sábado, 23 de diciembre de 2017

Las mocedades de Alejandro:LA REALIZACIÓN DE UNA HAZAÑA JAMÁS IGUALADA

Por Joaquín Acosta

“Alejandro es la encarnación del conquistador total, del rey que monta su negro caballo y reduce a posesión suya todo cuanto su vista es capaz de abarcar mientras cabalga. Alejandro es la última conexión con ese mundo mitológico que nos remonta a Homero.”
J. I. Lago

Gracias, amigo Sátrapa, por tu desinteresada y valiosa ayuda.

ALEJANDRO EL VENGADOR
De Susa, Alejandro se dirigió a Persépolis. El camino estaba obstruido por un paso estrecho de diez kilómetros de largo, un desfiladero extremadamente extenso, mucho más idóneo que las Termópilas para detener a un ejército invasor. El nombre de este temible paso es “Las Puertas Persas”, y fue ocupado por el sátrapa Ariobarzanes, quien según Droysen contaba con poco más de cuarenta mil hombres. Era la única ruta que conducía a Persépolis, objetivo imprescindible para la alianza helénica.
Un primer ataque frontal en este desfiladero fue rechazado. Los que consideren a los persas y asiáticos como minusválidos bélicos, deberían tomar nota de la cantidad de veces que los macedonios estuvieron a punto de ser derrotados. En realidad, la diferencia la hizo el genio militar de Alejandro.
En esta ocasión, el monarca macedonio esperó al anochecer y con un destacamento mantuvo muchas hogueras encendidas.  Seguidamente, Alejandro en persona condujo su fuerza de élite a través de un terreno boscoso, una vereda resbaladiza y cubierta de nieve. Droysen considera que esta maniobra fue la más peligrosa que emprendiera Alejandro. Una vez que el cuerpo del ejército seleccionado por el comandante macedonio superó el desfiladero, el segundo Aquiles cruzó el río Araxes y se ubicó en retaguardia de la formación persa, con el sigilo de un felino que acecha a su presa. Una vez en posición, las trompetas macedonias ordenaron a Crátero -que se encontraba al mando del grueso del ejército, en el campamento- que efectuara un segundo ataque frontal contra “Las Puertas Persas”, al tiempo que el propio Alejandro cargaba contra los asiáticos por su retaguardia. Hammond dice de esta genial maniobra táctica desplegada por el Magno:

“La fuerza persa en completo desorden fue aniquilada entre el martillo y el yunque… El operativo en su totalidad fue brillante, y el premio fue el corazón del Imperio Persa: La capital de Darío I y Jerjes.”

En enero del 331 aC, Alejandro ocupó Persépolis. Y decidió someter el palacio de la ciudad a saqueo, e incendiarlo. Parmenión se opuso. Sin embargo, Alejandro llevó a cabo su idea.
La tradición histórica narra que la decisión de Alejandro en Persépolis fue el fruto de una borrachera en medio de una orgía, y las exhortaciones de una bellísima hetaira ateniense llamada Tais. Lamb por su parte, considera que el incendio fue puramente accidental. 
En el prefacio de su obra “El Genio de Alejandro Magno”, N. Hammond, a propósito de la forma en que hemos de analizar la conducta del macedonio, comenta:

“… en nuestra era moderna, para citar las palabras de Thomas Carlyle, se caracteriza ‘por una incredulidad en el gran hombre’, ya que nuestra era no ha logrado producir estadistas ni líderes de semejante estatura. Para dar un ejemplo, puede ser más atractivo atribuir el incendio del palacio de Persépolis a un acto de despiadado vandalismo de una prostituta ateniense y un rey embriagado que atribuirlo a una decisión política deliberada.”

