Por
Joaquín Acosta
“Sucedió que después que Alejandro,
hijo de Filipo, rey de Macedonia, y el primero que reinó en Grecia, salió del
país de Cetim. Y venció a Darío, rey de los persas y de los medos.
Ganó muchas batallas, y se apoderó en
todas partes de las ciudades fuertes, y mató a los reyes de la tierra.
Y penetró hasta los últimos términos
del mundo, y se enriqueció con los despojos de muchas naciones; y enmudeció la
tierra delante de él.”
(1 Macabeos 1, 1 – 3)
“Como ignoraban que era imposible,
lo hicieron”
(Anónimo)
Hay quien opina, que Alejandro no fue más que un bandido
medio loco y afortunado, especialmente por haber estado rodeado de generales
competentes como Parmenión, el cual sería muerto por el rey macedonio de la
misma manera en que Honorio liquidó a Estilicón. El origen de esta visión se
puede remontar hasta contemporáneos del mismo Alejandro, tales como Demóstenes,
Diógenes y los cínicos, o Teofrasto (discípulo de Aristóteles) el cual en su
obra deplora que Alejandro se haya dejado corromper por el mundo persa.
Posteriormente, estoicos como Séneca y Lucano, desarrollarían el anterior
planteamiento. Para estas visiones, Alejandro de Macedonia es sólo un
muchachuelo que sembró donde cosechó Filipo de Macedonia, y adicionalmente, un
sospechoso de ser parricida.
Otras corrientes historiográficas, consideran que las
conquistas de Alejandro en Asia e India no fueron tan fáciles como algunos lo
han pretendido, sino que se trata de una gesta que constituye el fruto del
genio y grandeza del macedonio. Y que no hay enemigo invencible, al menos
cuando se es verdaderamente “Magno”…
Parte de la leyenda negra sobre
Alejandro, ha sido la crítica elaborada en nombre de la razón y de la virtud,
por parte de cínicos y estoicos, principalmente. En cualquier caso, siempre
será fácil criticar la vida de un hombre de otro tiempo -y de otro mundo-,
utilizando la ética de los críticos, y analizar un mundo guerrero a través de
los ojos de un ratón de biblioteca.
Es bajo la anterior óptica, como se ha
criticado y puesto en cuestión el genio militar de Alejandro Magno,
especialmente por determinados escritores latinos cuyo chauvinismo les llevó a
menospreciar el aporte griego a la historia, factor que por citar un ejemplo,
motivó a Plutarco a crear sus inmortales “Vidas Paralelas”. Si a esto aunamos
la antipatía que ciertos pensadores helénicos sintieron hacia los macedonios,
Alejandro especialmente, podremos verificar el aura de injusticia que conlleva
menospreciar la vida y obra de uno de los nombres más gloriosos de toda la
historia, visión deformada que heredarían inclusive los más reputados
escritores latinos.
Un buen ejemplo de lo anteriormente
expuesto lo encontramos en Tito Livio (Historia de Roma, Ab Urbe Conditia, IX,
16 – 19.) He aquí algunos apartes:
“Lo que importa más que todo en la guerra, son (sic) el número y el valor de
los combatientes, la inteligencia de los jefes, finalmente la fortuna… Estos
factores, muestran el carácter invencible del Imperio Romano… Sin duda,
Alejandro fue un jefe notable… los generales de Roma, no digo ya de todas las
épocas, sino de esa misma, a los cónsules y dictadores con los cuales tendría
que haberse medido, con Marco Valerio… Manlio Torcuato, Fabio Máximo, los dos
Decios… En cada uno de ellos había la misma inteligencia y talento que en
Alejandro, pero sobre todo poseían una ciencia de la guerra que… se había
sometido a principios invariables… No es a Darío a quien hubiera tenido que
enfrentarse, el cual, en medio de una tropa de eunucos y mujeres… era más una
presa que un adversario…
“Lamento hablar, de un monarca tan grande, de la arrogancia de su nuevo
estilo… el asesinato de sus amigos durante orgías y banquetes… ¿creéis que
entre tantos romanos insignes nadie hubiera osado proferir contra Alejandro la
palabra Libertad?”
En manera alguna el objetivo del
presente trabajo es despotricar y denigrar de uno de los más grandes
historiadores de Roma en la antigüedad, pues de esta manera se incurriría en el
mismo error que los cínicos y estoicos, en relación con Alejandro. Simplemente,
el autor de este artículo muestra su acuerdo con Cervantes, no sólo por
considerar odiosas las comparaciones, sino también cuando enseñó a la humanidad
entera que “nadie es más grande que otro, si no hace más que otro”. Igualmente,
y parafraseando a uno de los maestros de Alejandro (Aristóteles), manifestaré
que “soy amigo de Tito Livio, pero más amigo de la verdad”.
La obra de Tito Livio es invaluable, pero en manera alguna
dueña absoluta de la verdad. Aprovechando la ventaja de la perspectiva
histórica que en pleno siglo XXI tenemos sobre este autor, debemos analizar su
obra como la de quien consideraba que la verdadera encarnación de la gloria y
verdadero pacificador de occidente y oriente fue el republicano Pompeyo, a
quien desde el año 63 a. de C., todos llamaban Magno. Pero señores, no son los
títulos los que marcan la realidad. Es la obra, y las circunstancias en las
cuales fue forjada.
El verdadero propósito del presente trabajo, es exponer
cómo la admiración de genios políticos y militares como Pirro, Amílcar y Aníbal
Barca, Escipión, César, Belisario, Federico de Prusia, Napoleón y Rommel -entre
otros-, hacia el macedonio, es fundada y acertada. Teniendo en cuenta que el
verdadero análisis científico de la historia es algo más que “cortar y pegar”
(tal y como lo ha expuesto J. I. Lago), una lectura minuciosa de las
circunstancias de la época de Alejandro, nos revelará cómo sus afortunadas
campañas en Europa (las cuales representan alrededor de la décima parte de su
obra política y militar) constituyen una muestra del mérito y genio latentes en
el personaje en estudio.
EL COMIENZO
El día en que el mundo se enteró de la muerte de Filipo de
Macedonia (sobre el trasfondo político de su asesinato, véase mi artículo “El
asesinato de Filipo de Macedonia” publicado en esta web), tanto Asia como la
Hélade, suspiraron de alivio, y hasta celebraron el acontecimiento. Se creía
que la amenaza macedonia había llegado a su fin. El discurso de Alejandro en
Opis, dirigido a la asamblea de macedonios (ARRIANO, Anábasis, VII, 9-24), es
bastante indicativo al respecto:
“Es por Filipo, mi padre, que quiero comenzar, y es natural. Filipo os
encontró sin morada fija, sin dinero, la mayoría de vosotros vestidos con
pieles de animales, conduciendo pequeños rebaños por el flanco de las montañas,
y luchando para defenderos contra los ilirios, los tribalos, y los tracios de
vuestras fronteras… Os ha hecho descender de las montañas a las llanuras… Os ha
instalado en ciudades, lo que os ha permitido vivir en el orden… Ha añadido a
Macedonia la mayor parte de Tracia y, apoderándose de los más bellos lugares de
la costa, ha abierto vuestro país al comercio. Os ha permitido explotar las
minas con total seguridad. Ha asegurado vuestro dominio sobre los tesalianos,
ante los cuales, desde hace mucho tiempo, os moríais de miedo. Ha aplastado el
orgullo de los focidios y os ha abierto un camino hasta el corazón de Grecia…
Pasando el Peloponeso, ha hecho reinar el orden, también allí, y designado como
general en jefe de toda Grecia con plenos poderes para marchar contra Persia,
ha adquirido ese título glorioso menos para sí mismo que para Grecia...”
