Por
Joaquín Acosta
¿Qué, pues? ¿Consentiremos en afirmar
que la Fortuna alcanzó a Alejandro después de a Sardanápalo y en atribuirle a
ella la grandeza y el poder de Alejandro? ¿Qué le concedió más, de lo que los
demás reyes obtuvieron de ella? ¿Armas, caballos, proyectiles, dinero,
guardias personales? Haga la Fortuna con ello grande a un Arrideo, si es que
puede. Haga con ello grande a Oco o a Oarses o a Tigranes, el armenio, o al
bitinio Nicomedes.
Plutarco
A
Patricia AL, Anaximandro y demás hermanos macedonios
LA
TRAICIÓN DE SOGDIANA Y BACTRIANA
Una vez derrotado Bessos, Alejandro se dedicó a consolidar
la organización de los territorios conquistados. Cuando se encontraba en las
orillas del río Jaxartes, se enteró que la guarnición destacada en Samarcanda
fue atacada por unos treinta mil hombres. Alejandro se enfrentó a esta nueva
insurrección, de la que sólo escaparon ocho mil rebeldes. En esta ocasión,
además de una nueva victoria para el Magno, una flecha le fracturó la pierna.
Mientras se recuperaba de esta dolorosa herida, Alejandro fundó Alejandría
Escate o del fin del mundo.
El
avance de Alejandro constituye una monótona serie de victorias y conquistas (en
dos días se tomaron cinco baluartes que poco o nada tenían que envidiar a la
célebre fortaleza medieval de los asesinos en Alamut) Quien conozca la
geografía de aquella región podrá admirarse del genio que conquistó aquellos
inaccesibles nidos de águilas. Alejandro trató a aquellos pueblos traicioneros
de acuerdo con la necesidad de sentar un precedente que disuadiera futuras
rebeliones. Los varones adultos fueron ejecutados, y el resto de la población
esclavizada.
Vale
la pena narrar brevemente la forma en que el Magno capturó una de aquellas
inconquistables fortalezas: Cirópolis, fundada por el mismísimo Ciro el Grande.
El fundador del imperio persa sabía lo que hacía al crear esta fortaleza, pues
los bastiones eran impresionantes y muy fáciles de defender. Alejandro no se
arredró. Aún cojeando, y al frente de la élite de sus tropas de asalto, el
Magno aprovechó que el río que atravesaba esta ciudad estaba seco, y se
infiltró en la plaza. A golpes de espada el rey macedonio se abrió paso hasta
varias puertas, y las abrió para que el resto del ejército penetrara. Alejandro
logró en Cirópolis lo que el propio Aquiles fue incapaz de alcanzar en Troya. Y
hay que recordar que el Magno no fue sumergido en la Estigia cuando era un
bebé, y que por lo tanto no era invulnerable. De hecho, en la toma de Cirópolis
una piedra alcanzó el cuello del comandante macedonio, dejándole inconsciente.
Pero con el valor de Heracles, el Magno se recuperó, y venciendo el
insoportable dolor tomó la plaza del mercado, atrayendo así el ataque principal
de los defensores mientras el grueso de las tropas franqueaba las puertas y
murallas de la ciudad.
Con todo, los ocho mil sogdianos que sucumbieron, cayeron
durante el fragor del combate, pues el Magno perdonó a los que se rindieron.
Con la toma de Cirópolis la revuelta parecía sofocada. Pero al poco, Alejandro
se enteró que el traicionero Espitámenes estaba sitiando Samarcanda. Al mismo
tiempo un poderoso ejército escita había cruzado el Jaxartes, e invadido el
imperio que ahora pertenecía a Alejandro. La situación era muy delicada. No hay
que descartar un acuerdo entre Espitámenes y los escitas desde esa época. Este
asiático sería un traidor, pero en todo caso se trataba de un enemigo sumamente
peligroso y escurridizo, y que estaba a un paso de poner en jaque al propio
Alejandro.
Ante
la inminencia del peligro, el Magno dividió en dos su ejército. Mientras el
primer contingente iría contra Espitámenes, el propio Alejandro se enfrentaría
a los temibles e invictos escitas, los mismos que derrotaran al invicto Ciro el
Grande, y que obligaron a huir al primer emperador persa llamado Darío,
igualmente apodado el Grande.
En
esta web se ha expuesto frecuentemente la superior capacidad táctica de los
jinetes arqueros. Fue este modelo bélico el que permitió a Atila, Gengis Kan y
Tamerlán sus formidables conquistas en la edad media. De nada sirve poseer la
mejor armadura o la más numerosa tropa, al enfrentarse a un enemigo que es
capaz de diezmar al adversario a distancia, mientras retrocede. Fue de esta
manera como los jinetes partos derrotaron a las legiones de Craso, o como los
persas derrotaron a las legiones comandadas por Gordiano, Filipo el Árabe,
Valeriano y Juliano el Apóstata. De hecho, la historia de Asia verifica
la superioridad bélica de los pueblos de las estepas sobre los ejércitos
civilizados, hasta el advenimiento del arma de fuego. Hasta que el civilizado
le opuso el cañón al jinete arquero, fue éste quien impuso su ley en el campo
de batalla asiático. La única forma de evitar que el nómada aniquilara al
sedentario fue mediante la construcción de ciudades fortificadas. (De ahí que
en China se construyera posteriormente la Gran Muralla) Y ahora, la falange
macedonia abandonaba el refugio de las fortalezas, y aceptaba librar batalla contra
los jinetes esteparios en el terreno en el que siempre los civilizados habían
sido derrotados. La diferencia en esta ocasión radicó en que los sedentarios
estaban comandados por Alejandro de Macedonia.
Este
gran capitán sabía contra quiénes se enfrentaba. En Gaugamela, los escitas
mandados por Bessos fueron un peligro a neutralizar, y sólo se desarticuló
mediante la brecha creada por Alejandro en la infantería persa. Ahora, los
escitas no contaban con el estorbo de una infantería que les impidiera emplear
su táctica de vomitar sobre el enemigo un diluvio de flechas mientras
retrocedían y eludían el combate cuerpo a cuerpo, y el Magno lo sabía. Pero su
genio ya había vislumbrado la manera en que se enfrentaría a este temible
enemigo.