Esta novelesca leyenda ha sido desmentida por la arqueología. La decisión de Alejandro fue un acto de propaganda. En aquellos días los espartanos y otros griegos se mostraban levantiscos, pues recientemente habían recibido una buena cantidad de oro persa, y el Magno tenía que apoyar de la mejor manera a su regente en Macedonia (Antípatro) desde Asia. La medida de Persépolis fue todo un símbolo, en el que los dioses griegos vengaban las afrentas sufridas por el secular enemigo persa, por medio de su protegido macedonio. Al hacer excavaciones en aquella zona, los arqueólogos han encontrado apenas pocos objetos de valor. Esto indica que previamente al incendio ordenado por el Magno, el gigantesco tesoro acumulado en el palacio de Persépolis fue retirado. Hablamos de una operación complicadísima, que indudablemente implicó un titánico despliegue de recursos y tiempo. Los hallazgos arqueológicos demuestran que las fuentes antiguas son verídicas al narrar que previamente al incendio, Alejandro ordenó el traslado de los caudales depositados en Persépolis, lo cual demuestra que el macedonio no actuó impulsivamente a la hora de calcinar el palacio. Quien se empeñe en ver este episodio como una muestra de la naturaleza ebria, destructora e impulsiva del gran macedonio, e insista en desconocer su genio de estadista, sencillamente desecha los hallazgos arqueológicos y los recientes aportes de la historiografía contemporánea.
Así mismo, Droysen recuerda que las fuentes clásicas son más elocuentes a la hora de juzgar la conducta del Magno, que al exponer las finalidades políticas del conquistador, y se muestra conforme con el veredicto de Hammond, pese a no contar con la ventaja de conocer los recientes hallazgos arqueológicos. Igualmente anota que los ancestros macedonios de Alejandro fueron injuriados por los antiguos reyes persas al conquistar Macedonia y convertirla en una satrapía persa, así como las derrotas de Filipo en Grecia antes de Queronea se debieron en buena parte al oro persa.
Como Persépolis quedó intacta del incendio de su palacio, Alejandro permaneció en la urbe hasta el mes de mayo, dedicándose a conquistar la región. El general macedonio era insistente en proteger su retaguardia, y esto implicaba tomar las medidas necesarias para garantizar que los persas que dejaba conquistados a su espalda no se rebelarían, por cuanto esto involucraría la creación de un segundo frente mientras Darío tendría otro ejército, con lo cual serían los propios macedonios quienes quedarían atrapados  entre el yunque y el martillo. La conducta caballeresca del macedonio, y su respeto hacia las costumbres y la nobleza persa, no era por que se estuviera corrompiendo, según lo exponen sus detractores, sino que se trató de una medida complementaria para asegurar la retaguardia de sus fuerzas armadas, dramáticamente adentradas en territorio enemigo. Criticar alegremente las medidas políticas de Alejandro, es sencillamente exhibir la ignorancia que se tiene en materia diplomática  y estratégica especialmente.

A este respecto, Carl Grimberg puntualiza:

“Como soberano persa (Alejandro) tenía que atender y solucionar la mayoría de los asuntos del país; de lo contrario le hubieran considerado como extranjero y usurpador y no hubiera podido mantener su poder en tan inmenso imperio, sólo guarnecido por un puñado de macedonios, por mucho que fuera su valor en el campo de batalla. Con todo, tanto griegos como macedonios opinaban que Alejandro iba demasiado lejos en la adopción de costumbres orientales y la oposición entre ambos conceptos, occidental y oriental, provocó dramas políticos.”