En efecto, Filipo encontró un reino desgarrado por los
conflictos internos, desprestigiado y manipulado por las diferentes fuerzas
políticas de turno, y lo convirtió en la primera potencia militar y política de
la Hélade. Él era el alma de la grandeza de Macedonia. Sus enemigos, tras su
muerte, consideraron que “los hijos de Macedón” volverían a interpretar el
papel histórico que tradicionalmente habían desempeñado. Al fin y al cabo,
Tesalia fue lo que Jasón de Feres hizo de ella, tal y como Mausolo garantizó un
efímero momento de gloria para Caria. Y especialmente, en ese momento se
recordaba lo que el gran Epaminondas -tanto vivo como muerto- había representado
para Tebas. Fallecidos cada uno de estos personajes, el poder de sus
respectivos pueblos se opacó inexorablemente. ¿Por qué no iba a pasar lo mismo
con Filipo y Macedonia?
Hablar de Alejandro, es hablar de una de las figuras
mimadas de la historiografía contemporánea, de su gran héroe, en quien belleza,
valentía, genio y honor se entremezclan armoniosamente. Sin lugar a dudas, este
cautivante personaje también tuvo -como cualquier mortal- su lado oscuro,
especialmente una violencia apasionada, que la tradición histórica considera se
debe a la herencia de su madre Olimpia, y sin la cual jamás hubiera realizado
las hazañas logradas. Particularmente, considero que analizar la personalidad
de Alejandro, por una parte es encontrar un ejemplar típicamente macedonio, en
el que civilización y barbarie pugnaron en su interior permanentemente. En el
discípulo de Aristóteles y encarnación del ideal helénico, también se puede
encontrar al individuo que para demostrar su hombría tuvo que cazar jabalíes y
leones, embriagarse en los banquetes, y matar en combate singular a más de un
enemigo, como cualquier otro macedonio: “si alguien me quiere mostrar sus
cicatrices, que lo haga, que yo también le mostraré las mías”, diría iracundo
ante sus estupefactos -y en ese momento intimidados- soldados macedonios.
Y por otro lado, tratar de entender a Alejandro y su alma,
es como pretender averiguar la composición atómica de un cometa a través de su
luminosa estela…
En el momento de la muerte de Filipo, Alejandro tenía 20
años. Un “muchachuelo”, diría de él Demóstenes, despectivamente. El mundo ya no
tenía nada que temer. Macedonia podía dedicarse a vivir de su pasada gloria.
Pero la situación se mostraría más calamitosa aún: en el
norte de Macedonia, las recientemente conquistadas tribus tracias, peonias,
ilirias, y un larguísimo etcétera, considerando lo mismo que persas y
atenienses, levantaron jubilosas la antorcha de la rebelión, la cual se
extendió hacia el sur, en donde el recuerdo de Pelópidas impelió a los
magníficos guerreros tebanos a proclamar abiertamente su “independencia” del
yugo macedónico. Para agravar el escenario, un importante contingente macedonio
estaba en Asia bajo las órdenes del mejor general de Filipo (el famosísimo
Parmenión, de destino tan trágico como el de Edipo) quien no podía brindar su
valioso apoyo a Alejandro, pues en ese momento se encontraba en Asia, sufriendo
su propio calvario a manos del genial general Memnón de Rodas, mercenario a
sueldo del trono persa (y quien sólo sería derrotado por el mismo Alejandro en
Persona).
Para empeorar el panorama, Macedonia misma no era como la
férrea república romana ante Pirro o Aníbal, sino que seguía debilitada ante
las constantes rivalidades por el poder entre las diferentes casas nobles, las
cuales no sentían escrúpulo alguno al momento de pactar con el enemigo.
Así las cosas, el joven Alejandro, recientemente aclamado
rey por la asamblea de macedonios libres, tenía sus buenas razones para temer
por la estabilidad de su reino. Y por su vida. No olvidemos que su padre fue
abatido ante sus ojos. La situación era tan catastrófica como estaba Macedonia
cuando Filipo fue elegido rey. Buena parte de la tragedia de Alejandro (muerte
de Filotas, Parmenión, Clitos, Calístenes) quizás tenga su origen no sólo en Olimpia,
sino en la misma forma en que murió el gran Filipo: apuñalado por uno de sus
hombres de confianza, el mismísimo comandante de la guardia real. Alejandro
procedió a acusar ante la asamblea macedonia a determinados aspirantes
colaterales al trono. Unos fueron condenados, y otros exonerados, veredicto
ante el cual el joven rey se mostró de lo más escrupuloso. No así Olimpia, como
todos sabemos. De todas maneras, al menos uno de los exonerados por la
asamblea, más adelante sería condenado legalmente bajo los mismos cargos, en
pleno corazón de Asia. De cualquier forma, no todas las ejecuciones de
Alejandro fueron precedidas por un juicio justo. Tal es el caso de un noble
llamado Atalo, suegro de Filipo. Éste fue ejecutado por Alejandro, sin
permitírsele ejercitar su derecho a la defensa, propio de cualquier macedonio
libre.
A ojos del siglo XXI, dicha decisión resultaría propia de
un Hitler o un Stalin. Es igualmente importante establecer qué opinaron los
contemporáneos de Alejandro al respecto. Pues bien, los temibles
guerreros macedonios, tan proclives a la insurrección (comparable a los
legionarios de la época imperial denominada “anarquía militar”) se tomaron con
calma la ejecución del tal Atalo. La razón, es que este individuo había
insultado el honor de Alejandro, no como rey sino como hombre, pues en una
fiesta trató al entonces príncipe de bastardo (PLUTARCO, Vida de Alejandro, IX,
20-27), ofensa que en aquellos días sólo se lavaba con sangre. Si se era un
verdadero hombre, claro.
Fue así como el joven héroe neutralizó a sus enemigos
internos. Adicionalmente, el frente occidental macedonio se podía considerar
tranquilo, pues estaba cubierto por el reino de Epiro, que tenía puestas sus
miras en la Magna Grecia, tal y como Pirro lo haría cinco décadas después. Pero
la situación estaba lejos de haberse superado. Quedaban los temibles agrianos,
peonios, ilirios, tracios, y demás “bárbaros” en el norte, los griegos en el
sur, y los persas en oriente, pues la guerra ya había sido declarada al imperio
por el mismo Filipo. Alejandro estaba sencillamente rodeado, y en clara
desventaja. ¿Qué hacer entonces?
Pactar, y capitular. Ese fue el consejo de sus asesores.
Macedonia necesitaba tiempo, y ni siquiera el ejército macedonio estaba en
condiciones de librar una guerra en tres frentes, pues era de primer orden,
pero poco numeroso. Cada vez que Filipo se vio obligado a luchar en dos
frentes, terminó siendo derrotado. Y para colmo, las fuerzas macedonias estaban
divididas entre el contingente habiente en Europa, y el destacado en Asia. Y
por si lo anterior fuera poco, aislado del mejor general macedonio (Parmenión).
