál es el fin
del impulso por extender el imperio? Sirve para ampliar los ingresos, para
disponer de mayores recursos para alimentar al demo. Aquí radica el nexo entre
consenso y política imperialista. No es casualidad que en las grandes Dionisias
se exhibieran las listas de los tributos.
Es una contradicción que se anuda
sobre sí misma. Esta política de expansión desmiente la teoría tucidídea según
la cual la conducta períclea consistía en «no ampliar el imperio con la
guerra»;[310] no es verdad, hizo exactamente lo contrario. Al fin,
en la rendición de cuentas, se llega al conflicto con las otras grandes
potencias, que políticamente es Esparta, pero económicamente es Corinto.
En 431, la gran guerra, que durará casi veintisiete años con diversas
interrupciones, explota porque el comercio ateniense choca con la actividad de
la otra gran potencia comercial, Corinto, y la lucha por el control de los
mercados. Corinto tiene en Megara su punto fuerte; Pericles hace que la
asamblea decrete el cierre de todos los mercados atenienses a las mercancías
procedentes de Megara: los megarenses no tienen derecho a vender en los
mercados controlados por Atenas. Allí comienza el conflicto: los corintios
empujan a Esparta a la guerra y al fin éstos aceptan, porque se dan cuenta de
que sólo se sale de esa imposible coexistencia de dos imperios que compiten por
la misma área geopolítica con el fin de uno de ellos.
La estrategia períclea, lo hemos
dicho al principio, tiene en apariencia la lucidez de dejarse regir por una
directriz que podría enunciarse así: «nos encerramos en la fortaleza de Atenas,
que está protegida por muros inexpugnables, y con la flota dominamos a los
enemigos. Los espartanos se desahogan devastando nuestras tierras». Una de las
razones por las que Plutarco decide comparar la figura de Pericles con la de
Fabio Máximo, «el que gana tiempo», reside exactamente en la estrategia militar
común. Fabio Máximo no aceptó la batalla campal contra los cartagineses, y
cuando en cambio aquellos que vinieron después de él la aceptaron, fueron al
encuentro de la catástrofe de Cannas. Análogamente, Pericles quería evitar un
choque directo, frontal, por tierra, con la gran potencia adversaria, mientras
aquellos que vendrían después de él lo hacen, y pierden. Pericles sale de
escena a tiempo, muere antes de que su estrategia fracase. Su heredero
político, Alcibíades, no hace sino imitar el intento político de Pericles hacia
Egipto: hacia occidente, en este caso, con el intento de conquistar Sicilia.
Naturalmente, la diferencia entre
ambos, una vez más, radica en la capacidad de suscitar consenso. En esto reside
el secreto del princeps Pericles.
6
Al morir, Pericles deja una
ciudad en un estado desastroso. Aflora después de él otro líder, Cleón, quien
ha quedado plasmado para siempre en la imagen feroz que de él trazó
Aristófanes. Pero Cleón pertenecía a la clase de los caballeros, es decir que
ocupaba un puesto muy alto en la escala social.
El primer Cleón, el que irrumpe
en la política durante los últimos años de Pericles, se da a conocer
precisamente como enemigo de Pericles. Percibe que la única derrota que éste ha
sufrido en su carrera, la no reelección por única vez en treinta años, fue
debida a una política bélica equivocada: a la decisión de sacrificar a los
campesinos de manera tan dolorosa. Por eso ataca. Lo sabemos por las Moirai de Hermipo, cuyo conocido
apóstrofe parece reflejar lo que Cleón decía contestando a Pericles: «oh rey de
los sátiros [¡Pericles rey de los sátiros!], ¿por qué no coges la lanza en
lugar de ofrecernos para la guerra sólo palabras? Desde que afilas la espada
sobre la dura piedra rechinas los dientes mordido por el fogoso Cleón».[311]
Así fue como Cleón se abrió camino para volverse, después de que la peste
quitara de en medio al viejo estadista, el más convencido defensor de la
política de guerra.[312]
*
«La historia no debe cansarse de
repetir que en ella rige un criterio de medida del todo distinto de la
moralidad y de la virtud privada», escribía Droysen (1808-1884) en 1838.
