Por
Joaquín Acosta
“Alejandro es la encarnación del
conquistador total, del rey que monta su negro caballo y reduce a posesión suya
todo cuanto su vista es capaz de abarcar mientras cabalga. Alejandro es la
última conexión con ese mundo mitológico que nos remonta a Homero.”
J. I. Lago
Gracias,
amigo Sátrapa, por tu desinteresada y valiosa ayuda.
ALEJANDRO
EL VENGADOR
De
Susa, Alejandro se dirigió a Persépolis. El camino estaba obstruido por un paso
estrecho de diez kilómetros de largo, un desfiladero extremadamente extenso,
mucho más idóneo que las Termópilas para detener a un ejército invasor. El
nombre de este temible paso es “Las Puertas Persas”, y fue ocupado por el
sátrapa Ariobarzanes, quien según Droysen contaba con poco más de cuarenta mil
hombres. Era la única ruta que conducía a Persépolis, objetivo imprescindible
para la alianza helénica.
Un
primer ataque frontal en este desfiladero fue rechazado. Los que consideren a
los persas y asiáticos como minusválidos bélicos, deberían tomar nota de la
cantidad de veces que los macedonios estuvieron a punto de ser derrotados. En
realidad, la diferencia la hizo el genio militar de Alejandro.
En esta ocasión, el monarca macedonio esperó al anochecer y
con un destacamento mantuvo muchas hogueras encendidas. Seguidamente,
Alejandro en persona condujo su fuerza de élite a través de un terreno boscoso,
una vereda resbaladiza y cubierta de nieve. Droysen considera que esta maniobra
fue la más peligrosa que emprendiera Alejandro. Una vez que el cuerpo del
ejército seleccionado por el comandante macedonio superó el desfiladero, el
segundo Aquiles cruzó el río Araxes y se ubicó en retaguardia de la formación
persa, con el sigilo de un felino que acecha a su presa. Una vez en posición,
las trompetas macedonias ordenaron a Crátero -que se encontraba al mando del
grueso del ejército, en el campamento- que efectuara un segundo ataque frontal
contra “Las Puertas Persas”, al tiempo que el propio Alejandro cargaba contra
los asiáticos por su retaguardia. Hammond dice de esta genial maniobra táctica
desplegada por el Magno:
“La fuerza
persa en completo desorden fue aniquilada entre el martillo y el yunque… El
operativo en su totalidad fue brillante, y el premio fue el corazón del Imperio
Persa: La capital de Darío I y Jerjes.”
En enero del 331 aC, Alejandro ocupó Persépolis. Y decidió
someter el palacio de la ciudad a saqueo, e incendiarlo. Parmenión se opuso.
Sin embargo, Alejandro llevó a cabo su idea.
La
tradición histórica narra que la decisión de Alejandro en Persépolis fue el
fruto de una borrachera en medio de una orgía, y las exhortaciones de una
bellísima hetaira ateniense llamada Tais. Lamb por su parte, considera que el
incendio fue puramente accidental.
En
el prefacio de su obra “El Genio de Alejandro Magno”, N. Hammond, a propósito
de la forma en que hemos de analizar la conducta del macedonio, comenta:
“… en nuestra
era moderna, para citar las palabras de Thomas Carlyle, se caracteriza ‘por una
incredulidad en el gran hombre’, ya que nuestra era no ha logrado producir
estadistas ni líderes de semejante estatura. Para dar un ejemplo, puede ser más
atractivo atribuir el incendio del palacio de Persépolis a un acto de
despiadado vandalismo de una prostituta ateniense y un rey embriagado que
atribuirlo a una decisión política deliberada.”
Esta novelesca leyenda ha sido desmentida por la
arqueología. La decisión de Alejandro fue un acto de propaganda. En aquellos
días los espartanos y otros griegos se mostraban levantiscos, pues
recientemente habían recibido una buena cantidad de oro persa, y el Magno tenía
que apoyar de la mejor manera a su regente en Macedonia (Antípatro) desde Asia.
La medida de Persépolis fue todo un símbolo, en el que los dioses griegos
vengaban las afrentas sufridas por el secular enemigo persa, por medio de su
protegido macedonio. Al hacer excavaciones en aquella zona, los arqueólogos han
encontrado apenas pocos objetos de valor. Esto indica que previamente al
incendio ordenado por el Magno, el gigantesco tesoro acumulado en el palacio de
Persépolis fue retirado. Hablamos de una operación complicadísima, que
indudablemente implicó un titánico despliegue de recursos y tiempo. Los hallazgos
arqueológicos demuestran que las fuentes antiguas son verídicas al narrar que
previamente al incendio, Alejandro ordenó el traslado de los caudales
depositados en Persépolis, lo cual demuestra que el macedonio no actuó
impulsivamente a la hora de calcinar el palacio. Quien se empeñe en ver este
episodio como una muestra de la naturaleza ebria, destructora e impulsiva del
gran macedonio, e insista en desconocer su genio de estadista, sencillamente
desecha los hallazgos arqueológicos y los recientes aportes de la
historiografía contemporánea.