Alejandro fue un genio que alternativamente tendió conciliadoramente la mano a sus enemigos derrotados, al tiempo que tomaba medidas draconianas, imprescindibles para conservar lo ganado, pero procurando al mismo tiempo circunscribir siempre los medios al fin propuesto. Esta aparente contradicción entre magnanimidad y crueldad del macedonio, civilización y salvajismo, se debe a que el Magno tenía que tener en cintura tanto al mundo griego y europeo como al persa y asiático, en un equilibrio siempre precario, y más dramático en cuanto fue renuente a implementar la política de aniquilación del adversario derrotado. La victoria de Alejandro, en las dramáticas e inestables condiciones verificadas, es algo único en la historia.
La medida de Alejandro en Persépolis fue acertada. La rebelión promovida por los espartanos, y financiada por el oro persa, sólo logró que Elis y Arcadia desertasen de la Alianza Helénica. Esta defección fue irrelevante, y Antípatro pudo afrontarla con éxito, siguiendo el patrón de moderación en la victoria típico de Alejandro. El Magno seguía manteniendo su retaguardia  asegurada, pese a las hábiles maniobras desplegadas por griegos y persas. De haber sido derrotado, no faltaría quien dijera que la empresa del macedonio estaba irremisiblemente condenada al fracaso, por cuanto Alejandro tenía al enemigo en casa, y padecía la cruz de contar con aliados traicioneros, acorde con un espíritu sencillamente historicista.
Después de Gaugamela, Alejandro licenció a los jinetes tesalios y otros importantes contingentes griegos. Cuando estos hombres llegaron a la Hélade, cargados de gloria y riquezas, y reconociendo que los salvajes e inferiores persas tenían una cultura exótica y llamativa, con un potencial mercantil enorme, el efecto producido en la opinión pública griega fue contundente. Cuando tales caudales afluyeron a Europa, los enemigos de Alejandro fueron sutilmente acallados. Leer las medidas políticas de Alejandro es admirarse ante su genio de estadista, el cual hace que Maquiavelo parezca un estudiante de primer año.
En el entretanto, Darío estaba padeciendo su calvario ante los efectos producidos por el genio político de Alejandro. La magnanimidad del vencedor, aunada a sus gloriosas batallas, había resentido la autoridad absoluta y ancestral del otrora más poderoso monarca del orbe. De ser el hombre más rico del mundo, Darío se había convertido en un patético fugitivo que comprobaba el precio de la derrota. El hombre que mediante la traición y el veneno había llegado a ocupar un sitial en la historia, ahora verificaba el otro lado de la moneda. Tanto los escitas como los cadusios respondieron con cajas destempladas a la convocatoria de Darío para organizar un cuarto ejército. Ante el avance de las victoriosas fuerzas invasoras, el otrora arrogante persa hubo de huir una vez más. Uno de los parientes del rey persa asesinado que precedió en el trono a Darío (Arses), optó por pasarse al bando macedonio. Este noble persa, entre seguir al asesino de su pariente Arses, o a un hombre de honor que respetaba los pueblos conquistados, optó por la medida más sensata y conveniente para todos.
Al enterarse del calvario que estaba padeciendo el felón Darío, Alejandro trasladó su base de operaciones de Persépolis a Ecbatana, para de esta manera proseguir con su política de aseguramiento de la retaguardia. Así mismo, el ejército macedonio se dividió en dos: una primera columna comandada por el propio Alejandro, se dedicaría a combatir contra el debilitado Darío, mientras que la segunda, a cargo de Parmenión, se concentraría en la ocupación de las satrapías de Cadusia e Hircania, y a impedir que estas regiones le suministraran cualquier tipo de apoyo al rey persa. El arte de la guerra es algo más que limitarse a ganar batallas.
Una vez culminados los preparativos logísticos imprescindibles, el Magno emprendió una fulminante caza, encaminada a capturar al propio Darío. La hora de la venganza por el asesinato de Filipo se acercaba. La persecución fue implacable. El ritmo de marcha del Magno era tan arrasador, que tanto infantes como jinetes y bestias se desplomaban. Lamb dice que al perseguir a Darío desde Ecbatana, Alejandro y sus tropas recorrieron trescientas millas en once días. Sin embargo, Darío contó con la ventaja de que Alejandro se viera obligado a detenerse para organizar el dominio de la recientemente adquirida satrapía de Media.
Con todo, las dificultades del propio Alejandro no impidieron que Némesis le pasara cuenta de cobro al derrotado persa. Cuando el rey macedonio se encontraba en Corene, le informaron que Darío había sido arrestado por sus generales asesores (Bessos, Nabarzanes, y Barsentes). Lo que quedaba del ejército persa después de Gaugamela, dejó de ser guiado por el general de papel que ostentaba el mando puramente nominal (es decir Darío), y el caudillaje fue asumido por los verdaderos comandantes de la campaña. Si la marcha de Alejandro había sido hasta ese momento a un ritmo arrollador, en cuanto se enteró de este golpe de estado, la persecución se efectuó a un compás prácticamente sobrehumano. Primero, durante otros diez días de marcha infernal, la élite del ejército macedonio soportó el ritmo del Magno, una máquina de combatir, un soldado entrenado desde su más tierna infancia para soportar todo tipo de privaciones y esfuerzos físicos y mentales. Tras un breve respiro de un día, la fuerza persecutora marchó durante dos días más sin apenas descanso. En ese momento el general macedonio se enteró de que el noble persa Artabazos abandonó a los traidores de Darío, y que los mercenarios griegos supervivientes de Issos y Gaugamela le siguieron. Los exhaustos macedonios, cuando estaban empezando a recuperar colores, perdidos por la agotadora marcha, reiniciaron su infernal persecución. Marcharon toda la noche y todo el día siguiente. Ya estaban pisándole los talones a Bessos.
Como la élite de los macedonios estaba peor que agotada por la marcha tan salvajemente desplegada, Alejandro se quedó con los quinientos soldados menos consumidos, y continuó con la persecución, dotando de cabalgaduras a los infantes que continuarían esta cacería. Durante la noche se recorrieron unos setenta y cuatro kilómetros más, y al amanecer los macedonios toparon con el enemigo, que contaba con una pasmosa superioridad numérica. Sin embargo, la rapidez con la que el Magno interceptó a los supervivientes de Gaugamela fue decisiva. Sólo unos pocos asiáticos afrontaron la carga de los extenuados jinetes macedonios. Alejandro fue el primero en acometer a los numerosos enemigos, y su heroísmo le dio fuerzas a sus exhaustos soldados.   La victoria de los macedonios fue rotunda.
Lo cual determinó que los captores de Darío le asesinaran en el fragor de la batalla antes de huir. Cuando un soldado macedonio dio con el monarca depuesto, éste se encontraba moribundo, abandonado en un carro volcado, y atravesado por varias lanzas; el otrora amo de la tierra le rogó al macedonio que lo había encontrado, que le regalara un poco de agua. El soldado de Alejandro accedió a sus pretensiones. Se dice que las últimas palabras de Darío fueron de gratitud y bendiciones  hacia el Magno. El probable asesino de Filipo murió de la misma forma en que accedió al poder: mediante la traición y la infamia. Cuando Alejandro encontró a Darío, éste ya estaba muerto. Frente al rey macedonio yacía el cadáver del hombre que factiblemente era el autor intelectual de la muerte de su padre. La venganza se había consumado. ¿Qué hizo Alejandro con el cadáver del hombre que en un remoto pasado le menospreciara, y financiara todo tipo de revueltas, traiciones y homicidios, tanto consumados como frustrados? ¿Descuartizó el cadáver y lo arrojó a los perros? ¿Lo empaló?
Alejandro con su propia capa, y con el mayor respeto, cubrió el cadáver de Darío. He ahí al monstruo de lascivia, crueldad y ambición del que hablan los detractores del macedonio. Por orden de Alejandro, Darío recibió funerales de un Gran Rey de Persia. Sisigambis (la madre de Darío) presidió las exequias y honores mortuorios. Si el ansia desenfrenada de conquista y el libertinaje depravado consiste en mostrarse magnánimo en la victoria, y moderado con el enemigo vencido, Alejandro es el peor de los monstruos que ha producido la historia. Ojalá que el mundo se llenara de flagelos como este bárbaro salvaje que todavía da más de una lección de caballerosidad a los “civilizados” que denigran de su memoria, al tiempo que tales detractores se solidarizan con la crueldad y el egoísmo de los amos del momento, y del pasado. Alejandro no fue de los que confundía a un individuo con todo un pueblo. Humillar el cadáver de Darío hubiera sido humillar a todos los persas, y el gran macedonio lo sabía perfectamente. Nadie como Alejandro mostró tan escrupuloso respeto hacia los pueblos extranjeros derrotados. Este es el fundador del fascismo que nada le legó a la historia, según determinados indocumentados afirman.