Comienza así su reconsideración radical del juicio hostil de los contemporáneos
y de la posteridad sobre el ateniense Cleón, líder de la democracia ateniense
tras la desaparición de Pericles. Conocido ya por el gran público gracias a su
extraordinario Alejandro, Droysen
volvía a pensar la Atenas de finales del siglo V a través de la principal
fuente contemporánea: las once comedias de Aristófanes, cuidadosamente
traducidas por él.
Aristófanes divide al público,
como es propio de gran faccioso. No busca complacer a todos. Tuvo durante años,
en los inicios de su carrera, un gigantesco enemigo, incluso en lo personal:
Cleón; y lo odió con todas sus fuerzas. Se vengó de él en su comedia más
política, Los caballeros, que está en
la base de la imagen tradicional del demagogo, que se mantuvo vigente durante
siglos. Droysen no pretende en absoluto reivindicar la antigua democracia ni a
su jefe más execrado. Pero, como gran historiador, aborrece los «libros
negros». «Nadie», escribe, «se prestará a tejer las loas del sanguinario
Robespierre o del salvaje Mario; pero, en sus actos, ellos encarnaron los
sentimientos y recibieron la aprobación de millares de hombres, de los cuales
los separaba sólo aquella infausta grandeza, o violencia de carácter, que es
capaz de no estremecerse frente a la acción». Añade, volviendo a Cleón, que hay
momentos en los que tales hombres son necesarios: «se ofenden derechos y se
derrocan antiguas instituciones venerables; y sin embargo se elogia la mano
audaz y fuerte que ha abierto la vía de la edad nueva y se olvida la culpa, que
es inseparable de la acción humana».
Epimetron sobre el «pobre» Efialtes.
El hecho de que Efialtes fuera
«pobre», tal como concuerdan Plutarco («Cimón», 10, 8) y Eliano (Historia varia, II, 43; XI, 9; XIII,
39), ha sido contestado por Georg Busolt y la noticia calificada como pura
«leyenda» sobre la base (en verdad hipotética) de que la figura de Efialtes
habría sido asimilada, también en la imaginaria «pobreza», a la de Arístides (Griechische Geschichte bis zur Schlacht bei
Chaeroneia, III.1, Perthes, Gotha, 1897, p. 246, n.º 1); y, más tarde,
por Heinrich Swoboda, sobre la base de que Efialtes habría sido estratego (lo
cual se deduce de un confuso fragmento de Calístenes, parafraseado por
Plutarco, «Cimón», 13, 4). La elección a estratego desmentiría de por sí la
«leyenda» de su pobreza (s.v. Ephialtes,
en RE, V, 1905, col. 2850, 29-31).
También para Charles Hignett (A History
of the Athenian Constitution to the End of the Fifth Century B. C.,
Clarendon Press, Oxford, 1952, p. 194) la «leyenda» queda negada por el
hecho de que Efialtes habría asumido el cargo de estratego.