Así mismo, Droysen recuerda que las fuentes clásicas son
más elocuentes a la hora de juzgar la conducta del Magno, que al exponer las
finalidades políticas del conquistador, y se muestra conforme con el veredicto
de Hammond, pese a no contar con la ventaja de conocer los recientes hallazgos
arqueológicos. Igualmente anota que los ancestros macedonios de Alejandro
fueron injuriados por los antiguos reyes persas al conquistar Macedonia y
convertirla en una satrapía persa, así como las derrotas de Filipo en Grecia
antes de Queronea se debieron en buena parte al oro persa.
Como
Persépolis quedó intacta del incendio de su palacio, Alejandro permaneció en la
urbe hasta el mes de mayo, dedicándose a conquistar la región. El general
macedonio era insistente en proteger su retaguardia, y esto implicaba tomar las
medidas necesarias para garantizar que los persas que dejaba conquistados a su
espalda no se rebelarían, por cuanto esto involucraría la creación de un
segundo frente mientras Darío tendría otro ejército, con lo cual serían los
propios macedonios quienes quedarían atrapados entre el yunque y el
martillo. La conducta caballeresca del macedonio, y su respeto hacia las
costumbres y la nobleza persa, no era por que se estuviera corrompiendo, según
lo exponen sus detractores, sino que se trató de una medida complementaria para
asegurar la retaguardia de sus fuerzas armadas, dramáticamente adentradas en
territorio enemigo. Criticar alegremente las medidas políticas de Alejandro, es
sencillamente exhibir la ignorancia que se tiene en materia diplomática y
estratégica especialmente.
A este respecto, Carl Grimberg puntualiza:
“Como soberano
persa (Alejandro) tenía que atender y solucionar la mayoría de los asuntos del
país; de lo contrario le hubieran considerado como extranjero y usurpador y no
hubiera podido mantener su poder en tan inmenso imperio, sólo guarnecido por un
puñado de macedonios, por mucho que fuera su valor en el campo de batalla. Con
todo, tanto griegos como macedonios opinaban que Alejandro iba demasiado lejos
en la adopción de costumbres orientales y la oposición entre ambos conceptos,
occidental y oriental, provocó dramas políticos.”
Alejandro
fue un genio que alternativamente tendió conciliadoramente la mano a sus
enemigos derrotados, al tiempo que tomaba medidas draconianas, imprescindibles
para conservar lo ganado, pero procurando al mismo tiempo circunscribir siempre
los medios al fin propuesto. Esta aparente contradicción entre magnanimidad y
crueldad del macedonio, civilización y salvajismo, se debe a que el Magno tenía
que tener en cintura tanto al mundo griego y europeo como al persa y asiático,
en un equilibrio siempre precario, y más dramático en cuanto fue renuente a
implementar la política de aniquilación del adversario derrotado. La victoria
de Alejandro, en las dramáticas e inestables condiciones verificadas, es algo
único en la historia.
La
medida de Alejandro en Persépolis fue acertada. La rebelión promovida por los
espartanos, y financiada por el oro persa, sólo logró que Elis y Arcadia
desertasen de la Alianza Helénica. Esta defección fue irrelevante, y Antípatro
pudo afrontarla con éxito, siguiendo el patrón de moderación en la victoria
típico de Alejandro. El Magno seguía manteniendo su retaguardia
asegurada, pese a las hábiles maniobras desplegadas por griegos y persas. De
haber sido derrotado, no faltaría quien dijera que la empresa del macedonio
estaba irremisiblemente condenada al fracaso, por cuanto Alejandro tenía al
enemigo en casa, y padecía la cruz de contar con aliados traicioneros, acorde
con un espíritu sencillamente historicista.
Después
de Gaugamela, Alejandro licenció a los jinetes tesalios y otros importantes
contingentes griegos. Cuando estos hombres llegaron a la Hélade, cargados de
gloria y riquezas, y reconociendo que los salvajes e inferiores persas tenían
una cultura exótica y llamativa, con un potencial mercantil enorme, el efecto
producido en la opinión pública griega fue contundente. Cuando tales caudales
afluyeron a Europa, los enemigos de Alejandro fueron sutilmente acallados. Leer
las medidas políticas de Alejandro es admirarse ante su genio de estadista, el
cual hace que Maquiavelo parezca un estudiante de primer año.
En
el entretanto, Darío estaba padeciendo su calvario ante los efectos producidos
por el genio político de Alejandro. La magnanimidad del vencedor, aunada a sus
gloriosas batallas, había resentido la autoridad absoluta y ancestral del
otrora más poderoso monarca del orbe. De ser el hombre más rico del mundo,
Darío se había convertido en un patético fugitivo que comprobaba el precio de
la derrota. El hombre que mediante la traición y el veneno había llegado a
ocupar un sitial en la historia, ahora verificaba el otro lado de la moneda.