Cuando
los dos adversarios invictos (macedonios y escitas) se entrevieron, el Jaxartes
los separaba. Antes del temible choque, Alejandro ofrendó los correspondientes
sacrificios, pues sabía cuán peligroso era este nuevo enemigo. Al leer los
signos, el adivino Aristandro advirtió que leía presagios adversos. Ante una
señal tan nefasta, se hizo un segundo sacrificio, y los dioses aclararon que
era el propio Alejandro quien se enfrentaba a un peligro inminente. El rey
macedonio proclamó a sus soldados que se podía entablar batalla contra los
escitas, ya que el ejército macedonio no corría ningún peligro. Acto seguido,
emprendió las correspondientes maniobras encaminadas a cruzar el río.
Como se ha dicho anteriormente, el ejército macedonio
acostumbraba cruzar los ríos en balsas construidas con tiendas, pero el
problema radicaba en que los escitas esperaban en la otra orilla, con sus arcos
dispuestos. Fue entonces cuando Alejandro ordenó que sus catapultas y balistas
abrieran fuego. Antes que los chinos y rusos con sus cañones, el Magno ideó la
táctica de neutralizar las oleadas de flechas mediante descargas de artillería.
Alejandro se adelantó nuevamente unos veinte siglos en materia táctica.
Napoleón por citar un ejemplo, supo sacar el mayor provecho a este principio
táctico patentado por el macedonio.
Gracias al ataque de artillería, el ejército macedonio pudo
cruzar el río sin sufrir bajas. La coordinación entre el fin de la carga de
proyectiles y el desembarco de la primera fuerza fue tan precisa, que cuando
los escitas se sobrepusieron al desconcierto del ataque de las infernales
máquinas de guerra macedonias, sufrieron contundentes cargas de caballería en
una sucesión impresionante. Con todo, los valerosos escitas no se resignaron, y
empezaron a implementar su tradicional táctica de retroceder y rodear a su
enemigo, similar a la de Aníbal en Cannas.
Cuando
el cerco de los escitas sobre la fuerza de caballería macedonia estuvo
culminado, una segunda fuerza mixta de caballería e infantería, compuesta por
jinetes, arqueros y agrianos, magníficos lanzadores de jabalinas los últimos,
cargaron contra la retaguardia de los escitas mientras éstos retrocedían de la
primera fuerza macedonia. Hammond dice que “Alejandro asumió el mando de un
grupo y atacó con sus escuadrones cada formación en columna”. Una vez más, el
comandante macedonio convirtió la principal ventaja de un adversario invicto en
su principal desgracia.
Los
jinetes arqueros fueron invencibles en sus estepas siglos antes de Alejandro, y
muchos siglos después de la muerte del Magno, durante toda la antigüedad, edad
media y hasta los albores de la edad moderna, cuando las armas de fuego
-artillería de pólvora principalmente- acabarían con la ventaja del jinete
arquero. Aunada a esta realidad, debe recordarse que el imperio persa envió
contra los macedonios un ejército tras otro, cada uno más poderoso y
escarmentado que el anterior, y que así mismo cada derrota persa en batalla
campal fue más desastrosa que la precedente, pese a que el Magno en Gaugamela
contaba con menos veteranos que en Gránico, debido a las bajas en combate, la
necesidad de destacar guarniciones en los territorios conquistados, y la demora
en recibir refuerzos desde Macedonia. Estas realidades permiten concluir que el
Magno es uno de los más grandes tácticos de la historia, digno rival de Aníbal,
Escipión, César y Napoleón, y maestro inspirador de estos genios posteriores.
Siempre será una injusticia considerar que los milagros obtenidos por el joven
e invicto general fueron fruto de la diosa fortuna.
Los
escitas que lograron escapar de la emboscada y cerco del macedonio, fueron
implacablemente perseguidos por Alejandro, para que de esta manera la leyenda
de invencibilidad del ejército greco-macedonio-asiático disuadiera a los
nómadas de futuros sueños de invasión a las ciudades fronterizas de los
dominios del Magno. Durante la persecución, Alejandro bebió agua estancada y
como consecuencia tuvo un terrible acceso de diarrea. Como el orgulloso
macedonio se negó a detener la persecución por una razón tan prosaica, la
deshidratación de la que fue víctima estuvo a punto de costarle la vida, para
variar. Las profecías de Aristandro volvían a ser verídicas. El derrotado jefe
escita quedó asombrado ante la astucia del temible sedentario, pero igualmente
por la caballerosidad exhibida por este genial guerrero. El rey macedonio
decidió aumentar la fortificación de su Alejandría del fin del Mundo,
construyendo una formidable muralla, e instalando como pobladores -aparte de
macedonios, griegos y voluntarios- a algunos sogdianos esclavizados, capturados
como botín por sus soldados. El Magno pagó de su propio bolsillo la
emancipación de estos esclavos. Este tipo de actitudes justifica sobradamente
el sobrenombre que la historia le ha conferido al monarca macedonio.
Frente
a la política de fortificación de las ciudades fronterizas con los pueblos de
las estepas, Faure anota:
“… a orillas
del Caspio, hasta Qara Quizi, por el este, Alejandro ordena construir fortines
cuadrangulares… La idea primera de esta muralla, anterior a la de China, se
remonta posiblemente a Alejandro, al gran defensor del orden cósmico, Arta, al
defensor de los campesinos y los ciudadanos, todos sedentarios, frente a los
poderes del mal que representan los nómadas saqueadores y sus mujeres, quienes
se atreven, gran vergüenza, a cabalgar sin silla y combatir como los hombres…
Recordemos que es el Corán el que ha hecho célebre este dique de Alejandro
frente a la expansión de los pueblos, y que los versículos que le conciernen se
repitan cada viernes en todas las mezquitas del mundo. Cuando Dios quiera
castigar a los infieles, destruirá el muro; entonces los Gog y Magog se
precipitarán sobre el mundo.”