Para rematar, el padre de Alejandro dejó unos ochenta talentos en el tesoro; y
quinientos de deudas. Definitivamente, el asesino material de Filipo le hizo un
gran favor a los enemigos de Macedonia.
Otra era la opinión de Alejandro. ¿Loco? ¿Temerario?
Estamos hablando del magíster equitum de Filipo, del gran héroe de la famosa
batalla de Queronea, del ídolo del ejército macedonio, del discípulo de Aristóteles.
Y del domador de Bucéfalo; es decir, de un individuo que siendo un niño, logró
mediante la astucia y energía propias, lo que expertos y veteranos -en este
caso en materia de caballos- no se atrevieron ni siquiera a intentar, Filipo
incluido. En suma, hablamos de un “muchachuelo” cuya infancia se acabó a los
cinco años, pues en ese entonces comenzó su formación como guerrero y candidato
al trono (junto con su otro hermano, primos y demás parientes lejanos) primero
como escolar, luego como cadete, seguidamente como un soldado más -cargo en el
cual se destacó salvando la vida al mismísimo rey- y posteriormente como
regente, general y vencedor de los medios o maidoi. Todo ello a la edad de… 16
años!!!! Ser noble en aquellos días, no significaba salir con luminarias del
espectáculo, sino tener que demostrar a cada instante que se era el mejor, para
así poder aspirar a un puesto honorable en ese mundo. O conformarse con ser un
eterno segundón. A propósito, al ascender al trono, Alejandro no dio muerte a
su único hermano varón, tal y como más de un historiador ha afirmado. Por el
contrario, le protegió durante toda su vida, llevándoselo a Asia, para
protegerlo de Olimpia, la cual ya había provocado más de un “accidente” de caza
o “suicidio”, en la familia real. Arrideo (ese era su nombre) pese a su
debilidad mental, sobrevivió (y sucedió) al honorable Alejandro. Los que le
consideren un asesino, o peor aún, un parricida, deberían tomar atenta nota de
este hecho.
Y Alejandro tenía muy en claro, que tendría una existencia
corta pero gloriosa, o moriría en el intento. ¿Vanidad de vanidades, y todo
vanidad? Quizás. O quizás dicho deseo corresponda al ideal de ese entonces, muy
diferente al de nuestros días. Pues bien, Alejandro estaba de acuerdo con
Filipo, en que Alejandro ya estaba a la altura de los mejores líderes guerreros
de Macedonia, y que tenía que buscarse un reino de su tamaño, pues Macedonia le
quedaba “pequeña”. ¡Y la gloria no es mezquina ni rastrera! No, el descendiente
de Aquiles y Heracles no cedería, no se humillaría ni engañaría o traicionaría,
al menos a quienes le hicieran la guerra con honor. Y tanto en el norte como en
el sur, los enemigos habían hecho las cosas de acuerdo con la costumbre, a
excepción del “Catón” de Demóstenes. Pero Alejandro no era de los que confundía
los pueblos con un solo individuo. Lo mismo hay que decir de los persas, y del
cobarde Darío. A este “valiente” lo dejaría para el final…
El veterano Antípatro, el único que podía igualar al
inigualable Parmenión, se quedaría en Macedonia como regente, cargo en el que
se había desempañado habitualmente durante el reinado de Filipo, mientras que
el nuevo rey ejecutaría sus proyectos bélicos. Los demás veteranos macedonios
(Antígono, Coinos, Eumenes) se quedaron boquiabiertos. ¡Alejandro llevaría a
Macedonia a la ruina! Sin el concurso de Antípatro ni el de Parmenión,
¡destrozaría en unos meses la obra que su padre se había demorado en forjar a
lo largo de toda una vida! “Nada de eso, -dijo Alejandro-. Lo lograremos.” Sus
compañeros (también alumnos de Aristóteles) Ptolomeo, Seleuco, Leonato,
Peucestas, Lisímaco, Crátero, Pérdicas, y especialmente Hefestión, conocedores
de la talla del nuevo rey, varios de ellos futuros monarcas, todos jóvenes pero
igualmente curtidos, se mostrarían incondicionales, y casi tan ambiciosos y
confiados como Alejandro. Soñadores e idealistas, aunque veteranos de Tracia,
Iliria y Queronea. Si Alejandro los guiaba, irían hasta el mismísimo Hades… En
cuanto a Filotas y Casandro, hijos de Parmenión y Antípatro respectivamente,
eran otra cosa. En realidad, se mostraron muy diferentes a sus padres,
pertenecientes a la vieja escuela… para estos veteranos, su misión no consistía
en poner reparos al rey, sino colaborarle en sus decisiones, una vez adoptadas.
LA GESTA
El plan estratégico desarrollado por Alejandro para librar
la guerra en tres frentes fue “insultantemente simple”. Primero concentraría
sus esfuerzos en la Hélade, por ser el frente más crítico, y una vez
neutralizado, iría al frente que le era más familiar (el norte, en donde
dio sus primeros pasos como general). En cuanto tuviera asegurada su
retaguardia, haría realidad el sueño de su padre, (es decir, iría contra el
frente oriental). Indudablemente Filipo y Alejandro tuvieron relaciones tormentosas,
pero del comportamiento registrado en ambos, podemos concluir sin temor a
equivocarnos que entre estos dos genios hubo admiración mutua. Y amor. Amor
calamitoso, en constante pugna y rivalidad, y que explica en buena parte la
conducta de ambos macedonios. Y la de sus leales lugartenientes.
Para evitar ser envuelto por los diferentes frentes, la
solución fue igualmente simple: vencería contundentemente a cada uno de sus
enemigos mediante lo que hoy se denominaría como “guerra relámpago”, impidiendo
así la coordinación de esfuerzos entre los distintos adversarios. “Es más fácil
decirlo que hacerlo”, le dijeron sus expertos. Si lograban ahogar lo
suficientemente rápido la revuelta griega (Ática, Beocia, Etolia, Argólide,
Elea, Arcadia, Tesalia, Laconia…), tendrían luego que dirigirse al norte. Y
nada estaba garantizado. En ningún frente.
En cuanto al frente sur... Los tesalios ocuparon el paso
del Tempe, bloqueando así la única ruta viable para un ejército entre Macedonia
y Grecia. La población de Ambracia y los tebanos expulsaron las guarniciones
macedonias de sus respectivas plazas, los etolios decidieron intervenir en
Acarnania, la oposición en Atenas clamó como nunca, y se ocasionaron disturbios
en el Peloponeso. La confederación helénica se estaba resquebrajando, y
empezaba a oler a cadáver. Si se quería llegar a la Hélade en pocos días, y con
el camino más expedito bloqueado... y sin alas, ¿cómo lograrlo? Alejandro se
propuso atravesar una montaña “infranqueable” con toda la impedimenta, y los
inconvenientes que ello generaba. Como Aníbal, Escipión o César, el macedonio
era bien conciente de la ventaja estratégica que implica invadir un territorio
por el lugar menos esperado, máxime cuando constituye un buen atajo. En el
respectivo consejo de guerra, no faltó la voz que manifestó que el proyecto no
sólo era imprudente, sino también imposible. ¿Cómo conseguirlo, y
adicionalmente, con la celeridad deseada?
“Muy fácil -manifestó jovialmente el rey- a marchas
forzadas. Y esculpiendo una escalera a través del monte Osa, en Tesalia”
Así como suena.
