El final de la Guerra del
Peloponeso no inauguró, como se pensó, una época de paz y libertad en la Hélade
sino que supuso la imposición de un nuevo imperio, en este caso obra de
Esparta, en buena parte de Grecia continental, el Egeo y la costa de Asia
Menor. Este nuevo imperialismo espartano se basó en el establecimiento de
numerosos tratados bilaterales con los antiguos súbditos de Atenas, mediante
los cuales éstos se veían obligados a participar en todas las expediciones
militares espartanas; en la introducción de regímenes oligárquicos filolaconios
y de guarniciones al mando de un comandante espartano (harmosta); en la imposición de un tributo (Diod., 14.10.2; Isoc.,
4.132; Arist., frg. 544 Rose) y en la
movilización de contingentes militares con el fin de mantener o extender la
dominación espartana. Así, entre 402 y 400, los espartanos sometieron la Élide,
con lo que aseguraron su predominio en el Peloponeso. En 400 intervinieron en
el golfo de Corinto afirmando su control en la zona y, en 399, una expedición
lacedemonia en Grecia central consolidó su dominio en el área de Heraclea
Traquinia. Por otro lado, durante la Guerra del Peloponeso, Esparta había
cedido a los persas las ciudades griegas de Asia Menor pero, después de la
guerra, conforme a su papel de potencia hegemónica protectora de los griegos,
trató de evitar que Persia se hiciera con el control efectivo de las ciudades
griegas de Asia. Posiblemente a cambio de estas ciudades, los lacedemo- nios
apoyaron de manera indirecta la expedición de Ciro (401-400), el joven hermano
del rey persa, que trató de derrocar a Artajerjes. El fracaso de Ciro obligó a
los espartanos a enviar tropas a Asia Menor donde, entre 400 y 394, lograron
constituir un extenso imperio costero que se extendía desde Calcedonia en el
Norte hasta Cnido en el Sur.
Esta política imperialista llevó
a la formación de una amplia coalición contra Esparta de la que tomaron parte,
además de otros estados menores, Persia, Corinto, Argos, Atenas y la
Confederación beocia. Es la llamada Guerra de Corinto (395-386). Durante los
dos primeros años, los beligerantes se enfrentaron en grandes batallas
terrestres o navales. Así, en 395, los beocios, apoyados por los atenienses,
batieron a los lacedemonios y sus aliados en Haliarto (Beocia); a su vez, en el
394, los lacedemonios derrotaron a sus contrarios en sendas batallas (Nemea, en
la frontera corintia, y Coronea, en Beocia), mientras, la flota persa, al mando
del ateniense Conón, destruyó la armada espartana en Cnido. Desde 393 las
operaciones terrestres se trocaron en una guerra de desgaste y posiciones en
torno a Corinto, llevada por contingentes propios y sobre todo por mercenarios.
En el frente naval la victoria persa en Cnido significó el final de la
hegemonía espartana en Asia Menor y el Egeo y fue aprovechada por Atenas para
restablecer su control en el Heles- ponto y en parte de las islas. Pero como
ningún bando logró inclinar la lucha a su favor de manera decisiva, el
agotamiento de los contendientes propició la firma de la Paz del Rey (o de
Antálcidas) en la primavera de 386 (X. Hel.,
5.1.25; Diod., 14.110.3). El tratado establecía un estado de paz general
multilateral (koine eirene) en
Grecia. Persia obtuvo Chipre y las ciudades griegas de Asia Menor; Esparta
mantuvo su vieja alianza (la Liga del Peloponeso) y se encargó de aplicar en su
favor un acuerdo que recogía una cláusula de libertad y autonomía para todos
los estados griegos. A causa de ella, los corintios fueron obligados a dejar
salir una guarnición argiva que ocupaba la ciudad y a hacer regresar a los
exiliados, que restablecieron inmediatamente una oligarquía proespartana; Argos
quedó nuevamente aislada en el contexto del Peloponeso; Atenas tuvo que
renunciar a su expansión marítima y los beocios hubieron de disolver su
Confederación.