La gloriosa victoria obtenida contra los escitas fue
empañada por lo acontecido con el ejército macedonio encargado de defender
Samarcanda contra Espitámenes. Este zorro asiático simuló entrar en pánico al
avistar la polvareda levantada por la columna de marcha macedonia, y con el
rabo entre las piernas emprendió la huída. Los alborozados macedonios, en la
alegría de la persecución, se adentraron en territorio escita. Y los macedonios
no tenían a su rey consigo. De la fuerza enviada por Alejandro sólo escaparon
40 jinetes y trescientos infantes. Los que se empeñen en desconocer el genio
del Magno, y consideren que los asiáticos son minusválidos bélicos, deberían
tomar nota de lo que este acontecimiento histórico indica.
Al
llegar la noticia a Alejandro, el monarca macedonio emprendió el camino a
Samarcanda con una selección de sus tropas más ligeras, tanto de caballería
como infantería, recorriendo 278 kilómetros en “poco más de tres días” según
Hammond, un ritmo de marcha que haría silbar de admiración al propio César.
Como Espitámenes era tan astuto como artero, sabía que lo mejor era huir de
Alejandro, pese a que éste no tuviera a todo su ejército consigo. El monarca de
Macedonia se dedicó a honrar a sus soldados caídos, y a esperar al grueso de
sus tropas, comandadas por Crátero. Como el invierno era inminente, decidió
esperar la primavera para reiniciar su guerra contra el escurridizo asiático.
LA
MUERTE DE CLITO
Una
vez pasado lo peor del invierno, Alejandro nuevamente dividió su ejército para
sofocar los reductos de rebeldía, y derrotar a Espitámenes, que tenía en Jaque
al propio Crátero en Bactriana. El rey macedonio se dedicó a ocupar las
diferentes plazas adictas al persa, con el objetivo de privarle de bases
de suministro y obligarle a tomar una decisión desesperada. De esta manera
llegó el otoño del 326 aC. Alejandro se encontraba en Sogdiana, previniendo que
el fuego de la rebelión se extendiera, mediante las más sutiles maniobras
diplomáticas, congraciándose con los sogdianos, mucho más ariscos que los medos
y persas. Alejandro impresionó a estos orgullosos montañeses mediante su
destreza para matar leones en combate cuerpo a cuerpo. Luego de las magníficas
partidas de caza, se organizaban festines y banquetes en los que el
conquistador agasajaba a sus nuevos súbditos (otra muestra de su carácter
tiránico, por supuesto). En uno de estos banquetes ocurrió el triste
acontecimiento de Clitos.
Desde
la ejecución de Parmenión y Filotas, Alejandro se abstuvo de acumular el mismo
poder en un solo individuo, confirmando que lo acaecido a su propio padre
(asesinado por uno de sus más cercanos colaboradores) le podría suceder a él
mismo. En consecuencia, el rey macedonio dividió el mando de los Hetairoi, y
designó a Clitos como el comandante de la mitad de esta caballería de élite (la
otra mitad estaba bajo las órdenes de Hefestión). La vieja amistad que unía a
Alejandro y Clitos venía desde la niñez, pues el monarca macedonio fue
amamantado por la hermana de este valiente y veterano guerrero, que salvó la
vida del Magno en la batalla del Gránico.
En uno de los festines organizados por el Magno, encaminado
a cerrar la brecha entre vencedores y vencidos, alguien hizo un comentario
crítico sobre los macedonios derrotados por Espitámenes. Si bien Droysen
considera que primero aconteció la muerte de Clitos que la victoria de
Espitámenes sobre los macedonios que no eran comandados por Alejandro, la
cronología suministrada por Hammond resulta más confiable. Unas fuentes dicen
que Alejandro alentó al improvisado trovador para que continuara con su sátira.
Esto último es improbable en un individuo que exhibió el genio diplomático del
rey macedonio. Es más creíble que Clitos y otros macedonios se hayan ofendido
por que Alejandro se haya abstenido de castigar el imprudente comentario hacia
los macedonios derrotados. Como quiera que fuere, la desafortunada acotación
dio origen a una disputa entre los veteranos de Filipo, y los compañeros de
Alejandro. Entre insultos y auto alabanzas, los generales jóvenes optaron por
la táctica de esgrimir que las hazañas realizadas durante el breve reinado de
Alejandro ya habían superado con creces lo realizado durante el gobierno de
Filipo. Uno de los generales jóvenes recordó que sólo el Magno y Heracles
llegaron hasta el Cáucaso.
Fue
entonces cuando Clito optó por demeritar a Alejandro y su política, criticando
que suministrara el mismo trato a los asiáticos que a los macedonios, y se mofó
del vaticinio del oráculo de Siwah. Tales comentarios desataron la ira del
monarca macedonio. El rey, lívido de cólera, con la misma puntería con la que
arrojaba su jabalina, le lanzó a su amigo una manzana, mientras buscaba su
puñal y vociferaba en dialecto macedonio, síntoma inequívoco de que estaba
furibundo. Como los Compañeros lo entendieron así, Tolomeo y otros agarraron al
también iracundo Clito y lo sacaron del banquete.
Cuando los aliviados amigos de Alejandro volvieron al
festín para aplacarle, su rey estaba llamando a Clitos. Y éste, casi tan
colérico como el propio Magno, regresó al salón de la fiesta, y desafiante
respondió “Aquí estoy”. Alejandro, pese a estar embriagado, fue más fuerte y
rápido que los amigos que le sujetaban. Con la velocidad del rayo le arrebató
la sarissa a uno de sus guardias, y antes de que nadie pudiera impedirlo, hirió
de muerte al propio Clito.