Naturalmente se debería poder
consolidar de modo preliminar la información, como mínimo confusa, que Plutarco
(«Cimón», 13, 4) recababa de Calístenes, antes de afirmar que en verdad
Efialtes había sido estratego.[313] Las palabras de Plutarco
contienen singulares anacronismos, y acaso sería más prudente no utilizarlas a
ciegas. Plutarco se refiere, en realidad, a un razonamiento desarrollado por
Calístenes en sus Helénicas, dirigido
a demostrar la inexistencia de la «paz de Calias»: Calístenes habría afirmado
que esa paz nunca había llegado a formalizarse, y que en cambio se trató de una
renuncia a enviar naves al Egeo, por parte del Gran Rey, intimidado por la
victoria ateniense en Eurimedonte, «como queda demostrado por las fáciles
incursiones de Pericles con cincuenta naves y de Efialtes con apenas treinta
más allá de las islas Quelidonias». Dado que la misión de Calias en Persia data
de 449, la de Eurimedonte es de veinte años antes, y que Efialtes fue asesinado
en 462, este razonamiento resulta incoherente y toda la información se
tambalea. (Empezando por el hecho de que el documento de acuerdo conseguido por
Calias —comoquiera que se lo defina— estaba comprendido en la Recopilación de decretos de Crátero,
mientras los argumentos sobre el uso, en el decreto, del alfabeto jónico, que
esgrime Teopompo [FGrHist 115 F 154] contra la
autenticidad, no demuestran nada.)[314] Más allá de todo, no se
sabría en qué año ubicar este juvenil «comando» de Pericles con cincuenta naves
vagando por las islas Quelidonias, frente a las costas de la Panfilia, de las que
Plutarco no habla en la biografía de Pericles (ni Tucídides en la
«pentecontaetia»). «La perplejidad» acerca de estas misiones de
«reconocimiento» en Panfilia, ejecutadas en años distantes (y por tanto
necesariamente en 464 y 463) por Pericles y por Efialtes —adversarios de Cimón,
pero ejecutores de su política—, sublevó a Wilhelm Judeich.[315]
Queda una pregunta importante:
¿basta esa confusa, y frágil, información para hacer de Efialtes un estratego
al mando de una flota? ¿Por qué no hubiera podido como taxiarco conducir, en misión de reconocimiento, treinta
trirremes? Tal alternativa es del todo compatible con la paráfrasis plutarquea
de las palabras de Calístenes. Por tanto, se frustra la cadena de razonamiento
que dice aproximadamente así: fue estratego, por tanto era rico, por tanto la
«leyenda» acerca de su «pobreza» debe descartarse. Caído el puntal se cae toda
la construcción, incluida la «certeza» de Swoboda de que Efialtes, como líder,
pertenecía a una «noble estirpe» (RE,
V, col. 2850, 3-4). (Misteriosa y muy reservada «estirpe» —pensamos— dado que
el nombre de su padre, Sofónides, es
un hápax absoluto.)[316]
En definitiva, la ascensión de
Efialtes al rango de estratego no tiene fundamento sólido, y debe ser,
entonces, descartada. Queda, en cambio, en pie la calificación de la condición
económica registrada por Plutarco y por Eliano.
Pero ¿cómo era en verdad el
documentado nexo automático entre estrategia y riqueza? La cuestión de los
requisitos necesarios para la estrategia merece una aclaración. Lámaco, el
estratego del que se hace mayor escarnio en Los
acarnienses, que murió algunos años más tarde combatiendo en Sicilia, y
destinatario de un importante homenaje póstumo por parte del mismo Aristófanes
(Las tesmoforiantes, 830-845), es
repetidamente definido como «pobre» por Plutarco («Nicias», 15, 1;
«Alcibíades», 21, 6). El hecho de que el cargo de estratego estuviera reservado
a las dos clases más elevadas del censo era una praxis consolidada, no una ley codificada. Tenemos diversas
informaciones al respecto que, como siempre, deben someterse a análisis. Un
pasaje controvertido del orador Dinarco habla de requisitos explícitos para poder ser elegido estratego que, sin
embargo, se reducirían a tener contrato matrimonial legítimo y ser propietario
de tierras en suelo ático (Contra
Demóstenes, 71). ¡Pero también Diceópolis cumpliría tales requisitos!
Aristóteles, en la Política
(libro III), dice que, «mientras la asamblea es una reunión de personas de
las más diversas edades que tienen el derecho de votar y deliberar, por modesto
que sea su censo», al contrario, «por lo que respecta a los tesoreros,
estrategos y otros magistrados más importantes, son escogidos de entre los
ricos (ἀπὸ μεγάλων)» (1282a 28-33). Repetidamente insiste en que este principio
fue establecido por Solón y permaneció en vigor como «democracia hereditaria
(tradicional, patrios)» (1273b 35-42;
1281b 32).