EL AVANCE HACIA EL ESTE
El previsor Alejandro, desde sus primeras conquistas en Asia, había adelantado un plan de entrenamiento militar con los jóvenes de las diferentes satrapías ocupadas (al respecto, ver el artículo “Alejandro y la Conquista del Mediterráneo Oriental”). En otoño del 330 aC se le unieron los primeros contingentes que habían culminado el plan de entrenamiento, procedentes de Lidia, Licia, Siria y hasta de Egipto. Junto a la caballería de élite macedonia, el Magno encuadró otra asiática, la cual nada tenía que envidiar a la europea, más bien al contrario. Uno de los principales jefes de este contingente era el propio Oxatres, el gigantesco medio hermano de Darío, que tan valientemente había combatido en Issos. Este bravo iranio era de los pocos guerreros que habían luchado personalmente contra Alejandro, y había podido escapar para contarlo. Poco después del asesinato del monarca persa, se puso a disposición del soberano macedonio, pues compartían ahora al mismo enemigo: Bessos. Desde entonces, fue uno de los mejores comandantes de caballería de las fuerzas del Magno.
Después del rescate del cadáver de Darío, Alejandro venció a los tapurios, habitantes de la región del monte Elburz, el cual alcanza la pasmosa altura de 5.650 metros. Artabazos y sus mercenarios griegos se pasaron igualmente al bando macedonio. En agosto, Partia era posesión de Alejandro. Éste mantuvo su política de reforma en su ejército, incorporando los aportes bélicos asiáticos. Así mismo, fortaleció su plan de entrenamiento de la juventud en las diferentes satrapías conquistadas, el cual fue más allá de lo meramente militar, pues el Magno creó un precedente de escuelas públicas en donde aparte de formación física se impartió la enseñanza del idioma griego y de la cultura helénica. Alejandro había conseguido finalmente vengar a Filipo, y llevar la cultura griega a confines jamás soñados. Lo realizado hasta ese entonces no ha sido ni remotamente emulado hasta la presente fecha. ¿Se detendría por ello Alejandro?
La razón de vivir del guerrero, es la guerra. Hace dos mil y tantos años, era inconcebible una guerra sin derramamiento de sangre. Hoy se sueña -y se ha logrado ocasionalmente- guerras que sólo traigan enriquecimiento. Guerras sin armas asesinas, guerras de ideas. Pero en aquellos días la realidad era muy diferente a la actual. El mundo había cambiado. Pero de ninguna manera Alejandro era de los que se dormía sobre sus laureles. La intención de Alejandro no era la de aumentar el caos, sino la de establecer un orden nuevo, y al mismo tiempo universal. Ahora era el macedonio el Gran Rey, el señor de las tierras. Y el nuevo amo del imperio tenía que honrar tal conquista. Era la hora de ajustar cuentas con el traidor Bessos. Los dioses occidentales y orientales así lo exigían.
De Partia, Alejandro marchó a Areia, en donde se enteró que Bessos esperaba un importante contingente de jinetes escitas, los “mongoles de la antigüedad” que tantas dificultades crearon en Gaugamela. El sátrapa de Areia, Satibarzanes, se puso a disposición del Magno, quien le confirmó en su puesto de gobernador. En esa zona, recibió algunos refuerzos enviados por Parmenión desde Ecbatana. Hammond dice que para esa época el ejército macedonio contaba con unos 45.000 efectivos.
De Arieia, Alejandro se dirigió a Bactriana, para enfrentarse con su nuevo enemigo. A mitad de camino, se enteró que Satibarzanes pasó a cuchillo al destacamento macedonio dejado como guarnición en Areia, y que había proclamado su adhesión a Bessos. Entendiendo que su retaguardia estaba amenazada, Alejandro deshizo el camino recorrido, y en dos días recorrió la impresionante cifra de 110 kilómetros, y en pleno territorio montañoso, una verdadera hazaña bélica, que demuestra la calidad del ejército recientemente reformado por el propio Alejandro. La rapidez del contraataque macedonio fue tan efectiva, que el retorcido Satibarzanes se vio obligado a huir y reunirse con Bessos, pues jamás esperó una respuesta tan fulminante. Si Alejandro dejaba impune este acto de traición, su retaguardia se expondría a peligros mayores que el representado por el propio Bessos en el frente, por lo que reprimió la revuelta severamente, ejecutando a los cabecillas capturados y vendiendo como esclavos a los colaboradores. No obstante, cuando Alejandro asedió Artacoana, la capital de la Satrapía de Areia, accedió a las peticiones de perdón que elevaron los habitantes de la ciudad. El Magno se la jugó toda por su política de reconciliación entre vencedores y vencidos. Como símbolo de este aventurado gesto de magnanimidad, fundó otra Alejandría (de Areia) y la pobló con macedonios, griegos y asiáticos, y de acuerdo con su política implantó escuelas públicas que enseñaran a los jóvenes la cultura griega y recibieran entrenamiento militar macedonio. Y apostando por la reconciliación entre enemigos seculares, designó nuevamente a un persa como Sátrapa. Si esto es aportarle nada a la historia, la realidad es el nadaísmo.