Aquiles estuvo a punto de apuñalar al propio Agamenón,
cuando éste le informó que iba a arrebatarle a su amada, atentando así contra
el honor del héroe. Agamenón era superior de Aquiles, mientras que Clitos era
súbdito de Alejandro. Cuando la ira del monarca macedonio se desató al ver su
honor atacado, Atenea se abstuvo de impedir que su favorito diera curso libre a
su furia.
Al
ver a su amigo inundado en sangre por su propia mano, el consternado Alejandro
intentó suicidarse con la misma pica con la que había matado a Clitos, pero sus
amigos alcanzaron a impedirlo. El rey, postrado por el dolor y el remordimiento
fue conducido a rastras a su habitación, en donde se siguió lamentando durante
el resto de la noche y los tres días siguientes, en los cuales se abstuvo de
recibir alimentos, agua o a amigo alguno.
Para
explicar este infortunio, Hammond va más allá del ataque al honor que Clitos
cometió contra su rey y amigo. Alejandro vio con sus propios ojos cómo uno de
los hombres de confianza del propio Filipo fue quien le apuñaló. Así mismo, el
recuerdo de la traición de Filotas estaba aún vivo, y rondando el inconsciente
del Magno. Al igual que Filotas, Clitos se mofó del vaticinio del oráculo de
Amón, y de la magnanimidad de Alejandro con los asiáticos, momento que
desencadenó la ira del monarca macedonio. Igualmente, el rey se arrepintió de
su acto en cuanto verificó que Clitos estaba desarmado. De ninguna manera es
absurdo concluir que el fantasma de la traición de los más íntimos amigos tuvo
mucho que ver con la triste muerte de Clitos, el más valiente de los guerreros,
el más honesto y leal vasallo de Alejandro.
Nada
de lo anteriormente mencionado permite omitir que efectivamente Alejandro
estaba embriagado, y que actuó impulsivamente. Como el propio Clitos.
Los
amigos de Alejandro le enviaron varios filósofos y sacerdotes para que le confortaran.
Aristandro le recordó al rey que Clitos había ofendido a Dionisios (el dios del
vino) por dejar a medias un sacrificio ofrecido a este dios. El adivino
sentenció que Alejandro fue el instrumento de la ira de Dionisios. Pero lo que
más reconfortó al Magno, fue el fallo pronunciado por la mismísima asamblea
macedonia. Los soldados, angustiados por la vida de su rey, se reunieron para
juzgar a Clitos, y dictaminar que su muerte había sido justa. Droysen opina de
este episodio: “(Alejandro) se arrepintió del asesinato y sacrificó a los
dioses para lavar su culpa; lo que no nos dicen los moralistas que le condenan
es qué otras cosas, además de ésas, debió hacer.” Arriano recuerda que
Alejandro fue el único rey de la antigüedad que mostró sincero arrepentimiento
por su conducta.
Hammond considera que el episodio de Clitos refleja la
discordia existente entre los compañeros de Alejandro y los veteranos generales
de Filipo, y el resentimiento de éstos al impedírsele el saqueo de las riquezas
de los conquistados y las dignidades que Alejandro mantenía entre los persas y
demás asiáticos. Los macedonios estaban resentidos por no ser nombrados
sátrapas exclusivamente ellos, ni que se les permitiera esclavizar a la
población conquistada.
ALEJANDRO
CONOCE A ROXANA
Las
mismas razones por las que los veteranos de Alejandro estaban disgustados,
fueron las que determinaron que los bactrianos y sogdianos prefirieran apoyar a
los macedonios en vez de seguir a Espitámenes. En el verano del 328 aC, era
considerable el número de voluntarios asiáticos enlistados en el ejército de
Alejandro. Espitámenes estaba arrinconado en Sogdiana. Alejandro derrotó a este
escurridizo adversario dividiendo su ejército en cinco cuerpos, cada uno
comandado por los más notables generales macedonios. Durante el invierno, estos
cinco ejércitos adelantaron una implacable y coordinada operación de cacería
contra el brillante rebelde, acosándolo de la manera más inclemente, e
impidiéndole el reclutamiento de nuevos hombres. De esta manera, el zorro persa
terminó siendo acorralado, y arrinconado contra uno de los cinco ejércitos,
comandado por Coinos, otro veterano general. Fue mediante este gigantesco
movimiento de tenaza, como el rey macedonio empujó al tenaz persa a una región
en donde le esperaba una división macedonia, perfectamente entrenada y
capacitada para cumplir los objetivos de Alejandro. La derrota de Espitámenes
fue rotunda, pero una vez más logró escapar.
En relación con la victoria sobre Espitámenes, es
importante citar el comentario de Faure, quien recuerda que desde el incendio
del palacio de Persépólis, los sacerdotes persas habían reforzado su fidelidad
al Gran Rey: “… los seguidores de Zoroastro, reformador de la religión de las
tribus del norte del Imperio en el siglo VII a. de C., presentan al macedonio
como ‘el destructor de la religión’, como ‘el invasor’ y como el agente de
Ahriman el Maldito, príncipe de todo mal.”
Y en relación con la manera en que el Magno trastocó la
situación política a él adversa, Lamb anota: “Dos años antes Alejandro había
tenido el país en contra suya; entonces consiguió que el país se volviese
contra Espitameno. Fue una hazaña extraordinaria lograr tal cosa en aquel lugar
y en aquella época.”
Alejandro
inició nuevamente su típica persecución implacable, y en esta ocasión, el
traicionero Espitámenes fue a su vez traicionado por sus aliados escitas (más
concretamente la tribu de los Masagetas), quienes enviaron a Alejandro la
cabeza de este tenaz adversario de los macedonios.
Con
la derrota y muerte de Espitámenes, la conquista definitiva de Sogdiana estaba
cerca. Como símbolo de la resistencia contra los macedonios sólo quedaba el
“Peñón Sogdiano” una impresionante fortaleza incrustada en las más escarpadas
montañas. Jactanciosos, los rebeldes sentenciaron que sólo un ejército de
soldados con alas podría capturar aquella posición.