Tanto los escitas como los cadusios respondieron con cajas destempladas a la
convocatoria de Darío para organizar un cuarto ejército. Ante el avance de las
victoriosas fuerzas invasoras, el otrora arrogante persa hubo de huir una vez
más. Uno de los parientes del rey persa asesinado que precedió en el trono a
Darío (Arses), optó por pasarse al bando macedonio. Este noble persa, entre
seguir al asesino de su pariente Arses, o a un hombre de honor que respetaba
los pueblos conquistados, optó por la medida más sensata y conveniente para
todos.
Al
enterarse del calvario que estaba padeciendo el felón Darío, Alejandro trasladó
su base de operaciones de Persépolis a Ecbatana, para de esta manera proseguir
con su política de aseguramiento de la retaguardia. Así mismo, el ejército
macedonio se dividió en dos: una primera columna comandada por el propio
Alejandro, se dedicaría a combatir contra el debilitado Darío, mientras que la
segunda, a cargo de Parmenión, se concentraría en la ocupación de las satrapías
de Cadusia e Hircania, y a impedir que estas regiones le suministraran
cualquier tipo de apoyo al rey persa. El arte de la guerra es algo más que
limitarse a ganar batallas.
Una
vez culminados los preparativos logísticos imprescindibles, el Magno emprendió
una fulminante caza, encaminada a capturar al propio Darío. La hora de la
venganza por el asesinato de Filipo se acercaba. La persecución fue implacable.
El ritmo de marcha del Magno era tan arrasador, que tanto infantes como jinetes
y bestias se desplomaban. Lamb dice que al perseguir a Darío desde Ecbatana,
Alejandro y sus tropas recorrieron trescientas millas en once días. Sin
embargo, Darío contó con la ventaja de que Alejandro se viera obligado a
detenerse para organizar el dominio de la recientemente adquirida satrapía de
Media.
Con todo, las dificultades del propio Alejandro no
impidieron que Némesis le pasara cuenta de cobro al derrotado persa. Cuando el
rey macedonio se encontraba en Corene, le informaron que Darío había sido
arrestado por sus generales asesores (Bessos, Nabarzanes, y Barsentes). Lo que
quedaba del ejército persa después de Gaugamela, dejó de ser guiado por el
general de papel que ostentaba el mando puramente nominal (es decir Darío), y
el caudillaje fue asumido por los verdaderos comandantes de la campaña. Si la
marcha de Alejandro había sido hasta ese momento a un ritmo arrollador, en
cuanto se enteró de este golpe de estado, la persecución se efectuó a un compás
prácticamente sobrehumano. Primero, durante otros diez días de marcha infernal,
la élite del ejército macedonio soportó el ritmo del Magno, una máquina de
combatir, un soldado entrenado desde su más tierna infancia para soportar todo
tipo de privaciones y esfuerzos físicos y mentales. Tras un breve respiro de un
día, la fuerza persecutora marchó durante dos días más sin apenas descanso. En
ese momento el general macedonio se enteró de que el noble persa Artabazos
abandonó a los traidores de Darío, y que los mercenarios griegos supervivientes
de Issos y Gaugamela le siguieron. Los exhaustos macedonios, cuando estaban
empezando a recuperar colores, perdidos por la agotadora marcha, reiniciaron su
infernal persecución. Marcharon toda la noche y todo el día siguiente. Ya
estaban pisándole los talones a Bessos.
Como
la élite de los macedonios estaba peor que agotada por la marcha tan
salvajemente desplegada, Alejandro se quedó con los quinientos soldados menos
consumidos, y continuó con la persecución, dotando de cabalgaduras a los
infantes que continuarían esta cacería. Durante la noche se recorrieron unos setenta
y cuatro kilómetros más, y al amanecer los macedonios toparon con el enemigo,
que contaba con una pasmosa superioridad numérica. Sin embargo, la rapidez con
la que el Magno interceptó a los supervivientes de Gaugamela fue decisiva. Sólo
unos pocos asiáticos afrontaron la carga de los extenuados jinetes macedonios.
Alejandro fue el primero en acometer a los numerosos enemigos, y su heroísmo le
dio fuerzas a sus exhaustos soldados. La victoria de los macedonios fue
rotunda.
Lo cual determinó que los captores de Darío le asesinaran
en el fragor de la batalla antes de huir. Cuando un soldado macedonio dio con
el monarca depuesto, éste se encontraba moribundo, abandonado en un carro
volcado, y atravesado por varias lanzas; el otrora amo de la tierra le rogó al
macedonio que lo había encontrado, que le regalara un poco de agua. El soldado
de Alejandro accedió a sus pretensiones. Se dice que las últimas palabras de
Darío fueron de gratitud y bendiciones hacia el Magno. El probable
asesino de Filipo murió de la misma forma en que accedió al poder: mediante la
traición y la infamia. Cuando Alejandro encontró a Darío, éste ya estaba
muerto. Frente al rey macedonio yacía el cadáver del hombre que factiblemente
era el autor intelectual de la muerte de su padre. La venganza se había
consumado. ¿Qué hizo Alejandro con el cadáver del hombre que en un remoto
pasado le menospreciara, y financiara todo tipo de revueltas, traiciones y
homicidios, tanto consumados como frustrados? ¿Descuartizó el cadáver y lo
arrojó a los perros? ¿Lo empaló?