LA TRAICIÓN DE FILOTAS Y LA EJECUCIÓN DE PARMENIÓN
De Areia, Alejandro se dirigió al sur, a la satrapía de Drangiana. En octubre de 330 aC, el rey macedonio fue informado de una conjura para asesinarle. Se enteró por un soldado llamado Kebalinos, quien en primer lugar se dirigió a Filotas. Como el tiempo pasara sin que el propio Filotas hablara con Alejandro, Kebalinos sospechó que el Hetairo estaba de acuerdo con el complot. En consecuencia, Kebalinos habló con un escudero o paje real. En esta ocasión, el Magno fue alertado inmediatamente.
En cuanto el Magno fue advertido, dio la orden de arrestar a los implicados. El jefe de la conjura, llamado Dimnos, trató de suicidarse, según Hammond. Droysen dice que Dimnos logró acabar con su vida. Filotas fue igualmente capturado. Al día siguiente de los arrestos, la asamblea de macedonios libres fue convocada para celebrar el juicio. La totalidad de macedonios en armas presentes, serían los jueces.
Los conjurados recibieron un tratamiento muy diferente al que pretendían suministrarle a su rey, y en el caso de Filotas, amigo de toda la vida. Cada uno de los acusados arrestados pudo defenderse. Filotas confesó que sabía del complot, y que nada dijo a Alejandro, pese a que éstos dos se veían dos veces por día. El general macedonio acusado alegó que Dimnos ladraba, pero no mordía, y con su célebre arrogancia, el comandante de los Hetairos declaró que se le estaba dando demasiada importancia a las acusaciones de Kebalinos. Filotas también confesó que los conspiradores le habían convencido de que guardara silencio.
No todos los acusados fueron condenados. Arriano habla de “cuatro hijos de Andrómenes” que fueron absueltos por la asamblea. Con todo, Parmenión fue inculpado. La tradición macedonia exigía que los parientes varones de quien fuera condenado como traidor fuesen igualmente ejecutados. Como se dijo anteriormente, Parmenión -el padre de Filotas- se encontraba en Ecbatana, cubriendo la retaguardia y suministrando provisiones y refuerzos al ejército macedonio. Era el segundo hombre más poderoso de Asia, y contaba con 6.200 macedonios, 5.600 mercenarios griegos y 180.000 talentos, según Hammond. Este veterano lugarteniente fue ejecutado sin enterarse de que había sido juzgado y condenado in absentia por la asamblea macedonia. Droysen cuenta que a Filotas se le incautó una carta suscrita por el propio Parmenión, en donde este ducho general manifiesta: “Velad primero por vosotros mismos, luego por los vuestros y alcanzaremos lo que nos proponemos”, e igualmente reconoce que el propio Alejandro se retiró de la asamblea, para permitir que Filotas ejerciera su defensa más eficazmente, así como el monarca macedonio impidió que Coinos lapidara a su cuñado Filotas sin que éste se defendiera de las acusaciones, y que -supuestamente- bajo tormento posterior Filotas reconoció que él y Parmenión habían hablado de dar muerte a Alejandro, si bien el viejo general ignoraba la presente conjura. Finalmente en lo relativo a este episodio, el historiador germano apunta que Tolomeo -recogido por Arriano- en ningún momento narró que Filotas haya sido sometido a tortura.
Los soldados de Parmenión estuvieron a punto de amotinarse al enterarse de la muerte de su comandante. En cuanto se leyó la carta que Alejandro había elaborado para explicar las razones de la ejecución, los hombres se calmaron. Entendieron que la muerte del soldado más veterano de Macedonia era necesaria para evitar una nefasta guerra civil, la cual sólo beneficiaría a Bessos. El punto no era que Parmenión fuese culpable. Lo que motivó a los macedonios a votar por la ejecución del viejo león, era que éste estaba en condiciones de aislar al ejército macedonio de sus provisiones, y que seguramente al enterarse que la propia asamblea de macedonios había decidido la muerte de su primogénito y único hijo vivo (los otros dos habían muerto en campaña) Parmenión emplearía sus tropas, dinero y autoridad sobre las diferentes satrapías occidentales para ejecutar una guerra de venganza y exterminio contra el ejército macedonio.
¿Qué sintió el propio Alejandro de todo esto, y de la muerte de Parmenión? Es difícil saberlo. El Magno había visto cómo su propio padre fue asesinado por el comandante de su guardia de corps, es decir, por el hombre encargado de proteger la vida del rey. Desde su ascenso al trono, Alejandro sabía que no podía confiar plenamente en nadie. Arriano y Plutarco comentan que Filotas conspiraba contra Alejandro desde la conquista de Egipto, en donde el rey macedonio fue informado por Crátero, otro notable general, que el hijo de Pasrmenión tramaba una conjura contra Alejandro, pero que éste se negó a sospechar de su lugarteniente y amigo. Plutarco resalta que durante el juicio a Filotas, Alejandro se abstuvo de recordar las viejas acusaciones de Egipto a la asamblea, y que el Magno respetó escrupulosamente los derechos de Filotas y demás acusados. Les permitió defenderse, y aseguró la celebración de un juicio respetuoso de las garantías imperantes en la época, pese a que dentro de dicho juicio se confirmó la veracidad de  las acusaciones contra Dimnos y Filotas, en el sentido que Alejandro se salvó de ser asesinado por un pelo.
Alejandro el Lincesta, arrestado cuatro años atrás por conspirar con Darío para asesinar al Magno, fue igualmente juzgado y condenado. La carta incautada a Sisines fue la prueba reina de este caso. (Al respecto, ver el artículo “Alejandro y la Conquista del Mediterráneo Oriental”).
Es importante resaltar que la grandeza de Alejandro igualmente se manifestó en este lamentable episodio. Pese a saber que su propia vida corrió un peligro inminente, no por eso el macedonio hizo uso de su poder para ejecutar a los conspiradores inmediatamente. El monarca actuó rápida y contundentemente para desarticular la conjura, pero sin desconocer por ello las garantías imperantes en ese entonces. La muerte de Parmenión siempre será triste y lamentable, pero el propio Filotas debió pensar en ello antes de decidirse a traicionar a su rey y amigo de la infancia, pues como macedonio que era sabía perfectamente la pena que merecía su conducta.
Como eco del respeto al derecho a defenderse en un juicio justo, centurias después un joven romano se opuso a la ilegítima ejecución de ciudadanos, la cual se efectuó en nombre del peligro inminente. El nombre de este valiente senador es Cayo Julio César, y como recompensa a su defensa de la legitimidad, sus enemigos políticos le acusaron de complicidad con los ejecutados. Traidores como César es lo que el mundo de hoy necesita. La humanidad y las garantías políticas y sociales así lo demandan.
Esta conjura contra Alejandro marcó profundamente su posterior política. Fue su trato tolerante y respetuoso hacia los pueblos conquistados lo que determinó esta conspiración. Quizás por el despecho a la oposición de esta política revolucionaria y de avanzada, de tratamiento igualitario entre vencedores y vencidos, Alejandro acentuó su acercamiento hacia los persas. Como símbolo del fortalecimiento de su programa de tolerancia y respeto hacia los pueblos asiáticos, el Magno adoptó la vestimenta y ceremonial persa, y hasta incorporó asiáticos en su guardia personal, para consternación de los macedonios. Su mejor amigo Hefestión, fue uno de los pocos europeos que apoyó sinceramente a Alejandro en esta política.