El macedonio dio la orden de hacer llegar a su ejército
quinientos mineros del Pangeo, con sus mazas y escoplos, y les prometió la
libertad si terminaban la “escalera” en diez días, por el lado del mar, para
que los tesalios no vieran las obras.
Verdaderamente, estaba loco. ¿Cuándo se había logrado -o si
quiera intentado- algo así? Pero este gran caudillo lo decía con una seguridad
y una convicción tales, que indudablemente arrastraba al que fuera. Su
entusiasmo era contagioso. “La belleza –diría Aristóteles- es un don de Dios”.
Como el carisma.
La “Escalera de Alejandro” estuvo lista en siete días. En
la noche siguiente, la infantería ligera de élite macedonia, con su rey a la
cabeza, pues éste era el primero en afrontar el peligro, franqueó la montaña y
ocupó la llanura de Tesalia. Cuando el comandante tesalio –un tal Caridemo- se
enteró de que una fuerza de unos tres mil hombres, perfectamente armados y
equipados, junto con algunos jinetes, habían ocupado su flanco sur, no lo podía
creer. Ello implicaba que tenía un ejército a sus espaldas, y al mando del rey
en persona, y otro en sus mismísimas narices, por lo que estaba rodeado; es
decir, que ese mismo día, los tesalios serían aplastados entre dos divisiones
macedonias, perfectamente coordinadas. Caridemo, consternado en cuanto supo
cómo se efectuó la maniobra, no tuvo reparo alguno en dejar pasar al ejército
macedonio. Y salvar el pellejo.
De esta manera, atravesando montes y cordilleras, a
un avance promedio comparable con los ejércitos de Escipión o César, Alejandro
recorrió el camino entre Macedonia y la Hélade, a través de Tesalia. Y
franqueando el monte Osa, “esculpiéndolo”. Y sin perder un solo soldado. ¿Pura
suerte? Repitió esa misma hazaña en Asia, ante la cual su cronista Calístenes
(tan adulador como traicionero), escribió que el mar retrocedió ante Alejandro,
como muestra del favor de los dioses a la empresa del rey descendiente de
Aquiles, Heracles y Zeus. Desafortunadamente, el sobrino de Aristóteles no fue
un Sosilos o un Procopio. Más que el favor de los dioses, fue su genio el que
le permitió cruzar junto con su ejército, obstáculos naturales como el Hindu
Kush, o el desierto de Gedrosia, y además sin que sus hombres perdieran la fe
en su comandante, ni el enemigo le venciera. Nunca.
Volvamos a Europa. Como Escipión o César, el joven
macedonio sabía la ventaja que implicaba la superior rapidez y movilidad de las
propias tropas, y el efecto sorpresivo, desconcertador y desmoralizante que
producía en el enemigo. Así, igualando la movilidad de las legiones de César, y
siendo el primero en este aspecto, no lo olvidemos, fue como el joven -y
veterano- guerrero marchó de Macedonia a la Hélade. Y el efecto obtenido fue
superior al esperado. El enemigo, totalmente desprevenido ante la velocidad del
rey, se dio cuenta del error de Demóstenes. Más que un muchachuelo, habían
desafiado a un joven león. Y capitularon. No tenían opción, pues el macedonio
no les había dado tiempo para organizarse. Como diría Sun Tzu, logró el arte
supremo de la guerra. (Derrotar al enemigo sin lucha).
Pero al igual que los más grandes, Alejandro no sólo era un
guerrero, sino también un hábil político. Se hizo confirmar como Hegemón de
Grecia, por todos los estados helénicos, a excepción de los espartanos. Antes
de dejar la Hélade, dirigió un elocuente discurso a los Tesalios, pueblo de
formidables jinetes: “Al igual que ustedes, yo también desciendo de Aquiles;
Unámonos, y juntos conquistemos el mundo…”. La maniobra rindió sus frutos:
Tesalia aportaría un importante contingente de caballería al macedonio, el cual
fue ficha clave en las posteriores victorias de Issos y Gaugamela. E igualmente
constituiría un bastión fundamental para el poderío macedonio en Grecia, aún
con posterioridad a la prematura muerte del gran conquistador.
Las bajas en combate por parte de ambos bandos, fueron de
cero. ¿Fácil? En lo absoluto. Alejandro tuvo la oportunidad de efectuar una
masacre en Tesalia, pero al igual que César, no era un carnicero. Si el enemigo
se rendía, lo perdonaba. Pero si una vez rendido, le traicionaba, el macedonio
se mostraba implacable. Como veremos más adelante.
Y ahora, hacia el norte, contra los
bárbaros…
LA RECONQUISTA DE TRACIA
Los tracios, tribalos e ilirios eran considerados bárbaros
por los griegos, de la misma forma en que eran considerados los macedonios. Ser
bárbaro no es ser imbécil, ni tarado para la guerra, tal y como lo demostró
Filipo. Ser bárbaro es tener una cultura con una visión del mundo que no se comprende
ni se comparte por parte del “civilizado”. Los griegos no podían comprender que
los reyes macedonios fueran polígamos, o que los persas se prosternaran ante su
gran rey, o que los tribalos, tracios e ilirios sacrificaran niños, o creyeran
que alcanzarían la inmortalidad si vencían o morían en batalla. En ello
radicaba su barbarie. No en que fueran malos combatientes. Y el joven Alejandro
-como César con los galos, o los Barca con los iberos- lo sabía perfectamente.
E igualmente lo sabían los civilizados persas, quienes
considerando bárbaros a los griegos, escitas, y un extremadamente larguísimo
etcétera, no por eso dejaban de reclutarlos y valorar las cualidades combativas
de tales pueblos, de culturas disímiles a la irania. El resultado, una formidable
máquina de conquista, que combinó la magnífica marina fenicia con los temibles
carros falcados asirios y egipcios, la falange griega, honderos de Rodas y
arqueros cretenses, la grandiosa caballería pesada medo-persa, y los
formidables jinetes arqueros escitas y partos, camellos cuyo olor resultaba
insoportable para la mayoría de los caballos y hasta elefantes, lo cual se
tradujo en un ejército “anfibio” capaz de combatir con igual eficiencia en
desiertos ardientes de arena o en helados desolados de nieve, sólo derrotados
cuando generales incompetentes como Jerjes se ponían al mando. A partir de
entonces, los persas tuvieron la sensatez de reclutar igualmente expertos
generales helenos (¿les suena Clitarco, Jenofonte, Memnón de Rodas o Timondas?)
De ninguna manera, conquistar Asia resultaba “pan comido”. O preguntémoselo al
espartano Agesilao, o a generales que tuvieron bajo su mando a las
“invencibles” legiones romanas, como Craso, Juliano el Apóstata, Gordiano o
Filipo El Árabe. Pero si hoy en día se admira a Trajano por llegar al Éufrates,
y a Belisario por romper el invicto persa contra los romanos (hoy les llamamos
bizantinos) de casi dos siglos, en la batalla de Daras. Mejor ni hablar de las
cruzadas. Y Alejandro llegaría a la India, deteniéndose más por sus propios
soldados que por enemigo alguno. Y valorando la capacidad combativa de los
guerreros asiáticos, al punto de encuadrarlos en su ejército. Y con
anterioridad a la conquista de los territorios ubicados al oriente del
Éufrates.