Alejandro
con su propia capa, y con el mayor respeto, cubrió el cadáver de Darío. He ahí
al monstruo de lascivia, crueldad y ambición del que hablan los detractores del
macedonio. Por orden de Alejandro, Darío recibió funerales de un Gran Rey de
Persia. Sisigambis (la madre de Darío) presidió las exequias y honores
mortuorios. Si el ansia desenfrenada de conquista y el libertinaje depravado
consiste en mostrarse magnánimo en la victoria, y moderado con el enemigo
vencido, Alejandro es el peor de los monstruos que ha producido la historia.
Ojalá que el mundo se llenara de flagelos como este bárbaro salvaje que todavía
da más de una lección de caballerosidad a los “civilizados” que denigran de su
memoria, al tiempo que tales detractores se solidarizan con la crueldad y el
egoísmo de los amos del momento, y del pasado. Alejandro no fue de los que
confundía a un individuo con todo un pueblo. Humillar el cadáver de Darío
hubiera sido humillar a todos los persas, y el gran macedonio lo sabía perfectamente.
Nadie como Alejandro mostró tan escrupuloso respeto hacia los pueblos
extranjeros derrotados. Este es el fundador del fascismo que nada le legó a la
historia, según determinados indocumentados afirman.
EL
AVANCE HACIA EL ESTE
El
previsor Alejandro, desde sus primeras conquistas en Asia, había adelantado un
plan de entrenamiento militar con los jóvenes de las diferentes satrapías
ocupadas (al respecto, ver el artículo “Alejandro y la Conquista del
Mediterráneo Oriental”). En otoño del 330 aC se le unieron los primeros
contingentes que habían culminado el plan de entrenamiento, procedentes de
Lidia, Licia, Siria y hasta de Egipto. Junto a la caballería de élite
macedonia, el Magno encuadró otra asiática, la cual nada tenía que envidiar a
la europea, más bien al contrario. Uno de los principales jefes de este
contingente era el propio Oxatres, el gigantesco medio hermano de Darío, que
tan valientemente había combatido en Issos. Este bravo iranio era de los pocos
guerreros que habían luchado personalmente contra Alejandro, y había podido
escapar para contarlo. Poco después del asesinato del monarca persa, se puso a
disposición del soberano macedonio, pues compartían ahora al mismo enemigo:
Bessos. Desde entonces, fue uno de los mejores comandantes de caballería de las
fuerzas del Magno.
Después
del rescate del cadáver de Darío, Alejandro venció a los tapurios, habitantes
de la región del monte Elburz, el cual alcanza la pasmosa altura de 5.650
metros. Artabazos y sus mercenarios griegos se pasaron igualmente al bando
macedonio. En agosto, Partia era posesión de Alejandro. Éste mantuvo su
política de reforma en su ejército, incorporando los aportes bélicos asiáticos.
Así mismo, fortaleció su plan de entrenamiento de la juventud en las diferentes
satrapías conquistadas, el cual fue más allá de lo meramente militar, pues el
Magno creó un precedente de escuelas públicas en donde aparte de formación
física se impartió la enseñanza del idioma griego y de la cultura helénica.
Alejandro había conseguido finalmente vengar a Filipo, y llevar la cultura
griega a confines jamás soñados. Lo realizado hasta ese entonces no ha sido ni
remotamente emulado hasta la presente fecha. ¿Se detendría por ello Alejandro?
La razón de vivir del guerrero, es la guerra. Hace dos mil
y tantos años, era inconcebible una guerra sin derramamiento de sangre. Hoy se
sueña -y se ha logrado ocasionalmente- guerras que sólo traigan
enriquecimiento. Guerras sin armas asesinas, guerras de ideas. Pero en aquellos
días la realidad era muy diferente a la actual. El mundo había cambiado. Pero
de ninguna manera Alejandro era de los que se dormía sobre sus laureles. La
intención de Alejandro no era la de aumentar el caos, sino la de establecer un
orden nuevo, y al mismo tiempo universal. Ahora era el macedonio el Gran Rey,
el señor de las tierras. Y el nuevo amo del imperio tenía que honrar tal
conquista. Era la hora de ajustar cuentas con el traidor Bessos. Los dioses
occidentales y orientales así lo exigían.
De
Partia, Alejandro marchó a Areia, en donde se enteró que Bessos esperaba un
importante contingente de jinetes escitas, los “mongoles de la antigüedad” que
tantas dificultades crearon en Gaugamela. El sátrapa de Areia, Satibarzanes, se
puso a disposición del Magno, quien le confirmó en su puesto de gobernador. En
esa zona, recibió algunos refuerzos enviados por Parmenión desde Ecbatana.
Hammond dice que para esa época el ejército macedonio contaba con unos 45.000
efectivos.