Aunque los lacedemonios
abandonaron las ciudades griegas de Asia y la importancia de su flota disminuyó
de manera drástica, el imperialismo espartano alcanzó, en las actuaciones
posteriores a la Paz del Rey, su apogeo. En 385 los espartanos arrasaron Man-
tinea y diseminaron su población; en 382 introdujeron una guarnición en Tebas y
establecieron un régimen filolaconio en esta ciudad; entre 382 y 379
intervinieron en el Norte de Grecia, disolvieron la Confederación calcídica y
se aseguraron la alianza de Macedonia y de las ciudades griegas de la Calcídica,
ahora independientes. Finalmente, en 379, después de un largo asedio, obligaron
a Fliunte, en el Peloponeso, a aceptar una oligarquía filolaconia y una
guarnición lacedemonia. Sin embargo, en diciembre de 379, los exiliados
tebanos, con ayuda de varios conjuradores del interior de la ciudad, lograron
derrocar a la facción filolaconia y expulsar a la guarnición espartana. Fue el
comienzo del declive espartano.
Inmediatamente después de la Paz
del Rey, Atenas no pudo oponerse abiertamente al imperialismo lacedemonio pero,
entre 378 y 377, organizó una alianza militar multilateral que conocemos con el
nombre de Segunda Liga ateniense y que incluyó a unos sesenta estados. La Liga
estaba dirigida contra Esparta y los atenienses se comprometían expresamente a
respetar la libertad y autonomía de sus aliados: éstos podrían darse el régimen
político que desearan y no recibirían guarniciones ni magistrados atenienses;
asimismo, los atenienses no podrían adquirir bienes inmuebles en el territorio
de los aliados ni se establecerían cle-ruquías, asentamientos de ciudadanos
atenienses en tierra de los aliados. La Liga se dotó de un consejo de aliados
(Sinedrio) en el que Atenas no estaba representada y que emitía una serie de
resoluciones (dogmata) que debían
ser, quizá, convalidadas por la asamblea ateniense. La Liga disponía además de
una caja militar y se estableció no un tributo (phoros) sino una contribución compensatoria (syntaxis) en concepto de disfrute de los beneficios de la Liga sin
aportar contingentes militares. Atenas sería la potencia hegemónica, dirigiría
las operaciones militares y aportaría el grueso de las fuerzas. A pesar de que
hubo ciertamente excesos, la política ateniense en relación a sus aliados
parece haberse alejado bastante de las prácticas imperialistas del siglo V.
Tras la creación de la Segunda Liga, los atenienses entraron en guerra contra
Esparta, derrotaron a los lacedemonios en la batalla naval de Naxos (septiembre
de 376) lograron el dominio de gran parte del Egeo. Al año siguiente (375),
impusieron su control en Tracia y el Helesponto y extendieron su influencia
sobre el Mar Jónico. Por otra parte, en la guerra contra Tebas que continuaba,
desde 379, en Grecia central, los lace- demonios establecieron guarniciones en
varias ciudades beocias, y efectuaron varias expediciones militares contra el
territorio tebano (378-376) con resultados en buena medida infructuosos. La Paz
de 375 supuso un retroceso espartano, reconoció la existencia de la Liga
ateniense e impuso la retirada de todas las guarniciones lacedemonias.
Dicha paz fue, sin embargo,
efímera, entre 374 y 372, atenienses y espartanos se enfrentaron nuevamente en
el Mar Jónico con un resultado favorable a Atenas. Por otro lado, los tebanos
aprovecharon la salida de las guarniciones lacedemonias para incluir a la
práctica totalidad de las ciudades beocias, en una nueva Confederación. Los
contendientes se reunieron en Esparta en el verano de 371 para llegar a un
nuevo acuerdo de paz. Todos los estados firmaron la paz, salvo los tebanos, que
se negaron a disolver la Confederación beocia recientemente creada. De este
modo, Esparta había conseguido por fin aislar a Tebas y a la Confederación
beocia y, desde la Fócide, un ejército, formado por los lacedemonios y sus
aliados, penetró en Beocia alcanzando Leuctra.