La exhaustiva descripción
aristotélica favorece una mejor comprensión del mecanismo y de la «división de
papeles» vigente en Atenas. Vigente sobre todo como praxis consolidada y alimentada por el hecho mismo de que para
conquistar un cargo electivo la riqueza
era un vehículo determinante.[317] El diálogo Sobre el sistema político ateniense se alimenta, en referencia al
tardío siglo V, de un precioso testimonio y, como de costumbre, faccioso.
Escribe aquel autor que el pueblo, compuesto en gran parte de «pobres», ha
conquistado, en Atenas, el derecho a ocupar los cargos, incluso los electivos; pero —agrega—, siendo el pueblo consciente
de los propios límites, comprende que cargos electivos como la estrategia y la
hiparquía resultarían ruinosos «para todo el pueblo» si se administrasen mal, y
por eso prefiere abstenerse de tales cargos y dejarlos en manos de los señores
o, como se suele decir, de los «buenos» ([Jenofonte], Athenaion Politeia, I, 2-3). Aquí todo queda aclarado a la
perfección y de aquí se deduce que la elección de los ricos a esos cargos es
esencialmente una praxis consolidada.
La justificación de la renuncia de los «pobres» a aspirar a tales cargos
resulta aquí aportada con crudo realismo y con viva antipatía hacia «el pueblo
de los pobres»; pero hay, en el diagnóstico del oligarca, un elemento de verdad
sustancial: la duda en aferrarse a cargos de extrema responsabilidad (aparte,
se comprende, de la dificultad de conquistar el consenso electoral).[318]
Pero el pasaje es importante
también por las otras informaciones que contiene. Por ejemplo la referencia a
la posibilidad, puramente teórica para un «pobre», de aspirar incluso a la
hiparquía. Lo que haría pensar, además, visto que el hiparco no puede ingresar
en la caballería, en caballeros «indigentes». Caso límite, dado que los
miembros de la caballería son de por sí
una clase del censo; pero, evidentemente, no excluido como pura
eventualidad. Por tanto, hay que entenderse acerca de la noción ateniense de
«pobreza» en el ámbito —no debe olvidarse— de la «camarilla que se reparte el
botín»: es decir, en una realidad en la que cualquier pobre hombre —como
escribe Lisias (V, 5)— posee al menos un esclavo (el «pobrísimo» Cremilo del Pluto aristofáneo tiene varios esclavos
[v. 26]), donde tantos no ricos son propietarios de una parcela de tierra y de
varios esclavos para trabajarla, además de esclavos domésticos (como es el caso
de Cnemón, pobre y arisco protagonista del Dyskolos
de Menandro), y donde un Lámaco y un Efialtes, en la medida en que no
pertenecientes a los μεγάλοι, para decirlo con Aristóteles, son considerados
—con escándalo o con admiración, según el punto de vista— «estrategos pobres».
No sabemos las razones por las
que los modernos estudiosos se han afanado en borrar este dato a propósito de
Efialtes. Pero está claro que, en la relación entre Pericles y Efialtes, esta
desigualdad social tiene que haber pesado.