De
Arieia, Alejandro se dirigió a Bactriana, para enfrentarse con su nuevo
enemigo. A mitad de camino, se enteró que Satibarzanes pasó a cuchillo al
destacamento macedonio dejado como guarnición en Areia, y que había proclamado
su adhesión a Bessos. Entendiendo que su retaguardia estaba amenazada,
Alejandro deshizo el camino recorrido, y en dos días recorrió la impresionante
cifra de 110 kilómetros, y en pleno territorio montañoso, una verdadera hazaña
bélica, que demuestra la calidad del ejército recientemente reformado por el
propio Alejandro. La rapidez del contraataque macedonio fue tan efectiva, que
el retorcido Satibarzanes se vio obligado a huir y reunirse con Bessos, pues
jamás esperó una respuesta tan fulminante. Si Alejandro dejaba impune este acto
de traición, su retaguardia se expondría a peligros mayores que el representado
por el propio Bessos en el frente, por lo que reprimió la revuelta severamente,
ejecutando a los cabecillas capturados y vendiendo como esclavos a los
colaboradores. No obstante, cuando Alejandro asedió Artacoana, la capital de la
Satrapía de Areia, accedió a las peticiones de perdón que elevaron los
habitantes de la ciudad. El Magno se la jugó toda por su política de
reconciliación entre vencedores y vencidos. Como símbolo de este aventurado
gesto de magnanimidad, fundó otra Alejandría (de Areia) y la pobló con
macedonios, griegos y asiáticos, y de acuerdo con su política implantó escuelas
públicas que enseñaran a los jóvenes la cultura griega y recibieran
entrenamiento militar macedonio. Y apostando por la reconciliación entre
enemigos seculares, designó nuevamente a un persa como Sátrapa. Si esto es
aportarle nada a la historia, la realidad es el nadaísmo.
LA
TRAICIÓN DE FILOTAS Y LA EJECUCIÓN DE PARMENIÓN
De
Areia, Alejandro se dirigió al sur, a la satrapía de Drangiana. En octubre de
330 aC, el rey macedonio fue informado de una conjura para asesinarle. Se
enteró por un soldado llamado Kebalinos, quien en primer lugar se dirigió a
Filotas. Como el tiempo pasara sin que el propio Filotas hablara con Alejandro,
Kebalinos sospechó que el Hetairo estaba de acuerdo con el complot. En
consecuencia, Kebalinos habló con un escudero o paje real. En esta ocasión, el
Magno fue alertado inmediatamente.
En
cuanto el Magno fue advertido, dio la orden de arrestar a los implicados. El
jefe de la conjura, llamado Dimnos, trató de suicidarse, según Hammond. Droysen
dice que Dimnos logró acabar con su vida. Filotas fue igualmente capturado. Al
día siguiente de los arrestos, la asamblea de macedonios libres fue convocada
para celebrar el juicio. La totalidad de macedonios en armas presentes, serían
los jueces.
Los
conjurados recibieron un tratamiento muy diferente al que pretendían
suministrarle a su rey, y en el caso de Filotas, amigo de toda la vida. Cada
uno de los acusados arrestados pudo defenderse. Filotas confesó que sabía del
complot, y que nada dijo a Alejandro, pese a que éstos dos se veían dos veces
por día. El general macedonio acusado alegó que Dimnos ladraba, pero no mordía,
y con su célebre arrogancia, el comandante de los Hetairos declaró que se le
estaba dando demasiada importancia a las acusaciones de Kebalinos. Filotas
también confesó que los conspiradores le habían convencido de que guardara
silencio.
No
todos los acusados fueron condenados. Arriano habla de “cuatro hijos de
Andrómenes” que fueron absueltos por la asamblea. Con todo, Parmenión fue
inculpado. La tradición macedonia exigía que los parientes varones de quien
fuera condenado como traidor fuesen igualmente ejecutados. Como se dijo
anteriormente, Parmenión -el padre de Filotas- se encontraba en Ecbatana,
cubriendo la retaguardia y suministrando provisiones y refuerzos al ejército
macedonio. Era el segundo hombre más poderoso de Asia, y contaba con 6.200
macedonios, 5.600 mercenarios griegos y 180.000 talentos, según Hammond. Este
veterano lugarteniente fue ejecutado sin enterarse de que había sido juzgado y
condenado in absentia por la asamblea macedonia. Droysen cuenta que a Filotas
se le incautó una carta suscrita por el propio Parmenión, en donde este ducho
general manifiesta: “Velad primero por vosotros mismos, luego por los vuestros
y alcanzaremos lo que nos proponemos”, e igualmente reconoce que el propio
Alejandro se retiró de la asamblea, para permitir que Filotas ejerciera su
defensa más eficazmente, así como el monarca macedonio impidió que Coinos
lapidara a su cuñado Filotas sin que éste se defendiera de las acusaciones, y
que -supuestamente- bajo tormento posterior Filotas reconoció que él y
Parmenión habían hablado de dar muerte a Alejandro, si bien el viejo general
ignoraba la presente conjura. Finalmente en lo relativo a este episodio, el
historiador germano apunta que Tolomeo -recogido por Arriano- en ningún momento
narró que Filotas haya sido sometido a tortura.