LA REALIZACIÓN DE UNA HAZAÑA JAMÁS IGUALADA
Una vez vueltas las aguas a su cauce normal, Alejandro continuó su guerra contra Bessos, al tiempo que organizaba la administración de la satrapía de Aracosia, dejando una guarnición de 4.000 infantes y 600 jinetes, según Droysen. Faure comenta de estas geniales medidas: “Los actos del rey son en esta época no sólo los de un jefe guerrero, sino también los de un administrador cuidadoso de asegurar sus comunicaciones con las partes más alejadas de sus posesiones.”
Por su parte, Bessos sabía perfectamente la talla del león que iba en su búsqueda. Por enésima vez, contra el gran Alejandro se empleó la estrategia de retirada y tierra quemada, la misma que en su momento el gran Memnón tratara de implementar contra Alejandro antes de la batalla del Gránico. La misma que desarticuló las hazañas de Napoleón en Rusia. El enemigo contra el que ningún general podría vencer.
Semejante política le suministró a Bessos el más temible de todos los aliados, más poderoso que el mayor de los guerreros, o el más fantástico monstruo mitológico: el Hindu Kush (“el destructor hindú”), impresionante complejo caracterizado por sus elevadas montañas que pueden llegar a alcanzar más de 7.600 metros de altura.
Para hacernos una idea de lo que este temible adversario representa, vale la pena citar lo que un guerrero del siglo XXI siente hacia este temible adversario.
Tom Carew, especialista de las fuerzas especiales británicas SAS, el comandante inglés que entrenó a los Talibanes, cuenta a propósito de esta zona: 
“El terreno afgano es «una auténtica fortaleza natural» minada y casi inexpugnable, donde cualquier vehículo es inútil, la nieve pronto llegará hasta el cuello y los guerrilleros locales no temen morir
(…)
Por encima de los 3.000 metros, el aire empezaba a faltar y mi capacidad de concentración iba paulatinamente disminuyendo. Como territorio a atacar, aquello era una absoluta pesadilla. Una auténtica fortaleza natural. Con los vehículos no se puede ir demasiado lejos; además de que se pueden atascar en el lodo, los pasos de montaña son sumamente escarpados.
Los rusos lo pasaron horrorosamente mal; una cosa es enviar a la infantería y otra muy diferente tener al enemigo dentro del radio de acción de la artillería y los morteros. Con pésimos pasos de montaña como aquellos, era algo casi imposible…”