Retornemos por segunda vez a Europa. Así las cosas, al
dirigirse al frente norte, Alejandro decidió marchar primero contra los
Tribalos. El rey de éstos, (Sirmo o Sirmio) inicialmente se sintió
desconcertado cuando sus espías le informaron que el ejército macedonio ya estaba
en sus dominios. Los Tribalos eran bárbaros, pero en manera alguna cobardes.
Decidieron retirarse estratégicamente, y esperar a Alejandro y sus tropas en lo
alto del monte Hemo, de manera análoga a como Pompeyo esperó a César en
Farsalia. Adicionalmente, estos guerreros del norte, le tenían una “sorpresita”
al ejército macedonio: habían llenado una serie de carros con piedras, y los
tenían prestos para rodarlos por la pendiente, esperando romper el orden de la
infantería macedonia, sin necesidad de arriesgar sus propias tropas, las cuales
entrarían en acción cuando el enemigo tuviera quebrantada la disciplina por
efecto de los carretones. Alejandro no podía asediar al enemigo, porque el
tiempo era un aliado de los adversarios de Macedonia, y sus propios víveres
eran escasos, a efectos de obtener la movilidad deseada. Si el rey se demoraba
un solo día, permitiría que las otras tribus en el norte, y los enemigos en el
sur, en Grecia, se organizaran, y coordinaran acciones con los persas. Y
Alejandro -que se sabía de memoria la “Anábasis” de Jenofonte-, obligado a
derrotar rápida y decisivamente a los tribalos, dispuso una formación análoga a
la que este autor ateniense empleó en los montes de Asia.
De hecho, era muy similar a la que Escipión empleó en Zama
contra los elefantes de Aníbal: Alejandro alineó sus tropas en columnas, para
que los carros pasaran entre la infantería sin hacerle daño. Allí donde
era imposible, ordenó a sus hombres que juntaran sus escudos (tal y como los
legionarios hacían la formación testudo o de “tortuga”) y que los pegaran al
terreno en pendiente, arrodillándose, formando así una rampa que hacía que los
carros rodaran sobre sus cabezas, y sin perjuicio alguno para los macedonios.
No se olvide que la formación se hizo en terreno inclinado, no llano.
Polibio cuenta que cuando Escipión entrenó a su ejército en
Hispania, obligaba a sus legionarios a realizar el ejercicio anteriormente
narrado. Cuando los carros pasaban por encima de los escudos, sin alterar la
formación, era cuando este gran general entendía que sus “muchachos” estaban
listos.
¿Alejandro un copión de Filipo, que a su vez imitó a
Epaminondas? En esta batalla, de ninguna manera se empleó la formación oblicua,
pues ésta sólo es eficaz en terreno llano, y el combate se desarrolló en
territorio accidentado. En este caso, también hubo innovación y capacidad de
improvisación no sólo estratégica, sino también táctica, por parte del
comandante macedonio.
Pero la batalla no estaba ganada. Sólo se había
neutralizado el peligro de los carros. Faltaba derrotar al ejército, el cual
estaba intacto en la cumbre de la loma, y esperaba que la infantería macedonia
ascendiera por la falda de la montaña, para aprovechar la ventaja del terreno,
y exterminarlos fácilmente, pues en pendiente, la sarissa o pica macedonia,
-como la caballería- es más un estorbo que una ventaja. (Y si no lo creen,
recuerden la batalla de Pidna.)
Y aquí vuelve a exhibirse inexorablemente el genio militar
de Alejandro. Como César, el Magno supo ver el potencial que las máquinas de
asedio y un eficiente cuerpo de ingenieros tenían en pleno campo de batalla,
antes que cualquier otro general. Como a las murallas, las catapultas y
balistas podían hacer el mismo daño a las filas de hombres, que finalmente
también son muros, tal y como los describe Homero. Junto con César, Alejandro
fue el único general de la antigüedad que supo emplear al máximo la
poliorcética, ingeniería y las máquinas de guerra. Se evidencia cómo este
general, fue algo más que “un copión de Epaminondas.”
Y así, los confiados tribalos, al ver que la infantería
macedonia se acercaba –y ocultando con sus picas las temibles máquinas- no se
movieron de su sitio. Y en estas condiciones comenzó su infierno. Ignorando de
donde, o cómo, una temible lluvia de fuego y gigantescas piedras, deshizo su
formación. La infantería ligera macedonia en los flancos primero, y luego la
falange en el centro, culminaron la masacre.
Una vez pacificado el sur de Tracia, este genial general
mostró otro rasgo típico de su carácter: ir a donde nadie había llegado, y
realizar lo que se consideraba imposible. Fue así como decidió llegar hasta el
Istro -hoy Danubio-, en ese entonces considerado por muchos el límite
septentrional del mundo, y conquistar a los habitantes de esas latitudes.
Antes que César, Alejandro conquistó alianzas con los celtas. Estos hombres,
valerosos como nadie, sólo temían una cosa: que el cielo se desplomara sobre
sus cabezas. Pero no tenían reparo alguno en tener a un valiente como
Alejandro, de amigo. Se cuenta que el macedonio diría “cuán fanfarrones son
estos celtas”.
Más que pura vanidad, el macedonio ejecutó lo
anterior, debido a que los tribalos habían perdido una batalla, pero en manera
alguna la guerra. Quedaban más pueblos tracios, enemigos de Macedonia. El rey
Sirmo, que pudo huir de la masacre del monte Hemo, pactó con los getas, y así
ambos pueblos se aliaron contra las fuerzas de Alejandro. Y escarmentados por
la derrota, los tribalos y tracios decidieron emplear contra los macedonios no
sólo su superioridad numérica, sino obtener adicionalmente otra ventaja táctica
y al mismo tiempo estratégica, mediante una astuta retirada: obligar al joven
rey a seguirlos, y guiarlo a un terreno favorable a Sirmo y sus tracios,
mientras éstos se reunirían con los getas, alejando al mismo tiempo a los
soldados macedonios de sus bases de aprovisionamiento.
Fue así como los tribalos y tracios esperaron a los
getas en una isla que consideraban inexpugnable. Como los galos imaginaban a
Alesia. Y el mundo, a Tiro. Tres días después de la batalla en el monte Hemo,
Alejandro llegó al Danubio. Allí se reunió con las naves de guerra que,
obedeciendo sus instrucciones, vinieron desde Bizancio por el mar Euxino,
navegando río arriba. El macedonio planeaba concienzudamente todas y cada una
de sus campañas, en donde su gran objetivo estratégico consistía en dividir al
enemigo, y atacar las huestes enemigas “de una en una”. No sólo era ardiente y
valeroso, sino también extremadamente prudente y calculador. Y muy, muy astuto
e inventivo.
Una vez que la flota y el ejército se reunieron, Alejandro
tripuló los barcos de tal manera, que la fuerza anfibia macedonia se interpuso
entre los tribalos y los getas, impidiendo así que se reunieran. Obstaculizando
de esta manera el encuentro entre sus enemigos, el macedonio embarcó en sus
navíos, arqueros y soldados de armadura pesada (hoplitas) y puso rumbo a la
isla en que se habían refugiado los tribalos y tracios, mientras estudiaba la
conveniencia del ataque; los bárbaros defendían todos y cada uno de los
escasos lugares de la isla a los que podían acercarse los barcos, puesto que la
mayor parte de las costas, se mostraba más bien escarpada para un desembarco, y
el río era tan caudaloso, que cualquier maniobra de aproximación resultaba del
todo temeraria. Contrario a lo que más de un historiador ha considerado, la
ambición del macedonio no desbordaba su prudencia. A Alejandro le encantaba
obtener victorias contundentes, pero siempre al menor costo posible, y con el
permanente objetivo de obtener cero bajas en las propias tropas, y de ser
posible hasta en el enemigo, pues le gustaba verlo como un futuro proveedor de
súbditos, soldados y pertrechos.