Alejandro
ofreció una fabulosa recompensa a quienes escalaran aquella fortaleza.
Trescientos voluntarios se le midieron a esa prueba de montañismo. Doscientos
setenta llegaron a la cima. Un heraldo macedonio indicó a los cabecillas
rebeldes que el Magno había encontrado soldados con alas. Éstos tenían
instrucciones de que se dejaran avistar por los defensores del peñón. Los
sogdianos, pensando que los macedonios que se encontraban en la cima eran
numerosos, optaron por rendirse a Alejandro.
Cuando
el zorro macedonio ocupó el peñón, se topó con la mujer más hermosa de Asia,
hija de uno de los nobles sogdianos llamado Oxiartes. El nombre de esta beldad
era Roxana. Los clásicos cuentan que Alejandro se enamoró a primera vista. Para
consternación de los macedonios, en esta ocasión su rey se apartó de la
conducta de Aquiles y se abstuvo de tomar a Roxana como botín de guerra. Por el
contrario, con el mayor respeto la pidió en matrimonio a Oxiartes. A pesar del
incidente de Clito, y de la viva oposición a la política magnánima de
Alejandro, el Magno seguía apostando por el trato igualitario entre macedonios
y bárbaros.
Del
peñón sogdiano, Alejandro se dirigió a la “Montaña de Corienes” más inaccesible
aún. Las obras de asedio se adelantaron durante día y noche, dirigidas por
turnos. Los soldados incrustaron un puente contra las empinadas paredes de la
montaña, sobre el cual ubicaron las máquinas de guerra, que vomitaron una
impresionante descarga de proyectiles incendiarios sobre los sitiados. Cuando
el Magno consideró que había sobresaltado lo suficiente a sus adversarios,
envió a su nuevo suegro sogdiano para que parlamentara con sus compatriotas.
Cuando éste les narró la forma en que el Magno se desposó con Roxana, y el
respeto con que el rey macedonio trataba a sus súbditos, Corienes se rindió.
Alejandro demostraba una vez más que su política era la acertada. Además de
vasallaje, Corienes le suministró al nuevo amo del mundo víveres que
alimentarían al ejército macedonio durante dos meses.
La
conquista de Sogdiana fue un alivio para aquellos pueblos, sometidos a las
rapiñas de los nómadas que periódicamente saqueaban las impotentes localidades
de aquellas latitudes. Alejandro metió en cintura a los soberbios esteparios, y
adelantó obras de fortificación en las ciudades fundadas en los confines del
mundo civilizado, que determinó que la cultura sobreviviera a la barbarie,
creando así un bastión que permitiría que el helenismo llegara a Roma. Este es
el vano conquistador que nada le dejó a la historia.
UNA
NUEVA CONSPIRACIÓN CONTRA ALEJANDRO
Arriano
cuenta que uno de los escuderos o pajes de Alejandro, llamado Hermolao, fue
castigado por el rey al matar un jabalí que iba a ser cazado por el propio
Magno, toda una ofensa a la persona del rey. Alejandro ordenó que el chico
fuera azotado, tal y como era costumbre en aquella época, y tal como el propio
Magno y sus compañeros habían sido castigados durante su niñez. Droysen apunta
que el rencor de este paje no era tanto por los azotes recibidos, sino porque
se le suspendiera el derecho de andar a caballo.
Por
lo anteriormente expuesto, Hermolao convenció a su amante y a otros escuderos
que Alejandro era un tirano, y que debían asesinarlo para restituir la libertad
de los macedonios. Una nueva conspiración contra Alejandro nació de esta
manera. El plan era apuñalar al rey mientras dormía. Sin embargo, la noche en
que iba a efectuarse el crimen, el rey no llegó a su tienda. Los clásicos
cuentan que una adivina siria había prevenido a Alejandro, como gratitud a su
trato amable. Al día siguiente, otro conjurado le contó a su amante del
complot, y esta indiscreción llegó a oídos del Magno, a través de su compañero
Tolomeo.
Ocurrió
lo mismo que con Filotas. Fue la asamblea macedonia la que juzgó a los
implicados, de acuerdo con la costumbre ancestral, pese a que Alejandro se
salvó por un pelo. Todos los acusados fueron condenados a muerte. Sin embargo,
era obvio que la conjura no fue conducida por una partida de muchachos a los
que recientemente les había salido la barba, sino que detrás de todo había
alguien más que se movía entre las sombras. La azotaina era un castigo
frecuente y usual entre los soldados. Es como si varios alumnos de una escuela
del siglo XXI asesinaran a su director por haber obligado a un estudiante a
quedarse después de clase.
Después del juicio hubo una investigación adicional, en
donde salió a relucir el nombre de Calístenes, el cronista de Alejandro. Este
individuo era sobrino de Aristóteles, y maestro de los escuderos reales. Como
los veteranos macedonios, Calístenes repudiaba que Alejandro no esclavizara a
los asiáticos. Hammond dice que la correspondencia entre Alejandro y su regente
Antípatro refleja que los hilos de esta conspiración se remontan hasta las
propias ciudades griegas, y que probablemente Aristóteles estaba implicado en
ella. Mary Renault apunta que la cálida correspondencia entre Aristóteles y
Alejandro cesó desde entonces. Como Calístenes no era macedonio, no le
correspondía a la asamblea juzgarlo. Todo apunta a indicar que Alejandro
decidió someter el caso al Consejo de la Alianza Helénica en la propia Grecia,
y que mientras tanto Calístenes quedaría apresado.
Droysen
menciona como posible génesis de la inquina del sobrino de Aristóteles hacia el
Magno, un banquete en donde el monarca macedonio censuró a Calístenes su
zalamería. Posteriormente, Calístenes se opuso con virulencia a la propuesta
que los macedonios adoptaran la prosquinesis persa, y que a partir de entonces
habló del tiranicidio como acto de liberación. Es importante aclarar que
Alejandro jamás impuso esta práctica entre los europeos, y que las fuentes
clásicas son contradictorias en este tema, así como en lo referente a la muerte
de Calístenes.