Los
soldados de Parmenión estuvieron a punto de amotinarse al enterarse de la
muerte de su comandante. En cuanto se leyó la carta que Alejandro había
elaborado para explicar las razones de la ejecución, los hombres se calmaron.
Entendieron que la muerte del soldado más veterano de Macedonia era necesaria
para evitar una nefasta guerra civil, la cual sólo beneficiaría a Bessos. El
punto no era que Parmenión fuese culpable. Lo que motivó a los macedonios a
votar por la ejecución del viejo león, era que éste estaba en condiciones de
aislar al ejército macedonio de sus provisiones, y que seguramente al enterarse
que la propia asamblea de macedonios había decidido la muerte de su primogénito
y único hijo vivo (los otros dos habían muerto en campaña) Parmenión emplearía
sus tropas, dinero y autoridad sobre las diferentes satrapías occidentales para
ejecutar una guerra de venganza y exterminio contra el ejército macedonio.
¿Qué
sintió el propio Alejandro de todo esto, y de la muerte de Parmenión? Es
difícil saberlo. El Magno había visto cómo su propio padre fue asesinado por el
comandante de su guardia de corps, es decir, por el hombre encargado de
proteger la vida del rey. Desde su ascenso al trono, Alejandro sabía que no
podía confiar plenamente en nadie. Arriano y Plutarco comentan que Filotas
conspiraba contra Alejandro desde la conquista de Egipto, en donde el rey
macedonio fue informado por Crátero, otro notable general, que el hijo de
Pasrmenión tramaba una conjura contra Alejandro, pero que éste se negó a
sospechar de su lugarteniente y amigo. Plutarco resalta que durante el juicio a
Filotas, Alejandro se abstuvo de recordar las viejas acusaciones de Egipto a la
asamblea, y que el Magno respetó escrupulosamente los derechos de Filotas y
demás acusados. Les permitió defenderse, y aseguró la celebración de un juicio
respetuoso de las garantías imperantes en la época, pese a que dentro de dicho
juicio se confirmó la veracidad de las acusaciones contra Dimnos y
Filotas, en el sentido que Alejandro se salvó de ser asesinado por un pelo.
Alejandro
el Lincesta, arrestado cuatro años atrás por conspirar con Darío para asesinar
al Magno, fue igualmente juzgado y condenado. La carta incautada a Sisines fue
la prueba reina de este caso. (Al respecto, ver el artículo “Alejandro y la
Conquista del Mediterráneo Oriental”).
Es
importante resaltar que la grandeza de Alejandro igualmente se manifestó en
este lamentable episodio. Pese a saber que su propia vida corrió un peligro
inminente, no por eso el macedonio hizo uso de su poder para ejecutar a los
conspiradores inmediatamente. El monarca actuó rápida y contundentemente para
desarticular la conjura, pero sin desconocer por ello las garantías imperantes
en ese entonces. La muerte de Parmenión siempre será triste y lamentable, pero
el propio Filotas debió pensar en ello antes de decidirse a traicionar a su rey
y amigo de la infancia, pues como macedonio que era sabía perfectamente la pena
que merecía su conducta.
Como
eco del respeto al derecho a defenderse en un juicio justo, centurias después
un joven romano se opuso a la ilegítima ejecución de ciudadanos, la cual se
efectuó en nombre del peligro inminente. El nombre de este valiente senador es
Cayo Julio César, y como recompensa a su defensa de la legitimidad, sus
enemigos políticos le acusaron de complicidad con los ejecutados. Traidores
como César es lo que el mundo de hoy necesita. La humanidad y las garantías
políticas y sociales así lo demandan.
Esta
conjura contra Alejandro marcó profundamente su posterior política. Fue su
trato tolerante y respetuoso hacia los pueblos conquistados lo que determinó
esta conspiración. Quizás por el despecho a la oposición de esta política
revolucionaria y de avanzada, de tratamiento igualitario entre vencedores y
vencidos, Alejandro acentuó su acercamiento hacia los persas. Como símbolo del
fortalecimiento de su programa de tolerancia y respeto hacia los pueblos
asiáticos, el Magno adoptó la vestimenta y ceremonial persa, y hasta incorporó
asiáticos en su guardia personal, para consternación de los macedonios. Su
mejor amigo Hefestión, fue uno de los pocos europeos que apoyó sinceramente a
Alejandro en esta política.
LA
REALIZACIÓN DE UNA HAZAÑA JAMÁS IGUALADA
Una vez vueltas las aguas a su cauce normal, Alejandro
continuó su guerra contra Bessos, al tiempo que organizaba la administración de
la satrapía de Aracosia, dejando una guarnición de 4.000 infantes y 600
jinetes, según Droysen. Faure comenta de estas geniales medidas: “Los actos del
rey son en esta época no sólo los de un jefe guerrero, sino también los de un
administrador cuidadoso de asegurar sus comunicaciones con las partes más
alejadas de sus posesiones.”