Así las cosas, el proverbial anhelo de Alejandro de hacer
lo que nadie había hecho antes, no era ciego ni irreflexivo. Si bien la
invasión de una isla inexpugnable era toda una tentación para el joven
conquistador, no por ello iba a poner en riesgo a sus hombres. Y menos con los
getas a sus espaldas, en el norte del Danubio. En consecuencia, el Magno desvió
su flotilla, y decidió cruzar el río y atacar a los getas, quienes ya se habían
agolpado en la orilla, para evitar un desembarco de los macedonios.
Aparte del obstáculo natural que ofrecía el río, el terreno
ocupado por los getas era igualmente irregular, dificultando así las maniobras
de la caballería macedonia, puesto que estaba inundado de trigales, por lo que
los getas podrían ocultarse de las tropas de Alejandro, y emboscarlas. Repito,
ser bárbaro no es ser imbécil. Este error de percepción, determinó el fracaso
de los chinos, juarezmios y europeos orientales a manos de los bárbaros
mongoles.
Bien mirado, el anterior problema táctico es similar
al que le ofrecería Poros en la India, posteriormente. Y la solución fue muy
análoga, lógicamente. Acudiendo a los escritos de Jenofonte, Alejandro hizo que
sus hombres cosieran sus tiendas de cuero de tal manera, que quedaran
habilitadas para servir de flotadores. (También rellenándolas de paja, entre
otros aspectos). Una vez logrado el anterior objetivo, esperó a que
anocheciera. Seguidamente, ordenó a sus soldados de infantería ligera
(peltastas) que aferrándose a sus flotadores, cruzaran el río, y se ubicaran en
el flanco del enemigo, precisamente a través de los trigales, ocultándose así de
los vigías getas. Cuando la infantería ligera macedonia estuvo en posición, el
rey ordenó un ataque de diversión o distracción, ante un ejército tan
desconcertado, que no pudo impedir el cruce de la caballería y la infantería
pesada macedonias, (logrado mediante el apoyo de la flotilla), tal y como
Alejandro lo planeó. Pero una vez alcanzada la orilla norte del Danubio, había
que neutralizar el otro inconveniente: la maleza, la cual estorbaba el adecuado
manejo de las picas macedonias y sobre todo el empleo de la caballería, de
conformidad con lo expuesto anteriormente.
Los macedonios empuñaron sus lanzas, no en “ristre” (al
frente) sino transversalmente (de lado). Así, lograron “segar” el terreno,
desbaratando los planes de emboscada del enemigo, y habilitando al mismo
tiempo la orilla recién adquirida, para maniobras de caballería, logrando de
esta manera cercar al ejército enemigo, mediante movimientos de flanqueo por
parte de los caballeros de Alejandro, los cuales “arriaron” a los getas contra
la falange macedonia. En honor a la verdad, hay que reconocer que los getas
combatieron como demonios hasta el final, mientras conservaron el menor residuo
de vida. Lucharon con el mismo valor que los espartanos en las Termópilas, o la
hueste sagrada en Queronea. Desgraciadamente para estos indómitos guerreros del
norte, el Magno, tal como Aníbal o Escipión, supo obtener el mejor provecho
-inimaginable hasta entonces- de sus jinetes, cuyos devastadores ataques
acostumbraba encabezar. Combínenlo con la infantería pesada greco-macedonia y
ligera auxiliar (agrianos, tracios, etc.), un cuerpo de ingenieros, la
artillería y el genio y valor de Alejandro, y tendrán la respuesta a sus
hazañas bélicas. Este rey guerrero dominaba perfectamente el arte de convertir
la principal ventaja del enemigo, en su peor desgracia.
A efectos de finiquitar prontamente la campaña en Tracia,
Alejandro penetró unos seis kilómetros tierra adentro del norte del Danubio,
alcanzando la capital de los getas, y arrasándola. Fue entonces cuando recibió
peticiones de amistad por parte de los celtas. Sirmo y sus tracios, vieron cómo
el macedonio había convertido la “inexpugnable” isla más bien en un cercado, en
el cual el hambre lograría a un menor costo, lo mismo que un desembarco
macedonio exitoso. Fue así como los tracios y tribalos enviaron delegados y
presentes a Alejandro, y pidieron su perdón. Obviamente, los dioses estaban con
los macedonios. Lo mejor sería pactar. Y mantenerse leales a lo pactado.
LA CAMPAÑA EN ILIRIA
Habiendo logrado los objetivos propuestos en Tracia,
Alejandro descendió al sur, llegando a las tierras de los leales agrianos.
Alertado por su excelente servicio de espionaje (que poco o nada tenía que
envidiarle a la red de espías creada por los Barca), se enteró de una nueva
coalición formada en su contra: Clitos, rey de los ilirios, se alió con
Glaucias, rey de los taulantinos. El objetivo, la conquista de las provincias
del norte de Macedonia, aprovechando la muerte de Filipo. Estos dos reyes, al
igual que ciertos historiadores, consideraban que los éxitos del macedonio eran
fruto de la suerte y el azar, y que los derrotados eran guerreros decididamente
ineptos. Esta convicción motivó que ambos pueblos se coaligaran contra el
macedonio, obteniendo una superioridad numérica aplastante. Verdaderamente, el
servicio de espionaje macedonio era excelente.
Y el genio de Alejandro supo aprovecharlo al máximo.
Obviamente, el Magno no estaba de acuerdo con la pretendida inferioridad bélica
de los tracios. Consideraba a los tribalos y demás guerreros del norte,
excelentes combatientes, al punto que decidió encuadrarlos en su ejército,
llegando a ser así los leales e incondicionales agrianos la crema de sus tropas
auxiliares en Asia. (Los agrianos fueron a Alejandro lo que los iberos a
César). Y de esta manera marchó contra los ilirios, con el objetivo de impedir
que se reunieran con los taulantinos, y así vencerlos más fácilmente.
Anticipándose a sus recientes enemigos, Alejandro marchó
velozmente contra la capital iliria (Pelión), atacando así las bases de uno de
sus adversarios, impidiendo que se reuniera con su otro aliado, y llevando la
guerra al territorio enemigo, desbaratando sus planes. Pero siendo reiterativo,
ser bárbaro no es ser cobarde. Si bien Alejandro logró sorprender a los
ilirios, derrotarlos en batalla campal, encerrarlos en su fortaleza capital y
asediarlos pese a estar los macedonios en condiciones de inferioridad numérica
(¿están recordando a alguien, cesaristas?), Glaucias y sus taulantinos, fieles
a la palabra empeñada, se apresuraron a apoyar a los ilirios, atacando a
Alejandro por la espalda, mientras éste trataba de copar el cerco de la ciudad
iliria de Pelión. Este Glaucias, tenía bien puestos los pantalones. Y sabía
usar su cerebro. Verdaderamente, estamos ante un verdadero precursor de
Vercingetórix.