Refiriéndose
al traicionero sobrino de Aristóteles, Lamb anota: “El manuscrito del Anábasis
del sofista, en contraste con sus palabras, pintaba a Alejandro como un ser
divino, inspirado por la sabiduría de Zeus, conducido por los dioses a través
de su camino. Era un relato lleno de adulación y destinado a destrozar el
alma de un hombre. Al leerlo, Alejandro debió recordar que Calístenes se
había jactado de que su Anábasis haría inmortal al Macedonio. Arriano cuenta
que a Alejandro, después de leer aquel manuscrito, se le hizo odiosa la memoria
de Calístenes.”
Quien
se empeñe en ver a Calístenes como un mártir de la tiranía de Alejandro,
debería tomar nota de la incongruencia existente entre los discursos de este
hombre en torno a la libertad, su racismo hacia los asiáticos, y las
repugnantes zalamerías que motivaron el disgusto de Alejandro y el despecho del
sofista hacia el monarca macedonio.
LA CONQUISTA DEL FIN DEL MUNDO
Una vez apaciguadas Sogdiana y Bactriana, Alejandro decidió
volver sobre sus pasos y regresar a Alejandría del Cáucaso, lo cual implicaba
cruzar nuevamente el temible Hindu Kush. Como Alejandro había destacado
misiones exploradoras, ya contaba con nuevas rutas, menos temibles que la
seguida en su guerra contra Bessos. Con todo, el botín obtenido durante esta
campaña era tan impresionante, que imposibilitaría el cruce del Kush.
Alejandro dio ejemplo quemando su parte de despojos de guerra, y luego fue
imitado por sus compañeros, para que así todo el ejército aligerara la
impedimenta. El grueso del ejército cruzó el Kush en diez días.
¿Qué hazañas épicas o políticas había logrado mortal alguno
que rivalizara con las ejecutadas por los dioses? ¿Cuándo un general había
vencido en terrenos tan disímiles, o conquistado zonas tan extensas? Ningún mortal
había llegado hasta donde Alejandro había posado su pie. El único que había ido
más allá de lo que había alcanzado el ejército macedonio, era el propio
Dionisios.
Es por esto que Alejandro no detuvo su marcha. Su sueño no
era el de un mortal. Él guiaría a los macedonios hasta donde se hallaba la
divinidad misma. Sus hombres estaban tan agotados como Odiseo tras su infinito
periplo. Los cascos de los caballos estaban desgastados, las ropas con las
que los hombres abandonaron Europa hechas jirones, y los temibles y
curtidos guerreros ansiaban los hogares que habían dejado a sus espaldas, a los
miles de Telémacos y Penélopes que les esperaban en la lejana Macedonia, el
olor de la tierra natal, y sus paisajes únicos, los cuales estaban borrosos
ante la inminente bruma del olvido. Ni los territorios más extravagantes, ni la
gente más exótica habían logrado eliminar la añoranza por el hogar de los
griegos.
Pero el sueño de Alejandro era tan fuerte, tan poderoso, y
sus hombres lo adoraban de tal manera, que sólo les restaba aferrarse al fuego
que estaba convirtiendo lo humano en divino. El ideal del regreso al hogar es
maravilloso, pero la inmortalidad también. Fue así como el ejército macedonio
reinició su invicta marcha de conquista hacia donde nace el sol.
En la conquista de la India Alejandro estrenó su nuevo
ejército multirracial. Junto a la falange macedonia y la caballería de los
compañeros, operó la artillería griega, la excelente caballería medo
persa, y su nueva adquisición: los formidables jinetes arqueros escitas. Según
Hammond, el ejército que cruzó el Indo sumaba unos 75.000 efectivos, de los
cuales sólo quince mil eran macedonios. Con esta nueva y formidable maquinaria,
Alejandro conquistó Aornos (nombre que significa “a donde no llegan las aves”),
baluarte que según la propia mitología griega había derrotado al mismísimo
Heracles, llamado “Indra” por los nativos.
Hubo
un soberano indio que se negó a rendirle vasallaje a Alejandro: el gigantesco
Poros, dueño de un territorio tan extenso como Egipto, según Plutarco. Era un
monarca poderoso que tenía su reino al oriente del río Hidaspes. Cuando
finalmente un ejército nativo osó enfrentarse a la mayor máquina de conquista
que el mundo había visto hasta ese entonces, el asombro de los macedonios, quienes
pensaban que ya lo habían visto todo, vencido todo, los llevó al borde del
pánico.
Del fondo de los abismos de la tierra, los dioses
infernales vomitaron los más espantosos y horrendos monstruos alguna vez
engendrados. Encuadrados en las filas de los enemigos, se veía en vanguardia
criaturas enormes, colosales, más horribles que la Quimera. Y mucho más
fuertes.
Tan altos como dos hombres, más poderosos que dos bueyes,
estas espantosas criaturas serían capaces de devorar a un león de un par de
bocados. Eran como jabalíes gigantes, con colmillos tan enormes como columnas,
y del centro de su boca salía una inmunda protuberancia, parecida a la Hidra de
Lerna, tan fuerte que era capaz de tomar a un hombre como si fuera la rama de
un arbusto y partirlo en dos. El sonido que producía ese horrendo demonio era
único en la tierra.
Estos temibles monstruos impidieron que Alejandro pudiera
derrotar a Poros con la misma táctica con la cual venció a los escitas en el
Jaxartes, pues la presencia de los elefantes espantó a los caballos del
ejército. La situación era complicada, y todo apuntaba a que en esta ocasión el
Magno tendría que resignarse, pues ya se veía que fueron esos leviatanes de
tierra quienes detuvieron el avance de Dionisios y Heracles. Sin embargo, el Magno
no se arredró.
Un
día, el ejército macedonio formó en orden de batalla, e intentó el cruce del
río. En la otra orilla, Poros esperaba el desembarco, con sus elefantes en
primera línea. Ante el terror de la caballería macedonia, Alejandro desistió de
su intento.