Por su parte, Bessos sabía perfectamente la talla del león
que iba en su búsqueda. Por enésima vez, contra el gran Alejandro se empleó la
estrategia de retirada y tierra quemada, la misma que en su momento el gran
Memnón tratara de implementar contra Alejandro antes de la batalla del Gránico.
La misma que desarticuló las hazañas de Napoleón en Rusia. El enemigo contra el
que ningún general podría vencer.
Semejante política le suministró a Bessos el más temible de
todos los aliados, más poderoso que el mayor de los guerreros, o el más
fantástico monstruo mitológico: el Hindu Kush (“el destructor hindú”),
impresionante complejo caracterizado por sus elevadas montañas que pueden
llegar a alcanzar más de 7.600 metros de altura.
Para hacernos una idea de lo que este temible adversario
representa, vale la pena citar lo que un guerrero del siglo XXI siente hacia
este temible adversario.
Tom Carew, especialista de las fuerzas especiales británicas
SAS, el comandante inglés que entrenó a los Talibanes, cuenta a propósito de
esta zona:
“El terreno afgano es «una auténtica fortaleza
natural» minada y casi inexpugnable, donde cualquier vehículo es inútil, la
nieve pronto llegará hasta el cuello y los guerrilleros locales no temen morir
(…)
Por encima de los 3.000 metros, el aire empezaba a
faltar y mi capacidad de concentración iba paulatinamente disminuyendo. Como
territorio a atacar, aquello era una absoluta pesadilla. Una auténtica
fortaleza natural. Con los vehículos no se puede ir demasiado lejos; además de
que se pueden atascar en el lodo, los pasos de montaña son sumamente
escarpados.
Los rusos lo pasaron horrorosamente mal; una cosa es
enviar a la infantería y otra muy diferente tener al enemigo dentro del radio
de acción de la artillería y los morteros. Con pésimos pasos de montaña como
aquellos, era algo casi imposible…”
“El último ejército que consiguió vencer
en Afganistán fue el de Alejandro Magno; los demás fueron literalmente
destrozados.”
¿Por qué este panorama tan desolador? El corresponsal de
guerra Jon Bonné nos da la respuesta:
“Cuando
finalmente lograron llegar a Afganistán hace dos mil años, los griegos llamaron
a aquellas montañas el Cáucaso, que significa "los confines del
mundo". A decir verdad, el Hindu Kush, la majestuosa pero lúgubre cadena
montañosa que divide el territorio afgano como los nervios de una hoja, no es
la cordillera más alta ni la más escarpada de Asia central. Sin embargo, ha
servido como escudo contra las invasiones a lo largo de toda la historia…
De entre todas las impactantes características que
reúne Afganistán, quizás el Hindu Kush y sus vertiginosas cumbres (algunas de
más de 6,000 metros) sean los mejores ejemplos de cómo se vive la vida y cómo
se dirimen las guerras en este país. Los combates en suelo afgano han sido
difíciles incluso para las potencias militares más importantes del mundo. Como
recientemente ha señalado el secretario de Defensa estadounidense, Donald
Rumsfeld, “desde el principio de esta campaña sabíamos que las incursiones por
tierra iban a ser extremadamente complicadas”. Esta situación ha sido una
constante durante miles de años. En el año 329 antes de Cristo, Alejandro
Magno condujo sus tropas hacia el Kush por el traicionero paso de Khawak,
situado a más de 3,500 metros de altura, entre el debilitado aire de aquellas
cumbres. Tuvieron que caminar durante dos meses para atravesar la más fácil de
las tres opciones que existen para cruzar el Kush.”
“La más fácil de las opciones”, dice este autor.
Nunca un ejército occidental ganó allí una guerra desde Alejandro Magno.
Ejércitos que contaron con todo tipo de armas de fuego, artillería tan
sofisticada como nunca soñó un hombre de la antigüedad, y hasta con el apoyo de
fuerza aérea, con una infraestructura logística y armamentística de fuerza
mecanizada, fracasaron en el mismo sitio en el que hombres armados únicamente
con picas y espadas, cuyo principal soporte eran acémilas, guerreros ignorantes
de la futura energía a vapor o eléctrica, mucho menos la nuclear, lograron
vencer. Veamos cómo se logró esta hazaña única en la historia del mundo.
Antes de adentrase en las alturas del temible
destructor Hindú, (desde la ocupación de Susa), Alejandro había reformado el
ejército, para adaptarse al nuevo tipo de guerra que se avecinaba; formó nuevas
unidades que se especializaron en la guerra de montaña. De esta manera, el
Magno acababa de constituir el precedente de los modernos comandos,
anticipándose unos veinticuatro siglos. Así de simple. Esta es la talla del
general macedonio.
Una vez culminado el entrenamiento de las nuevas
unidades, Alejandro las estrenó en una campaña contra los Ucsos, asentados al
sureste de Susa, obteniendo los mejores resultados. Desde Susa, el Magno se
había preparado para esta nueva fase de sus campañas. Esta capacidad de
anticipación y adaptación a las nuevas circunstancias, le valieron el asombroso
invicto con el cual logró domeñar a la historia.