Nuevamente alertado por sus exploradores y escuchas,
Alejandro se replegó en su campamento, para alivio de los ilirios, y regocijo
de los taulantinos. La situación del ejército macedonio era supremamente precaria.
Alejandro estaba rodeado por un enemigo extremadamente superior en número, y
tenía que desplazarse, o sus hombres y él mismo morirían de hambre. Y el
desplazamiento era muy peligroso, porque si se dirigía al sur, terminaría en un
territorio despojado de provisiones y montañoso, es decir, desfavorable a su
falange, ya de por sí en entredicho, al tener que enfrentarse a un enemigo que
habiéndose podido reunir materialmente, contaba con aplastante superioridad
numérica. El Magno volvió a optar por atacar inmediatamente a la coalición
ilirio-taulantina, avanzando hacia el norte, única zona en la que era factible
proveerse de víveres.
Pero tal operación implicaba un altísimo riesgo: dirigirse
al norte exigía marchar por un terreno muy desfavorable, pues el único camino
posible estaba flanqueado por altas montañas, cuyas alturas estaban ocupadas
por ingentes multitudes de jinetes, lanceros, honderos y hoplitas enemigos. La
alternativa del macedonio, consistía en recorrer un sendero estrecho y boscoso,
limitado a un lado por el río, y al otro por una montaña escarpada y de paredes
verticales, por lo que apenas había espacio para que el ejército macedonio
marchara en filas de a cuatro. O quedarse donde estaba, y dejar que el enemigo
esperara a que se muriera de hambre.
Alejandro desplegó su ejército con sus máquinas, sobre un
nivel de terreno colindante con su campamento. Las maniobras se efectuaron en
el más absoluto silencio. La falange, en formación cerrada, estaba dispuesta en
una profundidad de ¡CIENTO VEINTE HOMBRES! (El propio Epaminondas lo hizo con
un máximo de cincuenta filas) Seguidamente, procedió a efectuar una serie de
maniobras: primero las picas en alto, luego en ristre, posteriormente en avance
y seguidamente en retroceso, dando vuelta hacia todos los lados, y
finalmente formando una cuña, destinada a atacar al enemigo situado al pie de
las colinas. Considero que la finalidad de las anteriores maniobras, era la de
indicar a los adversarios el suicidio que implicaría atacar este gigantesco
puercoespín. Y para nada se adoptó el orden oblicuo en esta operación.
La caballería estaba ubicada en los flancos de la
infantería. Los ilirios, astutamente, retrocedieron hacia terrenos más altos,
tratando de inutilizar a la falange y la caballería macedonias. Era justo lo
que Alejandro quería. Inmediatamente, la falange dio la vuelta, rompió su
silencio emitiendo su terrible grito de guerra y golpeando sus picas contra sus
escudos, provocó la huída de los taulantinos, ubicados en el otro flanco de
Alejandro, quedando así aislados de sus aliados ilirios, y desconcertados ante
la disciplina exhibida por el ejército macedonio.
Fue así como el macedonio despejó sus flancos, y se abrió
una línea de avance a través de un paso estrecho, ocupado inicialmente por las fuerzas
ilirias y taulantinas. Inmediatamente, las tropas ligeras macedonias ocuparon
una escarpada colina apoyando así el avance de la pesada falange. Cuando todo
el ejército se hubo reunido, Alejandro cometió uno de los pocos errores de su
carrera militar: apremiado por buscar un territorio en el cual abastecer a sus
tropas, retrocedió precipitadamente a través de un río. Primero la infantería
ligera y la falange. Alejandro al frente de la caballería, cubriría la
retirada.
Y fue entonces cuando el enemigo aprovechó el error del
macedonio: una vez que la caballería –y Alejandro- quedaron aislados del resto
del ejército, dividido por el río, los taulantinos e ilirios atacaron la
minúscula caballería del Magno, única fuerza que se interponía entre ellos y el
rey de Macedonia. Alejandro contraatacó, pero su inferioridad numérica lo
obligó a retroceder, siendo ya demasiado tarde…
¡Y los ilirios y taulantinos mordieron el anzuelo! Al
perseguir a Alejandro y su “microscópico” destacamento de caballería, el valiente
macedonio, al mejor estilo de Aníbal, los condujo a una zona que servía de
blanco idóneo a los honderos y arqueros, y sobre todo, a las catapultas y
balistas macedonias, las cuales hicieron estragos en el enemigo de manera
semejante a como posteriormente las emplearía César. Los taulantinos e ilirios
cayeron a millares. Arriano cuenta que: “los macedonios cruzaron el río a
salvo, tan es así que ni un solo hombre cayó en la retirada.” Me atrevo a
calificar esta maniobra bélica, como una especie de mezcla entre el genio de
Aníbal y César, ejecutada por un solo caudillo.
Alejandro había alcanzado un territorio que lo proveería de
abundantes víveres (lago Prespa), no sólo eludiendo la emboscada del enemigo,
sino al mismo tiempo diezmando sus fuerzas, sin perder un solo soldado
macedonio, con el impacto moral que ello conlleva. Pero la alianza
ilirio-taulantina en manera alguna había sido definitivamente derrotada. El
enemigo mantenía su desproporcionada ventaja numérica. Y no estaba dispuesto a
volver a caer en una emboscada del macedonio. Al mejor estilo de Fabio Máximo,
decidieron aislar al pequeño ejército macedonio de sus bases en el sur, y una
vez que Alejandro volviera a agotar sus provisiones, y sus soldados se
desmoralizaran por efecto del bloqueo, sería el momento apropiado para que los
multitudinarios guerreros del norte aplastasen a los debilitados macedonios…
Pero otros eran los planes del segundo Aquiles. Tres noches
después del cruce del río, los agrianos -conducidos por el mismo
Alejandro- y otras tropas ligeras, atacaron el campamento
ilirio-taulantino. La sorpresa fue total. Alejandro y sus hombres se abrieron
paso a través de un ala de la posición enemiga y pusieron a sus adversarios en
fuga. Fue entonces cuando intervino la caballería. El rey macedonio, dejando a
sus exultantes -y ya favoritos agrianos-, montó a Bucéfalo y se puso al frente
de sus caballeros, emprendiendo una persecución de unos ¡CIEN KILÓMETROS!!! ¡Y
después de haber librado una batalla de infantería, contra un enemigo contundentemente
superior en número! Ciertamente, los elogios que Tito Livio dedica a Aníbal
como combatiente, son igualmente aplicables al Magno. Y el joven general
aniquiló de esta manera a la coalición ilirio-taulantina.
Recapitulemos estas campañas, señores, que bien vale la
pena. La manera como Alejandro se abrió paso a través de los montes Osa y Hemo,
atravesó el Danubio y derrotó a los getas, replegó su ejército hacia el lago
Prespa, en terreno desfavorable, sin la pérdida de un solo hombre, y el revolucionario
empleo de la artillería, es como para echarse a temblar ante el genio que logró
estas hazañas, únicas y al estilo de los más grandes. Hay que recordar
que Parmenión estaba en Asia, y Antípatro en Macedonia, correspondiendo así
todo el mérito al genio de Alejandro y a sus hombres, los cuales ya eran un
solo cuerpo y una sola alma. Un joven con suerte… ¡La fortuna sonríe a los
audaces! Y a los más grandes genios.