Al
día siguiente, el terco macedonio intentó el desembarco una vez más. Contra
toda esperanza, sus caballos mantenían el pánico hacia los elefantes. Hasta los
macedonios estaban inquietos. Poros apenas podía creer que ese ejército de
cobardes fuera invicto, y que hubiera conquistado el imperio persa, derrotado a
los escitas y ejecutado tantas hazañas, según le contaban. Como estas
intentonas frustradas se dieran durante varios días, Poros terminó por
convencerse que el rey macedonio había dado por primera vez con la horma de su
zapato.
Una
tormentosa noche, Poros decidió dormir, convencido de que las fuertes lluvias
disuadirían al frustrado Alejandro de intentar cruzar el río, crecido para
mayor tranquilidad de los defensores. Contra todo pronóstico, los exploradores
indios informaron que una fuerza macedonia había cruzado el Hidaspes, a pesar
de la constante vigilancia. El rey Indio verificó que el grueso del ejército
macedonio estaba en la otra orilla, por lo que olió una emboscada, encaminada a
que Poros descuidara el margen de la rivera ocupado, y así permitiera que el
grueso del ejército macedonio pudiera cruzar el río al distraer al ejército
indio. Al enterarse de que las fuerzas macedonias que cruzaron el Hidaspes eran
sólo cinco mil jinetes y seis mil infantes, Poros envió a su hijo al mando de
120 carros y dos mil jinetes para hostigar al enemigo.
En realidad, los aparentemente fallidos intentos de
desembarco del macedonio, buscaban que los defensores se distrajeran, mientras
una fuerza selecta cruzaba el río en el punto menos vigilado por los centinelas
de Poros, distraído por los “amagues” de Alejandro. Como la lluvia era fuerte,
los carros indios se hundieron en el lodo. Adicionalmente, el destacamento que
había cruzado el río estaba bajo el mando del propio Alejandro, por lo que la
caballería india fue derrotada y el hijo de Poros perdió la vida. El rey indio
dejó algunos destacamentos y elefantes en la orilla del Hidaspes para impedir
que el grueso del ejército macedonio cruzara el río, y se fue al encuentro de
Alejandro. Treinta mil indios y 200 elefantes se enfrentarían a once mil
soldados del Magno. (Hay que recordar que las cifras varían entre los
diferentes historiadores, y de ahí la discrepancia en el número de elefantes
que se mencionan en el especial del maestro Lago)
Pese
a la inferioridad numérica, fue el propio Alejandro el que dio inicio a la
batalla. Mil jinetes del Magno atacaron el ala derecha de Poros. Cuando el
indio reforzó su ala atacada, los jinetes arqueros de Alejandro atacaron el
otro flanco (izquierdo), causando una impresionante confusión entre el ejército
indio. El desconcertado Poros no sabía en donde contraatacar, mientras que el
propio Alejandro a la cabeza de mil Hetairos volvió a atacar el ala derecha del
ejército indio. Los ataques del macedonio se parecían a la combinación del
uno-dos de un boxeador contemporáneo.
Sin
embargo, el valiente Poros contraatacó, y mediante un hábil ataque de flanco de
la caballería india, obligó a los jinetes del Magno a retroceder. Éste era el
momento preciso, según lo ordenó Alejandro, para que Coinos cargara contra la
retaguardia de la caballería india, pues al perseguir a la aparentemente
derrotada caballería del Magno, los jinetes indios se alejaron de la infantería
de Poros, creando la brecha que aprovechó el destacamento de Coinos.
Con
lo flancos de Poros en confusión, la falange macedonia atacó la izquierda del
ejército indio, apoyada por lanzadores de jabalinas y arqueros. Poros
contraatacó con sus elefantes, causando de nuevo el terror en los caballos de
Alejandro; el duelo entre los mastodontes y la falange se iba a dirimir a favor
de los indios, cuando el grueso del ejército de Alejandro cruzó el Hidaspes y
atacó la retaguardia de Poros. Los elefantes fueron presa del pánico, y
arremetieron contra la infantería india. Alrededor de veinte mil soldados de
Poros perecieron en la batalla. Con todo, el rey indio siguió combatiendo a
pesar de la victoria del ejército multirracial del Magno.
Alejandro, admirado ante el desgraciado valor exhibido por
este bravo asiático, ordenó a sus hombres que le respetaran la vida, y mandó a
su aliado Taxiles para ofrecer la amistad del monarca macedonio. En cuanto
Poros vio que su compatriota y enemigo se le acercaba, le atacó ferozmente, pese
a estar herido. Ante la invencible furia del rey derrotado, el Magno decidió ir
personalmente y conquistar la amistad de tan bravo guerrero.
En cuanto Poros vio a Alejandro, su actitud belicosa se
detuvo. Quizás la furia del admirable derrotado se detuvo ante el carisma que
el macedonio irradiaba, con el cual se ganó la confianza del indomable
Bucéfalo, o el corazón de Ada de Caria, o de la maravillosa Barsine, y hasta de
la mismísima madre del propio Darío. ¿Qué habría en la mirada de este hombre,
en su sereno y regio valor, o en su aspecto físico, que tanto mujeres como
hombres y hasta bestias quedaban cautivados? El poderoso, indómito y gigantesco
rey indio no fue la excepción.
Alejandro, por medio del intérprete, con el mayor aire
caballeresco preguntó a Poros por la manera en que podía recompensar el digno
valor de su adversario derrotado. Poros le contestó “Trátame como a un rey”.
Alejandro, inundado de la magia del momento, y de inequívoca admiración hacia
su rival, con la grandeza de alma de la que hizo su patrón de conducta le
replicó “Eso ya lo iba a hacer antes de que tú lo dijeras. Dime algo que
quieras para ti.” Y el valiente Poros le contestó: “Con que me trates como a un
rey, todo está dicho”.