Finalmente, este especialista de la guerra del siglo XXI manifiesta: 
“El último ejército que consiguió vencer en Afganistán fue el de Alejandro Magno; los demás fueron literalmente destrozados.”

¿Por qué este panorama tan desolador? El corresponsal de guerra Jon Bonné nos da la respuesta: 
“Cuando finalmente lograron llegar a Afganistán hace dos mil años, los griegos llamaron a aquellas montañas el Cáucaso, que significa "los confines del mundo". A decir verdad, el Hindu Kush, la majestuosa pero lúgubre cadena montañosa que divide el territorio afgano como los nervios de una hoja, no es la cordillera más alta ni la más escarpada de Asia central. Sin embargo, ha servido como escudo contra las invasiones a lo largo de toda la historia…
De entre todas las impactantes características que reúne Afganistán, quizás el Hindu Kush y sus vertiginosas cumbres (algunas de más de 6,000 metros) sean los mejores ejemplos de cómo se vive la vida y cómo se dirimen las guerras en este país. Los combates en suelo afgano han sido difíciles incluso para las potencias militares más importantes del mundo. Como recientemente ha señalado el secretario de Defensa estadounidense, Donald Rumsfeld, “desde el principio de esta campaña sabíamos que las incursiones por tierra iban a ser extremadamente complicadas”. Esta situación ha sido una constante durante miles de años. En el año 329 antes de Cristo, Alejandro Magno condujo sus tropas hacia el Kush por el traicionero paso de Khawak, situado a más de 3,500 metros de altura, entre el debilitado aire de aquellas cumbres. Tuvieron que caminar durante dos meses para atravesar la más fácil de las tres opciones que existen para cruzar el Kush.”
“La más fácil de las opciones”, dice este autor. Nunca un ejército occidental ganó allí una guerra desde Alejandro Magno. Ejércitos que contaron con todo tipo de armas de fuego, artillería tan sofisticada como nunca soñó un hombre de la antigüedad, y hasta con el apoyo de fuerza aérea, con una infraestructura logística y armamentística de fuerza mecanizada, fracasaron en el mismo sitio en el que hombres armados únicamente con picas y espadas, cuyo principal soporte eran acémilas, guerreros ignorantes de la futura energía a vapor o eléctrica, mucho menos la nuclear, lograron vencer. Veamos cómo se logró esta hazaña única en la historia del mundo.
Antes de adentrase en las alturas del temible destructor Hindú, (desde la ocupación de Susa), Alejandro había reformado el ejército, para adaptarse al nuevo tipo de guerra que se avecinaba; formó nuevas unidades que se especializaron en la guerra de montaña. De esta manera, el Magno acababa de constituir el precedente de los modernos comandos, anticipándose unos veinticuatro siglos. Así de simple. Esta es la talla del general macedonio.
Una vez culminado el entrenamiento de las nuevas unidades, Alejandro las estrenó en una campaña contra los Ucsos, asentados al sureste de Susa, obteniendo los mejores resultados. Desde Susa, el Magno se había preparado para esta nueva fase de sus campañas. Esta capacidad de anticipación y adaptación a las nuevas circunstancias, le valieron el asombroso invicto con el cual logró domeñar a la historia.
En cuanto los hombres que estaban bajo las órdenes de Parmenión se reunieron con Alejandro, el ejército macedonio se adentró en el Hindu Kush. El monarca macedonio había estado reuniendo provisiones durante dos meses, mientras organizaba la administración de la satrapía de Aracosia, para estar en condiciones de librar esta campaña en pleno invierno, y neutralizar la temible estrategia de Bessos.
A pesar de todas las medidas del Magno, los macedonios sufrieron lo indecible. De no haber sido por la genial idea de acumular provisiones, el ejército entero habría sucumbido. Al tiempo que el soberano macedonio adelantaba sus operaciones, el nuevo amo del mundo agasajaba y honraba a los líderes asiáticos que se pasaban a su bando. Los que cometían la imprudencia de resistir, eran derrotados por el ejército reformado por el macedonio, en donde la caballería servía de cebo para llevar al enemigo donde la infantería y la artillería de Alejandro, previamente emplazadas, destrozaban  a aquellos orgullosos guerrilleros asiáticos. Con todo, Besos era escurridizo, y siempre lograba escapar del cerco macedonio.
En el invierno del 329 aC, Alejandro se anticipó a Bessos, dejando atrás al grueso del ejército macedonio y ocupando el paso del Khawak, anteriormente mencionado. Las condiciones eran extremas, y la entereza con la que Alejandro en persona levantaba y reanimaba a los caídos causa la admiración de los clásicos. Curcio (Más escéptico que Arriano a la hora de reconocerle virtud al monarca macedonio) comenta de este episodio histórico:  
“El rey iba y venía a pie a lo largo de la columna, animando a los soldados agotados y ofreciendo a aquellos que seguían adelante con dificultad el apoyo de su cuerpo. Estaba presente a la cabeza, en el centro, en la cola de la columna, multiplicando para sí mismo las fatigas del camino”