Contra todo pronóstico, buena
parte de los beocios, liderados por los tebanos, derrotaron de manera decisiva
a los lacedemonios en la batalla de Leuctra (c. julio de 371). Leuctra marcó el
final del predominio espartano en Grecia y abrió un corto período de hegemonía
beocia (371-356) conducido por los grandes líderes tebanos, Epaminon- das y
Pelópidas. Inmediatamente después de Leuctra, una expedición, Epaminondas (370)
sometió toda Beocia y parte de Grecia central (focidios, acarnanios, etc.). A
partir de 370 comenzaron también las campañas de Epaminondas en el Peloponeso,
que tenían como objetivo impedir la recuperación de Esparta y construir un
sistema de alianzas que hiciera posible el predominio beocio en la zona. En su primera
expedición, Epaminondas (370) penetró en Laconia, independizó Mesenia, donde se
fundó Mesene, y promovió también la fundación de Megalópolis con la finalidad
de fortalecer Arcadia contra la amenaza espartana. La segunda expedición (369)
se dirigió contra los aliados de Esparta en el Istmo, logró la alianza de
Sición y Pelene y saqueó los territorios de Corinto, Epidauro y Trecén. Aunque
no se pasaron al lado tebano, Corinto y el resto de aliados lacedemonios en el
Istmo tuvieron que firmar una paz separada, que les apartó de su alianza con
Esparta. La tercera expedición (366) sometió la Acaya. Sin embargo, a partir de
366, la posición beocia en el Peloponeso empezó a debilitarse; la Acaya se
perdió inmediatamente, una guerra estalló entre Arcadia y Élide, aliadas ambas
de los beocios, y las disensiones internas provocaron la división de la
Confederación arcadia. Parte de las póleis
arcadias rompieron entonces su alianza con los beocios y se pasaron a los
espartanos. Ante la amenaza del desmoronamiento de la hegemonía beocia en el
Peloponeso, Epaminondas dirigió una nueva expedición (362). En Mantinea,
beocios, eleos, mesenios y parte de los arcadios se enfrentaron a los
lacedemonios, los atenienses y otra parte de los arcadios. Cuando la victoria
estaba al alcance de la mano, Epaminondas cayó herido (murió casi
inmediatamente) y los beocios no pudieron explotar su triunfo. Un nuevo tratado
de paz (362/1) restableció el estatus anterior a la batalla y salvó para los
beocios cuanto era posible de su aventura en el Peloponeso.
Si la política peloponesia es
obra de Epaminondas, la intervención beocia en la Grecia del Norte se adscribe
a Pelópidas. En 369, una primera expedición de Pelópidas estableció una alianza
con la Confederación tesalia y arbitró el conflicto que enfrentaba a los
tesalios con Alejandro, el tirano de Feras. Al año siguiente (368), Pelópidas
encabezó una embajada a Macedonia y firmó una alianza con los macedonios. En el
viaje de vuelta fue capturado por Alejandro de Feras. Tras el fracaso de una
expedición contra Alejandro (368), una nueva campaña (367), conducida esta vez
por Epaminondas, obligó a Alejandro a devolver a Pelópidas y frenó
momentáneamente su expansionismo. En este mismo año (367) los beocios firmaron
una alianza con Persia que tuvo escasos efectos prácticos. En los años
siguientes, Alejandro de Feras continuó creando problemas en Tesalia y, en 364,
Pelópidas dirigió contra él una nueva expedición. Tesalios y beocios vencieron
al tirano en Cinoscéfalas, pero Pelópidas murió en el combate y la victoria fue
sentida, en realidad, como una derrota. Una nueva expedición en el otoño de 368
logró por fin someter al tirano y restaurar el predominio beocio.