LA REBELIÓN Y TOMA DE TEBAS
Realizadas las anteriores hazañas, este titán de la historia
tuvo que convencer a sus soldados que renunciaran de momento al disfrute de su
botín, y volvieran a realizar marchas forzadas, esta vez hacia el sur, en
dirección a Grecia por segunda vez. Agotados por la campaña, pero perdidamente
enamorados de su joven e invencible rey, verdadera reencarnación de Aquiles, le
siguieron incondicionalmente.
¿Porqué tanta prisa por parte del triunfante general?
Alejandro era un hijo de su tiempo. Los más grandes comandantes de ese entonces
(Leónidas, Brásidas, Alcibíades, Agesilao, Pelópidas, Epaminondas, y el propio
Filipo) acostumbraban luchar en primera fila. A ojos contemporáneos, dicha
costumbre resulta ser una temeridad. En esa época, era el deber del comandante
de turno, conducir la tropa a la victoria, o morir en el intento. O las dos
cosas al mismo tiempo. El nuevo Aquiles no iba a ser la excepción. No ordenaba
a sus hombres “AVANZEN” sino “!SÍGANME!!!”. Y dicho valor también generó sus
consecuencias. En estas campañas, el valor personal del macedonio no sólo alcanzó
la victoria, sino también un par de cicatrices más, para añadir a su colección
personal de heridas. Y tal como acontece con los rumores, la verdad llegó
deformada a Grecia. Demóstenes presentó ante la asamblea ateniense un “testigo
ocular” que juraba por el mismísimo Zeus que había visto herido de muerte al
rey macedonio, y a su ejército derrotado y en auténtica retirada.
Pero Demóstenes era tan cobarde como astuto. No en vano
había sobrevivido a Queronea, y al requerimiento de extradición efectuado por
Alejandro después de la muerte de Filipo. El ateniense azuzaría la revuelta,
pero no la protagonizaría. Y convenció a la asamblea del pueblo de enviar una
embajada a Tebas. Toda la operación fue financiada por el oro persa. El frente
sur y el oriental ya empezaban a coaligarse, pese a toda la velocidad
desplegada por el ejército macedonio…
Y los tebanos mordieron el anzuelo. Asediaron la guarnición
macedonia alojada en la Cadmea (ciudadela de Tebas) y volvieron a proclamar su
independencia. Lo conseguido por Alejandro y sus guerreros a costa de tanto
sudor y sangre, lo había borrado Demóstenes con una mentira. Hay que admirar el
genio político y la capacidad persuasiva del ateniense, que se constituyó como
todo un Fouché de la antigüedad.
Pero Alejandro no era Napoleón. Y el ateniense no
había alcanzado a ponerse el vestido de fiesta (el mismo que se puso al
enterarse “milagrosamente” de la muerte de Filipo) cuando el macedonio ya
estaba en Beocia. Y no venía solo…
Alejandro y “sus muchachos”, habían cruzado a marchas
forzadas las tierras altas del monte Gramo, el monte Pindo y el monte Cambunia,
éste último en donde había abundantes provisiones. Después de llegar sin previo
aviso a Pelinna (Tesalia) y de haber marchado durante seis días a razón de unos
33 kilómetros diarios (en terreno montañoso, no se olvide), el rey descansó con
su ejército durante un día. Desde allí llegó a Oncesto (Beocia) al sexto día de
marcha, tras haber recorrido unos doscientos cuarenta (240) kilómetros, a un
promedio de unos cuarenta diarios. Su desplazamiento fue tan sigiloso que los
tebanos no advirtieron su proximidad. Había atravesado sin dificultad el paso
de las Termópilas y ahora podía proveerse de víveres y tropas de los aliados
del norte de Beocia y la Fócide, conseguidos en su genial conquista de Tesalia,
análoga a como César tomó Italia, es decir, sin una sola gota de sangre. La
magnanimidad también rinde sus frutos en el ámbito político.
La rapidez con la que se desplazó Alejandro le permitió
alcanzar Tebas y detener cualquier posible ayuda adicional de Atenas y otros
estados. Como su finalidad inicial no era arrasar la ciudad de Pelópidas y
Epaminondas, el rey aguardó con la esperanza de que los tebanos, al enterarse
que su muerte y derrota sólo era un rumor, se arrepintieran. Pero éstos
atacaron el campamento macedonio, y mataron algunos soldados. Pese a la
provocación, el Magno siguió esperando. Desgraciadamente, ayer y hoy, hay
imbéciles que consideran que la magnanimidad es propia de afeminados, y ajena a
los verdaderos hombres. Los líderes de la revuelta tebana, especialmente los
estrategos de la liga beocia, concientes de su responsabilidad por violar el
juramento de lealtad hacia el mundo helénico, convencieron a la mayoría de
luchar contra los macedonios.
No tengo ánimos para narrar la toma y saqueo de Tebas.
Baste decir que Alejandro no sólo derrotó guerreros bárbaros, sino también
“civilizados”. Lo logró de manera análoga a como Escipión el africano tomó
Cartagena (mediante una finta, simulando atacar por un lado y asaltando
realmente el lugar menos esperado, al mismo tiempo que mediante señales ordenó
a la guarnición sitiada en la Cadmea que atacara la retaguardia tebana), y con
prácticamente la mitad de las fuerzas con las que venció en la batalla de Gránico.
Uno de los mejores amigos de Alejandro (Pérdicas) estuvo a punto de morir en la
gesta. Y los tebanos habían faltado a la palabra empeñada. Habían renegado del
honor demostrado por Epaminondas y Pelópidas…
Cuando la ciudad estaba aún humeante, Alejandro -lleno de
sangre propia y enemiga- se encontraba ante la casa de los descendientes del
poeta Píndaro, asegurándose de que escaparon a la masacre. En ese momento un
grupo de soldados llevaba maniatada a una mujer ante la presencia de su rey.
Pedían su ejecución. El alumno de Aristóteles, como era su costumbre, reservó
un oído para la acusada, quien mató a un soldado que la había violado. Cuando
el macedonio le preguntó su nombre, ella -valerosa y dignamente- le dijo quien
era: “… hermana de Teágenes, el mismo general que combatió contra tí y contra
tu padre en Queronea, aquel que murió valerosamente defendiendo la libertad de
los helenos…”
Su nombre, Timoclea.
Y Alejandro la dejó partir, junto con sus hijos. El
macedonio como hombre valeroso que era, sabía perfectamente que cualquier mujer
es más valiente que nosotros los hombres.
Y a propósito de valor femenino, Olimpia murió como vivió,
sin humillarse ante sus ejecutores, como digna madre de Alejandro Magno, al
menos en lo que a coraje y dignidad se refiere…
El héroe macedonio, a sangre y fuego había conseguido dejar
libre el camino para arreglar cuentas con el gran rey de Persia, quien apenas
se inmutó cuando este “jovenzuelo al mando de una partida de bárbaros bandidos”
clavó su lanza en Asia como símbolo de su empresa, y rindió homenaje a la tumba
de Aquiles en Troya. Tenía 21 años. Sus campañas en Europa se efectuaron en
aproximadamente un año. Un año.
¿Y porqué se iba a inmutar el rey de Persia, si se trataba
de un muchacho arrogante y que hasta ese entonces había obtenido todo
fácilmente, venciendo únicamente a guerreros ineptos?
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