El cruce duró unos dieciséis días y en lo que a penalidades se refiere, nada tiene que envidiar al cruce de los Alpes por Aníbal, según lo apunta el propio Droysen.
Pese a todas las previsiones, la comida se agotó y fue necesario sacrificar a las bestias de carga e ingerir la carne cruda, pues ni leña se podía conseguir. Pero estas penalidades bien valieron la pena. Bessos jamás se imaginó que Alejandro y su ejército se atrevieran a cruzar el Hindu Kush en pleno invierno. El rebelde persa contaba con aplastante superioridad numérica (se registró que su caballería ascendía a treinta mil jinetes) pero el genial cruce de la élite del ejército macedonio por el Kush impidió a Bessos reunir a sus tropas, por lo que optó por imitar a Darío, y emprendió nuevamente la huída. Cruzó el Oxus (actual Amu-Daria) e incendió los botes de esta rivera, para neutralizar hábilmente la persecución del ejército macedonio.

EL CRUCE DEL OXUS
En cuanto verificó que Bessos había logrado escapar una vez más, Alejandro acampó al pie del Kush, y esperó que el grueso de su ejército y el convoy de pertrechos y asedio recorrieran el camino abierto por la vanguardia macedonia, operación ejecutada en un clima más benigno. Una vez reunido el ejército, el macedonio emprendió la conquista de Bactriana. Asedió y capturó las principales ciudades de esta Satrapía (Aornos y Bactra) y pacificada la región, reemprendió la persecución de Bessos y se dispuso a cruzar el Oxus.
Este río es gigantesco y tiene un kilómetro de ancho. Como la construcción de un puente era imposible, se fabricaron balsas con el cuero de las tiendas, rellenadas de paja, tal y como Alejandro hizo en el Danubio, durante sus campañas en Europa. El ejército cruzó el río en cinco días, hazaña que nada tiene que envidiar al cruce del Rhin por César y sus muchachos. El efecto de esta proeza fue tan contundente como la invasión de César en Germania.
A semejanza de lo acontecido con Darío, el traicionero Bessos fue a su vez traicionado por el sogdiano Espitámenes, quien a partir de entonces se puso al frente de las tropas rebeldes a la autoridad del Magno.  El asesino de Darío fue entregado a Alejandro. Bessos fue tratado como lo que fue (un perjuro) y a su vez fue entregado al valiente Oxatres, el hermano medio de Darío, quien condujo a Bessos ante un tribunal conformado por nobles persas. Alejandro tenía la costumbre de juzgar a los hombres de acuerdo a sus condiciones particulares, es decir, según las leyes del pueblo  y momento al que pertenecieran, un principio que sigue teniendo plena vigencia para la historiografía y ciencia jurídica contemporáneas. Bessos fue ejecutado a la manera persa, cruelmente. Esta medida fue un gran acierto político, pues las satrapías de Media y Persia fueron leales a Alejandro, aún después de su muerte.


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