Tras la derrota espartana en
Leuctra, Atenas mantuvo la Liga, creada años atrás (377), dirigida ahora contra
los beocios. En 370/69, los atenienses firmaron una alianza con Esparta y a
partir de entonces enviaron contingentes al Peloponeso al objeto de asistir a
los espartanos. Aunque los beocios ocuparon Oropo en 366, lo que supuso una
dolorosa pérdida para Atenas, la división de la Confederación arcadia, la
batalla de Mantinea (362) y la paz subsiguiente (362/1) estabilizaron la
situación en el Peloponeso. A lo largo de la década de los sesenta, los
intereses de Atenas se concentraron en el norte del Egeo. Los atenienses
intervinieron en Macedonia pero fueron apartados por los beocios y asediaron
infructuosamente Anfípolis; sin embargo, conservaron Eubea, contra los beocios
lograron el control del Quersoneso tracio y la toma de Samos (365) estableció
su hegemonía en el Egeo. Una expedición naval beocia en el Egeo, bajo el mando
de Epaminondas, en 364/3, tuvo mínimos resultados en la práctica.
En 357, mientras los atenienses
tenían comprometidas sus fuerzas en Eubea, estalló la llamada Guerra Social (o
de los aliados). Varios estados aliados (Rodas, Cos, Quíos y Bizancio) se
rebelaron. Tras dos años de guerra naval, los antiguos aliados derrotaron de
manera decisiva a los atenienses en Embata, en las proximidades de Eritras en
Asia Menor, y al año siguiente (355), Atenas se vio obligada a firmar una paz
que ratificaba la independencia de sus antiguos aliados. Aunque la Segunda Liga
ateniense no fue disuelta, a partir de la Guerra Social, formada únicamente por
pequeños estados, careció prácticamente de importancia.
Desde 362 hasta el comienzo de la
Tercera Guerra Sagrada en 356, los beocios, bajo el liderazgo tebano,
mantuvieron en lo esencial sus posiciones en el Peloponeso, Grecia central y
parte de Tesalia. En 362, los focidios se negaron a sumarse a la última
expedición de Epaminondas en el Peloponeso y comenzaron a ofrecer una mayor
resistencia al poder beocio. Como respuesta, en 357, los beocios lograron que
el Consejo anfictiónico de Delfos impusiera una fuerte multa a los focidios; quizá
esperaban que éstos se sometieran a Beocia y pidieran una reducción de la
multa. Sin embargo, los focidios ocuparon el santuario de Delfos y utilizaron
los fondos délficos para contratar numerosos mercenarios. Así, en el otoño de
356, la mayoría de los miembros del Consejo anfictiónico (tesalios, locrios,
beocios y otros pueblos de Grecia central) les declararon la guerra.
Durante diez años (356-346) las
hostilidades se prolongaron con suerte alterna, provocando un fuerte desgaste
en los contendientes, especialmente en los beocios, que sufrieron cuantiosas
pérdidas humanas y vieron parte de su territorio saqueado y ocupado. La guerra
finalizó en 346 con la victoria beocia pero, en realidad, el triunfador fue
Filipo de Macedonia que, habiendo intervenido en apoyo de los beocios, obtuvo
el control de Tesalia y de Grecia central hasta las mismas fronteras de Beocia.
En definitiva, la Hélade había
consumido los últimos sesenta años disputando en torno a los principios de
hegemonía, libertad y paz y sus límites y posibilidades respectivas. Y el
resultado era desalentador: a mediados de los años cincuenta del siglo IV, las
mayores potencias griegas se encontraban debilitadas. Con todo, aún contaban
con fuerzas suficientes para evitar, al menos durante los veinte años
siguientes, el triunfo final de Filipo.
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