Alejandro quedó tan admirado de la dignidad y valor de su
adversario, que restituyó a Poros en su reino, y hasta le donó nuevos
territorios. Este es el conquistador ambicioso y cruel del que algunos
indocumentados hablan; hechos, no discursos son los que se están narrando.
Todas las fuentes clásicas reconocen la veracidad de los acontecimientos
actualmente descritos.
Fue de la anterior manera como Alejandro convirtió a un
bravo adversario en un fiel aliado, a quien designó sátrapa del territorio
recientemente conquistado. Como siempre, el Magno volvió a acertar en este tipo
de medidas. Poros fue un aliado fiel, tan leal como el que más, y del que nunca
se recibió noticia alguna de traición al Magno. Mary Renault, en su novela “El
Muchacho Persa”, cuenta a propósito de esta maravillosa victoria:
“Todo lo que
más significado poseía para él (Alejandro) se cumplió en aquella batalla del
río. Luchó poderosamente contra el hombre y la naturaleza; ¿acaso su héroe
Aquiles no había luchado contra un río? Pero, más afortunado que Aquiles, tuvo
consigo a Patroclo que pudo compartir su gloria; Hefaistion no se separó de su
lado en todo el día. Y ganó con un ejército que era una amalgama de todos sus
pueblos… Y al final encontró un valiente enemigo al que convirtió en amigo.”
Poco después de la victoria en el Hidaspes, Alejandro fundó
la ciudades de Nicea y Bucefalia, la primera para conmemorar la victoria, y la
segunda como homenaje a su caballo de batalla, que murió después de esta genial
hazaña bélica. ¿Era Alejandro como Calígula, un demente que le confirió honores
a su caballo?
Todo el mundo conoce la célebre historia en la que el
imberbe Alejandro logra lo que expertos consideraron un imposible: la doma del
magnífico semental de guerra Bucéfalo. ¿Quién no se estremece ante la forma en
que Plutarco narra la astucia del joven príncipe, quien pone al caballo de cara
al sol, para que así no se siga enfureciendo con su sombra, y finalmente se
tranquilice? Arriano dijo de Bucéfalo que “tenía alrededor de 30 años cuando la
fatiga acabó con él: no se dejó montar más que por Alejandro, pues consideraba
a los demás hombres indignos de hacerlo. De gran tamaño y resistente, tenía una
señal parecida a una cabeza de buey que según se cuenta le dio su nombre. Otros
pretenden que su piel era negra, pero que tenía en la frente una mancha blanca
que parecía exactamente una cabeza de buey”. Por su parte, Curcio dice del
célebre corcel de Batalla del Magno (probablemente el caballo más famoso de
toda la historia) “Bucéfalo no toleraba otro jinete, pero se arrodillaba
espontáneamente para acoger al rey cuando éste quería montarlo.” Mary Renault,
la célebre novelista de Alejandro, y quizás una de las autoras que mejor ha
logrado explorar el alma del Magno, apunta que Bucéfalo y el macedonio
tenían el mismo espíritu, orgulloso e invencible.
Alejandro y Bucéfalo fueron como el Cid y Babieca, como
Pegaso y Belerofonte. Y el rey macedonio siempre fue un hombre agradecido y de
honor.
El
nuevo amo de la tierra prosiguió con sus conquistas, considerando que el fin
del mundo estaba próximo, pues eso fue lo que le enseñó Aristóteles. Pero
cuando el ejército del Magno llegó al Hífasis, los nativos desengañaron a los
soldados macedonios. Éstos estaban agotados, pues las terribles lluvias
monzónicas tenían al ejército soportando condiciones verdaderamente
infrahumanas, en un infernal diluvio que llevaba más de dos meses. Al enterarse
de que al otro lado del Hífasis se extendía el inmenso valle del Ganges, los
soldados le dijeron a su general que no avanzarían más. El rey convocó a una
reunión, y arengó a las tropas. En esta ocasión Alejandro no fue aclamado por
sus hombres. Por primera vez, en el ejército reinaba un silencio sepulcral.
Finalmente, Coinos, el veterano de Filipo que tanto aportó en la victoria del
Hidaspes, tomó la vocería de los macedonios, manifestando que la voluntad de la
asamblea era regresar a macedonia, a la tierra natal. El momento fue dramático.
Los hombres y el propio Coinos clamaban por el retorno al hogar en medio de un
mar de lágrimas.
Alejandro
no lo podía creer. Estaba tan cerca de lograr su sueño, de llegar al fin del
mundo, y lo que ningún adversario viviente, humano o divino había logrado, sus
propios hombres se lo hacían. Su contrariedad y consternación fueron tan
grandes como su propio genio. Le faltaba tan poco… El soberano macedonio, al
ver la decisión de sus hombres, se encerró en su tienda y meditó durante toda
la noche.
Al
día siguiente, Alejandro le informó al ejército que él continuaría su avance
con aquellos que quisieran seguirle. El resto podría volver a sus casas, pero
tendrían que afrontar la vergüenza de ser simples desertores. Seguidamente, el
rey macedonio se encerró en su tienda durante tres días, esperando que su
ejército volviera a seguirle por propia voluntad, como siempre. En vano. Con
todo, el Magno no se rindió. Salió de su tienda y consultó a los dioses. Los
presagios fueron adversos. En esta ocasión, Alejandro declaró solemnemente que
no se opondría a la voluntad de los dioses. Los macedonios fueron presa de la
más exaltada felicidad, y llegaron hasta la tienda de Alejandro inundados de
lágrimas para agradecerle a su rey que accediera a los deseos de la asamblea,
en medio de estentóreas aclamaciones, reconociendo que el invencible Alejandro
se había dejado vencer por el amor hacia sus hombres. ¿Esto es propio de un
tirano?
Al
igual que Heracles en el límite occidental del mundo, Alejandro levantó en la
India doce columnas conmemorativas de sus invictas campañas, y como ofrenda de
gratitud a los dioses por haber protegido a sus hombres. Si las columnas de
Heracles eran el límite occidental del mundo, las de Alejandro marcaban la
frontera del sol naciente.
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