En cuanto los hombres que estaban bajo las órdenes de
Parmenión se reunieron con Alejandro, el ejército macedonio se adentró en el
Hindu Kush. El monarca macedonio había estado reuniendo provisiones durante dos
meses, mientras organizaba la administración de la satrapía de Aracosia, para
estar en condiciones de librar esta campaña en pleno invierno, y neutralizar la
temible estrategia de Bessos.
A
pesar de todas las medidas del Magno, los macedonios sufrieron lo indecible. De
no haber sido por la genial idea de acumular provisiones, el ejército entero
habría sucumbido. Al tiempo que el soberano macedonio adelantaba sus
operaciones, el nuevo amo del mundo agasajaba y honraba a los líderes asiáticos
que se pasaban a su bando. Los que cometían la imprudencia de resistir, eran
derrotados por el ejército reformado por el macedonio, en donde la caballería
servía de cebo para llevar al enemigo donde la infantería y la artillería de
Alejandro, previamente emplazadas, destrozaban a aquellos orgullosos
guerrilleros asiáticos. Con todo, Besos era escurridizo, y siempre lograba
escapar del cerco macedonio.
En
el invierno del 329 aC, Alejandro se anticipó a Bessos, dejando atrás al grueso
del ejército macedonio y ocupando el paso del Khawak, anteriormente mencionado.
Las condiciones eran extremas, y la entereza con la que Alejandro en persona
levantaba y reanimaba a los caídos causa la admiración de los clásicos. Curcio
(Más escéptico que Arriano a la hora de reconocerle virtud al monarca
macedonio) comenta de este episodio histórico:
“El rey iba y
venía a pie a lo largo de la columna, animando a los soldados agotados y
ofreciendo a aquellos que seguían adelante con dificultad el apoyo de su
cuerpo. Estaba presente a la cabeza, en el centro, en la cola de la columna,
multiplicando para sí mismo las fatigas del camino”
El cruce duró unos dieciséis días y en lo que a penalidades
se refiere, nada tiene que envidiar al cruce de los Alpes por Aníbal, según lo
apunta el propio Droysen.
Pese
a todas las previsiones, la comida se agotó y fue necesario sacrificar a las
bestias de carga e ingerir la carne cruda, pues ni leña se podía conseguir.
Pero estas penalidades bien valieron la pena. Bessos jamás se imaginó que
Alejandro y su ejército se atrevieran a cruzar el Hindu Kush en pleno invierno.
El rebelde persa contaba con aplastante superioridad numérica (se registró que
su caballería ascendía a treinta mil jinetes) pero el genial cruce de la élite
del ejército macedonio por el Kush impidió a Bessos reunir a sus tropas, por lo
que optó por imitar a Darío, y emprendió nuevamente la huída. Cruzó el Oxus
(actual Amu-Daria) e incendió los botes de esta rivera, para neutralizar
hábilmente la persecución del ejército macedonio.
EL
CRUCE DEL OXUS
En
cuanto verificó que Bessos había logrado escapar una vez más, Alejandro acampó
al pie del Kush, y esperó que el grueso de su ejército y el convoy de
pertrechos y asedio recorrieran el camino abierto por la vanguardia macedonia,
operación ejecutada en un clima más benigno. Una vez reunido el ejército, el
macedonio emprendió la conquista de Bactriana. Asedió y capturó las principales
ciudades de esta Satrapía (Aornos y Bactra) y pacificada la región, reemprendió
la persecución de Bessos y se dispuso a cruzar el Oxus.
Este
río es gigantesco y tiene un kilómetro de ancho. Como la construcción de un
puente era imposible, se fabricaron balsas con el cuero de las tiendas,
rellenadas de paja, tal y como Alejandro hizo en el Danubio, durante sus
campañas en Europa. El ejército cruzó el río en cinco días, hazaña que nada
tiene que envidiar al cruce del Rhin por César y sus muchachos. El efecto de
esta proeza fue tan contundente como la invasión de César en Germania.
A
semejanza de lo acontecido con Darío, el traicionero Bessos fue a su vez
traicionado por el sogdiano Espitámenes, quien a partir de entonces se puso al
frente de las tropas rebeldes a la autoridad del Magno. El asesino de
Darío fue entregado a Alejandro. Bessos fue tratado como lo que fue (un
perjuro) y a su vez fue entregado al valiente Oxatres, el hermano medio de
Darío, quien condujo a Bessos ante un tribunal conformado por nobles persas.
Alejandro tenía la costumbre de juzgar a los hombres de acuerdo a sus
condiciones particulares, es decir, según las leyes del pueblo y momento
al que pertenecieran, un principio que sigue teniendo plena vigencia para la
historiografía y ciencia jurídica contemporáneas. Bessos fue ejecutado a la
manera persa, cruelmente. Esta medida fue un gran acierto político, pues las
satrapías de Media y Persia fueron leales a Alejandro, aún después de su
muerte.
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