[287] II, 48, 3. <<
[288] I, 142-143. <<
[289] II, 65, 5-7. <<
[290] II, 65, 8-9. <<
[291] I, 139: κατ᾿ἐκεῖνον τὸν χρόνον πρῶτος Ἀθηναίων. <<
[292] De Republica, I, 25. <<
[293] Gorgias, 515d-e. <<
[294] III, 80, 1. <<
[295] Plutarco, «Pericles», 7, 1. <<
[296] Ibídem, 7, 4: τὰ τῶν πολλῶν καὶ πενήτων ἑλόμενος παρὰ τὴν αὑτοῦ φύσιν ἥκιστα δημοτικὴν οὖσαν. <<
[297] Ibídem, 29, 2. <<
[298] Aristóteles, Constitución de los atenienses, 25, 2. <<
[299] Plutarco, «Pericles», 10, 7 (= FGrHist 338 F 8). <<
[300] Constitución de los atenienses, 25, 4: ἀνῃρέθη δὲ καὶ ὁ Ἐφιάλτης δολοφονηθεὶς μετ’ οὐ πολὺν χρόνον δι’Ἀριστοδίκου τοῦ Ταναγραίου. <<
[301] «Sobre el asesinato de Herodes», 67-68. <<
[302] Diodoro, XI, 77, 6. <<
[303] Harpocración, s.v. ὁ κάτωθεν νόμος. <<
[304] ἄδηλον ἔσχε τὴν τοῦ βίου τελευτήν. <<
[305] Estudiados con abundancia de ejemplos por Christian Habicht (Hermes, 1961). <<
[306] Cratino, fr. 326 Kassel-Austin. <<
[307] Es lo que hará Augusto princeps, asumiendo año tras año la tribunicia potestas y el consulado. <<
[308] Isócrates, Paz, 86; IG, I2 929 = IG, I3 1147. <<
[309] Tucídides, II, 62, 2; cfr. Plutarco, «Pericles», 20. <<
[310] Tucídides, II, 65, 7. <<
[311] Fr. 47 Kassel-Austin. <<
[312] «Las corrientes democráticas de la historia parecen olas sucesivas que rompen sobre la misma playa y se renuevan constantemente. Este espectáculo constante es a un tiempo alentador y depresivo: cuando las democracias han conquistado ciertas etapas de desarrollo experimentan una transformación gradual, adaptándose al espíritu aristocrático, y en muchos casos también a formas aristocráticas contra las cuales lucharon al principio con tanto fervor. Aparecen entonces nuevos acusadores denunciando a los traidores; después de una era de combates gloriosos y de poder sin gloria, terminan por fundirse con la vieja clase dominante; tras lo cual soportan, una vez más, el ataque de nuevos adversarios que apelan al nombre de la democracia. Es probable que este juego cruel continúe indefinidamente» (del final de Robert Michels, Los partidos políticos. Un estudio sociológico de las tendencias oligárquicas de la democracia moderna, Amorrortu, Buenos Aires, vol. II, pp. 195-196, trad. esp. de Enrique Molina de Vedia). <<
[313] Traill, Persons of Ancient Athens, VII, p. 566, lo da sin más como estratego. Kirchner (PA 6157) es más prudente. Swoboda, en la nueva redacción de la Griechische Staatskunde de Busolt, adopta la curiosa fórmula «Efialtes ha asumido de vez en cuando (¡zeitweise!) la estrategia» (II, Beck, Múnich, 1926, p. 292). <<
[314] Sobre la vexata quaestio: W. E. Thompson, Classical Philology, 66, 1971, pp. 29-30; contra: K. Meister, Die Ungeschichtlichkeit des Kalliasfriedens, Wiesbaden, 1982. <<
[315] Hermes, 58, 1923, p. 12, n.º 2. <<
[316] Tenemos noticia de millares de atenienses, y él es el único con ese nombre. «A name not found on any ostraca», observó J. P. Rhodes (en su excelente capítulo sobre la reforma de Efialtes en la CAH, V2, 1992, p. 70), el cual prudentemente no define nunca a Efialtes como «estratego» sino que precisamente se limita a registrar que «he once commanded a naval expedition (Plut. “Cim.” 13)» (ibídem). <<
[317] Ya en la Atenas «democrática», y más tarde en la larga historia del parlamentarismo, con la excepción de los breves paréntesis de las fases de revoluciones sociales. <<
[318] Análoga reflexión puede hacerse a propósito del acceso de homines novi (es decir pertenecientes a familias oscuras) al cargo de estratego en los últimos treinta años del siglo V; acerca de esto es claro J. Hatzfeld, Alcibiade. Étude sur l’histoire d’Athènes à la fin du Vème siècle, PUF, París, 1940, p. 2, que toma amablemente a broma (n.º 3) a Swoboda por sus esquemáticas ilaciones a propósito de la imaginaria «estirpe noble» de Efialtes. <<
No hay comentarios:
Publicar un comentario